Resumen Historia Constitucional Argentina. UCASAL
Resumen Historia Constitucional Argentina. UCASAL
Resumen Historia Constitucional Argentina. UCASAL
HISTORIA
CONSTITUCIONAL
ARGENTINA.
UCASAL. 2019.
Abogacía.
ÍNDICE
La República. ...................................................................................................................................... 80
El Régimen Federal. ........................................................................................................................ 81
3.- Consolidación de la Revolución. ................................................................................................. 81
Circular del 27 de mayo de 1810. ................................................................................................ 81
Reglamento de la Junta. ................................................................................................................ 82
Decreto de Supresión de honores................................................................................................ 82
Mariano Moreno: su pensamiento político y económico. ................................................... 82
UNIDAD VII: B) Época Patria (Continuación) ............................................................................... 84
1.- Proceso de emancipación Iberoamericano: ............................................................................ 84
Proceso de emancipación Iberoamericano. ............................................................................. 84
Venezuela. ............................................................................................................................................ 84
Colombia. ............................................................................................................................................. 85
Ecuador................................................................................................................................................. 85
Bolivia. .................................................................................................................................................. 85
Chile. ...................................................................................................................................................... 85
Perú. ...................................................................................................................................................... 86
México. .................................................................................................................................................. 86
Brasil. .................................................................................................................................................... 86
Uruguay. ................................................................................................................................................ 87
Paraguay. .............................................................................................................................................. 87
La guerra de emancipación. .......................................................................................................... 87
La segregación territorial del virreinato del Río de la Plata. ........................................... 89
Uruguay. ........................................................................................................................................... 89
Paraguay. ......................................................................................................................................... 89
Bolivia. ............................................................................................................................................. 89
2.- La Iglesia y la Revolución de Mayo. ......................................................................................... 89
La Iglesia y la Revolución de Mayo. .......................................................................................... 89
El Patronato Nacional: orígenes y evolución hasta 1994. .................................................. 90
3.- Propuestas políticas y jurídicas hasta 1815. .......................................................................... 91
Las Juntas Provinciales. ................................................................................................................ 91
Reglamento del 22 de octubre de 1811..................................................................................... 92
Conflicto entre la Junta Conservadora y el Triunvirato. ................................................... 93
Estatuto Provisional de 1811. ...................................................................................................... 93
Reglamento y Decreto sobre la Libertad de Imprenta........................................................ 94
Decreto sobre la Seguridad Individual. ..................................................................................... 94
Revolución de 1812. ......................................................................................................................... 95
Asamblea de 1813 ............................................................................................................................ 96
Proyectos de Constitución. ....................................................................................................... 96
VII
Concepto de la Historia.
“La historia es el conocimiento del pasado humano1”. Un conocimiento válido, verdadero,
opuesto a lo que podría haber sido, conocimiento que será la culminación de un esfuerzo
riguroso y sistemático por hallar la verdad de lo sucedido.
Al hablar de “pasado humano” entendemos por tales todas las acciones, los pensamientos,
los sentimientos y las obras (materiales y espirituales) del hombre o los hombres de ayer,
susceptibles de comprensión por el hombre de hoy, que es el historiador.
La historia es “la recreación intelectual del pasado humano mediante la búsqueda de los
hechos2”, realizada sobre la base de testimonios y la exposición congruente de resultados.
Hay naturalmente una gran diferencia entre la recreación intelectual y el hecho real.
Aquélla depende exclusivamente de la existencia de testimonios, pues en caso de no existir
o no conocerse éstos, el hecho no puede ser conocido. Además al intervenir en esta
recreación la mente del historiador, los hechos analizados reciben inevitablemente un
impacto subjetivo.
Decir que la historia tiene por objeto el pasado humano, no significa que ha de acumularse
desordenadamente todo lo que ha dejado de ser presente. La historia, como ciencia, aspira
a dar una sistematización de sus conocimientos que impida que la marea de hechos -cada
día más complejos y más numerosos- termine por anonadarla. Es así como el pasado
humano debe entenderse no en su totalidad que difícilmente pueda ser abarcada, sino en
sus parcialidades y su estructura.
La historia es una disciplina netamente retrospectiva, que necesita cierta distancia
temporal para apreciar los hechos.
Contenido.
La historia, durante muchos años, limitó voluntariamente su estudio a los aspectos
políticos o guerreros del pasado. Era la historia tradicionalmente llamada “general”, que
se ocupaba de los grandes acontecimientos históricos: batallas, negociaciones diplomáticas,
ciertos hechos salientes de la política interior donde se destacaba la intervención de tal o
cual personaje, los matrimonios, las muertes de esos mismos personajes y alguna que otra
referencia a grandes catástrofes, pestes o plagas.
Una vez que el historiador advirtió que, además de actos guerreros o políticos, existían
otros de distinta naturaleza, pero de igual o superior importancia, parcializó los estudios
para poder comprender cabalmente la vida del hombre en el pasado.
“Para el historiador moderno el hombre no es solo un animal político3”; por ello
atendiendo a su inmensa complejidad, el historiador se ha visto enfrentado al apasionante
problema de analizarlo en sus instituciones, en sus ideas, en sus acciones, en sus esfuerzos,
en su vida familiar y social, política, económica, religiosa, jurídica, etc. La respuesta
adecuada consistió en la aparición de las “historias especiales” que vienen a profundizar
el estudio de uno o varios de estos aspectos.
También apoya a las ciencias sociales en el estudio de los fenómenos sociales. Mientras
estas analizan el hecho en un momento dado del presente, la historia los estudia en su
dinámica a través del tiempo. A través de la historia es posible advertir cómo se producen
las transformaciones sociales, cómo se suceden las instituciones y cuáles han sido los
sistemas de derecho vigentes. De ahí la necesidad del jurista de recurrir a la historia.
La historia constituye asimismo un instrumento cultural en varios sentidos. Es un
instrumento de solidaridad que ayuda a comprender y valorar la existencia de otras
sociedades; a apreciar la rapidez con que transcurre la vida de las naciones.
Metodología histórica.
La investigación histórica se realiza a través de tres etapas: la heurística, la crítica, el
ordenamiento y la exposición. Esta división es solo de alcance dialéctico, pues en la
práctica no existen distinciones tan categóricas en el proceso aludido.
La heurística.
La búsqueda de noticias sobre el hecho o los hechos objetos de su investigación. Los
elementos de que se vale el historiador para conocer el pasado humano reciben el nombre
de testimonios y son los residuos o huellas que ha dejado el hombre en su paso por la
Tierra.
Corresponde primero efectuar una compulsa bibliográfica (informarse acerca de lo que
otros han escrito sobre el tema). Luego la búsqueda de huellas o vestigios dejados por los
hechos humanos investigados. También cabe utilizar las numerosas colecciones de
documentos, publicados precisamente con el fin de facilitar las tareas de investigación.
Finalmente se acudirá a los repositorios de testimonios (archivos y museos) donde se podrá
examinar los documentos originales, éditos e inéditos.
La crítica.
En esta etapa -que debe extenderse todo el período de investigación- se analiza
cualitativamente todo testimonio hallado. Análisis de autenticidad o “crítica externa”.
Análisis de veracidad o “crítica interna”. Esta crítica de documentos debe servirnos no
para desechar testimonios, sino más bien para comprenderlos. La crítica y valoración debe
ser analizada a la luz del “ambiente histórico” en que ocurrieron los hechos, evitando su
trastrocamiento por parte de principios ajenos a ese tiempo histórico, con lo que se incurre
en una lamentable confusión de la dimensión temporal. También se debe cuidar la
dimensión espacial pues resulta siempre pobre toda interpretación local, regional o
nacional de los hechos históricos.
El ordenamiento y la exposición.
Los testimonios obtenidos deben ser ordenados y relacionados entre sí mediante una serie
de inferencias. De esta manera se llega al momento culminante de la recreación
intelectual, que equivale a lo que realmente es la creación histórica. Esta creación es
generalmente expuesta por escrito y debe ajustarse a ciertos principios exigidos por la
disciplina. La objetividad y severidad se imponen en esta última fase como en todo el
proceso, para que las afirmaciones parezcan fundadas sólidamente es costumbre indicar
en notas al pie de cada página las fuentes que ha usado el historiador, referencias o
acotaciones que resultan de interés, sin interrumpir la ilación natural del texto.
Las instituciones forman una compleja red, que abarca los más diversos aspectos de la
vida del hombre. Ninguna institución pretende abarcar la totalidad de la existencia del
ser humano. Aún aquellas de carácter espiritual se valen de otras instituciones para el
cumplimiento de sus fines. La parcialidad y no la totalidad caracteriza a la institución.
Cuando hablamos de instituciones en un tiempo y lugar dados, estamos tratando de algo
que tiene actualidad espacio-temporal, que ejerce de alguna manera una influencia
irresistible sobre esa sociedad. Es decir que todas las instituciones constituyen un sistema
de vigencias. Para que una institución pueda ser considerada vigente es preciso que haya
alcanzado una cohesión suficiente, que esta sea sólida y autónoma. No solo su arraigo debe
ser efectivo en la sociedad, sino que debe diferenciarse perfectamente de las otras
instituciones.
El uso social constituye uno de los fundamentos de la institución, el mismo trae aparejado
una serie de normas valorativas y reguladoras, cuyo estudio corresponde al ámbito de la
moral y el derecho.
Según García-Gallo, la institución se integra con tres elementos: la situación -o hecho
social-, la valoración y la regulación. Son necesarios estos tres elementos para sostener que
una determinada institución ha alcanzado cohesión, estabilidad (que se ha arraigado en
la sociedad).
¿Cómo juegan en el desarrollo institucional? Los que marcan rumbo son la situación y la
valoración. Ellos son los que dan vitalidad a la institución. Aunque el primero desempeña
en este caso un papel más activo, la valoración ha obrado en muchos casos de tal manera
que la institución ha perdido fuerza, aunque por un tiempo más ha continuado su uso
social. La regulación jurídica desempeña un papel distinto en este proceso, se limita a
reglar la existencia de las instituciones nacidas para responder a las necesidades sociales,
con todo desempeña una función irremplazable sin la cual la institución no podrá existir.
La institución tiene un sentido de permanencia en contraposición, por ejemplo, al
dinamismo vital de la generación, cuyo sentido es justamente el cambio.
La institución es creada, conservada y transformada por el hombre, y está exclusivamente
a su servicio. Depende de la actividad humana y necesita su renovada adhesión.
Cuando una institución no responde satisfactoriamente a las necesidades reales y actuales
de un determinado momento, cesa de ser útil como tal, entra en crisis de
acondicionamiento ambiental y es adecuada, parcial o totalmente, a las nuevas exigencias
de la vida social.
En síntesis: se puede entender por institución una ordenación parcial de la vida del
hombre en sociedad, que ha llegado a un desarrollo sólido y autónomo a través de la
actividad desplegada y renovada adhesión de muchas generaciones.
Incas.
Sociedad.
Nobleza: estaba integrado por los familiares del Inca y altos funcionarios del imperio
(orejones)
Sacerdotes: a la cabeza de ellos se hallaba el Ruillu-umu, generalmente un tío o hermano
del Inca.
Puric: sobre ellos recaían las obligaciones del trabajo productivo, eran hombres adultos
que tenían a su cargo el cultivo de la tierra, el cuidado del ganado y las tareas industriales.
Yanaconas: clase hereditaria de sirvientes muy próximos a los esclavos, integrada por
descendientes de pueblos rebeldes y por individuos reducidos a ese estado por un delito
grave.
Generalmente el indio no elegía su propia esposa, pues esta le era impuesta por las
autoridades, quienes también separaban a las mujeres más hermosas de cada ayllu para
poder destinarlas a servicio en el templo del Inca.
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Cada matrimonio tenía su “topu” o parcela de tierra cuya extensión aumentaba por la
cantidad de hijos y mérito de su dueño. Las tierras pertenecían a la colectividad y cada
año el Inca ordenaba la distribución de los nuevos topus.
La economía.
La tierra. La agricultura era la base de la economía. El ayllu tenía una determinada
extensión de tierra (marca), dentro de la cual cada adulto recibía un topu para el sostén
de la familia. Solo un tercio de la marca podía ser subdivida en topus. El resto era
cultivado mediante el trabajo colectivo de los indios del ayllu, y sus productos se
destinaban por mitades al Inca y al culto.
La agricultura. Las características del terreno obligaron a la construcción de terrazas
cultivables y a emprender obras de riego de asombrosa eficacia y perfección, aún puede
observarse el trazado de canales a lo largo de muchos kilómetros.
El maíz era el principal de los cultivos sobre todo en tierras bajas. Lo seguían la papa, el
maní, el ají, los porotos y la mandioca.
Los principales instrumentos de labranza eran la azada de bronce y la taclla, especie de
pala de puntear también de bronce.
Toda la producción agrícola era recogida en almacenes del Estado para ser distribuida.
Una parte era para el Inca y la nobleza, otra destinada al mantenimiento del culto, otra
servía al sostenimiento de viudas, huérfanos e impedidos y otra se entregaba al pueblo.
Los inspectores controlaban el trabajo de la tierra y llevaban la cuenta de la producción
agrícola mediante los quipus -sistema de contabilidad mediante hilos de colores a
diferentes alturas y distancias.
Ganadería. La domesticación de la llama y la alpaca confirió un carácter único a la
civilización incaica; la primera utilizada fundamentalmente para el transporte de carga
y alimento, y la segunda para la industria textil. También cazaban vicuñas para la
elaboración de tejidos finos.
La artesanía. El cultivo de algodón y la lana de vicuña proporcionaban la materia prima
para los abundantes telares, donde trabajaban habitualmente las mujeres. La cerámica
utilitaria y ceremonial había llegado a una notable perfección.
La metalurgia estaba muy avanzada en relación con otros pueblos americanos. Se
explotaba la plata, el oro, el cobre, el estaño y se había descubierto el bronce por aleación.
El ejército. La oficialidad la constituían los nobles y el contingente general se reclutaba
en ayllus no privilegiados. El servicio militar estaba entre las obligaciones de la mita.
Para el dominio de las zonas conquistadas se habían levantado fortificaciones
amuralladas. Los guerreros tenían arcos, lanzas, boleadoras y macanas de piedra o de
metal.
Religión.
La religión oficial del imperio incaico reconocía la existencia de un solo Dios superior,
eterno, personal, todopoderoso, creador de lo existente. Era invocado bajo diversos
nombres (los más difundidos Huairacocha y Pachacámac). El sol -Inti- era solo una obra
de Huairacocha y una real manifestación de su poder. También la luna y los astros
recibían veneración.
Había templos donde los sacerdotes celebraban el culto oficial, poseían numerosos adornos
de oro.
Los sacrificios humanos eran una excepción en el culto incaico. Se practicaban, en cambio,
ofrendas de coca, chicha y hasta animales.
La casta sacerdotal gozaba de privilegios sociales, políticos y económicos. Estaba dividida
en órdenes jerárquicos, cuyo grado superior era el de Ruillac-Humu -Pontífice Real-.
Otros aspectos.
Educación: Solo accedían a ellas los hijos de los nobles o los “curacas”. Los “amautas” eran
los maestros encargados de prepararlos para sus futuras funciones. Se les enseñaban los
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Mayas
El término Imperio Maya es inexacto. Los Mayas no formaron una unidad estable sino
que se agruparon en ciudades independientes, aisladas entre sí y a menudo enfrentadas
entre ellas.
La civilización Maya abarca dos momentos históricos bien definidos:
- Imperio Antiguo (siglo IV al siglo X) extendido por el sur de México, Guatemala y
Honduras. Ciudades principales: Palenque, Piedras Negras, Tikal, Copán. No están
determinadas las causas de la decadencia, aunque probablemente la invasión de los
Toltecas (siglo X) haya motivado el abandono de la región.
- Imperio Nuevo (siglo X al siglo XV) centralizado en la península de Yucatán. Ciudades
principales: Uxmal, Mayapan, Chichen Itzá. Cayeron bajo el dominio de tribus mexicanas
que luego formaron la confederación Azteca.
Caracterización política.
Las ciudades principales estaban gobernadas por un gran jefe -Halach Vinic- cuyo título
era hereditario por línea masculina. De estos jefes dependían las autoridades delegadas -
Vatav- que gobernaban las ciudades menores. En ambos casos había consejos que
asesoraban en los casos difíciles.
El hurto se penaba con esclavitud. En tanto había pena de muerte para el homicidio, el
adulterio y el daño grave.
Caracterización religiosa.
Eran politeístas, creían en premios y castigos después de la muerte. Entre sus dioses más
importantes se destacan Hunab Ku, creador del mundo; Ah Puch, dios de la muerte;
Chack, dios de la lluvia a quien se le ofrecían sacrificios humanos; Itzamná, dios
civilizador que le enseñó a los hombres toda su sabiduría.
Caracterización social.
La sociedad se caracterizó por una estricta división social.
Nobleza. Almenhehoob, constituía el estamento del que provenían funcionarios, sus
familias y miembros destacados del culto.
Pueblo. Macchualoob, se dedicaba a las diversas actividades dentro de la ciudad-estado:
agricultura, cerámica, arquitectura, tejeduría, caza, pesca, etc.
Esclavos. Comúnmente prisioneros de guerra y ladrones condenados a tal condición por la
justicia.
La familia. Era monogámica y la unidad matrimonial estaba protegida por las leyes. No
se casaban entre parientes.
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Caracterización económica.
La economía giraba en torno al cultivo de maíz. El terreno para el cultivo era emparejado
y el sembrado se realizaba con un palo cuya punta era endurecida al fuego.
Además del maíz, cultivaban porotos rojos y negros, ají, zapallo, tomate, mandioca.
Las tareas agrícolas estaban a cargo de los varones. También se dedicaban a la caza y la
pesca.
Si bien construyeron caminos, los mayas desconocieron la rueda y los animales de tiro o
carga.
Caracterización cultural.
Constituyeron la más avanzada cultura prehispánica. Desarrollaron una escritura
ideográfica de base jeroglífica. Contaban con un sistema numérico muy exacto (de base 20,
vigesimal) y conocían el cero.
Desarrollaron conocimientos astronómicos y calendáricos. El tzolkin -calendario
sagrado- tenía 260 días repartidos en trece grupos de 20 días cada uno; el haab -calendario
solar- constaba de 360 días repartidos en 18 grupos de 20 días.
Aztecas
Los aztecas llegaron al Valle de México cuando ya existían pueblos florecientes, a los que
se impusieron en base a su superioridad militar y política aproximadamente en el año
1200.
Culturas predecesoras: culturas medias del Valle de México (1 al 600), Tolteca clásica (600
al 1000), Chichimecas y Toltecas dinásticos (1000 al 1300).
Caracterización política.
El término Imperio Azteca no corresponde con la realidad histórica, los aztecas formaron
más bien una Liga o Confederación. La base de esta la conformaban las ciudades de
Tenochtitlán, Tezcoco y Tlacopán, de la cuales la primera era la capital.
Calpullis o distritos. Los aztecas se hallaban divididos en 20 calpullis, en cada uno se
concentraba un grupo de familias que poseía en común la tierra, con obligación de
trabajarla y defenderla. Cada Calpullis tenía sus Jefes, sus funcionarios, sus guerreros e
incluso legislación propia. La autoridad residía en un teachcauch -comandante militar-
y en un calpullec -jefe administrativo-.
Regiones o provincias. Federación de cinco Calpullis que formaban una provincia que
tenía a su frente un jefe militar noble que dependía del emperador.
Gobierno central de la Confederación Azteca. Tenochtitlán fue su capital, donde residía
el “Jefe Supremo de la Confederación” -Tlatecutli-. Era elegido con carácter vitalicio
mediante el voto de un consejo formado por un representante de cada una de las cuatro
regiones o provincias. No tenía un poder omnímodo. Estaba acompañado de un vice-
emperador llamado Cihuacóatl que lo secundaba y reemplazaba en caso de ausencia.
Había un Tlatocan -Gran Consejo- formado por los representantes de los 20 Calpullis.
Ejercía el poder supremo con funciones amplísimas y jurisdicción total.
Tribus sometidas. Los aztecas se habían extendido sobre pueblos que no formaban parte
de los Calpullis y eran, por lo tanto, ajenos a la Confederación. Estaban gobernados por
jefes aztecas designados por el emperador y debían pagar tributos anuales. Fueron estos
pueblos sometidos los que ayudaron a Hernán Cortez a derrocar a Moctezuma.
Caracterización religiosa.
Conservaban la creencia en un dios único, espiritual, creador y principio de bien,
indivisible e impenetrable. Esta creencia monoteísta inicial había ido cediendo paso a un
complejo politeísmo. Entre las divinidades que recibían culto entre los aztecas figuraba
Huitzilopochtli -colibrí hacia el sur- y Quetzalcóatl -serpiente con plumas-.
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Caracterización social.
Nobleza. Consta de funcionarios, jefes de clanes, sacerdotes, guerreros y propietarios.
Pueblo.
Esclavos. Adquirían su condición por ser prisioneros de guerra, por castigos de robos, por
deudas. No obstante podían recuperar la libertad.
La familia. Era de carácter monogámico, aunque los nobles no tardaron en admitir la
poligamia. El derecho era patrilineal. El aborto, el infanticidio y el adulterio eran
castigados con pena de muerte. Habitualmente el matrimonio se formalizaba dentro del
mismo clan, tenía pues, carácter endogámico. Las familias consanguíneas se agrupaban
en tlaxilacallis los cuales a su vez formaban parte de los Calpullis.
Caracterización económica.
La tierra. En forma general puede afirmarse que la tierra pertenecía al Estado o a
instituciones reconocidas por este. El Calpulli poseía grandes extensiones que entregaba a
cada familia según necesidad, que era la poseedora nominal mientras el Calpulli era el
propietario real.
Cultivos. El principal era el maíz, además se cultivaba ají, zapallo, tomate, frijoles
(porotos) y batata. También cacao y maque y con cuyo jugo se preparaba una bebida
fermentada y embriagante llamada pulque.
Caza. Aves y venados, además de pescado.
Industria. El empleo de los metales se reducía al oro y el cobre, desconocían cualquier tipo
de aleación. El sílex y la obsidiana eran las piedras empleadas habitualmente para la
fabricación de armas e instrumentos domésticos. Tenían talleres para la confección de
tejidos, en los cuales empleaban hilos de algodón o pelos de conejo.
Ejercito. Había guerreros profesionales, con instrucción especial y con escalafón cuyos
grados se ganaban por valor en combate. Empleaban arcos, flechas, lanzas, hondas. Los
mejores guerreros tenían espadas de madera con incrustaciones de obsidiana. Se cubrían
con cascos y escudos. Sus regimientos formaban ordenadamente.
3.- España a fines del siglo XV. Organización Política. Ordenamiento Legal. Los
Fueros. Clases. Fuero Real. La Recepción del Derecho Romano. Las Partidas.
El Ordenamiento de Alcalá. Fuente: (Tau Anzóategui, y otros, 2005).
Organización Política.
En Castilla se estableció la monarquía hereditaria sobre la base del hijo primogénito
varón, o en su defecto, los demás hermanos. Solo en caso de faltar éstos les correspondía a
las hijas.
El rey tenía la facultad de dictar leyes e interpretarlas, exigía el pago de los impuestos
ordinarios, nombraba a los altos funcionarios políticos y los que gobernaban los distritos,
era jefe supremo del ejército, y era por excelencia el encargado de administrar justicia y
de nombrar los funcionarios judiciales inferiores. Sin embargo, el rey debía respetar el
derecho sancionado, al punto que cuando se suscitaba un conflicto con uno de los súbditos,
aquel no podía imponer su voluntad ni imponer su voluntad ni tomar ninguna cosa
disputada, aunque le perteneciera, antes de que el súbdito fuera oído y vencido de acuerdo
con el derecho.
A partir del siglo XIV existió un consejo real como cuerpo reglamentado y con funciones
propias de gobierno y consulta. Con los Reyes Católicos se acentúo la preminencia de los
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letrados en la integración del consejo. El consejo elaboraba la legislación que luego recibía
la sanción del rey y actúo como tribunal judicial de apelación.
El establecimiento de cortes señaló, a partir del siglo XIII, la aparición de un importante
órgano destinado a moderar el poder real. Concurrían a ellas el rey y los altos funcionarios
de palacio, y los “tres brazos”, constituidos por representantes del clero, de la nobleza y del
pueblo. Los últimos designados por ciudades, por elección popular o por sorteo entre un
escogido grupo. El rey podía convocar a solo uno o dos de dichos brazos, pero no había
cortes sin la concurrencia del brazo popular.
El rey debía convocar a las cortes para todos los asuntos de interés general o de gran
trascendencia, aunque no se determinó cuáles eran esos asuntos. La prerrogativa más
importante fue el otorgamiento de impuestos extraordinarios, lo que obligó muchas veces
a reyes en aprietos económicos a otorgar concesiones a los ciudadanos a cambio del voto de
las contribuciones extraordinarias. También era costumbre consultarles en asuntos de
guerra y de paz.
Las cortes recibían el juramento que prestaba el rey, al asumir el trono, de respetar los
fueros, privilegios y libertades otorgados por sus predecesores, rindiendo a su vez al nuevo
rey tributo de fidelidad y vasallaje. Le competía a las cortes entender en lo relativo a la
renuncia al trono y decidir lo concerniente a la tutoría cuando el monarca era menor de
edad.
Las cortes castellanas decayeron paulatinamente porque el mejoramiento hacendístico
hizo innecesaria la obtención de recursos extraordinarios y por otra parte el sistema de
juntas y consejos pareció triunfar en la conducción política del reino en desmedro de
aquel.
No solo existían limitaciones de tipo institucional al poder real, sino también en el fuero
íntimo del príncipe. El origen del poder político, el respeto ético-religioso a un
ordenamiento superior -conocido como derecho natural-, y el mismo derecho sancionado
por los predecesores en el trono, matizaban de un modo muy particular el concepto de
absolutismo, muy distinto del imperante en el siglo XVIII.
El ejercicio del gobierno local estaba a cargo de los ayuntamientos o municipios.
Inicialmente populares e independientes posteriormente alcanzaron un sentido
aristocrático y centralista. La elección popular de los cargos municipales fue sustituida
por la designación real y por la venta de los mismos oficios. Los corregidores nombrados
por el rey tenían como función inspeccionar el gobierno municipal.
Clases.
Entre las distintas clases cabe destacar los fueros tipo, llamados así porque su aplicación
se extendió a distintas poblaciones o porque sirvieron de modelo para la redacción de
reglamentos análogos, y los fueros de frontera, que eran los que regían en poblaciones
situadas en la frontera con el invasor musulmán y en los cuales se solían conceder grandes
privilegios para atraer pobladores.
Las Partidas.
Las Partidas recogen la influencia del derecho romano y del derecho canónico, se
consideran pertenecientes al reinado de Alfonso X (1252-1284), aunque se elaboró a través
de varias redacciones efectuadas en la segunda mitad del siglo XIII y aún en el primer
cuarto del siglo siguiente. Solo tuvo sanción legal en el Ordenamiento de Alcalá y
constituyó la principal fuente legislativa del derecho hispánico hasta la segunda mitad
del siglo XIX.
Constituyó un nuevo avance sobre el sistema foral, sentando la doctrina de que la potestad
de dictar leyes correspondía exclusivamente al rey.
El Ordenamiento de Alcalá.
Las cortes, reunidas en Alcalá de Henares en 1348, sancionaron no solo nuevas leyes, sino,
y esto fue lo fundamental, un orden de prelación legal para la aplicación de los distintos
cuerpos legislativos existentes, combinando el antiguo sistema foral con la más moderna
legislación de raigambre romanista. Quedó establecido que primero debían aplicarse las
leyes sancionadas en Alcalá, luego los fueros vigentes, las Partidas y en último término se
estaría a la interpretación del rey en caso de duda o silencio de las disposiciones citadas.
Los Teólogos y Juristas españoles de los siglos XVI y XVII: Sus doctrinas e influencias.
Los teólogos y los juristas, tuvieron un protagonismo -no solo intelectual y literario- activo
como factores de influencia y de poder en la vida de España. En lo que respecta a América
tuvieron una importancia significativa respecto a dos temas: Los títulos de la Conquista y
las consideraciones conceptuales, filosóficas, sociológicas, políticas y jurídicas que España
debía darle a los nativos americanos.
Los Teólogos.
Francisco de Vitoria.
Nace en 1483. Ingresa a la Orden Dominica y viaja a la Universidad de París donde
permanece 18 años. Vuelve a España después de obtener sus grados en la Sorbona y gana
por concurso de oposición la Cátedra de Teología de la Universidad de Salamanca.
Obras principales.
- Las lecturas, consistían en el dictado de clases.
- Las relaciones, eran conferencias que los catedráticos de la Universidad de
Salamanca tenían la obligación de realizar durante el curso lectivo. En La
Relación de la Potestad Civil da los fundamentos de la organización política de la
comunidad, sostiene que la “Potestas” o Soberanía reside en la comunidad.
Sobre la organización de las relaciones entre Estado y la Iglesia, establece una
distinción entre los órdenes eclesiástico y el civil o temporal. Reconoce la facultad del
Pontífice -por vía directa y ordinaria- en asuntos espirituales, y una intervención
indirecta en asuntos temporales cuando esté en juego un problema de orden espiritual
(posición intermedia entra la cesarista y la teocrática5).
5Posición Cesarista. Los cesaristas harán resaltar el origen natural del poder civil, no conceden importancia
a la donación de Constantino*, que consideran revocable o falsa; entre ellos los franceses ponen especial
empeño en defender que su nación no tiene nada que ver con el Imperio y por lo tanto no rigen sobre ellos
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Analiza la cuestión de las facultades del Pontífice para donar tierras, como así también
para delegar en los Reyes Españoles la organización y predicación de la doctrina; plantea
además la cuestión de cómo convertir a los indios al cristianismo y la posibilidad de que
los nativos se incorporen a las formas, hábitos y usos civilizados.
Divide su argumentación en títulos ilegítimos y títulos legítimos:
Ilegítimos
1) Niega que el Emperador pueda ser el Dueño del Mundo.
2) Niega que el Papa pueda ser “Dominis Orbi”, ya que no ha recibido de Jesucristo
facultad alguna en esa materia.
3) El título que funda la propiedad en el descubrimiento. El hecho del Descubrimiento
no era suficiente para gobernar tierras que podían ser gobernadas legítimamente por otras
autoridades. (Los juristas romanistas de la época sostenían que el descubrimiento, por sí,
daba derechos a la Corona para ocupar y gobernar tierras)
4) Considera ilegítimo como título de conquista la resistencia de los indios a admitir la fe,
con lo que sienta un principio muy importante que es el de la libertad religiosa o de
conciencia.
5) El hecho de que los indios cometían pecados contra naturales, esgrimido como sólo
argumento para justificar el sometimiento, es rechazado por Vitoria diciendo que las
mismas aberraciones se daban en España.
6) Rechaza el argumento de la donación de Dios, ya que este hecho no constaba en ninguna
parte.
Legítimos
1) “Ius Peregrinandi”. Hay un derecho natural de intercambio de los pueblos, ya que los
países no pueden vivir en un estado de aislamiento. Los españoles tenían el derecho de
comunicarse con los habitantes de Indias y si estos impedían el trato natural, había justa
causa de violencia o de guerra.
2) “Ius Predicandi”. Acepta la facultad del Papa para delegar en la corona de Castilla la
predicación del Evangelio. Si el ejercicio de esa facultad era molestado por hechos de
fuerza, determinaba también una justa causa de violencia o guerra.
3) El derecho y deber de amparar a los convertidos si los molestaban en el ejercicio del
Cristianismo.
4) Sostiene que una Nación puede intervenir en otra cuando se violan los principios del
Derecho Natural. Este aspecto era uno de los más sólidos argumentos que teólogos y
juristas esgrimían para dar fundamentación a la Conquista.
5) Por conquista legítima, actuando como aliado de otros pueblos que pidieron ayuda para
defenderse del enemigo vecino.
6) La libre elección de los pueblos con suficiente instrucción.
7) Otro título dudoso era si los indios eran capaces de gobernarse por sí mismos.
derechos tutelares del Papa sobre el Emperador. Franceses y Alemanes buscan supeditar el clero, obispos y
al mismo Pontífice al poder civil, bajo todos los aspectos.
Posición Teocrática. Italia será el hogar propio de los defensores de la teoría teocrática. Se distinguen estos
por supeditar, si atendemos a los más extremistas, todo lo civil y secular a lo religioso y eclesiástico. No es
que intenten suprimir el poder civil, cuyas funciones consideran impropias de eclesiásticos, pero las quieren
subordinadas. Consideran al Papa como señor universal del mundo entero y le conceden una alta soberanía
para señalar las rutas de la justicia humana y divina, para intervenir en lo espiritual y lo temporal sin que
su potestad quede limitada por fronteras ni por diversidad de religión. De aquí nació el derecho a defender
y nombrar Reyes y Príncipes, aunque en la práctica se tuvieran en cuenta las costumbres de las naciones.
De “La Teología y los teólogos juristas españoles ante la Conquista de América”, Dr. P. Venancio D. Carro,
O.P. Segunda Edición. Salamanca 1951.
* Decreto Imperial apócrifo que atribuido a Constantino, según el cual, al tiempo que se reconocía como
Soberano al Papa Silvestre I, se le donaba la Ciudad de Roma y sus alrededores de la misma manera que un
monarca temporal y derechos para intervenir en los asuntos políticos las provincias de Italia y todo el resto
del Imperio Romano de Occidente, así como Grecia, Tracia, Judea, Asia Menor y África. En general los
intelectuales de la edad media no dudaban de su autenticidad, en 1440 el humanista Italiano Lorenzo Valla
demostró que la donación era un “engaño”, oficialmente el papado jamás ha reconocido la falsedad de la
documentación, pero dejó de ser invocado a finales del siglo XV.
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Ha pasado a la historia como el creador del derecho internacional moderno, que sentó por
primera vez los principios que debían regir la comunidad de naciones.
Sostuvo que la incapacidad mental de los indios proviene de su mala y bárbara educación.
Pero no debían ser privados de sus bienes y su libertad por ser irracionales, sino que por
su naturaleza se hallan en la necesidad de ser gobernados por otros. Este gobierno debía
organizarse para el bien y utilidad de los bárbaros y no para provecho de los españoles
(teoría aristotélica).
Domingo de Soto (1495-1560).
Continuador de la doctrina aristotélica. Sostiene que la servidumbre natural que permite
gobernar a personas ignorantes no priva a estas de su libertad, ni sus bienes. Tampoco
puede usarse en beneficio del Señor, sino que debe servir al bien de los incapaces y para
enseñarle buenas costumbres.
Francisco Fernando Vázquez de Menchaca (1512-79), Domingo Bañez (1528-1604).
Fundamentan el respeto y la protección por la persona del indio en el principio evangélico
de “la protección a los humildes e incapaces”.
Francisco Suárez (1548-1627).
Sostuvo que los infieles no podían ser obligados a cambiar de religión porque la Iglesia no
tenía jurisdicción sobre ellos, negando además que hubiera un pueblo tan bárbaro, al cual
hubieran de aplicarse las teorías aristotélicas de la esclavitud natural.
Los Juristas.
Juan López de Palacios Rubio.
Catedrático laico, paradójicamente de mentalidad conservadora. Tomó parte activa en la
redacción de las leyes de Toro.
Sostiene la amplitud de las facultades pontificias que Vitoria había negado, atribuyendo
al Papa jurisdicción respecto a las tierras descubiertas, los indios y sus príncipes
naturales. Divide su exposición en tres temas:
1) Acerca de la naturaleza y alcance de la potestad civil, con posición contradictoria
atribuye al Papa facultades amplísimas de jurisdicción, al tiempo que es defensor de los
privilegios regalistas de los Reyes. Sostiene el derecho de la Corona para proponer
candidatos a los cargos eclesiales vacantes.
2) En cuanto a la relación entre la potestad espiritual y la temporal, sostiene las facultades
de los pontífices para deponer reyes herejes o infieles.
3) En la relación entre la cristiandad y los fieles, reconoce las facultades pontificias para
delegar la predicación de la doctrina cristiana.
Reconoce el derecho natural que los indios poseen sobre sus bienes privados, los que pueden
conservar y aún acrecentar después de su conversión y bautismo. Sin embargo sostiene que
pierden estos derechos naturales cuando son sometidos a través de una justa guerra. El
principio de libertad del indio se mantuvo, a pesar de la opinión de Palacios Rubio, como
un principio permanente e indeleble de las leyes de las indias.
Niega el jurista el derecho natural de los príncipes indios o Caciques sobre sus súbditos,
alegando que los infieles no podían tener jurisdicción en contra de toda la tradición
escolástica.
Gregorio López.
Fue el más importante comentador de la edición de las Partidas, texto de lectura
obligatoria para los juristas americanos, ya que sus glosas eran consideradas una
verdadera doctrina. Se sitúa en una posición intermedia entre Palacios Rubio y los
teólogos de Salamanca.
Sostiene la licitud de la guerra contra los indios si se dan alguna de estas tres causas:
a) Injuria causada por los indios a predicadores y comerciantes.
b) Cuando los Caciques impedían a sus súbditos la conversión al cristianismo en contra de
la libertad de conciencia.
14 | P á g i n a
c) Cuando se realizaban sacrificios humanos que violaban los principios del Derecho
Natural.
Sostiene que la jurisdicción de los reyes españoles se basa en la donación pontificia que
considera lícita. Piensa que es injusta la guerra para extender el cristianismo, ya que
Jesucristo envió a sus discípulos como predicadores y no como guerreros por lo que no es
lícito obligar a recibir la Fe por la fuerza. Nunca justifica la esclavitud del vencido en
guerra.
Los humanistas.
Juan Ginés de Sepúlveda.
Filósofo aristotélico. Su principal obra “Sobre las justas causas de la guerra contra los
indios”.
Distingue entre un derecho natural y un derecho de gentes. Tomó de Cicerón el concepto
de Derecho Natural diciendo que es “una fuerza innata en el hombre y en los animales, es
decir, en todas las criaturas con vida en la naturaleza”.
A los seres racionales -civilizados- les cabe el derecho de gentes. Introduce el tema de la
superioridad cultural y habla del estado de servidumbre natural.
La torpeza del entendimiento y las costumbres inhumanas entre los indios, dan una justa
causa de guerra, es decir que la guerra sería un medio lícito para que los pueblos bárbaros
se incorporen a la civilización.
Para Sepúlveda los indios deben estar bajo una tutela transitoria, llega a la conclusión de
que el título de superioridad cultural y las virtudes propias de los españoles eran una justa
causa de sometimiento.
En la esencia del pensamiento español triunfaron las tesis de Victoria y Bartolomé de las
Casas, pero en la existencia concreta de la legislación, está presente el pensamiento
pragmático de Sepúlveda.
6 Zorraquín Becú
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7Bula Inter caetera. El Papa Alejandro IV del 4 de Mayo de 1493 confió a los Reyes Católicos la
cristianización de las Indias.
Bula Eximiae devotionis de 1501, el mismo pontífice otorga a la corona los diezmos pertenecientes a las
Iglesias de américa
Bula Universalis ecclesiae de 1508, Julio II favoreció a la Corona con el derecho de presentar candidatos
para la provisión de cargos.
Bulas de erección de diócesis indianas del primer cuarto del siglo XVI
P á g i n a | 17
Títulos.
Toda nación que aspira a ejercer su dominio sobre determinado territorio, debe,
naturalmente, tener y exhibir sus títulos legítimos.
El descubrimiento de América (1492) reavivó el problema territorial -entre Castilla y
Portugal-, por lo que la Corona de Castilla se apresuró a solicitar al Papa Alejandro VI
una interpretación clara y definitiva del hecho planteado. No conformó a los Reyes
Católicos la primera bula Inter caetera (3 de mayo de 1493), porque, si bien concedía y
asignaba perpetuamente a los Reyes de Castilla y León y sus sucesores las tierras
descubiertas y a descubrir, siempre que no pertenecieran a otro príncipe cristiano, faltaba
la determinación precisa de la jurisdicción otorgada. De ahí que en la segunda Inter
caetera (4 de mayo de 1493) se determinase que las tierras debían estar al oeste de la línea
imaginaria que corría de polo a polo, y ubicada a 100 leguas de las islas Azores y de Cabo
Verde. Todo ello sin alterar las condiciones y los privilegios otorgados a otros príncipes
cristianos. La donación pontificia recomendaba especialmente la propagación del
cristianismo. Otras bulas posteriores completaron la distribución pontificia del mundo,
pero como aún subsistió la imprecisión territorial, fue necesario un acuerdo directo entre
las partes.
Así, se celebró, el 7 de junio de 1494, entre Castilla y Portugal, el Tratado de Tordesillas.
En lo que respecta al territorio americano, se estipuló que el límite entre ambas
jurisdicciones lo constituiría una línea de polo a polo que debía pasar a trescientas leguas
de las islas de Cabo Verde hacia el poniente.
Sobre el carácter y alcance de la donación pontificia ¿Podía el Papa donar territorios?
¿Tenía poder, para disponer, a favor de príncipes cristianos, de territorios ocupados por
aborígenes? ¿Era una donación territorial perpetua e incondicional o solo una concesión
para la predicación evangélica? La cuestión fue analizada por los teólogos y juristas
españoles del siglo XVI, dando lugar a una polémica de alto vuelo intelectual, que
constituyó un inusual examen de consciencia de la propia nación conquistadora.
La primera exteriorización de este problema teológico-jurídico apareció en 1511 en la voz
del religioso dominico fray Antonio de Montesinos. Su célebre sermón llega a nosotros a
través del testimonio de Fray Bartolomé de las Casas: “Decid, ¿con qué derecho y justicia
tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a los indios? ¿Con que autoridad habéis hecho
tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras, mansas y pacíficas, donde
tan infinitas de ellas con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumado? ¿Cómo los
tenéis tan opresos y fatigados, sin darle de comer ni amarlos en sus enfermedades, en los
excesivos trabajos que le dais incurren y se os mueren y por mejor decir los matáis por
sacarle oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los doctrine y conozcan a su Dios
Creador, sean bautizados, oigan misas, guarden las fiestas y los domingos? ¿Éstos, no son
hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amarlos como a vosotros
mismos? ¿Esto no entendéis, esto no sentís?”
El sermón de Montesinos produjo un gran revuelo, constituyendo el punto de partida
exhaustivo de los títulos españoles en la conquista de las indias.
Para explicar el alcance del poder papal debemos remontarnos a los siglos XIV y XV,
distinguiendo entonces entre dos corrientes ideológicas: la cesarista, que postulaba la
preminencia del poder civil sobre el religioso, y la teocrática, que consideraba al Papa
como señor universal del mundo, como autoridad suprema tanto en el orden temporal
como en el espiritual. La tradición medieval ofrecía en este aspecto varios precedentes de
donaciones territoriales efectuadas por el Pontífice a favor de príncipes cristianos.
En la España del siglo XVI, la primera de esas tendencias no tuvo eco. En cambio, sí lo
tuvo la segunda, donde se inspiraron los teólogos y juristas, que atribuyendo al Papa la
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autoridad necesaria para intervenir en los asuntos temporales, estimaban que la donación
pontificia constituía el mejor título que poseía España para acreditar su dominio sobre el
Nuevo Mundo.
Fue una tendencia media entre aquellas la que mejor sistematizó la cuestión,
especialmente a través de las obras de fray Francisco de Vitoria y fray Domingo de Soto.
Según ellos, el Papa solo tenía la potestad espiritual y no podía intervenir en lo temporal,
salvo que ello fuera necesario para la obtención de fines espirituales. Agregaba de Vitoria
que la jurisdicción del Pontífice se extendía solo a los fieles, sin comprender, por tanto, a
los aborígenes americanos. De acuerdo con esa posición, el alcance de la bula papal
quedaba reducido a la concesión de un derecho para difundir el Evangelio y proteger su
predicación, negándosele valor jurídico como donación temporal. Esta posición obligo a
de Vitoria a un prolijo replanteo del problema de los títulos y dio lugar a una de las más
perdurables construcciones teológico-jurídicas. La tesis de Vitoria tuvo significativa
influencia.
Según de Vitoria los verdaderos títulos españoles se asentaban en la sociabilidad universal
de todos los hombres y naciones. Así decía que los españoles tenían derecho a viajar y vivir
en Indias sin dañar a los naturales, pudiendo comerciar libremente con ellos. Si los indios
impidieran a los españoles el ejercicio de estos derechos, era admisible, luego del fracaso
de las razones y consejos, llegar hasta la guerra.
Reconocía también a los españoles el derecho de predicar el Evangelio, siendo los
naturales libres de aceptar o no sus enseñanzas; pero si estos impedían la prédica,
castigaban o amenazaban a los ya convertidos, podían los españoles, procediendo con
moderación, llegar hasta declararles la guerra. El mismo procedimiento se autorizaba
cuando los príncipes indígenas intentaran, por la fuerza y el miedo, hacer volver a los
indios creyentes a las prácticas idólatras.
Por último, aceptaba -aunque no lo considerase como título de manera absoluta- que los
indígenas no eran tal vez aptos mentalmente para formar y administrar una república,
por lo que los reyes españoles podían tomar a su cargo esa administración para bien y
utilidad de los naturales.
Mientras de Vitoria se empeñaba en sostener que los indígenas eran seres racionales y
debían conservar sus bienes, dignidades y jurisdicciones en sus reinos, no faltaban las tesis
que pretendían justificar el dominio español teniendo precisamente en cuenta la condición
humana de estos seres. Juan Ginés de Sepúlveda, inspirándose en Aristóteles, sostenía que
los hombres rudos y bárbaros nacieron para servir a los mejor dotados, y en caso de
resistencia, cabía obligarlos por las armas. Agregaba que los pecados, torpezas e
impiedades de los infieles justificaban la guerra, y que la conquista previa era el único
medio de propagar la fe entre los indios.
Varios autores de la época también hacían particular referencia a otro título: el derivado
del descubrimiento de nuevos territorios, a los que cabía agregar la ocupación efectiva o
virtual de los mismos. Más que un título frente a los indígenas ocupantes, era un derecho
preferencial oponible a los demás estados europeos.
A su vez, fray Bartolomé de las Casas, sin dejar de insistir en el alcance espiritual del
documento pontificio, reconocía a éste mayor valor jurídico temporal, siendo para él el
título base de la penetración española en América.
La Corona admitió todos los títulos alegados y también buscó soluciones prácticas como el
famoso “Requerimiento”, que fue redactado en 1513 por el doctor Juan López de Palacios
Rubios para ser leído a los indígenas a medida que los conquistadores se enfrentaban a
ellos. En dicho documento se requería a los naturales el sometimiento a la Iglesia y a la
Corona, imponiéndosele severos castigos en caso de negativa. También recurrió la Corona,
en otras ocasiones, y como un medio para reforzar sus tradicionales títulos, a la compra
de derechos sobre territorios en poder de los aborígenes, y aceptó, asimismo, los pactos
voluntarios de sujeción celebrados por los conquistadores con los caciques indios.
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Fines.
A fines del siglo XV y durante el siglo XVI el ambiente que rodeaba a la empresa estaba
insuflado de ideas religiosas y sentimientos caballerescos, que relegaban un poco, aunque
no despreciaban, los objetivos estrictamente económicos.
Sin que implique un orden de preferencia, pueden señalarse los siguientes móviles:
a) La propagación del cristianismo constituía una obligación para la Corona impuesta en
la recordada bula de la donación. No se trataba tan solo de cumplir formalmente con una
obligación contraída. La religiosidad era una parte integral y vital de la vida española.
La invasión y la ocupación de la península por los árabes habían significado una
incitación de tal magnitud, que, apenas expulsados los invasores, la creencia desbordó en
fanatismo religioso y en deseos de propagar la religión, sin cuya existencia era
inconcebible la vida humana.
b) El deseo de aventura.
c) El ansia de riqueza.
d) El mejoramiento o la obtención de un rango social fue el motivo que determinó el viaje
a Indias de quienes se encontraban disminuidos social y económicamente en razón del
mayorazgo8 o pertenecían a clases inferiores. Los títulos, preeminencias y cargos más
adelantados en la administración atrajeron a muchos, que entrevieron así la posibilidad
de obtener lo que en la península le negaban los rígidos estamentos sociales.
e) El interés científico fue también un factor estimulaste en este proceso.
f) Los fines políticos y fiscales perseguidos por la Corona estuvieron también presentes en
este proceso. La formación de un gran Imperio constituyó la ambiciosa meta de los
monarcas españoles, alcanzada en el siglo XVI.
No es aceptable la posición de quienes se empeñan en demostrar la preeminencia de alguno
o algunos de estos fines, con exclusión de los demás.
hostilidad del medio humano. Fue natural para el peninsular enfrentarse con núcleos
indígenas de diferente comportamiento ante el conquistador.
El encuentro con el indígena ofrecía al español la posibilidad de adoptar diversas posturas:
podía utilizarlo como medio de propagación de la fe católica, como simple instrumento de
explotación económica, teniéndolo en servidumbre, y cabía también otras posturas, como
la exterminación del indígena belicoso o la total indiferencia ante el nativo pacífico.
El aspecto humano de la conquista no se redujo a los indígenas, luchas por la
supervivencia y el predominio político entre los conquistadores alcanzaron a veces
características inusuales.
Caracteriza la colonización española el establecimiento de ciudades como base de la
empresa, donde se proyectaba y realizaba la expansión hacia los alrededores, siguiendo un
procedimiento que se había aplicado en la península para las reconquistas del territorio
en poder de los árabes, la creación de la ciudad indiana respondió a un plan de acción ya
determinado por la Corona al señalar las obligaciones de los jefes de las expediciones. La
fundación constituía así un acto necesario y solemne de toda empresa, habiéndose dictado
una minuciosa legislación, que indicaba no solo los lugares del territorio más aconsejables
para el establecimiento, sino también la organización y trazado que debía adoptarse. El
modelo en damero (división cuadricular), en contraposición a las intrincadas formas
medievales, con una plaza mayor, donde se agrupaban los edificios de los poderes civil y
eclesiástico, constituyó el rasgo distintivo de estas fundaciones.
Las ciudades indianas adquirieron gravitación propia, alcanzando algunas elevado rango
y un alto grado de cultura. La explotación rural creció para proveer las necesidades
urbanas, y el trabajo de la tierra fue dejado en manos de las clases inferiores.
La ciudad era apreciada como el lugar más apto para la vida civilizada. Se destacaban las
capitales de los virreinatos y gobernaciones, y las ciudades con universidades.
La colonización tuvo un carácter eminentemente popular. Nutrieron las expediciones
conquistadoras quienes integraban la clase media o aquellos que se hallaban socialmente
desplazados en la península. Numerosos miembros de familias nobiliarias, sin
posibilidades económicas ni sociales en Castilla en virtud del mayorazgo vigente
encontraron también en estas expediciones la oportunidad de satisfacer sus deseos de
mejoras económicas y progreso social. Pero en general, predominó el entusiasmo de clases
populares, y tan solo la aristocracia se sintió atraída con el tiempo, para cubrir los más
altos cargos del gobierno indiano. Se produjo así una transferencia de la civilización
hispana, aunque mitigadas, las distinciones sociales existentes en España.
No fue propiamente, en sus orígenes, en una empresa de Estado, realizada por elementos
regulares y costeada por el Tesoro Nacional. Los crecidos gastos que demandaban las
guerras sostenidas en Europa, la poca confianza que se tenía en los resultados de la
empresa indiana y las dificultades financieras de Castilla fueron las causas que
determinaron la cautelosa política de la Corona en esta materia. La Corona se reservó sin
embargo, la facultad de autorizar los altos fines perseguidos y retribuir a los jefes con una
participación en los resultados económicos y con títulos, cargos y preeminencias.
La Corona demostró un particular interés en la discusión de los problemas atinentes a los
nuevos territorios, al punto que estimuló el libre tratamiento de los mismos y fomentó la
corriente de noticias provenientes de Indias. Dispuso, así que a ningún integrante de las
expediciones conquistadoras se le prohibiese dirigirse directamente al Rey,
proporcionándole informaciones sobre la vida indiana.
2.- Las clases sociales en Indias. Los españoles y los criollos. Los Indios: su
condición jurídica. Las encomiendas. El mestizaje. La esclavitud. Situación de
los extranjeros. Fuente: (Tau Anzóategui, y otros, 2005).
extranjeros no constituyeron una casta, sino un grupo social, tan solo disminuido en su
capacidad jurídica.
Las encomiendas.
Constituyeron una institución básica reguladora de las relaciones entre españoles e
indígenas. Eran al mismo tiempo una manera de organizar el trabajo de los indios, de
obtener su conversión religiosa y de proporcionar mano de obra a los colonizadores. Por
último, representaban una recompensa estimulante para los primeros colonizadores y sus
descendientes. Se daba plenamente en las regiones de gran población indígena y de riqueza
metalífera, como en el Perú y Nueva España, en otras zonas las encomiendas eran a veces
demasiado pobres para mantener a sus beneficiarios.
La institución se había originado en una comprobación experimental: los indios, según
los españoles, eran incapaces de trabajar libremente, siendo necesario ejercer control sobre
ellos, organizándolos en pueblos y grupos regenteados por los principales españoles.
24 | P á g i n a
Contra ellas lucharon denodadamente los defensores de los indígenas como Fray
Bartolomé de las Casas.
Cada encomienda era integrada por un número variable de indígenas, se concedían al
conquistador español a fin de que utilizara sus servicios o percibiera para sí los tributos
que debían abandonar los indígenas a la Corona en señal de vasallaje, asumiendo a su vez
aquél la obligación de brindarles protección, adoctrinarlos y defender con las armas el
territorio.
Las encomiendas se otorgaban por toda la vida del beneficiario, transmitiéndose por
sucesión durante dos, tres y aún cuatro vidas. Aquellas que por el transcurso del tiempo u
otra circunstancia quedaban vacantes se reincorporaban a la Corona y podían ser
nuevamente adjudicadas.
El beneficiario de la encomienda debía reunir ciertos requisitos. Se estableció que serían
preferidos “los descendientes de los primeros descubridores, pacificadores, pobladores y
vecinos más antiguos”. Se exigía, además, la residencia del agraciado, con casa y familia,
dentro del reino o la provincia donde tuviese la encomienda, pues estaba prohibida su
acumulación, aunque fuera por vía sucesoria. A partir de 1542 quedaron excluidos los
funcionarios reales en general, los prelados, las comunidades religiosas o benéficas, los
mulatos y mestizos nacidos ilegítimamente y los extranjeros.
Las encomiendas eran inalienables, indivisibles, irrenunciables y no podían arrendarse
ni ser objeto de transacción, permuta o cesión en pago de deudas. Podían, en cambio,
aportarse al matrimonio por su dote (el sistema no significaba la transmisión del derecho
de propiedad, sino tan solo la concesión de beneficios y cargas establecidos).
Las encomiendas presentaban rasgos distintivos de acuerdo con la clase de indígenas
comprendidos en las mismas. Los grupos nativos que habían conservado su propia
organización y continuaban agrupados en pueblos eran los llamados “mitayos”. Su
denominación prevenía del vocablo “mita”, que significaba el turno para trabajar. No se
innovó la antigua costumbre, y de esta manera la rotación al servicio de los españoles y en
el trabajo en las propias tierras permitía a los indígenas mantener sus pueblos. La
situación del trabajador mitayo se hizo más penosa en la explotación minera.
La mita comprendió al principio la prestación del servicio personal por parte del indígena
al español, pero luego se dispuso, aunque frecuentemente no se cumplió, que debía
pagársele salario o jornal.
Los indígenas que no habían conservado su organización originaria o habían sido
sometidos por la fuerza recibían el nombre de “yanaconas” y vivían en las tierras o casas
de los encomendados en un estado de subordinación más efectivo.
Los abusos cometidos por los encomenderos distorsionaron el orden legislativo; en vez de
satisfacer los fines enunciados, la encomienda sirvió a menudo para saciar el egoísmo y la
sed de riqueza y placeres de muchos conquistadores. Ello dio lugar a enérgicas e insistentes
peticiones a la Corona para modificar el sistema. Fray Bartolomé de las Casas fue uno de
los más vehementes detractores del régimen y se supone que tuvo mucha influencia en la
Ordenanza del 20 de noviembre de 1542 en la que se prohibía la concesión de nuevas
encomiendas, disponiéndose que las existentes se extinguieran con la muerte de sus
titulares incorporándose los indios a la Corona. La medida provocó gran revuelvo en Lima
y México, tres años después fue dejada sin efecto.
En 1601 se dispuso la supresión del servicio de los indígenas, debiéndose contratar a éstos
por un salario o jornal más justo. Aunque fue resistida, esta vez no hubo revocatoria,
aunque es evidente que no fue cumplida en toda su extensión.
Fundándose en necesidades fiscales, la Corona decretó en 1718 la extinción general de las
encomiendas, disponiéndose que las mismas se incorporasen definitivamente a la Real
Hacienda a medida que fallecieran sus poseedores.
El mestizaje.
La forma en que realizaron la conquista y la colonización del Nuevo Mundo condujo a
una mezcla entre las razas blancas e indígenas. Posteriormente la llegada de esclavos
negros, procedentes de África originó nuevamente un cruzamiento racial, conformándose
así, durante la época colonial, una extensa variedad de tipos humanos.
La unión sexual entre los conquistadores y las mujeres indígenas en el momento inicial
de la conquista podría explicarse como una necesidad biológica en atención al escaso
número de mujeres españolas residentes en el Nuevo Mundo. Pero luego, al aumentar
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La esclavitud.
La escasez de brazos al servicio de los españoles para explotar las riquezas del Nuevo
Mundo fue uno de los problemas planteados en el comienzo mismo de la conquista. La
utilización del indígena no pudo satisfacer plenamente esta necesidad, no sólo por sus
discretas aptitudes laborales, sino porque la legislación dictada por la Corona trabó su
libre aprovechamiento. Desechada la idea, practicada en los primeros años, de someter a
los indígenas a la esclavitud, apareció como solución laboral la importación de esclavos
de raza negra. Mientras la Corona evidenció una especial preocupación en la protección
de los indios, en cambio, la indiferencia legislativa fue casi total en referencia al esclavo
negro. La prohibición de introducir esclavos negros en Indias sin autorización del
monarca tuvo principalmente objetivos fiscales y políticos, con mayor interés de percibir
derechos y participaciones en el negocio que de mejorar la suerte o aliviar el trato al infeliz
negro.
Durante el siglo XVI, autorizados publicistas españoles atacaron el régimen de esclavitud,
por considerar que tanto esta condición como el comercio eran injustos e inicuos. Fray
Domingo de Soto, Fray Bartolomé de Albornoz, Fray Bartolomé de las Casas se
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peninsulares e indianos. Todo ello debía ser acreditado con una información ante las
autoridades locales, elevada luego al Consejo de Indias, que resolvía en definitiva.
La necesidad de desarrollar en el Nuevo Mundo algunos oficios y profesiones obligó a la
Corona a conceder “licencias” a operarios extranjeros para pasar a Indias, debiendo prestar
fianza en la Casa de Contratación de que continuarían desempeñando los mismos oficios
en el lugar de radicación.
Por último, y especialmente cuando las necesidades del tesoro real eran apremiantes, se
admitió que los extranjeros residentes clandestinamente en Indias legalizaran su
situación mediante el pago de una contribución que se establecía “en atención al beneficio
que han recibido”. Esa forma de excepción al principio general recibió el nombre de
“composición”, y solo podían acogerse a los beneficios en los lugares de residencia cuando
existía una expresa disposición del rey.
Algunas normas legales limitaron en Indias la actividad de los extranjeros. Así, los que
tuviesen licencia para comerciar no podían internarse en el territorio, debiendo
permanecer en los puertos, y tampoco se les permitía rescatar oro, plata ni cochinilla. Los
extranjeros “compuestos”, a su vez, solo podían comerciar con sus propios caudales en las
provincias donde residiesen, y no podían permanecer en lugares y puertos marítimos.
Para los extranjeros no considerados en las excepciones aludidas, la legislación era
categórica: debían ser expulsados de las Indias. Se daban razones de defensa de la religión,
y también de índole política.
La Iglesia.
Organización eclesiástica.
Al igual que el ordenamiento político, la organización eclesiástica indiana reconocía
diversas divisiones territoriales y diferentes categorías de autoridades y órganos. Se
distinguían así tres grandes organizaciones territoriales: las parroquias, que eran los
pequeños distritos de población española asignados a una iglesia, a cargo del cura párroco;
los obispados o las diócesis, que comprendían un vasto territorio, a cuya cabeza se hallaba
el obispo y los arzobispados, que reunían generalmente varias diócesis, a cuyo frente se
hallaba el arzobispo, quien también atendía su propia diócesis.
Las órdenes religiosas no estaban sujetas a este régimen, sino que tenían su propia
organización, según las particularidades de cada una, aunque fue general el sistema de
dividirse en provincias, con un “superior provincial” a la cabeza, que dependía del “general
de la orden” o de “comisarios” residentes en la península. Esta forma de organización de
las órdenes religiosas no impedía que en algunos casos sus miembros debieran estar
sometidos a la jurisdicción del obispo.
La denominación de “doctrinas”, en cambio, fue reservada para designar la organización
parroquial de los pueblos indígenas que habían asimilado los principios religiosos.
Las órdenes religiosas.
Constituyeron la base de la empresa misional y a su cargo estuvo la tarea inicial. Las cinco
grandes órdenes del siglo XVI fueron: los dominicos, franciscanos, agustinos, mercedarios
y jesuitas. Se caracterizaban estas organizaciones por una rígida vida en comunidad, sus
miembros no podían poseer bienes particulares, tratar ni contratar y estaban sujetos a una
severa disciplina. Unían a estos religiosos los votos de obediencia, pobreza y castidad
consagrados por la regla de su comunidad. De ahí la denominación de “clero regular” con
que se distingue este tipo de comunidades religiosas.
30 | P á g i n a
Clero secular.
Paulatinamente fueron llegando a Indias otros sacerdotes que no pertenecían a órdenes
religiosas y a los cuales tradicionalmente el derecho canónico les otorgaba preferencia en
la provisión de parroquias y curatos. Estos religiosos, que integraban el llamado “clero
secular” y estaban directamente subordinados al obispo tuvieron muy escasa actividad
misionera. Hubo algunos choques entre el clero secular y el regular, especialmente cuando
los primeros pretendieron desplazar por completo a los segundos de las parroquias y
doctrinas. Finalmente la Real Cédula de 1753 dispuso que todas las parroquias se
proveyeran con sacerdotes regulares.
Los clérigos seculares no podían tratar, ni contratar ni explotar minas. Tampoco podían
desempeñarse como alcaldes, abogados, ni escribanos. Podían, sin embargo, poseer bienes,
con libertad de testar.
Diócesis.
Desde principios del siglo XVI la Santa Sede, a pedido de la Corona, fue creando en
América diócesis dependientes del arzobispado de Sevilla. En 1546 se establecieron tres
arzobispados indianos: el de Santo Domingo, el de México y el de Lima. A principios del
siglo XIX el número de arzobispos se había elevado a ocho, y el de obispados era de 38.
Nuestro actual territorio, en su totalidad integró al principio la diócesis de Cuzco, hasta
que Paulo III, en 1547, creo un obispado con sede en Asunción, que comprendía los límites
de la primitiva gobernación del Río de la Plata. En 1570 se estableció otra diócesis con
sede en Santiago del Estero, cuya jurisdicción coincidía con los límites de la gobernación
de Tucumán. En 1699 la sede de este obispado se trasladó a Córdoba.
En 1620, al crearse la diócesis de Buenos Aires, se dividió la extensa gobernación
rioplatense. El nuevo obispado con sede en Buenos Aires comprendía las actuales
provincias de Santa Fe, Corrientes, Entre Ríos, Misiones, Buenos Aires, la región
patagónica, la Banda Oriental y el actual territorio sur de Brasil,
La diócesis del Tucumán fue dividida en 1806, una parte continúo con sede en Córdoba y
fue llamada Córdoba del Tucumán; la otra se estableció en Salta, fue conocida como la de
Salta del Tucumán.
La región de Cuyo, a su vez, dependió del obispado de Santiago de Chile hasta 1807, en que
fue incorporada a la diócesis de Córdoba del Tucumán.
De esta manera, en nuestro actual territorio, al término de la dominación española había
tres diócesis: Buenos Aires, Córdoba del Tucumán y Salta del Tucumán.
Estas diócesis fueron sufragáneas del arzobispado de Lima hasta 1609, en que pasaron a
depender del arzobispado que entonces se estableció en Charcas.
Autoridades eclesiásticas.
El arzobispo, también llamado metropolitano, era la más alta prelacía indiana y tenía, en
consecuencia, la suprema autoridad dentro de la provincia eclesiástica, que reunía varias
diócesis, ejerciendo su poder sobre los obispos sufragáneos.
El obispo -también llamado prelado, ordinario, diocesano- era quien presidía con propia
jurisdicción el gobierno de la diócesis. Todos los fieles, eclesiásticos y seglares le debían
respeto, veneración y obediencia. Tenía a su cargo la administración general de su distrito
y en tal función debía hacer cumplir las resoluciones de los conflictos provinciales y los
sínodos diocesanos, atender a la disciplina eclesiástica, administrar exclusivamente
ciertos sacramentos. El “provisor y vicario general” colaboraba con el obispo en la propia
sede diocesana.
Finalmente, el cura párroco presidía las parroquias, que agrupaban un conglomerado
urbano español. Estaba a su cargo la administración de los auxilios espirituales a los fieles
parroquiales, y también llevaba el registro de los bautismos, matrimonios y entierros.
Órganos eclesiásticos.
Los “cabildos o capítulos eclesiásticos” eran órganos colegiados establecidos en las sedes
episcopales y a los que correspondía velar por el cumplimiento de las disposiciones
canónicas, por la conservación de los derechos de la Iglesia y por el esplendor del culto.
Colaboraban con el obispo en el gobierno diocesano mediante el consentimiento o el
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La predicación religiosa.
La conversión de los indígenas al cristianismo ofrecía un campo propicio al apostolado de
los sacerdotes peninsulares. Las órdenes religiosas fueron las que respondieron a este
estímulo; así es como gran cantidad de frailes llegaron desde las primeras épocas al Nuevo
Mundo, ayudados por la Corona. En cambio, el clero secular no se dedicó ni estuvo
adiestrado para la acción misional, cumpliendo sus tareas más bien en las parroquias de
los españoles.
La actividad misional se resintió también con la crueldad con que muchos conquistadores
trataron a los indígenas, ya sea persiguiéndolos, provocando guerras injustas,
despojándolos o explotándolos.
Se admitió la tesis que propugnaba la predicación pacífica, aunque sin desdeñar el empleo
de la fuerza si ella era necesaria para defender y posibilitar la enseñanza religiosa.
Reconocidas la libertad del indígena y su capacidad jurídica y mental, no se lo podía
imponer por la fuerza el cristianismo ni bautizarlo compulsivamente, aunque cabía
obligarlo a escuchar la predicación del evangelio.
Se admitió, sin embargo, como lícita la utilización de los medios indirectos destinados a
orientar al indígena hacia la nueva religión. Así se persiguió la idolatría, se destruyeron
los templos e ídolos, se prohibieron los sacrificios humanos, se persiguió a magos y
hechiceros, y se restringieron el consumo de bebidas y la práctica de ciertos bailes e
indígenas.
Desde los primeros momentos de la conquista estuvo presente la idea de convertir al indio
en un verdadero apóstol seglar, para que sirviera como agente de la evangelización. De esta
manera, no solo se lograba solucionar el problema que ocasionaba el escaso número de
misioneros para atender a una población indígena numerosa.
distintos resortes administrativos del gobierno indiano, sino por una compenetración con
los fines del Estado, que llevaron a esta situación tan singular: mientras el Estado se
consideraba subordinado a los más elevados fines sobrenaturales, ejercía, empero, sobre
las cuestiones eclesiásticas, una cuidadosa vigilancia, destinada a la preservación de esos
objetivos.
En este medio, la influencia de la Iglesia y de sus sacerdotes era indudable, y se hacía
notar en todos los órdenes de la vida social. En lo político, los prelados ejercían un cierto
control sobre las autoridades reales, ya que sus opiniones e informes al rey eran bien
considerados. No tenían, empero, a su cargo, ningún resorte previsto en los resortes legales.
Desde el punto de vista de gobierno espiritual, no solo tenía la Iglesia una ponderable
gravitación, sino que la regulación jurídica de algunos aspectos importantes le estaba
reservada exclusivamente: el matrimonio, su celebración, disensos y demás cuestiones
anexas.
Desde el punto de vista económico, la Iglesia gozaba de una posición privilegiada por la
gran cantidad de bienes muebles e inmuebles que poseía, y que se acrecentaba
continuamente por las donaciones y los legados que recibían de sus fieles. Ello le permitía
disfrutar de una riqueza considerable que, en gran parte, se destinaba a atender las obras
de enseñanza y de beneficencia que estaban a su cargo (escuelas, colegios, universidades,
hospitales, hospicios, casas de huérfanos).
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Sin embargo, esta idea acerca del origen del poder fue desplazada lentamente a medida
que la figura del Estado alcanzó a diferenciarse de la Comunidad y que surgió una
concepción providencialista del monarca, en el sentido de que por una concesión de Dios
ocupaba el trono.
La Casa de Contratación.
Establecida en Sevilla en 1503, la Casa de Contratación, fue el primer órgano de gobierno
indiano creado en la península. Al principio dependió directamente de los Reyes,
secretarios y asesores, pero gozó de una cierta autonomía que subsistió hasta la creación
del Consejo de Indias en 1524. A partir de entonces quedó subordinada a la dirección
suprema del Consejo, y desde la segunda mitad del siglo también dependió en algunos
aspectos de la Casa de Hacienda.
En un primer momento, la Casa estuvo integrada solo por tres oficiales -tesorero, contador
y factor-, pero a partir del reinado de Felipe II el plantel burocrático aumentó
notablemente. Desde fines del siglo XVI fue posible ya advertir dos grupos de altos
funcionarios: los administrativos propiamente dichos y los jueces letrados que constituían
el tribunal de justicia, denominado Audiencia de la Casa de Contratación.
En sus comienzos, la Casa era solo una autoridad intermediaria y administrativa del
comercio con las Indias, y del apresto y el despacho de flotas, pero paulatinamente a través
del siglo XVI le fueron encomendadas nuevas tareas a medida que surgían los problemas,
entra las principales:
a) El control sobre el comercio con Indias y sobre la organización de las expediciones
conquistadoras, por lo que correspondía llevar el registro de los barcos, licencias
de pasajeros, registro de mercaderías, etc.
b) La atención parcial de algunos intereses fiscales, como llevar el asiento de las
entradas y las salidas de los bienes reales, evitar la importación clandestina del
oro.
c) La administración de los bienes que dejaban los españoles que morían en Indias.
d) El ejercicio de funciones judiciales, civiles y criminales, especialmente las
derivadas de la contratación y la navegación con las Indias y de los pleitos fiscales.
e) El desarrollo de los estudios náuticos
Pese a que solo se extinguió en 1790, a partir del siglo XVIII perdió parte de sus funciones,
languideciendo paulatinamente.
Los Adelantados.
Constituyeron la figura más característica de la etapa inicial de la organización indiana.
La forma en que se realizó la conquista del Nuevo Mundo obligó a la Corona a conceder a
los jefes de las expediciones amplias facultades y privilegios para interesarlos en la
empresa, darles una jerarquía suficiente para reclutar a la gente necesaria para integrar
la expedición. Así nació la función y título de adelantado.
El oficio era de la más alta jerarquía sin alcanzar a tener carácter nobiliario. Era común
conceder el título en forma vitalicia y aún transmitirlo a un heredero. Reunía funciones
gubernativas, militares y judiciales, pero no tenía a su cargo la administración fiscal, que
estaba reservada a los oficiales reales. Estos funcionarios, designados por el rey, junto con
los sacerdotes, ejercían en cierto modo un control, y sus informes a la Corona servían para
aquilatar la conducta de los adelantados.
El adelantado en Indias fue nombrado durante la primera mitad del siglo XVI para
ejercer sus atribuciones en territorios aún no descubiertos o sin poblar. Desde mediados
de ese siglo, ya asentada en su mayor parte la conquista española, desapareció la necesidad
del adelantado, y sus atribuciones pasaron a ser ejercidas por los órganos y autoridades
que conformarían definitivamente el sistema indiano. No se extinguió, sin embargo, el
9 Merced: 1. f. Premio o galardón que se da por el trabajo. 2. f. Dádiva o gracia de empleos o dignidades, rentas, títulos nobiliarios,
etc., que los reyes o señores hacen a sus súbditos. Diccionario de la Lengua Española, RAE.
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título de adelantado, que desde entonces fue simplemente una dignidad otorgada por la
Corona en premio de servicios cumplidos o por cumplir por el beneficiado.
Los Virreyes.
El oficio de virrey para las Indias fue inicialmente otorgado a Cristóbal Colón en las
capitulaciones de Santa Fe (1492). La concesión era amplia, no demasiado clara respecto
de sus atribuciones, y luego se convirtió en hereditaria. Ello provocó largos y numerosos
conflictos, especialmente con el hijo del descubridor, don Diego de Colón, y solo al cabo
de enojosos pleitos, que concluyeron en 1535, se dio término a este singular virreinato.
A partir de entonces la Corona consideró el oficio como la más alta magistratura, pero
dentro de la administración territorial, sujeta directamente al rey y desligada de toda
capitulación. En tal carácter fueron designados los virreyes para Nueva España y Perú. A
mediados del siglo XVIII, las necesidades obligaron a la creación de otros dos virreinatos:
los de Nueva Granada y del Río de la Plata.
Al principio los virreyes se designaban sin plazo fijo, a voluntad del rey, pero desde 1629,
el nombramiento era trienal, aunque podía prorrogarse. Se procuraba elegir a personas
desarraigadas del lugar donde ejercían sus funciones, prohibiéndoseles trasladarse al
mismo con sus hijos, así como toda vinculación con intereses económicos y comerciales en
la región, y para compensar esas privaciones se les dotaba de una excelente remuneración.
Para asegurar la continuidad de su obra de gobierno e informar a su sucesor, el virrey
saliente debía redactar una memoria, en la que se consignaba no solo la actividad
desarrollada, sino también los principales problemas cuya solución requería el concurso
del nuevo funcionario. Era asistido en sus funciones por una secretaría, cuyo número de
miembros creció al desarrollarse la burocracia.
Los virreyes eran, por lo general, además de tales, gobernadores, capitanes generales y
presidentes de las audiencias de sus distritos. De esta manera, se quería significar que,
aparte de su investidura virreinal de orden político, tenían funciones gubernativas,
militares y judiciales, en el distrito donde residían.
Se le concedió al virrey una amplia facultad legislativa, sus órdenes y mandatos debían
cumplirse y ejecutarse sin dilaciones ni consultas previas al rey. Asimismo el virrey tenía
estas otras atribuciones: hacer respetar las leyes protectoras de los indígenas; castigar los
delitos que se hubiesen cometido antes de su gobierno; perdonar los delitos y excesos
cometidos en su jurisdicción; presidir las audiencias de otros distritos dentro del
virreinato cuando se hallase de visita en las mismas, para tratar asuntos de gobierno, sin
entrometerse en los negocios de justicia; abrir caminos y reparar puentes con la
contribución de los que resultasen beneficiados; ordenar el destierro y remisión a España
de las personas, luego de proceso judicial, con envió de la causa al rey.
Además:
a) En su carácter de gobernador ejecutaba las disposiciones reales; dictaba leyes y
ordenanzas locales; efectuaba nombramientos de funcionarios menores e, interinamente,
los de gobernadores de provincias menores, corregidores y alcaldes mayores; atendía a la
sanidad pública; promovía la fundación de ciudades.
En materia de Real Hacienda, debía procurar el aumento y la percepción de las rentas
fiscales, y la clara y diligente administración de las mismas. Le estaba prohibido librar y
gastar fondos de la real hacienda sin especial autorización del rey, salvo casos urgentes en
que solo el virrey podía hacerlo con acuerdo de los oidores y oficiales reales.
En materia eclesiástica, debía guardar y hacer cumplir los derechos y preeminencias del
real patronato y ejercía el denominado vicepatronato.
b) En su calidad de presidente de la real audiencia, ostentaba la representación del rey
como fuente suprema de justicia. Decidía cuestiones de competencia entre magistrados y
ejercía control sobre todos los órganos y autoridades judiciales. No debía intervenir en la
resolución de casos judiciales que no le competían.
c) Como Capitán General, era el supremo jefe militar del distrito. A su cargo estaban el
reclutamiento y la provisión de las tropas, la fortificación del territorio, el sostenimiento
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Los Gobernadores.
A la cabeza de las denominadas provincias mayores y menores se encontraba un
gobernador. Las provincias mayores eran aquellas en las que funcionaba una audiencia,
por lo que el gobernador era además presidente de la misma, a lo que debía agregarse su
función de capitán general. En cambio, las provincias menores, de extensión más reducida
o ubicación menos estratégica, no tenían audiencias y su más alto funcionario era
simplemente gobernador y capitán general.
El origen de su nombramiento influía en la extensión de su mandato y poderes, según
fuesen por capitulación, por designación real, por nombramiento o elección local, o por
compra del oficio.
Todas estas provincias estaban sujetas al mando superior del virrey, a quien debían
consultarle los principales asuntos de cada uno de los distritos y obedecer y cumplir
órdenes. Pero a veces, por prescripción real, algunos gobernadores gozaron de una relativa
independencia. Así, por ejemplo, se ordenó al virrey de Perú que no se entrometiera en el
gobierno del presidente gobernador de Chile, dependiente de aquél, salvo en casos graves y
de mucha importancia. En otras oportunidades fue la enorme distancia la que obró de
separación natural con el jefe del virreinato. Tal es el caso de Buenos Aires, cuyos
gobernadores mantuvieron escaso contacto y dependencia con el mismo virrey de Perú, y
se atuvieron a los resultados de comunicación directa con las autoridades residentes en la
península.
Por regla general, los gobernadores eran nombrados por el rey por un período de tres a
cinco años, aunque frecuentemente no se cumplió con este plazo. No podían casarse sin
licencia real y les estaba prohibido designar parientes suyos en cargos administrativos. Se
les vedaba intervenir en todo tipo de negocios particulares, al ser designados debían
presentar un inventario de sus bienes y otorgar fianza.
En cuanto a las atribuciones, diferían de acuerdo con la categoría de cada uno de los
gobernadores. Así, los denominados presidentes gobernadores tenían, por lo general, las
mismas funciones que se señalaron para el virrey en su carácter de gobernador, presidente
de la audiencia y capitán general, aunque reducidas por su dependencia a éste. Los
gobernadores y capitanes generales de provincias menores, a su vez, tenían análogas
atribuciones, con la lógica reducción del poder que correspondía a su categoría. En
materia hacendística, sus decisiones quedaban supeditadas al virrey o al presidente
gobernador respectivo. Desde luego, al no existir audiencias en su distrito, sus funciones
judiciales eran de menor jerarquía y generalmente se las daba, en este orden, el título de
“justicia mayor”.
su título el de “justicia mayor”, que implicaban funciones judiciales, y a veces también los
de lugartenientes de “capitán general” o “capitán de guerra”, que significaban atribuciones
militares de orden secundario. Se había dispuesto, especialmente, que los pueblos de indios
encomendados fueran puesto bajo la jurisdicción de los corregimientos y alcaldías mayores
más cercanos, debiendo estos funcionarios vigilar el trabajo de los indígenas.
Se nombraron también funcionarios con el nombre de “corregidores” para administrar
algunos pueblos de indios, con el fin de que se constituyeran en protectores de ellos, pero
en la práctica pocas veces se cumplió con este objetivo.
Los alcaldes mayores y los corregidores fueron suprimidos a fines del siglo XVIII, al
establecerse las Intendencias.
Otros Funcionarios.
Tanto en las gobernaciones como en los corregimientos se solía nombrar funcionarios
menores, que recibían la denominación de “tenientes”. Los gobernadores designaban
“tenientes generales”, que cumplían las funciones que aquellos les encomendaban,
desempeñándose en la propia sede de la gobernación. Cuando el teniente era letrado, dice
Zorraquín Becú, directamente desempeñaba las funciones judiciales encomendadas al
gobernador y asesoraba a éste en los asuntos gubernativos. Cuando no lo era, se le otorgaban
indistintamente algunas de las múltiples atribuciones que debía ejercer el superior.
Reemplazaba temporariamente al gobernador en caso de renuncia o ausencia.
Los “tenientes de gobernador”, a su vez, eran designados por el gobernador para ejercer
funciones en las ciudades subalternas de la comarca. Se les delegaban atribuciones
militares y de justicia, por las que recibían los títulos de capitán de guerra y de justicia
mayor, respectivamente.
Los corregidores designaban “tenientes de corregidor”.
Los Cabildos.
Cabildos de ciudad o villa.
Al fundar la ciudad, los conquistadores españoles procedían a la constitución del Cabildo,
dando así una base jurídica al núcleo humano. Este órgano era la unidad local de gobierno
político, y su jurisdicción comprendía no solo el recinto urbano, sino también la zona
rural circunvecina.
Todas las ciudades indianas tenían su cabildo, y también estos existían en las
denominadas “villas”, que eran centros urbanos de menor jerarquía e importancia, pero
con vecindad y jurisdicción separadas de la ciudad.
No había un cuerpo orgánico de leyes destinados a regir la existencia de estos órganos, sino
normas aisladas, a veces sin alcance general, por lo que la organización municipal se basó
en la costumbre y en las ordenanzas para cada cabildo.
Los cabildos indianos, no tuvieron carácter popular, como lo habían tenido los
ayuntamientos castellanos en su esplendor. Representaron un grupo o clase social de los
vecinos de mayor prestigio, que eran los conquistadores y los descendientes. Esta tendencia
aristocrática se mantuvo a principios del siglo XVII, en que, al implementarse el sistema
de venta de los oficios concejiles, se incorporó un nuevo grupo de vecinos.
Tres categorías de personas integraban el cabildo: los alcaldes ordinarios, los funcionarios
especiales y los regidores.
Los alcaldes ordinarios, de primero y segundo voto, eran cargos anuales y electivos. Su
función más relevante era presidir el Cabildo cuando no asistían el gobernador o su
teniente, no pudiendo reunirse el cuerpo si faltaban los dos alcaldes. En caso de ausencia
o muerte del gobernador y su teniente sin dejar reemplazantes, asumían en forma interina
el mando político de la provincia. Individualmente ejercían funciones judiciales en
materia civil y criminal.
Existían funcionarios especiales que participaban de las actividades capitulares con voz y
voto, ocupando lugares prominentes después de los alcaldes y cuyo nombramiento lo
efectuaban el rey, o el gobernador o el propio cabildo, y aún se adquirían en subasta
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pública. Estos funcionarios eran, en orden jerárquico: el alférez real, encargado de portar
el estandarte real en las ceremonias civiles y religiosas, y en las campañas militares; el
alguacil mayor, que debía ejecutar las decisiones judiciales, dirigir la cárcel y mantener
en orden la ciudad; el “provincial de la hermandad”, que tenía a su cargo la vigilancia de
la campaña, así como el conocimiento de los delitos que allí se cometían; el “depositario
general”, encargado de los depósitos judiciales; el “fiel ejecutor”, que debía verificar la
exactitud de los pesos y las medidas empleados en el comercio, atender el abasto urbano y
controlar el cumplimiento de las disposiciones que en este orden había expedido el cabildo;
y el “receptor de las penas de cámara”, que estaba comisionado para recibir las “penas de
cámara” (condenas pecuniarias aplicadas judicialmente a los autores de determinados
delitos), pero cuando este cargo no era cubierto, la percepción la efectuaban directamente
los oficiales reales.
Los regidores eran miembros natos del cabildo y su número variaba entre cuatro y doce.
No era frecuente que todos los cabildos tuvieran los funcionarios especiales detallados, por
lo que algunos de los oficios fueron habitualmente desempeñados por los propios regidores.
Hasta principio del siglo XVII también concurrían al cabildo, con derecho a voto y un
rango superior a los regidores, los oficiales reales.
El fundador de la ciudad tenía, por lo general, la facultad para designar a los alcaldes y
regidores del flamante cabildo. Si bien se ordenó que, a falta de esa designación, fuesen
los vecinos de la ciudad quienes eligieran anualmente a los regidores, pocas veces se
practicó este tipo de elección popular, sino más bien se utilizaron nombramientos directos
por el rey o por el gobernador en base a nómina elevada por el cabildo, elección de los
regidores salientes confirmada por el virrey o gobernador.
Los cargos concejiles debían ser ocupados por vecinos, que eran españoles que habitaban
en el lugar y tenían casa propia y familia. Muchos de esos cargos fueron ocupados por
criollos y en algunos cabildos se solían repartir entre peninsulares y criollos para evitar
recelos.
No podían aspirar a esos cargos: los sacerdotes, los militares en servicio activo fuera de su
habitual residencia, los hijos de familia y los dependientes. Tampoco podían ser elegidos
los oficiales reales, los deudores del fisco, los procesados, los extranjeros, los parientes del
gobernador o de los propios cabildantes y los que tuviesen tiendas o negocios al menudeo
u “oficios viles”.
Los cabildos debían reunirse en las llamadas casas capitulares y tenían las siguientes
funciones:
a) Registro de títulos.
b) Gobierno comunal: distribución de tierras, cuidado edilicio y sanitario de la ciudad, la
conservación e inspección de cárceles y hospitales, el control del abasto, la regulación del
comercio, la fijación de precios y salarios, la protección de los pobres, la atención de la
enseñanza primaria, la organización de fiestas laicas y religiosas, el mantenimiento del
orden público.
c) Asesoramiento y control político. Podían interponer recursos ante la audiencia o el
Consejo de Indias por medidas gubernativas que estimaban inconvenientes.
d) Administración de justicia.
Cabildos provinciales.
Consistían en la reunión de los procuradores de varias ciudades, a fin de tratar y resolver
problemas de interés común. Tuvieron existencia en México y Perú. En nuestra propia
región se celebraron algunos cabildos provinciales en Salta y Tucumán. Debido a que la
monarquía viera en esta institución un posible peligro para su predominio, por la
autoridad que podían ejercer, su vida fue limitada, disponiéndose que no podían celebrarse
sin previa convocatoria del rey o de los gobernantes.
Los cabildos indígenas.
En las Ordenanzas de Alfaro de 1611 y 1612 se estableció la creación de Cabildos
indígenas. Establecía esta ordenanza que para que los indios vayan entrando en la policía
hubiera en cada pueblo un alcalde indígena, perteneciente a la reducción. En caso de
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contar la población con más de 80 casas, se fijaba el nombramiento de dos alcaldes y dos
regidores.
Los alcaldes indios tenían limitadas funciones, solo podían prender delincuentes y buscar
los que lo fueren y traerlos a la cárcel del pueblo español; pudiendo, además castigar con
un día de prisión y seis u ocho azotes al indio que faltare a misa un día de fiesta o se
emborrache o hiciera otra cosa semejante. En ausencia de justicia ordinaria podían
también poner presos a los negros, mestizos y delincuentes. Se dejaba en pie la autoridad
de los caciques para realizar el repartimiento de mitas. A fines del siglo XVIII se agregó
a estos cabildos la autoridad del corregidor español, quien presidía el cuerpo y
representaba al gobernador.
En nuestro territorio solo quedan datos auténticos de dos cabildos: el de Quilmes y el de
la Pura y Limpia Concepción de Itatí. Además en las misiones guaraníes funcionaron en
forma estable y bien organizada numerosos cabildos indígenas. Decretada la expulsión de
los jesuitas estos cabildos desaparecieron paulatinamente.
Los Cónsules.
Para regular las relaciones surgidas del comercio se crearon en España, en los últimos
tiempos de la Edad Media corporaciones de mercaderes denominadas Consulados.
Los consulados regulaban su propia organización y funcionamiento así como los contratos
comerciales y el derecho marítimo. En Indias, los primeros Consulados fueron los de
México (1593) y Lima (1613). Posteriormente se instalaron Consulados en Cartagena
(1725), Caracas (1793), Buenos Aires (1794), Veracruz y Guadalajara (1795).
Cada consulado estaba integrado por un Prior, varios cónsules elegidos por comerciantes
de la ciudad, consiliarios, secretario, escribano, síndico, contador y demás empleados.
El consulado americano actuaba con funciones similares a las de la Casa de Contratación
de España. La competencia del consulado comprendía las siguientes atribuciones:
a) Junta económica. En el ejercicio de estas funciones, el Consulado tenía a su cargo el
fomento de las materias primas y víveres, del tráfico comercial, marítimo, terrestre y de
la industria. La ordenanza de erección del consulado de Buenos Aires, establece que habrá
una junta que procurará “por todos los medios posibles el adelantamiento de la
agricultura, la mejora del cultivo y beneficio de los frutos, la introducción de las máquinas
y herramientas más ventajosas, la facilidad en la circulación interior” proponiendo al rey
las medidas “que le dicte su celo en beneficio de la agricultura, industria y comercio”.
b) Judiciales. El consulado intervenía en primera instancia en todos los asuntos de
carácter mercantil y cuestiones conexas al comercio, mediante un procedimiento breve y
sumario. El fallo podía apelarse ante un tribunal de alzada, integrado por un oidor de la
Audiencia y dos comerciantes del consulado.
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El consulado de Buenos Aires, con jurisdicción en todo el virreinato del Río de la Plata,
se crea por la Real Cédula del 30 de enero de 1794.
La Visita.
Era una inspección ordenada por las autoridades superiores y destinada a controlar el
funcionamiento de los organismos públicos, con cierta amplitud en cuanto a los lugares
donde se realizaba y sin que los funcionarios afectados dejasen de ejercer el cargo. Podían
ser generales (a todo el virreinato o capitanía general) o específicas.
La Pesquisa.
Consistía en el envío de un llamado “juez pesquisador o de comisión”, con el objeto de
investigar e informar sobre alguna grave irregularidad (abuso de funcionarios, alteración
del orden público, comisión de algún gravísimo delito, etc.). Su función se limitaba a
reunir la información, haciendo las veces de un moderno juez instructor, para remitir lo
actuado a la audiencia, que debía fallar en el proceso.
El Juicio de Residencia.
Consistía en un procedimiento destinado a determinar la conducta del funcionario en el
desempeño de su oficio. El objeto del juicio no era solamente el castigo de los abusos o
arbitrariedades, sino que a través de los mismos se exaltaba, si correspondía, la buena
conducta del residenciado, lo que significaba un valioso antecedente para aspirar a
ascensos burocráticos u otras mercedes.
En principio, todos los funcionarios indianos estaban obligados a someterse a residencia
al terminar el desempeño de un oficio, pero podía ser promovida en cualquier momento y
aún fue establecida periódicamente para los oficios perpetuos o permanentes. Se prohibía
ocupar un nuevo cargo sin haberse sometido al juicio por el anterior empleo.
Para sustanciar el juicio se designaba un juez especial, siendo frecuente que tal
designación recayera en el sucesor del residenciado en el cargo. Con posterioridad se
introdujo la costumbre de nombrar tres personas para suplir en orden sucesivo al que no
aceptase el cargo.
Como principio general, el juez residenciador era designado por el presidente del Consejo
de Indias, cuando el oficio era de provisión real, y por el virrey, presidentes y gobernadores
respectivamente, cuando el empleo era provisto por estos funcionarios.
El juicio se tramitaba en el lugar donde el residenciado había desempeñado su oficio y,
en general, se exigía la presencia de aquél, aunque se autorizó ocasionalmente a algunos
altos funcionarios, que debían trasladarse a otras regiones, a designar a un procurador
para que los representase durante la residencia. El juicio comprendía no sólo al
residenciado principal, sino también a otros funcionarios que hubiesen desempeñado
cargos durante el gobierno de aquél.
El juez, una vez llegado al lugar, anunciaba la residencia por edictos en la capital o en
todo el territorio sometido a la jurisdicción del funcionario enjuiciado, invitado a
españoles e indios a presentar sus demandas contra aquél y sus auxiliares dentro de un
plazo determinado.
El juicio constaba de dos partes: una secreta, en la que el juez averiguaba de oficio la
conducta del funcionario, y otra pública, en la que el particular agraviado podía promover
demandas y querellas para obtener satisfacción de los agravios inferidos por el
residenciado, pero debía prestar fianza de pagar una indemnización si no lograba probar
sus acusaciones.
La sentencia debía absolver de los cargos o condenar al residenciado. En este último caso
se imponían diversas penas de acuerdo con la falta cometida y el criterio del juzgador
(multa, inhabilitación popular o perpetua, destierro y traslado). En esta oportunidad se
solía analizar no solo el desempeño del enjuiciado en el oficio, sino también su vida
privada, moralidad y costumbres, cuando los había, los actos meritorios.
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El Derecho Indiano.
Sus características y contenido.
El derecho castellano no pudo ser trasplantado íntegramente al Nuevo Mundo por cuanto
las características geográficas del territorio y las peculiaridades humanas de la empresa
obligaron, desde el momento inicial de la conquista, a dictar normas especiales, que se
conocen bajo la común denominación de “Derecho Indiano”, y comprenden todas las
disposiciones emanadas de las autoridades y los órganos de gobierno, tanto los residentes
en España como los que se hallan en América, incluyendo no solo a los que tenían un
alcance general, sino también a los particulares de cada región.
Las normas contenidas en el derecho indiano estaban especialmente referidas a la
organización política, con diferentes clases de autoridades y órganos; al gobierno
espiritual, que debía armonizarse con los fines de la conquista; al tratamiento del
indígena; al régimen de los descubrimientos y poblaciones; al sistema de armas y flotas; al
comercio y a la legislación marítima; al sistema rentístico.
Otros aspectos legislativos castellanos no requerían, salvo casos especiales, modificaciones
sustanciales. Así, lo referido a la organización de la familia, al matrimonio y al sistema
sucesorio, al régimen de obligaciones y contratos, a los delitos y penas, al procedimiento
en los juicios civiles y criminales.
En consecuencia, al no constituir el derecho indiano propiamente dicho un ordenamiento
jurídico completo, en los casos que no se encontraba allí la norma buscada, debía
recurrirse al derecho castellano, que era así supletorio o subsidiario de aquél.
El derecho indiano procuraba dar soluciones jurídicas a los más variados y complejos
problemas que presentaba la realidad del Nuevo Mundo, en un primer momento aquellas
soluciones no fueron análogas para todas las regiones del vasto continente, por lo que eran
casuistas por excelencia. Paulatinamente se fue tendiendo a una generalización de las
normas y a una creación legislativa de las soluciones jurídicas, que tuvo su mayor
expresión la “Recopilación de 1680”
Si bien el derecho indiano reflejó fundamentalmente los principios de la civilización
europea cristiana, admitió la continuidad de leyes, usos y costumbres indígenas, siempre
que no fueran contrarios a aquéllos.
Jueces capitulares.
Bajo esta denominación se agrupaban aquellos funcionarios que integraban el Cabildo o
recibían su nombramiento de este cuerpo y desempeñaban funciones judiciales.
Los alcaldes ordinarios de primero y segundo voto entendían por turno y en primera
instancia en los asuntos civiles y criminales ocurridos en la jurisdicción de la ciudad y en
su distrito, siempre que dicho asunto no correspondiera a la competencia de un fuero
especial. Sobre los litigantes recaía la obligación de retribuir a los alcaldes el servicio
prestado de acuerdo con el arancel establecido.
La jurisdicción de los alcaldes era acumulativa al de justica mayor, de manera que quien
conocía primero en un pleito excluía al otro.
Los “alcaldes de la Santa Hermandad” conocían los delitos que se cometían en la zona
rural convecina a las ciudades. Su jurisdicción era acumulativa a la de los alcaldes
ordinarios, y la causa se sustanciaba de forma sencilla, sin juicio.
Estos alcaldes de la santa hermandad eran elegidos anualmente por el cabildo y
desempeñaban además funciones policiales y administrativas.
Los fallos de los alcaldes ordinarios y los de la santa hermandad eran apelables al Cabildo
o ante la Audiencia (de acuerdo al monto en litigio). Pero en la práctica generalizada
durante los siglos XVI y XVII era el Gobernador o su Teniente quienes entendían en
dichas apelaciones, especialmente cuando la audiencia se encontraba alejada.
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Jueces Reales.
Dentro de esta categoría se incluyen los distintos funcionarios gubernativos, militares y
hacendísticos de nombramiento real, que tenían las atribuciones judiciales propias de los
oficios que desempeñaban.
El virrey.
En cuanto tal, carecía, en principio de funciones judiciales con el propósito de que abocara
sus esfuerzos a las graves materias que tenía asignadas. Sin embargo, algunas leyes le
dieron facultades especiales. Así, podía conocer en primera instancia en pleitos en los que
interviniesen indios, con apelación ante la Audiencia, facultad escasamente ejercida.
También podía intervenir en procesos criminales contra los oidores, alcaldes y fiscales de
audiencias, y en las causas judiciales sobre la interpretación y aplicación del Real
Patronato, con apelación ante la Audiencia y el Consejo de Indias.
Le estaba encomendado al virrey el ejercicio de una vigilancia superior sobre la
administración de justicia y era el presidente de la Audiencia que funcionaba en la capital
virreinal (sin facultades de intervención en los acuerdos).
Los virreyes del Río de la Plata, a fines del siglo XVIII, tuvieron una más amplia
intervención en materia judicial, dada la modalidad especial que se estableció en ese
virreinato. También ejercieron la jurisdicción en fueros de correos y hacienda.
Gobernador.
Como tal entendía en las llamadas causas de gobierno que eran las de orden contencioso-
administrativo, regidas por el derecho público de la época, así como en los pleitos
particulares, originados por esa legislación (las relativas al cumplimiento de las leyes
protectoras de indígenas, las derivadas del intercambio marítimo -contrabando, delitos a
bordo, etc.-, las vinculadas al comercio de esclavos). Al principio, el gobernador intervenía
personalmente, luego se hizo frecuente su delegación en otro magistrado.
A su vez el “presidente gobernador” agregó a las funciones detalladas, las de presidir la
audiencia establecida en la capital de su distrito.
El “justicia mayor” -casi siempre anexado a las funciones de gobernadores y corregidores-
era, en cambio, quien específicamente estaba encargado de administrar justicia, siendo
competente para intervenir en pleitos civiles o causas criminales, en un mismo grado, con
los alcaldes ordinarios, correspondiendo el conocimiento del asunto a quien primero se
abocara al mismo.
El “capitán general” -título otorgado a los virreyes, presidentes y gobernadores- tenía
competencia exclusiva en primera y segunda instancia en el llamado fuero de guerra. Pero
en la práctica, la primera instancia se sustanciaba ante un militar subalterno. En la
segunda instancia, el capitán general recurría al asesoramiento letrado para dictar su
fallo, que era apelable ante la junta de guerra de las Indias.
Los “oficiales reales” intervenían privativamente en los asuntos del fuero de hacienda, que
eran, sobre todo, las ejecuciones de deudas fiscales y pleitos sobre contrabando. En el
ejercicio de la función judicial, los oficiales reales debían actuar conjuntamente,
formando un tribunal.
Jueces eclesiásticos.
Los jueces eclesiásticos no solamente intervenían en aquellas cuestiones de orden
exclusivamente religioso, sino que, además, estaban a su cargo los juicios en que debían
aplicarse normas canónicas o que directamente interesaban a la Iglesia o sus bienes, salvo
determinadas excepciones.
Competía a estos jueces todo lo relativo al matrimonio (licencias en caso de impedimento,
causas de disenso, oposiciones, esponsales, nulidades, divorcio, alimentos, litis-expensas,
dote, tenencia de hijos).
En cuanto a adulterio, concubinato e incesto, se consideró como de “fuero mixto”, es decir,
que competía al juez ordinario o eclesiástico que primero conociera en la causa. En esa
P á g i n a | 49
misma situación se consideraban los procesos motivados por ataques contra religiosos,
robos de cosas sagradas, exhumación de cadáveres, blasfemias, duelos, sacrilegios, etc.
Las causas de diezmos originaron numerosas controversias a fin de determinar los jueces
competentes, hasta que en el siglo XVIII se constituyeron tribunales especiales.
También se atribuyeron a este fuero las causas civiles y criminales en que fueran parte
religiosos y las sucesiones de los religiosos que hubieran legado bienes a la Iglesia u otras
obras piadosas.
Los religiosos no podían renunciar al privilegio que significaba el fuero, y los jueces
competentes eran, según los casos, los arzobispos u obispos, los provisores o vicarios
generales, los vicarios foráneos y los curas párrocos. Había hasta tres instancias, y desde
el siglo XVII los pleitos terminaban indefectiblemente en Indias, sin apelación ante la
Santa Sede. Para reprimir el eventual abuso que podían cometer estos jueces se estableció
el llamado “recurso de fuerza”, consistente en una queja que el agraviado presentaba ante
la audiencia.
Las audiencias.
Las audiencias ocuparon un lugar de jerarquía no menor al de los virreyes.
No todas las audiencias indianas tuvieron la misma jerarquía. Ello dependía de la ciudad
donde se establecían y de las atribuciones otorgadas.
- Audiencias pretoriales virreinales: funcionaban en la capital de los virreinatos,
presididas por el virrey.
- Audiencias pretoriales: establecidas en la ciudad cabeza de la gobernación, presididas
por el gobernador.
- Audiencias subordinadas: presididas por un miembro del mismo cuerpo.
Las audiencias eran organismos colegiados que tenían, al igual que el virrey, la
representación del monarca en cuyo nombre actuaban. Los miembros de las audiencias
recibían el nombre de oidores, y su número varió entre tres y diez, de acuerdo con la
jerarquía de cada una. La designación era vitalicia, efectuándola directamente el rey. El
oidor tenía sueldo fijo y debía ser graduado en derecho.
Las audiencias fueron creadas no solo para el ejercicio de altas atribuciones judiciales,
sino también con objetivos políticos, de manera que sus funciones podrían ser consultivas,
gubernativas o judiciales.
Se había encomendado directamente a estos órganos que informaran sobre los temas
importantes al rey, como asimismo, que expresaran las quejas que tuvieran contra el virrey
o el presidente del propio cuerpo. Respondían también las consultas que el rey les
formulara.
Esta función correspondió igualmente a las audiencias de menor categoría, aunque se
limitó casi siempre a informar y asesorar al virrey y no al monarca.
Las facultades gubernativas. Conocían en los recursos acordados contra la resolución
tomadas por los mandatarios políticos en materia de gobierno, en la resolución de
conflictos que se suscitaban entre autoridades menores, y en la revisión de los actos
políticos si no eran realizadas con arreglo a las leyes. En ciertos actos de gobierno era
necesaria la acción conjunta de la audiencia y del virrey. En ausencia o imposibilidad del
virrey o del presidente gobernador, las audiencias asumían interinamente las funciones
de aquellos.
50 | P á g i n a
Las facultades judiciales atribuidas a las audiencias las convertían en el tribunal superior
de Indias, donde terminaban indefectiblemente muchos de los pleitos provenientes de
instancias inferiores (competencia por vía de apelación) y donde se resolvían directamente
otras causas especiales (competencia originaria). En el primer caso intervenían en
segunda o tercera instancia en los juicios criminales y civiles de determinada monta y en
los del fuero de hacienda.
La audiencia estudiaba y resolvía los pleitos sometidos a su consideración en dos
instancias procesales: “vista” y “revista”. Producido el primer fallo (vista), las partes
podían solicitar un nuevo nombramiento (revista), que constituía la sentencia definitiva
y contra la cual solo era posible interponer recursos extraordinarios ante el rey. Pero si en
las distintas instancias del proceso se habían producido tres fallos conformes, no cabían
más recursos ni súplicas.
Por competencia originaria las audiencias conocían:
a) en los llamados “casos de corte” (los pleitos en que eran parte los cabildos, los alcaldes
ordinarios, corregidores, oficiales reales y los procesos por delitos gravísimos como la
falsificación de moneda;
b) en las causas criminales ocurridas dentro de las cinco leguas de la sede del tribunal, no
habiendo lugar a recurso alguno contra la sentencia;
c) en los pleitos sobre encomiendas de indios, de valor o renta inferior a mil ducados,
siendo los superiores competencia del Consejo de Indias;
d) en las demandas promovidas contra bienes de los Obispos fallecidos.
Por último, la audiencia resolvía los diversos y frecuentes conflictos de competencia que
se suscitaban entre los funcionarios encargados de administrar justicia.
Jueces mercantiles.
Una de las funciones más importantes atribuidas a los consulados era la de administrar
justicia. A tal fin el tribunal se integraba con el prior y dos cónsules, y debía conocer en
las diferencias y pleitos que se suscitaren entre los mercaderes acerca de cuestiones
atinentes al comercio.
El establecimiento de una jurisdicción especial para esta clase de asuntos respondía a una
antigua aspiración de los comerciantes, que de esta manera podían resolver con sencillez,
en la misma corporación que los agrupaba, sus disputas profesionales.
El fallo del tribunal era apelable ante el llamado juez de apelaciones, que era un oidor de
la audiencia, y debía designar a dos comerciantes del consulado para que lo acompañen en
el conocimiento del recurso.
En las ciudades indianas donde no funcionaban consulados y existía una actividad
comercial que lo requiriera, la jurisdicción mercantil era desempeñada por un “diputado”,
que solía enviar aquel organismo, o por jueces especiales que se designaban por los
comerciantes del lugar.
El protomedicato.
Tenía a su cargo lo relativo al arte de curar, habiéndose conferido determinadas facultades
judiciales para que conociera en los crímenes y excesos que en el ejercicio de sus
profesiones cometieran los médicos, cirujanos, boticarios y demás personas dedicadas a
dicho arte. También intervenía en los juicios criminales y civiles que se suscitaran entre
los profesionales en relación con sus oficios.
El fuero universitario.
Se concedió a los rectores de las Universidades de Lima y México -se extendió luego a
otras, aprobadas por el rey- el ejercicio de un poder disciplinario y jurisdiccional en
asuntos criminales cometidos dentro o fuera del recinto universitario, pero siempre que
fueran concernientes a los estudios.
Quedaron excluidos aquellos delitos en que hubiese pena de “efusión de sangre o
mutilación de miembros u otra corporal”, y también todos los juicios civiles y comerciales.
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2.- La Real Hacienda: concepto y caracteres. Rentas Fiscales: Las regalías, los
monopolios o estancos y los impuestos. Clases. La Recaudación: su
caracterización. El Mercantilismo. El Comercio. El Contrabando. Fuente: (Tau
Anzóategui, y otros, 2005)
La Recaudación: su caracterización.
La recaudación de los recursos de la Corona estaba confiada en su mayor parte a los
llamados “oficiales reales”, que eran designados directamente por el rey y debían dedicarse
exclusivamente a los asuntos hacendísticos. Sin embargo, para algunos ingresos se habían
previsto formas especiales de percepción, y en otros casos se recurrió al procedimiento de
arrendar al mejor postor el cobro de un gravamen o los derechos de un monopolio.
Los oficiales reales gozaban de un sueldo reducido y eran, al principio, cuatro en cada
ciudad importante: un tesorero, un contador, un factor y un veedor, más tarde estos últimos
dos cargos tendieron a desaparecer. Actuaban en conjunto y su responsabilidad era
solidaria. Debido a la orientación centralista con que fue organizada la hacienda, los
oficiales reales gozaron de una relativa independencia. Además de sus atribuciones
específicas, los oficiales reales recibieron funciones judiciales para resolver los juicios en
ese ramo.
La recaudación obtenida se depositaba en la denominada “caja real”, y su custodia estaba
a cargo de los mismos oficiales reales.
Los oficiales reales debían registrar cuidadosamente los ingresos obtenidos y también los
pagos autorizados que habían efectuado. Las cuentas eran sometidas al control de las
autoridades superiores (en principio el Consejo de Indias exclusivamente, luego se
estableció que la tarea estaría a cargo del presidente y dos oidores de la audiencia local, y
no existiendo ésta, del gobernador y dos regidores, sin perjuicio de la revisión final del
Consejo de Indias; en 1605 se crearon tribunales de cuenta en México, Lima y Bogotá).
El Mercantilismo.
Cuando Castilla se lanzó a la conquista y la colonización de las Indias, Europa se
transformaba rápidamente, sacudiendo una sociedad estructurada sobre bases que
parecían inmutables. El fortalecimiento de las monarquías nacionales se había logrado a
expensas del poder feudal. La aparición de la reforma protestante, a su vez, quebraba la
unidad religiosa de Europa, separando de la autoridad espiritual de Roma vastas zonas
del continente.
El espíritu del renacimiento individualista terminaba por dividir profundamente la
sociedad feudal de la que le sucedía. Las nuevas naciones inauguraron una época de duro
egoísmo, en que la preminencia y el éxito solo podían lograrse a costa de la sujeción la
ruina de los otros países.
Acuciados por la necesidad de dotar los flamantes Estados del máximo poder, los estadistas
de esa época consideraron imprescindibles que la economía sirviese a tales fines, y
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El Comercio.
La Corona castellana inspiró sus disposiciones referidas al comercio con Indias en la
doctrina mercantilista en boga, según la cual puerto único y monopolio eran reglas
esenciales.
La Casa de Contratación (1503) fue fundada con el objeto de lograr un absoluto monopolio
de los productos indianos, pero los artículos que se importaron en Indias no facilitaron
este tipo de organización y, por lo tanto, las operaciones mercantiles realizadas por la Casa
fueron mínimas. Guillermo Céspedes dice que solo subsistió respecto del comercio como
órgano de inspección y centralización, persiguiendo principalmente objetivos fiscales.
El comercio estaba reservado a los españoles, si bien Carlos V, con una visión más imperial
en sus alcances o probablemente obligado para con sus banqueros extranjeros en Italia y
Alemania, abrió en 1526 el comercio y los puertos americanos a todos sus súbditos dentro
los dominios de los Habsburgos, pero ya al término de su reinado, y más especialmente
cuando su hijo Felipe II llegó al trono, el comercio con Indias quedó reservado a los
españoles. Fue necesario desde entonces que los comerciantes fuesen españoles de
nacimiento o por naturalización, radicados en la península, y que los barcos que
transportasen las mercaderías también fuesen propiedad de españoles.
Felipe II regló el tráfico por medio del régimen de flotas y galeones, que tenía por objeto
vigilar cuidadosamente el sistema de monopolio español sobre el comercio de Indias y
proteger a las embarcaciones mercantes de los ataques de los piratas. Las flotas salían dos
veces al año desde Sevilla, una hacia Nueva España y otra hacia Tierra Firme. La primera
partía en primavera y se dirigía al golfo de México, llegando a Honduras y las Antillas.
La otra flota partía en agosto con rumbo al golfo de Panamá, llegando a Cartagena, Santa
Marta y algunos otros puntos de la costa norte de América del Sur. Ambas flotas se reunían
en marzo siguiente en La Habana y emprendían juntas el viaje de retorno. Las flotas no
salieron siempre en las fechas indicadas, ni siquiera pudieron ser aseguradas flotas
anuales. Las flotas que se dirigían a Tierra Firme eran portadoras, de regreso, de los
importantes cargamentos de plata peruana, y por eso estuvieron más resguardadas que las
otras. El puerto único privilegiado reconoció dos importantes excepciones: la de Cádiz y
la de Canarias.
No todo el comercio se realizó por medio de grandes flotas, ya que de tiempo en tiempo se
permitía la partida de algún barco solo con destino a Caracas, pagando un impuesto
especial. Era el “registro” de Caracas, seguía la ruta de los galeones y volvía con ellos desde
La Habana. En iguales condiciones se despacharon “registros” a Maracaibo, Puerto Rico,
Santo Domingo, La Habana, Matanzas, Trujillo y Campeche. Con Buenos Aires siempre
hubo un tráfico especial, ya que no llegaban hasta aquí flotas y galeones. Desde el siglo
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XVI hubo navíos de “registro” que partieron para el Río de la Plata. También hubo
concesiones especiales a las provincias para comerciar entre sí, ya que, en general, ese
tráfico estaba prohibido.
El Contrabando.
El contrabando adquirió un volumen inmenso, a despecho de la minuciosa reglamentación
del tráfico con Indias. Floreció tanto en Sevilla y Cádiz, como en los puertos americanos
del mar Caribe y del Río de la Plata, muchas veces con la connivencia de los propios
funcionarios reales, que consentían las maniobras ilícitas e incluso las favorecían,
prestándose a introducir como de uso personal mercaderías que luego vendían en América
con pingües ganancias. Los barcos, en sus viajes de retorno, tocaban puertos franceses,
portugueses e incluso españoles no autorizados, alegando circunstancias de fuerza mayor,
pero en realidad descargaban en ellos sus ricas mercaderías, eludiendo impuestos y tasas.
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través de la razón se debe dominar la naturaleza, y que a partir de seguir las leyes de la
naturaleza aparece entonces la figura del rey. El poder ya no viene de Dios al rey, sino del
pueblo al rey y a través de esa potestad el rey puede gobernar. Todo esto deviene en el
“despotismo ilustrado”, que no es otra cosa que el aggiornamento del absolutismo
monárquico a las nuevas ideas. Tal es así que el lema del despotismo ilustrado es “gobernar
para el pueblo, sin el pueblo”.
Durante el siglo XVIII, y en especial en la segunda mitad, se advirtió en España un afán
renovador que produjo importantes cambios en la vida institucional de la Monarquía,
procurando borrar los rastros de una importante decadencia. Las nuevas ideas,
provenientes de Francia, llegaron en compañía de la Casa de Borbón, que sucedió a la de
Austria. Conviene recordar que Carlos II “El Hechizado”, último monarca Habsburgo,
murió en 1700 sin descendencia, habiendo dejado testamento, por el que llamaba al trono
español al duque de Anjou, nieto de Luis XVI, poderoso rey de Francia, quien llegó a
España en 1700. La Monarquía se vio poco envuelta en una dolorosa guerra, ya que Carlos,
Archiduque de Austria, se sentía con derechos a la Corona española y era apoyado por
varios reinos peninsulares y europeos. La guerra terminó en 1713 con el Tratado de
Utrecht, y Felipe fue reconocido como soberano de España, pero debió resignar sus
derechos sobre la Corona Francesa. Además, España perdió Gibraltar, Italia y los Países
Bajos.
Felipe V (1701-1746) no demostró condiciones sobresalientes, sometido a la influencia de
sus favoritos, solo en los últimos años su reinado. Fernando VI (1746-1759), hijo del
anterior, melancólico y retraído, abandonó los asuntos de Estado en manos del marqués
de Ensenada y de José de Carvajal. Carlos III (1759-1788), hermano de Fernando VI, rey
de las dos Sicilias, llegó al trono ante la ausencia de descendencia directa y fue el monarca
más brillante de la nueva dinastía. Genuino representante del despotismo ilustrado, se
rodeó de ministros de la talla de Aranda, Floridablanca, Campomanes y Jovellanos,
miembros conspicuos de la Ilustración, decididos a emprender la gran reforma que España
necesitaba.
a.2) El Centralismo.
Los organismos que representaban alguna autoridad al margen del rey fueron suprimidos
o relegados de la vida política del reino. Las cortes dejaron de ser convocadas, tan solo se
reunieron seis veces a lo largo de todo el siglo. Los consejos regionales (Aragón, Flandes e
Italia) desaparecieron en 1715, para pasar a incrementar las atribuciones del de Castilla,
que se convirtió en el órgano esencial de la vida política de España.
Este consejo quedó estructurado en tres corporaciones: cámara, consejo propiamente dicho
y sala de alcaldes, además de una escribanía de cámara y de gobierno. Tenía competencia
administrativa y jurisdiccional, además de funciones legislativas. Preparaba y redactaba
órdenes, decretos y reglamentos. Sus “autos acordados”, llamados así por emitirse previo
acuerdo del cuerpo, como sus consultas y demás provisiones, tenían fuerza de ley. Su
presidente era el funcionario de mayor jerarquía en el reino, inmediatamente después del
rey, a quien reemplazaba en caso de ausencia.
En 1714, Felipe V creo cuatro secretarías de despacho que formaron el consejo de gabinete:
eran las de Estado, de asuntos eclesiásticos, de guerra, de Indias y marina, además de una
intendencia universal de hacienda, que luego se transformó en secretaría.
En 1717 se delinearon las atribuciones de la secretaría de Indias con gran mengua para el
Consejo de Indias, ya que la nueva secretaría quedó encargada de los asuntos de hacienda,
guerra, comercio y navegación y provisión de empleos para todos esos ramos. Esta facultad
se amplió en 1754, cuando se le autorizó para proponer al rey los nombramientos de
algunos miembros del Consejo de Indias y de la Casa de Contratación y de otros
funcionarios. Debía además presentar las propuestas para llenar las vacantes eclesiásticas.
La secretaría de Indias fue dividida provisionalmente por Carlos III en 1787 (una de
gracia, justicia y asuntos eclesiásticos; y otra, de guerra, hacienda, comercio y navegación),
hasta que en 1790 se suprimieron ambas, encomendándose los asuntos de Indias a las
demás secretarias de Estado. La desaparición de la secretaría especial para Indias
respondía al propósito de unificar los diversos dominios de la Corona, dándoles una misma
organización y gobierno. Era a la vez el centralismo y deseo de equiparar a las Indias con
España, colocando a aquéllas en un plano de perfecta igualdad.
La aplicación de este régimen fue apreciado de distinta manera por las autoridades
indianas, y en tanto algunas lo consideraban conveniente y oportuno, otras lo atacaron
duramente, pidiendo su abrogación.
De acuerdo con el nuevo ordenamiento, el virreinato rioplatense se dividió en ocho
intendencias:
1. Buenos Aires, la que se denominaba intendencia general del ejército y provincia.
Comprendía además de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes.
2. Asunción del Paraguay, que era, como las restantes, solo intendencia de provincia.
3. Córdoba del Tucumán, que comprendía las jurisdicciones de Córdoba, La Rioja,
Mendoza, San Juan y San Luis.
4. Salta del Tucumán, que abarcaba Salta, Jujuy, Tucumán, Santiago del Estero y
Catamarca, agregándosele en 1807 Tarija.
5. Charcas o Chuquisaca.
6. Potosí.
7. Cochabamba.
8. La Paz.
El Intendente, nombrado directamente por el rey, estaba al frente de cada uno de los
nuevos distritos, y en asuntos importantes y urgentes podía comunicarse directamente con
la Corona por la denominada vía reservada. Dependía directamente del superintendente
subdelegado de real hacienda, funcionario superior residente en Buenos Aires, y en la
cúspide del sistema figuraba el superintendente general de la Real Hacienda, función que
desempeñaba el secretario de Estado o del despacho universal de Indias.
La Ordenanza decía que ha de continuar el virrey de Buenos Aires con todo el lleno de la
superior autoridad y omnímodas facultades que le conceden mi Real Título e Instrucción
y las Leyes de Indias como a Gobernador y Capitán General, pero separado de las funciones
de hacienda.
La Ordenanza otorgaba a los Intendentes las siguientes atribuciones, por medio de cuatro
funciones o causas, como aquella las denominaba:
1. Causa de policía. A través de ella se procuraba el fomento económico y el progreso
material. Los intendentes debían impulsar la agricultura y la ganadería, proteger
la industria, la minería y el comercio; construir y conservar caminos y puentes, y
facilitar su tránsito con medidas de seguridad, transportes adecuados y buena
asistencia a los caminantes; alentar el mejoramiento edilicio; perseguir vagos, etc.
2. Causa de hacienda. La Ordenanza colocaba bajo privativa inspección y
conocimiento de los Intendentes la administración de las rentas reales,
encomendándoles asimismo, la jurisdicción contenciosa en la materia.
3. Causa de justicia. En la capital de cada intendencia, la administración de justicia
civil y criminal era ejercida -aparte de los alcaldes- por un teniente letrado,
nombrado por el rey, quien además era el asesor en todos los negocios de la
intendencia. Las apelaciones de aquellos fallos se sustanciaban ante la audiencia.
Correspondía a los Intendentes vigilar la forma de administrar en su jurisdicción
y el cumplimiento de las leyes correspondientes.
4. Causa de guerra. Se les encomendaba a los Intendentes que cuiden todo lo
correspondiente a guerra que tenga conexión con la Real Hacienda. De esta
manera se buscaba la unificación financiera, pero sin otorgar a los Intendentes
mando militar alguno. Debían atender la subsistencia de la tropa y los demás
gastos militares.
Con variantes funcionales, la nueva figura del Intendente desplazó a la del Gobernador,
pero se dispuso en 1783 que los que se hallaban al frente de las provincias ejercieran la
intendencia, dándoseles a ellos y a sus sucesores el título de “Gobernadores-Intendentes”.
Quedó al margen de la organización de intendencias de gobierno de ciertas regiones
fronterizas. Así, se establecieron “gobernadores político-militares” para los distritos de
Montevideo, Misiones, Moxos y Chiquitos, con atribuciones en materia de gobierno,
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justicia y guerra, pero que dependían de los intendentes en lo relativo a hacienda, sin
perjuicio de su subordinación a la autoridad general del virrey.
El Libre Comercio.
La Situación Económica en el Río de la Plata durante el siglo XVIII.
El siglo XVIII significó el comienzo de la prosperidad económica del Río de la Plata,
impulsada por la demanda creciente de su producción pecuaria y la llegada de importantes
cargamentos de mercaderías. Este comercio de importación satisfacía el mercado interno
hasta agobiarlo, por lo que las mercaderías se reexportaban hacia Chile y Perú. El libre
comercio fundó la prosperidad de esta zona, independizándola de la odiosa tiranía de
Lima y Cádiz. Al compás de su importancia económica, aumenta el valor estratégico de
las colonias, que empiezan, en consecuencia, a ser mejor gobernadas, atendidas y
defendidas.
La zona del Río de la Plata pronto adquirió relevante importancia, no solo económica,
sino también política y militar. Buenos Aires es la mejor base del Atlántico Sur, el más
eficaz vigía sobre la ruta del Estrecho de Magallanes -llave del Pacífico-, y por añadidura,
el mejor punto de penetración al interior del continente sudamericano.
La Paz de París de 1763, que puso fin a la guerra que mantenía España contra Portugal
e Inglaterra, dejó mal guarnecidos los intereses hispánicos en América del Sur. La Colonia
del Sacramento debió ser devuelta a los portugueses, quienes se sintieron fuertes y
emprendieron una permanente campaña de expansión hacia el sur. La creación del
virreinato de Brasil en 1763 y su preocupación por mantener Sacramento, llave del
estuario platense, son pruebas evidentes de sus intenciones. Pero Carlos III estaba decidido
a retener sus dominios americanos e impedir el avance portugués. Inglaterra, aliada con
Portugal desde 1702, constituía otro importante peligro, y sus pretensiones hegemónicas,
como su creciente interés por las posesiones españolas en América, eran bien conocidas.
Acorde con esta idea fue la ocupación de las Islas Malvinas en 1766.
El problema más apremiante parecía ser el lusitano. Portugal reforzó sus guarniciones en
Brasil e invadió territorio español en varias oportunidades, ocupando la costa
septentrional del Río Grande, ante la impotencia del gobernador Vertiz, que falto de
hombres y armamentos nada pudo hacer por impedirlo. Los invasores alcanzaron en 1776
a dominar a San Pedro de Río Grande y se enseñorearon de una vasta zona de la Banda
Oriental. España reaccionó de inmediato, aprovechando que la situación internacional le
era favorable y que contaba con la alianza francesa mientras Inglaterra se encontraba
empeñada en las guerras de independencia norteamericana. Carlos III preparó una
importante expedición militar que confió a don Pedro de Cevallos, militar que conocía
muy bien el territorio en cuestión, pues había sido gobernador y capitán general del Río
de la Plata, desarrollando una exitosa campaña contra los portugueses.
En junio de 1776, Cevallos presentó un detallado informe acerca de las necesidades que
debían cubrirse para el buen éxito de la expedición militar. Decía que quien “fuese
mandado ha de tener, precisamente, con el gobierno y mando militar, el gobierno y mando
político...porque sin él no podrá mover aquellas gentes”; ese mando no solo debía limitarse
a Buenos Aires y Paraguay, sino extenderse también a Tucumán, Potosí, Santa Cruz de la
Sierra y todo el distrito de la audiencia de Charcas. De esta manera podía contarse con
abundantes recursos.
El monarca nada negó a Cevallos. El 1º de Agosto de 1776 lo nombró, además de jefe de la
expedición militar; virrey, gobernador y capitán general de las provincias antes
mencionadas, comprendiendo asimismo su jurisdicción los territorios de las ciudades de
Mendoza y San Juan del Pico, dependientes hasta entonces de Chile.
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El 13 de noviembre del mismo año partió la expedición, que fue todo un éxito. El primer
objetivo fue la Isla de Santa Catalina que fue tomada sin combatir en febrero de 1777; el
3 de junio se rendía la Colonia del Sacramento y cuando Cevallos se dirigía triunfante
hacia Río Grande, recibió órdenes de detener la marcha, pues la Corona había llegado a
un acuerdo con Portugal. Carlos III lograba la posesión definitiva de Colonia del
Sacramento, y los lusitanos, las provincias de Río Grande y Santa Catalina que poco
importaban a los españoles por entonces.
La prosperidad comercial del Río de la Plata fue enorme durante esta centuria, el auge
del comercio superó todas las demás fuentes de riquezas virreinales, la población aumentó
en forma notable. A partir de Cevallos surgieron los “partidos” como nuevos núcleos de
población rural, alcanzando el número de 19 en 1810.
Se extendieron las áreas de cultivo y explotación ganadera, emprendiendo exitosas
campañas contra los indios o instalando establecimientos en la costa patagónica. La
producción de cueros aumentó en forma importante, debido a una demanda cada vez
mayor.
Durante esta época se inició en el Río de la Plata, al amparo de la abundante producción
pecuaria, la industria del “saladero”. Los establecimientos estaban ubicados sobre la banda
oriental del Río de la Plata, a causa de que en la margen occidental las haciendas eran
sumamente caras. Solo en octubre de 1810 se instaló el primer saladero en suelo argentino,
en la ensenada de Barragán.
La cría de mulas constituía otra fuente de riqueza en el Río de la Plata. Se utilizaban en
toda la zona del virreinato y en el transporte hacia el Perú. La habilitación del puerto de
Buenos Aires, sin embargo, desvió el interés de los ganaderos a la cría de vacunos.
La agricultura no tuvo gran auge durante la dominación española en el Río de la Plata.
La falta de cercos que contuvieran el ganado cimarrón, las plagas de animales silvestres
de todo tipo, los enojosos pleitos sobre deslindes de propiedades rurales, los pésimos
caminos que unían las zonas de producción con las de consumo y la falta de brazos fueron
causas que dificultaron el progreso de esta rama de la producción rioplatense. Cevallos,
siguiendo una indicación de la Corona, fomentó el cultivo del cáñamo y el lino, que
estaban exceptuados de todo derecho de exportación a fin de poder ser utilizados en la
península para elaborar lienzos, lonas y jarcias.
En general las ideas fisiocráticas del siglo XVIII alentaron la preocupación de las
autoridades por los problemas agrícolas. No se posee una descripción completa de los
cultivos que se realizaban en el territorio del virreinato durante este periodo, pero existen
estudios parciales:
- En la región de Salta y Jujuy se cosechaban trigo, maíz, caña dulce, arroz, cáñamo,
lino, algodón, añil, vid, papas, fruta y legumbres.
- En Tucumán se levantaban importantes cosechas de arroz, citrus y sandías.
- En Santiago del Estero, la agricultura se encontraba en bastante decadencia por
las prolongadas sequías.
- En Catamarca se cultivaba trigo, maíz, porotos, ají y frutas, además un excelente
algodón.
- En toda la Intendencia de Salta de Tucumán se obtenían excelentes maderas
(quebracho, algarrobo y lapacho).
- En Mendoza se lograban abundantes cosechas de trigo y maíz, asimismo existían
montes de frutales y olivos, y extensos alfalfares.
La industria vitivinícola tenía su asiento en Mendoza y en San Juan, y en general en toda
la región cuyana se lograban vinos y aguardientes de excelente calidad.
Existían plantaciones de tabaco en Salta, Tarija, Yungas, Misiones y especialmente en
Paraguay, y fábricas de cigarrillos en Buenos Aires, La Paz y Cochabamba.
La manufactura rioplatense había alcanzado bastante desarrollo durante el siglo XVII y
la primera mitad del siglo XVIII, al amparo de las dificultades del tráfico con la
metrópoli y de la paralización de la elaboración española. Sobre todo en el interior del
Río de la Plata, la industria, auxiliada por una mano de obra indígena cada vez más
62 | P á g i n a
El reglamento y aranceles reales para el comercio libre de España a Indias del 12/10/ 1778.
Con este Reglamento quedaron abiertos al comercio indiano los puertos españoles de
Sevilla, Cádiz, Málaga, Almería, Cartagena, Alicante, Alfaques de Tortosa, Barcelona,
Santander, Gijón, La Coruña, Palma y Tenerife. En Indias se habilitaron los puertos de
San Juan de Puerto Rico, Santo Domingo, Monte Cristi, Santiago de Cuba, Trinidad
(Cuba), Batabanó, La Habana, islas de Margarita y Trinidad, Campeche, golfo de Santo
Tomás de Castilla y Omoa (Guatemala), Cartagena, Santa Marta, Río de la Hacha, Porto
Bello, Chagre, Montevideo, Buenos Aires, Valparaíso, Concepción, Arica, Callao y
Guayaquil.
El nuevo Reglamento eliminó numerosos impuestos que pesaban sobre el comercio
indiano, conservando tan solo los de almojarifazgo y alcabala. Algunos productos fueron
liberados por completo.
P á g i n a | 63
El comercio quedaba limitado a los españoles, a quienes debían pertenecer las naves, las
que también debían ser tripuladas por españoles, admitiendo que tan solo una tercera parte
de la tripulación estuviera integrada por extranjeros naturalizados.
También se procuraba alentar la producción de barcos en España, proporcionando la
Corona las maderas necesarias.
De esta manera se trataba de estimular el desarrollo comercial en sus distintas fases,
estructurando un concepto de comercio libre que se refería solo a las operaciones
mercantiles dentro de la Monarquía, quedando excluido de este sistema el comercio con el
extranjero.
Belgrano.
Las ideas fisiocráticas imperantes en toda Europa llegaron también hasta América y en
el Río de la Plata prendieron fácilmente, al amparo de la decidida protección que le
prestaba el despotismo ilustrado español. La necesidad del fomento de la agricultura y las
artes útiles, así como la exigencia de la libre circulación de los bienes fueron temas
corrientes en las tertulias de los espíritus selectos del virreinato.
Belgrano, desde el “Correo de Comercio” y con sus “memorias” presentadas al consulado de
Buenos Aires, y Vieytes, a través del “Semanario de Agricultura, Industria y Comercio”
fueron los principales difusores de las nuevas ideas económicas.
Fue Manuel Belgrano quien más hizo por difundir la moderna ideología. Su gestión como
secretario del consulado es bien conocida. Desde allí difundió la concepción fisiocrática
que estaba en boga en Europa, bregando por la jerarquización de las labores manuales y
la agricultura.
Desde su primera “memoria”, leída en 1796, Belgrano lanzó un plan general para
“fomentar la agricultura, animar la industria y proteger el comercio”, porque eran “los tres
importantes objetos que deben ocupar la atención y cuidado” del consulado. Era la
agricultura, a quien Belgrano conceptuaba como “la madre fecunda que proporcionaba
todas las materias primas que dan movimiento a las artes y el comercio”. Propugnaba que,
a fin de obtener su establecimiento, se estableciera una escuela agrícola, se liberase el
comercio de granos, se fomentara la diversificación de cultivos, la aplicación de nuevos
abonos, la selección de semillas, la forestación de algunas zonas, la instalación de un fondo
para beneficio de los labradores. Urgía también la protección a la industria nativa, la
instalación de escuelas de dibujo, arquitectura, primeras letras gratuitas para niños y
niñas, instrucción técnica, comercio y náutica.
A esta prédica, desarrollada desde la tribuna consular, unía Belgrano sus artículos del
Correo de Comercio, donde continuó su obra de difusión de las nuevas ideas económicas.
obtener nuevos mercados en sus propias colonias y en las demás naciones, amigas o no, así
como también en los dominios de éstas. Las invasiones inglesas de 1806 y 1807 fueron parte
de esos planes. Desde allí comenzó una activa penetración clandestina de mercaderías
inglesas, que alcanzaron hasta las zonas más remotas del virreinato.
Los sucesos de Bayona cambiaron fuertemente la posición anglo-hispana, e Inglaterra
dispuso entrar en negociaciones con su nueva aliada, que también enfrentaba la invasión
napoleónica. El 14 de enero de 1809 se firmó con la Junta Central de Sevilla el tratado de
paz, amistad y alianza, que contenía un artículo adicional en el cual las partes se
comprometían a otorgar facilidades mutuas al comercio de vasallos de ambas potencias.
La situación anárquica en que se encontraba España hacía imposible obtener un régimen
uniforme y por ello los ingleses decidieron concertar acuerdos con cada autoridad local,
tanto en la península como en América.
En Buenos Aires, la apertura del puerto al comercio británico y al de toda nación amiga
o neutral fue fruto de una laboriosa gestión, que dio como resultado el reglamento del 6
de noviembre de 1809. El 11 de febrero de 1809 la Junta Central de Sevilla había designado
virrey del Río de la Plata a Baltasar Hidalgo de Cisneros, el cual necesitaba recursos para
asegurar la defensa del territorio. Una solicitud de comerciantes británicos, de introducir
el cargamento transportado desde Irlanda y que no habían logrado vender en Brasil, vino
a proporcionarle la forma de hacerse de recursos, en el marco del artículo adicional del
tratado anglo-español referido anteriormente.
La solicitud de los comerciantes británicos promovió un largo expediente, el virrey giró el
expediente al consulado y al cabildo. El síndico Martín Gregorio Yañiz se expidió en
contra de esa solicitud, argumentando que el mercado ya estaba abarrotado de mercaderías
británicas y que una nueva introducción terminaría por sembrar la ruina de las
manufacturas nacionales. Sin embargo, el cuerpo, luego de oír una memoria del secretario
Manuel Belgrano y del prior se expidió en un todo de acuerdo con el pedido formulado.
El 30 de septiembre de 1809 fue presentada en los autos la “Representación de los
labradores y hacendados de la banda oriental y occidental del Río de la Plata” suscripta
por José de la Rosa, apoderado de los recurrentes. En ella quedó señalada, con la pluma
ágil y combativa de Mariano Moreno, la posición de quienes bregaban por la libertad de
comercio. Argumentaban éstos que la apertura del puerto a las mercaderías inglesas no
perjudicaría a las fábricas de la metrópoli, aunque, debido a la guerra con Francia,
ninguna manufactura llegaba desde los puertos españoles. En cuanto a las industrias
locales, tampoco se verían dañadas, ya que las tiendas ya estaban llenas de productos
extranjeros, a pesar de no haberse abierto el puerto; por otra parte, el ejemplo de la calidad
foránea incitaría a los productores locales a mejorar sus manufacturas para poder
competir con aquélla. Manteniendo el monopolio, tan solo se beneficiarían los
comerciantes contrabandistas, ya que la libertad mercantil atacaría las bases del
contrabando.
que se importasen debían pagar los “derechos de círculo”, que representaban el monto total
de impuestos y tasas que hubiesen tenido que pagar las mercaderías llegadas de España y
exportadas a Buenos Aires, que equivalían aproximadamente al 52% de su valor. Quedaba
prohibida la extracción de oro y plata, amonedados o no, es decir que las diferencias de
los intercambios solo podían ser cubiertas con frutos, no con dinero.
El auto virreinal no satisfizo a los criollos de ideas avanzadas. Tan pesadas eran las
condiciones impuestas a los traficantes extranjeros que los ingleses reclamaron meses
después a la Primera Junta, la que redujo los derechos de exportación y permitió la salida
de plata y oro amonedados.
Pronto se hicieron oír las voces de los que se perjudicaban con la legalización del comercio
extranjero: los comerciantes contrabandistas, los que se encontraban ligados al tráfico
monopolista y los artesanos e industriales del Río de la Plata. Pero nada pudieron hacer
por entonces ante el consenso general en favor de la libre introducción de mercaderías
extranjeras.
La conducción gubernativa.
El absolutismo monárquico, vigorizado a partir del reinado de Carlos III, la posterior
ineficacia y la debilidad del poder efectivo durante la época de Carlos IV fueron factores
que contribuyeron a aflojar el vínculo entre gobernantes y gobernados.
Una de las más sonadas medidas de la primera época de la fue la expulsión de la Compañía
de Jesús (1767). Aunque aparentemente rutinaria, la drástica resolución se constituyó en
un permanente motivo de crítica contra el absolutismo, no solo por la eficaz labor
apostólica y educativa reconocida a los jesuitas, sino también por el ascendiente que ellos
ejercían sobre buena parte de la sociedad indiana. Muchos de los jesuitas desterrados
siguieron vivamente interesados en la suerte de estos territorios, y no faltaron los que se
enrolaron abiertamente en la lucha emancipadora, tal el caso de Juan Pablo Vizcardo
autor de la “Carta dirigida a los españoles americanos por uno de sus compatriotas”,
documento en que se estimulaba a los criollos para luchar por la independencia,
dándoseles las razones que tenían para ello.
También mereció severas críticas la deficiente conducción gubernativa interna y externa
que se exteriorizaba después de la muerte de Carlos III. En este caso, el absolutismo y el
centralismo solo sirvieron para que los negocios fueran confiados por Carlos IV al favorito
Manuel Godoy. En general, se admite que la excesiva centralización fue perjudicial,
especialmente con respecto a Indias, pues fue visible la despreocupación de la Corona en
relación con los problemas indianos, que ya no estaban en manos de autoridades y órganos
especializados, sino que dependían directamente de los ministros del gobierno unificado.
Por otra parte, y como natural resultado de las políticas imperantes, las autoridades
residentes en Indias habían perdido la antigua libertad de acción, convirtiéndose en
simples y obedientes ejecutores de las órdenes emanadas de la península. Al faltar, pues,
la conducción gubernativa de la Corona y al carecer las autoridades indianas de poder
decisorio, los territorios ultramarinos aparecieron abandonados cuando, tal vez, más
necesaria era la existencia de un poder efectivo.
66 | P á g i n a
bajo la protección inglesa, buscando algún príncipe para el reino, o estimulando una
reforma que permitiese el ejercicio del gobierno propio a los criollos o a los españoles
peninsulares arraigados en América.
Muy especialmente a partir de la batalla de Trafalgar (21 de octubre de 1805), la
integridad de la Monarquía fue seriamente amenazada al interrumpirse el intercambio
comercial y las comunicaciones, debido a la destrucción de la marina española y al
excluyente dominio marítimo que a partir de entonces ejerció Inglaterra, su vencedora.
La invasión de Napoleón agravó luego la situación de la península, por lo que esta última
etapa se caracterizó por el aislamiento casi total de las dos partes de la Monarquía.
España, preocupada por su suerte, apenas pudo atender los negocios indianos, a la
integridad territorial y a las continuas y apremiantes necesidades de la defensa militar.
Las provincias americanas, a su vez, debieron enfrentar, sin la dirección y el auxilio
peninsulares, los graves problemas políticos y militares, y sobre todo, la defensa del
territorio. Ello los llevó a ejercer una autonomía de hecho en sus decisiones y a buscar por
sí mismos los recursos financieros adecuados que contribuyó a desarrollar una
personalidad propia e independiente de la Corona.
68 | P á g i n a
La Revolución de Mayo.
Sus antecedentes. Acontecimientos ocurridos en el orden externo e interno.
- En el virreinato de Nueva España se llevó a cabo otro intento separatista encabezado por
Martín Cortés, hijo del conquistador (1564), movimiento que como los anteriores, fue
sofocado, siendo decapitados sus cabecillas, con excepción de Cortés y dos hermanos
bastardos que fueron perdonados.
- En 1591, por el cobro de ciertos tributos, excesivamente gravosos, el pueblo de la Real
Audiencia de Quito se sublevó contra las autoridades españolas con evidente espíritu de
erigir un gobierno sin ataduras a la metrópoli. Debido a la decidida actuación del virrey
de Perú y sus tropas pudo sofocarse la intentona.
A estos alzamientos separatistas provocados por españoles contra su propia patria cabe
añadir los que acaudillaron los criollos:
- El intento de Alfonso Ibáñez en Potosí en el siglo XVII.
- La revuelta de los artesanos de 1730 en Cochabamba, insurreccionados por el maestro
platero Alejo Calatayud.
- La revolución de los Siete Jefes, en Santa Fe, llevada a cabo bajo el gobierno de Juan de
Garay la noche del Corpus Christi de 1580. En dicho movimiento, sus jefes, todos
mancebos, depusieron a las autoridades españolas, traicionados por Cristóbal de Arévalo,
fueron muertos.
Las insurrecciones del sector indígena no fueron menos importantes:
Entre los mayas se produjeron numerosos levantamientos contra los españoles:
- En 1546 aconteció la “revuelta de los hechiceros”
- En 1588, Andrés Cocom encabezó otra revolución en Campeche.
- En 1610 hubo un gran motín en Tekak.
- En 1624 en el pueblo de Saclum los indios se alzaron y dieron muerte al capitán Diego
Mirones y acabaron en el destacamento de tropas que en aquel lugar acampaba.
- En 1761 tuvo efecto en Cisteil acaso el más importante de todos, encabezado por el indio
Jacinto Canec, que se proclamó rey, y como distintivo de su rango se puso en la cabeza la
corona de una imagen que había en la iglesia del pueblo.
En las regiones del Virreinato del Perú tuvieron igual numerosas revueltas que fueron
sofocadas:
- En 1661 se lleva a cabo el levantamiento de Antonio Gallardo, mestizo de hondo arraigo
en la población indígena de La Paz, ciudad a la que tomó por asalto luego de haber muerto
a varios jefes españoles que la defendían. Hasta 1664 se prolongó el estado de conmoción
en toda la zona.
- Similar a este alzamiento fue el acaudillado por Tomás Catari en el Alto Perú, quien, al
frente de los indios de Cochabamba y Charcas, se alzó contra las autoridades españolas. Al
final de la campaña, ya muerto Catari, la población de Chuquisaca fue sitiada por más de
doce mil indios, pero traicionados éstos sus jefes fueron muertos por los realistas.
- En 1780, desde el pueblo de Tungasuca, José Gabriel Condorcanqui, que ha pasado a la
historia bajo el nombre de Túpac Amaru, emprendió la más formidable restauración del
imperio de los incas que se haya realizado. Acaudillando a millares de sus hermanos
indios, sometió a pueblos y ciudades, a guarniciones y a fuertes ejércitos españoles,
proclamando la liberación del pueblo sometido, aboliendo los repartimientos y mitas, y
nombrando los nuevos funcionarios de la administración. Atacó al final Cuzco donde,
debido a su impericia militar, tuvo que retirarse, siendo apresado en su huida, juntamente
con su esposa, Micaela Bastidas, y sus hijos. Todos sus familiares y demás cabecillas
murieron en la horca o en el garrote. Túpac Amaru fue torturado previamente, para luego
ser descuartizado.
La rebelión de Condorcanqui se vio prolongada en sus hijos y amigos. Cristóbal y Mariano
Condorcanqui, hermano e hijo, insurreccionaron extensas regiones, siendo necesario el
envío de fuertes contingentes de tropas para someterlos. Posteriormente Felipe Velasco
Túpac Inca Yupanqui continúo la guerra emprendida contra los españoles levantando a
los pueblos de la provincia de Huarochirí. El 4 de julio de 1783, en la ciudad de Lima,
Yupanqui, preso de los realistas, fue descuartizado como sus antecesores.
70 | P á g i n a
por existir vicios en el consentimiento, debido a haber sido arrancada con coacción y
violencia en el extranjero, y por carecer de capacidad para disponer así de su autoridad.
Fernando, pues -para éstos-, continuaba siendo el rey legítimo de España y América.
Napoleón era considerado como un tirano y su hermano José, como un rey intruso.
La situación despierta el odio popular contra los invasores, motiva levantamientos en las
provincias y la constitución de juntas locales de gobierno para luchar contra los franceses.
Éstas juntas forman posteriormente la “Junta Suprema Central Gobernadora del Reino”
radicada en Aranjuez que fue reconocida en España y en casi toda América -donde
también se establecieron algunas juntas locales- como el órgano supremo y legítimo de
gobierno. Los virreinatos de Nueva España, Perú, Nueva Granda y el Río de la Plata, las
capitanías generales independientes de Cuba, Puerto Rico, Guatemala y Chile, y las
provincias de Venezuela y Filipinas debían designar cada una un diputado. El sistema
electoral era complejo y no llego a completarse antes de la disolución de la Junta. Ante el
avance de las tropas francesas, la Junta Central debió trasladarse de Aranjuez a Sevilla
(diciembre de 1808) y de ésta a Cádiz (enero de 1810), acordando finalmente disolverse y
constituir en su lugar, en la Isla de León, un “Consejo de Regencia”, al mismo tiempo que
toda la península queda en poder de los franceses.
Esas noticias llegan a Buenos Aires produciendo inquietud, especialmente en la clase
dirigente. Cautivo el rey, disuelta la Junta Central y solo vigente el “Consejo de Regencia”,
se conforma un panorama desalentador para América y la posibilidad de caer en poder de
los franceses. España con enormes pérdidas en vidas y bienes, agotada por la intensidad
del esfuerzo y arruinada económicamente, solo puede atender su propia defensa.
Las Cortes declararon el 15 de octubre de 1810 que los dominios españoles en ambos
hemisferios forman una misma y sola monarquía y que sus naturales gozaban de los
mismos derechos. Muchos confiaban por entonces en que la sanción de una esperada
constitución española, en la cual se contemplasen y ratificasen los derechos de los
americanos, sería un instrumento adecuado para sofocar la rebelión en el Nuevo Mundo.
Bajo esas esperanzas se llevaron a cabo los debates que condujeron a la sanción de la
Constitución de 1812, en la que se consagró la igualdad jurídica entre las provincias
peninsulares y ultramarinas. Por la diferente perspectiva con que desde América se
contemplaba la situación, por lo tardío de su sanción o porque las concesiones no
resultaban enteramente satisfactorias, los cierto es que la Constitución fracaso como
prenda de paz y conciliación entre peninsulares y americanos. Se abrió así como único
camino el de la represión armada. Desde comienzos de 1811, en los periódicos peninsulares
se afirmó la necesidad de llevar a cabo una represión contra los focos americanos
insurgentes, criterio que paulatinamente influyó en la opinión pública y en las decisiones
que empezaron a adoptar las Cortes. A fines de 1813 y comienzos del siguiente año, se
consideraba que la única solución era la acción armada. Ésta era la situación al momento
de producirse el retorno de Fernando VII en 1814, que aprovechando su popularidad
declaró nulos y de ningún valor y efectos la Constitución y los decretos de las Cortes, las
que fueron clausuradas, desapareciendo de hecho la Regencia.
Las consecuencias del nuevo brote absolutista repercutieron en América, y si al principio
el retorno de Fernando VII a España significó un notable progreso para la represión
realista en el Nuevo Mundo, en cambio, su escasa flexibilidad y tacto político para
conducir la compleja situación de la Monarquía precipitaron su desmembración,
convenciendo a los criollos de la imposibilidad de continuar dependiendo de la Corona.
Durante el largo reinado de Fernando VII, la casi totalidad de territorios americanos
alcanzó la independencia.
72 | P á g i n a
recién llegados. Juan José Castelli se entrevistó con Beresford para definir la situación,
sin obtener otra promesa que la de requerir instrucciones de Londres. Pueyrredón se
entrevistó con Popham, y quedó convencido de la improvisación de la expedición y la
ninguna garantía que ofrecía a las aspiraciones independentistas. Como consecuencia, este
sector se unió al espíritu general de resistencia.
A pocos días de iniciada la invasión se había producido una alianza de hecho entre todos
los sectores de la población dispuestos a expulsar a los invasores. Fue así como el capitán
de navío Santiago de Liniers, francés al servicio de España, se trasladó a Montevideo a
solicitar al gobernador Ruiz Huidobro fuerzas para reconquistar Buenos Aires;
Pueyrredón se puso a la tarea de organizar tropas irregulares en la campaña bonaerense y
Martín de Álzaga organizaba a los conspiradores dentro de la misma Buenos Aires y
remitía armas a los hombres de la campaña.
La reunión de fuerzas en la Banda Oriental y la concentración de voluntarios en los
alrededores de la Capital se hicieron patentes a los jefes ingleses en los últimos días de
julio. El 1º de agosto una columna de infantería inglesa dispersó a los pocos hombres con
que Pueyrredón la enfrentó, pero el hecho sirvió para demostrar a los ingleses la
imposibilidad de operar sin caballería en un territorio tan extenso.
El 3 de agosto, infiltrándose desde el Delta del Tigre, las fuerzas de Liniers burlaron a la
escuadra británica y desembarcaron en Las Conchas donde se reunieron con los
voluntarios de Pueyrredón. Demorados por las lluvias el 10 de agosto estaban en Buenos
Aires, con sus efectivos multiplicados por la presencia de nuevos voluntarios de la ciudad.
Los jefes ingleses intentaron entrevistarse con Pueyrredón, pero la generalización del
fuego en la mañana del 12 de agosto interrumpió la gestión. Las fuerzas de Liniers
arrollaron a los ingleses hasta el Fuerte donde Beresford izó la señal de capitulación.
Los efectos de la reconquista se hicieron sentir de inmediato. El 14 de agosto se convocó a
un cabildo abierto con el fin de asegurar la victoria obtenida, cabildo que pronto adoptó
formas revolucionarias, pues el pueblo invadió el recinto y exigió que el mando se delegara
en Liniers. Para salvar las formas legales se designó a una comisión para entrevistar al
virrey, que por entonces bajaba a Buenos Aires, la que obtuvo que éste delegara en Liniers
el mando de armas y en el regente de la Audiencia el despacho urgente de los asuntos de
gobierno y hacienda. Por primera vez la población había impuesto su voluntad al virrey,
no sin resistencia de parte de éste. De hecho puede decirse que la convulsión revolucionaria
que culminó en 1810 comenzó con el cabildo del 14 de agosto de 1806.
Otros pasos trascendentes se dieron en Buenos Aires en los días siguientes. Previendo
acertadamente que no cejarían los esfuerzos ingleses por apoderarse del Río de la Plata,
los voluntarios de la Reconquista, con el beneplácito de Liniers, decidieron organizarse
en cuerpos militares. Así nacieron los escuadrones de Húsares, los Patricios, etc. Lo más
importante de la creación de estas fuerzas, más aún que poner en estado de defensa la
ciudad, fue haber creado un nuevo centro de poder: el militar, donde los criollos tenían
notoria gravitación.
Segunda invasión.
En los primeros días de febrero de 1807 los ingleses tomaron Montevideo por asalto. Una
vez más el virrey optó por retirarse, abandonando a su suerte a los defensores, este hecho
provocó una segunda explosión en Buenos Aires.
El 6 de febrero de 1807, una masa de pueblo reunida frente al Cabildo exigió a voces la
deposición del virrey. Se convocó enseguida a un Cabildo abierto en el que se resolvió pedir
a la Audiencia que destituyera a Sobremonte por incapaz. Días después, el 10 de febrero,
Liniers convocó a una junta de guerra que resolvió destituir al virrey, mantenerlo bajo
custodia, entregar a la Audiencia el gobierno civil y a Liniers el mando militar. Todas
estas medidas tomadas a espaldas del depuesto y aun de la misma Audiencia, por un cuerpo
municipal y una junta de guerra, eran totalmente ajenas a la estructura jerárquica del
gobierno colonial, no obstante contaron con el apoyo de varios españoles que juzgaban que
el virrey había faltado a sus obligaciones.
74 | P á g i n a
La caída de Montevideo aumentó los temores por la suerte de Buenos Aires y a la vez los
deseos de quienes eran partidarios de la independencia de España para aprovechar esta
circunstancia para librarse simultáneamente del peligro del ataque inglés y del gobierno
de Madrid.
Con los últimos refuerzos llegados, los ingleses reunieron unos 11.000 hombres. En Buenos
Aires entretanto, el Cabildo y Liniers desplegando una febril actividad reunían unos 8.600
hombres. Los oficiales en su mayor parte habían sido civiles hasta pocos meses antes,
hacendados como Saavedra o profesionales como Belgrano.
El 28 de junio, Whitelocke desembarcó en la Ensenada con 8.400 hombres y avanzó sobre
Buenos Aires. El 2 de julio Liniers fue flanqueado por los ingleses y libró un imprudente
combate en Miserere, donde fue dispersado y estuvo a punto de perderlo todo. Pero los
ingleses solo atacaron la ciudad el día 5, dando tiempo a la defensa a rehacerse. Avanzaron
por las calles sin hacer fuego y enfrentados no solo por las tropas, sino por los habitantes
de toda la ciudad. El resultado fue catastrófico para el invasor, que al caer la tarde, pese
a haber alcanzado la mayor parte de sus objetivos, había perdido 1.000 hombres entre
muertos y heridos y casi 2.000 prisioneros. Whitelocke optó por entrar en negociaciones y
capituló el día 6, comprometiéndose a la evacuación de las dos bandas del Río de la Plata.
La doble victoria hizo nacer un sentimiento de patria y una conciencia de poder. Buenos
Aires se había salvado a sí misma, sin ninguna ayuda de España, ni siquiera de Perú.
La Comuna.
La colonización española se asentó en las poblaciones que se iban fundando y desde ellas
se expandió. En cada centro de población creado se instalaba de inmediato el Cabildo, que
fue el órgano del régimen Colonial más importante en la protección y defensa de los
intereses locales y en la representación de las opiniones de los vecinos. Por eso, no pudo
sorprender el trascendente papel que jugaron en la historia los cabildos abiertos,
francamente rebeldes, que se celebraron en Buenos Aires durante los últimos años de la
dominación española y los que iniciaron y concretaron la Revolución de Mayo.
La Soberanía.
La concentración de todos los poderes en la persona del Rey y la falta de participación del
pueblo en los asuntos de gobierno, fueron características salientes de la monarquía
absoluta española.
Según la concepción de la época, los reinos o Provincias de Indias no formaban parte, ni
unidad con el Estado Español sino que, desde un primer momento fueron incorporados a
la Corona de Castilla bajo dependencia personal del rey.
Por eso, con los sucesos de la “farsa de Bayona” y la instalación de José Bonaparte en el
gobierno español, el rey quedaba de hecho y de derecho imposibilitado de gobernar, no
solo a España, sino también a los reinos y provincias de Indias.
En tales condiciones se produjo la situación jurídico-política que los criollos calificaron
como de “reversión de los derechos de la soberanía al pueblo”, el que debía proveer su propio
gobierno. Esta concepción de los dirigentes revolucionarios encuentra expresión concreta
en:
- La reunión con los jefes militares del 20 de mayo con el virrey Cisneros. En ella
Saavedra negó a aquél el apoyo de sus fuerzas porque habían resuelto reasumir
“nuestro derecho y conservarnos a nosotros mismos. Él que dio autoridad a V.E.
para mandarnos ya no existe. De consiguiente tampoco V.E. la tiene ya...”
- El discurso de Castelli en el Cabildo Abierto del 22 de Mayo al sostener que
habiendo caducado el gobierno soberano de España, se producía “la reversión de
los derechos de soberanía al pueblo de Buenos Aires y su libre ejercicio en la
instalación de un nuevo gobierno”.
- El voto de Saavedra en el mismo Cabildo: “debe subrogarse el mando que obtenía
el excelentísimo señor Virrey en el excelentísimo Cabildo de esta Capital...Y no
quede duda que es el pueblo el que confiere la autoridad o mando”.
- El voto del doctor Antonio Saénz en el citado cabildo abierto: “ha llegado el caso
de reasumir el pueblo su originaria autoridad y derechos”.
- Las actas capitulares del Cabildo del 25 de Mayo de las que surge que el pueblo
reasumió la autoridad que había depositado en el Cabildo.
- La circular del 27 de Mayo de 1810 donde la Junta expresa que el pueblo de Buenos
Aires “manifestó los deseos más decididos porque los pueblos los mismos recobrasen
los derechos originarios de representar el poder...”
La Representación.
La participación del pueblo en los acontecimientos de Mayo no fue una ficción que lo
colocara en la posición simplemente pasiva de aprobar, sin dilaciones, las decisiones del
Cabildo. Lo prueba su permanente preocupación y vigilia siguiendo las alternativas de los
acontecimientos y su participación en los mismos.
Por eso resulta incontrovertible dentro de las circunstancias históricas que se vivían y las
posibilidades que ellas brindaban, en mayo de 1810 se consagró el principio representativo
de origen popular. Como expresión de ese principio podemos citar:
- El ya recordado voto de Saavedra en el Cabildo del 22 de mayo: “Y no quede duda
que es el pueblo el que confiere la autoridad o mando”.
- El acta suscripta por los miembros del Cabildo el 25 de Mayo, de donde resulta que
ante la presentación formulada por un número considerable de vecinos, los
80 | P á g i n a
La República.
Si bien en Mayo de 1810 no hubo una manifestación expresa sobre forma de gobierno, de
las disposiciones adoptadas surgen las características republicanas. Esas características
pueden resumirse en las siguientes: elección popular, división de poderes, periodicidad de
las funciones, responsabilidad de los funcionarios, publicidad de los actos de gobierno:
- Elección popular: El Cabildo Abierto del 22 de Mayo fue un congreso
representativo de la población de Buenos Aires. Sin embargo, el día 23 el Cabildo
empezó a torcer la voluntad del pueblo y quiso burlarla el día 24 con la
organización de la junta presidida por Cisneros. Pero evidentemente la presencia
de Cisneros no complacía al pueblo, que reiteradamente exigió su cesación en el
cargo, como había resuelto el día 22. A pesar de la obstinada resistencia del Cabildo
el 25 de mayo se vio obligado a nombrar la Junta que el pueblo había designado.
- División de poderes: un principio de división de poderes quedó claramente
establecido en los acontecimientos de Mayo de 1810. En efecto, en los reglamentos
del día 24 y 25, se estableció la incompatibilidad de las funciones judiciales y
ejecutivas como resulta del art. 7º que dice: “que los referidos S.S., que componen
la Junta Provisoria quedan excluidos de ejercer el poder judiciario, el cual se
refundirá en la Real Audiencia, a quien se pasarán todas las causas contenciosas
que no sean de gobierno”. Por otra parte, al Cabildo se le reservaban las funciones
legislativas, tales eran: controlar el desempeño de los miembros de la Junta y las
atribuciones impositivas.
- Periodicidad de funciones: no se estableció específicamente cuánto durarían los
miembros de la Junta, pero implícitamente se admitía el principio de periodicidad
en las funciones por las siguientes razones: a) el gobierno elegido el 25 de mayo era
provisorio; b) el cabildo tenía el derecho de reemplazar a sus miembros “con causa
bastante y justificada”; c) los integrantes de la Primera Junta durarían en sus
funciones hasta que el Congreso, formado por los diputados del interior,
estableciera la forma de gobierno que considerara más conveniente.
- Responsabilidad de los funcionarios: la responsabilidad de los miembros del
gobierno patrio aparece especificada en el art. 5 del reglamento del 25 de Mayo,
cuando expresa: “que aunque se halla plenísimamente satisfecho de la honrosa
conducta y buen procedimiento de los S.S. mencionados [los integrantes de la
Junta] sin embargo, para satisfacción del Pueblo, se reserva también [el Cabildo]
estar muy a la mira de sus operaciones, y caso no esperado que faltasen a sus
deberes, proceder a le deposición con causa bastante y justificada, reasumiendo el
Excelentísimo Cabildo para este solo caso la autoridad que le ha conferido el
pueblo”.
- Publicidad de los actos de gobierno: este principio es consecuencia del anterior y
es inherente al sistema republicano. Estaba previsto en el art. 8 del Reglamento
del día 25, que expresa: “que esta misma Junta ha de publicar todos los días primero
del mes un estado en que se dé razón de la administración de la Real Hacienda”.
P á g i n a | 81
El Régimen Federal.
En las jornadas de mayo de 1810, tanto realistas como criollos fueron sostenedores del
principio federalista. Ambos reconocieron los derechos de los pueblos del interior, aunque
con finalidades diametralmente opuestos. Los primeros al oponerse a la cesación del
mando del virrey, tratando de aplazar los acontecimientos con el argumento de que el
pueblo de Buenos Aires carecía de título para resolver la situación y que debía esperar a
que los otros pueblos del virreinato fueran oídos y prestados de conformidad. Los criollos,
por su parte, sostenían que había caducado el poder del monarca y, como lógica
consecuencia, también caducaban las autoridades que era su emanación; por eso a los
pueblos del Río de la Plata correspondía reasumir la soberanía y establecer el gobierno
propio. Pero para los dirigentes revolucionarios el poder que reasumía el pueblo de Buenos
Aires, lo era a título de gestor de negocios y con carácter provisorio, porque así como los
hermanos y amigos pueden tomar legítimamente el negocio ajeno para beneficiar al
ausente o para salvar sus derechos, así una capital o pueblo tiene la facultad o el derecho
de tomar la gestión del asunto ante el peligro común, sin perjuicio de someterse después a
la aprobación de los demás pueblos.
La participación de los pueblos del interior quedó, además ratificada en los manifiestos y
actas del Cabildo y muy especialmente en la circular del 27 de mayo, remitida a los pueblos
por la Primera Junta e incorporación a aquélla de los diputados del interior dando lugar
a la formación de la Junta Grande.
Consolidación de la Revolución.
en contra de la letra y espíritu del Reglamento del 25, ampliaba, aumentaba, el número
de integrantes de la Junta, lo que condujo a la constitución de la Junta Grande como
gobierno ejecutivo y no como congreso.
Reglamento de la Junta.
El 28 de mayo de 1810 la Primera Junta se da su reglamento que constituye el primer
documento de carácter constitucional emanado de un gobierno patrio.
Ese reglamento, en síntesis, regula el funcionamiento de la Junta, clasifica los asuntos
que deben tratarse conforme a su importancia, otorga significación a la seguridad pública
y felicidad del Estado como fines de gobierno y consagra el derecho de petición.
Consta de diez cláusulas entre las que podemos señalar, por su importancia, las siguientes:
a) establece los días, horas y lugar de reunión de la Junta; b) divide en dos departamentos
las funciones del organismo: uno de hacienda a cargo de Juan José Passo; y el otro de
gobierno y de guerra, para el que designa como titular a Mariano Moreno; c) dispone que
en los decretos de sustanciación, contestaciones dentro de la Capital, asuntos leves y de
urgente despacho, bastará la firma del presidente de la Junta autorizada por el respectivo
secretario; d) establece que en los negocios que deban decidirse por el Organismo, éste
estará formado por cuatro vocales y el presidente, pero que en los asuntos de interesantes
de gobierno deberán concurrir todos los integrantes; e) determina el tratamiento que se
dará a la Junta, los honores que le corresponden a ella y a su Presidente en carácter de tal;
f) dispone que el cuerpo ejerza el derecho de Patronato como lo hacía el virrey; g) consagra,
en su art. 10, el primer derecho individual de nuestra legislación: el derecho de peticionar
a las autoridades; h) da participación al pueblo en todo lo que conduzca a la seguridad
pública y la felicidad del Estado.
hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que se le debe, nuevas ilusiones sucederán
a las antiguas, y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez
nuestra suerte mudar de tiranos, sin destruir la tiranía.”
En la introducción del decreto de supresión de honores se encuentran reflexiones que
afirman el ideario revolucionario, propugnan reformas sustanciales y profundizan la
concepción de una república independiente. De ese prólogo surgen consideraciones como
éstas:
a) La libertad efectiva como facultad esencial para el goce de los demás derechos: “La
libertad de los pueblos no consiste en palabras, ni debe existir en los papeles
solamente. Cualquier déspota puede obligar a sus esclavos a que canten himnos de
libertad...”
b) La igualdad ante la ley como condición imprescindible para asegurar la libertad:
“Si deseamos que los pueblos sean libres, observemos religiosamente el dogma
sagrado de la igualdad”.
c) La Constitución del Estado debe ser “justa y liberal”: porque “de únicamente a las
virtudes el respeto que los tiranos exigen para trapos y galones”.
d) Se declara contrario a la tiranía, encomendando al uso y práctica de los derechos
por el pueblo la protección de ellos: “es pues, un deber nuestro disipar de tal modo
las preocupaciones favorables a la tiranía, que si por desgracia nos sucediesen
hombres de sentimientos menos puros que los nuestros, no encuentren en la
costumbre de los pueblos el menor apoyo para burlarse de sus derechos”.
e) Sienta principios republicanos: declara la igualdad como derecho fundamental;
emplea los términos ciudadanos y conciudadanos en reemplazo de súbdito;
reafirma los derechos del pueblo; fija el bien general como finalidad de gobierno;
destierra los honores a los gobernantes; establece la responsabilidad de los
magistrados y funcionarios públicos.
84 | P á g i n a
El proceso que llevó a la Independencia de nuestro país, no fue aislado, sino que se dio en
el marco de una gesta continental, existiendo tácticas y estrategias en común, sin dicha
coordinación la independencia no habría sido posible.
También se encuentran causas comunes en todos los países: las reformas borbónicas, la
difusión de las nuevas ideas y las diferencias existentes entre españoles peninsulares y
criollos en detrimento de éstos últimos.
Este proceso inicia aproximadamente en 1808 cuando cae la Monarquía española en
manos de Napoleón y culmina en 1824 cuando se da la última gran batalla en Ayacucho,
tras la cual España solo conservó por algún tiempo Puerto Rico y, hasta principios del
siglo XIX la isla de Cuba.
Los movimientos revolucionarios en hispanoamérica, desconocieron al Consejo de
Regencia, reasumieron la soberanía destituyendo a las autoridades existentes y
constituyeron juntas, destinadas a preservar los derechos de Fernando VII, a quien
juraron fidelidad. Éstas asumieron provisionalmente el poder supremo en sus respectivas
jurisdicciones. La actitud adoptada despertó resistencias en las autoridades españolas en
razón de apartarse de la tónica imperante en la península y desencadenó poco después la
represión militar.
No prosperó en América la tesis predominante en España de que todas las provincias y
reinos de la Monarquía constituían una Comunidad y, en cambio, se impuso en la práctica
la división en tantas unidades como divisiones administrativas habían en el vasto
continente.
La guerra de emancipación se planteó en proyección continental, de la misma manera que
se esbozaba la represión militar realista. No era posible ni para unos ni para otros
conformarse con un triunfo parcial, ni detener la marcha de los ejércitos en alguno de los
límites administrativos del convulsionado continente. Cada región sabía, positivamente
que la suerte de su vecino era la suya propia.
Asimismo, en las excolonias hispánicas existieron también tensiones comunes: moderados
ante revolucionarios, centralistas ante federales y entre monárquicos y republicanos.
Las colonias de Portugal se organizaron en un solo Estado, el inicialmente Imperio de
Brasil (hoy República); mientras que de las colonias españolas pese a los intentos de
unidad terminaron surgiendo un gran número de repúblicas, en el caso sudamericano de
los dos virreinatos surgieron diez países.
Venezuela.
Constituida en Capitanía General, fue patria de Francisco Miranda. Desde 1770 este
patriota había recorrido las cortes europeas buscando apoyo para libertar las colonias del
dominio español. Al mismo tiempo, su oposición al Absolutismo lo llevo a ofrecerse como
voluntario en la guerra de Independencia de Estados Unidos, y posteriormente, en los
ejércitos de la Revolución Francesa en los que alcanzó el grado de general.
En 1806, con apoyo de Inglaterra, desembarcó en las costas de Venezuela, pero sus escasas
tropas fueron destrozadas por los españoles. Perdido el apoyo inglés por la recomposición
de las relaciones entre Inglaterra y España, debió huir.
P á g i n a | 85
En abril de 1810, casi al mismo tiempo que en las demás colonias americanas, se reunió
en Caracas un Cabildo Abierto que destituyó al Capitán General Vicente Emparan y
estableció una Junta Patriótica “conservadora de los derechos de Fernando VII”. Pero
convocado para el año siguiente un Congreso Nacional, en julio de 1811 se declaró la
independencia de Venezuela. Pronto comenzaron las disensiones entre los patriotas, sobre
todo entre Miranda, recientemente vuelto y proclamado Director, y el general Simón
Bolívar. Esta división resultó fatal: en mayo de 1812, Miranda fue derrotado en Puerto
Cabello y enviado preso a España falleciendo cuatro años después en la prisión. Bolívar,
derrotado en junio de 1814 en La Puerta, puedo escapar del país y refugiarse en Jamaica
en espera de mejores días.
Colombia.
Era asiento de uno de los cuatro virreinatos españoles en América. En julio de 1810, un
Cabildo Abierto integrado por los vecinos más notables y reunido en Bogotá proclamó la
destitución del virrey Amar y Borbón, y la formación de una junta patriótica presidida
por Camilo Torres.
Pronto cundió la división entre Unitarios, partidarios de un gobierno centralizado y los
Federales que deseaban mantener las autonomías de las provincias y estalló la guerra civil
en la que resultó vencedor el general unitario Mariño, que tras su victoria en 1813
proclamó la independencia colombiana.
A poco llegaron de Perú tropas españolas comandadas por los generales Sámano y
Aymerich. El primero fue derrotado por los patriotas, pero el segundo tras vencer a
Mariño, lo tomó preso y lo envió a España, acabando así con la Junta patriótica.
Ecuador.
Dependencia del Perú organizó el movimiento libertador con notable anticipación. En
agosto de 1809, un grupo de patriotas encabezado por el Marqués de Selva Alegre, instaló
en Quito una Junta Popular, pero faltos de organización y apoyo militar, a las pocas
semanas fueron dispersados por tropas enviadas del Perú.
Bolivia.
También llamada “Alto Perú”, era parte integrante del Virreinato del Río de la Plata. En
mayo de 1809, la Audiencia de Charcas declaró que la provincia dejaba de reconocer la
autoridad de la Junta Central de España, constituyéndose en su reemplazo una “Junta
Tuitiva” o “Protectora de los Derechos del Rey y de los Pueblos”, y cuya principal figura
fue Pedro Murillo. Pocos días después, en la ciudad de La Paz se efectuaba la instalación
de una Junta similar.
La vida de ambas fue de corta duración: los virreyes Cisneros (Río de la Plata) y Abascal
(Perú), enviaron de inmediato varios destacamentos de tropas que en pocos días acabaron
con las Juntas.
Chile.
Constituyó en su capital, Santiago, una Junta Patriótica en septiembre de 1810, bajo la
presidencia del Conde Toro Zambrano, uno de cuyos primeros actos fue convocar a un
Congreso General. La Asamblea, reunida en 1811, a propuesta del patriota Carrera,
declaró la independencia chilena. Pronto también cundió la anarquía, estallando la
guerra civil entre bandos criollos, partidarios del mencionado caudillo, y sus contrarios
favorables a O’Higgins, jefes patriotas, hijo de un antiguo virrey del Perú. Como resultado,
en 1814, los españoles al mando del General Osorno, retomaron Santiago, y luego de
derrotar completamente a los patriotas en Rancagua, sometieron todo el país.
86 | P á g i n a
Perú.
Era el bastión de la resistencia realista, donde no había estallado movimiento alguno, y
solo se inclinaría a la causa patriótica con la entrada de fuerzas argentinas y chilenas.
México.
En 1808 tuvo lugar una crisis política en Nueva España que concluyó con la destitución
del virrey Iturrigaray mediante un golpe de Estado. En otros puntos del virreinato se
fraguaron conspiraciones contra el dominio español, pero fueron suprimidos. El 16 de
septiembre de 1810, Miguel Hidalgo llamó a la insurgencia al pueblo de Dolores
(Guanajuato), dando inicio a la guerra de independencia. En 1811, él y los líderes del
movimiento fueron apresados y fusilados.
El movimiento insurgente se fortaleció en el centro de Nueva España bajo el mando de
José María Morelos y Pavón, que destacó por su capacidad como estratega militar. En
1813 convocó al Congreso de Anáhuac, que proclamó la independencia de la América
Septentrional y dotó al país de su primera constitución, promulgada en Apatzingán.
Morelos fue capturado y fusilado en 1815.
Tras el fusilamiento de Morelos y el desbande de sus fuerzas, la guerra continúo más
extensa que nunca. Los indios y los criollos convertidos en hábiles guerrilleros,
aniquilaron ejércitos españoles enteros. Dada la inutilidad de la lucha y la certeza de que
jamás lograría dominar a los rebeldes, el virrey Ruiz de Apodaca inclusive propuso
reconocer la independencia de México bajo la soberanía de Fernando VII, pero el plano
no agrado a los españoles y mucho menos a los mexicanos.
Entre tanto se iba produciendo la división entre las fuerzas españolas, a causa de sus ideas
políticas, lo que dio oportunidad al comandante de los realistas, el general mexicano
Iturbide para que pasara con todas sus tropas al bando de los patriotas. Su gesto fue
decisivo e hizo derrumbar la resistencia de las restantes fuerzas españolas.
Posteriormente, nombrado emperador de México, en mayo de 1822, Iturbide tuvo el poco
tino de querer establecer el absolutismo monárquico de modo tiránico. El descontento
general hizo que al año siguiente estallaran varias sublevaciones, entre ellas las del
general Santa Ana, quien en 1823 derrocó a Iturbe y luego de fusilarlo reestableció la
República.
Brasil.
Aunque de modo muy distinto al de las posesiones españolas, la gran colonia portuguesa
de América, también se independizó de su Madre Patria hacia esa misma época.
A comienzos del siglo XIX ocupaba el trono portugués el regente Juan VI, por incapacidad
mental de la reina María de Braganza.
Durante las primeras campañas napoleónicas, Portugal se había mantenido neutral,
conservando sin embargo su tradicional política amistosa hacia Gran Bretaña. Pero en
1807, al negarse a cerrar sus puertos a los ingleses -de acuerdo al bloqueo continental
establecido por Napoleón- fue invadido por tropas del mariscal Junot que atravesando
España, en pocos días se apoderaron de todo el reino.
Sin embargo, el Regente había podido embarcarse con su familia, la Corte y la nobleza
-unas 15.000 personas en total- y junto con los archivos y tesoros del reino vino a América
a refugiarse en su colonia de Brasil.
Cuando Portugal fue liberado de los franceses en 1811, el Regente permaneció diez años
más en Brasil, regresando a Portugal recién en 1821, tras dejar a su hijo mayor, el príncipe
don Pedro, al frente de la colonia.
Poco después el Príncipe en septiembre de 1822 mediante el “Grito de Ipiranga”, declaró
la independencia de Brasil. El pueblo de inmediato lo aclamó “Emperador” y así fue
reconocido por Portugal.
P á g i n a | 87
Uruguay.
El Movimiento de Mayo fue recibido con simpatía en el territorio oriental, reconociendo
los cabildos allí existentes a la Junta de gobierno establecida en Buenos Aires, pese a que
se mantenía el predominio español en Montevideo. A principios del año siguiente, el nuevo
virrey del Río de la Plata, mariscal Francisco Javier de Elio, desde Montevideo declaró
la guerra a la Junta de Buenos Aires por negarse ésta a reconocer el nombramiento que
aquél había recibido del Consejo de Regencia.
La lucha en suelo oriental ofreció a los patriotas memorables triunfos, como el de Las
Piedras, que sirvieron para promover en su carrera militar a José Artigas y demostrar su
temple; éste se encontraba al servicio de la Junta Porteña. No se alcanzó a tomar la plaza
de Montevideo, y fue entonces cuando el nuevo gobierno porteño -el Triunvirato- decidió
negociar la paz con Elio. Por el tratado del 20 de octubre de 1811, se acordó el cese de la
lucha, la entrega de la Banda Oriental y de Entre Ríos a la jurisdicción del virrey, y el
retiro del territorio oriental de las tropas que respondían a las directivas de Buenos Aires.
Pese a la oposición de los orientales, el tratado fue ratificado tres días después, y desde
entonces quedó sellada la rivalidad entre aquéllos y las autoridades porteñas.
Los orientales rechazaron lo pactado y decidieron continuar la lucha por su cuenta. Desde
entonces la figura de Artigas, elegido jefe de los orientales, cobró gran notoriedad.
Paraguay.
Al conocerse oficialmente en Asunción la constitución de la Junta Patria de Buenos Aires,
un Congreso, convocado al efecto el 24 de Julio de 1810, decidió por aclamación jurar al
Consejo de Regencia, guardar armonía y amistad con la junta porteña, y preparar la
defensa de la provincia pretextando el acecho portugués. Continuó a cargo del gobernador
Bernardo de Velasco.
La reacción de Buenos Aires no se hizo esperar, y como fruto de ella partió una expedición
libertadora al mando de Manuel Belgrano que fracasó desde el punto de vista militar.
Sin embargo, a raíz de un movimiento producido el 14 de mayo, Velasco fue alejado del
poder, y con él desapareció el régimen españolista. El nuevo gobierno formado por
patriotas paraguayos deseaba la unión con Buenos Aires, pero en base a una igualdad de
derechos y no a una subordinación, como pretendía la Junta Porteña.
La gran distancia que mediaba entre los deseos paraguayos y las exigencias porteñas no
pudo ser atemperada, y así el Paraguay inició, bajo la dictadura de José Gaspar de
Francia, una larga etapa de aislamiento
La guerra de emancipación.
Hacia 1815, con la sola excepción de Buenos Aires, las Juntas Patrióticas establecidas en
las demás ciudades del continente habían sido disueltas por las tropas españolas.
Pronto se constituyeron tres grandes frentes de lucha, verdaderos centros desde los cuales
la independencia americana se irradió hacia otras zonas: Buenos Aires, Nueva Granada y
México. En el primero se hallaba el General San Martín organizando un gran ejército
Libertador, en el segundo, aunque estaba dominado por los españoles, acababa de ser
invadido por las tropas patriotas del General Simón Bolívar: ambos debían converger
sobre Lima centro del dominio español en el continente. México, por su lado, seguía una
estrategia propia.
En Argentina, las discordias internas se habían transformado en guerra civil, pero a pesar
de ello, los diputados de los pueblos pudieron reunirse en Tucumán, y el 9 de Julio de 1816
proclamaron la independencia.
Siendo Perú el bastión principal de los españoles, el norte del territorio virreinal se
constituyó en constante preocupación para ambos bandos y la “ruta del Desaguadero” fue
escenario de triunfos y derrotas para los ejércitos. Los realistas pretendían avanzar por
ella hacia el sur al tiempo que los patriotas intentaban marchar victoriosos hacia Lima.
Convencidos los americanos de las dificultades insalvables que ofrecía esta ruta,
fortificaron Tucumán y se limitaron a mantener las fronteras, impidiendo y desalentando
88 | P á g i n a
el avance rival con una implacable guerra de guerrillas, tarea cumplida eficazmente por
los gauchos de Martín Güemes.
Entre tanto, y apoyándose sobre la base jurídica de la independencia, en el flanco de los
Andes, San Martín venía preparando un potente y bien adiestrado ejército con el que
confiaba libertar a Chile y luego al Perú. En enero de 1817 atravesó la cordillera y cayendo
sorpresivamente sobre las tropas españolas las derrotó en Chacabuco y al año siguiente en
Maipú, liberando definitivamente al país hermano.
Dos años después emprendió el ataque al Perú. En septiembre de 1820 embarcado en
Valparaíso, en poco tiempo logró ocupar el norte de Lima, en espera de una parte de su
expedición que marchaba por tierra.
Luego de varios encuentros menores, el virrey de la Serna creyó más oportuno abandonar
la capital y se retiró con sus tropas a las sierras. San Martín pudo así ocupar sin combatir
la ciudad de Lima y en julio de 1821 proclamó la Independencia del Perú, nueva nación
de la que fue nombrado “Protector”. Pero el triunfo no era completo, ya que aún quedaban
varios millares de soldados españoles ocupando los pueblos del interior.
Entre tanto, en Venezuela, el General Bolívar desembarcaba en 1816 al frente de un
ejército patriota que había logrado formar en Jamaica. A su llegada se sumaron los
“llaneros” -gauchos venezolanos- del General Páez, así como también las fuerzas formadas
por Santander, y entre todos llevaron a cabo, en tres años, una grandiosa campaña. En
agosto de 1819 derrotaron en Boyacá a las veteranas tropas de Morillo, lo cual les permitió
cuatro meses después, en el Congreso de Angostura declarar la independencia de la “Gran
Colombia” que incluía las actuales naciones de Colombia, Venezuela y Ecuador, y de la
que Bolívar fue elegido presidente. La guerra continuó hasta que en 1821 la decisiva
victoria de Carabobo consolidó definitivamente la liberación.
Al conocer las sucesivas derrotas de sus tropas frente a San Martín y Bolívar, Fernando
VII preparó un nuevo y más potente ejército: 20.000 soldados habían sido concentrados en
Cádiz, listo para embarcarse y venir a sofocar la independencia de las Colonias. Pero
felizmente no salieron de España: el 1º de enero de 1820, su comandante el General Riego
(de tendencias liberales y contrario al despotismo de Fernando VII) no acató la orden de
embarque. Esta sublevación, apoyada por las demás guarniciones militares de la
península, obligó al rey a cambiar de política aceptando una constitución: así los
americanos se salvaron de una nueva guerra, y España se libró -por tres años- del
Absolutismo.
Durante este lapso, las tropas estacionadas en las sierras del Perú solo mantuvieron sus
posiciones. Pero las cosas cambiaron bruscamente. En 1823, a pedido de Fernando VII, la
Santa Alianza envió 100.000 soldados franceses que combatieron contra el pueblo español
y le impusieron por la fuerza de las armas el absolutismo, fusilando a Riego y acabando
con el “trienio liberal”.
De inmediato las tropas españolas Perú recibieron nuevas órdenes de pasar al ataque. Con
todo, desmoralizadas y sin refuerzos, en agosto de 1824 fueron derrotadas por Bolívar en
Junín, y cuatro meses después capitularon totalmente en Ayacucho, frente al General
Sucre. Fue el último combate entre americanos y españoles.
En verdad, Fernando VII no se dio por vencido y volvió a preparar nuevos ejércitos, pero
esta vez tampoco pudo llegar a realizar sus propósitos: Inglaterra y los Estados Unidos, y
reconociendo la independencia de las Naciones Americanas, se opusieron al envió de
nuevas tropas de represión.
Así en 1823, ante el temor de la intervención de la Santa Alianza, el presidente
norteamericano Monroe declaró al mundo que los Estados Unidos se opondrían al
entrometimiento de los europeos en nuestro continente. La “Doctrina Monroe”, sintetizada
en la frase “América para los americanos” disipó los proyectos intervencionistas y le hizo
perder efectividad a la Santa Alianza.
Inglaterra por su parte, en 1825 firmó varios tratados de comercio con las nuevas naciones
y comunicó a España que todo intento de perturbar la tranquilidad de sus nuevos mercados
sería resistida por su flota.
P á g i n a | 89
Banda Oriental) de Córdoba (Córdoba, La Rioja, Mendoza, San Juan y San Luis) y la de
Salta (Salta, Tucumán, Catamarca, Santiago del Estero y Tarija). Los tres obispos que
presidían esas diócesis simpatizaron desde un primer momento con los adversarios de la
Junta Patria, con la cual tuvieron serios problemas. El de Buenos Aires, don Benito Lué
y Riega, murió en 1812. El de Córdoba, don Rodrigo Antonio de Orellana, fue confinado
como enemigo de la Revolución, volvió a su diócesis en 1812, pero poco después se lo volvió
a confinar y huyó a España. El de Salta, don Nicolás Videla del Pino, fue desterrado de
su diócesis. De esta manera, poco tiempo después de la Revolución quedaron vacantes las
tres diócesis rioplatenses.
Se planteó el problema de reemplazar a esas autoridades. No era posible apelar al régimen
vigente en la materia, dada la incomunicación con España y con Roma. Ni los americanos
estaban dispuestos a aceptar los prelados designados por Roma y presentados por el Rey
español, ni el Papa estaba dispuesto a quebrar una antigua tradición de unión con la
Corona hispánica, entablando contacto directo con los revolucionarios americanos.
Se recurrió entonces a la solución prevista en el Derecho canónico para el interregno entre
la renuncia o muerte de un prelado y la toma de posesión por su sucesor. En estos casos el
cabildo eclesiástico asumía interinamente el gobierno de la diócesis, designando un
“vicario capitular” en sede vacante. Durante casi dos décadas se prolongó ese régimen de
excepción, suscitándose en Buenos Aires numerosos conflictos entre el vicario, el cabildo
y los distintos gobiernos con respecto a los nombramientos y atribuciones de aquél
funcionario.
La Asamblea del año 13 decretó el 4 de junio de 1813 la “independencia de las Provincias
Unidas de toda autoridad eclesiástica que exista fuera del territorio, bien sea de
nombramiento o de presentación real”. El 16 de junio dispuso que todas las órdenes o
comunidades religiosas existentes en el país quedaban “por ahora”, en absoluta
independencia de todos los prelados generales residentes fuera del territorio del Estado.
La misma Asamblea estableció una “comisaría general de regulares”, destinada a ejercer
la autoridad en los mismos términos y casos en que lo hacían los generales y comisarios
residentes en la península. Asimismo, dispuso que mientras durase la incomunicación, los
obispos “ejercían facultades primitivas ordinarias”, a fin de salvar las dificultades que en
este orden significaba la separación de la Santa Sede. Esta disposición, según Américo
Tonda, convertía a los obispos en “pequeños Papas”.
La Asamblea dispuso también, el 23 de marzo de 1813, la supresión del “tribunal de la
inquisición”, declarando que se devolvía a los ordinarios eclesiásticos su primitiva
facultad de velar sobre la pureza de la creencia”.
La tensión social existente en el Río de la Plata entre españoles y criollos tuvo también
exteriorización dentro del clero. El clero criollo adhirió con entusiasmo a la causa
revolucionaria, mientras los prelados españoles se opusieron, con lo que se plantearon
serios conflictos que afectaron a la disciplina eclesiástica y dieron lugar a la intervención
del gobierno, a requerimiento a veces de los propios religiosos.
Los asuntos de justicia son, según el Estatuto, de conocimiento privativo de las autoridades
judiciales, pero erige el Triunvirato en tribunal de segunda instancia (art. 5º).
El art. 6º destaca el carácter absorbente del Triunvirato al que, prácticamente, concede
facultades extraordinarias, autorizándolo a que adopte las medidas necesarias para la
defensa y salvación de la Patria, según lo exija el imperio de la necesidad y las
circunstancias del momento.
Revolución de 1812.
Disuelta la Junta Grande y obligados los diputados a abandonar la ciudad en el plazo de
24 horas, quedó eliminado todo vestigio de oposición provinciana y se acentúa el
centralismo de Buenos Aires. Las juntas provinciales son suprimidas, y en su lugar, se
designan gobernadores de provincia y tenientes gobernadores en las ciudades subalternas,
dependientes unos y otros del Triunvirato.
El gobierno dilata el anhelo popular de un congreso constituyente y emite un Reglamento
que da forma a la “Asamblea Provisional”, aunque esta no puede sesionar más de ocho
días, a no ser que el gobierno juzgue conveniente prorrogarla y solo debe tratar los asuntos
que él le proponga. Por lo demás, el Triunvirato se reserva el derecho de clausurar la
Asamblea si consideraba que se encuentran en peligro la seguridad y la tranquilidad
pública. En cuanto a la representación, el reglamento legaliza una situación tan injusta
que resta de toda fuerza a las provincias y asegura una amplia mayoría porteña.
La Asamblea se instala el 4 de Abril de 1812 y se declara soberana, vale decir “la más alta
autoridad constituida”. Ello causa que el Triunvirato la disuelva. La clausura de la
Asamblea agrava la situación y provoca hondas protestas que el Triunvirato no puede
conjurar, a pesar de las medidas que adopta y de la nueva Asamblea que convoca para el 6
de octubre.
El gobierno no logra salir de su extravío, mientras el descontento y la confusión se
acentúan, la política incierta provoca el desprestigio del Triunvirato y acelera su caída.
Por eso, como resultado de un proceso equivocado, se produce la revolución del 8 de octubre
96 | P á g i n a
de 1812, encabezada por la Sociedad Patriótica y la Logia Lautaro; aquélla con Bernardo
Monteagudo y los amigos de Mariano Moreno; la segunda integrada por prestigiosos jefes
militares, entre los cuales cabe destacar a San Martín, Alvear y Zapiola.
Pueblo y ejército ocupan la plaza el 8 de Octubre de 1812 y reclaman a viva voz la renuncia
del gobierno. Ese movimiento persigue: cesación del gobierno y asunción del mando por el
cabildo; creación de un poder ejecutivo integrado por personas dignas, convocatoria de una
asamblea extraordinaria a fin de decidir la suerte definitiva y la organización política de
la Nación.
En tales circunstancias, el cabildo decide constituir el nuevo gobierno que se le solicita.
Nace así el Segundo Triunvirato, integrado por Juan José Passo, Antonio Álvarez Jonte y
Nicolás Rodríguez Peña. Este Segundo Triunvirato cumple el fundamental objetivo del
movimiento del 8 de Octubre y, por decreto del 24 del mismo mes convoca la nueva
asamblea general que exige el pueblo. Es un pronunciamiento claro, inequívoco, en pro de
una Constitución Nacional, fundada en la Independencia del Estado y en la soberanía del
pueblo.
El Régimen Directorial.
La situación interna y externa de las Provincias Unidas a fines de 1813, obliga a modificar
las estructuras gubernativas y a encarar los problemas planteados con mayor decisión y
energía.
Entre las externas podemos citar: las derrotas militares sufridas por el Ejército del Norte
en Vilcapugio y Ayohúma; el aumento de la actividad militar española y la intervención
de los portugueses que desde Brasil, se proyectan sobre el flanco oriental del Río de la
Plata.
Las principales causas internas son: el desgaste de la autoridad central en la Banda
Oriental motivado, especialmente, por el reducto realista en Montevideo y el expansivo
federalismo que encabeza Artigas. La situación se complica aún más ante la segregación
del Paraguay y la influencia autonomista de varios caudillos, que disminuye el poder del
gobierno y afecta a la fuerza conjunta.
P á g i n a | 99
11 El Cabildo de Buenos Aires dirigió la elección de un nuevo director supremo, cargo para el que fue designado, el 20 de abril de
1815, José Rondeau. Pero dado que éste estaba al frente del Ejercito del Norte, Álvarez Thomas fue designado director interino al día
siguiente. Por lo tanto, entre el 21 de abril de 1815 y el 3 de mayo de 1816 ocupó interinamente el cargo de director supremo de las
Provincias Unidas del Río de la Plata, en calidad de sustituto.
P á g i n a | 101
La Emancipación Política.
El Congreso de Tucumán y la Declaración de la Independencia.
El art. 30 de la sección correspondiente al poder ejecutivo del Estatuto provisional de 1815
disponía que “luego de que se posesione del mando [el director] invitará...a todas las
ciudades y villas de las provincias interiores para el pronto nombramiento de Diputados,
que hayan de formar la Constitución, los cuales deberán reunirse en Tucumán...” El
mencionado estatuto disponía que correspondería un diputado por cada 15.000 habitantes
o fracción mayor a 7.500.
El Director Álvarez Thomas cumple con estas disposiciones y cita a los pueblos del
interior, los que a pesar de haber rechazado el Estatuto de 1815, aceptan la convocatoria
y mandan sus diputados al Congreso, anhelosos de concretar la independencia y
organización constitucional.
El Congreso iniciaba sus sesiones en momento críticos para la suerte de los revolucionarios
americanos. Los principales focos rebeldes, desde México hacia el sur, iban cayendo
sucesivamente bajo la presión de las armas de los realistas. Rondeau era derrotado sin
atenuantes en Sipe-Sipe y la frontera norte quedaba abierta para el avance realista. La
presencia de éstos en Chile constituía cada vez mayor riesgo para las autoridades de las
Provincias Unidas, mientras que en Europa el eclipse de Napoleón permitía que España
centrara toda su atención en las colonias americanas.
En el orden interno era claro el distanciamiento de provincias como Salta, Tucumán,
Córdoba y Cuyo de las autoridades de Buenos Aires. El litoral se plegaba al artiguismo en
franca oposición al directorio, adhiriéndose a la Banda Oriental, Entre Ríos, Corrientes
y Santa Fe.
Dentro de este clima procedía a reunirse, el 24 de marzo de 1816 en Tucumán el célebre
Congreso. Se instala como “Congreso de las Provincias Unidas del Río de la Plata”, pero
declara la independencia a nombre de las “Provincias Unidas de Sud-América”.
Asisten a este Congreso diputados de Buenos Aires, Catamarca, Córdoba, Jujuy, La Rioja,
Mendoza, Salta, Santiago del Estero, San Luis, San Juan, Tucumán, Charcas, Chichas y
Mizque. Están ausentes los diputados de Corrientes, Entre Ríos, Santa Fe y La Banda
Oriental.
El 3 de mayo de 1816, el Congreso elige Director Supremo a Juan Martín de Pueyrredón,
en sustitución de Antonio González Balcarce, quien había reemplazado a Álvarez Thomas
y posteriormente dimitido.
El 9 de julio de 1816 se presenta como primer asunto el de la libertad e independencia.
Puesta a consideración la moción resulta aprobada en forma unánime, declarando los
congresales la independencia de “las Provincias Unidas de Sud-América” de la dominación
del “Rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli”. El 19 del mismo mes, ante fundados
rumores sobre gestiones para la elección de candidatos a ocupar un trono y una corona
para el virreinato emancipado, el diputado Pedro Medrano propone una enmienda del
acta del día 9, agregando a continuación de “sus sucesores y metrópoli”, las expresiones “y
de toda otra dominación extranjera”.
portugués y, finalmente, se pusieron los ojos en las cortes europeas, recurriéndose al Duque
de Orleans y al Príncipe de Luca.
Sin embargo no se adopta ninguna decisión definitiva, por lo que el Congreso de Tucumán
no adelanta nada en la cuestión relacionada con la organización gubernamental del
Estado.
Pero los intentos expuestos revelan el pensamiento político mayoritario que pesaba en el
Congreso. Ya fuera producto de la creencia de buena fe de sus autores de que América no
estaba preparada para el ejercicio de un gobierno republicano o se apoyaran en la certeza
de que la instauración de una monarquía facilitaría el reconocimiento de la
independencia, lo cierto es que tales planes ponen de manifiesto una falta de adecuación
a la realidad. Ésta se nutría de un ideario de federalismo republicano de carácter popular,
nacido con la Revolución de Mayo y acentuado a través del pensamiento oriental y de las
Instrucciones de Artigas de 1813.
La Constitución de 1819.
Para hacer un análisis de la Constitución de 1819 es necesario distinguir su aspecto
doctrinario del histórico: de esta manera se podrá realizar una justa valoración crítica de
su importancia jurídica y de su trascendencia como hecho histórico.
Es innegable que la Constitución que nos ocupa contiene en sí los requisitos esenciales que
exige la técnica constitucional, significando muchas de sus instituciones un verdadero
progreso y un valioso antecedente para las futuras labores constituyentes. Hasta su
sanción, los ensayos que le precedieron solo fueron un esquema, un esbozo de la Ley
Fundamental, carentes de todo aquello que hace a la estructura integral de una nación.
En este sentido merece destacarse esta Constitución, que encara los problemas
institucionales como la más aventajada constitución europea o americana. Antes de
avanzar en las consecuencias de su sanción, conviene realizar un análisis de su contenido.
En la sección primera consagra a la religión católica apostólica romana como religión de
Estado.
Sobre el poder legislativo establece dos cámaras, una de representantes y otra de senadores.
Los diputados son elegidos uno por cada veinticinco mil habitantes y duran cuatro años
en su representación renovándose la cámara cada bienio.
La crítica fundamental a esta Constitución se encuentra en la integración de su Senado.
Dicho cuerpo estaba formado por los senadores de las provincias (uno por provincia), tres
senadores militares, cuya graduación no baje de coronel mayor; un obispo y tres
eclesiásticos, un senador por cada Universidad y el Director de Estado una vez concluido
su mandato. Los senadores eclesiásticos eran elegidos por sus pares, y los militares por el
Director de Estado. Como se puede apreciar la constitución del Senado era una negación
de los principios de Mayo. Era la restauración de los superados fueros coloniales. Era la
nueva lucha entre las élites, nacidas de la oligarquía porteña. Esa composición produjo
incontenible reacción en las provincias que, después de casi diez años de libertad, creían
estar liberadas de esos resabios de época anterior.
El Poder Ejecutivo reúne, dada la naturaleza la de Constitución, la suma de los poderes,
conformando un neto sistema de unidad. Es elegido por ambas Cámaras, “previene las
conspiraciones y sofoca los tumultos populares”.
104 | P á g i n a
Jujuy, Tucumán y La Rioja); por lo que el Congreso resolviera seis (Corrientes, Misiones,
Montevideo, Catamarca, San Luis y Tarija). Finalmente se aprueba una Constitución
unitaria.
Unitarismo y Federalismo.
La organización del gobierno territorial fue objeto de ardorosas polémicas y cruentas
luchas que retardaron la organización constitucional por más de cuatro décadas. Las
diferencias en que mientras algunos postulaban la conveniencia de aplicar un régimen
centralizado o unitario, con particular hegemonía porteña, otros se inclinaban por la
forma federal o descentralizada, aduciendo para ello la peculiar conformación de nuestro
territorio y el legítimo derecho de las provincias que lo integraban a ejercer el gobierno
local.
El unitarismo consistía en la existencia de un gobierno único y general que ejercía sus
poderes sin restricciones sobre la totalidad del territorio, siendo las provincias simples
divisiones administrativas, sometidas directamente a la autoridad general.
El federalismo, en cambio, preveía la existencia armónica de un gobierno central y de los
correspondientes gobiernos locales de las provincias o estados. De esta manera, mientras
aquél ejercía los poderes que se le había delegado expresamente, las provincias mantenían
el ejercicio de un relativo gobierno propio. El asiento de la soberanía se encontraba en
estos casos se encontraba en el gobierno nacional, siendo las provincias autónomas.
Dentro de la organización federativa cabe, además, señalar una nueva forma de
vinculación más débil que la anterior, la “confederación”. Era esta una simple unión de
Estados soberanos, ligados mediante pactos o tratados y donde la autoridad del gobierno
central aparecía sumamente restringida. Los Estados miembros tenían el derecho de
aplicar o no las decisiones de aquél gobierno en su territorio propio, y aún tenían, por
tratarse de una unión voluntaria, la facultad de secesión, es decir de separarse de la
confederación.
La tendencia unitaria encontró adherentes en los liberales e ilustrados porteños, y
también en algunos grupos del interior afincados en Buenos Aires. Para éstos la
aplicación del centralismo político debía efectuarse sobre la base del predominio porteño.
La tendencia federal, aunque también fue propugnada por grupos intelectuales y ricos
hacendados bonaerenses, tuvo su mayor adhesión en la masa criolla, a cuyo frente estaban
los caudillos, por lo que predominó más como una inorgánica bandera de lucha que como
una doctrina política.
Este antagonismo ideológico estableció dos maneras diferentes para organizar el Estado
nacional: los unitarios entendían que debía dictarse súbitamente una constitución
centralista que se impusiera a las provincias, estimando que con ello quedarían
solucionados en forma inmediata los problemas políticos. En cambio, los federales se
inclinaban por llegar a una constitución federativa después de que las provincias se
hubieran organizado territorialmente, bastando, mientras tanto, que la unión quedase
sellada mediante el sistema de pactos interprovinciales.
Las causas del federalismo.
Durante los siglos XVI y XVII se fundaron sobre el territorio virgen la mayor parte de
las principales ciudades argentinas existentes en 1810. Estas fundaciones se hicieron con
la intención de ocupar el territorio, someter al indígena y utilizarlas como etapas en
caminos que unían las principales ciudades. Así, las rutas Lima-Buenos Aires, Asunción-
Buenos Aires y Santiago de Chile-Buenos Aires fueron jalonadas por incipientes núcleos
urbanos.
La decisión de fundar ciudades como etapas de largos y peligrosos caminos dio por
resultado que aquéllas estuvieran alejadas entre sí y carecieran de recíproco contacto. Cada
ciudad revestida del poder psicológico que le daba el cabildo y sus propias autoridades,
debía valerse por sí misma, ya que era impracticable un pedido de auxilio a los remotos
vecinos. De este estado de aislamiento surgió el tan mentado espíritu localista.
P á g i n a | 109
Cada ciudad, al desarrollarse, se extendió sobre las tierras inmediatas, llevando también
a esa zona rural el nombre de la primitiva ciudad. Con el tiempo, ésta se convirtió en el
centro o capital local, donde afluían los intereses de una zona rural más o menos extensa,
de imprecisos límites, pero que conformaron un territorio determinado: la provincia.
Este localismo es insuficiente para explicar el federalismo. Sobre esa modalidad natural
que caracterizaba las ciudades y zonas del interior influyeron diversos factores que
pusieron en relieve un antagonismo regional, producto de diferencias sociales, religiosas,
económicas y políticas. Este antagonismo se dio entre el interior y el litoral, especialmente
Buenos Aires, y, como se verá, constituyó una oposición permanente que, bajo formas
modificadas, llega hasta nuestros días.
A partir de la segunda mitad del siglo XVIII, Buenos Aires, la más joven de las ciudades
argentinas, alcanzó en forma vertiginosa una hegemonía que la colocó poco tiempo después
como la primera del Río de la Plata, desplazando a la antigua Asunción, y consagrándose
capital de la nueva estructura virreinal.
Las diferencias sociales que separaban a Buenos Aires de las otras ciudades eran notorias.
Mientras en estas últimas, especialmente en el centro y norte del territorio, se había
formado una aristocracia altiva, cerrada, conservadora, jerarquizada, adinerada, en
Buenos Aires, en cambio, la sociedad era más llana, abierta, igualitaria, y a veces con
modestos ingresos económicos que no permitían ninguna clase de lujo. Aunque esta última
calidad se modificó desde fines del siglo XVIII al formarse una pujante burguesía, otro
factor se sumó a la apuntada diferencia: la recepción en Buenos Aires de las nuevas ideas
sociales y económicas que con gran entusiasmo difundió la burguesía intelectual porteña,
contrariando el culto a la tradición que aún mantenían las comunidades del interior.
Ejercieron también marcada gravitación hechos económicos. Mientras el puerto de
Buenos Aires estuvo cerrado al comercio legal, las ciudades del interior, gracias a sus
pequeñas industrias y al movimiento comercial que tenían las rutas sobre las que se
hallaban asentadas, gozaron de una aceptable situación económica Pero al abrirse el
puerto de Buenos Aires al comercio extranjero desaparecieron las barreras protectoras, y
con ellas las industrias locales y el intenso tráfico comercial. Además Buenos Aires pasó
de un discreto nivel económico, mantenido con el contrabando, a una euforia comercial
que provocó enriquecimiento.
No debe omitirse en las causas del federalismo la influencia doctrinaria procedente de
Estados Unidos a través de las constituciones vigentes en aquella nación y de otras obras
destinadas a difundir este pensamiento.
nacionales. Las provincias reasumen por completo sus autonomías y la situación del país
retrotrae a las del año 20.
112 | P á g i n a
Pacto de Cañuelas.
Contexto histórico.
En cumplimiento del artículo 7 de la ley del 3 de julio de 1827, sancionada bajo la
presidencia de Vicente López y Planes, que estipulaba que el gobierno procedería a invitar
a todas las provincias a la reunión de una Convención Nacional, fueron concentrándose
en la ciudad de Santa Fe los diputados de las diversas provincias argentinas. A fines de
julio de 1828 se encuentran ya los representantes de Buenos Aires, Entre Ríos, Santiago
del Estero, la Banda Oriental, La Rioja, San Luis y Santa Fe, decidiendo comenzar las
sesiones preparatorias el 31 de julio de ese año. A instrucciones del gobernador Bustos, los
diputados de Córdoba, se oponen a la instalación del congreso, aduciendo que no podían
reunirse hasta tanto no estuvieran presentes todas las provincias, este era el primer intento
por hacer fracasar la Convención de Santa Fe. Luego de un acalorado debate, los
cordobeses se retiran del recinto.
Con todo, el 25 de septiembre, se inaugura el esperado Congreso federal en el local del
cabildo de Santa Fe, siendo su primer acto tratar el tratado de paz con Brasil. Por los
primeros artículos de ese tratado, tanto Brasil como el gobierno argentino reconocían la
P á g i n a | 113
Pacto de Barracas.
Contexto histórico.
De regreso en su provincia, López, ante las buenas disposiciones de Paz, que le promete
colaboración y le asegura que jamás la provincia de Santa Fe será invadida por sus
ejércitos, vuelve a renovar su fe en la desmantelada Convención Nacional.
Conforme a este pensamiento, y a pesar de que la Convención agoniza, nombra mediadores
entre Quiroga y Paz procurando un arreglo definitivo en la lucha en que están empeñados
ambos caudillos. Dueño de la situación en su provincia el General Paz, desde Córdoba
marcha al encuentro de Quiroga que avanza desde La Rioja, derrotándolo en La Tablada
el 23 de junio de 1829
Como epílogo se firma en Santa Fe un tratado de amistad entre ésta y Córdoba, y otro se
realiza entre Buenos Aires y Córdoba.
Con esta alianza federal entre Paz y Rosas (gobernador de hecho de Buenos Aires) termina
la poca gravitación que tenía Lavalle, quien tiene que emigrar a Montevideo.
López, Rosas y Paz son ahora las únicas tres figuras que quedan en el primer plano a fin
de decidir el futuro rumbo de la Nación. Detrás de López está el núcleo de provincias que
sostiene aún la Convención Nacional; Rosas, aunque todavía sin el gobierno en la mano,
es el jefe de hecho de su provincia; y Paz, a quien solo falta desalojar definitivamente a
Quiroga, comienza ya a tener su hegemonía en el norte.
Mientras tanto, en Buenos Aires, de acuerdo con lo convenido en Cañuelas la elección de
los representantes de la ciudad y la campaña debía hacerse por medio de una lista
confeccionada por Rosas y Lavalle, en la que le número de candidatos unitarios fuese
igual al de los federales. Pero el partido unitario no respondió a Lavalle y quiso asegurar
su hegemonía dentro de la cámara de representantes, resultando triunfante una mayoría
unitaria. Rosas desconoció esta elección, se negó a levantar el sitio a Buenos Aires y cerró
por completo todas las entradas a la ciudad, reiniciando inmediatamente los ataques.
Por orden de Lavalle fue anulada la elección, conviniendo éste con Rosas entrevistarse en
una quinta cercana a Barracas donde firmaron un nuevo acuerdo.
Pacto de Barracas.
Reunidos el 24 de agosto de 1829, Rosas y Lavalle desconocen el resultado de las últimas
elecciones de representantes y consideran que en el estado de situación no permite por
P á g i n a | 115
ahora celebrar nuevas elecciones. Deciden de común acuerdo designar como gobernador
provisional al general Juan José Viamonte, secundado en su tarea de gobierno por un
Senado consultivo de veinticuatro miembros.
Entretanto se produce el segundo encuentro entre Paz y Quiroga, en la batalla de Oncativo
(25 de febrero de 1830) con el triunfo decisivo del primero. Quiroga derrotado regresa a
Buenos Aires. Posterior a esta batalla, Paz dueño de la situación, desplaza a los
gobernadores federales que respondían a Quiroga, y en su lugar designa en el mando de
cada provincia sometida a un lugarteniente suyo. De esta manera, consigue al promediar
1830 el acatamiento a su política de nueve provincias del centro y norte de la república.
Mientras tanto, no abandona su doble juego de mantener relaciones amistosas con López
y Rosas, tratando a su vez de distanciarlos.
Paz insiste en sus preparativos bélicos, y presta apoyo a Lavalle para que insurreccione
desde Montevideo a Entre Ríos para deponer al gobernador Sola, amigo de López. Las
cartas quedan sobre el tapete, por un lado Paz y su fuerte Liga del interior, organizando
su campaña contra el litoral; por el otro, las provincias litorales, camino hacia el Pacto
Federal y preparadas, también para la guerra.
Pacto Federal.
Contexto histórico.
Al comenzar el año 1830 el panorama de la República era incierto. Desaparecido Lavalle
de la escena nacional y fenecido el gobierno provisional de Viamonte en Buenos Aires,
ejercía ahora la primera magistratura Juan Manuel de Rosas. La Convención Nacional
reunida en Santa Fe desde 1828, luego de todos los contratiempos había entrado el 14 de
octubre de 1829 en un receso que sería definitivo.
Las provincias del litoral, atento el creciente influjo de Paz y el fracaso de las
negociaciones que en 1829 habían realizado ante el gobernador cordobés, deciden estrechar
sus filas y aunar esfuerzos, a fin de contrarrestar el poderío unitario.
Pacto Federal.
Las provincias litorales materializan sus esfuerzos autonómicos en el Pacto Federal del 4
de enero de 1831, celebrado originalmente entre Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos con
la posterior adhesión de Corrientes.
El Pacto ratifica los tratados anteriores en cuanto estipulan “paz firme, amistad y unión
estrecha y permanente, reconociendo recíprocamente su libertad, independencia,
representación y derechos” entre las firmantes (art. 1º). Establece una alianza ofensiva y
defensiva de esas provincias contra la invasión extranjera en el territorio argentino o la
agresión por parte de cualquiera de las demás provincias (arts. 2º y 3º). Compromete a las
firmantes a no celebrar tratados con ningún otro gobierno sin el previo consentimiento de
las signatarias, pero éstas se obligan a no rehusarlo si el convenio no perjudica a otra de
las mismas provincias o a los intereses generales de la República (arts. 4º y 5º). Destina
algunos artículos a los derechos de los habitantes de cada una de las provincias en las otras
(arts. 8º, 10º y 11º) y a los derechos de exportación e importación (art. 9º) y obliga a las
signatarias a no dar asilo a criminales y a ponerlos a disposición del gobierno que los
reclame (art. 7º).
Dispone que debe residir en la capital de Santa Fe una comisión compuesta de un diputado
por cada una de las provincias litorales, con la denominación de “Comisión Representativa
de los gobiernos de las provincias litorales de la República Argentina” (art. 15º) y fija a
esta comisión las atribuciones de: a) celebrar tratados de paz, declarar la guerra, adoptar
medidas militares...b) invitar a todas las demás provincias...cuando estén en plena paz y
tranquilidad a reunirse en federación con las...litorales; y a que por medio de un congreso
general federativo se arregle la administración general del país bajo el sistema federal
(art. 16º)
116 | P á g i n a
Cuando Rosas asume el poder, el general José María Paz pone en marcha un plan político
y militar que extiende a las provincias del centro, norte y oeste y que encuentra expresión
concreta en el tratado del 31 de agosto de 1830, que otorga a Paz el supremo poder militar.
Pero mientras se solidifica la “liga unitaria” con centro en Córdoba, las provincias
litorales buscan constituir un frente federal.
De esta forma, el año 1830 sorprende a las provincias polarizadas en grupos antagónicos
que se convierten en dos ligas políticas: la del interior, unitaria, encabezada por Paz; y la
del litoral de tendencia federal. La lucha entre unitarios y federales queda planteada de
forma frontal.
Las provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos firman el 4 de enero de 1831, el
famoso “Pacto Federal”.
Declarada la guerra, Paz cae prisionero de Estanislao López, mientras que Lamadrid es
derrotado por Quiroga. El país vive una paz momentánea y el federalismo se encuentra
triunfante con el concurso de López, Quiroga y Rosas. Además las provincias se adhieren
al Pacto Federal y se logra reunir la “comisión representativa” prevista por aquél. Ha
llegado, pues, el momento de reunir el congreso general federativo que sancione la
constitución nacional, conforme a las disposiciones de dicho Pacto.
Sin embargo, la presencia de Rosas al frente del gobierno de Buenos Aires, frustra tales
esperanzas porque aquél consigue, en 1832, la disolución de la “comisión representativa” y
se muestra enemigo de la convocatoria de un congreso y de la sanción de una constitución.
Según Manuel Gálvez, uno de sus mayores panegiristas13, “él tiene el egoísmo del porteño
frente a las provincias. Una constitución significaría igualdad entre los Estados y él quiere
el dominio de Buenos Aires y su propio dominio personal...Rosas está convencido de la
necesidad de un poder fuerte y de extender a las provincias el que él ejerce en Buenos
Aires. Una constitución no lo permitiría...Por el Pacto Federal el gobernador de Buenos
Aires ejerce la dirección de las relaciones exteriores y el mando de todos los ejércitos. Es
pues, un jefe supremo, un Presidente de la República, aunque no tenga ese título”.
Si se hubiera sancionado la constitución, Rosas no habría tenido inconvenientes para ser
elegido presidente. Pero desempeñando ese cargo, en la práctica, tendría menos facultades
que las que ejercía como gobernador de Buenos Aires, investido de facultades
extraordinarias y encargado de las relaciones exteriores.
Rosas consigue llegar al final de su gobierno conteniendo el pedido de los pueblos del
interior en favor de la organización nacional. Quedan planteadas así, dos líneas definidas:
Rosas, por un lado con su autoritarismo y con un sistema económico y rentístico
importante a su servicio, trata de unificar el país alrededor de Buenos Aires. Por el otro,
los federales doctrinarios y los gobernadores del interior, quieren organizar la República
a través de una constitución que establezca la autonomía e igualdad de todas las
provincias.
Al finalizar su mandato, el 5 de diciembre de 1832 Rosas es reelecto por la sala de
representantes aunque sin otorgarle facultades extraordinarias. Por eso cree menguado su
poder y su prestigio, y rechaza por tres veces su designación. Por fin, la legislatura acepta
su dimisión y designa el 12 de febrero de 1832 a Juan Ramón Balcarce como gobernador
y capitán general de la provincia.
Se inicia así un breve período de luchas y dificultades, durante el cual se suceden los
gobiernos efímeros de Balcarce, Viamonte y Maza, en poco más de dos años. En ese lapso
Rosas moviliza los sectores populares, y se opera la crisis del partido federal doctrinario
en un clima de permanente agitación, que culmina con la vuelta de Rosas al gobierno con
la suma del poder público.
13 Panegirista: Persona que alaba algo o a alguien de palabra o por escrito. DLE 2018. RAE.
118 | P á g i n a
Buenos Aires sobre las demás provincias, la causa de la fallida aventura presidencial de
Rivadavia, y por sobre todo, comprenden que sus ideas, innegablemente europeizadas, no
coinciden con la realidad del desierto y de la anarquía. Sin embargo, a pesar de sus buenos
propósitos, no alcanzan a comprender la popularidad y raigambre del gobierno instaurado
por Juan Manuel de Rosas.
Entienden que la solución del problema no está en derribar a Rosas físicamente del poder,
sino antes que nada, en desentrañar el secreto de esa sociedad a la que aquél ha sabido
captar con más habilidad que nadie. Para ello comprenden que es necesario presentar un
proyecto integral que abarque todos los aspectos de la vida nacional.
Este pensamiento de la “generación romántica del 37” dio sus frutos de óptima manera al
concretar sus principios en la Constitución Nacional de 1853.
Esta generación era un reflejo de los movimientos filosóficos, políticos y sociales de
Europa. Los hombres del ’37 comenzaron su prédica y acción partiendo de la premisa de
que “era necesario transformar la realidad nacional”. Para ello era imprescindible negar
la tradición heredada. Propugnaron así una nueva sociedad, distinta de la hispano-criolla,
producto del entrecruzamiento de razas, con una nueva fisonomía política, económica y
social.
El ideal de “progreso y de civilización” cegó un tanto a los hombres de la generación del
’37. Deseaban extirpar el desierto, borrar la anarquía, sacudir de su letargo a una sociedad
todavía adormecida en prejuicios coloniales. El entrecruzamiento de razas, la política
inmigratoria, en una palabra, la occidentalización del país, fueron sus más caros sueños.
Era necesario transformar la realidad trasplantando para ello, hombres, cosas y
principios de la nueva Europa.
Ese arancel siguió rigiendo hasta que en 1821-1822, el gobierno porteño de Martín
Rodríguez lo modificó.
El metálico (oro y plata) tuvo un régimen dubitativo, de cualquier modo el metal siempre
encontró la forma de ser exportado, ya sea por la vía legal o la del contrabando.
La disolución de la unidad nacional (1820) señaló una nueva política portuaria. La
tendencia liberal se acentuó en Buenos Aires, y en agosto de 1821, se decretó la primera
baja de aranceles para regir a partir de 1822. El arancel de 1822 rigió casi toda la década
sin mayores alteraciones. Éste no alcanzó a ser todo lo liberal que hubieran deseado los
defensores de la política librecambista, ya que Buenos Aires aspiraba a dirigir el resto de
las provincias, a quienes esperaba reunir en su torno y, por lo tanto, no podía disgustar en
demasía sus intereses.
La elevación al poder del elemento federal fundó nuevas y más esperanzas de orientación
proteccionista. En octubre de 1829 se recargaron los derechos de importación, elevándose
la tasa general de 1822. Esta alteración del arancel significó un primer paso hacia la
legislación proteccionista que se sancionaría en la década siguiente.
reducir los derechos de 1835 en una tercera parte (1838), y al finalizar 1841, a permitir la
entrada de las mercaderías prohibidas.
El conflicto de 1845 con Francia e Inglaterra y un nuevo bloqueo del puerto de Buenos
Aires, significaron modificación del arancel, que se había vuelto a acomodar a los montos
de 1835. Nuevamente se redujeron las tarifas en una tercera parte. Una vez levantado el
bloqueo, se volvió a la tarifa de 1835.
El movimiento comercial.
Durante los años posteriores a 1810 la necesidad de mantener los ejércitos libertadores
constituyó un drenaje permanente de dinero, logrando casi exclusivamente a través del
impuesto aduanero, que se mantenía en límites bajos a fin de no desalentar la introducción
de mercaderías y el consiguiente cobro de derechos.
Por ello, el movimiento comercial rioplatense fue particularmente activo. La principal
potencia mercantil que traficaba en el Río de la Plata era Inglaterra, estrechamente
vinculada a la economía argentina de esos años.
Al amparo de una legislación liberal, el comercio exterior fue constantemente en aumento.
Terminada la guerra con el Brasil (1825-1828) que mantuvo paralizado el comercio
exterior, la actividad recuperó su ritmo febril.
La legislación proteccionista impuesta luego de 1835 tuvo escasa influencia sobre el
volumen del comercio exterior.
La ganadería.
Constituyó la principal riqueza de las provincias litorales, que eran las de mayor
importancia económica.
A pesar de la importancia ganadera, en general las estancias argentinas mantuvieron las
prácticas ganaderas heredadas del período hispánico. Las labores se mantuvieron
limitadas a la marca, la castración, en tanto continuaban las matanzas indiscriminadas.
Solo en 1845 se introdujeron los primeros alambrados, aunque hasta 1855 no se conoció
una estancia alambrada en todo su perímetro, iniciándose una imperfecta e incipiente
mestización del ganado criollo.
En esta época las únicas mejoras que se notan el sistema son el balde volcador y el uso
señuelos. Con el primer sistema se lograban aguadas artificiales, desconocidas hasta la
década de 1820, y con la utilización de un grupo de vacunos mansos como señuelos se
permitía arrear tropas chúcaras hacia los mataderos, así como también trasladarlas de un
lugar a otro.
Hasta 1837 la producción pecuaria alcanzó un destacado nivel al amparo de la demanda
saladeril.
La producción lanera inició en esta época su marcha expansiva. El ganado ovino había
estado prácticamente olvidado hacia 1810.
El saladero.
Fue la actividad que estuvo más estrechamente ligada a la producción ganadera. El
volumen del comercio de exportación estaba integrado casi exclusivamente con los
productos pecuarios constituidos por cueros y carnes saladas que ellos proporcionaban.
La política oficial trató de favorecer este tipo de actividades, liberando de todo derecho de
exportación las carnes saladas, tasajo, lenguas y la importación de elementos necesarios
para la fabricación de toneles, y dos años más tarde el director Posadas exceptuó de todo
gravamen la introducción de las máquinas utilizadas para el beneficio del sebo y la
salazón de carnes, etc.
La agricultura.
Tuvo escasa importancia durante este período, eminentemente ganadero. Los intereses de
los agricultores resultaron burlados con frecuencia. Las actividades agrícolas
P á g i n a | 123
Las industrias.
Durante esta época las industrias no lograron mayor jerarquía, y se desenvolvieron dentro
de los carriles que les imponían un mercado exterior inaccesible y una demanda interna
reducida por la competencia de la mercadería extranjera.
A pesar de ello, la ley de aduana de 1835 logró reactivar, durante algún tiempo, las
actividades manufactureras de Buenos Aires y del interior.
Buenos Aires contaba con una excelente industria manufacturera de sombreros, existían
talleres de carruajes, de muebles, de talabartería, de zapatería, de platería, de herrería. Al
amparo de la ley de 1835 había surgido algún molino harinero, y en esta época se difundió
también la industria del aceite de patas de vacunos.
Córdoba, San Luis y Santiago del Estero mantenían una eficiente industria textil.
Tucumán continuaba en la elaboración de cueros curtidos y tabaco. La caña de azúcar
llegó a contar en 1850 con 13 ingenios. También tenía una eficiente industria de
ebanistería y se lograban buenos licores. En Salta se hilaba algodón y se fabricaban
cigarros. Catamarca producía vinos y alcoholes, lo mismo que las provincias cuyanas.
Mendoza también producía harinas, trigo y jabón, además de carnes saladas. Santa Fe era
primordialmente ganadera, lo mismo que Entre Ríos, pero también se obtenían madera y
tabaco. En Corrientes se mantenía la fabricación de embarcaciones.
La minería.
Esta actividad no tuvo mayor importancia. Los yacimientos del Alto Perú, que eran los
mayores dentro del virreinato del Río de la Plata, quedaron fuera de la jurisdicción de las
Provincias Unidas. Y en las demás provincias, se encontraban en general abandonados
por falta de auxilios, de hombres, de máquinas y de capitales.
La tierra pública.
Una de las preocupaciones constantes de los gobiernos patrios fue el destino que
correspondería dar a las enormes extensiones de tierra que pertenecían al dominio del
Estado y que permanecían incultas.
En 1813 la Asamblea autorizó al ejecutivo a repartir tierras baldías entre los hijos del
país y los extranjeros que desearan trabajarlas.
En la época de Pueyrredón el Congreso autorizó a conceder tierras en propiedad en la
frontera con el indio, y el Director hizo entrega de unas pocas extensiones (1817), cuyos
propietarios debieron soportar largos inconvenientes para obtener sus títulos, recién en
1830 la legislatura de la provincia de Buenos Aires vino a reconocer esas concesiones y dar
a sus propietarios los títulos pertinentes.
Separadas las provincias en 1820, el gobierno de Buenos Aires ofreció mercedes en
Patagones. Pero pronto el gobierno volvió sobre sus pasos, decretó, el 7 de abril de 1822, la
inmovilización de toda la tierra pública, con objeto de garantizar la deuda pública. El 1º
de julio de 1822 se completó esta medida resolviendo que la tierra inmovilizada sería dada
en “enfiteusis” (el derecho de cultivar un fundo y gozar de él de la manera más extensa, en
forma perpetua o por muy largo período de tiempo, mediante una renta que se debe abonar
124 | P á g i n a
al propietario -el Estado-, esa suma poco a poco fue olvidada, y así el “enfiteuta” paso a ser
un verdadero propietario).
Poco a poco se fue abandonando la concesión enfitéutica. Los nuevos gobiernos federales
se sentían menos sujetos que sus antecesores unitarios a la inmovilidad de la tierra pública
y comenzaron a entregarla en propiedad.
La entrega de tierras arrebatadas al indio se efectúo bajo determinados requisitos: ser
natural del país, poblar con ganado o sembrar la tierra, acudir en defensa de la frontera
con armas y caballos propios. La tierra en propiedad también se dio como premio para
recompensar a los integrantes de la expedición al desierto (1834).
P á g i n a | 125
Antecedentes: Caseros.
Urquiza inicia una campaña rápida y decisiva, pasa al Uruguay, obliga a capitular a
Oribe, proclama su lema de pacificación: “Ni vencederos, ni vencidos” y luego inicia su
marcha triunfal hacia el territorio argentino. Rosas lo deja acercarse hasta Monte Caseros
donde el 3 de febrero de 1852 se produce la batalla definitiva. Derrotado Rosas, presenta
su renuncia y se embarca en el Conflict14 rumbo a Inglaterra, donde fallece en 1877.
rositas; b) tender un manto de olvido e invitar a todos los gobernadores para que se unieran
pacíficamente.
Urquiza elige la última opción y, para lograr la adhesión de las provincias a su programa
de olvido del pasado y unidad futura, destina en misión especial a Bernardo de Irigoyen,
joven, zagas, con experiencia diplomática.
La respuesta de los gobernadores es favorable. Tampoco existen dificultades para la
delegación por las provincias de las facultades antes otorgadas a Rosas para la conducción
de las relaciones exteriores, y en algunos casos, también para los negocios de la
Confederación. Las provincias del interior lo hacen por medio de leyes individuales,
mientras que las litorales (Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes) llegan a
análoga decisión en la conferencia de Palermo de San Benito el 6 de abril de 1852.
Contenido del Acuerdo de San Nicolás, su consideración y análisis por Buenos Aires.
El 8 de abril de 1852, el ministro de relaciones exteriores, Luis José de la Peña, envía una
circular a los gobiernos de las provincias invitándolos a una reunión solemne que forme
el preliminar de la Constitución Nacional.
Respondiendo a esta invitación asisten a la sesión inaugural del 29 de mayo de 1852, que
se celebra en San Nicolás de los Arroyos, los gobernadores de 10 provincias (Entre Ríos,
San Juan, Mendoza, La Rioja, San Luis, Santa Fe, Santiago del Estero, Tucumán,
Corrientes y Buenos Aires). Catamarca delega su representación en Urquiza. Salta,
Córdoba y Jujuy no asisten por tumultos internos y adhieren posteriormente al acuerdo.
Tras deliberar sobre el contenido del documento, el 31 de mayo de 1852, se firmó el famoso
acuerdo. El instrumento consta de una introducción, diecinueve cláusulas y una adicional,
las que consisten esencialmente en: a) Reconocer el Pacto Federal como ley fundamental
de la Nación; b) reunir el congreso general constituyente de acuerdo a lo previsto en el art.
16 de dicho pacto; c) determinar que el congreso constituyente debe reunirse en el mes de
agosto siguiente enviando cada provincia dos diputados por ser todas iguales en derecho;
d) disponer que esos diputados sancionen la Constitución Nacional a mayoría de sufragios;
e) abolir los derechos de tránsito en las mercaderías que pasasen de una provincia a otra;
f) Instituir una autoridad nacional con el título de Director Provisorio de la
Confederación Argentina; g) sufragar los gastos que demandase la administración de los
negocios nacionales, a cuyo fin “las provincias concurrirán proporcionalmente con el
producto de sus aduanas exteriores”.
Corresponde al Director Provisorio de la Confederación conducir las relaciones exteriores,
ejecutar el Pacto Federal, velar por el cumplimiento del acuerdo, mantener la paz interior,
ejercer el cargo de general en jefe de los ejércitos con mando efectivo de todas las fuerzas
militares de las provincias, constituir un consejo de estado para consultarlo en los casos
que considerara graves, entre otras. Correspondiéndole a Urquiza el cargo de Director
Provisorio.
Una vez firmado el acuerdo de San Nicolás, las perspectivas no podían ser más halagadoras
por la decisión unánime de todos los gobernadores de aprobarlo. Pero vientos distintos
soplaban por Buenos Aires, donde la facción alsinista, agitando el ambiente popular,
había soliviantado a los porteños contra el acuerdo que se acababa de firmar.
P á g i n a | 127
El 6 de junio fue presentado un proyecto para que se dirigiese una nota al ejecutivo, a fin
de que enviase al seno del cuerpo de representantes los antecedentes del acuerdo. Vélez
Sarsfield solicitó que la Asamblea se declarase en sesión permanente, a la espera de los
informes. Como el gobernador delegado contestó que nada podía informar pues no tenía
aun en su poder ningún antecedente sobre tal acuerdo, la sala, a propuesta de Esteves Saguí
aprobó un proyecto por el que se prohibía a los funcionarios del gobierno diesen
cumplimiento a ninguna orden que emanase del Acuerdo o fuese impartida en su
acatamiento.
El 15 de junio regresa a San Nicolás el gobernador don Vicente López y Planes, enviando
inmediatamente un mensaje a la Asamblea Legislativa solicitando apoyo al tratado. La
Sala resuelve tratar el Acuerdo el 21 de junio. El primero que rompe el fuego atacando el
acuerdo es Bartolomé Mitre con un apasionado discurso, oponiéndose a las facultades de
Urquiza como Director interino, el debate continúa hasta el día 22 con las calles pobladas
de gente. Vélez Sarsfield brinda los argumentos jurídicos que llevan a dar por tierra con
el acuerdo, alegando que los gobernadores se han extralimitado de sus mandatos y se han
arrojado para sí el poder legislativo y constituyente, nuevamente arremetiendo contra las
facultades otorgadas a Urquiza. No dejando de resultar curioso que en los preliminares
del Acuerdo, Vélez fue signatario del anteproyecto de Pico, muy similar al finalmente
firmado por los gobernadores.
Vicente Fidel López (hijo del gobernador) ensayó una apasionada defensa del Acuerdo,
fundando su validez en que la organización nacional estaba incompleta y fundaba la
autoridad en un acto de gobierno emanado de la obligación de cumplir leyes y pactos
anteriores, que ninguna provincia podría incumplir sin cometer un acto de rebelión contra
el pacto fundamental que constituye la Nación Argentina. La sesión culminó en tumultos
generalizados y al día siguiente la sala recibió la renuncia de Vicente López y Planes al
cargo de gobernador, la que fue aceptada sin mayores contemplaciones.
En vista de los acontecimientos, el General Urquiza, amparado en las facultades
conferidas por el acuerdo, envió una nota a la Asamblea considerándola disuelta, se hizo
cargo provisionalmente del mando de la provincia y luego lo entregó en manos del
gobernador renunciado. Tras estas medidas y haber ocupado militarmente la ciudad
ordenó el destierro provisorio de Alsina y el arresto de Vélez Sarsfield, Portela, Ortiz
Vélez y Bartolomé Mitre.
Poco pudo sostenerse en un clima tan convulsionado el gobernador López, el 24 de julio
presentó su renuncia indeclinable ante el directorio provisorio, asumiendo nuevamente
Urquiza el mando de la provincia. Elegidos los diputados que Buenos Aires enviaría al
congreso constituyente (Salvador María del Carril y Eduardo Lahitte), la hora de
concretar el sueño de Urquiza se acercaba, los preparativos en Santa Fe se realizaban con
toda premura.
A principios de septiembre de 1952 Urquiza decide emprender su viaje a la capital
santafesina para proceder a la instalación del Congreso Constituyente, delegando el mando
de la provincia en su ministro de guerra: General Galán.
El 11 de Septiembre se produce la revolución, con el apoyo de varios regimientos, Alsina
logra la ocupación militar de Buenos Aires, con Galán acuartelado en Palermo, ésta
triunfó sin derramamiento de sangre, tras lo cual Galán emprendía la retirada.
Alsina lanzó una proclama y la legislatura convocada nuevamente designó al General
Pinto como gobernador provisional de la provincia.
Urquiza enterado de los acontecimientos abandona Santa Fe y convocando algunas fuerzas
se dirige hacia San Nicolás, en esas circunstancias pudo el General Urquiza marchar sobre
Buenos Aires pese a lo dudoso del triunfo porque la revolución se había extendido a la
campaña15, sin embargo, a fin de evitar la disolución nacional o la guerra en otras
provincias, expresó su deseo de renunciar al cargo de Director provisorio y abandonar la
empresa de reunir al Congreso Constituyente y eventualmente declarar la independencia
La Constitución de 1853.
Génesis.
Nuestra Constitución es el fruto de un complejo proceso que tiene profundas raíces en el
pasado histórico. Aunque era nueva en 1853, no nació de la nada. Tampoco fue el producto
del pensamiento y de la acción imprevistos, repentinos, del momento de quienes la
sancionaron. Sus disposiciones empezaron a regir para un Estado nuevo, la República
Argentina, que se organizaba como todo un Estado con los elementos que lo configuran:
población, territorio, poder y gobierno. Estos dos últimos si eran nuevos, pero los hombres
que componían la población y el territorio en que aquélla se asentaba fueron anteriores a
1853.
Nuestra ley suprema fue el resultado de un pasado, sentaba un precedente que era
consecuencia de aquél y trazaba un programa para el futuro que a su vez iba a participar,
a tener comunicación con ese pasado y con ese presente.
Análisis.
La Constitución de 1853 consta de un preámbulo y dos partes. En el preámbulo que precede
el articulado, después de afirmar que el Congreso fue posibilitado por voluntad y elección
de las provincias -cláusula que implica reconocer la preexistencia de aquellas-, se expresan
los propósitos y los objetivos que inspiran su sanción y las metas que los constituyentes se
proponen alcanzar. Refleja una expresiva manifestación de fe democrática, de creencia en
el pueblo como fuente del poder.
La primera parte de la Constitución, titulada “Declaraciones, derechos y garantías”,
además de ser expresiva de su ideología generosa y humana, comprende un catálogo de
declaraciones y una afirmación de libertades, derechos, obligaciones y garantías, que son
fundamentales, porque son una valla al poder público y condicionan el clima apto para la
plenitud del hombre.
La segunda parte se destina a las “Autoridades de la Confederación”. Es la llamada parte
orgánica que se refiere al poder, sus órganos, funciones y relaciones entre aquéllos. En
consecuencia reglamenta los llamados “poderes” legislativo, ejecutivo y judicial, así como
las facultades de las provincias.
Dentro de los tipos y las clases de constitución que formulan la doctrina y el derecho
comparado, la Constitución de 1853 presenta características esenciales que le otorgan una
tipología especial:
a) Es escrita o codificada (no dispersa), porque está integrada por una reunión
sistemática de normas en un cuerpo unitario.
b) Es material, en cuanto por su contenido importa la organización fundamental
vigente y real del Estado.
c) Es rígida o estacionaria, pues solo puede ser modificada mediante el cumplimiento
de un procedimiento y órgano reformatorios distintos a los legislativos comunes.
Establece así una distinción entre el poder legislativo y el poder constituyente.
d) Es racional normativa, por cuanto, mediante normas escritas, planifica para el
futuro la ordenación constitucional del Estado.
130 | P á g i n a
Época de Secesión.
La ruptura y las relaciones entre Buenos Aires y la Confederación.
Buenos Aires se alza en revolución el 11 de septiembre de 1852 y se separa del resto de las
provincias. En consecuencia, no concurre al Congreso de Santa Fe y rechaza la
Constitución sancionada por aquél.
Poco tiempo después de haber ocupado el General Urquiza la presidencia de la República,
la junta de representantes de Buenos Aires sanciona su propia Constitución (8 de abril de
1854) y elige gobernador de la provincia a Pastor Obligado. El art. 1º de la Constitución
establece que “Buenos Aires es un Estado con libre ejercicio de su soberanía interior y
exterior mientras no la delegue expresamente en un gobierno federal”, por su parte el art.
171 enuncia que “El Estado de Buenos Aires no se reunirá al congreso federal, sino bajo
la base de la forma federal, y con la reserva de revisar y aceptar libremente la constitución
general que se dicte”.
La República queda así dividida en dos Estados independientes: la Confederación, por
una parte, con sus trece provincias (Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Tucumán, Salta,
Jujuy, Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja, Córdoba, San Juan, San Luis y
Mendoza); y Buenos Aires por la otra, con territorio, organización e instituciones propias.
puerto respecto de otro, por medio de leyes o reglamentos de comercio”, y al art. 64, inc. 1,
se proponía al referirse a los derechos de importación y exportación, el agregado de que
“serán uniformes en toda la Confederación, conforme lo estatuido en el art. 9”. En cuanto
al inc. 9 del art. 64, referente también a aduanas, se le añadía in fine: “sin que puedan
suprimirse las aduanas exteriores que existían en cada provincia al tiempo de su
incorporación”. La última sección la Comisión examinadora la dedicaba a las reformas
del Pacto, proponiendo la enmienda de los arts. 3, 30 y 101 de la Constitución de 1853. Con
referencia a la cuestión capital (art. 3) la comisión se inclinaba a que la capital no debía
ser Buenos Aires ni estar en su territorio, debiendo ser destinado para ello un distrito por
el Congreso. Al artículo primitivo que declaraba que las autoridades residirían en la
ciudad de Buenos Aires “que se declaraba capital de la Confederación”, se lo reformaba
así: “Las autoridades que ejercen el gobierno federal, residen en la ciudad que se declare
capital de la República por una ley especial del Congreso, previa cesión hecha por una o
más legislaturas provinciales del territorio que haya de federalizarse” (texto actual).
El art. 30 que establecía que “la Constitución puede reformarse en el todo o en cualquiera
de sus partes, pasados diez años desde el día en que la juren los pueblos”, se le suprimía la
parte final que fijaba el término de diez años para poder ser reformada, por las razones
históricas que hacían necesaria su revisión.
En cuanto al art. 101 que declaraba que “las provincias conservan todo el poder no delegado
por esta Constitución al gobierno federal”, se le agregaba: “y el que expresamente se hayan
reservado por pactos especiales al tiempo de su incorporación”.
Puesto a votación el proyecto de la comisión fue aprobado en general por treinta y dos
votos contra diecisiete.
que se adoptaría para examinarlas. Se nombra una comisión para que informe in voce
sobre todas y cada una de las reformas presentadas.
El 23 de septiembre tiene lugar la segunda sesión ordinaria, dándose entrada al dictamen
de comisión que introduce algunas modificaciones a las enmiendas propuestas por Buenos
Aires. Puesto en discusión el dictamen, se leen previamente el Pacto de San José de Flores
y el Convenio complementario. Se pasa a cuarto intermedio.
Reanudada la sesión, el diputado Elizalde expresa que durante el cuarto intermedio,
algunos convencionales habían propuesto dos pequeñas modificaciones al dictamen cuya
lectura se había dado. En estos instantes del debate solicita la palabra Benjamín
Victorica, quien expresa: “Que al someterse el Pacto de 6 de junio al Congreso Nacional,
un diputado dijo: La integridad de la Nación Argentina no se discute entre argentinos: se
hace; que él repetía esas mismas palabras para pedir la aclamación del dictamen de la
Comisión, que estaba en el corazón y en la conciencia de todos los que se encontraban allí
presentes. Que un solo voto debía dar la sanción de la unión nacional, para que ella fuese
recibida con el aplauso entusiasta y uniforme de todos los pueblos”.
La moción de Victorica fue recibida con grandes aplausos y vítores, poniéndose de pie los
convencionales. De esta manera quedaron aprobadas las reformas a la Constitución de
1853 propuestas por la Convención Provincial de Buenos Aires.
En el mismo día, en la tercera sesión ordinaria, es presentado el texto completo del cuadro
de reformas, el que, salvadas algunas cuestiones meramente formales, es aprobado en su
redacción definitiva.
El 25 de setiembre, leída la Constitución Nacional argentina, concordada de acuerdo con
las reformas introducidas en su texto quedó definitivamente sancionada.
eliminó el número fijo de jueces que debían integrar la Corte Suprema de Justicia
y también la exigencia de que la misma deba estar radicada en la capital de la
Nación.
20) Al art. 97, ésta: “suprimir ‘de los conflictos entre los diferentes poderes públicos de
una misma provincia, de los recursos de fuerza’ y reemplazar la parte final del
artículo desde donde dice: ‘entre una provincia y sus propios vecinos, y entre una
provincia y un Estado o ciudadano extranjero’, por esto: ‘y entre una provincia o
sus vecinos contra un Estado o ciudadano extranjero’, y agregar además ‘con la
reserva hecha en el inc. 11 del art. 64’ después de la frase: ‘que versen sobre puntos
regidos por la Constitución’
21) Al artículo 101, ésta: “Agregar al final ‘y el que expresamente se hayan reservado
por pactos especiales al tiempo de su incorporación’ ”.
22) Al artículo 103, ésta: “Suprimir ‘y antes de ponerla en ejercicio -a la constitución
provincial-, la remite al Congreso para su examen’ ”.
“Sala de Sesiones de la Convención Nacional ad hoc en Santa Fe, a 23 de setiembre de
1860”.
De esta forma las enmiendas suprimen: la mención de Buenos Aires como capital, la
aprobación de las constituciones provinciales por el congreso nacional, el juicio político a
los gobernadores por parte del congreso nacional y la competencia de la Corte para
entender en los conflictos entre poderes locales.
Las reformas tratan también de restringir las intervenciones federales en las provincias.
Establecen la incompatibilidad entre los empleos nacionales y los de provincia; el
requisito de ser natural o residente del lugar de su elección para los miembros del congreso;
la competencia de los tribunales provinciales para aplicar los códigos y la reserva de
derechos especiales para Buenos Aires incorporada al art. 31.
De esta manera, la Convención de 1860 descentraliza más el derecho público argentino y
asegura la autonomía provincial, dando a la Constitución una estructura definitiva y
estable que termina con una larga época de desavenencias políticas. La integración
nacional queda, pues, realizada y, el 21 de octubre de 1860, el pueblo de la provincia de
Buenos Aires jura la constitución de 1853, reformada.
3.- La Unión Nacional. Los Grupos y los partidos políticos. La Política de Derqui.
Mitre presidente: Gobierno y Política. Reforma constitucional de 1866.
Sarmiento: su gobierno y políticas. Muerte de Urquiza. La política educativa.
Elecciones de 1874. Presidencia de Avellaneda. Aspectos. Política exterior.
Federalización de Buenos Aires. Sanción de los Códigos Nacionales. Fuente:
(Zarini, 1981)// (Floria, y otros, 1971)// (López Rosas, 1996)// (Tau Anzóategui, y otros,
2005)//(Fallo: Martínez c/Otero CSJN 1864)// (Wikipedia: Laudo Hayes)
La Unión Nacional.
Los Grupos y los partidos políticos.
La sucesión del General Urquiza en la presidencia de la República, motiva elecciones en
las que se sigue el sistema de voto indirecto -por electores- establecido en la Constitución
Nacional, lo que dio origen a la primer campaña política por una elección presidencial.
Ya al promediar el año 1858 comenzaron a barajarse nombres de candidatos. La estructura
constitucional era tan reciente y la tradición tan fuerte que muchos propiciaron -contra
la prohibición constitucional- la reelección de Urquiza o la nominación del vicepresidente
del Carril. Cuando ambos rechazaron esas sugestiones quedaron dos nombres en pie: el
doctor Santiago Derqui, ministro del Interior, y el doctor Mariano Fragueiro, ex ministro
nacional y entonces gobernador de Córdoba. Derqui representaba al federalismo
oficialista, en tanto que Fragueiro representaba al ala liberal y moderada del partido. Los
partidarios del doctor Salvador María del Carril propiciaron la fórmula Fragueiro-
Marcos Paz; en cuanto a Urquiza, guardo silencio y no apoyó a nadie.
138 | P á g i n a
En esas elecciones son elegidos el doctor Santiago Derqui como presidente, y el general
Juan Esteban Pedernera como vice. Derqui obtuvo 72 votos contra 47 de Fragueiro y es
oportuno señalar que los electores que votaron por éste último correspondieron a aquellas
provincias que en el proceso por venir se mostrarían más sensibles a la influencia liberal.
Casi simultáneamente con el acceso de Derqui a la primera magistratura, el general
Bartolomé Mitre (partido liberal) se hace cargo de la gobernación de Buenos Aires.
Pese a la jura de Buenos Aires de la Constitución de 1853-60, la armonía se rompe pronto
por hechos sobrevinientes. Además de la difícil situación política en que accede Derqui al
poder, dado a que Urquiza continuaba siendo el jefe del Partido Federal, se suceden dos
acontecimientos que provocan un nuevo estallido: a) los sucesos de San Juan y b) el rechazo
de los diputados nacionales de Buenos Aires por el Congreso nacional.
La Política de Derqui.
Acercamiento a los liberales.
Derqui llegó a la primera magistratura en condiciones harto incómodas y que excedían
las molestias de la lucha electoral. Urquiza, su predecesor, seguía siendo el jefe del Partido
Federal y la primera figura en prestigio e influencia en toda la Confederación, además de
ser el gobernador recién electo de Entre Ríos. En consecuencia, a él pertenecía el poder
efectivo, en tanto que al presidente solo le quedaba el poder formal. La designación de
Urquiza como jefe del ejército y de su yerno, Benjamín Victorica, como ministro de
guerra, demostraron la dependencia del presidente.
En busca de compensar aquella influencia dominante su única alternativa era buscar el
apoyo de un partido político o sector. Su contacto político con Mitre, al visitar Buenos
Aires en julio de 1860, le inclinó a buscar alianza de los liberales, a cuyo efecto comenzó
por apoyarse en cierto grupo de federales que eran más o menos reacios a las directivas del
palacio San José16.
Estos pasos provocaron la renuncia de Victorica al gabinete. Dentro de este contexto se da
su decisión de gobernar con el partido liberal. Fiel a este propósito, que lo lleva a una
alianza práctica con Mitre, designa a un porteño, Norberto de la Riestra, ministro de
Hacienda y piensa ofrecer una carrera en el gabinete nada menos que a Valentín Alsina.
El partido Federal, con excepción del círculo más allegado al presidente, vio con temor
esta maniobra y cerró filas alrededor de Urquiza.
Este estado de armonía entre Derqui y Mitre duraría bien poco.
Mapa político.
En 1861 una línea de provincias con gobiernos liberales o simpatizantes, atravesaba todo
el país de sur a norte y dividía en dos sectores a los federales: el litoral, fuerte y dirigido
por Urquiza; el cordillerano, débil y que aislado dejaba de ser temible. Córdoba, Santiago
del Estero y Tucumán eran las provincias que respondían a la influencia liberal, en tanto
Salta y Jujuy eran potenciales adherentes.
Sucesos de San Juan. Asesinato de Virasoro.
Virasoro, interventor de San Juan desde el asesinato de Benavídez, se había hecho
nombrar gobernador, levantando grandes resistencias sobre todo en los liberales. El 16 de
noviembre estalla una violenta sedición y Virasoro es asesinado en su casa con varios de
sus parientes. Inmediatamente asumió el mando provisional el jefe del partido liberal
sanjuanino: Antonio Aberastain.
El hecho produjo estupor en todo el país. Entre los federales se clamó venganza mientras
en Buenos Aires se festejó como el fin de un tirano y el triunfo de la libertad. El presidente
nombró interventor federal al general Juan Saá, gobernador de San Luis, acoplándole dos
consejeros liberales. Saá despachó a sus consejeros liberales, derrotó a Aberastain en
Pocito, tomándolo prisionero. Al día siguiente Aberastain fue fusilado por orden de Saá.
Entonces las acusaciones de crimen se invirtieron.
Por su parte, el presidente Derqui queda al margen de la conducción política del país,
preso del desaliento, abandona el gobierno el 5 de noviembre de 1861 y se embarca rumbo
a Montevideo. El 20 de noviembre estalla la revolución liberal en Córdoba, el 22 los restos
del ejército federal eran acuchillados en Cañada de Gómez por el general Flores, y
terminaba su existencia como fuera militar organizada. El colapso de la Confederación
era total e irremediable. En la lucha por la dominación que se había librado, la bandera
de la hegemonía volvía a pasar a Buenos Aires, a un Buenos Aires liberal.
El 1º de diciembre, Entre Ríos reasumió su soberanía y se declaró en paz con las demás
provincias. El vicepresidente Pedernera, sin apoyo militar ni popular, legaliza la
situación de hecho existente y emite el decreto del 12 de diciembre de 1861, por el que
declaraba en receso el ejecutivo nacional.
presidente”, no emitió una frase de anecdotario, vio claro que contar con el apoyo político
y militar de aquel significaba recuperar el papel de árbitro que hizo posible su elección
presidencial. Y Mitre, que años antes había enfrentado sus peores críticas por dar un paso
similar, salió de su papel opositor para saludar lo que ahora veía como “una presidencia
histórica”
Muerte de Urquiza.
La reacción entrerriana, incubada desde 1861 y alimentada en 1865, estalló en 1870,
dirigida por Ricardo López Jordán. Dos meses después de la visita de Sarmiento, el 11 de
abril, Urquiza y sus dos hijos son asesinados, el primero en el Palacio de San José. Es el
último gran crimen político que registra nuestra historia, aunque no sea el último crimen
político. El jefe revolucionario se hizo nombrar gobernador, pero Sarmiento intervino la
provincia y ordenó la reducción militar de la revolución, misión encomendada a Emilio
Mitre. López Jordán es derrotado en Ñaembé el 26 de enero de 1871. La larga rebelión ha
sido vencida en gran parte por los adelantos técnicos del ejército, el fusil Remington y los
cañones Krupp. Con el de López Jordán desaparece el único ejército provincial
sobreviviente en el país, cuyo poder hacia temible a su gobernador y su jefe. Dos años
después, López Jordán invadió nuevamente Entre Ríos, pero su revolución fue derrotada
totalmente.
Política educativa.
La educación popular era para Sarmiento la base de la democracia política, recogiendo
principalmente las ideas pedagógicas francesas y norteamericanas. De ahí que atendiera
empeñosamente dos aspectos del mismo problema: la instrucción primaria y la formación
de maestros capacitados para impartirla.
En cuanto a la enseñanza primaria, la República tenía en 1872, 1.407 escuelas, de las que
946 era públicas y 461 particulares. Una buena parte de ellas estaba en la provincia de
Buenos Aires, pero durante esos años se promovió el establecimiento de escuelas en algunas
de las cuales, como La Rioja, no tenían ninguna al tiempo de iniciarse la administración
Sarmiento.
La ley del 6 de octubre de 1869, autorizando la fundación de escuelas normales en Paraná
y Tucumán, constituyó el punto de partida de esa rama educativa. Con la instalación de la
primera de esas escuelas, inspirada en el modelo norteamericano, empezaron los estudios
del magisterio de modo orgánico y permanente.
Elecciones de 1874.
Las candidaturas.
Se barajaron varias candidaturas. La de Alsina fue proclamada, pese a su
inconstitucionalidad, por Alem, Pellegrini y otros. Mitre, cuya popularidad había
renacido, fue propuesto por su partido. Sarmiento, que se había definido como
“provinciano en Buenos Aires y porteño en las provincias”, no veía con buenos ojos
ninguna de las dos candidaturas, y promovió la de Nicolás Avellaneda, quien como él era
un provinciano que había hecho su carrera política en Buenos Aires. Como él, Avellaneda
tampoco tenía un partido que le apoyara pese a su filiación autonomista. Pero Avellaneda,
a diferencia de Sarmiento, cuenta esta vez con apoyo oficial. Ni Alsina, ni Mitre eran
candidatos confiables para el interior y la candidatura de Avellaneda ganó adeptos en el
interior. Alsina comprendió, como seis años antes, que un partido eminentemente porteño
como el suyo no podría triunfar solo y que era necesario pactar con el interior, lo que
significaba por entonces, tanto como pactar con Avellaneda.
Elección de diputados nacionales en Buenos Aires.
La cuestión decisiva se planteó con la elección de diputados nacionales por Buenos Aires,
que llevaba como candidatos a Ocampo, Pellegrini, Alem, al arzobispo Aneiros v al
general Gainza. Esa lista era el símbolo de la alianza entre los autonomistas v el gobierno,
o si se prefiere entre Alsina v Avellaneda. La elección de febrero de 1874 fue un verdadero
escándalo por la violencia e irregularidad de su desarrollo. Los nacionalistas (mitristas)
144 | P á g i n a
sector de del Valle y Alem optó por repudiar la conciliación y separarse del partido,
fundando otro con el nombre de Republicano. Pero, el nuevo gobernador no era
conciliador sino por la circunstancia. Hombre vehemente o intransigente, poco tardaría
en ser protagonista de un grave conflicto. En el nacionalismo, José C. Paz v Estanislao
Zeballos también repudiaron la conciliación pero sin lograr nuclear muchos adherentes.
Fin de la conciliación.
En ese panorama, la muerte de Adolfo Alsina, en diciembre de 1877, fue un explosivo
político. Le sucedió el general Julio A. Roca en el Ministerio de Guerra. Los autonomistas
conciliados o tejedoristas y los nacionalistas reconstruyeron el viejo partido Liberal, de
donde habían nacido las dos fuerzas. El partido Republicano se desintegró. En setiembre
de 1878, el general Gainza convocó a una reunión para reconstruir el partido Autonomista.
Concurrieron Sarmiento, Pellegrini, Sáenz Peña, Irigoyen, Rocha, Alem, del Valle y
muchos otros. Sarmiento bautizó a la reunión Partido Autonomista Nacional. Este
partido iba a ser el punto de apoyo del general Roca
La conquista del desierto.
Desde la presidencia de Mitre existía la idea de recuperar la frontera del río Negro para
asegurar las poblaciones pampeanas de los ataques indígenas y dar nuevos campos a la
explotación. Los sucesos del país habían impedido concretar la idea. Durante la
presidencia de Avellaneda la presión popular se hizo mayor como consecuencia de los
aportes inmigratorios y de los malones indígenas.
El ministro de Guerra Alsina tomó el asunto en sus manos y en 1875 propuso un plan de
acción: avanzar la línea de la frontera sur ocupando lugares estratégicos v levantando en
ellos poblaciones, de modo de hacer imposible a los indios permanecer en la zona. El
avance debía hacerse por líneas sucesivas y el primero debía ocupar la línea Puán, Carhué,
Guaminí v Trenque Lauquen. La línea se comunicaría con Buenos Aires por telégrafo v
se uniría entre sí con un zanjón que dificultaría el pasaje de los indios.
Consultado el general Roca, comandante de la frontera oeste y con larga experiencia en la
materia, impugnó la esencia del proyecto. La línea de fortines era ineficaz v dejaba el
desierto a sus espaldas; era muy costosa, se necesitaba mucha tropa v ésta se desmoralizaba
en la inactividad del fortín. La solución estaba en buscar a los indios en sus bases, por
medio de una ofensiva continuada con tropas bien montadas, que serían oportunamente
relevadas por fuerzas de refresco de modo de no dar tiempo a los indios para reponerse. De
ese modo, mucho más eficaz que una zanja como obstáculo defensivo, se podía llevarlos
hasta el río Negro.
Las opiniones se dividieron. Pero Roca era sólo comandante de frontera y se impuso el
plan del Ministro. El cacique Namuncurá, jefe de una verdadera confederación de tribus
e informado de estos planes, quiso neutralizarlos con una gran invasión en el verano 1875-
76. Cuatrocientas leguas cuadradas desde Alvear a Tandil fueron arrasadas por los las
tropas de Namuncurá que usaron en esa ocasión carabina y revólveres. Cinco recios
combates los contuvieron causándoles serias bajas. Por fin, el 11 de abril de 1876, quedó
ocupada la línea fijada por Alsina. El resultado fue superior al esperado, pues despojó a
los indios de las mejores tierras de pastoreo para su ganado y su caballada de guerra.
Alsina programó entonces campañas inspiradas en el plan de Roca, cuando le sorprendió
la muerte.
Su sucesor, Roca, volvió a su propio plan. Hasta mediados de 1878 los indios habían
sufrido un castigo tremendo v su gente de guerra no llegaba a 2.000 lanzas. Roca preparó
6.000 hombres de caballería móvil, bien armados, y desde julio de 1878 realizó una
verdadera razzia en el desierto que dio como saldo 4 caciques presos, 1.250 indios muertos,
más de 3.000 prisioneros y otros 3.300 se presentaron voluntariamente. El poder indígena
había sido quebrantado definitivamente. Roca inició la segunda campaña en abril de 1879,
que ahora constituyó un “paseo militar”. La expedición batió el desierto en todas
direcciones, acompañada —signo de los tiempos— por fotógrafo y corresponsal
periodístico. En junio la campaña había terminado y estaba ocupada la línea del río
Negro.
146 | P á g i n a
Argentina sostiene que la ocupación del Chaco es provisoria y que discutirá los límites con
el gobierno paraguayo constituido.
Mitre entra en la discusión. Si la victoria no da derechos ¿para qué se fue a la guerra? La
victoria no da derechos nuevos, pero confirma los derechos pretendidos antes de la guerra.
En Buenos Aires estalló una tormenta política. Entretanto, el Imperio de Brasil mantenía
la ocupación militar y formaba al gobierno provisional paraguayo, que vio
inmediatamente que frente a la desinteligencia de los aliados le convenía apoyarse en
Brasil para recuperar el Chaco.
Se envió a Derqui a Asunción y el 20 de junio de 1870 se firmó un tratado que importaba
una modificación del de la Triple Alianza. Paraguay aceptaba con reservas el Tratado de
1865, como condición preliminar de paz, pero dejando a salvo sus derechos en las
cuestiones de límites que se declaraban expresamente no consentidas.
Para Brasil habían quedado firmes sus límites y cuestionados los de la Argentina. Se
desnaturalizaba la alianza a beneficio del Imperio.
Mitre fue enviado a Brasil y poco pudo hacer como no fuera evitar una guerra entre los
aliados. Nuestro país quedó ocupando provisoriamente Villa Occidental en el Chaco, y el
Imperio la isla del Cerrito, llave de la confluencia del Paraná v el Paraguay.
Correspondió a Avellaneda firmar en febrero de 1876 el tratado definitivo de paz.
Paraguay aceptaba los límites argentinos hasta el río Pilcomayo; al norte de éste, el
territorio chaqueño sería sometido al arbitraje del presidente de los Estados Unidos; las
islas del Cerrito y de Apipé pasaban a la Argentina, la de Yaciretá al Paraguay. Cláusulas
sobre comercio, navegación y amistad completaban el tratado, que confirmaba los límites
brasileños fijados en 1865.
El 12 de noviembre de 1878 el presidente Hayes dio su fallo arbitral otorgando, sin exponer
fundamentos, todo el territorio en litigio al Paraguay. Paraguay había ganado en la paz
lo que había perdido en la guerra.
El Congreso, por ley del 15 de noviembre de 1886, sancionó el primer código penal
nacional, elaborado sobre la base del proyecto de Tejedor, aunque con importantes
reformas introducidas por las comisiones revisoras. Éste código objeto de numerosas
críticas, fue sustituido en 1921 por otro, cuyo autor principal fue el doctor Rodolfo
Moreno. Es interesante señalar, que el proyecto de Carlos Tejedor fue adoptado como ley
local por casi todas las provincias antes de que recibiera sanción nacional. Se procedió en
estos casos de conformidad con el art. 108 CN, que autorizaba a las provincias a dictar
códigos antes de que los sancionara el congreso.
El Código de Minería.
Fue encargado por el PEN, el 26 de febrero de 1876, al doctor Enrique Rodríguez, y
sancionado con modificaciones, el 8 de diciembre de 1886.
Los códigos de procedimientos.
Si a la Nación correspondían dictar los códigos civil, penal, comercial y de minería, en
cambio la aplicación de las normas contenidas en los mismos correspondía a los jueces y
tribunales de cada provincia, salvo las reservadas a la justicia federal. De esta manera, las
provincias no solo debían establecer su propia organización judicial, sino también dictar
las normas de procedimiento a que se ajustarían las causas que tramitasen ante sus
magistrados.
El Código de Justicia Militar.
Fue sancionado en 1898, elaborado por José María Bustillo.
P á g i n a | 151
El proceso de laicización.
Otra faceta del liberalismo ideológico. Con la instalación de los republicanos de espíritu
laico en la dirección del nuevo régimen, abrióse en Francia un período de neta laicización
y separación entre el Estado y la Iglesia que duró casi cuarenta y cinco años. Hubo
períodos de conflicto agudo y de apaciguamiento, pero la ofensiva contra el clericalismo
fue muy fuerte. La persecución, como la llamaban los defensores de la Iglesia, no procedía
de una crisis general del Estado y la sociedad; era una burguesía de abogados, de legistas,
de hombres de negocios, de intelectuales. Esa burguesía gobernante profesaba una filosofía
que aceptaba el principio de igualdad de los ciudadanos, recomendaba el trabajo, el ahorro
y la frugalidad, creía en la ascensión por mérito, prohibía la intervención del Estado en
las relaciones de grupos de interés y desafiaba a la Iglesia Católica, a la que veían como
una sobrevivencia del “antiguo régimen” vencido por sus mayores.
Por convicción o por táctica, esa burguesía limitaba constantemente la influencia
eclesiástica mientras proponía objetivos generales aceptables: la defensa de la república,
el desarrollo de la educación, el progreso de una moral cívica independiente. El ejemplo
francés se exponía como el de una nación avanzando sistemáticamente por la vía de una
laicización creciente hacia la separación de la Iglesia y el Estado. A través de la batalla
por la escuela laica, se producía una paulatina secularización de la vida social francesa.
No era ya el Estado laico, sino el laicismo como ideología militante y el anticlericalismo
como postura de combate.
Diputados- aclaraba mientras tanto que el liberalismo que se condenaba era el que
representaba “la idolatría del Estado”, “el Estado ateo, sustituyéndose a Dios", “el Estado
que mata la iniciativa particular, que viola las conciencias, que se sobrepone a todo y a
todos".
En ese clima, los choques eran violentos y reiterados. Roca, alarmado, aconsejaba a
Juárez Celman que evitase conflictos. De todos modos, Juárez Celman chocaría
violentamente con el nuncio Mattera, mientras el ferviente católico v todavía ministro de
Justicia, Culto e Instrucción Pública de Roca. Manuel D. Pizarro, le escribía para que no
provocase a la opinión pública cordobesa.
Paul Groussac al regresar de Europa, en 1883, cree presenciar una “guerra de religión”.
Dos años antes, una ley sobre organización de los tribunales de la Capital que establecía
la competencia de jueces laicos respecto de apelaciones contra sentencias de tribunales
eclesiásticos, no sólo termina con la derrota de los católicos, sino con la relativa unidad
ideológica del sector dirigente.
La cuestión religiosa introduce, por cierto tiempo, una cuña que divide a los “clericales”
de los “anticlericales” o “liberales”, y motiva en el 82 la renuncia de Pizarro, católico
militante, que deja el cargo del Ministerio relacionado con el culto y la educación al
agnóstico y cáustico Eduardo Wilde. En el mismo año se realiza el Congreso Pedagógico
y en él se plantea una contienda ideológico-religiosa en torno de la inclusión o exclusión
de la enseñanza religiosa en las escuelas que constituye un antecedente importante para
comprender la sanción de la ley 1420.
En el 83 monseñor Clara es designado vicario capitular de Córdoba. Cuando el gobernador
Gavier designa a la señora Amstrong, de fe protestante, presidenta del Consejo Provincial
de Educación de dicha provincia, el vicario Clara prohíbe a los fieles enviar sus hijas a la
Escuela Normal regida por aquel Consejo. El gobierno nacional reacciona con violencia,
considera la pastoral de Clara como un alzamiento contra sus deberes de “funcionario
público” y decreta la separación del Vicario del gobierno de su diócesis, ordenando su
procesamiento por el juez federal de Córdoba. No fue suficiente un principio de arreglo
entre autoridades eclesiásticas y las maestras protestantes de la Escuela Normal. Clara dio
otra pastoral declarando nulo el decreto de destitución; en el Senado, Pizarro y del Valle
critican al gobierno y “La Nación” pone de relieve la excesiva vehemencia oficial. Pero las
líneas de combate estaban tendidas. El gobierno amonesta a las maestras que habían
tratado de ayudar a la superación del conflicto, deja cesantes a profesores universitarios
cordobeses por adherir a la posición de Clara y a José Manuel Estrada en su cátedra de
Derecho Constitucional por haber defendido los derechos de la Iglesia. Los liberales
gobernantes imponían, pues, su versión ideológica como doctrina de Estado, vulnerando
incluso la libertad académica.
Vinculada con la cuestión religiosa y con influencias del contorno internacional, aunque
discernible de éstas, la reforma educativa se entreveró con el litigio ideológico hasta el
punto de quedar difusos algunos propósitos de la misma que trascendían los conflictos de
la época.
En el clima de conflicto del momento, el Congreso Pedagógico de se prestó para que sus
debates derivasen hacia la discusión de la enseñanza religiosa en las escuelas, las pasiones
derivadas de la polémica oscurecieron la importancia de dicho instrumento legal en orden
a la “nacionalización” de una sociedad transformada por la inmigración y a la difusión de
valores comunes en medio de la crisis de identidad nacional antes descripta. Finalmente
en junio de 1884, fue sancionada la ley 1420 de Educación Común, que establecía la
enseñanza primaria obligatoria, gratuita y gradual. La instrucción religiosa -hasta esa
época de gran importancia en nuestras escuelas- solo podía dictarse fuera del horario de
clases.
La intensa polémica en torno a la enseñanza laica se agudizó aún más con la sanción, en
octubre de 1884, de la ley del Registro Civil. Hasta esa época, las iglesias parroquiales eran
las encargadas de dejar constancia de los nacimientos, casamientos y defunciones; con la
nueva ley, esas atribuciones pasaban a las autoridades civiles, si bien esta medida se limitó
158 | P á g i n a
Crisis de 1889.
El desbarajuste administrativo de la presidencia y los resultados negativos de la economía
liberal se tradujeron en 1889 en desastres concretos: un aumento desmedido del circulante
-debido a los empréstitos y emisiones- que al no encontrar actividades productivas donde
invertir, se convirtió en motor de la especulación y del juego, y un proceso de inflación
acelerada. Todos los bienes mobiliarios e inmobiliarios adquirieron un valor ficticio y
fueron garantía inexistente de préstamos bancarios otorgados liberal e inmoderadamente.
En la Bolsa se arriesgaban sumas fabulosas, parecía que el dinero no se acabaría nunca.
La verdad es que el papel circulante cada vez valía menos, los bancos acababan sus reservas
y no se podían cumplir los compromisos internos, ni externos.
Entre 1886 y 1890 la deuda pública aumentó de 117 millones a 351, sin contar 35 millones
más de deuda flotante en oro. La imposibilidad de cumplir los compromisos provocó la
suspensión del crédito, era la bancarrota. El oro comenzó una escalada catastrófica, el
globo de la Bolsa se desinfló y los valores cayeron estrepitosamente, las quiebras
proliferaron, aumentaron desmedidamente los precios de los artículos de consumo, se
incrementaron las huelgas. El país estaba fundido y endeudado.
La revolución de 1890.
El año 1890 representa la primera reacción cívico-militar activa, agresiva de la voluntad
popular deseosa de convertirse en factor de poder. Es el ’90 el punto de partida para una
nueva etapa de la política argentina en la que encuentran origen todas las tendencias que
protagonizarán las luchas cívicas en el medio siglo siguiente.
El compartimiento de Juárez Celman motivó el recrudecimiento de la crítica opositora,
afirmó la cohesión de los católicos contra las reformas liberales que proseguían, y definió
las posiciones de aliados y adversarios dentro y fuera del Partido Autonomista Nacional.
El “Unicato” engendró a sus “incondicionales”, que ocupaban los mejores puestos en la
administración y aspiraban a un futuro de mayor poder.
Cada día se hizo más numerosa la oposición, la que culpaba al gobierno de haber llevado
al país a un estado de quiebra. Roca se había alejado de su concuñado cuando advirtió que
P á g i n a | 159
gabinete al líder de la oposición radical, Aristóbulo del Valle, sugerido por Pellegrini.
Era una experiencia arriesgada pero también la última posibilidad de reunir en torno de
Luis Sáenz Peña a sectores cívicos radicales, a mitristas y autonomistas, dándole la base
política de la que hasta entonces había carecido.
En la Capital Federal, en las elecciones del ’93 fue vencedor el candidato a senador L. N.
Alem. Bernardo de Irigoyen y Alem, después del triunfo aplastante, creyeron que había
llegado el momento de realizar la revolución y le propusieron a del Valle que asumiera la
primera magistratura con el auxilio de las Fuerzas Armadas y el apoyo político de la UCR,
pero el ministro rechazó el plan.
Del Valle, en su gestión, había auspiciado un largo proceso de desórdenes en las provincias
para intervenirlas y llamar luego a elecciones libres. A fines de julio de 1893 se produjo
en la provincia de Buenos Aires un movimiento revolucionario de carácter popular,
encabezado por Hipólito Yrigoyen. De esta forma, los radicales instalaron un gobierno
provisional en La Plata. Del Valle se apersona en La Plata y desarma a ambos bandos de
combatientes (mitristas y radicales), convoca a una asamblea en Lomas de Zamora,
mientras nombra gobernador interino a Juan Carlos Belgrano.
Carlos Pellegrini se reúne con Sáenz Peña y lo convence de intervenir la provincia de
Buenos Aires y nombrar a Carlos Tejedor, el objetivo de esta medida es demostrar a los
revolucionarios el poder del régimen.
Del Valle renunció y Sáenz Peña confió la cartera del Interior al dr. Manuel Quintana.
Se declara el estado de sitio, las provincias rebeldes son intervenidas y concluyen los breves
gobiernos radicales.
En septiembre de 1893 estalla una sublevación en Tucumán, coincidente con movimientos
en Santa Fe y Rosario. En esta última ciudad Alem es proclamado presidente de la
República. Pellegrini reprime en Tucumán y Julio A. Roca, nombrado comandante en
jefe de las fuerzas de la represión, avanza sobre Rosario y la toma el 2 de octubre de 1893.
Alem y otros civiles son detenidos y confinados. A los jefes militares comprometidos se los
sentencia a pena de muerte, Sáenz Peña la convierte en reclusión.
Carlos Pellegrini funda el partido Conservador. La oposición ha sido desmantelada en
todo el país por las fuerzas represoras. El congreso nacional desconoce la autoridad del
presidente, quien sin apoyo alguno renuncia el 22 de enero de 1895. La Asamblea
Legislativa acepta la decisión con un solo voto en contra.
Confederación, pero hubo que esperar hasta la primera presidencia de Urquiza cuando se
dispuso organizar el ejército regular de la Confederación, sobre la base del que había
luchado en Caseros.
En 1855 se estableció la obligación general para todos los ciudadanos de prestar servicios
en las milicias nacionales desde los 17 hasta los 60 años, y también se realizó un
enrolamiento general.
Luego de Pavón le tocó a Mitre formar un nuevo ejército nacional, pero esta vez sobre las
bases de las tropas porteñas, transfiriéndose a la Nación el ministerio de guerra y marina.
Una vez finalizadas las campañas al interior, el presidente Mitre decretó la formación del
ejército permanente. En las fronteras con el indio se organizaban piquetes fijos y cuerpos
de indios amigos regimentados.
Los grados militares respondían al esquema anterior y se dividían en tres categorías:
oficiales generales (brigadier y coronel mayor), jefes (coronel, teniente coronel y sargento
mayor) y oficiales (capitán, teniente 1º, teniente 2º, subteniente, alférez, etc.).
Las milicias se alistaron en ocasión de la guerra con el Paraguay, la lucha contra el indio
o alguna revuelta interna. Se las denominaba “Guardia Nacional” y se ajustaban a la
organización tradicional.
En junio de 1888 se incorporó la Guardia Nacional en el ejército y fue reestructurada en
tres secciones: el ejército activo (hombres de 17 a 35 años), la reserva del ejército (hombres
de 35 a 40 años), el ejército pasivo (hombres 40 a 50 años a quienes se exceptuaba del
servicio activo).
La ley de reclutamiento general se dictó en 1872 y fue el primer paso hacia el servicio
militar obligatorio. Preveía la existencia de soldados voluntarios y “destinados” al servicio
de armas como castigo.
Fueron el presidente Roca y su ministro Richieri, quienes dieron estructura definitiva y
moderna al ejército argentino. El 5 de abril de 1902 se dictó el decreto que reglamentaba
la nueva ley de “organización del ejército”. Mediante estos instrumentos se organizó sobre
las nuevas bases el ejército, y se estableció el servicio militar obligatorio para los
argentinos de 20 años cumplidos. Estos ciudadanos debían incorporarse al ejército durante
6 meses la gran mayoría y durante 2 años la quinta parte, que pasaba a servir en la
Armada. La ley significó un paso firme en el proceso de argentinización: los jóvenes
argentinos descendientes de extranjeros, la mayoría inmigrantes, se incorporaron
anualmente a las filas del Ejército y completaron en él su preparación ciudadana. La ley
terminó con la posibilidad de que la oficialidad se formase con personal que había
ingresado en el ejército como soldado o suboficial, prescribiendo que solo los egresados del
Colegio Militar podían alcanzar esa jerarquía.
La Marina de Guerra.
En esta época, la Marina de Guerra adquirió la jerarquía de un arma autónoma,
separándose del ejército, al que estuvo unida desde los primeros tiempos.
El equipamiento de la Armada Nacional fue emprendido con éxito por el presidente
Sarmiento, quien la dotó de la primera escuadra. Hasta entonces pertenecían a la Armada
nacional buques en mal estado, viejos, sin las menores condiciones de eficiencia. La ley de
mayo de 1872 dispuso la adquisición de modernas unidades de hierro y a vapor.
En 1876 se organizó la comandancia general de marina que le daba cierta independencia,
aunque seguía vinculada al ministerio de guerra y marina. A raíz de la reforma
constitucional de 1898, que elevó a ocho el número de ministerios, creo los de agricultura,
obras públicas y marina. Desde entonces el arma tuvo su ministerio independiente, como
correspondía a una más moderna concepción bélica. El primer ministro fue el comodoro
Martín Rivadavia.
En 1900 se promulgó la ley de enrolamiento general de la Armada.
Se incrementó el poderío naval llegándose a tener cuatro divisiones en el Atlántico hasta
Ushuaia y se inauguró el puerto militar de Puerto Belgrano. Se construyó el apostadero
fluvial de Río Santiago y se modernizaron los talleres de Tigre y Zárate.
P á g i n a | 167
nacionales en todas las provincias, sobre todo en los lugares más apartados de las
campañas, donde el analfabetismo era más notable; se procuraba unificar la enseñanza
primaria en todo el país con el mínimo de conocimientos establecidos por la Ley de
Educación Común, promulgada en 1884. Se organizó y nacionalizó la Universidad de La
Plata; se reglamentó el ejercicio de las profesiones liberales, se crearon bibliotecas
públicas, etc.
El hecho más saliente en la presidencia de Quintana fue la revolución radical de enero de
1905 (ver en “La situación política).
Presidencia de Figueroa Alcorta (1906-1910).
La muerte de Quintana lo hizo presidente el 12 de marzo de 1906.
Contendiente de Roca, su sagacidad en el manejo político hizo que le sacara la jefatura
del partido oficial; morigeró la represión al radicalismo, aceptó el movimiento socialista
y dio lugar a reformas obreras.
Entre 1906 y 1907 consultó a Hipólito Yrigoyen e intentó obtener su colaboración, pero
éste le manifestó siempre la misma respuesta: “la solución a la crisis institucional
argentina reside en el libre ejercicio de la soberanía popular”.
En política económica, aumentó la elaboración y la comercialización de los productos del
agro: molinos, elevadores, puertos, ferrocarriles, frigoríficos y bodegas daban pingües
ganancias. Se afirma definitivamente el vacuno sobre el ovino en las cifras de exportación
de carnes congeladas.
A principios de 1908 clausuro el Congreso, porque los legisladores, que eran francamente
opositores, demoraban en las sesiones extraordinarias la sanción del presupuesto nacional.
Aprobó por decreto para 1908 el presupuesto de 1907 y ante la inminencia de las elecciones
de diputados nacionales, presionó a los gobernadores, amenazándolos con la intervención,
para obtener la mayoría en la cámara de diputados.
El 13 de diciembre de 1907 se descubrió el petróleo en Comodoro Rivadavia. Este
acontecimiento abría importantes perspectivas para la futura economía del país, con miras
a su autoabastecimiento. Se sancionaron leyes importantes, como la que reglamentó las
concesiones de ferrocarriles; la que creó la Administración General de los Ferrocarriles
del Estado; la que estableció zonas de reserva en la región petrolífera de Comodoro
Rivadavia; la que trató el fomento de los Territorios Nacionales; la que proyectó una red
telefónica sobre todo el país; la que protegió la propiedad científica, literaria y artística.
Durante el gobierno de Figueroa Alcorta tuvo lugar un acontecimiento trascendente: los
festejos de 1910 para celebrar el primer centenario de nuestra Revolución. Las principales
naciones del mundo enviaron representaciones especiales. España, la madre patria, se
asoció de una manera especial enviando como embajadora a la Infanta doña Isabel.
El desarrollo económico.
La ganadería.
Consolidada la unidad nacional, la conquista del desierto, el establecimiento de relaciones
comerciales permanentes y la coyuntura favorable que representaba para los países
exportadores de granos y carnes la expansión de la Revolución Industrial en Europa,
fueron causas determinantes en la Argentina del progreso de la ganadería y la iniciación
de una importante producción agrícola que en pocos años arribó a cifras notables.
El ganado ovino había alcanzado verdadero incremento, auspiciado por la abundante
demanda exterior de lanas de los centros fabriles europeos y norteamericanos. El ganado
lanar había adquirido una importancia considerable dentro del cuadro ganadero de la
época.
Respecto a los saladeros, en 1871 se sancionó la ley de supresión de los mismos en las
inmediaciones de Buenos Aires por la epidemia de fiebre amarilla. La disminución de la
esclavitud produjo la contracción de la demanda de tasajo por parte de Cuba y Brasil,
sumando esto a las restricciones que Europa imponía a la producción de los saladeros por
las escasas condiciones bromatológicas de éstos, derivó en la crisis del sector.
Era necesario un sistema de conservación de carnes que satisficiera los mercados europeos
o remitir los ganados en pie. La Argentina contaba con una enorme producción ganadera,
que era imprescindible canalizar hacia los mercados de exportación, ya que su consumo
interno con ser importante, resultaba incapaz de absorber la producción. Ante este
problema, se liberó la exportación de ganado en pie durante siete años. En octubre de 1877,
Charles Tellier, ingeniero francés registró su invento de conservación de carnes a grado
cero, mediante una corriente de aire frío. Luego el francés Julien registró su invento para
transportar las carnes enfriadas a una temperatura de entre -20º y -30º.
La consecuencia inmediata de la nueva técnica fue la aparición de los frigoríficos,
comenzando a instalarse paulatinamente éstos en el territorio nacional. La actividad de
los saladeros quedó maltrecha con la aparición de los frigoríficos, y a su vez, la actividad
de éstos obtuvo su mayor impulso a partir de la prohibición de importar animales vivos de
la Argentina, que sancionó el Gobierno Británico en 1900, a raíz de una importante fiebre
aftosa declarada en los ganados de la provincia de Buenos Aires.
Los primeros frigoríficos ingleses trabajaron sin competencia hasta la llegada de los
norteamericanos, quienes arribaron a nuestro suelo desalojados del suyo por una
legislación antitrust. Dispuestos a adueñarse del mercado, emprendieron una agitada
lucha de tarifas con los ingleses, que en definitiva benefició en forma importante a los
ganaderos argentinos, quienes vieron aumentar la demanda de carnes junto con el precio
del producto.
La introducción del frigorífico tuvo influencia en lo que se llamó “desmerinización” del
país. El merino se había difundido notablemente a causa de la demanda de lanas, pero el
172 | P á g i n a
frigorífico necesitaba de mejores carnes y por ello comenzó a difundirse la raza Lincoln
que prácticamente desplazó a las otras razas. El merino se mantuvo en los territorios del
sur. A su vez la preferencia de los frigoríficos por los vacunos hizo decaer el interés por el
ovino, que ya no volvió a tener la preponderancia de otras épocas, al tiempo que los
ganaderos se abocaron a mejorar las razas vacunas.
La influencia del frigorífico no solo se limitó al mejoramiento y a la multiplicación de
los ganados, tanto bovinos como ovinos, sino que se extendió hacia la agricultura y el
mejoramiento de los medios de transporte.
La agricultura.
Las actividades agrícolas de esta época tienen poca o ninguna relación con las que se
desarrollaron anteriormente. Aquéllas procuraban satisfacer el mercado interno, pero a
partir de la segunda mitad del siglo XX, la Argentina se transformó paulatinamente en
uno de los principales exportadores de granos.
Fueron varios los factores que lograron este hecho económico, pero el principal fue la
necesidad de Inglaterra de importar cereales. También debe anotarse como factor de
importancia la influencia del frigorífico, que, al necesitar de animales de más alta
calidad, exigía el mejoramiento de los campos naturales, y ello se obtenía mediante el
cultivo de forrajes y cereales. El trigo, el lino, el maíz, la cebada, la avena y el centeno
fueron utilizados como intermediarios entre el campo virgen y los alfalfares, y ese
momento agrícola por parte de los ganaderos produjo la convivencia de agricultura y
ganadería en una misma extensión de tierra, separada por alambres.
Fue entre 1880 y 1890 cuando la agricultura adquirió verdadera importancia. La
influencia del ferrocarril que hizo más fácil la salida de granos volcó a Córdoba y Entre
Ríos al cultivo de trigo. El desarrollo agrícola de Buenos Aires fue más lento dominado
por su inmensa existencia de ganados. Para 1900 la producción agrícola había superado a
la ganadera. La Argentina se convirtió así en el granero del mundo y abasteció con
abundancia los centros industriales de ultramar, recibiendo en cambio los artículos
industriales que no elaboraba.
La minería.
En las décadas posteriores a la batalla de Caseros, la minería tuvo un desarrollo notable.
Las zonas tradicionalmente mineras vieron activada su economía. Las minas de Famatina
fueron objeto de especial explotación. Entre 1885 y 1890 trabajan 27 minas que producían
plata, oro, hierro, cobre, plomo, etc. Sin embargo, esta actividad decae debido a los
progresos vertiginosos de la industria frigorífica y el incremento de los labores del campo,
la economía argentina comenzó gradualmente a abandonar toda actividad extraña a las
agropecuarias. Debido a ello, las empresas mineras fueron cesando en sus actividades, que,
en definitiva, fueron abandonadas.
Los combustibles, como el carbón, en especial a raíz de la Primera Guerra Mundial que
paralizó la importación de carbón de piedra que produjo el surgimiento de la industria de
carbón vegetal en el país.
Las industrias.
El crecimiento demográfico de Argentina significó, a la par de una abundante mano de
obra, un incremento considerable de la demanda de productos alimenticios y
manufacturados y, por ende, un notable impulso a las industrias.
El desarrollo ferroviario, que vinculaba permanentemente zonas distantes del país, y la
expansión económica general producida luego de 1880, que se tradujo en una desbordante
producción agropecuaria y trajo también aparejado el desarrollo industrial. Sobre todo,
las industrias vinculadas al agro tuvieron en esa época un importante desarrollo, sin
perjuicio de que otras, como las alimentarias, textiles, de la construcción y otras,
alcanzaron también niveles desconocidos hasta entonces.
La legislación aduanera se orientó también, desde fines del siglo XIX, a proteger algunas
industrias nacionales, que de esta forma encontraron el clima propicio para su
desenvolvimiento.
P á g i n a | 173
Las Finanzas.
La situación financiera del país, al hacerse cargo de la presidencia de la Nación el general
Mitre, resultaba bastante delicada. Las excesivas emisiones de papel moneda habían
operado una sensible depreciación del signo monetario. La guerra de Paraguay complicó
aún más las finanzas públicas, debiendo el Estado recurrir a nuevas emisiones de papel
moneda, de bonos de la deuda pública y de préstamos extranjeros. Durante la presidencia
de Sarmiento se recurrieron a nuevos empréstitos.
Entre 1873 y 1876 se produjo una grave crisis económico-financiera, causada por la crisis
mundial de 1873, provocando una situación alarmante, agravada por las obligaciones
señaladas anteriormente. Se suspendió la convertibilidad de los billetes de banco, y el
pánico cayó sobre el país. Se depreció la propiedad inmueble, se cerraron los bancos
particulares, se clausuraron los principales comercios, se difundió la bancarrota. Un plan
de severas medidas económicas y los fondos que facilitó la provincia de Buenos Aires, la
situación se salvó.
La Argentina, en proceso de plena expansión y sin un caudal de rentas considerables,
debió recurrir permanentemente al préstamo externo. La excesiva carga de compromisos
internacionales ahogaba las finanzas del Estado. Gobierno y particulares, contagiados por
un período de prosperidad que se creía ilimitado, se habían obligado más allá de sus
posibilidades.
La situación comenzó a tornarse angustiosa. El papel moneda, que había vuelto a la
convertibilidad después de solucionada la crisis de 1873-1876, dejó de serlo por disposición
del gobierno en 1885, multiplicándose las emisiones. Estos hechos y la balanza comercial
desfavorable obligo al gobierno a cesar los pagos de la deuda que mantenía con la Baring,
colocando a la firma inglesa en apuros financieros.
El presidente Pellegrini adoptó medidas extremas, en agosto de 1891 inmovilizó el Banco
de la Provincia, paralizándose sus actividades durante quince años, reestructuró el Banco
Nacional y, por fin, organizó el Banco de la Nación Argentina. Un nuevo empréstito
externo, llamado de moratoria fue concertado en Londres y se utilizó para saldar las
deudas del Estado con la Baring, que reclamaba desesperadamente el pago de sus
obligaciones.
En 1899 se sancionó la ley de conversión, que fijó el tipo de cambio a 44 centavos oro por
peso papel, disponiendo la formación de una nueva reserva metálica y ofreciendo convertir
a ese tipo. Esa ley, duramente criticada en su momento, sirvió para ajustar la moneda
nacional al oro, saneándola notablemente. La “Caja de Conversión” era la encargada de
realizar las operaciones previstas por la ley.
La situación política.
Durante la presidencia de Quintana se produjo la revolución radical de enero de 1905. El
estallido fue simultáneo en Córdoba, Mendoza, Santa Fe y Bahía Blanca, la Capital
Federal también se conmovió. El gran suceso revolucionario se produjo en Córdoba, el
comandante Daniel Fernández se sublevó con sus tropas. Abortado el movimiento y con
Hipólito Yrigoyen embarcado hacia Montevideo, la revolución concluyó. Sin embargo la
UCR demostró tener adeptos capaces de jugarse y el prestigio de sus jefes aumentó. Aún
sin aparentes posibilidades de llegar al gobierno, el radicalismo en su abstención
revolucionaria capitalizó no solo a los enemigos del régimen sino a la gran masa de
electores que no votaba por indiferencia. Por otra parte, si bien el ejército reprimió la
revolución, no fue unánime la opinión de los oficiales, se produjo una fisura en la
institución.
Una vez producida la asunción de Figueroa Alcorta, éste arrebató a Roca la conducción
del partido oficial, morigeró la represión al radicalismo, aceptó el movimiento socialista
y dio lugar a reformas obreras.
El Partido Autonomista Nacional se hallaba desmembrado en minúsculas fuerzas
provinciales que se combatían entre sí. El mitrismo había perdido su fuerza opositora por
“el acuerdo” y por su vinculación con el roquismo. Muerto Bartolomé Mitre en 1906, su
174 | P á g i n a
hijo, el ingeniero Emilio Mitre, asumió la jefatura del movimiento, al que dio el nombre
de Partido Republicano. El autonomismo porteño, con Benito Villanueva en la Capital y
Marcelino Ugarte en la provincia, se había nucleado bajo la denominación de Partidos
Unidos. No faltaban mitristas “acuerdistas” que eran los continuadores del roquismo y
tenían el apoyo de los gobernadores provinciales. Los radicales se habían dividido en
concurrencistas y abstencionistas.
Con mayoría roquista en el Congreso, para apaciguar los ánimos y dejar el fantasma de la
revolución, el Presidente perfiló su estrategia de afirmación en la conducción mediante
dos medidas: una permitió la aplicación de la ley de amnistía de 1906, para que los
exiliados volvieran al país y se liberase a los militares confinados, quienes recuperaron
los grados, y con la otra, se iniciaron conversaciones plenas de promesas relativas a la
libertad de sufragio.
Roca regresa de Europa y suspende el paréntesis que se había impuesto en la actividad
partidaria, con pretensiones de volver a ocupar su posición de árbitro y conductor, nuclea
en torno suyo grandes sectores de las fuerzas conservadoras.
Figueroa Alcorta, gobernando por decreto tras la clausura del Congreso y apoyado por la
simpatía o la indiferencia del ejército, obtuvo una amplia victoria en las elecciones para
diputados de 1908. Desde allí asumió el papel de gran elector y aseguró la sucesión
presidencial.
Sin otra oposición que la socialista, ya que la Unión Cívica Radical se mantenía en la
abstención, en mayo de 1910 fue unánimemente electo como presidente de la República
Roque Sáenz Peña, acompañado por Victorino de la Plaza como vice.
e) Sufragio secreto: impide mediante normas expresas e inequívocas que se conozca por
qué partido o candidato vota el ciudadano.
f) Representación de la minoría mediante la implantación del sistema de lista incompleta.
Hubo otras innovaciones destinadas a mejorar el funcionamiento del engranaje electoral.
Se dispuso así, un nuevo sistema de distribución de mesas receptoras; la elección del
presidente del comicio y los suplentes directamente por la junta escrutadora, un minucioso
reglamento para el funcionamiento del acto; la formación de juntas escrutadoras; la
participación de los apoderados de los diversos candidatos o partidos; texto de un acta
electoral, con todos los requisitos que deben guardar; procedimiento para votar; derechos
del elector, de las autoridades comiciales, de los apoderados o fiscales; de las
impugnaciones; del cierre del comicio y demás pormenores del proceso electoral.
Luego se dan las normas para hacer el escrutinio de acuerdo con el nuevo sistema electoral
implantado; se fijan las nulidades y se determinan las sanciones por infracción a la ley.
dispuesto los poderes públicos, en tres meses sometió, en combate, a los huelguistas. Se
calcula el número de muertos en más de dos mil.
El otro hecho trágico fue el conocido como “La masacre de La Forestal”. La Forestal fue
el nombre de una compañía inglesa instalada en el norte de la provincia de Santa Fe
dedicada a la explotación del quebracho colorado para extraer tanino -utilizado para
curtir cueros- y en la exportación de rollizos para la fabricación de durmientes para las
vías ferroviarias.
Las condiciones laborales de los trabajadores eran penosas. Los hacheros vivían en
ranchos improvisados con ramas y troncos y la jornada laboral era muy extensa. No se les
pagaba con moneda nacional sino con vales que solo podían canjear en los almacenes de
la empresa, donde los productos eran carísimos.
En la zona, existían ya viejas y profundas tradiciones de lucha social de los obreros de La
Forestal por sus reivindicaciones. Entre 1920 y 1921, la organización obrera debió recurrir
a la clandestinidad ya que la policía de la empresa reprimía con rudeza cualquier tipo de
movimiento sindical. Cuando los obreros presentaron sus pliegos de condiciones y
reclamos, la respuesta de “La Forestal” no se hizo esperar. La ferocidad con que la policía
reprimió a los trabajadores fue enorme. Ante la resistencia de los obreros y su rotunda
negativa a retomar el trabajo a pesar de las presiones, La Forestal recurrió a la policía
provincial y trajo de Corrientes, Chaco y Santiago del Estero contingentes de
rompehuelgas. También contrató una policía privada (los Penachos Colorados) que
cometió numerosos atropellos y vejámenes contra los trabajadores y sus familias:
quemaron ranchos, robaron o destruyeron sus pocas pertenencias, suprimieron los trenes
aguaceros (única provisión de agua potable en muchos obrajes).
Como aun así la huelga continuaba, La Forestal solicitó y obtuvo del gobierno de Yrigoyen
la intervención del Regimiento 12 de Infantería. Con la participación del ejército, la
huelga fue aplastada y los dirigentes fueron encarcelados.
Política Exterior.
Pacifista por vocación reiteró, en los años de la Primera Guerra Mundial, en que le tocó
gobernar, la posición de neutralidad frente al conflicto europeo. En 1920, terminada la
contienda y al iniciarse la Liga de las Naciones, Yrigoyen envió una delegación
encabezada por el canciller Honorio Pueyrredón a las sesiones en Ginebra con las expresas
instrucciones de que la entidad que iba a constituirse no debía ser la expresión del bando
vencedor en la Guerra, sino una asociación de todos los Estados soberanos. Como esta
posición no fue aceptada, retiró la delegación.
La firme oposición de Yrigoyen, convencido de la soberana igualdad de los Estados,
impidió la ratificación del Tratado de Argentina, Brasil y Chile. Dicha actitud aventó las
justas preocupaciones de las repúblicas hermanas frente a esa política de preeminencia.
resolvió cortar totalmente la situación, con lo que las relaciones quedaron totalmente
interrumpidas y poco después las diferencias fueron ahondándose hasta la ruptura.
Hasta 1922 el radicalismo manejaba el país de una manera incontrastable, el único que le
hacía frente en la Capital Federal era el Partido Socialista, en el interior pequeños
partidos provinciales o pequeñas disidencias. Pero hay una ley de ciencia política según
la cual, cuando un partido mantiene la hegemonía y se maneja casi con unanimidad, la
oposición nace dentro del propio partido, y esto ocurrió en la década del 20, cuando en
1924 el radicalismo se dividió entre antipersonalistas e yrigoyenistas.
Los antipersonalistas sostenían que estaban en contra de la política personal del caudillo
(Yrigoyen). Los Yrigoyenistas señalaban en cambio que sus opositores internos no eran
sino una forma encubierta de conservadurismo, un sesgo de derecha, y que ellos, los
yrigoyenistas, interpretaban mejor el carácter popular, revolucionario, transformador y
americanista del radicalismo.
Alvear marcó en su política interior procedimientos diferentes de los de su antecesor.
Decretó siete intervenciones y cinco fueron ordenadas por ley.
Entre 1923 y 1928 la labor del Congreso Nacional fue escasa, la mayor parte de la
legislación proyectada por el Ejecutivo, al igual que en el período anterior, no pasó de las
carpetas en las comisiones de ambas Cámaras. Dentro las leyes más importantes cabe
destacar la jubilación para bancarios y la creación de la Caja de Previsión Social (1923),
la reglamentación del trabajo de mujeres y menores (1924).
Alvear apoyó decididamente el desarrollo de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF),
designando a una semana de asumir al coronel Enrique Mosconi como director. Se
dictaron decretos de reserva contra los acaparadores de zonas prospectivamente
petrolíferas, créditos para instalar destilerías e intensificar la producción fiscal y
reformas al Código de Minería. Ante el silencio parlamentario se actuó por decreto. El
Estado sin los instrumentos necesarios para defender las riquezas del subsuelo, encontró
en la energía de Mosconi el camino de la explotación fiscal.
En el año 1927, cercano a la renovación presidencial, nos encontramos con posiciones
enfrentadas. El radicalismo, aún en contra de la posición del ministerio de agricultura y
de casi todas las agrupaciones políticas que estaban a favor de la explotación paralela
privada, resolvió levantar la bandera, encabezada en forma personal por Yrigoyen, de la
nacionalización de los yacimientos y su explotación exclusiva por la vía fiscal. Bandera
de hondo raigambre popular e intenso nacionalismo. En septiembre del 27 se logró la
aprobación de la explotación estatal en la Cámara Baja. El Senado no trató el proyecto de
ley. Esta sanción fue considerada por los sectores conservadores como un avance sobre el
derecho de propiedad.
En 1928, cuando concluyó el sexenio de Alvear, se produjo el enfrentamiento entre el
radicalismo yrigoyenista y el antipersonalista, apoyado este por los conservadores y por
una escisión de los socialistas denominada Partido Socialista Independiente.
Terminó con una arrasadora victoria de Yrigoyen, a la que se llamó “El Plebiscito”, porque
el caudillo radical logró acumular el doble de votos que todos los demás partidos reunidos.
Prolegómenos de la insurrección.
Si durante su primera presidencia Yrigoyen se vio atacado por una oposición tenaz e
implacable, a principios de la segunda, sucede aparentemente todo lo contrario. Los
partidos opositores se encuentran desorganizados y nada pueden oponer al radicalismo
pujante y numeroso como nunca.
Ese apoyo popular que los radicales creyeron que no iba a terminar nunca, se perdió muy
rápidamente en dos años. No solo por la alta edad del propio Yrigoyen y por algunos
errores cometidos, sino por la acción obstinadamente antirradical y antidemocrática de
las fuerzas conservadoras, que comprendieron que ya era imposible esperar la solución
electoral, y optaron por el camino de la fuerza.
Todos los partidos de la oposición pondrían el hombro en la creación del clima propicio.
Unos participando en la conspiración militar, minando otros las bases populares del
oficialismo. Tanto dichos partidos, como los estudiantes y la machacona campaña de los
diarios, socavaron el orden institucional, e invocaron la Constitución a favor del plan
golpista. La corrupción en la administración pública y el relajamiento del radicalismo
permitió que la opinión pública con fina y sutil habilidad.
A comienzos de 1928, los hermanos Julio y Rodolfo Irazusta, con Ernesto Palacio, Juan
Carulla y otros, iniciaron la publicación de “La Nueva República”, vocera de los ideales
de “Orden, jerarquía, autoridad”. A fines de 1929 pasan a la acción directa y fundan una
nueva fuerza de choque: la “Liga Republicana”. A poco se le une en los entreveros callejeros
otra agrupación semimilitarizada “La Legión de Mayo”, inspirada por el propio general
Uriburu y dirigida por Rafael Campos y José Güiraldes. El diario “La Fronda”, en la
misma senda ideológica, encarnó el propósito de reagrupar las fuerzas, lo dirigía
Francisco Uriburu.
El espectro del comunismo comenzó a preocupar sinceramente a algunos, pero sobre todo,
resultó una cómoda bandera para otros. No faltaron quienes creyeron o hicieron creer, con
absurda propaganda, que la democracia conducía inevitablemente al comunismo.
El rechazo a todo el sistema institucional pluripartidista prendió y se hizo carne en los
militares que comenzaban a denostar al régimen democrático.
Desde la izquierda se levantaron las más acerbas críticas. La revista “Claridad”, tribuna
del pensamiento izquierdista, ataca sin cuartel al anciano gobernante. El efecto deletéreo
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La ruptura institucional.
El 5 de septiembre de 1930, el presidente Yrigoyen delega el mando por agravación de su
estado gripal en el vicepresidente Enrique Martínez. Éste, ante los tumultos que se
producen y el cariz que toman los sucesos, declara a la ciudad de Buenos Aires en estado
de sitio por treinta días.
Luego de una tensa noche cargada de expectativas, suena la sirena de la base aérea de El
Palomar al amanecer del 6 de septiembre como señal, para los oficiales complotados, de
la iniciación del movimiento. A las 7:30 de ese día llega al Colegio Militar el jefe de las
tropas sublevadas, general José Félix Uriburu, e inmediatamente después despega el
primer avión de El Palomar para repartir la proclama que aparece firmada por una
titulada “Junta Militar”.
En esta proclama se expresa que la Armada y el Ejército respondiendo al clamor del
pueblo, han resuelto intimar a los hombres de gobierno el abandono de sus cargos que ya
no ejercen para el logro del bien común sino para el logro de sus apetitos personales.
Agrega el bando que la Constitución obliga a los ciudadanos a armarse en su defensa y que
las fuerzas armadas se levantan para salvar la realidad de las instituciones y la dignidad
de la Nación, promoviendo no solo el cambio de hombres sino del sistema que arrastra el
país a su ruina.
Pasadas las diez de la mañana el Colegio Militar comienza su marcha rebelado, poco
después se producen movimientos de tropas en Campo de Mayo y dos escuadrones de
caballería salen sublevados. Uriburu dirige un telegrama al vicepresidente, en el que le
exige su renuncia y la de Yrigoyen y los hace responsables de la sangre que llegue a verterse
por defender un gobierno unánimemente repudiado por la opinión. Luego se pone al frente
de las tropas que ven engrosadas las filas en su avance que constituye, como lo definió el
mismo jefe, un “paseo militar” con algunas agresiones armadas de muy escasa importancia,
salvo el intenso tiroteo registrado en la plaza Congreso que deja el saldo de dos cadetes
muertes, veinticinco heridos y numerosas bajas en el elemento civil.
Mientras tanto se coloca bandera de parlamento en la Casa de Gobierno. El vicepresidente
ha resuelto, de acuerdo con los deseos de Yrigoyen, que no se resista la subversión. El
presidente abandona, enfermo, su domicilio dirigiéndose a La Plata. Minutos después de
las 18, llegan a la Casa Rosada los generales Uriburu y Justo a la vez que las tropas adictas
al movimiento avanzan hasta la Plaza de Mayo. Uriburu se entrevista rápidamente con el
vicepresidente Martínez exigiéndole, con firmeza, la renuncia, que éste en principio se
niega a firmar. Pero luego de algunos conciliábulos con sus colaboradores presentes, la
firma y abandona la Casa de Gobierno.
Yrigoyen llega con sus acompañantes a La Plata, donde lo aguardaba el gobernador y
correligionario Nereo Crovetto. Busca la colaboración del jefe del regimiento 7 de
P á g i n a | 185
infantería, que le informa que acata las órdenes del nuevo gobierno instalado en Buenos
Aires y que debe presentarse en calidad de detenido. A esa altura del día Martínez ya había
renunciado y el anciano presidente, físicamente enfermo y moralmente agobiado por los
sucesos, sigue igual temperamento presentando su dimisión.
Yrigoyen queda detenido en ese regimiento. En Buenos Aires, los jefes y oficiales leales a
su gobierno mantienen entrevistas y verifican el tenor de las renuncias, decidiendo
finalmente no resistir. Por su parte, el general Uriburu se pone en contacto con las
guarniciones militares del interior, que acatan las medidas adoptadas por la fuerza de la
Capital. Consolidado así el movimiento, su jefe pronuncia una breve alocución desde los
balcones de la Casa de Gobierno.
Los diversos testimonios sobre los sucesos de la semana de septiembre coinciden en
reconocer que la acción represiva y toda otra posible resistencia de parte del gobierno se
vieron perjudicadas por la incapacidad, casi absoluta, demostrada por el vicepresidente
Enrique Martínez y el ministro del Interior e interino de Guerra, Elpidio González, que
no supieron o no quisieron poner en marcha el dispositivo defensivo del Estado.
Después de la “revolución”, Yrigoyen fue trasladado preso a la Isla Martín García. Regreso
en 1932 a la Capital intentando reconstruir su movimiento radical. De manera inesperada,
sin enfermedad previa, lo sorprendió la muerte el 3 de julio de 1933.
17 Marca el inicio del fin del “patrón oro”, hasta ese tiempo las monedas eran respaldadas por metales preciosos, siendo convertibles a
oro.
18 El tema se desarrolla en la página 190, como un apartado dentro de la Presidencia de Agustín P. Justo. Junto con el apartado
“Asesinato en el Senado de la Nación” son temas que forman parte tanto de la crisis del ’30 como de la presidencia referida.
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El golpe de gracia para el plan político de Uriburu fue dado por el experimento “piloto”
que constituyeron para el gobierno provisional las elecciones del 5 de abril de 1931 en la
provincia de Buenos Aires. Se presentaron los conservadores, los radicales y los socialistas.
El partido Radical llevó como candidato a Honorio Pueyrredón, y triunfó. De esta
manera, se derrumbaba uno de los presupuestos básicos del plan político.
Justo empleó en el proceso su habilidad política, mostrando parte de sus cartas,
alternativamente, al oficialismo v a los radicales. El 25 de abril de 1931 Alvear retornaba
a Buenos Aires para encabezar la estructura radical. Como otrora Roca con Mitre, Justo
fue a recibir a Alvear al puerto de Buenos Aires, para introducir una cuña entre el sucesor
de un Yrigoyen preso v sus seguidores. Alvear no insistió en descalificar al yrigoyenismo,
lo cual neutralizaba en parte la maniobra política de Justo.
El radicalismo, ahora en el llano, olvidó sus anteriores disidencias antipersonalistas e
yrigoyenistas y se unión bajo la dirección de Alvear. Yrigoyen que había estado confinado
en Martín García, fue indultado por el gobierno provisional y volvió a Buenos Aires. Sin
embargo, no ejerció el liderazgo de su partido sino que se limitó a bendecir la conducción
de Alvear.
Pero Justo no se amilanó. En julio de 1931 se produjo una conspiración militar dirigida
por el teniente coronel Gregorio Pomar, en Paraná. La rebelión falló y dio ocasión a
Uriburu para perseguir al radicalismo: se clausuraron comités y periódicos partidarios; se
deportó a los principales dirigentes radicales incluyendo a Alvear y poco después se vetó
la posible candidatura de los participantes del gobierno de Yrigoyen. La lógica interna
del proceso iniciado en 1930 se imponía a los actores: el radicalismo yrigoyenista no debía
volver al poder. En octubre de 1931 se anularon las elecciones del 5 de abril ganadas por
los radicales.
Mientras los nacionalistas proponían un camino reaccionario pero novedoso, el grueso de
la clase política optaba por la defensa de las instituciones constitucionales, pero señalando
que éstas no habían estado nunca supeditadas a las formas más crudas de la democracia.
Por el contrario, existía en el pasado una amplia experiencia acerca de cómo resolver la
cuestión electoral y formas, no necesariamente groseras, de mediatizar la voluntad
popular. Esta alternativa, que salvaba los principios del liberalismo, fue reclamada desde
la sociedad, fue defendida vigorosamente por los principales órganos de opinión, como La
Nación o Crítica, y fue asumida por los partidos políticos que habían constituido la
oposición a Yrigoyen.
Se fijaron las elecciones presidenciales para el 8 de noviembre de 1931. Las candidaturas
de Marcelo T. de Alvear y Adolfo Güemes a presidente y vice de la Nación fueron vetadas
por el Gobierno, aduciendo que Alvear, de acuerdo la Constitución Nacional -¡oh, ironía!-
no podía ser candidato a presidente por no haber transcurrido un período completo desde
su presidencia finalizada en 1928. La Unión Cívica Radical proclama la abstención.
Alvear es deportado.
Ante el fracaso de Uriburu se impone la candidatura de Agustín P. Justo como figura de
recambio. En la elección lo enfrentó únicamente una coalición del Partido Socialista y el
Demócrata Progresista, que proponían a dos prestigiosos dirigentes: Lisandro de la Torre
y Nicolás Repetto. Aunque eventualmente podía capitalizar la oposición al gobierno, tenía
la debilidad de la escasa organización partidaria fuera de la Capital y de Santa Fe, así
como el conocido antirradicalismo de sus candidatos. En noviembre de 1931, y en una
elección no totalmente escandalosa, la fórmula encabezada por Justo obtuvo un triunfo
que tampoco fue aplastante y permitió que la oposición ganara el gobierno de una
provincia y una respetable representación parlamentaria.
En la provincia de Buenos Aires era gobernador, desde 1935, Manuel A. Fresco quien
había creado su propia policía militarizada. Había llegado al gobierno en un acto comicial
viciado de violencia y hasta algunas muertes. En las elecciones de 1940 para elegir nuevo
gobernador creyó poder utilizar las mismas prácticas, si bien no hubo violencia durante
el acto comicial de febrero, el gobernador cambió la mayoría de las urnas por otras llenas
de boletas en favor del candidato de su partido, el caudillo de Avellaneda, Arturo Barceló.
Hasta ese momento Ortiz no había intervenido, pero en las posteriores elecciones de
diputados de marzo, la vigilancia impuesta por el presidente impidió el fraude. El
resultado favoreció a los radicales, tras lo cual Ortiz ordenó la intervención de la
Provincia de Buenos Aires por decreto en acuerdo de ministros.
Poco después, el 3 de julio delegó el mando, por enfermedad, al vicepresidente. Parecía
algo transitorio, pero nunca volvió a la función. Presentó su renuncia, que fue aceptada y
falleció el 15 de julio.
Fue una época en la que varias desapariciones ejercerían un vacío notable en la afirmación
democrática de la Argentina. La quebrada salud de Roberto M. Ortiz impidió terminar
con el fraude, en enero del 39 se había suicidado Lisandro de la Torre, en marzo del 42
fallecería Alvear y posteriormente en 1943 desaparecería el general Justo.
Revolución de 1943.
La asonada.
Cuando parecía que la elección del senador salteño, Patrón Costas era un hecho, ya que no
tendría oposición en las elecciones presidenciales, se hizo visible una logia militar, el
Grupo de Oficiales Unidos (GOU), encabezada por los tenientes coroneles Miguel A.
Montes y Urbano de la Vega, que actuaron en representación de Juan D. Perón.
El 10 de marzo de 1943 unos veinte oficiales del ejército se constituyeron en Logia,
redactando una serie de normas a las que ajustarían la acción.
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El general Ávalos, al frente de sus tropas, marchó a Buenos Aires. El presidente Farrell
aceptó el ultimátum y, destituido, Perón, redacto su renuncia, fue arrestado y confinado
a la Isla Martín García.
Los grupos políticos no 'satisfechos con la renuncia de Perón, ahora exigían la renuncia
del presidente Farrell y el ejercicio transitorio del gobierno por la Suprema Corte. Esta
oposición fracasó en cabildeos sin adoptar medidas enérgicas para asegurar la aparente
victoria obtenida. El presidente Farrell siguió en funciones y el médico de Perón,
revisándolo en la isla, pidió que lo trasladaran al Hospital Militar.
Huelga general, primero en Avellaneda y, luego, en todo el Gran Buenos Aires. Los
coroneles amigos de Perón adoptaron un plan de lucha para su retorno. Eran cuatro:
Domingo Mercante, Filomeno Velazco, José Domingo Molina y Mujica.
El 17 de Octubre de 1945.
El 17 de octubre, noticias de movilización popular circulaban como inminentes. Cipriano
Reyes, el líder del Sindicato, de la Carne, seguía convenciendo a los obreros, que habían
comenzado a cruzar el puente de Avellaneda para llegar a la Plaza de Mayo. Otros grupos
de los suburbios de la ciudad y barrios de trabajadores exigían la libertad de su líder. La
Plaza de Mayo desbordó por la adhesión de la clase obrera, espontáneamente por una
parte, y por otra, convocada por grupos adiestrados en reunir gente para las grandes
concentraciones en la historia política del país. Los manifestantes clamaban en forma
delirante para pedir la presencia de Juan Domingo Perón. El general Farrell, desde el
balcón de la Casa Rosada, aseguró que hablaría veinticuatro horas después. La gente
esperó en la Plaza.
Recién a las 23.10 Perón apareció en los balcones de la Casa Rosada desencadenando la
mayor explosión de entusiasmo colectivo jamás conocida en la historia argentina y vio por
primera vez a esa marea humana con antorchas improvisadas con diarios, palos y carteles.
Con dificultad por las constantes interrupciones del público, Farrell anunció las nuevas
medidas tomadas por el gobierno e hizo la presentación de Perón.
Hechos posteriores.
Pero estaba lanzado, como gran caudillo, a la campaña previa al acto eleccionario, tal
como la había planeado, con el apoyo de las tres grandes columnas de armazón político: el
movimiento obrero, el Ejército y la Iglesia Católica. Atento a las críticas por su relación
informal con Eva Duarte se casó con ella en una ceremonia privada en Junín, y
posteriormente en una ceremonia religiosa muy publicitada.
El 15 de noviembre de 1945 el cardenal primado, Santiago Luis Copello, y los obispos y
arzobispos de la Iglesia en la Argentina, firmaron una carta pastoral que se leyó en todas
las iglesias del país: "Ningún católico puede votar por un candidato que apoye la
separación de la Iglesia y del Estado -se refería a argumentos esgrimidos por el polo de la
oposición, la Unión Democrática-; la derogación de las leyes que reconocen los derechos
de la Iglesia y en particular la formulación de votos religiosos; del laicismo en las escuelas
[la revolución del 4 de junio había impuesto la religión 'católica en las escuelas en horario
de clases] y el divorcio legal".
Perón fue invitado a una misa especial en la Basílica de la Virgen de Luján, en la que el
obispo oró por la victoria peronista. Un sector católico de nuestra sociedad se opuso, sin
éxito.
Le faltaba un elemento a su plan político: la Unión Cívica Radical expresión de la clase
baja y media de la sociedad. Un radicar fue su compañero de fórmula, Jazmín Hortensio
Quijano, de Corrientes; se creó la Junta Renovadora de la Unión Cívica Radical. Había
logrado fraccionar el tradicional partido.
La fórmula Perón-Quijano fue sostenida por tres agrupaciones: el partido Laborista,
fundado por Cipriano Reyes, un desprendimiento de la Unión Cívica Radical, la Junta
Renovadora y el partido Independiente, y estaba pronta para enfrentar la conjunción de
varios partidos políticos: Unión Cívica Radical, Socialista, Demócrata Progresista y
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Hacia fines de 1952, Perón se vio obligado a cambiar el rumbo de la política económica.
El Segundo Plan Quinquenal fijaba prioridades en el desarrollo agrario, en la industria
pesada y en las obras de infraestructura, en la promoción del ahorro y en la inversión
privada.
El déficit de la balanza comercial pasó de dos mil millones en 1951 y 1952 a tres mil
millones en 1953.
En 1952 se disolvió la Unión Industrial Argentina y se organizó la Confederación General
Económica sobre la base de tres confederaciones: de producción, industria y comercio. En
1953 se promulgó la ley que reglamentaba las negociaciones de los convenios colectivos de
trabajo, más tarde homologadas por el Ministerio de Trabajo.
Concluye el proceso de provincialización de los territorios nacionales. En 1953 se creó la
provincia de Misiones. En 1955 se crearon las provincias de Formosa, Río Negro, Chubut
y “Patagonia” que abarcaba las actuales “Santa Cruz, Tierra del Fuego, las Islas del
Atlántico Sur y el sector Antártico”, ésta última no llegó a efectivizarse al ser anulada por
la revolución del ’55 (en 1956 se crearía la provincia de Santa Cruz, en tanto Tierra del
Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur continúo como territorio nacional hasta 1990).
En 1954 y 1955 se firmaron con la Standard Oil Company de California contratos
petroleros que ponían en crisis los principios de soberanía establecidos en la Constitución
Nacional, más exactamente en el artículo 40 sobre recursos naturales, hecho que fue
hábilmente utilizado por la oposición.
Crisis con la Iglesia.
La supresión de la enseñanza religiosa en las escuelas y la ley de divorcio, la supresión de
feriados religiosos, el proyecto de separación de la Iglesia del Estado, entre otras
cuestiones, enrarecieron aún más el ambiente político y económico.
En el marco de este conflicto se convocó a una reforma parcial de la Constitución “en todo
cuanto se vincula a la Iglesia y a su relación con el Estado, a fin de asegurar la efectiva
libertad e igualdad de cultos frente a la ley”. Ese objetivo reformador no se cumplió porque
sobrevino el derrocamiento de Perón y el nuevo régimen instalado en el poder dejó sin
efecto la convocatoria.
El 12 de junio de 1955, con motivo de las fiestas del Corpus Christi, la Iglesia organizó
una concentración. El número de concurrentes, más de cien mil, provocó la reacción de
Perón. Expulsó del país al nuncio Papal, Monseñor Tato y al canónigo Monseñor Novoa.
Al mismo tiempo fueron detenidos varios sacerdotes y las autoridades de la Acción
Católica. Perón fue excomulgado por la Santa Sede.
La Constitución de 1949.
Durante la primera presidencia de Perón, el Congreso sanciona la ley 13.233, promulgada
el 3 de septiembre de 1948, que declara necesaria “la revisión y reforma de la Constitución
Nacional.
En la elección de convencionales constituyentes resultan electos una mayoría de
convencionales del partido Peronista y una minoría del partido Radical.
En la primera reunión ordinaria, la minoría presenta el proyecto de resolución en el que
propicia la declaración de nulidad de la declaración de la convocatoria, con motivo de que
la ley que declara la necesidad de reforma no se aprobó con el quórum que exigía el art.
30 de la Constitución vigente (fue aprobada por 2/3 partes de los miembros presentes, pero
no de las 2/3 partes de la totalidad de los miembros, si bien la palabra “presentes” no se
encontraba explicitada en el art. 30 CN) y omite precisar los artículos o normas que
considera necesarios de reforma; además cuestionan que la reforma haya sido convocada
por “ley” y no por una “declaración” del Congreso. Plantean además la nulidad de los actos
electorales por cuanto en los mismos no participó la mujer, que ya tenía la posibilidad de
hacerlo por la ley 13.010.
Desestimadas estas impugnaciones por la mayoría peronista, los convencionales radicales
se retiran definitivamente de la Convención. A pesar de esto la Asamblea continúa
funcionando porque el peronismo tiene quórum propio, aprobando las enmiendas
198 | P á g i n a
La Revolución de 1955.
A la oposición de los partidos políticos, se había sumado una oposición suelta y difusa,
que se manifestaba a veces por motivos clasistas, como era el caso de las clases altas
argentinas que se sentían molestas por ese sentido igualitario, a veces chabacano que tenía
el peronismo. El hecho de que las clases populares pudieran ir a los lugares de verano que
antes disfrutaba una élite, chocaba y molestaba a varios. En algunos centros empresarios
había una sorda oposición a Perón, aunque no se manifestaba de una manera demasiado
clara.
También existía oposición en las Fuerzas Armadas. Había una posición de repudio, o por
lo menos de no adhesión a Perón, a pesar que éste impulsó la modernización y
reequipamiento de las Fuerzas Armadas.
El primer intento golpista contra Perón se había concretado poco antes de las elecciones
que le otorgaron su segundo mandato, comandado por el general Benjamín Menéndez. El
golpe fracasó y sus líderes fueron encarcelados, a pesar de que Eva Perón y la CGT
pidieron la pena de muerte para los golpistas.
La conflictividad con la prensa y el aumento de la tensión con la Iglesia en el segundo
gobierno de Perón contribuyó a que gran parte de la oposición visualizara al gobierno
peronista como una dictadura autoritaria.
Pero además de los opositores honestos, sinceros demócratas con una tradición intachable
de defensa de la libertad, aparecieron otros. Y es que el peronismo planteó una fractura
en la sociedad argentina. Algunos personajes que nunca se habían preocupado por la
democracia, los derechos humanos y las libertades públicas, que habían apoyado las
represiones conservadoras complacientemente, aparecían ahora como paladines de la
libertad denunciando los atropellos del peronismo. Lamentablemente, este ímpetu
libertario les desaparecerá con la caída de Perón y no verán como antidemocráticos ni la
proscripción del peronismo, ni los fusilamientos, ni las detenciones de la llamada
Revolución Libertadora.
Durante las celebraciones del Corpus Christi se habían quemado banderas argentinas,
agravio que se endilgaron unos a otros (peronistas a los católicos, los católicos a los
peronistas). La marina solicitó permiso para sobrevolar la Plaza de Mayo y arrojar flores
en desagravio a la bandera, el cual fue concedido. Bajo este pretexto el 16 de Junio de 1955,
al mediodía, una formación de la aviación naval bombardeó la Plaza de Mayo y la Casa
Rosada. El intento de matar a Perón fracasó, pero dejó un saldo de casi dos mil muertos.
200 | P á g i n a
Esa misma noche grupos de peronistas, que veían detrás de la intentona el apoyo
eclesiástico, quemaron las principales iglesias de Buenos Aires y la propia Curia
metropolitana.
El 16 de septiembre de 1955, a la madrugada, el general Eduardo Lonardi, rodeado de un
pequeño grupo de oficiales jóvenes se instaló en un regimiento cercano a la ciudad de
Córdoba. En Curuzú Cuatiá le imitaba el General Pedro Eugenio Aramburu y en Cuyo el
general Julio Lagos. En Puerto Belgrano, algunas unidades de la flota de mar zarpaban
para el puerto de Buenos Aires al mando del contralmirante Isaac F. Rojas.
Los combates duraron cinco días a lo largo de los cuales la armada logró controlar el
litoral marítimo y amenazó con bombardear las refinerías de petróleo de La Plata y a la
propia ciudad de Buenos Aires si Perón no renunciaba. El presidente constitucional
entregó el gobierno a una junta de militares leales que negoció con Lonardi las condiciones
de la renuncia.
El 23 de septiembre, mientras Perón partía hacia el exilio a bordo de una cañonera
paraguaya, una multitud compuesta mayoritariamente por sectores de clase media y alta,
colmó la Plaza de Mayo para aclamar al nuevo presidente provisional, el General Eduardo
Lonardi quien dijo desde los balcones que no había “ni vencedores, ni vencidos”.
Félix Luna considera que de no haber ocurrido la Revolución Libertadora, Perón habría
tenido que reformar su régimen, ampliando la apertura iniciada y con amplias
probabilidades de que su mandato terminase con la derrota electoral del peronismo. El
hecho de fuerza abrió una larga etapa de gobiernos constitucionales débiles y
condicionados y de regímenes de facto invariablemente concluidos en el fracaso. Como
afirma Bidart Campos “el régimen peronista quedaba vencido, pero el peronismo no”.
Diecisiete años de proscripción del partido Peronista mantuvieron latente o clandestina
la supervivencia del movimiento y de la ideología que el presidente derrocado había
anudado fuertemente en torno a su vigoroso carisma.
Presidencia de Eduardo Lonardi (23/09/1955-13/11/1955).
Uno de los primeros decretos que emite el general Lonardi, es el que ordena la disolución
del Congreso. Modifica por la misma vía los nombres de la provincia Presidente Perón y
Eva Perón a Chaco y La Pampa respectivamente. También por decreto designa como su
vicepresidente al Almirante Isaac F. Rojas.
El presidente ejerce las facultades legislativas que la Constitución acuerda al Congreso,
incluidas las que son privativas de cada una de las Cámaras, mediante decretos-leyes.
Con respecto al poder judicial se adoptan de inmediato una serie de medidas trascendentes:
a) se declara en comisión a todos los magistrados y funcionarios de la justicia nacional,
estableciéndose que cesarán en sus funciones los que no fueran expresamente confirmados;
b) son separados de sus cargos los miembros de la Corte Suprema de Justicia y el
Procurador General. Por esta razón, la Corte Suprema no tuvo oportunidad de
pronunciarse sobre el acceso al poder del presidente de facto.
El tribunal, en su nueva integración de 1955, afirma que dentro de nuestro régimen
constitucional todo gobierno, sin distinción de la forma particular que asuma está
facultado para establecer la legislación que considere conveniente, tanto en las situaciones
ordinarias como en las de emergencia, con el límite de que tal legislación sea razonable y
no desconozca las garantías individuales o restricciones que la misma Constitución
contiene en salvaguardia de las instituciones libres en el caso “Perón, Juan Domingo
(interdicto)-comunica bienes patrimoniales por intermedio de su apoderado”.
Lonardi alcanza a permanecer en el poder dos meses.
Presidencia de Pedro Eugenio Aramburu (1955-1958).
El 13 de noviembre, en horas de la tarde, sin que Lonardi hubiera presentado formalmente
su renuncia asume la Presidencia de la República el general Pedro Eugenio Aramburu.
Días después cursa comunicación a la Corte Suprema de Justicia haciéndole saber “que las
fuerzas armadas de la Nación, que tomaron a su cargo el gobierno de la República vacante
por la derrota de la tiranía, han confiado al señor general de división don Pedro Eugenio
Aramburu en carácter de presidente provisional”. A raíz de esta nota, la Corte Suprema,
P á g i n a | 201
en acuerdo extraordinario y la convalida con una acordada en la que expone que “la
designación de la persona que ejerce la presidencia provisional ha sido realizada sin
alterar los fines que la revolución triunfante originariamente se propuso”.
El movimiento cívico-militar de 1955 persigue el propósito, según afirman sus ejecutores,
de “recuperar un régimen de libertad y de justicia para restaurar la democracia en el país,
y pretende ‘extirpar toda contaminación con el peronismo’”. En el cumplimento de los
anunciados propósitos el nuevo gobierno adopta las siguientes medidas:
- Despojan a Perón y Tesaire de sus grados militares (los cuales les serían devueltos
posteriormente en la presidencia de Cámpora).
- Disuelve los Partidos Peronistas Masculino y Femenino, la escuela superior
peronista y la editorial “Mundo Peronista”.
- Inhabilita para desempeñar puestos públicos electivos y empleos en la
administración como para actuar en calidad de dirigentes políticos a ex
funcionarios públicos y autoridades del Partido Peronista.
- Prohíbe y pena la utilización de elementos de afirmación ideológica o de
propaganda peronista.
- Declara la ley marcial y reprime con fusilamiento a participantes de la
sublevación peronista del 9 de junio de 1956.
- Prohíbe homenajes a funcionarios públicos y personas vivientes.
- Declara vigente la Constitución de 1853 con las reformas de 1860, 1866 y 1898,
excluyendo las enmiendas de 1949.
El ejercicio ilimitado de la actividad legislativa es admitido por la Corte Suprema en las
causas de Manuel E. Bustos Núñez (Fallos 240:223) y Manuel Ortiz (Fallos 240:228),
doctrina reiterada en la causa Aída Esther Lopardo Petrucci de Amoroso Copello contra
Mario Jorge Amoroso Copello (Fallos 243:265). La Corte sostiene que “es incuestionable
la aptitud creadora de normas legales por parte de un gobierno de facto que, teniendo
realmente el mando político, se impone la finalidad de asegurar el ejercicio
ininterrumpido de la función legislativa, en cuanto ella resulta esencial para la vida del
Estado y el logro de sus fines”.
En 1956 se produjeron importantes discusiones en el seno del radicalismo. El origen de la
polémica tenía que ver con el mayoritario sufragio en blanco de los peronistas, ordenado
por Perón desde su exilio, en las elecciones para elegir convencionales constituyentes. Esto
condujo al presidente de la UCR, Arturo Frondizi, a plantearse el problema de cómo
insertar el peronismo en el esquema político. El dirigente radical Ricardo Balbín era
partidario de no vincularse con ese movimiento en tanto que Frondizi apoyaba un
acercamiento con Perón. Esto produjo una ruptura en la UCR, que se dividió en dos
fracciones: la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI) liderada por Frondizi y la
Unión Cívica Radical del Pueblo (URPC), conducida por Balbín.
Aramburu convocó a elecciones nacionales, de presidente y vicepresidente, legisladores y
gobernadores, para el 23 de febrero de 1958.
En las sesiones se consideran los llamados derechos sociales, que son incorporados a la
Constitución mediante un nuevo artículo, el 14 bis, y en el artículo 67 inciso 11
(atribuciones del Congreso, dictado de códigos) se sustituyen las palabras “y de minería”
por “de minería, y del trabajo y la seguridad social”.
Posteriormente la Convención se dedica a considerar proyectos de reformas referentes a
derechos y garantías individuales, que no se pueden sancionar por falta de quórum, el que
ya no se lograría hasta la clausura de la Asamblea por el retiro de los convencionales de
la Unión Cívica Radical Intransigente, de la Unión Federal y neoperonistas, de los
radicales sabatinistas y de los conservadores.
Tal como resulta de lo expuesto, la Convención llega a conclusiones definitivamente
incorporadas a la vida institucional del país solo en lo que se refiere a derechos sociales,
haciéndose imperativa y expresa la facultad del Congreso para codificar en materia de
trabajo y seguridad social. Pero la Asamblea no puede pronunciarse sobre un extenso
temario incluido en la convocatoria que dejan sin quórum a la Convención.
para importar petróleo, resuelve negociar con una subsidiaria de la Standard Oil un
contrato de explotación.
Las críticas del nacionalismo económico fueron furibundas, así como de sectores
militares, sindicatos y sobre todo su gran enemigo: Ricardo Balbín; él y el radicalismo del
pueblo no le dieron tregua.
El 18 de noviembre de 1958, el vicepresidente Gómez renuncia, por discrepancias con la
presidencia, hecho que como veremos será determinante en la sucesión.
Los gremios declararon una huelga general en repudio de los contratos petroleros. El
Presidente decretó el estado de sitio y puso presos a peronistas y comunistas; de hecho se
rompía el pacto firmado con Perón.
Los paros se multiplicaron. El año 1959 inició con una gran huelga general de los obreros
de la carne, en el frigorífico Lisandro de la Torre. Posteriormente declararon huelga
general de solidaridad, por presión de las bases, las 62 Organizaciones Peronistas y los
comunistas. La represión fue muy dura: tres mil policías fuertemente armados con tanques
desalojaron a los trabajadores luego de una violenta resistencia.
Al día siguiente, el barrio obrero de Mataderos se convirtió en escenario de insurrección
popular. Se resolvió la aplicación del plan Conintes (Conmoción Interna del Estado). En
consecuencia los presos por actividades contrarias al orden público podían ser juzgados
por Tribunales Militares. Los barrios obreros de Berisso, La Plata y Ensenada fueron
declarados zonas de jurisdicción militar. Más de doscientas personas perdieron la libertad.
El frigorífico Lisandro de la Torre se reabrió pero despidió a cinco mil doscientos
trabajadores.
En 1960 el plan Conintes se extendió a todo el país. Desde ese año hasta 1962 los dirigentes
duros del sindicalismo peronista fueron progresivamente alejados de la conducción de las
62 Organizaciones.
En enero de 1962 la Cancillería argentina se opuso a la expulsión de Cuba del sistema
interamericano. La respuesta de las Fuerzas Armadas no se hizo esperar. Los jefes de
tropa se acuartelaron. Volvían las críticas a Arturo Frondizi como hombre de la izquierda
y como antiguo miembro de la Comisión de Derechos Humanos. Poco pudo hacer el
presidente. Además se sumó la victoria peronista en la provincia de Buenos Aires, en las
elecciones del 18 de marzo de 1962, en las que resultó electo gobernador el sindicalista
Andrés Framini. En otras provincias, partido properonistas como la Unión Popular o
Tres Banderas, lograron ganar las elecciones o bien hacerse fuertes. Ganó el peronismo en
10 de las 14 provincias. La crisis económica y el contexto internacional agravaron aún
más la situación.
Los comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas, con el general Pedro Eugenio
Aramburu a la cabeza exigieron la renuncia del presidente Frondizi, que él negó. El 29
de marzo de 1962 fue apresado y enviado a la Isla Martín García.
La negativa de Frondizi a renunciar, agotó a los golpistas y permitió una respuesta civil
frente al golpe militar, por la cual algunos miembros de la Corte Suprema urdieron una
ingeniosa maniobra tomándole juramento como “Presidente provisional” al senador
radical intransigente José María Guido, quien era presidente provisional del Senado,
mientras el Comandante en Jefe del Ejército, Raúl Poggi acariciaba el bastón
presidencial. El juez de la Corte Julio Oyhanarte fue quien ideó y propició la aplicación
de la Ley de Acefalía para lograr la asunción de Guido.
Más de 24 horas después de la detención de Frondizi por los militares golpistas, Guido
asumió el poder declarando que el Poder Ejecutivo estaba vacante “por destitución de
hecho del anterior presidente”, sin mencionar a Frondizi por su nombre, y que asumía la
presidencia “en forma definitiva”. En esa ocasión el presidente de la Corte, Benjamín
Villegas Basabilbaso, dijo: “hemos violado la ley pero hemos salvado a la República”, el
juez Ricardo Colombres replicó: “quién salva la República cumple con la ley”.
Presidencia de José María Guido (1962-63).
La Argentina política vivió desde el 29 de marzo de 1962 hasta el 11 de octubre de 1963 un
período de paz pactada, dentro de una continuidad institucional aceptada por los que
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detentaban el poder: las Fuerzas Armadas. Los comandantes de las tres armas impusieron
a Guido, en un acta, una serie de compromisos: en primer lugar anular las elecciones del
18 de marzo. Cumplió, ya que su primer acto de gobierno fue enviar intervenciones a todas
las provincias. El Congreso nacional solo se reunió para aprobar la ley de acefalía, luego
entró en un receso obligado.
El ejército se dividió en dos facciones: azules y colorados. Los azules estaban dispuestos a
permitir un acceso limitado de algunos dirigentes peronistas, con el fin de lograr la
normalización institucional; los colorados equiparaban el peronismo al comunismo y
abogaban por erradicarlo completamente. Se desarrolló una lucha armada en Plaza
Constitución, Parque Chacabuco y Parque Avellaneda. Finalmente los colorados se
rindieron.
Durante su gobierno se puso nuevamente en vigencia el decreto que prohibía en todo el
país la propaganda, difusión y doctrina y elementos de afirmación ideológica peronista.
Sin embargo, el triunfo de los azules permitió instrumentar un frente político que
agrupara diferentes partidos. El partido Unión Popular (peronista) consiguió su
personería, éste junto con la UCRI, el Partido Demócrata Cristiano, Unión Federal y
Conservador Popular se reunieron con el objeto de constituir un nuevo Frente Nacional y
Popular, constituido éste se acoplaron otros partidos. Laborista, Blanco y Justicialismo.
Perón dio a conocer los candidatos de la fórmula: Vicente Solano Lima-Carlos Sylvestre
Begnis, Frondizi apoyó a los candidatos. Un sector de la UCR, no satisfecho con la
fórmula, se separó del frente y postuló a Oscar Alende-Carlos Sylvestre Begnis, aunque
este último no aceptó y prefirió la fórmula con Solano Lima. Se sucedieron otras
disgregaciones y poco a poco el Frente se disolvió. Le fue prohibido a Unión Popular
presentar candidatos.
Perón ordenó votar en blanco, postura seguida por lo que quedaba del Frente y por
Frondizi.
Aramburu que quería ser presidente ungido por el voto creo UDELPA (Unión del Pueblo
Argentino) que junto con la Democracia Progresista consagró la fórmula Aramburu-
Thedy.
Las elecciones se desarrollaron el 7 de julio de 1963, votó el 85% del padrón. Se impuso la
UCRP con la fórmula Arturo Umberto Illia-Carlos Humberto Perette con un 31% del voto
popular (Balbín se había negado a ser el candidato de la UCRP pero continúo como jefe
del partido). Oscar Alende (UCRI) quedó segundo con el 20,82%. El voto en blanco fue del
19,41%, Pedro Eugenio Aramburu terminó detrás con el 17,80%. También presentaron
candidatos la Federación Nacional de Partidos del Centro (Conservadores), el Partido
Demócrata Cristiano, el Partido Socialista Argentino y el Partido Socialista Democrático.
El gobierno de Arturo Illia (1963-66).
Las elecciones de legisladores le dieron al gobierno una ajustada mayoría en el Senado y
la primera minoría en diputados.
Uno de los primeros actos del gobierno de Illia fue la anulación de los contratos petroleros
firmados Frondizi, que consideró ilegales.
A pesar de aparecer en las caricaturas de las revistas opositoras como una tortuga, por su
supuesta lentitud provinciana, Illia dinamizó la economía, logrando que el PBI creciera
un 10% en 1964 y sancionó la ley del salario mínimo, reglamentándolo por primera vez.
La salud y la educación fueron atendidas con mejores partidas presupuestarias y en las
universidades el clima de libertad académica permitió mejorar el nivel educativo.
En este contexto, fue enviado al Parlamento un novedoso proyecto de Ley de
Medicamentos, que limitaba el accionar de los poderosos laboratorios multinacionales.
En política interior el país vivió, durante los tres años del gobierno de Illia, sin mayores
sobresaltos, sin estado de sitio, sin intervenciones federales, sin plan Conintes. El clima
del país fue de honestidad administrativa y todo se desarrolló en un ambiente de seguridad
y confianza.
En la política internacional, sobre la soberanía de Malvinas, la Asamblea General de
Naciones Unidas aprobó la resolución 2.065 en diciembre de 1965, por la cual la Argentina
P á g i n a | 205
podía dialogar por primera vez con el gobierno británico a fin de alcanzar una solución
de la cuestión.
Pese a sus logros, Illia estaba muy condicionado por los factores de poder que mantenían
una rígida postura. Parte del empresariado entendía que el presidente se apartaba de las
prácticas liberales tradicionales de reducción de la inversión en rubros como salud y
educación. Comenzaron entonces a conspirar con los sectores golpistas del Ejército.
En agosto de 1964 se agitó más el ambiente cuando un cable de Madrid anunció el regreso
de Perón: El 1ºde diciembre se confirmó que Juan Domingo Perón regresaba en avión.
Llegó a Brasil y no pudo partir hacia Buenos Aires. Frustrado el retorno, el clima político
se enrareció más.
El frente obrero sumó preocupaciones. La CGT resolvió pasar a la ofensiva con el
lanzamiento de un plan de lucha. Dentro de ella existían tres tendencias: la de Timoteo
Vandor, líder metalúrgico que impulsaba el “peronismo sin Perón”; la de José Alonso,
textil y la de Andrés Framini, el más duro de la resistencia del peronismo gremial. Se
sucedieron varias huelgas generales.
El 23 de noviembre de 1965 renunció como comandante en jefe del Ejército, Juan Carlos
Onganía. En un primer momento se creyó que la renuncia era una victoria del gobierno,
pero solo era el anuncio de que el golpe militar estaba en ciernes.
comenzó a regir el 1º de julio de ese año. Entre los cambios más importantes, esta
reforma incluyó la teoría del abuso del derecho, el vicio de lesión, el principio de
buena fe como regla para la interpretación de los contratos, la teoría de la
imprevisión, la limitación al carácter absoluto del dominio, la adquisición de la
mayoría de edad a los 21 años, y la separación personal por presentación conjunta.
La Corte Suprema y la Revolución Argentina.
Separados los anteriores miembros de la Corte, el organismo militar dispone que la
designación de los jueces del Alto Tribunal y del Procurador General sea realizada por el
Presidente.
En consecuencia, el tribunal mencionado no tuvo oportunidad, al igual que en 1955, de
pronunciarse sobre el acceso al poder. Sin embargo, cuando resuelve, el 10 de mayo de
1968, la acción de amparo deducida por Ricardo F. Molinas (Fallos 270:367), reconoce al
gobierno de facto que encabeza Onganía. Sostiene la Corte que la Junta Revolucionaria
estableció el Estatuto al que el gobierno ajusta su cometido y designó un Presidente de la
República que ejerce todas las facultades legislativas que la Constitución Nacional otorga
al Congreso. De tal modo, se instituyó un gobierno efectivo cuya autoridad fue acatada en
toda la Nación, a cuya disposición se pusieron los medios necesarios para asegurar el orden
y cumplir las funciones del Estado. Por otra parte, afirma la Corte, el control de legalidad
que incumbe a los tribunales de justicia no puede negar -porque sería un absurdo- la
verdad incuestionable del hecho revolucionario y del gobierno surgido de él, acatado en
todo el país y reconocido en el ámbito internacional.
Cuando es destituido Onganía, la junta de comandantes en jefe de las fuerzas armadas
comunica a la Corte Suprema que ha reasumido el mando el poder político de la República.
La Corte emite una acordada en la que resuelve tomar conocimiento oficial de dicho
anuncio y acusar recibo. La situación se repite al cesar en sus funciones presidenciales
Levingston.
Los Partidos Políticos.
En el Acta de la Revolución Argentina, la autodenominada “Junta Revolucionaria”
disuelve todos los partidos políticos. Por ley 16.894 esa disposición es ampliada, la
prohibición se extiende a la realización de actividades políticas y el empleo de símbolos,
siglas, signos y demás expresiones que importen proselitismo político. Estas decisiones
gubernativas son acompañadas por normas complementarias que regulan el régimen de
administración y liquidación de los bienes de los partidos políticos.
La actividad política recién volvería a habilitarse en el gobierno de Lanusse, donde se
restituyen los bienes a los partidos políticos y se acelera el proceso para la actualización,
confección e impresión del padrón electoral.
Onganía (1966-70).
Como presidente centró su acción en la despolitización de las Fuerzas Armadas,
implantando una autocracia militar, logra saldar las diferencias entre “azules y
colorados”. Gobierna sin el Congreso y sin partidos políticos. El marcado anticomunismo
lo llevó a medidas arbitrarias que afectaron derechos y garantías individuales. Se
interviene la universidad, no hay plena libertad de reunión ni de expresión pública de
ideas.
En el gabinete, a Adalberto Krieger Vasena le correspondió como ministro de Economía,
conducir el desarrollo de la etapa económica, mientras Guillermo Borda, en el ministerio
del Interior controlaba ideológicamente la educación y los medios de comunicación con el
fin declarado de "aniquilar el pensamiento de izquierda comunista". En economía se
aplicó una fuerte devaluación y se acordaron con las grandes empresas el precio de los
productos y la política cambiaria.
En 1968 hace su aparición el Movimiento de los Sacerdotes del Tercer Mundo y desde
1969, los actos terroristas y las acciones guerrilleras aumentaron notablemente. En junio
se decreta el estado de sitio, después de haberse producido el Cordobazo, acción del
activismo sindical y estudiantil. Muere asesinado el líder sindical metalúrgico Augusto
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Gobiernos Justicialistas.
Cámpora (25/5/1973-13/7/73).
Los días de la Revolución Argentina terminaron sin pena ni glorias el 25 de mayo de 1973
al asumir las autoridades electas en los comicios generales del 11 de marzo de aquel año.
Cámpora ejerció la presidencia por escaso 49 días, su primer acto de gobierno fue enviar
al Congreso una amplia amnistía a los presos políticos del régimen militar. Además se
derogaron normas penales modificatorias de delitos o penas que no hubiesen emanado del
Congreso Nacional. Entonces respecto de las normas aprobadas por el último gobierno
militar hubo tres destinos: unas continuaron vigentes, otras fueron derogadas por la
presidencia y otras derogadas por el parlamento.
Pese a la victoria electoral y que Cámpora era considerado un hombre leal a Perón, el
peronismo se hallaba dividido. Era visto como un hombre de “la izquierda peronista”,
apoyado por la juventud y formaciones especiales, pero resistido por la burocracia sindical
y gran parte del aparato político del peronismo.
El 20 de junio de 1973 Juan Domingo Perón regresó definitivamente al país. Se calcula
que en los días previos tres millones de personas se movilizaron hacia el aeropuerto
internacional de Ezeiza para recibir al “líder”, pero lo que debió ser una fiesta popular se
transformó en una tragedia. El enfrentamiento armado entre la derecha y la izquierda
peronista desatado en Ezeiza, hizo desviar a Perón a la base aérea de Morón.
La suerte del presidente Cámpora entró en el ocaso y comenzó la cuenta regresiva, sus
horas de gobierno se agotaban.
El 13 de julio de 1973 Héctor J. Cámpora y Vicente Solano Lima presentaron sus
renuncias indeclinables al Congreso Nacional, las que fueron rápidamente aceptadas por
la Asamblea Legislativa.
Lastiri (13/7/1973-12/10/73).
Por aplicación de la ley de acefalía, asumió interinamente el presidente de la Cámara de
Diputados, Raúl Lastiri, yerno de López Rega. El presidente “pro-tempore” del Senado,
Alejandro Díaz Bialet, sucesor natural conforme a la citada ley, había sido comisionado
pocos días antes a Argelia a representar el país en la próxima reunión cumbre del
“Movimiento de Países No Alineados”, que singularmente tendría lugar recién tres meses
después, pero se rumoreaba que Díaz Bialet simpatizaba con la denominada “Tendencia”,
el ala izquierda del peronismo. Con Lastiri salieron del gabinete ministerial y del
gobierno los hombres que de alguna manera estaban identificados con el “camporismo”.
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La CGT convocó a una movilización a la Plaza de Mayo con la consigna “Gracias Isabel”
con el fin de obtener la homologación de los convenios salariales, unos días después la
presidente anunció que los acuerdos paritarios no serían aprobados y manifestó que
otorgaría un aumento general de sueldo de 50% con adicionales de 15% para octubre y 15%
para enero. El ministro de Trabajo presentó su renuncia. En medio de la agitación obrera,
la CGT convocó a un paro nacional de 48 horas (primer paro en la historia hecho por la
CGT a un gobierno peronista). El gobierno de María Estela Martínez tuvo que reconocer
su derrota y como consecuencia renunció el ministro Rodrigo y López Rega abandonó el
país como “embajador”.
En el mes de agosto de 1975 asumió como Comandante en Jefe del Ejército Jorge Rafael
Videla; en el mes de septiembre, en medio de un creciente descrédito, la presidente solicitó
licencia al Congreso y se hizo cargo del poder ejecutivo interinamente Ítalo Argentino
Luder, presidente provisional del Senado. Pero la crisis de autoridad del Estado ya no
encontraría soluciones.
El desenlace.
María Estela Martínez había pasado a ser meramente una figura decorativa, pero la
dirigencia sindical necesitaba su presencia -era la viuda del general- lo que probablemente
haya evitado su caída en aquellos días junto al entorno lopezrreguista. La licencia más
que serle otorgada le fue impuesta a la “señora Presidente”.
Ítalo Argentino Luder, presidente provisional del Senado era un político moderado. Se
abocó a la tarea de recomponer el orden social y restaurar el prestigio de las deterioradas
instituciones políticas. Sin embargo, la violencia continuaba siendo la principal
protagonista de la escena política. El ERP y los Montoneros continuaron con sus
“ofensivas estratégicas” dando luz verde a la represión indiscriminada de las Fuerzas
Armadas, las que por los decretos del Ejecutivo eran las encargadas de “aniquilar el
accionar de los elementos subversivos en el país” (el primero firmado por María Estela
Martínez el 5 de febrero y otros tres firmados por Ítalo Luder en ejercicio del Poder
Ejecutivo).
A pesar de los intentos de Luder y del ministro del interior Robledo para prolongar la
licencia de Isabelita por tiempo indefinido, en noviembre de 1975 la presidente regresó a
sus funciones. A partir de ese momento el gobierno quedó dividido entre el grupo de los
“moderados” y los “verticalistas”. Las esperanzas del plan económico de Cafiero se
desvanecieron ante la espiral inflacionaria y los sindicatos continuaron en sus fricciones
contra el gobierno, en tanto que comenzaba a hablarse abiertamente en los círculos
castrenses de “vació de poder”.
En enero de 1976, María Estela Martínez realizó un último intento de rehacer su
descompuesta autoridad: designó un nuevo gabinete y trató de sumar el apoyo militar. Se
trataba de bordaberrizar el país, esto es, disolver el “Congreso” y cogobernar con las
Fuerzas Armadas, un remedo de lo que el presidente Bordaberry había llevado a cabo en
Uruguay en 1973. Los militares rechazaron el ofrecimiento, ya estaban embarcados en el
golpe de Estado. El gobierno intentó entonces ganarse el apoyo de los grandes grupos
empresariales: la respuesta no fue otra que un paro de empresarios por 24 horas, algo
inédito en el país.
En estas circunstancias el gobierno nacional convocó a elecciones generales para el mes de
noviembre de 1976. Paralelamente, estando vigente la enmienda constitucional de 1972,
mediante decreto del poder ejecutivo se declaró la necesidad de una Convención
Constituyente que decidiese las normas que organizarían la Nación. Estas acciones no
podrían ejecutarse por la serie de acontecimientos que se precipitaron en el país.
El 24 de marzo de 1976 las Fuerzas Armadas derrocaron al gobierno de María Estela
Martínez, clausurando en medio de la pasividad y el fatalismo enraizados en la sociedad,
un proceso iniciado tres años antes en medio del encendido fervor popular. El tercer
gobierno peronista había fracasado, en tanto que el pueblo se replegaba en sus casas y
lugares de estudio. Se iniciaban los “años de plomo”.
P á g i n a | 213
En el acta que fijaba los propósitos del Proceso se exponía que no eran otros que los “de
restituir los valores esenciales que sirven de fundamento a la conducción integral del
Estado, erradicar la subversión y promover el desarrollo de la vida económica nacional”.
El Estatuto del Proceso establece, entre otras disposiciones:
1. Que la Junta Militar era el Órgano Supremo de la Nación.
2. Como tal, designaba al presidente, lo removía cuando por razones de Estado lo
considerase conveniente; designaba a los miembros de la Corte, al Procurador
General de la Nación y al Fiscal General de Investigaciones Administrativas;
asimismo se arrogaba una serie de facultades inherentes a los poderes ejecutivo y
legislativo.
3. Se conferían al Presidente de la Nación las atribuciones que el art. 86 CN confería,
con una serie de excepciones, así como las atribuciones legislativas del art. 67 CN.
Al respecto cabe hacer notar que una llamada Comisión de Asesoramiento
Legislativo intervendría en la formación y sanción de leyes. Dicha comisión
creada tiempo después estuvo integrada por un total de 9 miembros: tres altos
oficiales por cada una de las tres armas.
4. Se establecía que el Ministro del Interior asumía el poder Ejecutivo en caso de
ausencia, licencia autorizada o enfermedad del presidente, así como en caso de
acefalía.
5. El presidente designaba a los gobernadores provinciales con acuerdo de la Junta
Militar. Los ejecutivos provinciales tendrían atribuciones legislativas y
designaban a los miembros del poder judicial de las provincias bajo su mando.
6. Las normas del proceso solo podían ser modificadas por acuerdo unánime de la
Junta Militar.
El Proceso no legisló a través de “decretos-leyes”, sino de “leyes”. El plexo de normas
sancionado por la Junta Militar fue un intento de justificar su innata ilegitimidad. El
Proceso modificó profundamente el orden jurídico de la República mediante una profusa
legislación represiva de las actividades políticas, gremiales e incluso culturales, la
liquidación de las conquistas de la clase obrera, o reformas al Código Penal donde se
estableció la inconstitucional pena de muerte.
La dictadura instaurada en el mes de marzo de 1976 elaboró una “legalidad” por la que la
suma del poder público fue ejercitada en un marco de absoluto despotismo, sin ningún
tipo de contención o cortapistas.
La cuestión de los derechos humanos.
La historia nacional nos enseña que a partir de la dictadura de Uriburu tuvieron origen
en el país brutales persecuciones de disidentes políticos, su encarcelamiento, tortura y
muerte; podrían recordarse inclusive los acontecimientos de la Semana Trágica de 1919 o
de la Patagonia de principios de la década del ’20. Pero nunca se estuvo frente a un plan
sistemáticamente elaborado, que, teñido de criminalidad, fuese manejado desde los centros
del poder mismo, y cuyo objetivo no era otro que silenciar cualquier tipo de oposición a
las políticas instauradas por el régimen militar bajo la excusa de la “lucha contra la
subversión”.
Una de las fundamentaciones del Proceso de Reorganización Nacional fue la liquidación
de la subversión, un tema central que obsesionaba a los militares desde los años ´60. La
Doctrina de Seguridad Nacional contenía claras directivas al respecto: existía un “enemigo
interno” caracterizado e ideologizado como “marxista” e integrativos de una especie de
conspiración dirigida desde el exterior que tenía por objetivo la toma del poder y la
implantación de un orden social ajeno a las “tradiciones occidentales y cristianas de
nuestro pueblo”. Para las Fuerzas Armadas argentinas, el país se encontraba inmerso y
era parte de una “tercera Guerra Mundial”.
Durante el régimen presidido por Onganía tomaron cuerpo los grupos armados en la
política nacional, como una de las consecuencias de la clausura de las vías políticas
normales y legales. Las organizaciones más importantes de la década del ’70 fueron
Montoneros de extracción peronistas y el Ejército Revolucionario del Pueblo (E.R.P.)
P á g i n a | 215
La vuelta a la democracia.
Los comicios dieron la victoria a la fórmula de la UCR, Raúl Alfonsín-Víctor Martínez
que logró el 51,74% de los votos -y la mayoría en el Colegio Electoral- frente a los
candidatos del Partido Justicialista, Luder-Bittel que quedaron con el 40,15% de los votos.
Fue tal la polarización electoral que las restantes 10 fórmulas presidenciales no
alcanzaron en conjunto a reunir el 10% del electorado. El intransigente Oscar Alende, el
más votado de estos últimos obtuvo tan solo el 2,4% de los votos. Por primera vez el
peronismo era derrotado en una elección nacional, probablemente porque el discurso
político de lo que comenzó a denominarse “alfonsinismo” puso el acento en las libertades
individuales, en la vigencia plena de la Constitución (el candidato radical terminaba sus
discursos recitando el Preámbulo), en la ética y en la democracia como estilo de vida,
conceptos y valores que fueron rápidamente receptados por una sociedad cansada hasta el
hartazgo de más de medio siglo de frustraciones de todo tipo y de autoritarismo abierto o
velado en la vida nacional. El justicialismo, por su parte, no pudo deshacerse de la pesada
carga autoritaria de muchos de sus candidatos y del pésimo recuerdo que la mayoría de los
argentinos tenía del gobierno de Isabel Martínez.
A nivel provincial el radicalismo se hizo con siete gobernaciones (Buenos Aires, Córdoba,
Entre Ríos, Mendoza, Misiones, Chubut y Río Negro), en Corrientes se impuso el Partido
Autonomista Liberal, en Neuquén el Movimiento Popular Neuquino y en San Juan el
Partido Bloquista, las restantes 12 gobernaciones quedaron en manos del Partido
Justicialista. Hubo provincias donde el binomio Alfonsín-Martínez se impuso, pero el
partido Radical perdió las gobernaciones como Santa Fe y Catamarca.
En la Cámara de Diputados el radicalismo tuvo mayoría propia, pero en la Cámara de
Senadores, como consecuencia de los resultados provinciales ninguno de los partidos
obtuvo mayoría propia, quedando el justicialismo como primera minoría con 23 senadores
ante los 18 senadores del radicalismo.
Los integrantes de la Corte Suprema de Justicia de la Nación de los tiempos del proceso
renunciaron y silenciosamente se retiraron del escenario; los nuevos miembros fueron
designados conforme a las normas constitucionales.
El 10 de diciembre de 1983, en horas de la mañana y ante la Asamblea Legislativa asumió
la magistratura el 45ª presidente de la República, Raúl Ricardo Alfonsín
consideraron anticonstitucional. Dos años después de la aplicación del Plan Austral este
ya se había agotado sin mayor éxito. La respuesta fue el resultado de las elecciones de 1987,
los votos evidenciaron el repudio a la política económica de Alfonsín y sus ministros.
Otros aspectos de la obra de gobierno.
La consulta popular como innovación de participación política se reflejó en la
convocatoria referente al diferendo con Chile por el canal de Beagle, cuyo
resultado fue de un 81% en favor de un acuerdo.
En 1983 se intervino las Universidades nacionales para normalizarlas, objetivo
que se cumplió al año siguiente.
En 1984 se sancionó la Ley de Habeas Corpus.
En los primeros meses de 1986, emanó el ejecutivo un proyecto de trasladar a
Capital a Viedma-Carmen de Patagones, la cual fue aprobada por ley, pero que por
el debate que suscitó nunca fue efectivizado.
La lucha sindical fue intensa. En ocho de los diez sindicatos donde se eligieron
dirigentes triunfaron peronistas. Desde abril de 1985 se multiplicaron las
demandas y conflictos. Trece fueron las huelgas generales. Desde que fuera electo
Saúl Ubaldini al frente de la CGT, la lucha contra el gobierno fue permanente.
La salida anticipada.
La recesión y la inflación fueron causas primordiales que llevaron al gobierno a una
situación de crisis casi insostenible. Se sucedieron ministros de economía y feriados
bancarios y cambiarios. Era un proceso hiperinflacionario casi imposible de parar.
En esas condiciones, al borde de estallidos sociales, veinte millones de electores
concurrieron a las urnas en mayo del ’89. El Fre.Ju.Po. con la fórmula Carlos Saúl
Menem-Eduardo Duhalde obtuvo el 47,9% de los votos, la UCR con la fórmula Angeloz-
Casella el 32,45%.
En mayo y julio de 1989 la inflación llegó al 200%. Hubo saqueos, tumultos y situaciones
difíciles de controlar. El Congreso declaró el “estado de emergencia social”, ratificando el
estado de sitio declarado por el gobierno.
Los electos presidente y vice asumirían el 10 de diciembre. Sin embargo la posibilidad de
seguir gobernando llevó al presidente Alfonsín a acortar su período en seis meses. Se
acordó para el 8 de julio de 1989 la trasmisión del mando.
En el orden institucional es de destacar que las provincias cuentan con poder constituyente
originario y derivado, y pueden darse un ordenamiento jurídico para reformar total o
parcialmente sus constituciones en virtud del art. 5 de la Constitución Nacional.
En 1949 se había dado la anomalía de que las Constituciones provinciales fueran
adaptadas a la Constitución de 1949 por las legislaturas, reformas que fueran derogadas
por la Revolución Libertadora, quedando entonces vigentes las anteriores.
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19En 2003, durante el gobierno de Néstor Carlos Kirchner, el parlamento declara nulas las Leyes de Obediencia Debida y Punto
Final. En 2005 el Procurador General se dictamina que ambas leyes son inconstitucionales y posteriormente la Corte Suprema de
Justicia dictaría la nulidad de las mismas. Lo que reabrió los procesos a los militares. En 2007 la Corte Suprema de Justicia declaró
la nulidad de los indultos de Menem.
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La reelección presidencial.
Aprobada por la reforma constitucional de 1994 1a reelección del presidente y vice de la
Nación por otro período de cuatro años, el 14 de mayo de 1995 se procedió a la renovación
del Ejecutivo Nacional, diputados nacionales y autoridades provinciales.
La ley 24.444 había introducido los cambios necesarios en el sistema electoral, conforme
al texto de la Constitución, "modificando el Código Electoral Nacional para hacer la
elección directa.
El justicialismo presentó la fórmula Carlos Saúl Menem-Carlos Ruckauf. La Unión
Cívica Radical, Horacio Massaccesi-Antonio María Hernández; el Frepaso (Frente País
Solidario), José Octavio Bordón-Carlos Álvarez. La fórmula encabezada por Menem
alcanzó el 49,9% de los votos, Massaccesi, el 17% y Bordón el 29,3%.
De los veinticuatro distritos electorales, Menem triunfó en veintitrés; el Partido
Justicialista obtuvo la mayoría absoluta en las dos Cámaras del Congreso Nacional.
Favoreció este resultado la lucha contra la inflación, que a fines de 1989 era del 5.000%;
en 1992 bajó a menos del 20%; en 1994 era sólo del 3,9% y siguió en baja hasta alcanzar
niveles récords para los últimos cuarenta y tres años.
Al analizar ambos gobiernos debemos remarcar la falta de independencia del poder
judicial y la impunidad de algunos personajes vinculados al poder político, responsables
de alarmantes casos de corrupción. Durante sus presidencias se duplicó el índice de
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desocupación que pasó del 7,1% en 1989 a 14,5% diez años después. También aumentó la
pobreza y la concentración de la riqueza, así como trepó el endeudamiento externo.
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Bibliografía.
Bibliografía Básica de acuerdo al Programa de la Materia.
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Sabsay Fernado Los presidentes argentinos. Quiénes fueron, qué hicieron, cómo vivieron.
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Cátedra de Historia Constitucional Argentina Módulo Historia Constitucional Argentina.
UCASAL, 2019.
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Saravia Toledo Fernando "Teólogos y juristas. El derecho canónico". - UCASAL.
Cornejo Costa Alejandra Josefina "El Despotismo Ilustrado y su Origen". - UCASAL.
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Warschauer Andrés "Proceso de emancipación Iberoamericana". - UCASAL.
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Carranza Omar Alberto "Presidencias desde 1930 a 1945". - UCASAL.
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