Los Felices
Los Felices
Los Felices
El deseo que *exulta de nosotros mismos*, consigue lo que ningún otro hombre ha
podido: robar el protagonismo del tiempo sobre la carne, porque el deseo depreda
al *deseante* sin que éste siquiera lo note y mucho más rápido que el tiempo,
porque, para el momento en que el tiempo por fin hace de la carne la golosina
favorita del bisturí, el cuerpo del aquejado ya estaba muerto mucho antes de
conocer la muerte. ¿Cuánto tarda el deseo en aniquilar a la víctima? En cuanto
éste descubre que aquello que desea no es para él. En ese preciso instante, el
Tiempo ya no es victimario ni protagonista excelso en la carrera que
emprendemos al nacer. ¿Quién no sucumbe ante el angustioso placer de ser un
Tántalo de su propia realización? Posiblemente, aquél que entendió el absurdo y
siguió adelante como si nada sucediera. No son réprobos los felices, aquellos que
en su maravillosa dicha han revelado para algunos el motivo de sus desdichas y
ausencia de satisfacciones. Sucede que, el paraíso que muchos han encontrado,
es la imagen que unos cuantos consideran faltante.