DEBER L Luis Castillo... Gerencia Social L
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RESUMEN
Este capítulo se centra, pues, en un aspecto del contenido de la cultura como sistema, pero de
una forma polémica, ya que trata de desbrozar el terreno para situar en su justo lugar el
análisis de las ideologías, del discurso, de los sistemas de creencias y el análisis narrativo.
Pero, curiosamente, un sencillo repaso a los títulos de las publicaciones que aparecen en la
base de datos de las bibliotecas de la Universidad de Valencia nos arroja el resultado de unos
cuatrocientos libros publicados en los últimos veinticinco-treinta años que incluyen el término
ideología o el derivado ideológico en el enunciado del titular.
La gran mayoría se centran en el estudio de las ideologías, con frecuencia desde una
perspectiva histórica, en campos tan dispares como la política, la educación, el derecho, la
literatura, la lengua o los medios de comunicación.
Otro grupo se centra en los aspectos o dimensiones ideológicas de ciertas prácticas sociales
(desde el fútbol a la domesticidad, pasando por prácticas especializadas como el trabajo
social, la medicina, el derecho, el urbanismo, la psiquiatria, la biologia o incluso de la física).
Por si fuera poco, en la vida cotidiana y la lucha política «ideología» funciona como arma
arrojadiza para sellar las opiniones del adversario con el estigma de la irracionalidad (al igual
que los clérigos marcaban la superstición o la herejía para evitar el contagio con ellas).
Tomarlo como objeto de análisis puede ser tan temerario y peligroso como adentrarse por un
campo minado o intentar la travesía por un fangal de arenas movedizas, pero en la medida en
que las ciencias sociales pretendan ser científicas han de asumir perentoriamente y con
seriedad el análisis del léxico que emplean.
Este breve recorrido histórico, que en ninguna manera pretende ser una historia exhaustiva,
únicamente trata de mostrar cómo la definición de la ideología ha ido derivando desde una
concepción inicial crítica y polémica hacia una conceptualización neutra y meramente
descriptiva, por un lado, y, por otro, cómo desde la preocupación por la validez lógica de las
proposiciones o sistemas de creencias se pasa a la preocupación por su eficiencia social, Con
este neologismo, De Tracy pretendía dar nombre a «la ciencia de la formación natural de las
ideas», una ciencia positiva, útil y susceptible de rigurosa exactitud, que permitiría establecer
las ciencias morales y políticas sobre un fundamento seguro, curándolas del error y del
prejuicio.
Dos características destacan en esta formulación inicial: a) nace como ciencia positiva de las
ideas, y b) como arma crítica para ser usada en la lucha contra el antiguo régimen, a favor de
la emancipación de la humanidad.
La nueva ciencia, la primera de todas, con pretensiones similares a las de la sociología que
también estaba formulándose por entonces (los Éléments d'Ideologie, son redactados por De
Tracy entre 1801 y 1815), era la encarnación del proyecto de la razón ilustrada.
Dado que durante el Directorio De Tracy y sus seguidores desempeñaron un papel político
preeminente, se identificó a los «ideólogos con los defensores del liberalismo laico
republicano, y contra ellos se alzarían las voces tanto de Napoleón como de los conservadores
reaccionarios De Bonald y Chateaubriand, quienes darían al término una coloración
peyorativa.
La moral, la religión, la metafísica y cualquier otra ideología y las formas de conciencia que a
ellas corresponden pierden así la apariencia de su propia sustantividad (1972: 26).
Al decir de Williamsy de otros comentaristas, mediante esta concepción Marx y Engels rozan
el peligro de caer en una «fantasía objetivista», que deja de lado la consideración de la
conciencia como una parte del proceso material humano.
En la obra de Marx podemos encontrar dos respuestas: una aparece en la crítica a la ideología
alemana; la otra en la crítica a la economía política liberal.
Mientras que la teoría económica se ocupa de las relaciones de intercambio y las trata como
naturales, Marx sostiene que éstas se asientan sobre las relaciones de producción.
Por tanto, el carácter fetichista de la mercancía no es tanto una ilusión mental del ser humano,
cuanto una realidad que se impone a la conciencia cotidiana; no es el producto de una
conciencia alienada, sino el efecto que producen determinadas relaciones de producción y, por
ello, sólo puede desvanecerse mediante la transformación de dichas relaciones.
De esta forma, la teoría del fetichismo de la mercancía muestra cómo las ideologías brotan a
partir de la estructura del modo de producción capitalista.
La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al
mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al
propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para
producir espiritualmente.
Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión de las relaciones materiales
dominantes concebidas como ideas; por tanto, las relaciones que hacen de una determinada
clase la clase dominante son también las que confieren el papel dominante a sus ideas (1972:
50-51).
Por otra parte, se compadece mal con la visión del proletariado como representante de los
intereses generales y con la insistencia de ambos en la necesidad de organización y conciencia
para el movimiento obrero.
Cada nueva clase que pasa a ocupar el puesto de la que domino antes de ella se ve obligada,
para poder sacar adelante los fines que persigue, a presentar su propio interés como el interés
común de los miembros de la sociedad, es decir, expresando esto mismo en términos ideales,
a imprimir a sus ideas la forma de lo general, a presentar estas ideas como las únicas
racionales y dotadas de vigencia absoluta (Marx-Engels, 1972: 52).
Giddens sugiere que, al mismo tiempo que puede trazarse una distinción entre los dos
conceptos de ideología puesto que el primero opera con la polaridad ciencia/ideología
mientras que el segundo se basa en la distinción intereses de clase/ideología, existe una
indudable conexión entre ambos: quienes escriben la historia o hacen filosofía sin analizar las
bases materiales de la sociedad sucumben a «las ilusiones de su época», a las ideas
dominantes.
Segun McLellan (1995), tres rasgos basicos caracterizarían la visión marxista posterior: 1)
simplificación, al identificar y reducir el concepto a falsa conciencia (Engels y Lukács), 2)
neutralización de la dimensión crítica (Lenin y Gramsci), y 3) énfasis en la autonomía de las
ideas (Althusser).
Mannheim comienza con el diagnóstico de una grave anomalía: la mayoría de las formas de
conocimiento que los seres humanos emplean en la configuración de su existencia escapan al
control consciente y a la comprensión crítica.
De esta forma, se pasa de una concepción total especial de la ideología a una concepción total
general, se produce una generalización del análisis ideológico, que sirve de fundamento para
la sociologia del conocimiento: todas las ideas, todas las representaciones sociales constituyen
una perspectiva específica de la realidad; el pensamiento está ligado, articulado, al user
social».
El paso desde una concepción total especial a la concepción total general constituye el
fundamento de la sociología del conocimiento y, de este modo, lo que fuera arma de un
partido se convierte en método de investigación de la historia social e intelectual.
En primer lugar, podemos hablar de una concepción total general no valorativa que implica la
renuncia a toda tentativa de exponer y desenmascarar las concepciones con las que uno se
encuentra en desacuerdo y que se limita a mostrar la interrelación entre el punto de vista
intelectual mantenido y la posición social que se ocupa.
Afirma literalmente: «El pensamiento no debe contener ni más ni menos que la realidad en
cuyo medio opera.» Por tanto, el nivel ideológico de un sistema de pensamiento puede ser
evaluado en función del grado de congruencia o concordancia entre dichas ideas y la realidad
en que se desenvuelven.
Por el contrario, con el término «utopía» nos referiríamos al pensar de los grupos oprimidos,
que «están tan fuertemente interesados en la destrucción y transformación de determinada
condición de la sociedad, que, sin saberlo, ven sólo aquellos elementos de la situación que
tienden a negarla.
Obviamente, este lenguaje no parece superar la acritud napoleónica y se inscribe, por tanto,
desde una concepción positivista de la ciencia, en la corriente de conceptualización negativa
que identifica ideología con carencia de pragmatismo e irracionalidad o con un sistema de
ideas que conducen al fanatismo y al totalitarismo.
Bien distinto de unos y otro serán los enfoques de Lenski en Poder y privilegio (publicado en
1966, pero resultado de la docencia previa del autor durante doce años) y de Geertz, que
publica su conocido e influyente artículo La ideología como sistema cultural en 1964, en
plena efervescencia de la tesis del fin de las ideologías.
Lenski, influido por Mosca, quien sostenía que la clase dominante siempre tiende a justificar
su poder apoyándose en mitos y creencias y que no se puede regir una sociedad ni cimentar
poderosamente su unidad sin alguna «gran superstición» o «ilusión general (Mosca, 1975),
consideraba necesarias las ideologías para la justificación moral del ejercicio del poder, una
estrategia para transformar la simple fuerza en derecho, para dar un aura de legitimidad al
privilegio.
Otro elemento básico se halla incorporado en la frase, tan celebrada, de Francis Scott Key:
«La tierra de los libres.» Es difícil exagerar la contribución de estas creencias a la estabilidad
política del actual sistema político norteamericano y del sistema distributivo que se basa sobre
él (Lenski, 1969: 67).
En su citado artículo encontramos una crítica de las concepciones precedentes en tanto que
valorativas y una tentativa de conceptualización de la ideología de forma neutra y general.
Geertz observa que tanto en la tradición marxista («teoría del interés»), como en la sociología
mannheimiana del conocimiento o en la tradición parsoniana («teoría de la tensión»), había
prevalecido un concepto valorativo: la ideología servía para designar las «patologías» o
«insuficiencias cognitivas» del pensamiento.
La causa de dicha situación radicaba, a juicio de Geertz, en la carencia de una teoría adecuada
de la acción simbólica, como consecuencia de una insuficiente comprensión de la naturaleza
del lenguaje y sus tropos.
La metáfora, nos dice Geertz, se caracteriza porque tiene una estructura semántica compleja y
por la multiplicidad de conexiones y referencias que hay entre ella y la realidad: «Extiende el
lenguaje al ampliar su alcance semántico y al permitir expresar significaciones que no puede
expresar literalmente» y, de acuerdo con Percy, «suele ser más efectiva cuanto más falsa es».
No se diferencian porque una esté orientada a la verdad y la otra sea enmascaradora, sino
porque la ciencia tiende a ser la dimension critica de la cultura, el diagnóstico, mientras que la
ideología es la dimensión apologética o legitimadora.
Nuestro propósito a partir de este momento es efectuar un análisis sistemático de los cuatro
grandes marcos definitorios que han surgido y que han sido cultivados con desigual amplitud
y fortuna en las últimas décadas, para concluir con un balance de la situación actual y
presentar, finalmente, una propuesta.
Surge como consecuencia de que los científicos sociales, tan actores sociales comprometidos
con su tiempo como científicos, han tratado de nombrar, describir y analizar procesos
emergentes de la modernidad que se amalgaman y entrecruzan de formas complejas en un
contexto de escaso refinamiento metodológico y categorial de la sociología de la cultura.
Decimos que la trayectoria es paradójica porque, lógicamente, para que podamos hablar de un
sistema de creencias verdadero o ilusorio, pragmático o fanático, que oculta contradicciones o
las desvela, se requiere que primero reconozcamos la existencia de un sistema de creencias,
de procesos sistematizados de significación.
Para unos, falsedad equivale simplemente a error o mentira; para otros, la falsedad radica en
confundir juicios de valor con juicios de hecho; y mientras los funcionalistas sostienen que las
ideologías son irracionales y dogmáticas y toman como ejemplos el fascismo y el marxismo,
parte de la tradición marxista afirma que son ilusorias y enmascaradoras y se centran, ante
todo, en el análisis de la teoría económica liberal y del mercado.
En tanto que fundada en una distinción radical entre realidad e ideas, ignora en qué medida la
realidad es ya para los seres humanos un dominio pre-interpretado, que no existe la
transparencia del lenguaje y, por tanto, que éste no es un mero instrumento de representación
y que no hay un mundo dado, al cual las ideologías se aproximan o no.
Finalmente hay que señalar que estos enfoques cognitivistas padecen una inveterada ilusión:
la creencia, poco fundada, de que la crítica de la irracionalidad o falsedad de determinada
creencia logrará por sí misma desvanecer su seducción y disuadir a los adherentes.
Como afirma Habermas, tanto la vieja ideología del «libre contrato» como la nueva ideología
de la conciencia tecnocrática» son ideologías porque «sirven para impedir la tematización de
los fundamentos sobre los que está organizada la vida social» (1984: 98).
Esta concepción de la ideología implica una teoría de la sociedad, según la cual ésta es una
estructura objetiva en la que existe (o puede existir) un reparto asimétrico de los recursos.
Estos autores han diferenciado dos formas básicas de existencia de la ideología y, por lo tanto,
dos formas o perspectivas de análisis: a) como discurso más o menos sistematizado y
coherente; b) como práctica, inscrita en el lenguaje y los hábitos sociales, en la experiencia
vivida y en los aparatos institucionales.
Y en otro pasaje afirma que los miembros de las clases políticamente dominantes tienen más
facilidad que los de otras clases para «reconocer la convergencia de los intereses del individuo
y los de la sociedad (lo que es bueno para la General Motors es bueno para el país y
viceversa).
Otra forma de operar la ideología puede ser la ocultación de las diferencias unificando las
heterogéneas formas de vida de los miembros de una comunidad o de una organización,
mediante la deshistorización o naturalización de su identidad.
Ahora bien, conviene señalar que los autores más recientes que postulan esta definición de la
ideología (Lenski, Thompson, Fairclough, Giddens) no comparten algunos aspectos decisivos
de la tesis de la ideología dominante: la concepción de la ideología como dominación no
implica a priori la existencia de la ideología dominante ni, menos aún, quelésta sea la única
forma de conciencia posible en una sociedad dada.
La reproducción del orden social puede depender menos de un consenso en relación con los
valores dominantes o normas que de la carencia de un consenso en el punto exacto en que las
actitudes de oposición podrían ser traducidas en acción política...
Por otra parte, como ha señalado Turner, estas teorías de la dominación vía ideología fallan en
proporcionar una explicación razonable de la naturaleza del aparato de transmisión ideológica
mediante el cual las creencias circulan en una sociedad organizada en distintas clases (Turner,
1991: 85).
Admitido esto, es decir, que todas las clases y grupos sociales tienen una forma de conciencia
práctica que no es reductible a una ideología dominante, sin embargo, muchos autores
restringen el término ideología para designar solamente el sistema de ideas que conserva y
legitima el statu quo y que oculta las contradicciones, gados a buscar otros términos para
designar las formas de la conciencia práctica de los grupos subordinados y de los
movimientos de protesta.
Las ideologías —afirma Therborn-no sólo consolidan los sistemas de poder, -también pueden
ser la causa de su hundimiento y su desviación como si se tratara de bancos de arena: todavía
en pie, pero no de la misma forma ni en el mismo lugar- (1987: 101).
En esta misma línea, Lincoln (1989) sostiene que «el discurso puede servir también a los
miembros de las clases subordinadas en sus tentativas para desmitificar, deslegitimar y
deconstruir las normas establecidas, instituciones y discursos que juegan un rol en la
construcción de su subordinación» (1989: 4-5).
Veamos, en primer lugar, las características de la definición C que identifica la ideología con
cualquier sistema simbólico que produce significación en relación con el poder y la
configuración de la sociedad.
De acuerdo con dicha tesis, podrían clasificarse dentro de esta categoría aquellas definiciones
de la ideología para las cuales su función distintiva es la constitución de sujetos o de
comunidades imaginadas (Anderson).
Wilson sostiene que las ideologías cumplen la función de defender las instituciones y
racionalizar los intereses de grupo, «dicen quién debe gobernar y por qué y explican la
estratificación de forma que sea significativa para los individuos..., legitiman tanto la
búsqueda del poder (teoría del interés) como las formas de reducir la ansiedad (teoría de la
tensión)...
Desde esta perspectiva, no sólo son ideologías los sistemas que legitiman la dominación, sino
cualquier sistema de ideas que moviliza para la configuración de la sociedad, pudiendo servir
los intereses de los menos privilegiados tanto como los de los más favorecidos.
La ideología sería el sistema de valores y creencias compartidos que moviliza para la acción
(sirve para explicar la situación contra la que se combate y en ocasiones se articula en un
programa formal y coherente) y constituiría, junto con la estructura organizativa y la
estrategia, uno de los elementos característicos de todo movimiento social (por ejemplo, la no
violencia gandhiana sería un elemento de la ideología del movimiento de Martin Luther King,
pero otro lo constituiría su mesianismo basado en el sueño americano fundacional).
Según los teóricos de los movimientos sociales, mientras que los «viejos» se definirían por
una ideología globalizadora de justicia, los «nuevos» se caracterizarían por el pluralismo
ideológico (por el énfasis en la libertad, los estilos de vida y la autonomía).
Desde el punto de vista de la extensión, nos hallamos ante una concepción restrictiva - sólo un
tipo particular de creencias o aspecto de los sistemas de creencias son ideológicos, aunque
tendencialmente universal --todas las formas de legitimación de poder son ideología.
Así, por ejemplo, Vincent, en Modern Political Ideologies donde se estudian el liberalismo, el
conservadurismo, el socialismo, el anarquismo, el fascismo, el feminismo y el ecologismo,
define las ideologías como cuerpos de conceptos, valores y símbolos que incorporan
concepciones de la naturaleza humana y que indican lo que es posible e imposible lograr para
los seres humanos; reflexiones críticas sobre la naturaleza de la interacción humana; los
valores que los humanos deberían buscar o rechazar; y los planes técnicos correctos para la
vida social, política y económica que abordarán las necesidades e intereses de los humanos.
Por tanto, ahora sólo señalaremos aquella crítica que se sitúa en la línea de progresión hacia la
generalización plena del concepto de ideología: cuando se define el poder de una forma tan
amplia resulta difícil encontrar acciones sociales y formas de significación, como ha mostrado
Foucault, que no sean también formas de poder y, entonces, ¿por qué deberíamos restringir el
campo del análisis ideológico en vez de ampliarlo a todas las formas de conocimiento y a
todas las prácticas de significación? Estas definiciones son formuladas a partir de los años
sesenta y son resultado tanto del giro lingüístico que se produce en las ciencias sociales a raíz
del desarrollo de la lingüística estructural y el descubrimiento de la importancia del lenguaje
en la vida social como del giro hermenéutico impreso por la fenomenologia y las diversas
formas de microsociología.
Aunque reservando posiciones muy distintas para los sujetos, ambos giros implican una
consideración de las formas simbólicas no sólo como un elemento de la vida social que, como
sostendrá el funcionalismo, responde a determinadas necesidades y cumplen unas funciones
concretas, sino como constitutivas de las relaciones y el mundo social: la sociedad es un
universo pre-interpretado, simbólicamente constituido, o, como dice Frow, todos los sistemas
sociales son sistemas semióticos (1989: 206).
Lyotard sostendrá que no existe un referente discursivo que permita la evaluación de otros
discursos y para Baudrillard el problema reside en la ausencia de una realidad que pueda ser
enmascarada por las representaciones: vivimos un mundo de simulacros.
Por otra parte, entre quienes siguen postulando algún tipo de análisis de la ideología se ha
producido un radical cambio de perspectiva analítica: el centro de atención se halla ahora en
los aspectos rutinarios, ordinarios y materiales de la ideología, incluso en sus manifestaciones
más informales e inconscientes.
Mientras que los críticos proponen restringir el concepto de ideología a aquellas formas
simbólicas que legitiman los poderes dominantes u ocultan las contradicciones sociales que
les favorecen, los neutros, renuncien o no a la posibilidad de evaluación de las formas de
poder y desigualdad, utilizan ideología para designar por igual los sistemas formales de ideas
políticas y los sistemas informales de creencias y valores que movilizan para la acción social.
Y dado que las pautas de comportamiento de los científicos sociales en relación con el léxico
carecen de todo tipo de regulación, podemos sospechar que en el futuro las cosas seguirán
como en el día de hoy.
Mientras que éste designaría la totalidad de las estructuras lingüísticas y prácticas simbólicas
mediante las cuales se produce sentido e identidad, ideología se referiría de forma restringida
a aquellos aspectos del discurso que son utilizados contextualmente para legitimar relaciones
de dominación del tipo que sean.
Todas las tentativas de fijar de una vez por todas los contenidos de una identidad cultural y
todas las pretensiones de haber descubierto la «verdadera identidad de un pueblo pueden
probablemente convertirse en formas ideológicas que son utilizadas por ciertos grupos o
clases para su propio beneficio.
Sin embargo, también es verdad que ciertas versiones de la identidad cultural, especialmente
aquellas desarrolladas por los grupos oprimidos y discriminados en la sociedad, realizan el
papel de ser medios de resistencia frente a la dominación y exclusión y no pueden por tanto
ser consideradas ideológicas.
Como sostiene Lincoln, el discurso (no sólo verbal sino también simbólico, espectáculos,
gestos, costumbres, edificios, iconos, rituales, performance, etc.) es complementario de la
fuerza de diversas maneras: entre ellas destaca la persuasión ideológica en manos de las elites,
que mistifica las desigualdades del orden social y logra el consentimiento transformando el
simple poder en autoridad legítima (Lincoln, 1989: 4-5).
Por otra parte, estamos persuadidos de que persistirá, por un principio de economía léxica, el
uso neutro de ideología que designa sistemas de pensamiento sociopolítico y sistemas de
creencias y valores de los movimientos y organizaciones sociales.
Pese a ello, creemos que el análisis ideológico, como desvelamiento de la utilización de las
formas simbólicas al servicio de los privilegios y la dominación, puede (debe, según nosotros)
ocupar un lugar legítimo dentro de las ciencias sociales.