Discurso A Mis Estudiantes
Discurso A Mis Estudiantes
Discurso A Mis Estudiantes
Modo de Espiritualizar
Siglos antes de Spurgeon, la espiritualización de los textos de la Biblia, no era
recomendada por lo mas prominentes predicadores. Pero, Spurgeon la recomienda
dentro del termino de las doctrinas bíblicas, siempre y cuando esta espiritualización
lleven a las almas a Cristo. Todo dentro de un equilibrio sano. Decía:
Seguid buscando pasajes de la Biblia, no sólo dándoles su sentido más palpable,
como es vuestro deber, sino también sacando de ellos lecciones que no se puedan
encontrar en la
superficie. Recibid el consejo en lo que pueda valer; pero os recomiendo seriamente que
pongáis
de manifiesto a los críticos sutiles, que hay algunos que no adoran la imagen de oro que
han
levantado. Os aconsejo, y que no os entreguéis a continuas e indiscretas
"imaginaciones," como
Jorge Fox las llamaría. No os ahoguéis porque se os recomienda que os bañéis, ni os
conviene
que os ahorquéis porque se dice que el tannin es muy útil como astringente. Una cosa
admisible,
si llega a ser excesiva, es vicio, así como el fuego es buen amigo en el hogar, pero un
tirano
temible cuando se encuentra en una casa incendiada. El exceso, aun de una cosa buena,
ahíta y
fastidia, y en ningún caso es esto más cierto que en el que estamos tratando.
El primer canon que se debe observar es éste: "no forcéis un texto espiritualizándolo."
Esto seria
un pecado contra el sentido común. ¡Cuán terriblemente se ha maltratado y
despedazado la
Palabra de Dios por cierta clase de predicadores que han dado tormento a ciertos textos
para
hacerlos revelar lo que de otro modo nunca habrían dicho!
Nuestro segundo consejo es que nunca espiritualicéis sobre asuntos indecentes. Es
necesario
advertiros esto, porque la familia de predicadores poco juiciosos, son muy afectos a
hablar de
cosas que tiñen de sonrojos las mejillas de la modestia.
En tercer lugar, nunca espiritualicéis a fin de llamar la atención sobre vuestro propio
talento
extraordinario. Tal objeto seria malo, y el método empleado seria necio. Sólo un egregio
simplón buscará se le guarde consideración especial con motivo de haber hecho lo que
casi todos
los hombres hubieran podido hacer igualmente bien.
Sobre la Voz
Spurgeon da muy Buenos consejos en lo concerniente a la voz, su modulación, cuidado,
enfermedades. Es una pena que no lo alcanzara la era del micrófono, cuantos consejos
ya no son aplicables, aunque algunos si.
Miremos lo que decía al respecto. Cuando fijáis la atención en la voz, tened cuidado de
no caer en las afectaciones habituales y comunes del tiempo actual.
Hablad siempre de tal manera que podáis ser oídos. Conozco a un hombre que pesa
noventa
kilos y que podría ser oído a una distancia de media milla; pero es tan desidioso en su
modo de
hablar, que apenas se le puede oír enfrente del coro. ¿Para qué sirve un predicador
cuyas palabras
no pueden ser oídas? La modestia debe inducir a un hombre falto de voz, a ceder su
lugar en
favor de otro más apto para la tarea de pregonar los mensajes del Rey.
Por regla general, no empleéis toda la voz en vuestra predicación. Dos o tres hombres
enérgicos
bien conocidos nuestros, se hallan ahora sufriendo por su costumbre infundada de
gritar a voz en
cuello: se han irritado sus pobres pulmones e inflamándose su laringe, por sus gritos tan
violentos de los cuales parece que no pueden prescindir. No cabe duda en que es bueno a
veces
"clamar a gran voz y no detenerse," pero es preciso también tener presente como un
consejo
apostólico, las siguientes palabras: "No te hagas ningún mal." Cuando los oyentes
puedan oíros
hablando vosotros a media voz, debéis economizar la fuerza superflua para cuando la
hayáis de
menester. "No malgastéis y no tendréis necesidad," es un adagio que bien pudiera
aplicarse
tratándose de este asunto. Evitad una cantidad exagerada de sonidos altos.
Acomodad siempre vuestra voz a la naturaleza de
vuestro asunto. No os llenéis de júbilo al tratar de un asunto triste, ni por otra parte,
hagáis uso de
un tono doloroso, cuando el asunto os exija una voz alegre como si estuvierais bailando
al son de
una música angélica. No me detengo sobre esta regla, pero estad seguros de que es de la
mayor
importancia y de que si se observa fielmente, siempre conseguirá el predicador que se le
preste
atención, con tal por supuesto que el asunto lo merezca. Acomodad siempre pues,
vuestra voz a
la naturaleza de vuestro asunto, y sobre todo, obrad con naturalidad en cuanto hagáis.
Sobre la Atención
No se estudia mucho la atención en un curso de homilética, pero como Spurgeon lo
expone merece especial atención.
Es raro que se trate de este asunto en un libro sobre homilética, pero eso me parece muy
extraño
puesto que la materia es muy interesante y digna de más de un capitulo. Me supongo
que los
sabios en homilética consideran que sus obras todas están cargadas de este asunto, y que
no
necesitan tratarlo aparte por la razón de que como el azúcar en el té, sazona el todo. El
tópico que
así se pasa por alto, es este: ¿Cómo se puede conseguir y retener la atención de nuestros
oyentes?
Si no se gana su atención, no será posible causarles ninguna impresión, y si aquella no se
retiene
una vez adquirida, será infructuoso nuestro trabajo por mucho que hablemos.
Se pone siempre como encabezamiento de las advertencias militares, la palabra
"¡Atención!"
escrita con caracteres grandes; y de modo semejante nosotros necesitamos que también
lo esté en
todos nuestros sermones. Nos es menester una atención fija, despreocupada, despierta y
continua
de parte de toda la congregación. Si están distraídos los ánimos de los que nos escuchan,
no
pueden recibir la verdad, y casi lo mismo sucederá si son torpes. No es posible que les
sea
quitado a los hombres el pecado, de la misma manera que Eva fue sacada del costado de
Adán,
es decir, mientras están dormidos. Es preciso que estén despiertos, entendiendo lo que
les
decimos y sintiendo su fuerza; de otro modo, bien podríamos nosotros también
entregarnos al
sueño. Hay predicadores a quienes les importa muy poco que se les atienda o no, pues
quedan
satisfechos con haber predicado por media hora, ya sea que sus oyentes hayan o no
sacado algún
provecho.
El Don de Hablar Espontáneamente
No vamos a tratar la cuestión de si los sermones deberán ser escritos y leídos, o escritos,
aprendidos de memoria y reproducidos; o si sería mejor prescindir por completo de
apuntes. No
nos ocuparemos de ninguno de estos asuntos, si no es de un modo incidental, y
pasaremos a
considerar el don de hablar espontáneamente, en su forma verdadera y pura, es decir, el
habla
improvisada, lo que se profiere sin preparación especial, sin notas o pensamientos
sugeridos,
momentos antes de predicar.
Mi primera observación es que no recomendaría a nadie que comenzara a predicar de
esta
manera, por regla general. Si así lo hiciera, mi opinión es que tendría el mejor éxito en
la
empresa de dejar vacío su templo: se pondría de manifiesto de ese modo, con toda
claridad, su
don de ahuyentar a la gente.
Ocasionalmente se oye decir, o se lee, que algunos hombres se han comprometido por
bravata, a
predicar de improviso sobre cualquier texto que les sea sugerido al subir al pulpito. Una
ostentación tan vanidosa, no deja de ser necia y casi profana. Sería tan propio el tener
exhibiciones de truhanería en el día de descanso, como el permitir este charlatanismo.
Se nos
dieron nuestros talentos para otros usos mucho más elevados. Espero que nunca seréis
culpables
de semejante prostitución de vuestras facultades. Ciertas hazañas de elocuencia
convienen bien a
una sociedad de debates, pero en el ministerio cristiano son abominables, aun cuando
sean practicadaspor un hombre tan célebre como lo es Bossuet.
Descaecimientos de Ánimo del Ministro
Así como se ha consignado que a David en el calor de una batalla le entraba cierto
desmayo,
puede también decirse otro tanto de todos los siervos del Señor. Casi la generalidad de
nosotros
sufrimos accesos de abatimiento. Por más que nos sintamos animados, no es extraño que
a
intervalos se abata nuestro espíritu. Los fuertes no se sienten siempre vigorosos; los
sabios no
siempre listos; los animosos no siempre dispuestos a pelear, y los de buen carácter no
siempre
satisfechos. Puede haber aquí y allá hombres de una naturaleza de hierro en quienes el
desmejoramiento no deja huellas sensibles, pero a los cuales sin embargo, tiene el orín
que
corroer; y esto depende de que, el Señor bien sabe, y hace que los hombres sepan que no
son más
que polvo. Sabiendo yo por una dolorosa experiencia lo que un profundo abatimiento de
espíritu
significa, puesto que lo he sufrido con no poca frecuencia, he creído que podría servir de
consuelo a algunos de mis hermanos el que expusiera yo mis opiniones sobre esto, para
que los
jóvenes inexpertos no fueran a Imaginarse que algo extraordinario les pasaba al sentirse
en
ocasiones Poseídos de melancolía; y para que los más tristes se hicieran cargo de que
Individuos
sobre los cuales ha derramado el sol sus rayos fulgurantes de alegría, no han caminado
siempre
iluminados por esa deseada luz.