Valeria E. Garbo - La Ciudad de La Luz
Valeria E. Garbo - La Ciudad de La Luz
Valeria E. Garbo - La Ciudad de La Luz
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Saga Profecías Supremas
Libro 1:
La ciudad de la Luz
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Primera parte
Henry D. Thoreau
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Prólogo
El cielo cambiaba lentamente sobre ella, indicando que el amanecer ya
estaba cerca. Corría calle abajo, con la respiración levemente agitada. Sus botas
hacían eco sobre el pavimento.
El joven era alto, tenía los cabellos alborotados y ojos oscuros como la
noche que la rodeaba. Sin embargo, no la engañaba: dentro de aquel cuerpo de
apariencia humana se agitaban las sombras de un alma daluth.
Podía sentir la quemazón de las runas, estaba lista para atacar, pero no
pudo.
—¿Qué quieres?
—¿El momento está cerca?—repitió ella, aunque las dos primeras palabras
la pusieron en alerta. ¿Qué iba a hacer? ¿Intentar secuestrarla? ¿Tendría tiempo
de avisar a sus amigos?
—¿De qué estás hablando?—la chica se preparó para lanzarle las runas,
empezaba a asustarse por las misteriosas palabras del desconocido.
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—Nos volveremos a ver y te diré algunas cosas interesantes—se giró,
dándole la espalda y ella vio el momento perfecto para empezar—. Hasta
entonces, hechicera.
Y desapareció.
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Alba
Pasos enérgicos fuera de la habitación. Abrí los ojos al nuevo día y un
segundo después mi madre ingresó en la habitación.
—Es jueves, ya sé que no tienen trabajo pero les toca ordenar la casa. Hoy
hago turno doble.
En realidad solo era mi hermana, Alba, la que tenía libres los jueves pero
el señor Hudson, el dueño de la cafetería donde atendía, decidió cerrar para
poder dedicarse a algunas gestiones importantes.
—¿Por qué me hacen esto?—se quejó ella caminando hacia las ventanas—
no se puede ni respirar aquí.
—¿Por qué no pueden soportar la luz del sol? ¿Se les ha dado por unirse a
la moda del vampirismo?
Empezaba a adquirir el tono que había causado muchas veces que los
vecinos vinieran a pedirle que los dejara dormir.
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—Quiero esta casa brillante cuando regrese ¿entendido?
—¿Tú crees que está en drogas?—preguntó frotándose los ojos con una
expresión disgustada—vamos Liz, tenemos que dejar este lugar como si fueran a
fotografiarlo para una puñetera revista de diseño de interiores.
————
—¿Alba?
—¿Está todo bien? —susurré. Me volví hacia la ventana por la que había
entrado, como si fuera a darme la respuesta. Pero solo hizo que me preocupara
más. El sol ya había salido. Miré alarmada hacia el reloj sobre mi mesita de
noche— ¿Las ocho de la mañana? Alba, abre. ¿Todo está en orden?
Ella se movía con rapidez dentro del baño. Oí que dos veces se le cayó un
frasco y unos segundos después, el ruido de la ducha. Algo andaba mal. No es
que Alba llegara de buen humor todas las noches, pero solía recostarse sobre su
cama y preguntarme si había dormido bien antes de darse una ducha para quitar
el penetrante olor que le dejaban sus salidas nocturnas.
—No es verdad, Liz. Soy una buena atleta y el primer piso no es gran cosa.
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—Pero te estrellarás contra el pavimento.
Era lo último que había dicho antes de saltar con sus botas negras hacia
una noche llena de diversión. Y esa escena se había repetido incontables veces
desde entonces.
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—Me has dado un buen susto. Sin ofender, pero te ves fatal.
Era verdad. Alba había heredado la mejor combinación entre mis padres.
Tenía los ojos grises de mamá y el cabello rizado de papá. Era esbelta, delgada y
con el cuerpo que muchas chicas, incluso yo, envidiaban.
Aquello evidentemente era lo que tenía que decir por ser parte de la
familia. Yo era demasiado pequeña y regordeta para ser bonita. Mi nariz no era
perfilada como la suya, y mis pómulos sobresalían demasiado, al igual que mis
incisivos superiores, dándome la apariencia de un castor bien alimentado. El
cabello castaño e inmanejable no ayudaba a eliminar esa imagen, sobre todo al
ser incomparable con los imponentes rizos negros de Alba. Bueno, el de nadie lo
era.
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favoritos, me dirigí a la cocina para coger un tazón de cereales. Oí que Alba
hablaba por teléfono con alguien.
Suspiré. Eso confirmaba una de mis teorías: que Alba acudía todas las
noches a esa discoteca por un chico. Casi le había sonsacado una vez que iba
porque deseaba verle. Según ella, algunas noches de salidas se limitaba a pasear
por la ciudad pero ¿cómo iba yo a comprobarlo? Alba era así: incapaz de
quedarse quieta en casa.
Lo que fuera que había pasado aquella noche, no era bueno. Empecé a
elaborar algunas hipótesis pero me desentendí brevemente de todo. No solía
meterme en la vida de Alba ni ella en la mía.
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—Sí —respondí— ¿por qué no te has quitado eso aún?
Alba alzó una mano y la pasó sobre su rostro, donde la mascarilla seguía
esparcida.
—¿Estás bien?
—Ya te dije que me había golpeado el dedo mientras buscaba una toalla.
Casi tropieza con sus propios pies. Chasqueó la lengua molesta y caminó
más rápido.
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Comimos en Mc’Donalds y Alba volvió a ser la de siempre. Sin embargo,
cuando yo desviaba mi atención hacia otra cosa, veía en el reflejo de los
escaparates de las tiendas por las que pasábamos cómo esa normalidad se rompía
y una capa de preocupación se posaba sobre su rostro. Miraba a todos lados,
volteaba como si sufriera de algún extraño delirio de persecución. Hablé de mil
tonterías intentando distraerla pero me contestaba con monosílabos y, de vez en
cuando, algún comentario sarcástico. De no haber sospechado algo, habría sido
como cada sábado. Me pregunté si alguna vez Alba había estado igual y no me
había dado cuenta. Preferí alejar aquel pensamiento.
————
—¿Es que tengo que hacerlo todo yo sola? —gritó mamá nada más entrar
en la casa.
—Hola mamá.
Otra que había tenido un mal día. Fui por la escoba para empezar: no
quería que explotara.
—Pero mamá…
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Aquello no era algo inusual. Cada vez que teníamos que limpiar, yo hacía
todo el trabajo mientras ella frotaba el mismo jarrón durante horas. Sus salidas
nocturnas le impedían dormir lo suficiente, pero Alba insistía en ir pues también
era obvio que le devolvían los ánimos que el trabajo le arrebataba. Con mi iPod
recién cargado en el bolsillo, enchufé los audífonos y tomé la escoba. La música
me hizo olvidar todo y limpié como si no hubiera nacido para otra cosa.
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Esperando
Me revolví en mi cama, sonriendo porque al día siguiente era domingo.
—Linda —comenté.
—Gracias.
Ese día llevaba un polo negro, una cadena plateada, mallas y sus botas
negras preferidas. Todavía no se había atado el cabello en una cola y parecía
llevar un despeinado casual que cualquiera envidiaría. Se apeó a la ventana y la
oí saltar hacia la escalera. Me di vuelta en la cama, intentando dormir.
Solo por si acaso, me levanté en silencio y busqué a Alba por la casa a pesar
de que sabía que era imposible que hubiera regresado sin despertarme.
—Pero nunca se queda hasta tan tarde —insistió cuando le dije que
probablemente estaba en el trabajo.
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—Tal vez tuvo algún problema o se quedaron celebrando el cumpleaños
de algún trabajador —añadí inspirada.
—¿Por qué siempre tienes que ser tan estúpidamente inocente? —me
soltó—, no sabes todo lo que podría pasarle a tu hermana allá afuera.
Quise decirle que veía televisión y tenía perfecta idea de las posibilidades;
que, de todos modos, ella nos las repetía cada semana, que dejara de tratarme
como idiota, y mil cosas más. Pero mi madre no es el tipo de persona a la que le
replicas y sales inmune, por lo que me mordí la lengua y murmuré:
“Alba, donde sea que hayas estado, la próxima vez avísame para estar
preparada sobre la excusa que debo darle a mamá.”
El señor Hudson estaba de un especial mal humor aquel día, por lo que
me volqué de lleno al trabajo para no disgustarlo aún más. Era un inglés
regordete, con una brillante calva y un bigote profuso que solía atusarse cuando
estaba ansioso. Cuando terminé, me soltó una disculpa por su carácter y me dio
saludos para mi madre y Alba en una frase de no más de diez palabras.
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Ocultamiento
Debería decírselo a mamá, pensé la mañana siguiente mientras daba vueltas
por mi habitación, intentando encontrar un peine. Abrí un cajón de la mesa de
noche de Alba y me topé con uno. Traté de domar, sin éxito, los mechones que se
revolvían irremediablemente. Me enchufé a los audífonos y procuré preparar una
comida aceptable. Mi madre ya empezaba a preocuparse por Alba porque no
contestaba el celular. Incluso me sentía mal diciéndole que no armara un drama,
que seguramente solo se le había acabado la batería.
—Ehh… ni idea, tal vez hayan salido. Ya sabes, a una fiesta o algo así.
Mi madre se lo pensó.
————
—¿De verdad?
—Ehh…Janice.
—Oh claro, esas chicas siempre van juntas. Es una buena muchacha.
Y allí dio por acabado todo. Se pasó la tarde en llamadas por teléfono
gritándole a alguien por algún error lleno de palabras técnicas que no llegaba a
comprender. Esa tarde, mi madre decidió salir con la tía Giselle, su mejor amiga.
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Yo la consideraba casi de la familia, como la tía que nunca llegué a conocer. En
casa nunca hablábamos de la fallecida tía Esther, como si mamá fuera hija única.
Mi padre solo tenía hermanos varones que vivían al otro lado del Atlántico.
—¿No crees que le haya pasado algo? —dijo en voz baja— tal vez
deberíamos avisar a la policía.
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—No lo creo y si lo saben, no te lo dirán. De todos modos, ¿sabes cómo se
llama? Mi turno acaba en una hora. Si me esperas podría acompañarte.
Diábolo, por supuesto. Era solo que alguna vez le oí hablar con alguien
sobre aquel lugar: el CEL 20. Alba se puso muy nerviosa pero me dijo que era la
abreviación de algún nombre que me había olvidado.
—Sí, pero he buscado por todo el centro y nunca he visto nada semejante.
Conozco a mucha gente por allí y nadie sabe nada.
—¡Por supuesto que no! —dijo Janice—nunca quiso decir nada. Te juro
que si vuelvo a ver a ese chico…
—¿Cómo era?
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El primer encuentro
Hace un año, en cuanto decidí que no me presentaría a selectividad, me
dediqué a buscar un trabajo. No fue difícil en absoluto, Alba estaba decidiendo
que renunciaría a su puesto en la cafetería del señor Hudson y me ofreció como
un perfecto reemplazo. A su vez, ella se trasladó a un Burger King que quedaba
más cerca de aquella extraña discoteca a la que adoraba ir (aunque ya sospechaba
desde hace buen tiempo que mentía respecto a eso).
Tal vez exageré un poco porque mi madre insistió en que pasaría por el
café a quejarse.
20
————
21
pero el nombre de mi hermana aún me quemaba en los oídos. Abrí la puerta de
mi habitación y corrí. Dos chicos se hallaban junto a la puerta, forcejeando
inútilmente. Por primera vez bendije a mi madre por la paranoia que la hacía
cerrar con llave todas las noches.
Ambos voltearon, con una expresión de miedo. Eran del mismo tamaño.
Uno de ellos tenía ojos grandes y cabello rojo. El otro era delgado, de ojos oscuros
y rostro duro; sostenía un objeto raro dentro de la cerradura. Iban vestidos de
manera ridícula con ropa que parecía quedarles demasiado grande. Cuando me
acerqué más, me di cuenta de mi equivocación: de su cuerpo colgaban cinturones
con dagas y espadas. El chico pelirrojo incluso llevaba un arco a la espalda.
Empecé a pensar seriamente que estaba en un sueño pero seguí preguntando.
Los dos se fijaron en algo que parecía estar detrás de mí. No volteé, pero
sí me agaché, temerosa de que alguien intentara atacarme. Efectivamente, una
mano golpeó el lugar en el que antes había estado mi cuello. Perdí el equilibrio y
casi me estrello contra las baldosas. El dolor mientras me estabilizaba con ayuda
del sillón me dijo claramente que no era un sueño. A pesar de querer saber
quiénes eran y de dónde conocían a Alba, deseaba con todas mis ganas
convertirme en el tipo de chica que se desmaya por la impresión. Un joven alto,
de cabellos castaños me miraba con cautela. Iba vestido de la misma forma que
los otros.
El aludido retiró sus penetrantes ojos negros de mi rostro y puso una mano
sobre la cerradura. Una fuerte luz brilló en su palma. Ahora sí estaba casi
determinada a creer que me había vuelto loca.
—No dejaré que se vayan sin decirme nada —amenacé con menos valor
del que tenía. Me puse de pie—. Gritaré.
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La puerta hizo click y se abrió en silencio. No tenía idea de cómo lo había
conseguido pero me preparé para gritar.
—Shh —lo calló el tercero, luego se dirigió a mí—. Sí, somos amigos del
club. Hubo un malentendido y queríamos explicárselo antes que llegara a su casa
pero no la encontramos, por eso vinimos aquí. Supongo que lo pensó y se fue a
otro lugar. Vendrá en la mañana, estoy seguro. No te preocupes y, por favor,
cúbrela con tu madre.
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Te encontré
El día inició con una pelea con mi madre por el paradero de Alba.
—Si quieres decirme algo, dímelo de una vez —me pidió ella antes de que
yo saliera de casa con la excusa de que iba tarde al trabajo—, si se ha escapado
con un novio o algo así, lo aceptaré, es grande y tiene edad para saber lo que hace,
pero quiero saber dónde está.
Terminé de comer, cogí las bolsas para sacarlas fuera pero me detuve
cuando al abrir la puerta del rellano que daba a la salida, oí algo.
Sonaba exactamente igual que uno de los matones que se agolpaban en las
esquinas a punto de golpear a un niño pequeño. Sin embargo la voz que
respondió era retadora.
—Lo mismo digo. Ahora vete de aquí antes que alguien venga a husmear.
—¿Como la última vez? —dijo la primera voz—. Me debes una por eso, la
chica se quedó con ustedes. Ya no la he vuelto a ver por los alrededores.
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Hubo un rápido movimiento y ruidos de lucha. Si seguían así terminarían
por romper alguna de las ventanas de la parte trasera pero no quería salir a
decirles que se fueran de allí. No me apetecía meterme en medio de una pelea
callejera. Esperaba que el señor Hudson regresara en cualquier momento pero
luego de diez segundos me convencí de que eso no pasaría. Me armé de valor y
salí al trastero detrás de la tienda. Si pasaba algo, sería yo quien lo pagara y ser
despedida no era tan terrible por no poder ganar dinero, sino por tener tiempo
en el que mi madre podría preguntarme por Alba.
Salí tras él pero lo perdí antes de doblar la calle. Maldije tan fuerte que
algunos chicos que fumaban en la esquina voltearon a mirarme.
Le pegué una patada al basurero más cercano con furia y volví a las bolsas
de basura del trabajo. El señor Hudson apareció justo en ese momento. Se me
escapó un resoplido exasperado.
————
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diciéndole que regresaría tarde y llamé a una de las pocas amigas con las que
seguía en contacto.
Marie era el tipo de persona con la que puedes hablar sin importar quién
seas. Podía vestirse de forma elegante y acudir a una cena con el presidente o
ponerse jeans y salir a dar una vuelta por allí. Sabía que había entrado a la
universidad y estaba estudiando algún tipo de medicina. Simplemente fuimos a
tomar helados y comentar la vida de celebridades. Pasé una tarde realmente
encantadora, olvidándome de todos los problemas y estaba a punto de
agradecerle cuando lo vi. El mismo pelirrojo. Era demasiado bueno para ser un
solo día. Estaba entrando a un restaurante con una mujer y un niño pequeño. ¿Su
familia? No me importó en lo más mínimo mientras me preparaba para entrar al
lugar y acorralarlo para que me dijera todo. Esta vez no iba a dejar pasar la
oportunidad. Si lo hacía, mi madre armaría un escándalo.
—Dime qué le pasó a Alba, por favor. ¿Regresará? —El chico se negó a
mirarme y eso me enfureció— denunciaré su desaparición con la policía —dije
muy segura y agregué—, voy a decirles todo lo que sé sobre el club.
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—¿Algún problema? —el mozo acababa de llegar y me observaba con el
ceño fruncido. La preocupación de su madre por lo que acababa de decir era
evidente.
—No es nada, mamá —dijo el chico—, es una pequeña confusión que voy
a aclarar ahora mismo. No te alarmes, regreso en un momento —miró al mozo—
lo siento, es una confusión, pediré lasagna.
—Dame un segundo.
Se volteó a mirarme.
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—¿Tú no puedes decirme qué le pasó a Alba? —probé. Se volteó
nuevamente.
—Parece que ahora sí puedo, pero será mejor que Dariel te lo explique, no
quiero cometer alguna imprudencia —dijo guiñándome un ojo—. La policía no
nos asusta, pero ya hemos discutido sobre ti y lo mejor será… —suspiró y negó
con la cabeza, como tratando de ordenarse a sí mismo cerrar la boca.
—Elizabeth.
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El club de Alba
Me miró y suspiró con resignación.
—No hay problema Dariel —sonrió—, soy bueno para eso. Suerte.
Dariel rió.
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—No. Digamos que acabo de tener un pequeño altercado con alguien para
poder contarte todo y hacerte una pequeña propuesta.
—Alto al fuego —dijo alzando las manos en son de paz con una expresión
cómica— mis disculpas, señorita Elizabeth, ¿me podría decir qué es exactamente
lo que le contó vuestra hermana?
—Bien, bien —dijo él aplaudiendo sin ganas. Volvió a mirar hacia atrás,
comprobando a la gente— ¿algo más?
—¿Quién es Feried?
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—Una noche salió con nosotros.
Un sillón que lucía sacado de una sala familiar y una maceta con una
planta natural conformaban el mobiliario. No había recepcionista, pero el
escritorio destinado para ella estaba allí. Dariel cogió el teléfono y marcó un
número.
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—Feried... he traído a la hermana de Alba... no, escúchame....
ESCÚCHAME —gritó de repente. Tomó un largo trago de aire para calmarse—,
dice que Alba estuvo en su casa el sábado por la noche...y que salió para el
club...Sí, está bien.
—Cuéntamelo.
—Era una pomada por la quemadura que sufrió —dijo Feried—, hasta allí
todo coincide. ¿Qué más hizo?
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La revelación de que, lo que yo creía una mascarilla de belleza, fuera una
especie de poción, me dejó en shock, pero me recuperé con rapidez. Parecía que
iba a tener más cosas extrañas por venir.
—¿Qué anotaba?
—No lo recuerdo.
—Lo siento Liz, esto debe ser muy extraño, pero necesito todo, cualquier
detalle, por más normal que te parezca. Cuéntanos qué pasó desde el segundo
que regresó a casa.
—Bueeeno —empecé—, hace unos días oí algo. Creo que dijo que no
quería regresar, pensé que se habría peleado con su enamorado en el club porque
dijo: "No, déjalo en paz. No quiero que le digas nada. Él y yo ya hemos
terminado" Lo último que dijo fue "estaré allí y espero que tengas la información".
Había un nombre pero no lo recuerdo.
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Feried me miraba con una ansiedad que hacía imposible que apartara mis
ojos de él.
—No. Se vistió con un short, mallas negras, botas, un top negro, y una
mochila pequeña.
—Sí, casi siempre, aunque cambia de ropa, el estilo es el mismo. Pero nada
más.
—Al menos sabemos que el sábado regresó a casa...lo que significa que
no...
—Sí, sí podía —dijo— pero Alba es muy cuidadosa para los detalles.
—Aún puedo recordar la primera vez que ella preguntó eso —dijo Dariel
con un aire de nostalgia.
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Murmuró una disculpa y se retiró escaleras arriba. Me daba la impresión
de que me iban pasando de una persona a otra para librarse de la lata de hablar
conmigo.
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Historias de Lidhan
Feried me hizo entrar en una sala muy extraña. Habíamos subido por un
ascensor que no había visto y le dio al penúltimo botón.
—Quiero que entiendas que tu hermana no te contó sobre esto por algo.
—Digamos que un grupo contra el que luchamos desde hace mucho. Para
efectos prácticos, son seres… diferentes —consideró un minuto qué más podía
agregar—. La mayoría de ellos son delincuentes y pertenecen a mafias en los
bajos mundos.
Era un lugar bastante grande. Una mesa larga estaba en el centro, rodeada
de sillas, como el directorio de una gran empresa.
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Unos minutos después, dos chicos entraron en la estancia. Eran Andrew y
su amigo de ojos oscuros. Me sorprendió ver al primero pero no pregunté nada.
—Sakie debería estar aquí —opinó el chico de ojos negros—, tendría una
idea.
—Deja en paz a la chica, Andrew —le advirtió Feried— estos son Eric —
el chico de ojos negros levantó la mano— y claro, Andrew.
Andrew bufó.
—Prueba con algo diferente —continuó Eric— tal vez: Mucho gusto, soy
Andrew, y me confieso fanático de cualquier producto de Victoria’s Secret.
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Andrew empezó a perseguirlo por toda la habitación mientras Eric se reía.
Era divertido observarlos.
—Esperaremos —dijo.
Tuvo que pasar una hora para que todos llegaran. No sé qué esperaba, tal
vez algo con aire gótico y personas encapuchadas. Me sorprendió ver que los
recién llegados podrían haber sido los padres de mis antiguos compañeros de
clase, excepto porque llevaban cinturones cargados de cosas como cuchillos o
látigos.
—Bien —dijo Feried cuando casi todas las sillas estuvieron llenas.
Personas de sesenta años, hasta chicos y chicas de no más de quince se quedaron
quietos—, esta es Elizabeth Forster, la hermana de Alba quien, como sabemos, ha
desaparecido. Sakie ha llamado hoy día mientras seguía una pista pero dice que
no hay rastro posible. Sin embargo, ha asegurado que se trata de los daluths —
los murmullos se elevaron y Feried alzó una mano para poder continuar mientras
yo me removía inquieta en mi silla—. La reunión de hoy se trata de Elizabeth y
de la posibilidad de que…
—¿Ella sea uno de nosotros? —completó una mujer bajita con una cicatriz
en la mejilla.
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—Porque un daluth estuvo en el antiguo trabajo de Alba hace unos días
—dijo Andrew de repente, ubicado al fondo de la mesa—, podrían rastrear su
casa.
—Lamento que eso haya sido tan rápido —dijo Feried volviéndose hacia
mí— tal vez pronto comprendas que somos personas muy ocupadas algunos
días.
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—Bienvenida al CEL 20 —me dijo otra chica con una gigantesca sonrisa.
Se puso de pie— permiso, tengo que entrenar.
Lo miré interrogante.
—¿Disculpe?
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había perdido me habían dicho de qué se trataba aquello— pero esta vez
estábamos en iguales condiciones. Y nos dimos cuenta de algo más: que no sabían
cómo volver a Lidhan. Aunque a veces la llamamos Dalath, que significa “la
ciudad oscura”, porque la luz en su interior ha sido apagada.
—Lo es —dijo Andrew— pero algún día, será solo un mal recuerdo
¿cierto?—suspiró largamente y miró su reloj. Saltó en su asiento—. Diablos, me
tengo que ir, con permiso.
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Bloqueo mental
—Ehh…claro.
Caminé lentamente hacia mi cuarto. Algo muy raro pasaba allí: mi madre
no me había regañado ni había preguntado por Alba. Me detuve frente a la puerta
de la habitación, pensando rápidamente. Después de tanta información y
problemas, me sentía un poco paranoica. Mis sentidos se agudizaron y traté de
descubrir algún cambio en el ambiente. Nada. Tal vez, solo por precaución,
debería llamar al CEL, estaba empezando a asustarme.
—¿Conejo de pascua?
—Sí, ya sabes los conejos que salen en televisión y dan saltos por todos
lados.
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—Visitas —repetí poniendo mis manos sobre sus hombros, haciendo que
me mirase— ¿ha venido alguien mientras no estaba? ¿has oído algo extraño?
Parpadeé para asegurarme que había oído bien. Decidí arriesgarme. Tomé
aire, mi intento podía salirme caro.
—No vendrá.
—Es libre como las mantas en invierno —dijo con total convicción.
—Mamá —insistí cada vez más preocupada— creo que yo tampoco estaré
en casa estos días. Me voy por una semana de vacaciones a… Brasil.
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—Hola, soy Liz, la hermana de Alba —dije en un susurro rápido— ¿puedo
hablar con Feried?
Un silencio en la línea.
—No —respondí.
—¿Liz?
Con las manos sudorosas, abrí. Dariel, Andrew, Eric y Feried ingresaron
al departamento.
—¿Todo bien?
Por su parte, ella se acababa de levantar y los veía a todos con furia, como
si estuvieran arruinando el piso recién encerado. Me sorprendió su rápido
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cambio de humor. Un segundo después soltó un quejido y se llevó las manos a
la cabeza.
Volvió a mirarla, esta vez de una forma que recordaba a los encantadores
de serpientes. El silencio se extendió durante varios minutos, apenas roto por
nuestras respiraciones. Finalmente suspiró y se puso de pie. Su expresión me dijo
que algo andaba terriblemente mal, aparte de que mi madre creyera que los
insectos se echaban perfume.
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tensé al percibir el ambiente. No era así como había dejado las cosas en la
mañana. Claro que mi madre pudo haber entrado a revolver un poco el cuarto
pero no solía hacerlo. Moví la cabeza en todas las direcciones.
—Han vaciado esto —dije con seguridad—. Los lapiceros de colores, las
llaves, los post—it, todo fuera.
—¿Algo más? —dijo Feried dirigiendo una mirada hacia Eric. El chico
asintió y cerró los ojos.
—Nada muy grave. Han bloqueado su cerebro contra todo —se volvió
hacia mí e intentó explicarme—. Por más cosas sorprendentes que vea no
reaccionará como debería, solo sonreirá y soltará alguna frase sin sentido. Un
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hechizo de bloqueo como el que usamos a veces cuando alguien nos ve, pero diez
veces más fuerte.
—Eso es útil —dijo Andrew. No podía creer que acabara de decir eso: casi
lo fulmino con la mirada—, no me miren así. Yo también lo siento mucho, pero
Liz podrá entrenar y no tendrá que preocuparse por su madre ¿no?
¿Entrenar? ¿No habían dicho que solo me iban a dar información? Nadie
dijo nada sobre entrenamientos.
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La marca de Alba
—Eric —dijo Dariel cruzando una mirada con él. No entendí qué quería
hasta que Eric salió de la habitación: deseaba asegurarse de lo que Feried acababa
de decir.
—Pudo haberlo sacado de algún libro —indicó Eric— pero sabía lo que
hacía. Ha bloqueado también el recuerdo de esta mañana. Y ha tenido varios
intentos, Feried, he buscado más adentro —me miró—, intentó no bloquearte a
ti.
—No lo entiendo.
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—Esos dos… —bufó Feried pero se detuvo antes de terminar su
comentario.
—Nada garantiza que si su hermana era una de los nuestros, ella también
lo sea —dijo Feried.
—Pero… ella logró entrar al edificio del CEL sin problemas. Las runas de
protección impiden eso ¿no?
—Pudieron pasar muchas cosas —se dirigió a mí— pero si puedes estar
informada, puedes entrenar. Aunque tal vez deberíamos ver primero a Sakie.
—¿Qué le pasaría?
—No lo sé. En el peor de los casos podría enloquecer. Con mucha suerte,
tendría dolor de cabeza por unos días.
—Es cierto. Quédate aquí, tengo que poner marcas alrededor de su casa.
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—De una forma de comprobar si eres lidhanita o no. Un asunto delicado.
En realidad es muy simple, solo es cosa de que un hechicero como Feried coloque
la marca de los hechiceros en ti. Todos los lidhanitas tenemos alguna —dijo
alzando la mano izquierda y mostrándome el dorso. Un tatuaje en forma del
mismo amuleto que tenía Feried estaba dibujado allí—. Una de iniciación —alzó
la mano derecha— y otra de acuerdo a tu don —el símbolo parecía escrito en
chino—. Podemos usar runas comunes en los humanos comunes, pero una de
iniciación… es mejor no arriesgarnos.
—Oh.
—¿Y yo?
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—Estaba bromeando sobre ser adoptada. Eres su hermana —dijo
Andrew— no sabría decirlo, pero si me hubiera cruzado contigo hace unos días…
hay algo de Alba en ti.
Andrew se rió.
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Pruebas
Los lidhanitas tenían lo que ellos llamaban “don”, era una habilidad con
la que nacían, una habilidad que podía ser casi cualquier cosa relacionada con
lucha, el mentalismo o las runas. Alba había tenido este último, el poder de ser
una hechicera. Aunque deseaba tener un don, por dentro seguía convencida de
que todo era una equivocación. Tal vez era adoptada. Además, la sublime
perfección de mi hermana se explicaría si fuera lidhanita.
Aquella mañana tuve que pasar por la cafetería del señor Hudson,
disculparme rápidamente con él, renunciar y salir corriendo.
—Fui a buscarte a tu casa pero ya habías salido así que pensé que vendrías
por aquí y quería darte una noticia.
—¿Qué cosa?
—No te preocupes por ella —dijo Dariel con la mirada perdida y las manos
en los bolsillos— fui a con Eric ayer. También la han bloqueado.
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Dariel no parecía ser el tipo de persona que hablaba sin parar, por lo que
después de ese comentario, caminamos en silencio. Otro problema solucionado,
pensé involuntariamente, aunque lo lamentaba por Janice.
—Buenos días, Liz —dijo con una sonrisa gigantesca—, es bueno ver que
has venido.
—Es tu primer día —dijo— necesitas alguien que te instruya —me miró
de pies a cabeza, evaluándome—, necesitas una chica.
Había oído hablar tanto de ella que me moría de curiosidad. Me llevó con
él al cuarto piso del inmenso edificio. Recorrimos el pasillo hasta la habitación
403. Tocó la puerta y una chica salió. Tragué saliva involuntariamente.
—¡Por supuesto, Feried! Estaré encantada. Sabía que hoy me esperaba algo
bueno. Dame un segundo.
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—¡Por fin! —exclamó. Salió con un pasador y se recogió la brillante
cascada de cabello rubio rojizo—. Listo —me tendió la mano—. Mucho gusto.
Me sonrió con todas sus ganas. Sakie era dolorosamente bonita. Parecía
una muñeca de porcelana enfundada en aquellos jeans. Era delicada y al mismo
tiempo imponente. Su rostro era bellísimo, sin una gota de maquillaje.
—Tú dijiste que Alba había desaparecido —dije para que supiera que lo
entendía—¿Dónde te metiste?
—Oh, claro —dijo ella con una sonrisa deslumbrante que contrastaba con
su pena teatral de hace unos segundos. Me miró con insistencia y supuse que
esperaba que yo dijera algo.
—Gracias, yo…
—Shh —Feried alzó una mano mientras Sakie me taladraba con la mirada.
Me empezaba a poner los nervios de punta. Quería preguntar qué diablos estaba
pasando pero ella cerró los ojos y pareció entrar en una suerte de trance. Cuando
los abrió me mostró su perfecta dentadura como si nada hubiera pasado.
—Tú estás bien —dijo Feried levantando las manos en una oferta de paz—
, aunque agrega a Andrew o Dariel, por si acaso.
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Sakie le sacó la lengua pero asintió.
—Mi don está aquí —dijo Sakie señalándose la sien—, y el tuyo también.
—¿Mi don?
—¿Algo más?
—La necesitas —dijo de forma cortante—, nunca se sabe qué puede pasar.
Me quedé de piedra.
—Mi don está aquí —repitió— es difícil de explicar, pero no estoy leyendo
tu mente —dijo de forma tranquilizadora— es más como… intuición.
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—Esta está vacía —dijo Sakie haciendo una mueca— ya sé que no se
parece mucho a tu verdadera habitación pero siempre puedes traer tus cosas
aquí.
—Pero si son casi idénticas —dije— un techo y cuatro paredes, justo lo que
necesito. Incluso tiene una ventana, es como si hubieran tomado mi casa de
modelo.
—Es para que cuelgues tus armas —dijo Sakie sacando una llave de la
manija de la puerta y entregándomela—, es tuya.
—Todo lidhanita se merece una. Esto es como los hoteles, puedes robarte
las pequeñas cosas, si quieres. Creo que incluso tenemos jabones de regalo —
sonreí sin muchos ánimos—. No te sientas así —dijo Sakie colocando una mano
en mi hombro—. Tu don será maravilloso, ya lo verás.
—Eres igual que Alba —dijo lentamente. Era la segunda vez que me
repetían eso en los últimos días a pesar de nunca haberlo oído en toda mi vida
pero ella alzó la vista, súbitamente divertida y supe que había captado algo de lo
que estaba pensando— no físicamente, ni siquiera en la forma de ser, porque no
te conozco lo suficiente para decir algo así. Hablaba de algo relacionado con mi
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don —me miró a los ojos y pude leer una duda que la consumía por dentro—. La
sensación de que algo se me escapa… era igual con ella.
—¿Ah no?
—¿De verdad?
—Sí, y se supone que deberíamos haber empezado —se puso pie—. Vas a
adorar el CEL. No es por alardear pero somos uno de los mejores en los que
podrías haber caído. Ya los conocerás, a todos. Andrew, Eric, Iskander, Dheliab,
Goruen, Galexa, Aleia —recitó con emoción— ¡Santo Dios! Va a resultar
agotador, así que es el momento de ponernos en marcha.
—Se supone que debo llevarte con Eric —me explicó— pero prefiero
avisarle antes para que se haga a la idea. Hace mucho que no entrena a nadie.
Será mejor que lo dejemos en paz. Es capaz de lanzarnos algo extremadamente
desagradable. La última vez se las ingenió para arrojarle una sustancia asquerosa
a Andrew y le crecieron verrugas en los brazos. Y la verdad es que a ninguna de
las dos nos convienen este tipo de cosas.
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—Sí, supongo.
—No, eso es imposible. Es hechicero, pero se entrena tanto que es casi tan
bueno como cualquiera con un don de lucha. Aunque, en situaciones
desesperadas, será la magia la que acuda a él, no su cuerpo. Así de simple.
—¿Nunca te ha pasado?
Aquello me recordó que mamá estaba en casa con un bloqueo que la hacía
hablar como si tuviera un serio retraso mental cada vez que se me escapaba el
nombre de Alba. El ascensor se abrió en el primer piso.
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—Está bien.
—Gracias.
59
Entrenamientos
—Entonces, ¿qué me vas a enseñar?
—Bueno, si eres como tu hermana, tal vez te vaya bien con estas.
Estaba con Sakie en la sala de entrenamiento 344, una de primer nivel, para
principiantes. Era una sala vacía, excepto por varios estantes en una esquina, de
los que Sakie sacó dagas para que pudiera practicar. Aunque estaba segura de
que mi don no estaba relacionado con la lucha, insistió en que era necesario.
—Si quieres lanzar dagas —dijo— primero deberías probar con un látigo,
es un buen ejercicio para la puntería ¿sabes?
—Oh, ya lo has notado —dijo ella con una risita—. Sí, todo el tiempo. O
casi. G4 ¿Ya te ha puesto algún apodo?
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—¿La diosa del amor?
—¿De verdad?
—Muy poco. Desde el día en que lo vi por primera vez lo recuerdo así. H6.
—¿Qué?
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muy unidos. A veces me da la impresión de que lo que hizo fue prepararlo para
cuando él muriera. Andrew se encarga de su madre. Como no puede trabajar, de
vez en cuando entra a concursos. Ha ganado algunos premios escribiendo —eso
me sorprendió—. Se las ingenia bastante bien y su madre también trabaja duro.
Ambos viven por Hans, su hermano menor.
—¿Cómo lo sabes?
—Ya sabes lo que dicen, Liz. A veces la realidad es mejor que la ficción.
Las pruebas, delante de ti. B8.
Empuñé el látigo y rogué con todas mis fuerzas que acertara. Fallé.
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Me alcanzó un cuchillo corto con una empuñadura de metal que se sintió
extraña bajo mis dedos. Sakie se acercó a una esquina de la pared y bajó una
palanca. Tres dianas cayeron del techo: habían estado cuidadosamente
enrolladas y no las había notado.
Volvimos a probar por otra hora hasta que por pura suerte, una daga cayó
en una de las dianas a las que apuntaba. No era precisamente en el centro pero
era mejor que dañar la pared con mi fallida puntería.
Era Andrew.
—Algún día tendrás que admitir que soy bueno con esto.
—Tal vez, tal vez. Mientras tanto, sigue soñando con ello.
—Ya lo hago —dijo él sin perder la sonrisa— sueño que, convertida en una
paloma, vienes a comentarme lo bueno que soy y saltó de felicidad. De hecho,
desearía que no fuera tan a menudo. Caerte de la cama en medianoche no es
precisamente agradable ¿sabes?
—¿Por qué una paloma? No me gustan mucho y traen mala suerte ¿no?
—Tengo que cambiarte de apodo con urgencia. ¡No es posible que seas
Afrodita y no te gusten las palomas!
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—¡Por supuesto que no! La verdadera Afrodita las adoraba. Un día de
estos me saldrás con que no te gustan las rosas y todo se habrá ido al traste.
Empezaré a pensar hoy mismo.
—Es una lástima —dijo Sakie— ya me había encariñado con él. ¿Puedo
escoger mi nuevo apodo? —agregó esperanzada.
—Ni lo sueñes.
—Las dagas no son lo tuyo ¿eh? —dijo recorriendo con la mirada las
marcas que habían dejado a lo largo de la pared, al no acertar en las dianas—.
Vámonos, luego limpiaré esto.
Sin embargo, no llegamos muy lejos. Andrew me llevó a la sala 347, cuyas
paredes estaban cubiertas casi por completo de dianas bastante gruesas. De los
estantes, sacó una aljaba y flechas.
—¿Eres arquero?
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—Con cuidado —dijo con los ojos abiertos, como escandalizado de la
forma en que lo cogía— te vas a lastimar. No es un trozo de madera con una
cuerda inofensiva ¿sabes, preciosa?
Después de tres horas, quedó claro que tampoco servía mucho como
arquera, pero a diferencia de lo que esperaba, Andrew no se burló.
Sakie lo miró, molesta. Hasta ahora, todo lo que había oído de Eric no era
muy alentador y la verdad me daba un poco de miedo. Después de darle un golpe
en la cabeza a Andrew por haber dicho eso (“sabes que es verdad” se defendió
él), me aseguró que lo peor que podía pasar era que se negara a entrenarme.
—¡Eric! —gritó Sakie. Fue tan repentino y alto que incluso yo salté.
Eric casi se cae del estante pero recuperó la compostura y dio un salto
limpio.
—Sakie —dijo con una leve sonrisa— olvidas que no todos podemos intuir
que alguien llegará a interrumpir en medio de un entrenamiento.
Eric no pareció encontrar réplica para aquello y Sakie le pinchó con el dedo
en el pecho.
—Está bien —aceptó Eric—, aunque sería más fácil si deja de esconderse
detrás de ti.
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—Ella es Liz.
—¿Lo ves? Ya lo tienes a tus pies —dijo Sakie con su musical risa—
tómenlo con calma chicos —dijo mientras se alejaba hacia la puerta. Se de tuvo
un segundo antes de cerrarla— ah, y Eric, te atreves a lanzarle algo desagradable
y voy a poner a Andrew sobre ti.
—¿Se supone que eso es una amenaza? —dijo Eric alzando una ceja.
—Pues… —dije intentando recordar todos los libros que había leído. En
todos se hablaba de magia de una forma diferente. Lo mismo con las películas.
Me preguntaba si necesitaría una varita. Mientras intentaba decidir cuál de las
opciones elegir, Eric sonrió.
—Creo que una mejor pregunta sería: ¿qué sabes de la magia lidhanita?
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Parecía una pregunta suelta al aire, y no sabía si debía contestar o no.
Mis mejillas ardían tanto que probablemente lucía peor que de costumbre.
Negué con la cabeza. Eric sonrió.
—Eso pensaba.
Se me ocurrió algo.
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—Pero me han dicho que tú la entrenabas.
Aquello lo enfureció de alguna forma. No entendí por qué pero Eric apretó
los puños con rabia y su mirada se volvió colérica.
—Sí —su voz estaba contenida— pero luego ella eligió entrenar por su
cuenta. Por supuesto, no te culpo si quieres hacer lo mismo una vez que
descubras tu don.
Había algo que no terminaba de ver en toda la historia pero decidí cambiar
de tema.
————
Daba vueltas por los pasillos. Eric había dicho que él se quedaría a
entrenar pero que Sakie probablemente me esperaría en el comedor. Luego, me
cerró la puerta en las narices.
Deambulé por los pasillos del CEL sin cruzarme con nadie. Hasta ese
entonces solo había seguido a Sakie o Feried sin pararme a mirar la estructura del
edificio. El CEL no era un conjunto de ordenadas habitaciones con pasillos rectos,
sino una compleja red de pasillos y paredes que me llevaban a callejones sin
salida o habitaciones vacías. En otras palabras: terminé perdida.
—Ciertamente. Por eso nunca deberías casarte con alguien cuya madre se
llame Esperanza —señaló de forma pensativa.
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—Y con eso terminamos de descartar tu normalidad —me cortó Andrew—
¿cómo piensas llegar a un lugar si caminas en la dirección opuesta a él? No
pongas esa cara. Vamos, necesitas un guía, preciosa.
El comedor resultó estar en el último piso del CEL, era amplio y estaba
repleto de gente.
Me di cuenta rápidamente que Andrew era popular. Más que popular: los
grupos se alegraban al verlo llegar y él siempre tenía una broma para todos.
—Aquí tienes —dijo conduciéndome hacia una larga mesa con varios
platos—sírvete lo que quieras.
—Sí —dijo Andrew señalando tres platos al final de la mesa con lo que
parecía ser una sopa de un color gris poco alentador—. Pero no tenemos
cocineros y usualmente el plato del día termina siendo un experimento de
alguien aburrido. No te lo recomiendo. A menos que Muriel haya llegado de viaje
y decida compadecerse de nosotros. Siempre puedes salir a comer fuera, claro.
Allí está Sakie —dijo fijándose en alguien detrás de mí—, nos vemos mañana.
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70
CEL 20
Y así me uní al CEL, las siglas de una frase que en lidhanita significaba:
“lugar de reunión y apoyo” o algo parecido, porque la traducción dejaba cortos
los sentimientos que transmitían las palabras, como amistad y sacrificio. Sakie,
voluntariamente me dio un tour durante una semana, presentándome a casi
todos los miembros jóvenes y hablándome de los mayores que se encontraban en
misiones.
—Me recuerdas a alguien, solo que no recuerdo a quien —le solté al día
siguiente de conocerlo.
Andrew, que acababa de llegar, se echó a reír a carcajadas y pude ver que
bajo su piel cobriza, Iskander se había ruborizado.
—¿Qué pasa?
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—Otra vez le van a decir que es clavado a Aladino ¿a que sí?
Ahora la que se sonrojó fui yo. Andrew había acertado. Si no fuera porque
era más antigua, diría que Disney copió a Iskander para dibujar a Aladino en la
película.
Y eso me dejaba alguien más: Andrew. Era fácil adaptarse a él, dado que
intentaba que todos fueran felices a su alrededor. Se comportaba divertido y
tonto algunas veces, pero siempre me trataba como si fuéramos amigos de toda
la vida. Era imposible sentirme nerviosa delante de él, como me pasaba con
muchos de los miembros del CEL, sobre todo con Eric. Respecto a este último,
pronto comprendí que era un chico extremadamente reservado. Me enseñó
rápidamente teoría de las runas pero no avanzamos más en el tema porque no
estaba seguro de que fuera mi don. Se inclinó por la lucha y cómo combatir a un
hechicero.
—Cada don tiene sus ventajas —solía decirme—; no hay dones estúpidos,
solo estúpidos que no saben usar su don.
—Es tan emocionante —le comenté una vez—, no solo las runas, todo.
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Aleia, por ejemplo, era una chica de unos veinte años, divertida y
perspicaz, de carácter resuelto. Era otra de las que no habían sabido que
pertenecían a los lidhanitas hasta que los pudieron encontrar, aunque todos me
aseguraban que eran casos rarísimos. Su madre había sido una lidhanita que
murió antes de poder contarle mucho sobre el CEL, pero Aleia siempre supo que
no era normal. Cuando su padre, un humano, se volvió a casar, Aleia escapó de
casa y los buscó. Era una de las pocas que mantenía un contacto activo con el
mundo real. Trabajaba en una pizzería, frecuentaba a sus amigas y su novio
siempre venía a visitarla. Como trabajaba de repartidor en la misma pizzería que
ella, era el que traía las pizzas para el almuerzo. Su don era físico, relacionado al
lanzamiento de dagas y tenía una puntería realmente escalofriante.
—Es la cosa más jodida del mundo —decía siempre—. Desarrollar una
habilidad mental es muy complicado. Con tener un don físico te basta entrenar.
Dime, ¿qué harías tú con mi don?
73
Revelación
Tal vez eso hizo que Eric, por primera vez desde que me entrenaba en
nociones básicas de lucha con daluths, se quedara mirándome durante un largo
rato cuando ingresé a la sala número 366 con un desayuno que consistía en una
taza de café fría y sin azúcar que me tomé de un solo trago, mientras trataba de
no vomitar.
Eric asintió. No éramos los amigos más íntimos pero, según Sakie, el hecho
de que me hablara era ya un gran logro. No entendía por qué: Eric no parecía tan
arisco con los que consideraba sus amigos, como Andrew. Incluso bromeaban
juntos de vez en cuando.
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maniobra, que había logrado dominar la primera semana sin marearme, me hizo
caer al suelo antes de que pudiera parpadear nuevamente.
Eric me miró desde lo alto con una preocupación reflejada en sus ojos.
Por alguna razón, una extraña furia empezaba a crecer en mí. No poder
ser capaz de olvidar el sueño, los ojos de mi hermana mirándome como si su
cuerpo estuviera habitado por una furiosa bestia…
—Liz —dijo Eric con el tono suficiente de dureza para que alzara la vista—
, no te puedo enseñar nada si no descansas y te relajas.
Nuevamente la furia.
—Es suficiente —su voz destilaba una perfecta ira controlada—, ven
conmigo.
—Liz, hazlo.
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Asentí de forma distraída y me coloqué bajo el agua. Ayudó en parte. Al
contacto con la frialdad del chorro sentí que me iba a explotar la cabeza. Sin
embargo, decidí mantenerme allí, sujetándome a los bordes del lavabo, luchando
con todas mis fuerzas contra las ganas de gritar. Quería dar de puñetazos a la
pared pero me contuve. Sentía que algo iba a explotar dentro de mí y alcé la mano
para cerrar el grifo y decirle a Eric que tomaría un descanso. Sin embargo, algo
muy confuso pasó en ese momento. Toda la energía que sentía dentro de mí, la
furia repentina y las ganas de matar a cualquiera que se me cruzara delante,
parecieron salir de mí y me quedé fuerzas. Me apoyé como pude contra el lavabo
y sentí que el agua empezaba a mojar mis zapatillas. Me aparté de un salto.
No era que yo me había caído contra el lavabo, sino que una tubería se
había roto. Jodida buena suerte, por supuesto.
—Algo así —dijo con un sarcasmo muy marcado—, pero ahora estoy muy
cerca de la escena del crimen y tendré que repararla para evitar sospechas.
Convocó una runa que brilló en sus dedos y la lanzó hacia el chorro de
agua, que se detuvo al instante. Era espectacular ver a un hechicero haciendo
aparecer una runa en la palma de su mano y luego dirigirla, como si se tratara de
un holograma, hacia donde quisiera.
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Estaba tan aturdida que solo atiné a pestañear varias veces.
—Puede que no lo hayas visto, pero mis ojos han captado con toda
claridad una runa de corte que surgió de tus manos y atacó la cañería. No veo
por qué la destruirías —añadió con una leve sonrisa—, a menos que desearas
crear un buen efecto, que es lo que has conseguido.
No podía ser cierto. ¿Yo? ¿Con capacidad de crear runas? Que alguien me
pellizque, pensé. O mejor no, porque al parecer era perfectamente capaz de
lanzar runas cuando estaba explotando de furia.
Eric me alcanzó una toalla y mis manos la tomaron para secarme el cabello.
—¿Se supone que debo decir algo? —dije mientras la dejaba a un lado.
—No —dijo Eric mientras lanzaba otro vistazo al baño—, soy yo quien
debe anunciarlo. Sígueme.
—Es extraño —me dijo— que dos hermanas tengan el mismo don. Pasa
con padres e hijos a veces, pero entre hermanos es rarísimo.
Por la forma en que me miró parecía que no solo era rarísimo, sino que era
algo que lo iba a dejar sin dormir varias noches. Bueno, tal vez exagero. Me llevó
al ascensor y pulsó el último botón.
77
lanzadas hacia el techo, estallando un montón de chispas que captaron la
atención de todos en el comedor. En una mesa a la derecha pude distinguir a mis
nuevos amigos.
78
una seña para que me acercara. No se había movido desde que anunció a todos
que “mi don” se había revelado.
—Buenos días —dijo él con una sonrisa apagada—me han dicho que eres,
oficialmente, una hechicera. Vengo a suplicarte que no me quites el placer de
verte fallar una flecha de la forma más divertida y espectacularmente terrible que
he visto jamás.
————
79
golpes en mis ratos libres, al igual que Aleia y Galexa. Incluso Orlenka me había
enseñado algunos trucos. No quería renunciar a eso para empezar a tener clases
solo con los hechiceros que, a decir verdad, eran muy reservados. Todos eran
mayores que yo, excepto Tabile, la mejor amiga de Orlenka, que siempre andaba
ocupada en misiones importantes porque se le daban bien las runas de ilusión y
tenía ideas geniales para desarrollar al máximo su capacidad.
Le dije todo eso a Sakie de forma temerosa pero lo más rápido posible.
—¿Por qué no? —me sorprendí—; esta mañana me ha dicho que era mi
decisión, que perfectamente podía…
Se detuvo nuevamente.
Acababa de recordar algo, algo que me moría por preguntar desde hacía
un tiempo.
—Oye Sakie —se detuvo, de espaldas a mí— ¿Qué pasaba entre Dariel y
Alba?
80
No es que sea nada malo —se apresuró a aclararme— pero…no es lo que a mí
me gustaría oír de un miembro de mi familia.
—Quiero oírlo —dije con decisión, incluso cuando no estaba nada segura.
—Pero algo pasó con Eric, ¿verdad? —dije—, sé que hay algo extraño en
Eric cuando habla de mi hermana.
—Tu hermana no tuvo nada con él —aclaró Sakie— es sólo que…a Alba
le gusta que reparen en ella y no es el estilo de Eric. Como Dariel movía cielo y
tierra por una sonrisa suya, ella se olvidó de su indiferencia con facilidad. Pero
Eric no lo tomó tan fácil. Comprende que antes de Alba, nosotros éramos muy
unidos a pesar de la diferencia de edades. Dariel y Eric eran como hermanos,
siempre entrenando juntos, siempre cubriendo la espalda del otro. Cuando Alba
llegó, todo eso terminó. Eric lo tomó bien al inicio, no es el tipo de chico que se
pone celoso por tonterías, ya lo conoces.
81
que sanara más rápido y pudiera volver a la lucha. Cuando se le acercó, tu
hermana le gritó que ella se valía sola y le lanzó una runa de ataque tan fuerte
que lo lanzó contra una pared. Un segundo después, un daluth atacó a Alba.
Acababa de gastar tanta energía que no pudo defenderse y le rompieron el brazo.
Eric aún seguía aturdido y un daluth empezó a golpearlo. Dariel y yo estábamos
demasiado ocupados para poder hacer algo. Creí que era nuestro fin, hasta que
Andrew apareció de la nada. Sus flechas nos salvaron esa noche, y casi lo besé de
emoción —agregó con una risita.
—Eric es así con casi todo el mundo. Incluso conmigo. Tienes que entender
que su vida no ha sido muy fácil… y que ha vivido meses difíciles últimamente.
Fue un logro que te hablara, creí que por lo del Alba… sencillamente no te
soportaría —sonrió—, pero no eres como tu hermana, y eso ayuda mucho.
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Sakie había tenido razón. No era lo que alguien quiere oír sobre su
hermana, pero debía empezar a hacerme a la idea de que nada era como yo creía.
Alba había sido una hechicera durante meses y no me había dicho una palabra.
Suspiré con resignación.
—Mi decisión sigue en pie —dije con una voz que difícilmente reconocí
como la mía—, seguiré entrenando con Eric, Andrew, contigo…
83
Preparada
Para ser sincera, tenía miedo. Los lidhanitas eran bastante amables y de
hecho, olvidaba incontables veces que no eran realmente chicos normales.
Entrenaba todas las mañanas con Sakie para aprender defensa personal y
luego Eric me enseñaba a controlar “mi don”. Era bastante más difícil de lo que
había pensado. En primer lugar tenía que controlarme, porque usar runas era
algo de mentes calmadas. Era bastante simple en teoría: pensar en una runa y
hacerla aparecer en tus manos. Pero en la práctica se convertía en una tarea
descomunal.
Los primeros días incluso llegué a dudar que realmente tuviera algún
poder.
Por las tardes, Andrew me enseñaba a usar dagas y arcos, aunque quedó
claro que era un completo desastre para ello, por lo que muchas veces se
conformaba con contarme historias lidhanitas. Incluso Dheliab y Goruen seguían
ayudándome con la lucha.
Todo me dejaba exhausta. Los primeros días apenas podía moverme. Los
chicos me dejaron descansar pero no se detuvieron. Pronto se extendió la noticia
de que yo no era igual de perfecta que Alba y todos en el CEL parecían dispuestos
a ayudarme.
La vi por primera vez cuando entré sin llamar a una de las habitaciones de
entrenamiento del CEL, notando que la llave seguía colgando de la manija y la
había encontrado colgada de una barra en el techo, dando vueltas sostenida solo
por sus pies cruzados.
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—Hola —me había saludado ella. Saltó desde donde estaba y se rió ante
mi expresión de espanto— ¿por qué pones esa cara?
—¿Cómo has saltado desde allí sin más? Pudiste haberte roto una pierna
—solté como excusa.
—No —dijo ella con una sonrisa de disculpa—. Es parte de mi poder, creo.
—¿Qué don…?
—¿Cómo te has subido allí? —dije mirando la barra. Debía estar a cinco
metros del suelo.
—Con eso —me señaló una soga que no había visto antes—, así.
—¿En un circo?
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Jhadira me miró largamente y, al parecer, decidió que podía confiar en mí.
Recordé algo. Me habían dicho que había tres tipos de daluths, los puros,
los evolucionados y los hitj.
Los puros eran los que habían llegado de la ciudad de la luz, tras los
lidhanitas y tenían como misión terminar de exterminarlos, debido a la segunda
86
vieja profecía, cuyo contenido seguía sin haberle preguntado a nadie. Eran lo que
más se acercaba a la descripción del poema y, al ser demasiado notorios, tomaron
cuerpos humanos. Se convirtieron en hitj. Los hitj o “cosidos”, eran aquellos que
morían por un arma no habilitada (porque cada arma del CEL debía ser grabada
con runas de ataque para que, al atravesar a un daluth realmente lo matara).
Cuando pasaba que el arma no tenía runas, se destruía el cuerpo, mas no lo que
todos llamaban “su esencia” que podía ser conservada mediante hechizos
secretos de la oscura magia daluth. En muchos casos, los daluth buscaban a un
humano en el que esa esencia pudiera entrar, justo como sus antecesores. Debían
ser hombres fuertes, para que pudieran soportar los cambios que un alma daluth
efectuaba en sus cuerpos. Pocos sobrevivían pero eso no los detenía. Lo
asesinaban lentamente para que, mientras el alma humana abandonaba su
cuerpo, la del daluth ingresara en él. Tragué saliva al imaginar lo que le había
pasado al hermano de Jhadira.
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—No es como si fuera tu culpa. Tal vez hubieran matado a los demás,
como a ese hermano que dices que intentó defenderlo.
—Eso suele decir mamá Soraya. Es una buena mujer ¿sabes? —se secó
distraídamente las lágrimas y sonrió—. Oye, creo que sí podrías saltar esa
distancia cuando Eric termine de enseñarte todo lo que sabe. Los magos pueden
saltar incluso más alto.
—¿Conoces a Eric?
—No, soy…
—La hermana de Alba —dijo sin inmutarse— al igual que ella, no debes
haber estado en otro CEL. Déjame decirte que no son así, ni de lejos. Los CEL
siempre están en zonas alejadas de la ciudad y tienen diez veces más personas.
Aquí es posible conocer a todo el mundo y sé mucho sobre ti.
————
—Deja de hacer eso —me repetí por, lo que esperaba, fuera la última vez
en el día.
88
—¿Cínica hasta morir?
—Dentro de poco te vas a preguntar cómo eres capaz de dormir por las
noches.
—¿Cómo van? —dijo Sakie observando los cuchillos que Eric había
apartado en una mesa.
—Han terminado tus 30 días de versión de prueba —dijo Andrew sin darle
importancia— ya sabes, la gente te cae bien hasta que la conoces. Y Eric se lo toma
bastante a pecho con todos.
—¿Conmigo también?
89
Miedo
Aquel día se cumplían seis meses de mi ingreso al CEL y deambulaba por
mi habitación, expectante. El día anterior, Eric se quedó mirándome durante un
largo rato, mientras lanzaba una runa de ataque y todo salía justo como yo quería.
Luego, cuando Sakie pasó por mí, había declarado que “estaba lista para salir en
una misión”.
Así fue como Sakie me consiguió la ropa que llevaba ahora: un jean negro
bastante cómodo y un polo del mismo color. Mis zapatillas de entrenamiento,
dos cinturones para portar armas, una mochila pequeña y mi desastroso cabello
recogido en una cola alta completaban la vestimenta.
Esta vez íbamos en una misión exclusivamente para interrogar, pero Eric
insistía en que no le molestaría matar algún daluth: “uno menos siempre es
mejor”.
Correr tras él fue la cosa más agotadora del planeta, sin contar que debía
ayudar a Eric a evitar que alguien nos notara, que otro daluth se le uniera, lo cual
pasó tan rápido que me desconcertó.
90
A pesar de que le veía apuntar y lanzar a un ritmo frenético, no acertaba.
Al inicio, me parecía que sí, pero descubría que el daluth se había movido unos
centímetros a la izquierda y evitaba la flecha. Mis runas las desviaron como si se
tratara de soplos de aire luminosos por lo que me limité a recubrir de runas de
velocidad las flechas de Andrew que asintió con aprobación sin despegar la vista
de los cuatro daluths que se nos enfrentaban.
Y, por fin, pude ver un daluth real. Era tal y como me lo habían descrito:
un humano en casi todos los sentidos. Mi olfato se había sensibilizado bastante
desde que vivía con los lidhanitas y podía detectar el penetrante olor que
despedía; sin embargo, noté algunas diferencias saltantes. Los caninos,
ligeramente más grandes, cercanos a los vampiros; la forma de moverse, dando
la impresión de que volaban; las marcas en la piel, como finas líneas de tinta sobre
la piel y, sobre todo, los ojos, completamente negros, incluso más que los de Eric.
—¿Y por qué habrían de creerme? ¿O por qué yo les diría algo? No
cambiará en nada el hecho de que me maten.
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Al daluth se le abrieron los ojos de miedo. Eric sonrió desdeñosamente a
mi lado.
—Empecemos —dijo como si fuera cosa de todos los días. Aunque tal vez
lo fuera.
—Nada.
—¡Nada! Lo juro.
Ahora Eric se concentró en su otro brazo. El daluth gritó con más fuerza.
Empezaba a preguntarme si alguien aparecería. ¿Qué pensaría de nosotros? Fue
entonces cuando recordé que yo debía estar manteniendo una runa de silencio a
nuestro alrededor. La convoqué y flotó a nuestro alrededor.
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Lo observé con más cuidado. Era más pequeño que los demás que nos
habían atacado. Me pregunté si solo era bajito o en verdad era más joven. Y
entonces me fijé en un detalle: las marcas alrededor de todo su cuerpo eran aún
muy delgadas. No debía pasar de los quince años.
—¡No! —volvió a chillar el daluth—, decidme cómo es. Tal vez lo haya
visto.
—Es una chica, bestia apestosa —casi le gruñó Dariel— alta, de cabello
negro y rizado, hermosa, de tez clara y suave, y… —Dariel se detuvo, sin saber
cómo continuar.
—Una foto —dijo con voz y una expresión que me dieron a entender lo
tonto que se sentía— ¿cómo es que a nadie se le había ocurrido?
—Ajá. La conoces.
93
Mi boca cayó por la sorpresa.
Eric intentó acercarle la runa y el daluth gritó, pero no pidió que parara ni
acordó decirnos algo.
Pasó un minuto entero de aullidos del daluth antes que Eric decidiera
parar.
El daluth evitó su mirada. Casi sentí pena por él; podría ser un estudiante
común y corriente.
—No pasa nada si nos dices —dijo de repente Sakie con voz seductora. Me
pregunté cómo podía hacer aquello. ¿Era yo la única que tenía pena por él? ¿o
era que los daluths no me habían arrebatado amigos ni familiares? Excepto a
Alba, pensé. Pero ni siquiera eso estaba claro.
94
De repente, una flecha cruzó el aire y le atravesó la garganta. El daluth
cerró los ojos, con una sonrisa en los labios.
—Le he matado ¿no es obvio? —replicó este— disculpen, creí que estaban
familiarizados con lo que pasaba si atraviesas a alguien con una flecha.
—No nos iba a decir nada, ya lo has visto —dijo Andrew—. Necesitamos
esa información, pero tampoco somos monstruos para torturar así de mal a un
inocente.
Visto así, Andrew tenía razón, lo que nos dejaba una interrogante bestial:
¿Qué clase de fuerza podría hacerte sentir miedo de un ataque incluso después
de muerto? Empezaba a revivir la antigua pesadilla de Alba atrapada en aquella
cueva…
95
Dariel asintió lentamente.
—Bien, Andrew. Ya lo capto. Hay algo muy raro detrás de todo esto.
—¿Deberíamos buscar en los viejos libros? Feried tal vez nos dejaría…
————
—¡Nada! ¿Qué pudo ser? ¿Qué pudo ser? ¿No dijo nada más?
—Nada, Feried —repitió Dariel por quinta vez—, pero tenía miedo.
Fruncí el ceño ante aquella afirmación, pero fui la única que estaba lo
suficientemente cerca para escucharle.
—Hubiera sido muy útil tener a Keltay —dijo Sakie con voz sugestiva.
Keltay era una mujer de unos veintiséis años. Su habilidad era mental e
intuía lo que no deseabas decir. Como Sakie, no era capaz de leer la mente, pero
podía descubrir muchos secretos si tu mente estaba alterada.
—No tengas miedo de ser tú misma —me dijo la primera vez que me crucé
con ella—, no te dejes opacar por la sombra de nadie.
—Lo siento pero las misiones se han expandido, desde que la chica del
CEL 12 —Feried intentó recordar su nombre durante unos segundos y finalmente
se dio por vencido— detectó la red entre Barcelona y Luxemburgo, hay muchas
cosas que han salido a la luz. El nivel de interacción entre los daluths se ha
expandido a niveles alarmantes los últimos meses. Algo grande se acerca, estoy
96
seguro, pero nadie sabe cómo ni por qué —me miró compasivamente—. Lo
siento chicos pero no se pueden llevar a Keltay para investigar a cualquier daluth
que atrapen con simples suposiciones.
—Pero Feried…
—Me tiene que escuchar —dijo Sakie poniéndose de pie y yendo tras él—
, no se puede quedar tan calmado cuando…
La puerta ahogó el resto de sus palabras. Dariel negó con la cabeza y fue
tras ella.
—¡Las once de la mañana! —me levanté tan rápido que casi me estrelló
contra el piso por el mareo. Me cambié de ropa mientras maldecía en voz alta y
salí corriendo, intentando no chocarme con nadie. Me até las zapatillas en el
ascensor y no pude contener mis ganas de presionar nuevamente el botón de
bajada. Sabía de sobra que eso no me haría ir más rápido pero me ayudaba a
descargar la ansiedad.
—Lo siento Eric —dije casi sin aliento— me quedé dormida, yo…
97
Me detuve al ver que no estaba allí. Había llegado una hora tarde así que
no era realmente una sorpresa.
Quería pegarle a algo o alguien pero opté por preguntar. Nadie supo
decirme dónde estaba, hasta que me encontré con Haman, un chico de catorce
años con una vista de águila que casi todos creían, era su don. Me dio otra prueba
para apoyar dicha hipótesis cuando dijo:
—Creo haberlo visto en el pasillo que lleva a la biblioteca pero solo fue por
unos segundos así que no te lo podría asegurar.
—Buenos días.
—¿Es que has decidido fosilizarte? —me dijo Eric, algo irritado—, sigue
descansando, yo no me moveré de aquí en toda la tarde.
—Es un libro —dijo Eric mientras su dedo se deslizaba por las líneas de la
página, como si buscara algo importante— ya sabes, hojas encuadernadas y todo
eso.
—No me digas —repliqué irónica. Quité sus pies del asiento para poder
sentarme y abrí el libro.
98
—Es en serio —dijo Eric con una sonrisa presumida—, pregunta a
cualquiera. Libro es un concepto conocido así que si no lo manejas, supongo que
soy un desastre como maestro.
—¿Cómo crees que tu hermana entrenó por su cuenta? ¿Se limitó a esperar
que las runas vinieran a ella en un sueño profético?
—No pienses en ella, nadie excepto Dariel lo hace ya —dijo mientras cogía
el siguiente y empezaba a buscar en él.
Por si acaso, me quedé en silencio hasta que Eric suspiró y cerró el libro.
Sacó un cuaderno que había visto antes y anotó un par de cosas. Luego me quitó
el que tenía entre las manos y empezó a hojearlo.
—¿Qué pasa?
—¿Puedo ayudarte?
99
—No, me tengo… —se detuvo un segundo— pensándolo bien sí puedes
ayudarme. Ubica el pasillo V y voltea a la derecha, hasta el final. La puerta está
abierta, por favor, devuelve ese libro —me señaló el que había dejado sobre la
mesa—, bastará con que lo pongas sobre la mesa que hay en una esquina. Lo
siento mucho Liz, pero no voy a poder entrenarte esta semana. Por favor, que
Sakie no me mate.
Luego, desapareció.
Puse el libro sobre la mesa que me había indicado, sobre la que se alzaban
implementos rarísimos: cinco lupas de diferentes tamaños y potencias, tres
interruptores que encendían luces de tonos muy extraños que me hicieron
recordar los infrarrojos y varios cajones que no me atreví a abrir.
Paseé por los estantes rozando la cubierta de los libros con la punta de los
dedos. Era extraño sentir energía en los libros, es decir, energía real, igual que si
fueran seres vivos. Me daba la impresión de estar siendo observada así que traté
de no sacar nada de su lugar, pero los títulos saltaban a mis ojos como si
estuvieran cubiertos de brillantina.
No haría daño que sacara un libro ¿o sí? Eric se había llevado por lo menos
diez.
El terror ante la idea fue tan repentino que salí corriendo de la habitación
y no paré hasta llegar a mi cuarto. Algo en esa habitación me atraía y me asustaba
al mismo tiempo. Me pregunté si todo el mundo se sentiría así, y poco tiempo
después lo descubriría, aunque el momento en que lo averigüé forme parte de
mis recuerdos más amargos.
100
Maestros
Corría por el pasillo y giré con tal rapidez que casi me estampo contra la
pared. El reloj en mi muñeca indicaba que llevaba 20 minutos de tardanza. Me
había distraído de vuelta al CEL luego de visitar a mi madre durante el fin de
semana.
Abrí sin preocuparme por la fuerza. Grave error. La puerta chocó contra
la pared con un ruido que resonó en todo el pasillo. Andrew me esperaba con el
arco listo y ya había clavado una docena de flechas en diferentes dianas.
—Llegas tarde.
—Me basta con ser “bonita por dentro”. Vale, eso sonó ridículo pero así
es. ¿Es un trato?
101
—Supongo —dijo Andrew—. Ahora tendré que buscarte un nuevo
adjetivo. ¿Prefieres “hermosura” o “beldad”?
—Lo siento, dijiste solo una condición y que estabas segura. Tu condición
fue eliminar “preciosa” de mi vocabulario mientras hablara contigo. Nunca
dijiste nada sobre “hermosura” o “beldad”. Aunque no importa, las dos suenan
igual de mal. Necesitaré un diccionario de sinónimos, supongo.
Andrew se rió.
—Bueno, ya. Veamos de una vez si sigo siendo tan mala lanzando flechas
como siempre.
—Algo así —admitió con una sonrisa pícara—. Ahora, por favor, apunta
bien. No quiero que me claves nada: tenemos que salir esta noche, ¿recuerdas? Y
es un ataque.
Mi siguiente misión iba a ser con cinco chicos mayores del CEL que
necesitaban alguien que los cubriese en un ataque. Andrew, Sakie, Orlenka, Aleia
y Dalike también estaban dentro.
102
La primera vez había creído que era un jean, pero un examen más cuidadoso de
su textura y propiedades me hicieron saber que no lo era. Quizás podría definirlo
como una modificación textil lidhanita perfecta para luchar.
—Eso creo.
Si algo había aprendido de Eric mientras entrenaba era que tenía un don
muy poderoso para su edad y que se esforzaba al máximo por desarrollarlo. Le
gustaba mejorar, aprender nuevas cosas, sobrepasar sus límites. Eso lo ponía al
nivel de los chicos de veintisiete años que ahora esperaban por los demás y tan
falto de tiempo para ir a misiones como si trabajara fuera del CEL, igual que
Aleia.
—Eric, se supone que vas en una misión, no en una cita —le dijo Aleia.
Sakie bufó.
—No le digas que es guapo —me aconsejó mientras Eric se reclinaba sobre
la pared, con una sonrisa que lo hacía parecer muy pagado de sí mismo—.
103
Primero, porque lo sabe. Y segundo, créeme, tenemos suficientes espejos y
superficies reflectantes como para que se dé cuenta.
—¿Eres real? —se mofó Orlenka tocando sus brazos con una expresión de
sorpresa totalmente exagerada—, ¿o es que te has implantado músculos?
—¿Hay otro chico guapo por aquí? —ironizó Sakie con un movimiento de
su cabello.
—No te preocupes Lucas, no se nos escapa nada —le aseguró Aleia— todo
saldrá bien.
—Entonces, vámonos.
La noche bullía de actividad pero nos deslizamos entre los humanos sin
problemas. Nunca me había parado a pensar lo fácil que era no fijarse en nosotros
y lo distraída que era la gente en realidad, de la misma forma que no solía pensar
en los demás calificándolos de “humanos”, como si fueran una especie a la que
no pertenecía.
104
—Están cerca —dijo Orlenka, usando su don—, puedo sentir que estarán
aquí en unos cinco minutos.
Lucas asintió.
—Saben que los estamos esperando pero no están seguros de dónde, por
lo que su deber es alejar a los que no son miembros de la banda, yo se los indicaré.
Si vienen por los techos…
Todos se movieron con rapidez, excepto yo, que no tenía idea de qué
hacer. Eric se acercó a mí y me arrastró hacia un extremo del edificio.
—Un minuto y medio —gritó Orlenka desde algún lugar bajo nuestros
pies.
105
Segunda parte
No importa lo rápido que viaje la luz, siempre se encuentra con que la oscuridad
ha llegado antes y la está esperando.
Terry Pratchett
106
Prólogo
El lugar no le gustaba en absoluto. Las luces de la discoteca la cegaban y
estar tan cerca del baño le provocaba náuseas.
—Me haces daño —le respondió con rabia. Una runa brillaba en las manos
del hombre y empezaba a quemarle.
—¿Eso que llevas en la mano es un reloj? —dijo con tono casual pero lo
suficientemente alto para que él pudiera escucharla.
—Sí, ¿qué…?
—¿No usa la gente los relojes para ver la hora? —interrumpió ella.
107
—Estás enojada porque llego tarde.
—Eres un genio.
El joven tomó asiento en la silla libre a su lado y le hizo una seña al barman
para que se alejara.
—Tú preguntaste por mi reloj —acusó él. Esbozó una escalofriante sonrisa
sin que ella fuera capaz de notarlo— ¿qué tal va la vida para la señorita
perfección?
—Si esto se puede llamar “bien”, entonces voy de maravilla. ¿Es que los
daluths no tienen nada mejor?
—Lo siento, princesa —le soltó con ironía— los hoteles cinco estrellas
están todos llenos.
—Nadie se adapta a la idea, sabes que debemos esperar unos días más.
108
—Tú querías divertirte ¿no? —dijo él intentando llevarla a la pista de baile,
donde muchas parejas se movían al ritmo de una música que no se preocupó por
identificar.
—No, Alba —dijo él llamándola por primera vez por su nombre— voy a
volver a la ciudad oscura… y tú vas a ayudarme.
109
Patrón
El olor era inconfundible. Seguir el rastro era fácil cuando tu nariz se
acostumbraba al ambiente. A veces me desconcertaba que pudiera ir tras ellos
como un sabueso bien entrenado, pero con el tiempo me estaba acostumbrando.
Alisté una runa en mi dedo índice y di la vuelta al pasillo. Estaba vacío, por lo
que seguí corriendo. Una puerta apareció al final y giré hacia la izquierda. La
música y el nauseabundo olor: mezcla de cigarros, marihuana, cerveza, y vómito,
impregnaban cada recodo; y, sobre todo eso, se alzaba una esencia que mi
desarrollado olfato captaba con total nitidez: el de dos o tres daluths
divirtiéndose allí.
110
—Fue el que no logró saltar a tiempo —me dijo.
Desvié la vista, sin terminar de gustarme lo que hacía. Eric bufó y bajo las
manos. Las runas no desaparecieron, pero se atenuaron. El daluth dejó de
retorcerse.
Eric suspiró e hizo un giro con la muñeca. Las runas dejaron de brillar
sobre el daluth y este cayó sin fuerzas. Nos acercamos lentamente, o al menos yo
lo hice. Los demás avanzaron hacia él del modo en que lo harían si se tratara de
un inocente bebé dormido.
Era curioso que pudieran discutir con naturalidad sobre la vida del daluth
mientras que matarlo nos provocaba cierta desazón. A decir verdad, yo seguía
aterrorizada por tener que acabar con seres que se veían iguales que los humanos.
Sencillamente, no podía. Era inútil que Eric insistiera en que matar no siempre
era un crimen. Ellos lo hacían de forma metódica sin ningún sentimiento, sobre
todo en una lucha equiparada.
111
————
—Debes preparar alguna otra frase para cuando terminamos —dijo Eric—
ésta empieza a convertirse en parte de la experiencia de que todo se repite.
Andrew sonrió.
Le sonreí con todas mis ganas cuando paramos frente a la pizzería donde
trabajaba Aleia, que no se encontraba en ese momento, y Andrew pagó por una
pizza personal para cada uno.
112
Era la conversación desinteresada de cuatro jóvenes que acababan de
arrojar el cuerpo de un daluth, junto a una flecha rota, río abajo; habían nadado
para dejarlo bajo las rocas y la basura y luego habían tenido que usar runas de
fuego para secar su ropa. Oh sí, aquello era vida.
El edificio del CEL 20 se destacó entre las insípidas casas y negocios que
lo rodeaban y nos apresuramos para entrar. El vestíbulo no estaba vacío.
—Allí están —nos gritó Orlenka, haciéndonos señas para que nos
acercáramos— ¿a dónde han ido esta vez? —preguntó con suspicacia.
Al inicio, los chicos en el CEL sabían que andábamos tras algo, pero
siempre encontrábamos interesantes excusas para poder estar juntos, de forma
que casi se habían olvidado de nosotros.
—Bah, solo puede por pocos metros —dijo Andrew sin darle
importancia— los grandes, como Bonnie, pueden desaparecer y aparecer
kilómetros más allá.
Era imposible no reparar en lo bueno que era Eric con su don. Aunque el
chico se mataba entrenando, eso había que admitírselo. De hecho, incluso cuando
entrenaba conmigo, practicaba.
113
—¿Quieres entrenar un poco? —me preguntó Sakie una vez que los pasos
de Orlenka dejaron de oírse.
114
Bajé las escaleras rápidamente porque llamar el ascensor me parecía
innecesario y quería despejarme con el movimiento. En el vestíbulo se encontraba
Eric, leyendo tranquilamente sobre el sofá. Alzó la vista cuando me oyó llegar.
Dejó el libro sobre la mesa y se acercó con cuidado. Me tomó por los
hombros y me colocó frente a él. Sus ojos negros estaban serios y lograron que
despertara un poco.
—Liz, mírate.
—Estás cansada.
—Liz —la voz de Eric era extraña. Podía sonar cruel y afilada cuando se
dirigía a los daluths o suave y persuasiva, como ahora. Era hipnótico, casi tanto
como sus ojos. Resultaba fácil ver por qué su don no podía ser otro que la
hechicería—. ¿Te das cuenta que estás salpicada de sangre azul y sería muy fácil
seguir tu rastro?
115
Tenía razón, por supuesto. Algunas gotas azules, en las zapatillas y cerca
de mis rodillas, evidenciaban mi descuido. Ni siquiera había notado el olor, de
tan acostumbrada que estaba. Sin contar que el humo del lugar estaba totalmente
impregnado en el pantalón.
—Ehh… gracias.
—¡Oye!
—No.
116
—Entonces yo tampoco.
Su expresión se descompuso.
—No me digas —solté con toda la ironía de la que era capaz— es porque
me veo mejor cuando sonrío, ¿verdad? —le dediqué una sonrisa más cercana a
una mueca que cualquier otra cosa.
117
—Pero… ¿por qué?
—¿Lo era?
—Oh, bien.
La pregunta salió de forma tan natural que solo cuando dejó mis labios
tomé consciencia, horrorizada, de que acababa de cometer un error. Preguntar
eso en el CEL era casi un tabú. La mayoría eran huérfanos, con padres asesinados
por daluths. Sospechaba que era el caso de Eric, la razón de que se aislara
118
continuamente, y por la que los mataba con algo muy parecido al placer. Había
oído cómo le decían los daluths cuando se enfrentaban en grupo: “El hechicero
de las torturas” o “el lidhanita del corazón oscuro”. No me gustaba. Eric era
silencioso y podía ser muy huraño en ocasiones, pero si llegabas a conocerlo
descubrías en él más cosas de las que eras capaz de imaginar.
¡¿QUÉ?!
Solo entonces me di cuenta de que había mucho que no sabía sobre él. Eso
fue extraño, porque yo creía saber tantas cosas de Eric como para escribir un libro.
O varios tomos. Qué le gustaba y qué no. Cómo reaccionaba ante las situaciones.
La forma en que sonreía dependiendo de la persona con la que hablara.
Pasar tanto tiempo juntos nos había hecho muy cercanos. Incluso cuando
Eric era de la clase de personas que parece llevarse bien contigo y al mismo
tiempo estar de viaje en un mundo al que solo él tiene acceso, abstraído de lo que
le rodeaba. Aún así, entrenar en silencio mientras reflexionaba sobre un estante
con las runas brillando en su piel, era un detalle que había aprendido a valorar.
Sentía que algo faltaría en el CEL si no tuviera esos momentos. Era como Sakie
me dijo una vez: “es difícil ganarse su amistad, pero cuando la consigues, no te
dejaría en paz por el resto de tu vida.”
Eric bufó.
—No te compares.
119
—Pero…
Carraspeé incómoda, sintiendo que las mejillas me ardían. ¿Por qué tenía
que decir esas cosas? Sobre todo usando ese tono que adoraba: tan simple y
sincero que no había forma de replicarle. Ni siquiera que yo no creía lo mismo.
—¿Cómo que por qué me pusieron Eric? Porque nací. La gente tiene manía
con nombrar a las cosas vivas.
—¿Es que alguna vez dejas tu… —busqué desesperadamente una palabra
—ignominiosa actitud?
—Idiota.
—Mi papá murió cuando yo tenía tres años. Mi madre se volvió a casar
con Brad y aún siguen por ahí, luchando. Ella es excelente con el látigo.
—Tal vez, pero siempre tiene las mismas preguntas, “¿has comido?”,
“¿llevas la chaqueta contigo?”, “¿llevas ropa interior limpia? ¿no? ¡Podrías tener
un accidente!”. Me dan ganas de recordarle cuántos daluths he matado. Te digo
que a veces me vuelve loco.
120
Nos reímos alegremente, aunque yo sentí una punzada de nostalgia al
recordar a mi propia madre. Aquello se incrementó cuando me di cuenta de que
habíamos llegado a mi casa. Eric mantuvo abierta la puerta del edificio mientras
yo pasaba.
—Olvídalo, no te queda.
121
Eric se adelantó. Me abrazó de una manera que debió ser extraña pero se
sintió natural. De la misma forma que se sintió inclinarme hacia él y depositar un
breve beso sobre su mejilla. Me confundió que saltara en su lugar, sorprendido.
Nos miramos durante dos segundos exactos antes de que Eric parpadeara
y desviara la vista.
—Ya lo creo: mamá, Eric, un chico del que nunca has oído hablar y que
apenas has visto, que es mi profesor de magia lidhanita, te manda saludos.
—Pensaba más en: Eric, un amigo, te desea que tengas un buen día.
122
Fabada
—¿Fuego? —probé.
Lo miré, escéptica. No podía ser tan fácil, aquello debía tener un truco en
algún lugar.
123
Su expresión era distante, aunque Eric siempre reflexionaba o estudiaba
otras cosas mientras entrenaba conmigo. Dejé el tema de la runa de electricidad
para después, ya vería si se estaba burlando de mí o no.
—No creo que puedas repetirla después de tantos intentos —dijo de forma
estricta.
No parecía querer responder pero Eric nunca dejaba mis preguntas sin una
respuesta.
No debí haber preguntado. Seguro que si Eric no quería responder, era por
algo.
Eric clavó sus ojos en los míos y suspiró profundamente. Un segundo antes
de que hablara supe que no deseaba oír aquello.
Aquello no fue tan demoledor como esperaba, así que traté de sonar
indiferente.
124
—No todos tenemos por qué seguir tus medidas de tiempo.
—Gracias por el cumplido —dijo él— y eres una buena alumna, aunque a
veces te pones testaruda —añadió con una sonrisa.
—Hay algo que debo decirte sobre eso —dijo seriamente— y escúchalo
bien porque es importante. Hay hechizos que combinan magia de la luz y magia
oscura, ya te hablé una vez del sincretismo ¿verdad? Es la mezcla más poderosa,
porque dominar un tipo de energía opuesta a la tuya te resta muchas energías.
Es lo que muchos llamamos magia avanzada, y una runa de esas demora tres
veces más que una de las comunes.
—No digas eso —me cortó él— y te diré por qué. Por alguna razón,
Elizabeth —nunca me llamaba por mi nombre completo, así que le presté toda la
atención que quería— sin importar que el sincretismo de la magia sea tan
complicado, de la misma forma que Talibe es buena para las runas de ilusión,
Alba y tú lo domináis con una facilidad increíble. No sé cómo lo hacen pero es
como si fuera parte de su don… el de ambas.
—Una runa que nunca antes ensayaste y que has logrado después de
cuatro intentos.
125
—No tienes idea de cuánto lo he pensado todo este tiempo. He querido
probarlo desde la primera vez que te vi —me confesó.
La frase no parecía tener sentido alguno. ¿Me invitaba a comer porque ese
día preparaban fabada? La respuesta llegó casi al instante: Ah, claro, no debía de
agradarle mucho.
126
sincera de una vez por todas, tenía que confesar que Eric me gustaba cada vez
más.
Salida de amigos, era bueno que lo hubiera dejado claro desde el principio.
Los nervios desaparecieron.
Suspiré teatralmente.
—Si insistes.
—Más que una salida, esto es un secuestro en toda regla —me quejé
cruzando los brazos.
Llegamos al recibidor del edificio. Afuera la gente pasaba sin fijarse en él,
evidentemente las runas hacían su trabajo. Eric casi corrió conmigo fuera del CEL
y solo se quedó tranquilo cuando volteamos la primera esquina.
127
—La verdad es que no te iría mal un poco de prudencia —dijo Eric
mirando alrededor, por si alguien nos había escuchado.
Me salió una risita tonta antes de que lo pudiera evitar. Intenté pensar en
algo serio, como una película triste u otra tontería parecida, pero el incidente de
esa tarde fue lo primero que me vino a la cabeza. Después, caminamos por las
calles sin conversar hasta que Eric habló.
¿Cómo podía este chico leerme la mente con tanta claridad? ¿Es que los
hechiceros llegaban a desarrollar una percepción para leer las mentes de los
demás?
—Algo —admití.
—No debería —admitió él— pero quiero que seas feliz o me arruinarás el
almuerzo.
128
simplemente me hizo entrar y nos sentamos en una mesa alejada de la calle. Le
pidió al mozo algo que llamó “pasta al forno”.
Era un lugar tranquilo, con una decoración sencilla pero preciosa. Por
alguna razón empecé a fijarme en los cientos de pequeños detalles: la forma en la
que doblaban las servilletas, lo bien que se veía la ropa de los mozos, la cara de
comediante que tenía el cajero, los cuadros con temas campestres por todo el
lugar y mil cosas más.
—Es uno de los muchos lugares a los que voy cuando necesito un poco de
aire.
—Los médicos son una secta extraña a la que no me quiero acercar. Todos
van vestidos de blanco.
129
—Y tú eres el que no quiere generalizar.
—Bah, ser hechicero es más útil… además puedo matar gente más rápido.
—Ya empiezas a caer en los chistes sin gracia que hace Andrew algunas
veces.
—A decir verdad, yo creo que lo hace a propósito, para que la gente pueda
respirar entre bromas —comentó mientras echaba algo de sal en su plato de
tomates y lechugas— ¿Quieres un poco de ensalada?
Eric bufó.
—Sí, claro.
130
y dolorosa. Aunque soporté todo sin una queja, la noche de mi iniciación la pasé
llorando en mi cuarto por el dolor. Me quemaban demasiado, pero poco a poco
el escozor fue desapareciendo.
Otro detalle extraño eran las marcas que aparecían en mis manos cada vez
que me dejaba llevar. No podía controlarlo. Si alguien me hacía molestar, runas
que nunca había visto en mi vida brotaban sin esfuerzo. Pero no pasaba a
menudo, porque siempre que empezaba a sentirlas, entraba en pánico y
desaparecían. Había vagado en la biblioteca del CEL tratando de ver de dónde
venían, porque la cantidad de runas era inmensa y nadie (o al menos eso decía
Eric) era capaz de conocerlas todas. Cuando él se encontraba cerca, me limitaba
a decirle que las había aprendido por mi cuenta.
Ningún don era exactamente igual a los otros, por mucho que así lo
pareciera. Siempre había una variación mínima que te hacía único. En lo más
hondo de mí, quería creer que las runas espontáneas eran consecuencia de esa
parte especial que tenía cada lidhanita sobre su don, aunque Eric acabara de
decirme que lo mío era el sincretismo.
—¿Liz?
—Ahh, vale…
—No pongas esa cara, solo estoy pidiendo la cuenta —dijo echándose a
reír. Sin embargo, se puso serio al instante y me tomó de las manos. Su mirada
me atravesó y respirar se convirtió en algo difícil de conseguir con éxito. Me eché
131
hacia atrás por lo inesperado del gesto pero Eric no tenía cara de estar a punto de
decir algo romántico. Se veía entre preocupado y furioso.
Su tono era urgente y solo por eso noté el brillo de la runa. Ir por allí
recordando cosas sobre mi don definitivamente no había ayudado. Tomé un
largo respiro y cerré los ojos hasta que sentí que desapareció. Eric se aseguró que
no tuviera otra runa antes de soltarme las manos.
—No lo sé, las mujeres siempre están pendientes de cualquier chico que
adore a esos… seres humanos en miniatura.
132
Afortunadamente, la madre ya se había alejado y no llegó a escuchar el
comentario, porque el tono despectivo de Eric bastaba para enfurecer a cualquier
madre que se preciara de serlo. Sin embargo, era tan propio de él que me solté a
reír.
—Fuimos a comer fuera —le aclaré— pero, ¿no tendríamos que estar
entrenando?
Andrew tropezó con sus propios pies y me miró de una forma que no logré
comprender.
—¿Como qué?
—Pues, he probado pasta al forno por primera vez en mi vida, o eso creo. Y
he descubierto una runa que he podido aprender antes que Eric.
—¿Nada más?
133
—¿Quieres un resumen de mi vida? Tendrás que comprar mi biografía.
Disponible en las mejores tiendas que se te ocurran —me detuve un segundo
para verle lanzar limpiamente una flecha con los ojos cerrados— perfecto.
—Oye Andrew…
Aproveché que nadie más nos acompañaba esta vez para preguntar por
algo que oía mencionar todo el tiempo pero que aún no sabía. Andrew alistó su
arco y asintió con la cabeza para que lanzara el disco. Tomé impulso.
134
—Es cierto ¿verdad? —dijo mirándome como si acabara de decirle que
adquirí el poder de convertirme en un rinoceronte— tienes esa mirada de
disculpa por no saber algo. Ya la conozco de memoria —añadió con un suspiro—
¿Cómo es que no te has enterado?
—Liz, Liz, Liz —musitó él con una expresión enternecida— ¿por qué
siempre tienes que ser tan divertidamente adorable?
—Por supuesto, preciosa, pero antes lanza un disco. Quiero probar que no
he perdido mi don por el shock emocional de esa declaración, por favor.
Tiré otro disco pero Andrew solo consiguió atravesarlo por un lado.
Suspiró con frustración.
Lancé otro. Andrew lo hizo llegar a la pared con una flecha en el centro y
el disco girando a su alrededor.
—Hay tantas profecías que es imposible saber cuáles son reales y cuáles
falsas. Tantos hechiceros idealistas… Pero la Antigua cobró importancia porque
fue una de las primeras que anunció nuestra caída… y la única que se cumplió.
—¿Y la Nueva?
135
—El mismo. Nadie le da un nombre, simplemente es el hechicero de la
antigua profecía. Es demasiado larga, pero digamos que describía cómo alguien
nos traicionaría y los daluths tomarían control de la ciudad. Dime Liz, ¿y si me
lanzaras dos discos?
—Casi.
—Mejoraré —me aseguró— igual que el control de los daluths cuando nos
ganaron. Porque sabes que pudimos quedarnos exiliados en la ciudad, ¿verdad?
—No, eso fue después. Se cree que hubo una profecía más, que anunciaba
que podríamos volvernos más fuertes, pero es solo una forma de explicar por qué
decidieron mandarnos fuera. Aunque una vez que se decidió, surgió la Nueva
Profecía y los daluths vinieron tras nosotros.
—Ese estuvo cerca —dijo Andrew poniendo los ojos en rendijas— logré
darle un poco, estoy seguro. Mmm… en leidhan rima y suena mucho más
musical pero la traducción sería algo como:
136
El día en que todo confluye
Se abrirá el portal
—Hey, esta vez el segundo iba más lento —dijo Andrew al volver a
fallar— estoy seguro. Y sí, el señor “yo estudio leidhan desde los siete años” te lo
puede dar con lujo de detalles.
—¿Seguimos?
Nailish había sido su maestra. Era una mujer delgada y alta del tipo que
nunca estás segura cuántos años tiene. Siempre se paseaba con un arco azul cielo
que parecía irreal, como si estuviera hecho de cristal.
—Oye Andrew…
137
—¿Ahora qué pasa?
—Si no hay portales dimensionales, ¿cómo los enviaron aquí los daluths?
—¿Disculpa?
—Pues…
—Preciosa, hasta ahora has tenido suerte pero si alguna vez llegas a ver a
un daluth en su estado natural, espero que tengas de tu lado toda la fuerza del
planeta.
Mientras arreglaba las correas con las pocas armas que había conseguido
dominar me dieron ganas de gritar de felicidad. Ser lidhanita era duro, sí, pero
sentía que era mi lugar en el mundo. Ni siquiera la sombra de la idea de que tal
vez mi hermana se sintió del mismo modo, en algún momento, pudo cambiarlo.
Era acojonantemente feliz.
138
Amigos
—Cálmate Liz.
—Estoy calmada.
Exploté.
139
—¿A que se ve preciosa cuando está enojada? —comentó deslizando su
mano para coger una flecha.
Una segunda runa iba de camino, pero por algo Andrew tenía el don del
tiro con arco. Ni siquiera lo vi sacar una nueva flecha que combatiera la runa,
pero volvió a escaparse.
Eric tenía razón, desde luego. Nunca había sido del tipo deportista y me
costó bastante adaptarme al ritmo de entrenamiento en el CEL. Mis reflejos
seguían siendo desastrosos y mis fuerzas se habían incrementado
considerablemente, pero no lo suficiente como para luchar durante tanto tiempo.
140
—¿De dónde ha salido eso? —inquirió. Ni siquiera me paré a pensar que
acababa de atacarlo.
—¡Ja! —exclamé tras lanzar una runa de ataque que lo hizo caer.
—¿De dónde has sacado energías? —me presionó él— estabas agotada. Mi
contraataque tuvo la suficiente fuerza para lanzarte de espaldas.
Eric se rió.
141
nivel 3, algo para ponerte fuera de combate por unos segundos. Seguí la misma
técnica de siempre cuando me pasaba esto: quitarle importancia.
Como todas las veces, se calmó y alejó el tema de su cabeza, o me dio esa
impresión.
—¿Y mentirte? ¡Como si fuera tan fácil! —Alguien nomíneme al Globo de Oro,
por favor.
—¿Es un cumplido?
—Eso es algo muy interesante de ti —dijo Eric— ¿no has intentado fingir?
—Bah, como decía… ¿Enzo Ferrari? —Eric se encogió de hombros así que
me limité a comentar la cita— “Las críticas siempre son productivas. Las
opiniones negativas sobre mi sinceridad me ofenden.”
¿Tan bien me ha salido? ¿El chico que me gusta cree que no me agrada? Abran
paso, soy la nueva Meryl Streep.
—¡Pero si yo no te odio!
142
—Es encantadora la manera en que me lanzas runas para demostrar lo
mucho que me adoras, gracias.
—En todo caso, la vida es muy corta para andar tramando cosas. Al final
la verdad siempre se descubre y has perdido un tiempo valioso pretendiendo ser
alguien que no eres.
Jandrien y Giber eran dos chicos de unos veintisiete años que nos habían
pedido ayuda para confeccionar una red mágica. Por supuesto, no teníamos
derecho a preguntar para qué la querían. Si un miembro del Consejo te pedía
algo, lo cumplías y ya.
Me encogí de hombros.
143
Pero mentalmente rogaba que no, que decidiera quedarse y pudiera pasar
algún rato a solas con Eric.
—¿De verdad? —intervine—. Creí que eso era una suerte de requisito en
la profesión.
—Bien dicen que la gente pequeña no tiene sentido del humor—dijo Eric
observándome con atención. Luego, añadió—: es interesante cómo te cambia el
rostro en un segundo al detectar que se burlan de ti.
Le puse los ojos en blanco mientras Eric me hacía una mueca divertida en
plan: “no le hagas caso”.
—Pero…
—¿Chicos?
¿Qué estaba pasando con estos dos? Sin embargo, mi estómago gruñó y
me obligó a devolverle mi atención a la pizza. Ninguno de los dos volvió a decir
nada, y no despegaron la vista de la mesa hasta que dejé mi plato vacío.
—¿Nos vamos?
144
Ambos asintieron rápidamente y se pusieron de pie para enfrentarnos a
la calurosa noche de verano de Barcelona. No había necesidad de llevar armas
pero siempre cargaba conmigo dos dagas, por si acaso.
—¿Yo qué tengo que ver con esto? —lucía molesto incluso antes de que
Eric respondiera.
—Hola —era Thano, un chico de doce años con el que no había hablado
más de tres veces en mi vida. Tenía una hermana gemela llamada Lamjhara y
siempre estaban juntos. Me sorprendió que no lo estuvieran esta vez.
—¿Será interesante?
145
—¿Disculpa? —dijo Andrew al tiempo que Eric decía “Sabía que nunca
me escuchabas”
Y echó a correr.
———
146
—Se nota demasiado —dijo Eric— no me convence.
—¿Por qué no? —se quejó Andrew— hemos estado trabajando en esto
toda la tarde.
Un grito se perdió en mi garganta cuando Eric lanzó una runa tras él para
evitar que se destrozara contra el pavimento.
———
—Ho… la.
—Ajá.
147
—Te ofrecí un helado ¿no?
—¿Importa realmente?
—Pues…
—Hace calor y te estoy invitando a un helado. Creí que era imposible decir
que no a eso.
—¿Y si ofrezco pagar por los helados y dejarte elegir todos los sabores que
quieras?
Mi sonrisa se ensanchó.
Tonta. Tonta. ¿Tenías que señalar eso? Eric siempre sale con el resto de las chicas.
Aunque, por supuesto a todas ellas les divertía coquetearle también. Galexa y
Aleia, en particular parodiaban a “su club de fans enamoradas”. Era algo que
nunca entendía hasta que les pregunté.
—O que decidan venir por aquí —añadió Galexa—. Cada vez que
viajamos a un CEL, Andrew hace amigas por montones. Las chicas se enamoran
de él en los pocos días que nos quedamos y le siguen escribiendo.
148
— Andrew sabe cómo manejarlo, por eso no lo molestamos tanto, pero
Eric siempre huye, así que es divertido recordárselo de vez en cuando.
—Oh, no, ¿tú también? —dijo Eric soltando una mueca exagerada.
Rió distraídamente.
Cuando salí, llevaba un jean y una camiseta de las que solía usar cuando
vivía una vida normal. Incluso me limité solo a una daga.
Tenía esa expresión en la que era imposible que adivinaras qué pensaba.
—No sé. Solo tuve ésta loca idea de que aquí era más silencioso.
—En realidad, creo que acertaste —dije en un susurro. De repente, por más
loco que pareciera, tenía mucho sentido. Solo quería quedarme allí mirando el
horizonte con él durante las siguientes horas.
149
—¿Helados? —dijo bajando de vuelta al suelo y extendiéndome la mano
para ayudarme.
Eric se descolgó del cuello la llave y mis ojos se abrieron al darme cuenta
de dónde estábamos.
—Ajá.
Mis ojos vagaron por el reducido espacio, captando cada detalle como si
me fueran a tomar un examen sobre él. Lo primero que me llamó la atención fue
la red metálica que era común a todas las habitaciones. Había tantas armas
colgando que ni siquiera la impresionante colección de cuchillos de Aleia se
podía comparar. Tal vez fuera que las armas de Eric parecían sacadas de alguna
horrible sala de torturas medieval. Tragué saliva al ver algo que lucía como una
mezcla entre una tenaza y un cepo para cazar osos. Las otras tres paredes tenían
estantes con filas y filas de cajones. Me preguntaba cómo los habría conseguido:
ninguna persona normal podría llegar a los que estaban en lo alto. La única mesa
estaba llena de pilas de cosas que iban desde varias libretas y cuadernos hasta
fichas de casino. Todas en un orden que no llegaba a comprender. Pero había
algo en su habitación que no encajaba. Finalmente, lo descubrí.
150
—¿No tienes cama? —pregunté mirando a mi alrededor.
—Es mejor dormir en el suelo, las camas solo sirven para lastimarte un pie
cuando estás descalzo.
—¿Eh?
Había sonado demasiado como “¿en serio crees que no aceptaría salir
contigo cuando cada día solo quiero pasar más tiempo a tu lado?”.
Eric estrechó los ojos, como advirtiéndome que acababa de decir algo para
lo que tenía la réplica perfecta.
151
Me sonrojé profundamente pero mis ojos también se estrecharon en su
dirección.
—¿Soy capaz?
—Si hay algo que es capaz de volver loco a un hombre, es una mujer que
habla sin detenerse siquiera a respirar.
152
Besos robados
Amanecí tarde, con una nota deslizada debajo de mi puerta de parte de
Eric, en la que me decía que no podría aparecer a las lecciones porque andaba en
alguna misión retorcida de la que no podía saber nada. Después de la divertida
noche que pasamos intentando romper el record del número de sabores de
helado consumidos en menor tiempo, aquel día se perfilaba como cansado.
Sin embargo, en cuanto Galexa se alejó por las escaleras, corrí hacia su
habitación. Sabía que era la 371. Después de haber visto la de Eric el día anterior,
empezaba a sentir curiosidad por cómo era la vida de los demás en los espacios
que tenían solo para ellos. Una suerte de extraña curiosidad.
Alguien arrugó una bola de papel y la lanzó contra una pared, sin encajarla
en el cesto de basura. Era fácil ver a Andrew sentado sobre su cama con varios
folios alrededor. Escribía con un ánimo inagotable.
153
Su reacción era ligeramente exagerada.
154
—¿Dejarme?¿A dónde ha ido todo el mundo?
—¿Daluths?
—No, con un coro de travestis que no los dejaban dormir por las noches.
—¿Y tú? —era extraño que, tratándose de daluths, decidieran dejar a Eric,
uno de los mejores luchadores del CEL.
Aquello no parecía una buena razón. En primer lugar, las runas dibujadas
en las paredes del edificio eran lo suficientemente fuertes para resistir el ataque
de cualquier daluth.
—No me lo creo.
—Te dejé una nota —me recordó— aunque, claro, no puedes saber mucho
más. Ni siquiera cómo es que he regresado tan rápido de otro continente.
Siempre lo mismo, “no puedes saberlo”. Y eso que a Eric aún le faltaban
unos seis meses para poder entrar al Consejo.
155
—¿Disculpa?
—Pues… no lo sé.
—Por Dios Liz, debes preparar mejores argumentos para apoyar una
hipótesis así —empezó a alejarse pero se detuvo y volteó hacia mí— oye, ¿te
gustaría salir hoy o ya habías planeado cómo aburrirte esta noche?
———
156
—Entonces me quedaré tomando un trago mientras tú interrogas al daluth
—bromeé quitándome los tacos. No podría seguir así, con Eric mirándome de esa
forma. Mi autocontrol no iba a soportarlo mucho tiempo.
¿Qué diablos pasaba conmigo? ¿En serio? Eric desvió la mirada. Genial,
acababa de incomodarlo.
Eric iba vestido con unos jeans y una camiseta negra bastante simple pero
que lo hacían lucir como si acabara de salir de tu televisor directamente de las
pasarelas francesas. O, a juzgar por sus rasgos, algo que sonara más exótico. Nos
dejaron pasar sin presentar ningún documento y nunca supe si era porque la
discoteca parecía el típico local en el que irrumpe la policía en busca de drogas o
porque Eric había usado una runa sin que me diera cuenta.
La música que sonaba era una inyección de vida para mis oídos, que
bebieron de ella, sedientos de un poco de normalidad. El lugar estaba repleto
pero no había nada característico. Eric consiguió dos sitios en un lado de la barra
ya que todos estaban en la pista, bailando al ritmo de una canción que se perfilaba
absolutamente comercial y pegajosa. Mi pie se empezó a mover
inconscientemente al ritmo de la música pero mis ojos seguían buscando entre la
multitud algo que sobresaliera.
—Creo que no habrá suerte —le grité a Eric por encima del ruido.
157
Él asintió y me miró de pies a cabeza, lo cual consiguió que me sonrojara.
Esperaba que las luces y la oscuridad ayudaran a ocultarlo.
—¿Bailamos? —ofreció con una mueca. Tuvo que acercarse mucho para
poder escucharlo con claridad. Intenté no reírme cuando su aliento me hizo
cosquillas en la oreja.
Cuando la canción cambió, Eric se acercó aún más a mí, con un ritmo
rápido, y colocó sus manos sobre mi cintura, de forma delicada pero firme.
Intenté concentrarme en alguna de las personas e imitar sus movimientos porque
mi cerebro no lograba encontrar recuerdos de la última vez que fui a una
discoteca a bailar. Logré ubicar mis brazos sobre sus hombros, deslizándome
alrededor de su cuello, lo que nos llevó a estar incluso más cerca. Poco a poco me
relajé y el tiempo se desdibujó. Tenía ganas de cerrar los ojos y saltar con cada
pico de la canción pero me contuve. Eric tampoco parecía muy concentrado en
buscar si algún daluth estaba alrededor. Todo se sentía bien de muchas formas.
Su toque en mi cintura, su cabello brillando con las luces, su cuerpo moviéndose
fácilmente, su rostro tan cerca que si tan solo me inclinaba podía…
158
—Si quieres, quítate los zapatos. A nadie le importará.
—No, ni lo sueñes. ¡He querido salir a relajarme un rato desde hace siglos!
—Sí, todos lo necesitamos de vez en cuando —miró su reloj— son las dos
de la mañana, esto apenas ha empezado.
—¿Qué pasó?
Se me escapó una carcajada tan fuerte que tuve que sostenerme de él para
no tambalearme con los tacos.
—¿Estarás bien?
159
—Señor, sí, señor.
El chico debía tener unos veinte años, era mediano y de cabellos claros,
con un piercing en la oreja.
Se rió groseramente.
—Vete, cabrón —le espetó el recién llegado sin darse cuenta— vamos a
bailar, guapa.
160
—La tía quiere bailar conmigo. Apártate.
—Ah, tú querías…
—Ven aquí —dije haciéndole señas para que se acercara. Apenas oía nada.
De hecho, tal vez la conversación anterior no pareció tan grave, pero si
agregamos el detalle de que sucedió exclusivamente a gritos, entonces todo toma
un matiz distinto y es fácil entender por qué pasaron así las cosas— hemos
venido a bailar ¿no?
No sabía qué me pasaba. Tal vez era el trago, o que estábamos solos. O,
quien sabe, la adrenalina de estar en un lugar peligroso para cualquiera excepto
para nosotros (al menos en gran medida). Estaba recostada junto a Eric y él se
inclinaba sobre mí para poderme escuchar.
—Sí, pero justo están pasando esta canción tan genial… no es culpa
nuestra.
161
Eric asintió y volvimos a la pista de baile. La siguiente hora fue extraña.
Por un lado, nos sonreíamos de forma cómplice y con la naturalidad que nos daba
conocernos tan bien, y por otro, una cierta tensión eléctrica cada vez que Eric
debía jalarme hacia él si alguien demasiado bebido pasaba cerca. ¿La sentía él
también? Era imposible decirlo pues manejaba las cosas con tanta sencillez que
lo envidiaba. Me percibía torpe a su lado.
—¿Un trago? —ofreció Eric. Asentí, eso tenía que ayudar. Ciertamente, la
piña colada me dio un encantador discurso sobre cómo era mi mejor amiga en
todos los universos. Vale, estoy exagerando: ni siquiera vendían piñas coladas. Y
no estaba tan borracha, solo embriagada por Eric… por él y por las posibilidades.
Si no fuera porque Dios nunca me escuchaba, hasta habría rezado porque algo
pasara.
El mozo dejó los tragos frente a nosotros sin decir nada así que no contaba.
Pero de todas formas me sentí obligada a tomar el vaso y darle un sorbo. Empecé
a mover la cabeza de un lado a otro, con la sensación del trago moviéndose en mi
boca y causándome cosquillas. Era divertido hacer eso. Pero no me di cuenta de
que lo hacía hasta que miré que Eric también estaba girando su cabeza en
diagonal.
162
Su boca formó mi sonrisa favorita sin que pudiera evitarlo. Estábamos tan
cerca y…
———
Eric, instantáneamente, activó una runa. Lo siguiente que supe fue que lo
inmovilizó sobre el pavimento. Era increíble ver la fuerza con la que actuaba. Se
hacía evidente su inagotable entrenamiento y su gusto por llegar a los límites de
su capacidad. Era temerario pero eso funcionaba para él.
El daluth soltó un grito bastante alto, que hizo aullar a un grupo de perros
y que me puso en alerta. Bastó cruzar una mirada con Eric para saber que él
pensaba lo mismo.
Corrí hacia el final del pasillo y entre los dos logramos alzar al daluth.
Mientras nos alejábamos entre las sombras de las calles, Eric trataba de lanzar
runas sin importancia hacia el techo, intentando cubrir nuestro rastro. Apenas
podía correr detrás de Eric, quien lo hacía con una facilidad asombrosa para ser
él quien soportaba la mayor parte del peso del daluth.
163
Una pequeña luz surgió en la punta de su dedo y el daluth abrió los ojos,
alejándose lo más posible de la runa. Una quemadura empezaba a notarse justo
donde Eric lo había tocado.
Eric rió.
Eric alzó la mano y una serie de llamas brillaron en la punta de sus dedos,
pero eso consiguió que relajara la presión sobre el daluth, quien se contorsionó
de forma extraña y saltó hacia adelante… donde estaba yo. Un segundo estaba
echado, retenido por Eric y al siguiente su escalofriante sonrisa estaba a dos
centímetros de mi rostro. Me tomó del brazo y mi cabeza golpeó la pared cuando
empezó a correr. Me debatí con todas mis fuerzas pero su brazo parecía hecho de
metal y me dolía tanto que solté la daga.
164
escuchaban, pero no tenía otra opción. En cuanto el daluth se detuvo durante dos
segundos antes de voltear a un callejón, grité el nombre de Eric con todas mis
fuerzas. No llegué muy lejos: el daluth me tapó la boca y me hizo mirarlo
directamente a los ojos. En el fondo de su mirada de hermosos ojos verdes, se
removían sombras con promesas de horribles torturas.
—Silencio —ordenó con voz grave. Sin embargo, me hacía tanto daño en
el brazo que continué forcejeando.
El daluth volvió a reírse con ganas y se acercó hacia mí. Antes de que
pudiera pensar en algo, una runa apareció en la palma de mi mano. Seguía
preguntándome por qué pasaba cada vez que me enfurecía pero en aquel
momento no le di importancia, ni siquiera me fijé en qué runa había convocado.
De alguna forma sabía que era de ataque.
El daluth me sujetaba los brazos contra el suelo y acercó su rostro con furia.
165
—¿De verdad piensas que podrás con esas runas? No deberías jugar con
magia que no es la tuya, lidhanita.
—¿Qué eres? —murmuró. Parecía embotado con algo que yo no podía ver.
Aterrorizada pude ver sobre sus hombros las marcas de las runas que
había conjurado, ardiendo como si se las hubiera marcado al rojo vivo. Todo
rastro de la fascinación que lo había embargado segundos antes, desapareció y se
lanzó hacia mí como una flecha. Me golpeó justo en el estómago y perdí la
capacidad de respirar. Mis manos rozaron levemente una pierna suya antes de
que se alejara y volvió a caer al suelo, sujetándosela y soltando un grito de rabia.
166
Sin embargo, cuando el daluth se puso de pie, algo se acercó por detrás de
él y le sujetó los brazos. Intentó voltear, desorientado y de repente se quedó
quieto, con los ojos casi fuera de las órbitas mientras la punta de una daga
asomaba por su cuello. La sangre empezó a salir a borbotones mientras su
atacante giraba. Eric aún lo retenía por los brazos y sujetaba la empuñadura de
la daga con la boca. El daluth cayó y Eric salió detrás de su cuerpo. Escupió la
sangre que tenía en la boca, se secó el resto en la camiseta y se acercó corriendo
hacia mí.
Eric empezó a convocar una runa entre sus dedos y yo miré al daluth. Solo
entonces me di cuenta que no podíamos salir corriendo sin más.
—Ven aquí.
Se acercó con cuidado y colocó sus dedos sobre mi labio. La runa quemó
brevemente y dejé de sentir mi barbilla goteando. No me atreví a mirarlo, con
miedo de que mi cerebro fuera incapaz de decir algo después. Mucho menos
cuando él parecía haberse olvidado de todo lo que nos enseñaban primero en el
CEL. No debes dejar un cuerpo abandonado a menos que estés seguro que los daluths lo
recogerán. Y nunca con el riesgo de que la policía se apareciera de un instante a otro. O
un grupo de daluths deseosos de venganza.
167
Eric dio un respingo, dándose cuenta de lo mal que pintaba la situación y
ni siquiera me dejó terminar. Se acercó al daluth y prácticamente se lo echó sobre
los hombros.
Después de todo, fue fácil seguir a Eric, pues este corría más despacio por
el peso. Sin contar el rastro de gotas de sangre azul que empezaba a caer por el
pavimento. Tuve que detenerme varias veces para colocar una runa de
ocultamiento en varios lugares y cubrir nuestro rastro o seríamos una caza
demasiado fácil para los daluths.
Como siempre, Eric tiró al daluth al río y se conformó con marcarle una
runa de fuego sobre el pecho y dos runas de protección sobre los ojos. Era extraño
que se preocupara por mantener su palabra incluso en momentos como estos,
pero era parte de él. En cuanto arrojó el cadáver al río volteó con una expresión
sombría en la cara.
—¿De verdad? Creí que eras del tipo de personas que piden que les
disparen el día que no deseen matar un daluth.
Eric asintió distraído y empezó a caminar por el borde del río, buscando
una forma de salir.
—Por cierto, tengo que preguntarte algo —me tensé inmediatamente ante
la posibilidad de que me hubiera visto besarlo— ¿qué diablos hiciste con él?
Tenía los hombros hechos un desastre.
168
Respiré aliviada.
—Runas —dije como si fuera obvio— ¿qué otra cosa iba a ser?
Eric puso los ojos en blanco y me señaló un lugar por el que podríamos
salir de vuelta a la ciudad.
—Pensé que tenías ciertas reticencias a que me desvistiera frente a ti, pero
si insistes…
—Eso dejará un buen rastro —comentó viendo la mancha que era su ropa
en las aguas bajo nosotros— volvamos al CEL, tengo frío—miró su abdomen y
negó con la cabeza— el azul no es precisamente mi color ¿no crees?
———
169
“¿Por qué?”, seguía preguntándome, “¿qué hizo que lo besara así, como si
de repente hubiera encontrado algo más? ¿usó una runa sobre mí para sentirme
así?”
Eric era la clase de chico que podía ser tan comprensivo como tu mejor
amigo un minuto, y al siguiente, simplemente olvidarse de tu existencia; sin
embargo, aquella noche me acompañó hasta mi cuarto, con una mirada de
preocupación nueva en sus ojos y se disculpó por haberme sacado a pesar de lo
mucho que insistí en que mi labio roto no era su culpa.
—Lo es —había dicho muy serio— y quiero que pienses en algo para que
pueda compensarte.
Después de dos minutos tuve que aceptar para que él también pudiera irse
a dormir. Incluso en el CEL hubiera sido un poco difícil de explicar creíblemente
que yo tuviera un labio sangrando, un vestido corto y el cabello desordenado, y
que Eric estuviera sin camiseta, ambos con la respiración aún alterada por la
caminata de vuelta, con runas de ocultamiento sobre nosotros.
—Fue una masacre —me contó— todo lo que podía salir mal, salió mal. Es
un milagro que sigamos vivos.
170
—Oh —fue todo lo que dijo con los ojos repentinamente empañados.
No dije nada. Recordaba a los dos niños y sentí lástima por ellos. Era difícil
perder un padre a una edad corta. Yo podía saberlo.
—Siempre podemos romper las normas —dijo una voz detrás de mí.
Aleia bufó.
171
—No —dijo Aleia categóricamente— aunque te parezca increíble, el
trabajo me relaja.
—De acuerdo.
—Fue genial ayer —agregó Dheliab— si no fuera por ese don todo habría
salido peor para Camely.
—Pues que Dalike tiene un don que no se ve hace mucho tiempo, pero que
resulta tener utilidad en casos desesperados. Es un poco difícil de explicar.
172
—Como todos los dones —dijo Eric impacientemente.
—Bien, ¡pues yo estoy cansado! Al menos hice algo útil ayer en la noche.
—¿Crees que estuve tirado en mi cama toda la noche? Dime, Andrew, ¿qué
crees que hice esta madrugada?
—No me interesa.
173
Eric bufó y nos dio la espalda.
—Pero…
—Andrew, descansa un rato, me parece que por ahora tengo más energías.
—Vale.
—Pero, ¿qué te pasa? —le soltó ofendido— sólo estoy diciéndole que…
—Cobarde.
Fue evidente que se arrepintió de eso al instante que lo dijo, pero Eric no
parecía capaz de percibirlo. Respiraba con la misma dificultad de mi madre antes
de montar en cólera.
—Eres un idiota, engreído, que cree que su cabello rojo es lo mejor del
mundo —explotó de repente. Y desapareció con rapidez.
174
—Pero… ¿qué diablos? —dijo Andrew, mirándome en busca de ayuda. Se
veía dolido.
175
Música
Desde la última vez que vine, nadie parecía haber entrado en él. Podía ver
claramente el polvo acumulado e intacto. Mi madre ni siquiera llegaba a tocar la
manija.
176
El cuarto se llenaba de suciedad con una facilidad sorprendente. Después
de dos horas, empezó a ser creíble que alguien podía vivir allí. Solo me detuve
cuando quise limpiar los cajones que pertenecían a mi hermana.
Hacía tiempo que no me acercaba a ellos. Alba siempre era muy exigente
con sus cosas. Nunca le gustó compartir mucho. Lo que era suyo, era suyo y nadie
más que ella podía meterse.
Sin embargo, Alba no estaba e ignorar ese hecho solo lo haría peor.
Con un suspiro abrí el cajón para quitar las pelusas a lo que sabía que
quedaba allí: su ropa y algunos objetos tontos como esmaltes o llaveros.
Allí, en medio del cajón que antes estaba lleno, se encontraba, solitaria,
una hoja de papel del cuaderno de Alba. Mis ojos empezaron a llenarse de
lágrimas sin que pudiera evitarlo mientras mis dedos lo acariciaban de forma
distraída. Sin embargo, en cuando lo toqué, algo se iluminó en el papel.
Estaba temblando como si estuviera a diez grados bajo cero. ¿Qué hacía
eso allí?
Lo que fuera que estaba escrito, volvió a brillar con fuerza. Lo sostuve
frente a mí y traté de concentrarme. Me quedé de piedra al ver el dibujo de una
runa colocado finamente sobre el papel. No sabía cuál era, nunca la había visto
antes, pero podía sentirla. Un calor familiar, un recuerdo, algo encerrado, no
estaba segura.
No sé cuánto tiempo pasé viendo esa hoja, esperando que algo más
reluciera pero lo único que descubrí fue mi nombre, escrito en lidhan rúnico en
una esquina, como si alguien quisiera asegurarse de que solo yo recibía el
mensaje. ¿Quién había sido?
Alba. Era lo único que rondaba por mi cabeza. De repente, sentí que algo
iba mal con el ambiente. Una runa brilló en mi mano al instante pero la apagué
al segundo siguiente al notar que lo que me parecía raro era la falta de ronquidos.
Efectivamente, unos momentos después, mi madre empezó a deambular por la
casa.
177
Poco a poco, aprendí cómo funcionaba su hechizo de bloqueo. Eric me
enseñó. No era lo que solía hacerse con el poco entrenamiento que tenía, pero le
rogué tanto que finalmente accedió. No fue fácil, y mi extraña facilidad para
comprender lo que Eric llamaba “magia mezclada” ayudó mucho. Podía verlo.
Los ojos de mi madre se habían vuelto extraños. Si me quedaba observándola
durante algunos segundos, las cosas empezaban a tomar forma. Runas parecían
brillar en el fondo, runas que Eric ya me había enseñado cómo leer.
—¿Alba y yo?
—Sí —me confirmó él—. Alba se eliminó a sí misma pero intentó que nada
de esto te afectara a ti, observa cómo la intensidad de brillo es diferente—la de
Alba brillaba, la mía tenía la iluminación justa para que fuera legible—eso es
porque Alba es una activa del hechizo, tú eres una excepción.
—Algo debe de haber fallado. Siempre se debe probar el efecto. Anota esto
¿vale? —esperó a que yo sacara el cuaderno de notas y siguió— cuando haces un
hechizo mental hay muchas probabilidades de que la persona se rebele. Si haces
178
excepciones, las probabilidades son mayores, y las fisuras son peligrosas.
¿Entendido?
—Tu madre debe haberse resistido. Ahora, ¿por qué no se limitó a borrar
tu nombre y ya?
—Pues….
Con la hoja aún quemándome las yemas de los dedos me tumbé sobre la
cama e intenté quedarme dormida. La música de mi madre, quien se había
levantado a limpiar la sala, me martilleaba la cabeza. Cerré la puerta de mi
habitación, guardé la hoja en el bolsillo de mi casaca y coloqué el reproductor en
modo aleatorio.
179
Negó con la cabeza con una sonrisa distraída, como si todavía no se
pudiera creer que hubiera aceptado venir.
—Buena canción—repitió.
“A la mierda” pensé.
180
Sentí arder mis mejillas.
—Se veía tan emocionada hablando sobre ello que he preferido dejar a Liz
la tarea de quitarle esa bella sonrisa.
—Bueno, debemos irnos—dijo Eric cogiendo una galleta más del plato y
mordisqueándola con satisfacción.
Aún era triste oír que aceptaba las cosas tan fácilmente. A pesar de saber
que siempre había deseado que mi madre fuera menos estricta, esto no era lo que
tenía en mente.
Tomé una galleta de las que Eric había dejado. Estaban realmente
deliciosas. Esperaba que mi madre tuviera más aguardando porque Eric hizo un
montón con las que quedaban y las sostuvo en la palma de su mano, como si
fuera a comérselas en el camino.
—Entonces… ¿qué?
181
—Vale, ¿por dónde empiezo?
—¿Rock?
—Sí.
—Ehh… ¿jazz?
—Algo.
—¿Pop?
—Sí.
—¿Pop comercial?
—Definitivamente.
Hizo una mueca y solté una risita. Ahora que lo pensaba nunca había visto
a Eric con un reproductor musical, ni con una radio, ni nada. Los demás sí
escuchaban música pero todos eran diferentes, desde Andrew con el rock hasta
Dheliab, amante del cine musical. Me decidí a preguntarle a la primera
oportunidad.
—¿Country?
—¿Bromeas?
—Eh….
—¿Disculpa?
182
Sacudió la cabeza: ya le había dicho eso antes. Incluso había tenido que
explicarle quiénes eran.
Pronto descubrí que Eric era una de esas personas que, con solo extender
la mano, tiene a una fila de taxis esperando por él. Nos subimos al primero que
paró. Eric indicó la dirección de la pizzería en la que siempre debíamos bajar,
porque nunca se debía llevar a nadie directamente a la entrada del CEL (aunque
de todas formas no se podía), y volteó a mirarme.
—¿Música clásica?
—¿Qué no escuchas?
—Es como pedir que levanten la mano los que no están presentes —Eric
tenía la mirada perdida en la gente corriendo para evitar la lluvia—. Ponme a
prueba.
—Punk.
Esta vez demoró un poco más. Cuando sonrió, supe que creía haber
encontrado algo bueno.
—Sí.
Alzo los brazos al cielo, o en este caso, al techo del taxi, en señal de derrota
Bufé.
183
—¿Nunca has visto El Rey León? Hakuna matata es una frase de suajili
que aparece en la película —le conté brevemente—. Me interesé en el idioma… y
llegué a los tarabu. Son preciosos.
Namius era un niño de unos ocho años que, en mi opinión, era un genio.
Manejaba una de las cuatro computadoras del CEL, que había elegido como suya,
con una facilidad asombrosa. Siempre que pasaba cerca, estaba tipeando
rápidamente y la pantalla parecía sacada de una película del FBI. Para Andrew,
era un nuevo paso en la evolución, porque podría significar que tenía un don
relacionado con el mundo humano. Eric pensaba que su don era mental y que
Namius simplemente lo aplicaba a objetos del mundo humano porque era lo que
tenía disponible.
184
—¿Liz? —la voz de Eric se oía muy cerca. Abrí los ojos y se me cortó la
respiración al ver que estaba a menos de dos centímetros de mi rostro. Me
abrazaba de forma delicada pero estable, al parecer había evitado que me diera
contra la puerta porque sentí su mano en la parte posterior de mi cabeza.
No había sido muy grave. Es decir, yo creí que podríamos haber explotado
o algo parecido, pero el taxista miraba con incredulidad la parte delantera de su
auto, y al ostensible Mazda azul frente a nosotros. Volteó para comprobar que
seguíamos vivos, se desabrochó el cinturón y salió del auto.
Con una lentitud exasperante, moví mis dedos hacia mi campo de visión.
Sangre.
Jadeé, asustada.
—Eric…
Él volteó a verme. Sus ojos tenían tanto miedo que quise morderme la
lengua.
—Yo…
Mis ojos se apartaron de los suyos y fueron a parar hacia sus manos. Se me
escapó un grito.
—Tu… tu mano.
—Ah, esto... —dijo sin darle importancia al corte profundo que tenía en el
borde de la mano izquierda—. No es nada. Era tu cabeza o mi mano, ¿cierto?
185
Tragué saliva con dificultad mientras la sangre seguía cayendo sobre el
asiento.
Eric colocó sus dedos sobre su mano con una mueca. Esperaba que
empezara a trazar una runa pero él se limitó a componer una expresión
hermética.
—¿Están bien? —preguntó una mujer de unos treinta años, vestida para
acudir a una oficina.
Eric asintió y, evitando cuidadosamente los cristales, salió del auto. Luego,
apartó a la mujer y me extendió la mano derecha para ayudarme. Bufé ante su
muestra de caballerosidad. Debería ser yo quien lo auxiliara. Pero en medio de
tanta gente usar runas era imprudente, sin importar que las de iniciación
ayudaran a protegernos de miradas indiscretas.
Miré a Eric, que parecía seguir preocupado por su mano. Sin embargo, lo
notaría de un momento a otro, estaba segura. El conductor había empezado a
aporrear la puerta del Mazda.
—Eric…
—¿Qué…?
186
Eric abrió mucho los ojos e inspiró largamente. Su mirada se volvió
sombría.
Los murmullos empezaron a confundirme y tomé del brazo a Eric, con los
ojos llorosos. Esperaba que todos lo atribuyeran al shock de accidente. A pesar
de la herida, Eric sostuvo el paraguas como si hubiera nacido para eso. Aunque,
claro, él siempre daba la impresión de haber nacido para que todo en la vida le
saliera bien.
—Vámonos —murmuré.
Su mano aún sangraba pero era un pequeño hilillo que apenas empapaba
el montón de papel toalla que había sacado del baño.
—Tienes que regresar al CEL —le urgí— desaparece, yo tomaré otro taxi.
—Eric…
187
—Será más fácil que solo yo los despiste, tienes demasiadas runas
actuando sobre ti… ¡y no te atrevas a quitar la de curación o te la pondré de
nuevo! —me adelanté al ver que dirigía sus dedos hacia allí.
—¿Liz?
—¿Un lugar?
Enfureció.
———
188
respiraciones se normalizaron y los detalles empezaron a aclararse conforme nos
acostumbrábamos a la escasa luz que se colaba desde el pasillo. Cuando las cosas
parecieron calmarse, me relajé. Pero sabía que aún no podíamos salir.
—Sobrevivirán.
—En algún lado —atajé mientras daba vueltas. Recordaba que la última
vez…—. Ajá, aquí está.
—Liz…
—Es un lugar para ocultarnos por ahora —le conté, resignándome a que
lo supiera—. Lo descubrí casi al azar, huyendo también, en una misión hace dos
meses. No nos van a encontrar.
189
Eric tomó una y la mordisqueó con el rostro aún desencajado por el
desconcierto.
Aquello me sonó como si yo hubiera planeado estar aquí a solas con él.
Estaba feliz de que la luz fuera tan baja.
Me coloqué a su lado.
No se sentía mal que Eric lo supiera, razoné. De alguna forma nos hacía
más cercanos.
Supe que, igual que yo hace unos segundos, mentía. Estaba frotando el
dedo índice contra el pulgar y no sabía cómo, pero eso me indicaba que estaba
nervioso.
—Eric, ¿por qué los daluths nos odian tanto? —se me ocurrió decir.
—Creí que…
190
—No me refiero a la profecía, sino a nosotros. ¿Qué ganarán con matarnos
a todos? Si se ha dado esa profecía es porque pasará, algún día.
—Yo los he oído Liz, los conozco. Es fácil dividirlos en dos, aquellos que
consideran su sagrada misión en la vida eliminarnos y aquellos que
sencillamente nos detestan por tener que estar aquí en lugar de en la ciudad
oscura. Están hartos de la Tierra, supongo.
—Podrían irse ¿no? Aunque creo que Feried dijo algo sobre eso…
—No pueden. Nadie sabe cómo. A pesar de eso, por alguna descabellada
razón, creen que tenemos el secreto para volver a Lidhan.
—¿Tu padre?
—Yo quería a mi padre Liz, pero no es por él. Eso fue en una lucha justa.
—¿Entonces…?
191
—Es solo que… no quiero hablar de eso —me interrumpió. Sus ojos
estaban perdidos en el suelo, con rabia y nostalgia a partes iguales.
Era grave. Eric nunca antes me había negado una respuesta. Menos con
tanta brusquedad.
—Lo siento…
—No hay nada que disculpar —le aseguré con una sonrisa— luego
veremos…
Se oyó un ruido muy fuerte del otro lado de la pared y ambos giramos
hacia allí.
Los ojos de Eric se entrecerraron y tuve esa sensación de que sabía algo
que yo no.
—¿Qué pasa?
Parpadeó rápidamente.
192
La hoja con la runa parecía haber estallado en llamas en el bolsillo de mi
casaca.
———
—Bendita sea la luz del sol —murmuró Eric cuando pudimos salir y
meternos en el primer bus que pasó.
—Problemas —susurró Eric más para él que para mí—. Galexa, aquí está,
sana y salva como prometí.
—¿De verdad? —dijo Eric—. Después de hoy yo creía que lo que estaba a
la vuelta de la esquina era la muerte a manos de un daluth, pero lo tuyo suena
más divertido.
193
Damisela en apuros
Sin embargo, dos días antes de mi cumpleaños, Feried nos convocó a una
habitación grande en el sexto piso. Cuando llegué me di con la sorpresa de que
casi todos tenían menos de veinte años, alrededor de unas treinta personas.
Feried llamó la atención del grupo un minuto después.
—Tenemos una misión grande para ustedes —se hizo el silencio absoluto.
Yo nunca había tenido una misión con tanta gente—. Un grupo llegado desde
Londres. Su cuartel está en uno de los barcos anclados en el puerto. Mañana se
realizará un intercambio que los altos mandos desean evitar. Por lo que sabemos,
ese grupo es nuevo en relaciones con daluths, así que se fían más del número que
de la calidad. No importa con cuántos acaben. Solo deben causar el alboroto
suficiente para impedir la transacción. Los mayores nos ocuparemos de lo demás.
—Habrá miles de parejitas por todos lados —dijo Aleia— ¿por qué diablos
lo harían a esa hora?
—Con calma —dijo Feried alzando los brazos para contener los
murmullos— va a salir bien, la información es confiable. Además, es una orden.
194
parecía notar la manera en que se retorcía las manos y nos miraba como si
estuviéramos a punto de lanzarle tomates podridos. Quienes también se veían
incómodos eran Dheliab y Goruen, ubicados en una esquina. Habían entrado al
consejo hace un mes, así que probablemente sabían lo que preocupaba a Feried.
—¡Venga ya, Feried! —grité por encima del barullo— ¿qué te estás
guardando?
—Eso es desagradable —le dijo Aleia— que lo sepas de una vez. Conmigo
no cuentes.
Andrew bufó.
195
—Lo discutiremos después —aseguró sin darle importancia— ahora bien,
¿qué vamos a hacer?
—Ir y luchar —dijo Eric como si fuera tonto preguntar eso—. Feried
colgará los datos en recepción en algún momento y no nos vamos a negar. Será
mejor que empecemos a prepararnos —cerró los ojos y supe que iba a
desaparecerse pero se detuvo y volvió a abrirlos. Sus ojos negros se fijaron en mí
con una sonrisa—. Liz, dile a Sakie que te aliste una mochila de misión DEHTA,
por favor.
———
196
—Con fe, entonces.
—Será mejor que vaya por mi mochila. A este paso Sakie debe haber
terminado con ella.
—Me estás haciendo sentir vieja —dije haciendo algo que estaba a medio
camino entre un puchero y una mueca burlona.
—Ojalá —dije y salí casi corriendo de allí. Mi mente era un completo caos
y mi estómago parecía estar congelado. Deseaba haberle pedido a Eric que me
enseñara a desaparecerme.
———
197
En ese momento, avanzaba como si no me importara. Y era así, porque mi
mente estaba concentrada en el beso con Andrew. ¿Cuándo habían cambiado las
cosas? Cientos de pequeños detalles que antes no me parecían significativos
empezaron a cobrar importancia. Como aquella vez que se ofreció a comprarme
unos tacos a las tres de la mañana, o cuando…
—¡Auch!
Algo se había estrellado contra mi cabeza. Una inmensa pelota roja rebotó
contra Eric.
—Lo siento —se disculpó él— juro que creí que la atraparías a tiempo.
Me recorrió un escalofrío.
La presencia daluth era tan fuerte que varios hicieron muecas de asco.
Podía sentirla con claridad y me preguntaba cómo con ese olor nadie en la playa
se acercaba a ver qué pasaba. Mejor para ellos, claro.
198
Eric me hizo una seña y nos metimos al mar. El agua estaba helada y eso
me desconcertó, pero no utilicé nada para evitarlo: todas las energías debían estar
concentradas en atacar.
Eric negó con la cabeza, me tomó de las manos y sentí dos runas brillar
allí. Mi cuerpo se calentaba poco a poco y me relajé considerablemente. Tuve que
luchar para poder mantenerme a flote.
—Oye…
—¿Qué?
—Ah.
Comenzó a reírse.
199
—Un poco, pero es que…
De repente Eric volteó hacia el barco. Una luz roja caía, como una bengala
arrojada al mar. Era la señal para subir a cubierta.
Yo seguía a Eric, como él me había indicado hacia los extremos del barco,
para conseguir alejarlo de la orilla. Junto a todos los hechiceros conseguimos
soltarlo. No era bueno que el ruido de la batalla llegara a oídos humanos, aunque
el barco estaba recubierto con runas de ocultamiento.
200
Alguien lanzó una runa para detenerlo y lo vi descender en un abrir y
cerrar de ojos. Luego me enteré que había sido Inuba, un chico muy guapo, de
unos diecisiete años con una habilidad para transformar las cosas en armas igual
de buena que Iskander. Consiguió explotar un motor creando el infierno en el
interior del barco.
—…vas a estar bien, Aleia —oí que le decía— ahora mismo te voy a llevar
con los hechiceros.
Por los nudillos blancos, podía notar que Aleia le apretaba la mano con
una fuerza descomunal.
—¿Tengo el hueso fuera y crees saber lo que es el dolor? —le espetó ella.
—Váyanse —les grité— aquí ya hemos cumplido con lo que teníamos que
hacer.
Aleia chasqueó la lengua pero corrió hasta el borde del barco, ayudada por
Andrew, y ambos se lanzaron al mar. Me tranquilizó saber que estarían bien.
201
Los daluths acababan de solucionar cualquier problema que podrían
haber tenido con la explosión y volvían a rodearnos. Eric apareció a mi lado antes
de que pudiera ver de dónde vino.
Eric ni siquiera volteó para lanzar una runa al daluth que se había acercado
sigilosamente hacia nosotros pero de alguna forma supo que estaba allí. La
brillante marca se estampó en su estómago, donde brilló por unos segundos,
antes de convertirlo en cenizas.
—¡Eric!
—¡No te acerques!
Debí haberlo escuchado, pero algo me impulsó hacia él. Eric no podía estar
herido, no había nada para curarlo… podía morir.
202
Eric no fue capaz de detenerme, un daluth se acercó por detrás y tuvo que
voltear para combatirlo. Mientras él extendía sus brazos hacia su cuello con dos
runas de ataque brillando en sus manos, las mías se extendieron hacia su hombro
herido, tratando de conjurar una runa de curación.
Lo último que vi fue la arena brillando frente a mis pestañas. Parecía que
estaban quemando a alguien con carbones ardientes. No hay que ser muy
inteligente para saber que ese alguien era yo. Había reconocido la runa. El
envenenamiento daluth. Una runa que si te tocaba llenaba tu sangre poco a poco
y, en menos de veinte minutos, estabas muerto. Solo un mago lidhanita que
lograra limpiar tu sangre a tiempo podía salvarte.
—¡No! —el grito se oía lejano. Unos pasos se acercaron— ¿estás bien?
¿Liz?—alguien se arrodillaba junto a mí y se le escapaba un sollozo— ¡Te han
envenenado! ¿Me escuchas? Dime si…
———
203
—Bendito sea —murmuró una voz femenina.
Hice un ruido confuso y abrí los ojos con una lentitud exasperante. Me
pesaban los párpados.
—Jandrien nos dijo que vio que te colocaban una runa de envenenamiento
y avisó a Eric. Él te trajo aquí. No te preocupes.
204
Asentí precipitadamente pero me detuve cuando los mareos regresaron.
—¿Qué quieres?
—¿Días?
—Seguiste tus instintos —dijo Eric— no te puedo culpar por eso. Soy yo
quien lo siente. Debí salir de allí contigo en cuanto tuve la oportunidad… pero
quise quedarme y luchar.
205
—¿Muerto? —completó Eric. Negó con la cabeza—, varios heridos, y
algunos graves, pero logramos salir a tiempo. En tres días todos se han
recuperado. Los mayores se están encargando, por eso no están aquí.
—Algo que me está dando vueltas por la cabeza desde hace un par de días,
bueno en realidad desde hace mucho más tiempo. Es solo que no esperaba…
cuando saliste volando fuera del barco. Eso fue horrible. Hace mucho tiempo que
no mataba un daluth con tanta rabia. —Fijó sus ojos en mí con intensidad, tomó
airé y soltó las palabras tan rápido que si no fuera por la forma en que me miraba,
hubiera jurado que había oído mal—. Liz… estoy enamorado de ti.
—No —dijo con tanta pasión en esas dos letras que sentí que volvía a
marearme.
206
la rescata. Por eso le parece adorable. Odio a esa clase de parejas, nunca llegan a
nada bueno.”
¿Por qué estaba rememorando esto? Antes de que lo pudiera pensar mejor,
me di cuenta, con horror, que acababa de decirlo en voz alta. Eric parpadeó
confuso. Una parte de mí se daba cuenta que estaba siendo ridícula. No obstante,
otra más razonaba que mi corazón no quería enfrentarse a lo que Eric me acababa
de confesar. Para esa parte, soltar tonterías como mi única salida tenía perfecto
sentido. Eric parecía dolido, lo cual era raro en él, que solía ser hermético con sus
sentimientos. Tragué saliva, ¿por qué tenía que ser tan cobarde?
—Debería largarme por lo que acabas de decir —me dijo con el ceño
fruncido, como si estuviera pensando en algo más. Cuando habló, era como si
cada palabra le quemara la garganta— pero me voy a quedar a intentar aclararte
algo. Yo no te salvé.
—Tú me encontraste…
Cobarde. ¿Por qué es tan difícil aceptar que le gustas? ¿Por qué tienes miedo?
207
—¿Por creer que mi amor por ti es algo pasajero y sin justificación alguna?
—dijo con una sonrisa amarga que me hizo querer salir de la cama tras él—.
Supongo que lo superaré algún día. Que descanses.
208
Eric
Una semana después, me había recuperado totalmente. Eric no volvió a
cuidarme y solo Andrew y Sakie venían de vez en cuando. Pero dentro de mí
todavía flotaba esa sensación de peligro y miedo que no sabía de dónde venía.
Fue un alivio poder volver a mi cuarto.
A pesar de eso, la incomodidad volvió al tener que acudir a clase con Eric.
Cuando pude alejarme del CEL al visitar a mi madre, todo pareció aclararse. No
había segundo en que me estuviera repitiendo lo tonta que había sido. ¿Tenía
miedo? Bien, era comprensible ¿no? ¡Era el chico que más me había gustado en
la vida!
Me mordí las uñas durante todo el pasillo que llevaba a la habitación 321.
Ingresé al salón intentando respirar con tranquilidad.
—Buenos días —dije en voz tan baja que me costó escucharme a mí misma.
Era la primera vez que lo veía en la semana y había estado casi segura de que no
volvería a entrenarme. Sin embargo, allí estaba.
209
—¿Es en serio Liz?
¿No podía dejar el maldito tema de una vez? ¿O es que se había dado
cuenta de lo mucho que quería que repitiera la pregunta de hace una semana y
me estaba torturando a propósito por rechazarlo?
———
—¿Por qué siempre tengo que fallar con estos malditos cuchillos? —grité
exasperada.
Sin embargo, después de aquello las cosas no mejoraron y por más que me
enojaba, las runas no acudían con la fuerza suficiente.
210
—No —me negué categóricamente—, tengo que conseguirlo. ¡Maldita sea!
—¿Estás bien?
Eric la cogió y me miró a los ojos con una sonrisa tranquilizadora. El dolor
amainó pero solo cuando bajé la vista pude ver que tenía más que ver con una
runa de curación que con el eléctrico toque de Eric.
—Listo.
Su boca era caliente junto a la mía, y mis dedos volaron hacia su cabello,
enredándose en su cortos y suaves rizos, atrayéndolo hacia mí. Me concentré en
aquel beso como si no hubiera otra cosa que importara. Se lo devolví con todo lo
que tenía dentro: el arrepentimiento y las ganas de confesarle que también lo
quería. Algo como un gruñido escapó de su boca, y sus brazos se apretaron a mi
alrededor, aplastándome contra su pecho. Sentir el apresurado latido de nuestros
corazones solo logró que se volviera increíble. Eric besaba como los dioses, mejor
tal vez. Sus labios se sentían suaves pero impacientes al mismo tiempo. Después
de una eternidad, nos separamos jadeantes.
—Lo siento —murmuró Eric— suelo pensar las cosas antes de actuar...
211
—Claro —musité. Mi cara estaba ardiendo— tenlo en cuenta la próxima
vez.
—Bocas que volvería a besar con gusto —dijo él con un guiño travieso.
—Siento haber demorado tanto —dijo Eric volviendo a posar sus labios
sobre mi mano.
—Me gustas desde hace mucho Elizabeth —dijo mientras jugaba con el
borde de su camiseta— pero he intentado contenerme y no decir nada.
212
¡Andrew! ¿Cómo me había olvidado de él? ¿Qué diablos iba a pasar ahora?
Una sensación nada agradable empezó a recorrerme.
—Olvídalo —fue todo lo que pude decir antes de echarle loa brazos al
cuello y besarlo.
Solo cuando pudimos acordar que estábamos allí para entrenar, Eric
empezó a jugar con sus dedos. Estaba nervioso.
213
Tomó mi rostro entre sus manos y posó sus labios sobre los míos con
ternura.
—Me gusta la chica de uno de mis mejores amigos —dijo cuando hicimos
una pausa para poder respirar— ¿es que a la vida no se le ocurrió nada original
para mí?
—Solo quiero ser tu chica —dejé escapar mientras rozaba nuestros labios
de forma ligera. Gimió contra mi boca y sus manos me apretaron más fuerte
contra él.
214
Espía
El edificio era increíblemente grande. Hice una visera con mi mano para
poder alcanzarlo con la mirada.
—Sí.
———
—Supongo.
—No te voy a dejar ver hasta que pongas algo más de emoción en esta
respuesta.
—¿Qué cosa?
—No todos somos Andrew. Por cierto, ¿alguien está seguro de que no es
ese su don?
—Es hermoso.
215
Aquello era nuevo.
—No —admitió él sin dificultad— pero debió ser tan hermosa que solo oír
historias sobre ella es conmovedor. Ojalá pudiera verla.
—¿De qué?
—De tu cumpleaños.
—No vuelvas a hacer eso —me rogó— no quiero perderte tan rápido.
—Lo hicimos. Brindamos por ti ese día. Pero dormías profundamente. Los
demás decidieron no hacer nada, para no recordarte el mal momento —dudó un
segundo—. Pero olvídate de eso. ¿A dónde quieres ir?
Eric se rió tanto que tuvimos que sentarnos al borde del gigantesco
edificio.
—¿Eso querías? —dijo cuando pudo hablar— te he traído aquí para que te
relajes un momento. Sé que no te gustan las grandes celebraciones.
Aunque para ser una cita, siempre era difícil. Ya se lo había oído comentar
a Dheliab y Goruen mucho antes. Nunca puede ser del todo normal. Uno veía y
oía tantas cosas sobre gente a la que le pasan cosas increíbles, se imagina lo que
haría en su lugar y cuando te pasa, sencillamente te acostumbras. Sé que puede
sonar extraño, no niego las noches antes de dormir, preguntarme si desaparecerá
como un mal sueño. Si las posibilidades se abren ante ti de forma tan maravillosa,
¿sirve cuestionarse tanto sobre por qué te pasa? Podía cerrar los ojos y soñar, pero
216
el peso de las dagas en mis tobillos, el cinturón, la ropa perfecta para moverme
con rapidez, acababan con la magia, aunque sonara paradójico.
———
Me di cuenta que Eric, Galexa y Tabile venían justo detrás. Traté de actuar
natural. Hasta ahora nadie sabía que Eric y yo estábamos juntos, no habíamos
hablado sobre eso, pero teníamos un acuerdo tácito para mantenerlo en secreto.
Me asustaba lo que podía pasar cuando Eric ingresara al Consejo, pero aún
faltaba tiempo para eso. Y tiempo era precisamente lo que necesitábamos.
—¿Nos ayudarías?
—No.
Andrew bufó.
—Escúchalo —me pidió Eric. Era difícil querer abrazarlo pero tener que
contenerme. Vamos, lo has hecho todo este tiempo. Me volví hacia Andrew y asentí,
indicándole que podía hablar.
—¿Ha vuelto?
217
Ladeé la cabeza para indicarle que estaba atenta. Me mataba desde hace
siglos la duda de cómo se elegían las misiones, de cómo se enteraban los
lidhanitas de cosas así, pero la respuesta era simple: lo sabrás cuando entres al
Concejo.
—¿Y?
Freyja era el apodo que Andrew consiguió darle a Sakie después de siglos
de pensarlo. Un buen día apareció y la llamó así hasta que todo el CEL era capaz
de recordarlo.
—Suena original.
Sabía que ella era perfectamente capaz de completar sola una misión y que
le molestaba que intentaran entrometerse. Si éramos muchos, en cambio, lo
tomaría deportivamente.
—Ahora mismo te puedo decir sí… que sí, estoy completamente segura
de que te has equivocado de persona.
—Eres imposible. ¿Qué tengo que hacer para que digas que sí?
———
218
Corrían a una velocidad de vértigo para ser daluths tan jóvenes. Nunca
nos metíamos con los mayores. Esa era la regla. Podíamos luchar perfectamente
hasta con algunos de veinte, pero nunca más. Si eso pasaba, huíamos. Era un
sistema complicado, con algunas excepciones, que incluían superarlos número y
que la zona no fuera detectable.
Antes de cruzar la puerta era solo una figura borrosa en el aire, pero
cuando puso un pie en el lugar era un joven agitado que entraba por un café.
Había salido del “modo lucha” y sus marcas desaparecían con rapidez.
Además, las runas ayudaban a crear una ilusión que confundía a la gente sobre
su aspecto real, logrando que lo identificaran como una persona pero no
pudieran tomar nota con todo detalle. Probablemente si les preguntaba a los
comensales, dirían que era un joven vestido con ropa oscura y nada más.
Al llegar, descubrí que Eric había logrado herir a uno que también
consiguió despistarle cerca de un embarcadero y que Sakie y Tabile habían
desaparecido en la persecución de otros dos. Juntos, ubicamos a Andrew
luchando con el quinto daluth al borde de algo que no era exactamente un
precipicio, pero sí una caída bastante inclinada. Antes de que pudiéramos hacer
algo, el daluth se lanzó hacia Andrew y rodaron juntos. Los perdí de vista hasta
que una figura cubierta de barro subió por la colina. Me puse alerta, pero una
mata de cabello rojo y el arco en la espalda fueron suficientes para saber quién
era.
—¡Cuidado!
219
Era Tabile, que venía en nuestra dirección, tras una figura difusa. Nos
apartamos al instante y tratamos de rodearlo. Pensé en las runas de ataque y estas
aparecieron en mis manos al instante. Intenté acertarle pero el daluth también
había conseguido convocar sus propias runas y estaba marcándose el cuerpo con
ellas. Andrew y yo cubrimos a Tabile, quien se preparaba para uno de sus
grandes ataques mentales. Eric se alistó para despistarlo.
Sin embargo, el daluth era muy fuerte. Esquivó a Eric con un salto de casi
tres metros sobre su cabeza y en su alocada carrera, logró golpear a Andrew. O
eso supuse porque de repente, este voló por los aires y cayó dolorosamente sobre
un montón de basura.
Lo vi acercarse a mí y abrí las palmas de las manos, con las runas brillando,
preparada. Hubo un destello y me di cuenta de que acababa de lanzarme un
cuchillo. Lo siguiente que supe fue que algo me golpeó desde la derecha y Eric
se puso de pie a mi lado. Tenía la manga de la chaqueta rota y un corte sangrante.
Empecé a correr de vuelta a las calles sin seguir a nadie. Con esa frase lo
único que quedaba era salir pitando. Pero pronto oí dos ruidos detrás de mí. Las
runas que aparecieron en mis manos, podía sentirlo, eran aquellas extrañas que
solían mostrarse como reflejo. Traté de cambiarlas y pensar en runas de ataque
pero nada me venía a la mente. Doblé varios callejones y me topé en seco con un
accidente de tránsito y un gran grupo alrededor de los carros chocados, la policía
y los bomberos.
Me volví para perder el horrible sonido, cuando sentí que una runa me
alcanzaba. No era como si algo que se veía tan etéreo lo fuera en verdad. La runa
me golpeó tan fuerte que bien pudo haber sido un formidable pedrusco. Choqué
contra una pared pero no me detuve. Seguí corriendo durante varios minutos e
incluso llegué a meterme a una discoteca para confundir el olor. Fue una
experiencia horrible estar en los baños llenos de vómito y cosas aún más
220
desagradables, mientras las runas de iniciación mantenían sobre mí un camuflaje
que me restaba energías. Odiaba aquellas marcas, por mucho que me protegieran
de que alguna chica entrara en el baño y descubriera a otra que llevaba una ropa
rarísima, con dagas por todo el cuerpo y una herida sangrante que parecía haber
sido realizada con un cuchillo muy grande.
—Creo que los hemos perdido —murmuró una voz gruesa. Me tensé al
instante: era un daluth.
—Es lo mejor, Ganuk —decía otra voz— quieres volver a ver la ciudad
oscura ¿verdad?
221
—Una auténtica princesa —estuvo de acuerdo Ganuk. Ambos se rieron
como si acabara de contar un buen chiste. El corazón se me aceleró. ¿De qué
hablaban?
—No. Se han dejado matar sin más. Nuestro señor les habría hecho pagar
cada palabra.
Sus risas eran desagradables. ¡Oh por Dios! ¿Podía ser verdad? ¿Hablaban
de Alba?
—Es verdad, nunca vi poder semejante para atormentar a las almas que
ya no están vivas. El príncipe es excepcional.
—…cuando llegue el día, en la batalla final, ¿no corremos peligro con ella
cerca?
Se volvieron a reír.
222
Sus risas se alejaron. Me quedé quieta durante varios minutos, queriendo
perseguirlos e interrogarlos personalmente, pero no podía ser. En primer lugar,
estaba herida. En segundo, me superaban en número y finalmente, porque no me
dirían nada. Repasé la conversación y una incómoda sensación me recorrió la
espalda.
A Andrew le bastó una mirada para salir corriendo sin hacer una sola
pregunta.
—¿Dónde te habías metido? ¡Te he buscado por todos lados! —se acercó a
mí examinándome minuciosamente— ¿te encuentras bien? ¡Estás pálida!
Solo entonces notó que Andrew tenía su brazo sobre mis hombros y se
congeló en mitad de la recepción. Iba a resultar muy extraño liberarme de
Andrew bruscamente por lo que busqué una forma de que pasara desapercibido.
Me moví con lentitud hacia el sillón, sobreactuando un poco. ¡Ja! ¿Quién era la
que no podía fingir?
223
—¿Qué más? —preguntó Dariel.
—¡Lo sabía! —dijo él con chispas brillando en sus hermosos ojos negros—
¡vamos, tienes que descansar! La herida se volverá a abrir y seguirá así si no
descansas. Te acompaño a la enfermería —me ayudó a ponerme de pie— pueden
debatir esto sin ti.
Acepté a regañadientes que me sacara del lugar. Para entonces, casi todos
se habían unido de vuelta a la discusión con Feried y Dariel. Solo Andrew me
miraba con preocupación y me deseó que durmiera bien.
224
Desapareció. Un minuto después estaba de vuelta con vendas y varios
frasquitos. Me observó con detenimiento y sonrió. Era una sonrisa cómplice, el
tipo de sonrisa que me derretía sin remedio. Me dio una pastilla.
—Tómatela —lo obedecí tan rápidamente que olvidé que hubiera sido
mejor tener algo de agua—. Vas a tener que ponerte otra cosa, a menos que
quieras que te corte la camiseta.
Eric alzó una ceja y recorrió mi cuerpo con una mirada extremadamente
seductora. Nuestros ojos se encontraron y pude leer con claridad algo en sus ojos
que consiguió sonrojarme de forma alarmante. Me deslicé hacia el baño. Me
saqué la camiseta y la dejé sobre la barra en lugar de la toalla, que usé para
cubrirme. Eric ya había alistado todo el equipo en mi mesita de noche cuando
salí.
—¿No sería mejor que llamaras a Ramle o incluso a Zoe? —eran dos de los
mejores aprendices de curación en el CEL.
Me dio un delicado beso que casi me hizo olvidar el gritito de dolor que
solté cuando empezó su tarea. Y, a pesar de todo, aún seguía queriendo estar en
la reunión, quería preguntarle a Eric si tenía alguna idea sobre lo que había dicho,
porque estaba segura de que tenía miles.
—Eric…
—¿Si?
—¿Qué sabías?
—Que algo raro pasaba. Pero lo del príncipe… es nuevo. Que yo recuerde
no hay realeza entre los daluths, excepto entre los que están en la ciudad oscura,
pero no es posible que alguien haya venido desde allí ¿cierto?
225
La pastilla empezaba a hacer efecto. Un sueño reconfortante parecía muy
cercano.
—No lo sé, pequeña. Pero será mejor que dejemos tus dudas para mañana.
Sospecho que tarde o temprano nos enteraremos de…
Cada segundo su voz se oía más baja, mis párpados se cerraron y una
sonrisa afloró a mis labios antes de rendirme.
226
Sangre
—Ni lo sueñes.
227
Casi con miedo, retomamos la lección. No sabía cómo, pero sin tener que
decirlo en voz alta, acordamos que era el momento de revelarles a todos que
estábamos juntos.
—Hola chicos —se quedó mirándonos y frunció el ceño— ¿Qué pasa? ¿no
están contentos de verme?
—¿Qué pasa?
—No. Alto ahí. El otro día puede ser hace mucho. Si me preguntas cuándo
nací te puedo decir que el otro día y es totalmente correcto.
—Vale, hace… una semana —corrigió ella poniendo los ojos en blanco
mientras yo reía—. Intuía que algo andaba mal con un café en el que hay un chico
guapísimo que… bueno, en ese café pasaba algo raro. Y adivina qué, hay un
daluth que se está viendo con una de las camareras.
———
Podría jurar que aquello iba a salir bien desde el segundo en que lo vimos.
Incluso yo podría haber acabado con él. Sakie bufó.
—Algo ha pasado —dijo— estaba mil veces mejor la última vez que lo vi.
Es como si le hubieran dado una paliza recientemente.
228
—Pan comido —dijo saliendo en su dirección incluso antes de que Sakie
diera la señal.
Por fuerza, tuvimos que seguirlo. El daluth volteó hacia nosotros y pude
leer la desesperación en cada rasgo de su cara. Sus marcas aumentaron el brillo y
se expandieron.
Pero el daluth fue más rápido, demasiado para verse tan débil. Sus runas
brillaron con fuerza en sus manos y dos segundos después sentí un horrible dolor
en la espalda. Creí que me había golpeado contra la pared pero Eric consiguió
lanzar a tiempo un escudo para que no me destrozara completamente. Solté un
grito y oí otro muy cerca de mí.
—¡Eric, no! —gritó Sakie. Hubo otros dos sonidos y un chasquido. Cuando
abrí los ojos, Eric estaba parado delante de mí y dos runas de protección acababan
de salir de sus manos. Otra figura yacía en el piso. Andrew.
Sakie sujetaba una mano del daluth con su látigo y estaba siendo
arrastrada.
—Estoy bien —casi le gruñí al ver que Eric se quedaba quieto, preocupado
por mí.
—¡Andrew! ¡No!
Andrew había corrido hacia el tipo, creo que intentaba darle una patada o
algo por el estilo. El daluth usó una runa para cortar el látigo de Sakie y se la
lanzó a Andrew. Lo que sea que fuera, lo detuvo en seco.
Luego empezó a convulsionar. Oh, no, no. Todos estábamos listos para
atacar. Eric y yo corrimos hacia él casi en simultáneo y bastó con dos runas de
ataque (la de Eric más fuerte que la mía) para que el tipo cayera sobre Andrew,
229
echando sangre por la boca y los oídos. En otra ocasión, la victoria hubiera sido
demasiado aburrida.
—¿De verdad acabas de hacer eso? —dijo Eric con una mueca.
—Esto ha salido peor de lo que pensaba —exclamó—. Será mejor que nos
larguemos pronto de aquí.
230
Tenía razón. Iba a ser imposible librarnos del cadáver, la sangre y el
vómito en tan poco tiempo. Empezamos a correr y nos detuvimos un par de
callejones más allá. Andrew se reclinó contra la pared. Parecía enfermo.
—¿Estás bien?
Casi me río, pero él parecía estar de un humor de perros. Era tan extraño
verlo así que me dieron escalofríos.
———
A primera vista, la mañana del día siguiente era soleada y preciosa, pero
supe que algo iba mal cuando ingresé al comedor. Estaba lleno de murmullos y
todos se miraban preocupados. Me acerqué a Dheliab y Goruen.
—¿Qué pasa?
—¿Qué va mal con él? —dije sintiendo que el estómago se me revolvía sin
ninguna razón aparente.
Miré a la mesa donde solía sentarse. Mis ojos se cruzaron con los de
Iskander que me observó como si me acusara de lo que pasaba con Andrew.
¿Debería hablar con él? ¿Qué le estaba pasando? Si estaba molesto por lo de la
sangre, francamente aquel drama era un poco exagerado de su parte.
231
Andrew me miró ausente, con una cara que parecía extrañar su eterna
sonrisa.
Su cara me dijo que, por alguna razón, no había sido la mejor frase que
pude elegir.
—Claro que somos amigos. Basado en eso te pido que me dejes descansar.
Nos esperan días difíciles.
—Fue culpa del daluth, es con él con quien deberías estar molesto.
—No, no lo es.
Vista
Aquel día empezó mal, lo admito, pero nunca pensé que podría terminar
peor.
232
Para empezar, el sufrimiento de Andrew por causas que solo yo conocía
(o intuía), estaba empezando a llamar la atención de todo el mundo. Sakie había
tenido que salir en la madrugada y Keltay tampoco se encontraba cerca, por lo
que ni siquiera tenían una pista.
En un impulso, lo abracé.
—Eso ha sonado genial. ¿Sabes que puedes ser adorable cuando quieres?
—Tengo muchas otras verdades que suenan igual de bien, pero ninguna
es suficiente para explicarte todo lo que en realidad siento.
233
—Aunque estés consiguiendo que mis rodillas se olviden que están en mis
piernas por algo…
Eric suspiró.
Resultó ser bastante sencillo. Una runa de convocación servía para que
pudieras llamar a alguien en caso de emergencia. No duraba mucho y la otra
persona tenía que dibujarse una runa idéntica al mismo tiempo, pero su utilidad
era indiscutible. Eric se había vuelto algo paranoico sobre mi seguridad y era
encantador que resultara tan protector.
—Si tú lo dices…
Avancé de forma distraída hasta las escaleras, tal vez esa fue la razón de
que casi chocara contra Aleia, que venía en dirección contraria. Gritó tan fuerte
que retrocedí de un salto, asustada.
234
—No… te… preocupes —masculló con dificultad— ya me estoy
acostumbrando.
—Sin preguntas hasta que entres —me acusó—, conoces las reglas.
Cabeceé confundida un buen rato y ella volvió a reírse. Una de las cosas
que aprendías con el tiempo era que el CEL 20 podía quedar en Barcelona, pero
235
casi ninguno de sus miembros había nacido allí. Y como se mantenían viajando,
escuchar algo tan español no era común. Además, teníamos otro pequeño rasgo
distintivo: una mente preparada para el leidhan, el idioma de los lidhanitas. O,
para ser más exactos, de Lidhan, porque los daluth también lo hablaban.
—Ya te lo digo yo, Liz, esto es lo más raro que jamás me ha pasado. A
veces es un coñazo que no pueda ser consciente de cómo hablo y cuando me
escucho, soy peor que los tipos de la National Geographic.
—Ni siquiera sabrían qué digo, pero de todos modos creo que renunciaría
—suspiró de forma resignada—. Y por más formal y aburrida que me haga sonar
la lidhanita que llevo dentro, aún eres la hostia.
Le sonreí alegremente.
Aleia asintió y, justo antes de que siguiera mi camino, una duda cruzó por
su rostro.
236
—Liz, ¿puedo hablar contigo sobre un detalle?
—Claro.
Tal vez era que Aleia estaba nerviosa, jugando con su colgante. Me fijé en
él para calmarme. El sol naciendo en la luna. Justo como la runa en mi mano
izquierda. Feried tenía otro, pero eran diferentes. El colgante de Aleia
representaba una luna y un sol terrestre. Era, según me dijo, su forma de
recordarle que siempre pertenecería “al mundo real”. Feried llevaba una réplica
exacta de la runa de iniciación. Era casi igual pero la luna tenía un borde
superpuesto, que en realidad era una segunda luna, más pequeña. Cosas de
Lidhan. Y estaba grabado en el dorso de una mano de metal, por supuesto.
—Ten cuidado.
—No, pero lo he visto. A los dos. Los conozco, Liz. Tal vez no tanto como
Sakie, pero sé cómo son ambos.
237
—No sé qué pasó la noche anterior, cuando regresó lleno de sangre, pero
no fue bueno. Hablo de cómo se han peleado Eric y él.
—No ese tipo de peleas —me cortó Aleia— sino de las que se van
acumulando, Liz. Es casi como cuando tu hermana empezó a salir con Dariel,
solo que Eric no estaba enamorado de ella.
—No entiendo…
—La historia se está repitiendo. A ver… sabes que Dariel y Eric pelearon
por culpa de Alba ¿cierto?
Asentí.
—Lo has notado —dijo, con la mirada aún perdida—. Eric era más huraño
antes de que llegaras, Liz. No te diste cuenta, pero tú cambiaste muchas cosas.
Conseguiste que hallara un nuevo mejor amigo, por ejemplo.
—¿Andrew?
Ella asintió.
—No eran tan unidos antes. Cuando apenas llevabas un mes aquí, ellos
empezaron a ser como compañeros de batalla. Fue un respiro. Creo que Sakie
sintió que podía funcionar y los hizo a ambos maestros tuyos para que se vieran
más seguido.
—¿Alguna vez Sakie hace algo que no vaya a funcionar? —apostillé con
una sonrisa ligera.
238
—No te engañes. Se han hecho grandes amigos, eso es cierto, y me temo
que ahora algo no funciona —sus ojos buscaron los míos—. Sabes que le gustas a
Andrew ¿no?
Desvié la mirada.
—Eso creo.
—Bien, hazte a la idea. No le gustas. Está como… loco por ti. Nunca lo he
visto así antes.
—Lo sé, se nota. Y veo que él siente lo mismo que tú. Lo comprendo —
suspiró— a veces solo… no es suficiente. Tarde o temprano va a estallar, Liz,
porque lo han hecho público. Andrew ha demostrado estar interesado en ti,
muchísimo… y Eric debía saberlo.
—¿Disculpa?
—Es complicado —me explicó Aleia—. Andrew intentaba dejar claro que
le gustabas y que iba a por ti. Luego resulta que estás con Eric. Eso da el mensaje
de que a Eric no le importó…
Demasiado, incluso.
—Me doy cuenta —dijo ella. Algo en su mirada tenía un brillo extraño,
como si acabara de recordar una vieja historia—podría… pero las cosas están así
y tengo miedo.
—¿Miedo?
—Miedo de que haya otra pelea en este CEL por una hermana Forster.
239
—Lo siento, Liz. Sé que no eres como tu hermana y esto es diferente, pero
si hablas con Andrew, trata de no ser muy dura. Adoro a ese chico.
—Es complicado —repitió ella—. Me tengo que ir, ¿vale? Solo, espero que
lo pienses.
—Ajá.
Con una última mirada lastimera, Aleia se perdió por el corredor mientras
yo me maldecía interiormente por mi falta de perspicacia. ¿Por qué había sido
tan difícil notar que le gustaba a Andrew? Bien, si me ponía a pensarlo en
realidad no lo fue, pero evitar enfrentarlo jugó en mi contra. No quería lidiar con
él porque no tenía experiencia en líos amorosos. Esa siempre fue Alba. Sin
embargo, igual que las veces anteriores, era mejor no pensar en ella.
———
240
Jhadira sonrió en mi dirección y avanzó. La admiré moverse por la
despejada zona con una gracia inalcanzable. Se perdió de vista en cinco segundos
y estuve segura de que ella lo conseguiría.
¡Era Alba!
241
detuvo. Mi corazón latió más rápido. No sabía qué se sentiría ver la confirmación
de que mi hermana, la chica con la que había jugado cuando era pequeña, la que
me contaba historias y me ayudaba con las tareas, realmente pudiera hacer algo
como eso. Llevaba un cuchillo largo en la mano izquierda. Pero ella no lo mató.
El arma cayó con un sonido tintineante al suelo mientras Alba colocaba sus
manos sobre la herida de la que manaba fresca sangre azul. Un segundo después
me di cuenta de lo que hacía: lo estaba curando.
Alba gruñó al ver cómo se teñía de sangre azul pero el daluth siseó algo
en un idioma que no comprendí y ella asintió. Antes de que la herida cerrara, se
puso de pie, con una gota de sudor resbalando por su rostro. Intentó dar un paso
hacia atrás pero el daluth volvió a moverse y la tomó por uno de los brazaletes
en sus manos. En cuanto sus dedos lo rozaron, este se iluminó, revelando las
runas talladas en su superficie.
Mi hermana dio un respingo y volvió a caer junto a él. El viento agitó las
lonas y su cabello mientras la herida terminaba de cicatrizar.
———
242
—No… ellas est… están bien…
—Lo siento —murmuré pasando mis dedos sobre ella como si pudiera
convocar una runa que lo arreglara.
—Eso creo.
———
243
Desperté con una sensación de calidez que me llegaba hasta la punta de
los pies. Abrí los ojos con cuidado y parpadeé para desperezarme del todo. Me
cubría una manta de cuadros azules.
—Buenos días.
—¿Doce horas? —si no fuera porque Eric aún me sostenía, estoy segura
que habría caído del sillón.
—Eso he dicho.
—¡Es tarde! —dije poniéndome de pie. Eric no tenía espejos a la vista pero
podría jurar que lucía terrible. Me sentía así.
Él rió silenciosamente y abrió la boca para decir algo pero antes de que
pudiera, alguien tocó la puerta.
—¿Hola?
—Es curioso, creí que eso habíamos hecho… hasta que tú viniste a
interrumpir—replicó Eric.
244
Sin embargo las miradas de ambos no eran divertidas.
—Bien, yo solo vine a avisarles que hay una misión designada por Feried
para nosotros y tenemos que estar en recepción —dijo al tiempo que salía.
—Hola chicos —Dheliab era una de las más entusiastas acerca de Eric y
yo. “Ya era hora” había dicho con el tono de una madre que ve que su hijo ha
decidido ir por el buen camino. Andrew nos dedicó una sonrisa forzada e hizo
como si se sorprendiera de que lo hubiéramos seguido.
—¿Ya han terminado? —dijo con tono ácido—. La diversión está por
empezar.
—Ya era hora —comentó éste—, la verdad es que últimamente andan tan
concentrados en ustedes que se están perdiendo de todo. Si fuera tú, la sacaría de
vez en cuando —agregó desdeñosamente.
Capté al vuelo que estaba molesto por algo, se notaba en la tensión sobre
sus hombros y en el tono sutil de su voz, el mismo que empleaba cuando le
hartaba que un daluth no nos diera respuestas.
245
que odies el mundo, pero un poco de vida no mata a nadie. Y no es justo para la
gente que te aprecia tener que contagiarse de tu aburrimiento.
—Mira, si lo que…
—No, mira tú Andrew —Eric estaba furioso. Nunca lo había visto así. Si
había alguien que mantenía la calma tan bien como Dalike sin tener un don, ese
era el chico que más adoraba en el mundo. Ahora, prácticamente echaba chispas
por los ojos. Incluso Andrew se amedrentó—. Deja de hacer eso, deja de pensarlo,
porque lo puedo ver en todo lo que haces. ¿Realmente crees que sería capaz de
algo así? —me señaló sin despegar sus ojos de él— estoy más loco por Liz de lo
que he estado por alguien en toda mi vida, por mucho que te cueste creerlo. E,
increíblemente, ella me quiere —ahora comprendía por qué me lo preguntó
antes— no me voy a permitir dejarla. ¿Queda claro? Eres mi hermano y sabes que
haría lo que fuera por tu felicidad. Pero esto no. Debes dejarla elegir, pero te
comportas como un niño pequeño que solo trata de sabotear lo que pasa entre
nosotros.
—Ya has sobrepasado los límites de mi paciencia, Andrew —dijo Eric sin
inmutarse— y eso es decir bastante.
Sus palabras parecieron enfurecer aún más Eric quien lo estampó contra
la pared. Me estremecí con el sonido de la espalda de Andrew golpeando el
concreto. Era una suerte que hubiera dejado su arco sobre al mostrador.
—Tengo perfecta idea —dijo Eric empezando a alzar la voz— ella siempre
ha estado contigo, se ha reído de tus bromas y te ha contado cosas que nadie más
sabe.
246
Andrew repentinamente se soltó y lo enfrentó.
—¿Y qué? —le espetó—. ¡Éramos amigos! Nunca te preocupas por ver al
resto, la gente no está allí esperando que decidas notar que existen. ¡Confié en ti
y la alejaste de mí!
—No lo digas, ella se preocupa por ti cuando te pasa algo, y han salido
juntos infinidad de veces —siguió Eric— ¿Crees que no me sentía celoso cada vez
que le hablabas de lo que fuera y ella te escuchaba embelesada? ¿Crees que me
siento seguro incluso ahora?
Andrew fijó sus ojos en mí con dolor y no fui capaz de sostenerle la mirada.
No cuando lo quería tanto, aunque no de la manera en que él esperaba.
—¡Bien! —gritó Andrew tan fuerte que todos hicieron muecas de dolor—
ya he comprendido que estáis juntos ¿vale? Si no quieres que me acerque a
ustedes, está bien, pero no me pidas que renuncie a ella, Eric. No tienes derecho.
Y deja de intentar mandar a todo el mundo, no estamos para obedecer a tus
caprichos.
247
Pero él ya había desaparecido.
248
El mensaje
—¡Esto es mi culpa!
—Deja de decir eso Sakie, no es culpa de nadie. En todo caso, sería culpa
mía.
Miré confundida a Sakie durante varios segundos. Dioses, esta chica tenía
las reacciones más imprevisibles del planeta.
—Él lo habría conseguido, Liz —dijo Sakie con el tono que empleaba
cuando hablaba de algo que su don le había comunicado. Un escalofrío me
recorrió y Sakie abrió mucho los ojos—. ¡Lo siento! No quería decir eso.
—¿Él lo hubiera…?
249
—Lo he arruinado todo.
—No te culpes. Es difícil verlos sufrir, son como hermanos para mí. Al
menos uno de ellos merece ser feliz. Y eres precisamente lo que Eric necesitaba.
—Es difícil para todos. Eric y tú habéis salido de la nada. Ustedes solo
empezaron a enamorarse sin darse cuenta. Un buen día decidieron decírselo el
uno al otro y ahora están juntos. Los dos son complejamente simples en ese
sentido. Y la gente no lo comprende.
Se sentía bonito oír algo sobre nosotros viniendo de alguien más. Sakie me
animó a subir al comedor, donde la gente murmuraba al vernos pasar. Ella alzó
la cabeza con dignidad mientras tomábamos algunas tostadas y murmuró:
—Eso es imposible.
250
—Nadie te culpa, Liz —me dijo Dheliab.
—Por supuesto que no —la apoyó Goruen— solo no sabemos cómo lidiar
con esto.
Le agradecí en silencio.
—¿Estás bien Liz? —preguntó ella girando entre sus dedos un cuchillo del
tamaño de mi antebrazo con una facilidad escalofriante.
Se encogió de hombros.
Había pasado la mitad de la noche en vela por eso. No entendía cómo pasó
ni por qué ambos parecían tan afectados a cada frase que soltaban. Me daba la
impresión de haberme perdido parte de la pelea.
—¿Eh?
251
—Ay —exclamó sacudiendo su mano, medio divertida por su descuido y
dolorida por el golpe—. Tú no lo sabes, por supuesto, ¿cómo ibas a saberlo?
Su reacción me dio una esperanza de que hubiera algo más, algo que me
ayudara a no sentirme una completa inútil.
—¿Qué cosa?
—Eso no es cierto.
—Lo sé. Andrew lo sabe. Todos lo sabemos, pero cuando alguien está
herido, dice cosas que ni siquiera se le pasaron antes por la cabeza. Tu hermana
siempre peleaba con Eric por Dariel.
—Tonto —se me adelantó Aleia, como si quisiera evitar que dijera algo en
contra de mi propia hermana. Pero yo conocía a Alba y si había estado con Dariel,
entonces lo querría pendiente de ella a cada segundo, no es que eso fuera malo
¿o sí?—. Según sé, ellos fueron sido casi hermanos desde que Eric vino al CEL.
Sé que ahora es difícil imaginarlo, pero estaban allí para el otro. Me han contado
que Eric le salvó la vida una vez y desde entonces no se separaron.
252
—Cada vez que Dariel salía con Eric, tu hermana se ponía irritable y la
veías solicitando más misiones —negó con la cabeza— era raro, pero ya sabes…
el amor hace cosas extrañas. Luego Dariel también quería pasar todo su tiempo
con ella y Eric venía a ser el tercero en discordia. Se adaptó, aunque entendí que
le fastidiaba. Alba bromeando con que nunca salía o recriminándole que no se
preocupara por nadie a pesar de que fue ella quien le quitó la compañía de Dariel,
solo conseguía sacarlo de sus casillas. Y con Eric, eso es decir bastante. Le
pinchaba en cada oportunidad… y ayer, Andrew le hizo recordar todo eso. Una
cosa era Alba, con quien de todos modos no se llevaba bien, pero ¿su mejor
amigo?
—Si será cretino —fue lo peor que pude decir de Andrew, sencillamente
lo quería demasiado. Dejé de lado el hecho de que fuera Alba quien empezó con
eso. A veces ella solo no se daba cuenta de lo mucho que podía herir a otra
persona.
Aleia se puso de pie y volvió a lanzar el cuchillo. Este hizo una larga
parábola en el aire mientras Aleia se doblaba hacia atrás, casi formando un
ángulo recto con su cuerpo y cogiéndolo en el aire antes de que cayera. Se inclinó
hacia adelante para lanzarlo, en un fluido movimiento simulando una catapulta.
—Habla con Eric antes de que se ponga peor. Que Andrew actúe así no
tiene por qué afectarlos a ustedes dos. Andrew se dará cuenta de lo idiota que ha
sido y volverá a la normalidad… solo espero que sea pronto. Vamos, vete ya, yo
voy a lanzar tantas cosas aquí dentro que podría atravesarte de casualidad.
—No con la mano herida —repuso ella sacudiéndola con fuerza— es una
lata.
—¿Eric? —probé.
253
—Eric —casi suspiré.
———
254
Había conseguido limpiar la mitad de la habitación mientras él dormía,
para recuperar su última noche, debido a que en esta nos tocaba una misión. Se
suponía que Dariel iba a dirigirla, porque era él quien consiguió el dato sobre el
local de lavado de dinero en las afueras, cerca de La Mina. Un lindo paseo, por
supuesto. Solo esperaba que el recordatorio de lo que pasó con él no afectara a
Eric, sobre todo porque Andrew también estaría allí.
—¿Qué haces?
—Nada —me detuve antes de seguir. Mi voz sonó como un chillido—. ¿Te
he despertado?
—¿El sol?
255
—Me aburría.
Eric se rió, pero no como solía hacerlo. Era una sonrisa con la mirada
perdida.
—No sabría cómo explicártelo. ¿Cómo decirte lo hermosa que eres para
mí, lo perfecto que es ese brillo en tus ojos cuando te enojas, o la forma en que
frunces el ceño cuando te toman el pelo? Si no quieres que te diga que eres bonita,
vale, puedo intentarlo. Pero decirte que no eres exactamente lo que yo buscaba,
jamás lo conseguirás. Déjate de tonterías, Liz. Si tienes miedo de que esté tan
perdidamente enamorado de ti, voy a esperar a que te acostumbres.
Antes de que pudiera decir algo más me atrajo por la cintura y me abrazó
con fuerza, hundiendo su rostro en mi cabello.
———
256
Todos nos dividimos en parejas. Andrew e Iskander. Dalike con Camely.
Qilab y Fyven. Eric y yo.
—Dariel tiene una manía con recalcar las cosas obvias, un fanático de las
tautologías…
—¿Empezamos? —se alzó la voz de Dariel por encima del ruido de los
coches cercanos.
—Se acercan —le dijo a Dariel con la mirada ausente—. Son al menos doce.
Todos nos evaluamos con una mirada rápida y nos colocamos de modo
que pudiéramos empezar a luchar en cuanto aparecieran. Mi mirada buscó
257
lugares útiles para lanzar ataques en medio de las máquinas de construcción, las
bolsas de concreto y las montañas de ladrillos.
Dariel maldecía y apretaba con fuerza una espada llena de runas que
relucían con las pocas luces que se colaban desde el exterior. Eric empezó a
dibujar en el aire runas de ocultamiento y a lanzarlas contra la pared para evitar
que los humanos nos notaran. Yo aún no conseguía dominar la técnica por lo que
preferí no arriesgarme.
Llegaron de todos lados. Trece daluths se deslizaron por las sombras hasta
nosotros. Tragué saliva pero me obligué a mantener mi aire desinteresado.
—Tened paciencia —dijo uno, dando un paso al frente con las manos
alzadas delante de él como ofrenda de paz.
Podía sentir los nervios de los demás, preguntándose si era una trampa.
—Hablar —dijo el otro. Parado allí delante, lucía demasiado humano, algo
que no debías temer. Incluso era guapo.
258
—Siempre se aprenden cosas nuevas, lidhanita —escupió un muchacho
delgado y alto al fondo del grupo. Sus brazos estaban cruzados sobre su pecho y
sobre su rostro caían varios mechones desordenados. Podría ser cualquiera de
mis antiguos y adorables amigos geeks. Al fijarme mejor vi que tenía una larga
cicatriz que bajaba desde el borde de su mandíbula, a lo largo del cuello, cubierta
parcialmente por su chaqueta de cuero negro y me estremecí.
Hubo algo en la forma que dijo “todos” que me hizo sentir mal. Como si
estuviera en medio de una película que incluía un mensajero, un rey y todo un
consejo de gente importante escuchando.
—Eso es extraño.
Junto a mí, Eric puso los ojos en blanco y recordé lo que había dicho sobre
Dariel recalcando lo obvio. El líder de los daluth parecía pensar lo mismo, aunque
su sonrisa burlona también podría ser parte de su cara.
259
—No me digas —murmuró con sorna. Otro par de risas graves de parte
de los daluth—. Queda exactamente un mes. Podrán tener su batalla final antes
de que debamos irnos, lidhanitas. Nos encontrarán, a todos nosotros. Y a vuestra
ciudad le toca ser anfitriona, así que preparen un buen recibimiento.
———
Bajé las escaleras, con la cabeza aún perdida en lo que acababa de pasar.
Dariel había ido en busca de Alnabys, porque a él le correspondía reportar los
incidentes de la misión. Los demás estábamos demasiado intrigados y confusos
como para continuar, así que nos echamos a dormir. Eric prefirió darme un largo
beso antes ir a la biblioteca a “buscar algo que pueda servirnos”. Por mi parte,
pensaba ir a casa un momento, aunque solo fuera a respirar otro aire. En la
recepción, me crucé con Andrew. Intenté evadirlo pero ya me había visto.
—Ahh, vale.
—Sobre todo.
260
—Bien, quiero que sepas que los dos te perdonamos.
—No —dijo él clavando sus ojos azules en mí—. Eric no se merece que me
perdones por él. Tengo que decírselo yo.
Andrew me devolvió una mirada que puso en alerta todos mis sentidos.
No quería darle esperanzas vanas. No era saludable para nadie.
—Andrew…
—Sí… no sé, podría ir… aún no, pero… —chasqueó la lengua, enojado y
luego se rió. La curiosidad hizo que me quedara mirándolo. Él señaló el teléfono
y puso los ojos en blanco—. Bien, estoy escuchando.
Sus ojos se clavaron en mí con tanta energía que sentí que acababa de
tragarme un cubito de hielo por accidente.
—¿Qué pasa?
—Tenemos problemas.
261
—Dime algo nuevo, chico.
—Tenemos problemas como en… serios —su voz estaba quebrada, sonaba
ansioso—. No, incluso eso es poco. Es como comparar una pelea entre pandillas
con una guerra mundial.
Su mirada me dijo que no mentía y me asustó aún más. ¿Qué podía haber
pasado?
—¿Qué es?
—Bien. Se ha repetido.
—No solo allí. Dice que tiene amigos en Dinamarca, el CEL 10, también le
han dicho lo mismo. En todos lados, en todas las misiones… es igual. Igual.
262
—¿Vienes?
—Lo he visto allí hace un rato —me dijo cuando le puse mi cara de “¿en
serio crees que lo encontrarás allí?”
—Más vale que sí. Todos los CEL de América están de camino.
—¿QUÉ?
—Si los daluths dicen que algo va a pasar en Barcelona, ¿a dónde crees que
van a ir todos?
Andrew suspiró.
263
Historias
—Otro plato de estos —pidió Orlenka.
Lo único que se podía oír era el sonido de las bocas masticando, los
cubiertos resonando contra los platos vacíos y a todos pidiendo más comida.
De todas formas, la que menos comía era yo. Sumida en mis reflexiones,
descubrí que Sakie había tenido razón. Con todo el alboroto generado por el
mensaje de los daluth, nadie recordaba la pelea de Andrew y Eric.
Exceptuándonos, por supuesto.
—Esto es rarísimo —dijo Orlenka por quinta vez después de unos minutos
discutiendo el tema— no le veo sentido de nada.
264
—Ni me mires.
—Porque los daluth son seres retorcidos y disfrutan con estas cosas.
Ahora, quiero mi millón.
—Es verdad —coincidió Sakie—. Sería más fácil, por ejemplo, en Nápoles
o…
—Un golpe es lo que te voy a dar —dijo Sakie, molesta por haber sido
interrumpida— ¿no te vas a comer eso?
—Hay tantas cosas que no tienes —le soltó, inclinándose por encima de la
mesa para coger la cesta llena de galletas que descansaba frente a Eric.
Desde que se cruzaba la calle aledaña, se hacía evidente que algo raro
andaba ocurriendo por allí. Era como si acabáramos de ser transportados cerca
de algún monumento, por la cantidad de tipos con pinta de turistas. Incluso
aunque las runas ayudaran, la gente se quedaba mirándolos extrañada, girando
hacia todos lados buscando el motivo de su repentina aparición. Y algunas veces
no era solo un modo de hablar.
265
—También yo —agregó Galexa— están sobrepasando el límite de magia
que se puede usar para expandir el CEL ¿no?
—Un poco de caridad no les vendría mal —dijo Dalike. Suspiró mientras
un hechicero alto y delgado aparecía frente a las puertas del CEL y entraba
corriendo apresuradamente.
Y vaya que se lo tomaban en serio. Cada día recibíamos más visitas. Todas
las habitaciones del CEL se llenaron y yo tuve que mudarme con Aleia y Galexa
para ceder la mía a los invitados. Habría vuelto con mi madre si no fuera porque
las cosas se complicaban conforme se acercaba el plazo, hasta que se cumpliera
un mes del mensaje.
—Todos los directores de los CEL están aquí —me informó Aleia, a una
semana de “la gran fecha”—. Si no fuera por el alboroto hasta se pensaría que es
una trampa.
—No has salido desde ese día, ¿verdad? —preguntó ella quitándose su
gorra y soltándose el cabello.
—No, ¿qué…?
—¿No vas a salir? —pregunté. Rara vez la veía descansar. Si tenía un rato
libre, solo caminaba un par de calles y se encontraba en la pizzería. Era su
santuario. Aleia regresaba como si el lugar ejerciera sobre ella una fuerza
magnética.
266
—Mi brazo sigue dándome problemas de vez en cuando —destilaba
frustración en cada palabra— y podría complicar las cosas para Alfredo si nos
cruzamos con algún daluth.
—Aleia…
—¿Mmmm?
—¿Cómo…?
—Ya.
Volvió a reírse y miró el reloj sobre mi mesa de noche. Eran casi las cinco.
—Ya lo conozco, recibí las pizzas una vez y me dijeron que era tu novio.
Sin embargo, el recuerdo era confuso. Un chico alto y delgado, nada más
me venía a la cabeza.
— Él siempre deja las pizzas y se guarda todos los secretos que logra
entrever o sospechar, así que Feried hizo una excepción. Puede cruzar las
puertas.
267
—No quiero abusar —dijo ella muy seria—. Lo amo pero es un extraño
para los demás. Y los recién llegados no saben quién es. Le pedí que esperara en
la recepción.
—¿Vienes?
—Me lo debes por todas las veces que he equilibrado candelabros para
Eric y tú.
—Soy Alfredo.
—¿De verdad? —dijo lanzándole una mirada enternecida. Aleia puso los
ojos en blanco y le sacó la lengua. Él le robó un beso. Yo me reí.
—Miren quién está aquí —dijo una voz detrás de nosotros. Giré a tiempo
para ver llegar a Dheliab y Goruen.
Desde el mensaje, la mayoría de los miembros del consejo del CEL había
visitado otros lugares. “Nuestra misión como anfitriones” había dicho Feried.
268
—Odio Rusia —dijo Goruen tirándose sobre el sofá—. No quiero volver
allí nunca más en mi vida.
—No te oí decir eso mientras apurabas esa botella de vodka —le dijo
Dheliab con una sonrisa maliciosa. Quise advertirle que tal vez debería cuidar
sus palabras frente al enamorado de Aleia pero su rostro se iluminó al verlo—
¡Alfredo!
—¿Ustedes se conocen?
—No seas malo con ella —dijo Dheliab— ha pasado por mucho estos días.
269
Me sorprendió que Alfredo no mostrara otra reacción que una risa
entretenida. Evidentemente sabía que no éramos humanos corrientes.
—Ojalá yo pudiera tener tanta resistencia —se lamentó Dheliab— por más
que lo consigo, me supera por mucho. Todo por ser hombre… ¡no es justo!
Era verdad. Goruen y Dheliab se habían conocido en una visita del CEL
20 al CEL 18 para ayudarles con algunos problemas. Debido a que tenían dones
similares, les tocó ser compañeros de misión. Lucharon y, en medio de la refriega,
Goruen fue herido de gravedad. Cualquier otra persona lo hubiera dejado oculto
para ir en busca de ayuda. Sin embargo, el barullo atrajo a la policía y se ordenó
a todos huir inmediatamente. Dheliab ni siquiera lo consideró. Cargó con Goruen
todo el camino de vuelta, sorteando daluths atraídos por la sangre que llevaban
de la lucha y gritándole para que se mantuviera vivo.
—Mi pequeña valiente —agregó él—. Le escribí por meses después de que
hiciera eso por mí.
—¡No tenía ni idea! —se defendió él— ella estuvo haciendo esa cosa con
su cabello todo el rato…
270
—No empiecen de nuevo —rogó Aleia trayéndome de vuelta a la
realidad— en cualquier momento los estaré oyendo hablar sobre lo genial que
Dheliab se lleva con tu tía o que si no fuera porque sabes que es tuya no podrías
concentrarte de lo hermosa que se ve cuando lucha.
A pesar que Aleia rara vez decía algo sobre él, compuso una expresión
avergonzada.
—Ya decía yo que era imposible que no hablaras de mí con tus amigos —
dijo Alfredo.
Alfredo nos dirigió a todos una mirada de “¿por qué ella es así todo el
tiempo?”.
—¿Qué…? —no pude terminar. Detrás de él, entró Dariel, casi con la
misma pinta.
271
Aleia tomó de la mano a Alfredo, murmuró un “nos vemos luego” y lo jaló
fuera.
—¡Te dije que lo dejaras en paz! El mensaje decía que no atacarían a menos
que fuera en defensa —gritó Eric.
—No te atrevas…
—Entonces dime cómo es que he terminado con este corte —Dariel señaló
frenéticamente su abdomen, donde una larga herida empezaba a cerrar por la
acción de una runa de curación.
—Necesitamos la información.
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—Tú también —volteó a verme. Retrocedí inconscientemente ante sus ojos
inyectados en sangre— ¿Quieres saber que hizo, Liz? Se negó a ayudarme con un
daluth al que iba a interrogar sobre Alba.
—Liz, no…
—Dariel, los daluth han repetido que no atacarán a nadie hasta el dichoso
gran día, ¿por qué meternos con ellos?
—¿Tú lo apoyas?
273
Por mi parte, el nudo en mi garganta no impidió que corriera hacia Eric y
lo abrazara con fuerza. Las lágrimas empezaban a asomar a mis ojos y era difícil
controlarlas. Eric me rodeó la cintura, y mi camiseta se llenó de sangre. Podía
olerla, mezclada con el sudor, y por alguna razón sentí asco. Parpadeé. La
irritación en mi pecho no tenía nada que ver con la limpieza, era algo más, una
sensación de vacío inexplicable. ¿Habrían matado a aquel daluth? El inesperado
pensamiento me confundió aún más. ¿Por qué me preocupaba por semejante
cosa?
¿Cómo podía ser tan perfecto y preocuparse por mí cuando era él quien
acababa de pasar un duro momento?
—Lo siento…
Lo siguiente que supe fue que me besó con tanta ternura que tuve ganas
de llorar nuevamente.
Si tan solo pudiera volver un minuto a ese tiempo donde las cosas eran
más tranquilas…
274
Nostalgia
—No.
—Pero…
—No es justo. Siempre hubo daluths allí fuera y yo era libre de salir.
—No le voy a hacer eso a Marie. Le prometí una salida de chicas y eso es
lo que va a ser.
Había llamado a mi antigua mejor amiga del colegio y ella había aceptado
tomarse una tarde libre. No la veía hace casi un año y me sentía ansiosa. Antes,
pasaría a ver a mi madre y descansaría en mi vieja cama. Lo necesitaba. Pero Eric
se negaba a dejarme salir desprotegida.
—No. Saldré con ella. Fin. Si quieres algo que hacer, intenta colarte en la
reunión del Consejo.
Eric movió la cabeza. Esa mañana El Consejo se había reunido para debatir
en la cafetería.
275
—Primero, como maestro te mueres de hambre, Eric. Hasta ahora no me
enseñas a desaparecer y quiero hacerlo pronto —le dije, evitando que me
arrinconara. Dimos vueltas como si estuviéramos en un duelo del viejo oeste—.
Segundo, no puedes darme órdenes.
—No me pidas que me quede aquí mientras sales por allí sin protección.
Con sus palabras, me asaltó la culpa por exponer a Marie. Sin embargo, en
lo más hondo de mí quería disfrutar de paz por unos minutos. Me moría por
recordar lo que era ser una chica normal.
276
—Nunca dije que jugaría limpio —murmuró mientras descendía por mi
mandíbula— y es una suerte que ningún recién llegado quiera compartir
habitación conmigo.
Eric intentó callarme con un beso aunque los dos nos estábamos riendo.
Lo dejé seguir un rato hasta que vi la hora.
—Eric…
———
Me senté con las piernas cruzadas, paseando mi mirada por las runas
frente a mí. El libro se sentía extraño en mis manos, como una máquina que
pudiera encenderse en cualquier momento a pesar que no era muy viejo. Andrew
me explicó que muchos de los hechiceros no se separaban de sus libros y lograron
traerse varios a la tierra, pero que la mayoría tuvieron que ser re—escritos por
ellos.
277
Sin embargo, no me atreví a pedirle a ayuda a Eric. De alguna forma, era
un secreto que quería conservar para mí. Él podía ser tierno algunas veces, pero
debajo vivía el chico que me atrajo casi desde que lo conocí: reservado y
guardándose sus opiniones para sí mismo. Alba no era precisamente nuestro
tema favorito después de que peleara con Dariel. Estuvo callado todo el
desayuno y solo se relajó a media mañana al enterarse que lo habían enviado a
Londres.
“Desde que la marca del Supremo fue grabada en el dorso de las manos,
es allí donde la magia tiene mayor fuerza de concentración, y la precisión dada
por las yemas de los dedos, es ideal para las runas mentales. No se debe jugar
con la mente y el dibujo de runas en un ser humano solo debe ser llevado a cabo
por aquellos maestros que comprendan la teoría sobre la canalización de la magia
y la producción de la luz de las runas.”
No, eso no era lo que necesitaba. Para clases de historia, ya tenía con todo
lo que había escuchado durante el tiempo que llevaba en el CEL.
278
Pasé las hojas hasta que se empezaba a explicar los dibujos. El primero que
me había llamado la atención era una runa que coincidía con la que yo tenía en
la forma del marco curvado.
—¿Liz?
279
—Será mejor que salgamos a la sala, entonces —dije poniéndome de pie
apresuradamente.
—Pasaba lo mismo con mis padres —dijo ella con la mirada perdida—
recuerdo que a mi padre le gustaba quedarse en la biblioteca de la casa. Era un
lugar espantoso, oscuro y casi sin ventanas. Ni siquiera había luz suficiente para
leer. Mamá odiaba eso.
—No pienses en eso —dije pasándole un brazo por los hombros para
confortarla. Sacudió la cabeza y me sonrió.
Debía tener cuidado con cada palabra, o los dolores de cabeza volverían.
—Ohh, es una gran chica. Supe que está estudiando medicina o algo
parecido. Era muy inteligente desde el colegio.
280
—Sí, le va bien en medicina.
—Es bueno que no olvides a tus antiguas compañeras ahora que andas en
portadas. Las verdaderas amigas son las que se mantienen con el tiempo.
—Lo sé, mamá —le aseguré con una sonrisa—. Marie es de las mejores.
———
—Justo al lado de esta horrible planta decorativa —giró hacia todas partes
antes de localizarme. Su rostro se iluminó y cortó. Esta vez, Marie parecía salida
de alguna película de los cincuenta.
—¡Liz! —corrió hacia mí a través del food court y me abrazó con fuerza
mientras los aretes que llevaba tintineaban—. Dioses, te he extrañado mucho.
—Sí, yo también —logré decir. Me aparté con cuidado, con temor de que
hubiera sentido la daga que ocultaba en la parte baja de mi espalda—. Qué bonita.
—Gracias —dijo ella con una sonrisa que hizo que se le formaran arrugas
alrededor de los ojos.
Ella negó con la cabeza tan fuerte que sus tirabuzones rebotaron contra sus
hombros.
281
—¿Qué pasa con él?
—No sé, solía ser más… alborotado. Eras como Lily Cole en la portada de
Vogue. Rizos por doquier. ¿Sabes? Incluso te pareces un poco a ella.
—Tú no eres la mejor para decir eso —señaló con una risita.
—Definitivamente.
—No sé, ¿esa donde todo es rosa y te regalan peluches de ponys en cada
clase?
282
Marie desvió la vista, intentando cambiar de tema. Sabía que el dinero de
mi madre difícilmente podría ayudarme para una universidad, si quitábamos el
hecho de que yo no parecía interesada en ninguna carrera.
—Sí, además que la sangre te daba un miedo terrible. Recuerdo esa clase
cuando…
—…y entonces dijo que el profesor debía haberlo explicado antes. Menuda
chorrada ¿no crees?
—Totalmente.
Marie soltó una risita y miró alrededor, buscando algo que decir.
—Eh, vamos —dije poniéndome de pie y tomándola del brazo para salir—
las dos necesitamos una película.
—¿Una comedia romántica? —pidió ella—. Por favor, por favor, por favor.
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—Hoy nos tomamos un descanso para ver a Jennifer Aniston —dije
metiendo mi mano en mis bolsillos y sacando las entradas—. Mientras te
esperaba he visto que tiene una película en unos… mierda, ¡quince minutos!
—Ya lo sé.
Me volví a ver qué había pasado. Al parecer había chocado con un niño
pequeño, pero Marie siempre era tan amable como para detenerse a disculparse
con la madre. Sin embargo, en cuanto la otra persona que iba con ellos se acercó,
se me escapó un jadeo.
—¡Liz!
—Qué milagro verte por aquí —masculló con rapidez—. Ven, Hans,
quiero que la conozcas.
El niño con el que Marie había tropezado se acercó. Había olvidado que
Andrew tenía un hermano. Unos gigantescos ojos azules se clavaron en mí con
curiosidad y no pude evitar que una sonrisa jalara las comisuras de mis labios. El
hermano de Andrew era el niño más lindo que jamás había visto. O estaba muy
cerca. Tenía unos rizos pelirrojos que no parecían de este planeta (si consideraba
su sangre lidhanita probablemente estaba en lo cierto), y hoyuelos que se
marcaban graciosamente cuando sonreía.
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—Hola —dijo con una voz infantil que hizo que Marie soltara un suspiro
enternecido a mi lado— mucho gusto.
Podría ver sonreír a este niño por horas. Sé que sueno como una acosadora
pero es que ¡en serio era lindo!
—Es el niño más lindo que he conocido —dijo Marie a nadie en particular,
haciéndose eco de mis pensamientos.
—Si te vas a pasar alejando a las chicas de él, nunca acabarás —bromeó
Marie—. Ay, disculpe —añadió abriendo mucho los ojos al darse cuenta que su
madre seguía allí.
—Ha sido un gusto pero tenemos entradas para una película y las
perderemos si nos demoramos otro minuto. ¿Liz?
285
—Es un niño que parece salido de un comercial ¿no?
—¿Es que te has vuelto ciega? Se parecen muchísimo, seguro que era igual
de lindo cuando era niño.
286
—¿Vamos por un último helado? —sugirió con una sonrisa compasiva.
Casi me eché a llorar. Era demasiado bonito para durar pero eso solo
conseguía que lo apreciara más. La hora de despedirnos llegó demasiado pronto.
—Te voy a extrañar —suspiró ella— tía, nunca te dejas ver estos días.
—Ajá.
—Liz…
—¿Sí?
Fue difícil decir eso sin poner una cara rara pero Marie soltó una carcajada.
—No, Liz, odio perder a mis amigos —dijo ella muy seria—. Y creo que
eres una de las pocas que realmente escucha lo que digo y se divierte.
Sonrió tiernamente.
287
—Ni se me pasa por la cabeza.
—Te adoro.
—Eso es bueno.
———
Ni siquiera tuve que entrar para ver a Eric. Me había estado esperando en
la recepción del CEL y corrió hacia mí en cuanto doblé hacia el callejón que
llevaba al edificio.
—Dioses, por fin —susurró dándome un beso en la frente —me has tenido
preocupado.
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—¿Cómo hemos llegado aquí? ¡Estábamos fuera del CEL!
Lo corté con un beso y sonrió. Sostuvo mi rostro entre sus palmas y buscó
en mis ojos.
Era extraño pero la pregunta en boca de Eric, sonaba casi igual que Marie.
Comprendí lo mucho que ambos se preocupaban por mí.
Poco a poco nuestros juegos tontos se convirtieron en besos cada vez más
largos. En algún momento, sus manos me liberaron del saco y me empujaron
contra él. Sus labios recorrieron mi espalda creando un camino de besos de un
hombro a otro y mis dedos se enredaron en su cabello con tanta fuerza que me
sorprendió que no se quejara. Mis manos bajaron por su abdomen y juguetearon
con el borde de su camiseta. Eric solo sonrió en mis labios y se separó un poco
para pasársela por la cabeza.
Sin embargo, había algo diferente esta vez. La noche había llegado en
algún momento y me pregunté por qué era capaz de fijarme en eso mientras Eric
depositaba un beso en el hueco de mi garganta. Un frío glacial empezaba a
289
helarme las venas. ¿cómo era posible que también sintiera fuego líquido
corriendo a través de ellas? No entendía por qué pasaba eso: nunca oí que alguien
describiera así la pasión y, a pesar de todo, era la forma en que me sentía cerca
de Eric.
Y entonces lo entendí. El día que nos esperaba podía ser el último. Ya estaba
acostumbrada a las sensaciones encontradas cuando estaba con Eric, pero no de
esta manera. Sentir su miedo no era habitual.
—Escúchame.
Suspiró y empezó a jugar con sus dedos. ¿Por qué siempre temía que me
molestara con él? Era tan adorable y exasperante a la vez que quise reírme.
290
—Porque te conozco bien, tonto —le di un beso rápido antes de
continuar— quiero seguir, pero no si lo estamos haciendo pensando en que no
pasaremos otro día juntos. Quiero que me prometas que vas a vivir, por mí.
—Lucharé para no morir, y lucharé porque tú sigas con vida si tengo que
elegir entre ambas.
Suspiré, frustrada.
—No servirá de nada. Si me quedan energías, voy a luchar por ti, así que
vete olvidando de eso.
Se acercó de nuevo.
—Yo también —dijo él con ese tono que no admitía réplicas debido a la
sinceridad que dejaba traslucir.
Nos quedamos en silencio un buen rato, cada uno sumido en sus propios
pensamientos.
—Lo que tú quieras —musitó él—. Tienes razón, es solo un día más.
Seguirás a mi lado y no me importa otra cosa.
Eric rió, pero no solo divertido, sino también con un toque malicioso.
291
Nos besamos hasta que la noche se coló por cada rincón, hasta que
olvidamos dónde estábamos y qué pasaba a nuestro alrededor. Nos besamos
como si el mundo se fuera a acabar pronto, pero también teniendo en cuenta que
existía esperanza. Tal vez en el fondo lo creíamos realmente.
292
Secretos
—¿Orlenka?
—Pero nosotros tenemos las chicas más bonitas —dijo una voz juguetona
detrás. Andrew acababa de llegar.
—Hola.
Nos giramos a tiempo para ver a una figura bajita sonreírnos. A su lado,
una chica alta de cabello negro nos miraba ceñuda.
Ambas se rieron.
—Por allá está al que buscas —le señaló Galexa antes de irse.
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La morena no se movió y alzó la barbilla en actitud desafiante. Probé ser
amable.
La chica tenía una expresión que me dijo claramente que sabía de qué le
hablaba pero se encogió de hombros con indiferencia. Orlenka volvió y, para mi
tranquilidad, la otra se alejó. Ella hizo un gesto desdeñoso a su espalda.
294
—Lo siento —dijo sacudiendo la cabeza y observándome con los ojos
vidriosos— esto de que haya tantos daluth en la ciudad es una porquería. He
sentido por un momento…
—En realidad…
—Hey, Eric.
Mi corazón empezó a latir más agitadamente que antes y sentí que las
mejillas me enrojecían. Solo cuando me tomó de la mano, descubrí que las tenía
apretadas en puños, esforzándome por… ¿por qué estaba haciendo eso? Sin
embargo, el lío ocasionado en la cabeza se volvió insignificante cuando Eric
depositó un breve beso en el hueco de mi sien.
—Lo he visto entrenando hace rato, llevaba estiletes tan delgados que
pasaría por costurero —respondió Ethan riéndose. Ambos se fueron, empezando
una nueva conversación.
295
—Ya eres demasiado perfecto, y yo tengo el sueño más ligero del mundo
—se me cerró la garganta antes de seguir— mi madre decía que los hijos tratan
de diferenciarse de sus padres y como ella tiene el sueño pesado… yo me
despierto hasta con el vuelo de una mosca.
—¿Y cómo logras dormir aquí? Hay menos ruido en el metro en hora
punta.
Me encogí de hombros.
—No has hablado con Andrew —le dije a Eric en voz baja, sin desasirme
de su abrazo.
—No, él es quien…
—Eso intento.
—Tú lo quieres.
Eric cerró los ojos, dándose cuenta de lo que acababa de hacer. Apreté
levemente su mano.
—¿Por favor?
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Ambos se acercaron, dudando. Se miraron un largo rato.
—No —dijo Eric con una sonrisa cansada— y lo siento mucho, Andrew.
No quiero repetir ninguna historia pasada. Seamos amigos todavía, somos
hermanos ¿no?
————
—Pues…
—Los jóvenes vienen a luchar pero no es igual con los daluth. Incluso los
niños están aquí, los he visto.
—Si tengo que aguantar otra chica que venga a ponerte ojos de cordero
degollado…
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—Que se enteren —dijo intentando hacerme cosquillas y recuperando la
sonrisa— nadie me va a separar de ti. Y la verdad es que nunca me había librado
tan rápido de todas ellas. Eres ruda.
—Dime la verdad, ¿les has pagado a todas esas chicas para que vengan
aquí?
Eric tosió para disimular su risa. Para mí, que lo había conocido serio y
misterioso, perdido en sus pensamientos, hacerlo reír tan seguido conseguía que
mi corazón saltara. De repente, se congeló.
Antes de que pudiera girarme, una voz se alzó desde el otro lado del
comedor:
Alguien más rió y murmuró “Yo le haría caso” en inglés. Tragué saliva y
no levanté la cabeza hasta que Eric cubrió mi mano con la suya y me levantó la
barbilla para poder mirarme a los ojos. Su sonrisa hizo que casi se me olvidara
que su madre aún estaba viniendo en nuestra dirección.
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—Mamá, ella es Liz —me tomó de la cintura y pude sentir sus dedos
jugando nerviosamente con el borde de la tela. Quise darle un beso corto y decirle
que se calmara. ¡¿Por qué la gente nos estaba mirando?! Eric se tensó—. Mi novia.
—Eh, Brad, ven aquí —su madre volteó hacia todos lados intentando
ubicar a alguien. Cuando lo descubrió, hizo señas un hombre de casi dos
metros—. Eric tiene novia.
—Mucho gusto.
Brad era un tipo casi en los cincuenta pero tenía un aire atemporal que
daba miedo. La madre de Eric no parecía ni un poquito intimidada. Devolvió su
atención hacia mí al instante. Rebosaba ansiedad. Me recordó lo que acababa de
decirle a Eric: que los hijos solían ser lo contrario de sus padres. Su madre era la
confirmación a mi teoría. Donde Eric era reservado y discreto, ella tenía toda la
pinta de querer interrogar hasta el mínimo detalle de mi vida. Donde los ojos de
Eric se cubrían de un velo insondable, los de su madre gritaban sus
pensamientos, haciéndola muy fácil de leer.
—No te he visto antes por aquí —abarcó el CEL con una mirada— ¿de
dónde eres?
299
Eric negó levemente con la cabeza pero todos lo notamos. Su madre asintió
de forma comprensiva. ¿Es que iban sincronizados?
———
—Tengamos fe.
—Si hay un dios, debe saber que quieres creer. Con todo lo que pasa en tu
vida, le bastará.
—¿Y si no?
—No puedes saber qué encontraremos, Liz, pero te prometo que estaré a
tu lado, apoyándote —me pasó las correas de un arnés por los hombros—. Ten
cuidado pequeña, no quiero perderte.
—Eso espero —respondió Eric con un suspiro—, y sin importar qué pase,
debes ser fuerte Liz. Y debes estar preparada para lo que sea.
300
Asentí lentamente.
—No, pequeña —me dijo girándose hacia mí— no es hora de llorar. Por
favor, ¿no tienes una sonrisa para mí?
—Yo llevo luchando más tiempo. Tú aún te encoges cuando ves sufrir a
un daluth.
—¿Lista?
Nos besamos con un ansia febril. Algo corto pero con suficiente pasión
como para prenderle fuego a la habitación… o al CEL entero.
—Lista.
———
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de ventanas rotas y mugrientas. Los daluth ya se encontraban allí. Era como una
pesadilla. Estaban por todos lados, entre las sombras, deslizándose por cada
recodo, con los ojos brillando en la penumbra. Cientos. Miles. Y todos nos
miraban. Apreté la mano de Eric. Él me devolvió el apretón en respuesta y me
sentí más tranquila.
—Creo que estamos iguales en número —comentó Aleia en voz justa para
que la escucháramos los que estábamos cerca.
—No —replicaron Orlenka y Ethan a una sola voz, con los ojos perdidos—
hay muchos más de ellos —sus manos se alzaron y dibujaron la misma
coreografía—, Por allá, allá, allá y… allá.
—¿Qué? —la voz de Aleia expresaba el pánico que nos envolvió a todos.
—Pero… ¡ay!
Aleia acababa de chocar contra la persona que iba delante de ella. Todos
se habían detenido. El aire empezaba a ponerse pesado. Me puse de puntillas
para observar qué pasaba al frente de todo.
—Feried se ha topado con cinco jefes daluth —me dijo Eric al ver qué
pretendía.
302
—Somos demasiados, podríamos destruir la ciudad —agregó otra voz,
esta vez femenina.
—Estamos aquí para luchar —la voz de Feried hizo que recuperara la
concentración—. Pero no entendemos por qué nos citaron…a todos.
Alguien en las filas se movió y pude tener una mejor vista a la parte
frontal.
—Nos retrasamos —dijo uno de ellos. Su cara estaba atravesada por cinco
runas formando un grabado de una belleza espeluznante.
—Eso es. Aunque no podemos decir que no las hayamos recibo con gusto
—rió el acompañante del tipo del grabado.
303
—Ha sido un gusto luchar —dijo el que estaba en medio de los cinco, a
todas luces el más poderoso— pero ojalá no tenga que volver a verlos.
—¿Se van? —inquirió la única mujer entre los directores de los CEL— ¿A
dónde?
—Nuestros ojos por fin verán Lidhan —gritó él, más como un llamado a
la batalla que como respuesta. Los daluth empezaron a moverse. Las manos de
todos los lidhanitas empuñaban un arma al segundo siguiente. Yo tenía una runa
muy fija en mi cabeza.
Alguien me tomó del brazo y jaló con fuerza. Eric me arrastró hacia una
columna que nos protegía momentáneamente de la lucha. Desde allí, se aseguró
que tuviera runas listas y salimos.
Mi primer oponente fue un daluth casi de mi edad, que lanzó runas hacia
mí con tanta rapidez que tuve dificultad para que el filo de mis dagas cortara los
haces de luz antes de chocar contra mi escudo. Sin embargo, no llegamos a
terminar la pelea porque un ruido llamó la atención de todos. La cantidad de
runas que volaban de un lado para otro había conseguido hacer caer la mitad de
una escalera que llevaba a un atrio medio oculto, elevado sobre el resto de la
habitación. Muchos daluth saltaron al nuevo espacio que se había revelado, y los
hechiceros lidhanitas, con runas de agilidad brillando en los tobillos, fuimos tras
ellos.
304
mostraban difusas ante la falta de seguridad. Pero un lidhanita siempre
necesitaba elegir una runa o esta no llegaba a aparecer. En las manos del chico las
runas brillaban con fuerza, pero cambiaban tan rápidamente que era difícil saber
cuál pensaba usar. Nunca había visto algo así. En realidad sí lo había hecho…
Justo lo que pasaba por mi cabeza, quise responder. Pero mis ojos,
inconscientemente, fueron a sus manos. Algo más captó mi atención.
Me falló la voz.
—¿Qué?
—¿Ves las runas sobre ellos? —Eric escaneó el lugar en busca de un daluth
con el que pudiera luchar—. Significan protección y poder. Se usan para
distinguir a los más fuertes. Son objetos propios de Lidhan.
305
—¿Puedes ponerle una runa a esto? Acabo de ver un buen blanco —me
urgió.
Asintió cuando acabé y corrió. Lo seguí con la mirada unos segundos, con
la intención de desviarla para continuar luchando, pero al ver su objetivo no fui
capaz de nada más.
306
La batalla
Mis labios se movieron silenciosamente, pronunciando su nombre, el
horror calando en lo más hondo de mí. No cabía la escena que había planeado,
en la que encontraba a Alba y juraba que mataría a los que la secuestraron. Mucho
menos aquella en la que Alba, rescatada, nos ayudaba en batalla. Y había algo
más. Ni siquiera el cuerpo de Ethan cayendo a sus pies, sin que ella le dirigiera
una segunda mirada, fue tan esclarecedor como la actitud que tenía con el daluth.
Estando yo misma enamorada, era fácil de reconocer.
—El príncipe por fin ha llegado —le dijo uno a su compañero mientras
esbozaba una sonrisa. Los lidhanitas miraban a Alba, preguntándose quién era.
Otros, la reconocían y quedaban atónitos.
Justo cuando pensaba que sería mejor salir de allí y volver al primer piso,
vi a un hechicero tirarle al príncipe una runa que lo lanzó a través de la
habitación. Estuvo a punto de caer sobre la pared pero dio una vuelta en el aire
y una fuerza extraña salió impelida de sus manos. La pared se destruyó con una
fuerte explosión y desde mi posición pude verlo aterrizar del otro lado. Los gritos
de reconocimiento del primer piso se alzaron sobre el ruido de los ladrillos
cayendo. No teníamos tiempo. Todos los magos fueron tras él.
307
Finalmente, como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, solo Alba y yo
quedamos allí. Al parecer, pensaron que ella seguiría al príncipe. Esto era justo
lo que necesitaba. Esperaba que nadie más apareciera.
—Oh Liz —dijo ella con voz cansada— no sabes lo que es esto.
—Una guerra, sí. Pero no tienes ni idea. ¿Qué te han dicho? ¿Qué va de
daluths contra lidhanitas?
—¿Ah sí?
308
—No hay buenos ni malos, Liz, se matan unos a otros… como ya has de
haber notado.
—Nadie me ha dicho que fuera una guerra entre buenos y malos —dije
segura.
—Esto es complicado. ¿Te das cuenta que hay gente muriendo abajo, no?
—No tienes idea de por qué ¿verdad? —su risa fue escalofriante—. ¿Sabes
por qué eres así, Liz?¿Quieres que te cuente un pequeño secreto?
—Lo sabes muy bien. Vamos, pregunta —me provocó— ¿no has muerto
de curiosidad mientras a ellos no les importaba?
309
—Dímelo.
—Oh, claro —dijo ella riendo— se me olvida que estamos en medio de una
guerra. ¿Qué hicieron los lidhanitas? ¿decirte que lo habían intentado todo y no
descubrieron nada? ¿Qué casi por simple casualidad vinimos a parar a donde
pertenecemos?
—¿Y qué ha hecho ese daluth? ¿responder tus preguntas con mentiras?
—¿El abuelo?
—Sí, Liz, el abuelo al que nunca conocimos —di un respingo. No podía ser
verdad—. Buscamos datos sobre todos en la familia, y la información era normal.
Nacieron en hospitales normales y tuvieron vidas comunes. Los padres de papá
también eran simples humanos y el padre de mamá… el abuelo fue lo
suficientemente listo para sembrar una partida de nacimiento falsa. Se consiguió
una identidad. Estaba tan segura de que era papá el punto clave, que no
investigué más allá. Le grité a Eric por eso —me congelé ante el eco de las
palabras dichas por él hace tanto tiempo: “Alba… ella no estuvo satisfecha conmigo
diciéndole que tu padre era normal“—. Siget no se dejó engañar.
310
La runa que aún bailaba en la palma de mi mano cosquilleó, como si
quisiera darme la respuesta.
—No es tan difícil —continuó Alba— runas mixtas ¿sabes lo que son?
¿Quieres saber qué clase de abuelo teníamos?
Alzó la mano y una runa elemental brilló allí. Una runa que solo había
visto antes en…
—¿Cómo lo sabes?
—Pero mamá… nunca hizo magia, ella nos hubiera dicho algo o…
—Mamá no heredó los poderes —dijo Alba con desprecio— por eso los
conservó potencialmente para nosotras. Además, nadie la ha iniciado.
311
Descendemos de daluths y nos han educado con runas de la luz. ¿Te das cuenta
de la ironía? Por eso nada me salía bien, por eso no podía “acostumbrarme a
recordar runas”, ni podía convocarlas con tanta rapidez, por eso Eric se burlaría
de ti, es la razón por la que a veces aparecerían en tus palmas runas que no
conocieras —en algún momento su historia se había transformado en la mía—.
Si supieras lo rápido que he avanzado aprendiendo aquí. Y ahí tienes tu respuesta
Liz, y además algunos misterios resueltos. Las quejas de mamá por nuestro gusto
por los lugares cerrados, el color negro, los ambientes ligeramente asfixiantes.
¿Te suena de algo?
Se me erizaron los vellos de los brazos. “Debe ser el lado lidhanita. ¿No sientes
como si quisieras iluminar todo el lugar hasta que te ciegue la vista?” “No”
—Pero…
—Pero… pero yo he oído que hay hijos de daluths con humanas —eran
pocos, pero existían. Aunque según sabía los daluths no los consideraban
aceptables y aprovechaban cualquier oportunidad para librarse de ellos— y no
son…
—Nuestro caso es único —susurró con voz hipnotizadora— por ser nietas
de un daluth de alto rango, su sangre lucha contra nuestro lado humano. A estas
alturas yo tengo suficiente sangre daluth para ser uno de ellos, tú todavía tienes
mucho de humana para eso. Aunque de todos modos, hemos sido entrenadas en
runas lidhanitas. Somos especiales.
—¿Y qué más da? —repitió ella, dejando de jugar y cerrando sus dedos de
forma amenazadora sobre el mango de su cuchillo—. ¿Es que no te importa?
312
—No cambia nada —mientras seguía hablando, me daba cuenta de que en
realidad lo creía—; sigo perteneciendo al CEL. Lugar de reunión y apoyo —le
recordé.
—¿Qué tiene Siget que Dariel no te pueda dar? —dije con desasosiego.
—¿Tan poco te basta con ser especial por ti misma, sin poderes?
—Dariel hubiera hecho lo que sea por ti —le increpé de forma casi
desesperada.
—Pero Alba…
—No sigas. ¿Por qué siempre tienes que enamorarte del chico bueno? Ya
deberías saber que no hay príncipes azules.
—No creas que no lo he visto hace un rato, Liz —su voz bajó de tono y casi
se perdió entre el ruido de lucha que continuaba de fondo. La pared destruida
constituía una barrera poderosa, pero no total—. Eric no es precisamente la
alegría personificada ¿sabes?
—Yo lo amo.
313
—¿Ves? En eso somos diferentes —alzó el labio en una mueca de
desprecio— nunca me agradó. Lo sabes ¿no?
—Sí.
—Yo…
Solté un jadeo.
—Tú me salvaste.
—Yo no…
—Yo no soy… ¡puedo oler a los daluth, de la misma forma que los
lidhanitas!
—Los daluths pueden reconocerse entre ellos también —me explicó sin
darle importancia a mi nuevo argumento—. Te han enseñado a catalogarlo como
malo y peligroso, pero es solo eso. Nunca te ha escocido su olor, y si te
acostumbras a él, ni lo notarás.
—Eso lo creo. Siempre has sido testaruda —opinó ella—. Dime, ¿cómo
pudiste vencerlo?
—¿Vencerlo?
—El miedo, Liz. Tu lado daluth rechaza a Eric por ser lidhanita. Cuando
te dijo que te quería… ¿cómo fuiste capaz de sucumbir?
314
Solo fue necesario un destello de aquel momento en que Eric dijo que
estaba enamorado de mí. El miedo que me invadió. Incluso la noche anterior, que
mi cuerpo se congelaba al sentirme desprotegida, aunque lo hiciera
voluntariamente. Dioses, qué estúpida había sido. Tantas señales y nunca podía
verlo claramente. El miedo volvió a infiltrarse en mis venas y Alba cabeceó,
recreándose ante mi consternación.
—Sí.
315
es diferente. Si regresas, ve a la sección de sincretismo. Tal vez no soportes estar
allí por el poder de las runas, pero créeme, en nuestro caso, no hay nada mejor.
Es conseguir un equilibrio, Liz. Tú y yo no somos magia de la luz, pero nos
marcaron con ella y ya es parte de nosotras. Reprimir ese lado no nos hace bien.
—Ya veo que te han lavado bien el cerebro —dijo— ahora eres toda una
vengadora del bien. Ha sido bastante charla.
Corrí hacia ella y convoqué las runas. Sentí la familiar quemazón en las
palmas de mis manos. Salté para alzarme sobre las cuerdas y lanzar las runas
desde lo alto pero fue un grave error. Ambas se elevaron y se enroscaron en mis
tobillos, haciéndome caer. Mis rodillas rasparon el suelo. Intenté ponerme de pie
pero empezaron a atarme las piernas. Perfecto.
Alba se colocó a horcajadas sobre mí y con una sonrisa fugaz, sus dedos se
colocaron sobre la piel desnuda de mi abdomen. Sentí una fuerte quemazón en
el lugar donde me rozó antes de que ella se pusiera de pie y se alejara.
316
—Disculpa si no hay ceremonia pero… necesitabas una runa de iniciación
daluth.
Nos separamos para tomar aliento y agudicé el oído. Del piso de abajo se
oían ruidos de batalla atronadores.
—Ya es tarde. Siempre has sido tan débil, nunca te gustó ver pelear a la
gente. Creo que alguien heredó más de humana que de daluth… pero solo tienes
que aprender. Aún estás a tiempo, Liz —me respondió mientras yo me devanaba
los sesos intentando buscar una forma de ganar sin hacerle daño— a estas alturas
los daluths deben haber acabado con…
—¡Siget!
Perdí de vista a Alba para lanzarle una runa a un daluth que estaba
mordiendo a una joven que no reconocí. El daluth cayó a sus pies y pude ver la
gran marca negra que su mordida le había dejado en el brazo. La chica tuvo el
tiempo justo para sonreírme en agradecimiento antes que el daluth recuperara la
movilidad y se lanzara de nuevo a la pelea.
317
magos lidhanitas. Los daluths intentaban echar abajo a los magos pero aún así,
daba la impresión de que eran todos contra Alba, que con un escudo de una
potencia sorprendente, resistía en el medio.
—No lo creí hasta que la vi —me dijo mirando a Alba con pena— lo está
defendiendo con todas sus fuerzas. No te culpo si no quieres ayudarnos.
—¡Liz!
Eric. Volteé en dirección a su voz. Estaba intentando acabar con los daluths
que atacaban a los magos. Chocó con mi escudo y retrocedió hasta que le dejé
ingresar. Me abrazó con una fuerza desconcertante.
Entendió al instante.
318
—Porque le ama —respondió Eric mirando en su dirección— luchará por
él o morirá en el intento. Ven conmigo, podemos ayudar a los otros magos.
—Liz, tienes que matar. No pienses en ellos como una cuestión moral,
piensa en que si tú no los matas, atacarán a alguien que quieres.
—Pero, pero…
Con las lágrimas corriendo por mis ojos, me concentré en los suyos y traté
de ser fuerte. Tal vez si supiera que yo misma era en parte daluth, no me lo habría
pedido. Sentí una sacudida al pensar en eso y me juré a mí misma que no se lo
diría: Eric odiaba a los daluth.
Junto a Eric, mis manos produjeron runas mortales que nunca había usado
fuera de clases. Cada daluth que maté, fue asesinado por el pedazo de mí que
quería a toda costa pertenecer a los lidhanitas.
Corrí para lograr recuperarme antes de atacar. Choqué con diez diferentes
personas y terminé de vuelta en el centro, justo detrás de la directora del CEL 4,
que dibujaba runas en el aire a una celeridad alarmante. Pero Siget acababa de
levantarse. Con un solo movimiento, el escudo se expandió y tiró de espaldas a
quienes se encontraban muy cerca. Incluso yo retrocedí ante la estática. El
príncipe alzó las manos al cielo, con los brazaletes que rodeaban sus muñecas
brillando. En un solo y fluido movimiento, los daluth empezaron a moverse en
dirección al escudo. Líneas negras aparecían en su piel, deslizándose por ella
hasta cubrir cada centímetro disponible. El bullicio fue disminuyendo, sustituido
319
por un pitido que resonaba en los oídos de todos. Y, cuando el príncipe bajó las
manos, las runas se activaron.
Los daluth emitían un brillo tan cegador que era imposible ver más allá.
Pero, de alguna extraña manera, yo podía. Me pregunté por qué y obtuve la
respuesta al buscarla en los ojos de Alba, fijos en mi cintura. Casi pude sentir la
runa que ella había dibujado, quemándome. Solo los daluth podíamos ver a
través de la luz de nuestras propias runas. Pensar en mí como daluth me dio
arcadas pero algo me sostuvo en pie: el extraño fenómeno desarrollándose a
nuestro alrededor.
No supe cómo mis piernas tomaron fuerzas, pero corrí hacia mi hermana.
La barrera que había detenido a todos no me rechazó. En la cúpula transparente
en la que ahora me encontraba, el sonido se amortiguó.
—¿No te has dado cuenta aún? —su voz era hueca—. No tenemos más
remedio que hacerlo.
—Me voy —repuso ella con decisión—. Siget y yo abriremos más el portal
del otro lado para que todos puedan cruzar.
320
Como si quisiera reforzar sus palabras, el agujero oscuro en el suelo se
ensanchó. Di un salto hacia atrás.
—¿Qué?
—Pero…
—No eres lidhanita, tonta. Por mucho que intentes actuar como ellos, no
eres igual. Perteneces a Lidhan, pero no a los chicos buenos. Acéptalo… o todo
será más difícil.
—Alba…
—Adiós.
—Y yo a ti.
—Alba…
La batalla se reinició.
321
Yo misma tuve que empuñar una daga, intentando evitar perderla de
vista. En un momento, Eric llegó a mi lado. Me estrechó en sus brazos con tanta
fuerza que quise fundirme con él y huir de allí también.
Los daluth empezaron a formar una barrera para que Alba tuviera espacio
y nos alejaron. Mi hermana sudaba aún más y daba pasos vacilantes. Una runa
logró abrirse paso en la barrera y los ojos de Alba se clavaron en ella. La iba a
golpear. Antes de poder detenerme, una runa había surgido en mis manos y voló
a defenderla. Alba me sonrió agradecida, pero la runa había conseguido
desequilibrarla y sin previo aviso, desapareció en la oscuridad.
Con una mirada de confusión, los demás se lanzaron uno a uno hacia allí
y fueron repelidos de igual forma. Los pedazos de ladrillos volaban de un lado a
otro, pero nadie se preocupaba por ellos.
—¿Qué?
322
Eric me dirigió de vuelta hacia el segundo piso, desde donde la mayoría
de los lidhanitas saltaban fuera.
—Las puertas están repletas de los daluths más jóvenes, que salieron
cuando todo empezó a brillar —me explicó Eric.
—¿Siguen bien?
Antes de Eric pudiera responderme, ubiqué algo familiar. Quise ser capaz
de desaparecer.
Sobre los pasos y choques no podía oír nada, sin embargo, el grito de
Orlenka al ver el cuerpo de Ethan era como si pudiera traspasarme los tímpanos.
Tabile, a su lado, la jalaba en dirección contraria. Orlenka le chillaba en respuesta.
Eric me empujó hacia las ventanas con una expresión insondable.
Vivir. Vivir. Maldita sea, que funcione. ¿Y si vivir no es el tipo de cosa que
debo pensar? ¿Qué pienso? ¿Volar?
323
Corrí con ellos, con los gritos de furia de los daluth resonando en mis
oídos.
324
El regreso
—Calma, Liz, estoy aquí —la voz de Eric fue como un bálsamo. Me apreté
contra su pecho y me concentré en los latidos de su corazón contra mi mejilla.
Funcionó.
Sus labios buscaron los míos y, de repente, el mundo era un lugar mejor.
Mi cuerpo empezaba a calentarse de muchas formas…hasta que los
acontecimientos del día anterior me golpearon. Prolongué el beso tanto como
duró mi agonía, siendo consciente como nunca antes de las contradictorias
sensaciones que me ocasionaba el besar a Eric.
La luz del sol en mis ojos hizo que, finalmente, mis manos dejaran de
explorar las líneas de su abdomen.
—Creo que el sol tiene algo en contra mía —bromeé sin ganas.
325
Admiré los músculos de su espalda flexionarse mientras se desperezaba.
Era hermoso. Esa visión bastó para mantenerme alejada de cualquier
pensamiento que pudiera tambalear mi ya fatídico estado de ánimo.
—A la enfermería.
326
Quería preguntar por las bajas en otros CEL, pero finalmente llegamos a
la enfermería. Había tanta gente hablando al mismo tiempo que no parecía en
absoluto el lugar calmado donde yo recordaba haberme quedado.
—Se recuperará —nos aseguró él—. Camile logró colocarle las runas antes
de que el veneno…
Tragó saliva y sus dedos apretaron con más fuerza la mano de la madre
de Eric, cuyos rizos grises se extendían sobre la almohada. En la mirada de Brad
brillaba el fuego, como si solo viéndola así pudiera conseguir que despertara.
—Lo hará. Ella podrá —estuvo de acuerdo Eric tomando una silla de algún
sitio y poniéndola a su lado. Me invitó a sentarme pero decidí que era mejor
dejarlos solos.
—Gracias.
327
Miré a mi alrededor. La mayoría lucía feliz. Alguien faltaba en esa mesa
para que me sintiera tranquila. Busqué a Andrew con la mirada. No le había visto
desde que nos alistamos para la batalla.
—¿Quién es ella? —la pregunta salió de mi boca sin que pudiera evitarlo.
—¿Rescatado?
—¿Rescate?
—Si los daluths iban hacia allá… los lugares en los que operan estarían
vacíos. El Consejo asignó gente para que los revisara.
—Barcelona tiene pocos lugares así que fue difícil encontrar algo aquí —
Goruen tragó saliva— pero cuando llegamos….
—Megan fue secuestrada por daluths hace un año en una lucha en la que
ayudamos al CEL 6 —siguió Dheliab—. Creímos que había muerto. Nunca
pensamos que… —un sollozo la interrumpió.
328
—Creo que es hora de que lo sepas, Liz —esa frase no anticipaba nada
bueno—. Los daluths rara vez secuestran. De hecho, creíamos que era una
práctica extinta.
—Megan era probablemente la chica más bonita de todos los CEL y todos
lamentaron mucho su muerte. Nadie quiso creer que estaba secuestrada.
—¿Por qué? ¿Qué les hacen? —me arrepentí al instante de esa pregunta.
—De lo que he visto y ya sabía… los tratan como lo que son: prisioneros
de guerra. Los tienen en celdas oscuras y húmedas, apenas los alimentan… los
torturan de vez en cuando. Trabajan para ellos, como esclavos —dijo Goruen con
una expresión casi furiosa—. Yo encontré a Megan y apenas la reconocí, atada
con cadenas de hierro en una cueva horrible. Estaba desmayada y la única
comida en un plato cercano era un pan lleno de moho y agua turbia. Cuando la
cargué empezó a gritar, temblaba como una hoja.
—Jamás lo permitiría, amor —le dijo Goruen poniendo su brazo sobre sus
hombros y atrayéndola hacia él.
329
—No es solo eso —dijo Aleia, que había estado escuchando la
conversación en silencio—. Andrew fue la primera persona por la que Megan me
preguntó cuando estuvo despierta y se enteró que estaba en el CEL 20 —dudó un
segundo antes de continuar—. Creo que a Megan le gustaba…
—Su habilidad también era el arco e iban juntos a todos lados. Los chicos
siempre le preguntaban qué veía en nuestro loco —recordó con una sonrisa—
supongo que no eran capaces de asimilar fácilmente la derrota.
—No eres la única… creo que es lo que necesito justo ahora —dijo Galexa.
—Es de día y si no veo a Alfredo en los siguientes diez minutos, juro que
colapsaré.
330
Finalmente, terminé en una sala de entrenamiento con Galexa y Diana, su
amiga del CEL 11. Ambas tenían el don de la lucha cuerpo a cuerpo y fui relegada
al papel de espectadora. Por otro lado, había muchas cosas para enterarme.
—Bien, ¿sabes que Dariel está hecho polvo? No se cree lo del príncipe
daluth. Esta madrugada, Feried tuvo que dormirlo a la fuerza porque no dejaba
de gritar y lanzar cosas. Sigue noqueado.
—¿La chica con el daluth era tu hermana? —preguntó Diana con los ojos
abiertos.
—Ajá
—¿De verdad? —logré decir— por favor, cuéntame más sobre eso.
Lo que sea para dejar de pensar en lo miserables que se han hecho la vida de muchos
desde el día de ayer.
———
331
El plato me devolvía la mirada, desafiándome a vaciarlo. El sonido del
tenedor chocando contra la superficie de loza no era nada inspirador.
Sentí mis mejillas arder ante el comentario de Eric y me metí una cuchara
de arroz a la boca con rapidez.
—Gracias, Iskander.
Él asintió y se retiró.
—Bueno es Sakie ¿no? ella siempre sabe lo que hace —le sonreí— como
ponerme de alumna tuya.
—Le debo una grande por eso —dijo Eric dándome un beso corto.
—Andrew —logré decir. Sus ojos azules buscaron en los míos con
preocupación— estoy bien.
—Vale… Liz, ella es Megan. Del CEL 6 —dijo Andrew dándome esa
mirada triste que reservaba para mí, esa mirada que me recordaba que… ¿aún
me quería?—. Megan, ella es Liz
332
Su tono indicaba claramente que eso no le gustaba, pero Andrew no
parecía notarlo.
—¿Dónde estamos?
—Esto… era la habitación de Alba. Creo que tienes derecho a ella… aparte
de la tuya, claro. No te obligaré a dormir aquí.
333
—Debe ser una locura.
Y me dejó allí con mi soledad y con los recuerdos de una vida que pudimos
compartir. Con el eco de una ausencia que me quebraba el pecho.
———
Grité.
A pesar de que intentaba alejarme, mis pies me llevaron hacia Eric. Abrí la
puerta sin llamar, y me detuve totalmente en shock por la escena frente a mis
ojos.
¿Se iba? ¿Por qué? ¿A dónde? ¿Se había enterado sobre mí?
Calma. Calma.
Por supuesto, había visto a Eric viajar lejos, pero… ¡la maleta era inmensa!
Y, noté de repente, había otra más en una esquina, esperando por ser llenada.
—No voy a leer una carta dirigida a ti —atajé, segura de que las palabras
bailarían frente a mis ojos sin que pudiera entenderlas— ¿qué pasa?
334
—Me voy al CEL 11.
—Sí.
—¿Por qué?
—Liz, somos el CEL con más heridos… en todos los demás la gente ha
muerto….
—El Consejo está intentando compensar las bajas y piensan aceptar gente
desde los diecisiete, aunque no será obligatorio. Han enviado cartas a los que
tenemos habilidades que les interesan…
—¿Habilidades?
—¿De qué les sirve eso? ¿Quieren que leas para ellos?
335
—Quieren que analice un par de nuevos textos que sacaron de los daluths.
Han logrado obtener varios por los descuidos. Desean saber más sobre la
revelación que ha hecho tu hermana. Además, vamos a revisar los archivos de
creshide. No me puedo negar.
—Libros, Liz, montones de ellos. Los más antiguos, los traídos desde
Lidhan por los primeros exiliados. Esperan que podamos descubrir algo que
otros no hayan visto. No sabíamos que se podían abrir portales hacia Lidhan,
pero tienen la esperanza de que encontremos cómo hacerlo en ellos.
—No. Si hay libros que dicen eso, están en Lidhan. Para nosotros, ese
conocimiento se perdió cuando nos enviaron aquí.
—¿Los libros? ¿Crees que dejarían algo tan importante? Si los hay, Siget se
los llevó con él… o los ocultó muy bien.
—Sí.
—Estás loco.
336
—¿A mí? ¿Por qué?
—Bien.
—Tú los viste, hicieran lo que hicieran, los daluths están seguros de que
regresaron.
—¿Y si no es así?
Lo decía como si Alba estuviera muerta, igual que su padre. “Para el caso,
es lo mismo” susurró una vocecita en el fondo de mi cabeza.
337
—Creo… creo que iré contigo.
Eric no dijo nada y eso permitió a mis pensamientos volar un poco. El CEL
11. Perfecto. Iba a salir ilegalmente del país y no sabía qué me esperaba fuera.
¿Algún hechicero notaría lo que yo era? El día anterior, sentía que la runa en mi
abdomen atraía todas las miradas, y que en algún momento Orlenka se
sobrepondría o alguien con un don parecido me señalaría y gritaría: “¡Daluth!”.
¿Iba a vivir toda mi vida con la angustia de ocultar algo tan importante?
———
“Somos un pueblo sin esperanza, pero que de todos modos se niega a dejar
de soñar”.
338
como si fuera arena que se escapa entre tus dedos sin nada que puedas hacer.
Sentía su propia desesperación. Todos éramos exiliados.
Feried acababa de aprobar que fuera al CEL 11 y mis cosas estaban listas.
Solo tuve que volver al cuarto de Alba por última vez. Necesitaba encontrar una
daga que noté antes de ordenar el lugar. La había visto en uno de los cajones
inferiores, estaba segura.
Abrí varios sin resultado, hasta que me fijé en el que estaba en una esquina.
Dama,
Te estarás preguntando por qué escribo una carta. Y también por qué
te duele el hombro.
339
Cuando acudas (si lo haces), ven sola. Es un sitio que nadie conoce,
porque guardo en él documentos y secretos muy importantes. Secretos como
el que nos ayudará cuando llegue el gran día. Conocimientos que a duras
penas puedes soñar. Libros traídos directamente de Lidhan, y que incluso allí
están ocultos para todos. Páginas que cualquier lidhanita mataría por tener
entre sus manos siquiera un minuto porque, ¿no desean también ellos volver
a la ciudad de la luz?
Saludos.
340
Epílogo
Fineo estaba excitado. Había oído los rumores sobre la recién llegada y sus
ojos ansiaban contemplarla en todo su esplendor.
Hace dos días era un daluth del montón pero Hunseq se le había acercado.
Necesitaban un encargado para una misión y fue el escogido. Sí, Fineo era más
rápido que los demás y podía hacer cualquier cosa que le encargaran. No tenía
reparos entre matar a uno o a veinte. Era un buen soldado, o esas fueron las
palabras de Hunseq.
Fineo solo había visto a la mujer una vez. Apenas duró un par de
segundos, pero su recuerdo era imborrable. Apareció con una larga capa oscura,
la cabeza cubierta por una capucha de la cual se escapaban varios rizos negros.
Con voz potente había pedido ver al jefe. Cuando le negaron la entrada, puso
frente a su rostro un talismán daluth. Su compañero no lo reconoció, pero Fineo
sí. Era un objeto de mucho poder, traído de la ciudad oscura. Mientras le indicaba
el camino, se preguntó quién sería la mujer. Podía saber que era daluth pura, pero
algo en ella se le antojaba extraño. Algo que lo mantuvo con la cabeza baja e
incluso lo llevó a hacerle una reverencia cuando la llevó ante el jefe.
Iba vestida con una diminuta falda que dejaba a la vista sus imponentes
piernas cubiertas de marcas oscuras, y una blusa escotada de la que le costó
esfuerzo desviar la vista.
—Así que es él —le dijo a Hunseq. Su voz era suave, como una melodía
perdida en el tiempo y Fineo se creyó hipnotizado. Su mente empezó a barajar
las posibilidades de qué sentiría un humano frente a ella. Probablemente se
desplomaría de fascinación.
341
Mi señora, pensó Fineo ¿quién es esta mujer?. Destilaba seguridad y poder.
A su lado, Hunseq, uno de los mayores y más temidos jefes daluth, parecía un
bufón de circo.
—¿Cómo te llamas?
—Mi nombre es Fineo —su voz salió en un susurro rápido, pero dejó
entrever la adoración que empezaba a surgir en él.
—Me han dicho —dijo posando sus ojos en Hunseq— que eres bueno
rastreando y matando.
—Entonces no será nada difícil… pero agregaré algo más. ¿Cómo te va con
los jóvenes de los CEL?
—Los lidhanitas se protegen entre sí, eso dificultará un poco las cosas —
dijo Fineo— aunque si se trata de una sola persona…
—Bien, bien —Ginah cruzó las piernas y la minifalda subió unos cuantos
centímetros— ¿Has oído de una joven llamada Elizabeth?
342
Agradecimientos:
Lo primero que pensé cuando puse el punto final a la última frase y tenía que escribir
“Fin” para que quedara claro que el libro estaba completo fue: “¡Santa cachucha! No puede estar
pasando.” Era como salir de casa y sentir que me olvidaba de algo. Salté de mi cama, di una
vuelta a mi cuarto, miré la laptop y tomé un largo respiro. Lo necesitaba antes de que, en un
ataque de pánico, borrara todo solo para poder comenzar de nuevo.
Y, bueno, recién me doy cuenta que es la sección agradecimientos y ni siquiera soy capaz
de seguir las reglas y escribirlos como se deben.
Bien, tengo tanta gente para agradecer que por favor, por favor, no me odien si se me
pasa alguien.
Primero y antes que nadie, gracias a mi tía Consuelo, porque si ella no me ordenaba
limpiar la casa aquella semana santa del 2011, nunca se me hubiera ocurrido esta historia.
GRACIAS….
—A Meli, por ser la primera persona a la que le avisé que había terminado y porque
siempre está allí para apoyarme. En cada conversación, con todo lo que hemos logrado, en los
mails por las mañanas y en las ideas zafadas. Es bonito encontrar alguien con quien poder
compartir todo. Gracias por enseñarme que siempre puedes lograr las cosas con fe, confianza….y
polvo de hadas. Te adoro por siempre jamás.
—A las fruti—chicas.
A Lia, por darme tanto apoyo, buenos consejos y comentarios admirables. Sin
ella, les juro que Eric no sería el mismo. Y eso es solo para empezar. Si no han leído “Se
solicita novio…¡urgente!”, pues “Tienen que empezarlo…¡urgente!”.
A Tassi, no solo por darle una oportunidad a esta novela al ofrecerme editarla
con Ediciones Frutilla, sino por dársela a todos los nuevos escritores que buscan un lugar,
incluso aunque implique que contradiga los postulados médicos sobre las horas de
sueño necesarias para vivir. Porque la admiro, la respeto, la adoro y “quiero ser como
343
ella cuando sea grande”. Porque fuera del lado profesional, es una fruti-amiga
supercalifragilisticoespialidosa.
A Clyo, por contestarme amablemente la primera vez que les dije “hola” en
Messenger. Y porque nunca terminaré de disculparme por darle tantos problemas para
la portada con una historia tan zafada. Por ser tan picante, divertida, sincera y, sobre
todo, "jenia".
—A mi familia, porque algún día creo haber dicho que les dedicaría mi primer libro
(aunque nunca lo vayan a leer).
—A mi primo, por leer la historia creyendo que era de otra autora y darme comentarios
muy útiles.
—A los lectores, porque sin ellos y sus comentarios, probablemente sentiría que algo va
mal.
Valeria E. Garbo,
Quien es feliz al pensar que (por fin) ha sido capaz de terminar algo.
344
Esta es una Novela publicada por:
Créditos:
Corrección y Edicion:
Lia Belikov
OJO
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