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UNA CAJA DE MARIPOSAS

Luces y sombras en el feminismo de


Victoria Ocampo
Dos señoras misteriosas llegaron al hall
en momentos en que me despedía de
una amiga: colocaron en mis manos un
gran paquete, murmuraron una musical
pero ininteligible advertencia acerca de
que tenían que entregármelo en mano
propia, y desaparecieron. Puse por lo
menos diez minutos en darme cuenta de
que se trataba de su regalo: mariposas
sudamericanas. Nada hubiese podido
ser más fantásticamente inadecuado (carta de Virginia Woolf a Victoria Ocampo).

Victoria Ocampo: el eslabón perdido en la historia del feminismo


Desde miradas sesgadas y prejuiciosas, aun hoy podemos encontrar afirmaciones
que le niegan a Victoria Ocampo la condición de feminista. Es necesario,
entonces, plantear aquí algunas referencias sobre el movimiento feminista. En un
sentido amplio, podemos afirmar que el feminismo es un movimiento social y
político que procura alcanzar la emancipación, la autonomía y la igualdad de
derechos y oportunidades paralas mujeres; 37
En su libro “Lecturas para mujeres”, Gabriela Mistral dice: “Sea profesional,
trabajadora, campesina o simple dama, su única razón de ser sobre el mundo es
la maternidad, la material y la espiritual juntas o la última, en las mujeres que no
tenemos hijos” (Mistral, citada por Meyer, p. 158). Para algunas autoras, Gabriela
Mistral procuró ocultar, tras esta adhesión a una concepción tradicional sobre las
mujeres, una identidad homosexual inadmisible en su época (Marchant, p. 82).
supone una toma de conciencia de la opresión, dominación y explotación que
históricamente las ha sojuzgado en un sistema de carácter patriarcal. Las
historiadoras han convenido en diferenciar etapas o fases históricas, distinguiendo
lo que denominan olas del movimiento feminista.
La primera ola corresponde a la etapa en que las reivindicaciones de las mujeres
giran en torno al derecho al sufragio y otros derechos civiles y políticos, como la
igualdad ante la ley, el divorcio, la extensión de la patria potestad y la igualdad
salarial por el mismo trabajo. Siguiendo a Andrea Biswasesta primera ola “abarca
la generación de sufragistas y de grupos en pro de los derechos de las mujeres,
cuya lucha comenzó alrededor de 1880 y llegó a su final en los años cuarenta del
siglo XX, cuando las mujeres de la mayoría de los países desarrollados ya
contaban con el derecho a votar” (Biswas, 2004, p. 66).
La segunda ola aspira a la participación en los campos de toma de decisión por
parte de las mujeres, así como por un control más amplio sobre algunos asuntos
privados, como la igualdad sexual y el aborto” (ídem, p. 66). En esta segunda
etapa, que se ubica en los años ’60 en Estados Unidos y en los ’70 en América
Latina, el movimiento feminista va a plantear con un carácter político, demandas
que hasta ese momento no lo eran, relativas a la sexualidad, a la anticoncepción,
a la relación entre los géneros en el ámbito del hogar ya la familia, entre otras. Es
la época en que lo personal se vuelve político.
Algunas autoras plantean que, actualmente, se estaría atravesando una tercera
ola que procura incluir en agenda la problemática de la diversidad cultural, social,
religiosa, racial y sexual (Biswas, op. cit., p. 67) Considero que es legítimo afirmar
que Victoria Ocampo, durante el transcurso de su larga vida, inscribe sus planteos
y reclamos tanto en la primera como en la segunda ola del movimiento feminista.
Victoria Ocampo y la primera ola del feminismo.
¿Cuál era la situación jurídica de las mujeres hacia fines del siglo XIX y comienzos
del siglo XX? Como es sabido, el Código Napoleónico y la tradición jurídica
española constituyeron referentes para la redacción del Código Civil argentino,
obra de Dalmacio Vélez Sarsfield, sancionado en 1869. En lo que respecta a la
institución familiar, el Código de Vélez Sarsfield establecía que tanto los varones
como las mujeres solteras, menores de edad -es decir, menores a 22 años-, eran
“incapaces”. Los padres actuaban como los representantes legales de ambos.
Pero las mujeres casadas también eran “incapaces” debido al vínculo matrimonial,
de modo que, una vez casadas, el marido era su representante.
Esta condición de “incapacidad” afectaba a la tenencia de los hijos, ya que la
“patria potestad” le correspondía al hombre. Sin autorización de su marido, las
mujeres no podían realizar ninguna diligencia judicial ni administrar sus propios
bienes, ya fueran obtenidos antes o después del matrimonio, como los bienes
heredados o los obtenidos a través de su propio trabajo. Para trabajar, asimismo,
las mujeres debían tener la autorización de su marido.
En la historia del movimiento feminista en Argentina, se menciona, como una de
las pioneras, a Cecilia Grierson, primera médica recibida en el país, que fundó el
Consejo Nacional de Mujeres en el año 1900. Ella, junto a Julieta Lanteri, también
médica, promovieron la educación superior de las mujeres a través de una
organización de mujeres universitarias, en los primeros años del siglo XX. En
1910, ella y otras activistas organizaron el Primer Congreso Feminista
Internacional, desarrollado en Buenos Aires en 1910, con representantes
americanas y europeas. Las delegadas votaron en favor de la igualdad civil y
económica de las mujeres, la reforma del sistema educativo y la ley de divorcio,
pero fueron ignoradas por el gobierno. Lanteri fundó el primer partido feminista de
la Argentina en 1919. El mismo año, Elvira Rawson creó la Asociación de
Derechos de la Mujer. Las mujeres socialistas, lideradas por Elvira Rawson, Sara
Justo y Alicia Moreau de Justo, lograron en esos años, que el Congreso
sancionara leyes protectoras de las mujeres y menores trabajadores.
Esos progresos, continuaron durante la década de 1920, gracias a la acción del
movimiento laborista argentino que logró, durante el gobierno radical de Hipólito
Yrigoyen, la sanción de leyes protectoras de las mujeres que trabajaban en
fábricas y comercios. Quedaban fuera de esta protección las mujeres que
realizaban tareas rurales y de “servicio doméstico”. Por otra parte, se mantenía la
diferencia salarial entre hombres y mujeres por el mismo trabajo.
En 1926 se dio un paso fundamental hacia la igualdad de derechos, cuando el
Congreso promulgó la ley 11357. Esta ley establece que la mujer mayor de edad,
cualquiera sea su estado, tiene plena capacidad civil. Otorga la patria potestad a
“la madre natural” con la misma amplitud de derechos y facultades que “la
legítima”. Además, permite a las mujeres, sin necesidad de autorización marital o
judicial, ejercer cualquier profesión, oficio, empleo, comercio o industria,
administrar y disponer libremente de las ganancias producidas por esas
ocupaciones y adquirir bienes con el producto de su profesión, oficio, empleo,
comercio o industria, pudiendo administrarlos y disponer de ellos libremente.
Como lo expresa Meyer: “Si bien no existían garantías de que esta nueva ley fuera
observada en la intimidad de los hogares argentinos, la misma hizo que el país se
ubicara dentro de las tendencias del progreso del siglo en la consecución de
iguales derechos para la mujer” (Meyer, op. cit., p. 216).
No obstante, con el golpe militar de 1930 que derrocó al presidente Yrigoyen, se
produjeron retrocesos tanto en términos de reivindicaciones laborales como en lo
que respecta a los logros obtenidos por el movimiento feminista, ratificándose, en
el ámbito cultural, las ideas tradicionales sobre la función de la mujer como esposa
y madre.
Pero los obstáculos no se limitaron a las costumbres en el espacio doméstico, en
1935 se pretendió reformar la ley11357, imponiéndose nuevamente a las mujeres
limitaciones para trabajar, disponer de su sueldo y de su propiedad. En ese año,
María Rosa Oliver, Susana Larguía y Victoria Ocampo fundaron la Unión de
Mujeres Argentinas (UMA). La UMA impidió la reforma de la ley, sin embargo, no
prosperó en su propósito de lograr el voto femenino.
Algunas de las demandas que Victoria Ocampo expresaba en esos años desde su
tribuna de la Revista Sur coinciden con las que planteaban por la misma época las
organizaciones de mujeres socialistas, por ejemplo, el derecho al voto, el divorcio,
la expansión de la educación para las mujeres. Por supuesto, le eran ajenas a
Victoria, por su condición de miembro de una elite, las condiciones de trabajo que
padecían mujeres y niños de los sectores obreros. Sin embargo, lo que algunas
historiadoras consideran motivo suficiente para excluirla de la historia del
movimiento feminista -su pertenencia a la oligarquía argentina-le permitió tener
acceso e interpelar a altos funcionarios públicos expresando su desacuerdo con
medidas perjudiciales para las mujeres. Ese año, Victoria Ocampo se entrevistó
con el presidente de la Corte Suprema de Justicia para plantearle lo que
significaría la programada reforma del Código Civil para los derechos de las
mujeres.
Así lo relata:“(...) hacia 1935 una reforma del Código Civil
amenazaba los escasos derechos adquiridos por la mujer (...). La
cosa nos pareció tan insensata y grave que decidimos con algunas
amigas protestar ante los magistrados de quienes dependía la
reforma. Me tocó visitar a uno de ellos, un personaje importante.
(...) Es preciso decía [el magistrado] que haya un jefe de familia,
así como hay un capitán en un barco. De otra manera el desorden
se establece en el hogar (...) Como yo insistía en defender los
derechos de la mujer al trabajo y a vivir en pie de igualdad con el
hombre, acabó por decirme: ‘Pero señora, recuerde su propia
familia, la manera en que la han educado. ¿Qué papel ha visto en
su familia? ¿Su padre era el jefe o no? ¿Qué papel tenía su
madre?’ Respondí que, aunque quería mucho a mis padres, no
había compartido nunca las ideas sobre este punto (...). Por fin me
dijo: ‘Señora, usted es viuda, ¿no? E independiente desde el punto
de vista económico” (...) Entonces (...) ¿por qué preocuparse de
problemas que no son los suyos?’” (Ocampo, citada por Queirolo,
2009).
Este relato es significativo porque permite apreciarla situación paradójica en que
se encontraba Victoria Ocampo: por un lado, su pertenencia a una elite política e
intelectual le permitía tener acceso a individuos con poder cuyas decisiones
podían afectar a millones de ciudadanos y ciudadanas; por el otro, su posición de
clase hacía incomprensibles e inadmisibles sus planteos para esos mismos
individuos.
Pero, además, esa posición de clase la volvía sospechosa incluso para otras
mujeres que estaban demandando lo mismo que ella. Aún hoy, Victoria Ocampo,
como se dijo, no aparece en las principales reconstrucciones históricas del
movimiento feminista. Las demandas de las mujeres feministas en esta etapa
giraban en torno a los derechos civiles, fundamentalmente, el derecho al voto;
pero se reclamaba, además, como se vio, por el derecho a la educación, la
mayoría de edad, la no dependencia del marido, igual salario por igual trabajo y
mejores condiciones laborales.
Puede afirmarse que Victoria Ocampo, junto a las mujeres que integraban la UMA,
entidad que presidió entre 1936 y 1938, se inscribe claramente en esta primera
etapa o primera ola del movimiento feminista.
Victoria Ocampo y la segunda ola del feminismo
A la primera fase, denominada también sufragista, le sigue, ya en la década del
60, la denominada segunda ola del movimiento feminista. En esos años, si bien ya
había sido alcanzada la obtención de algunos derechos civiles y políticos, seguía
con plena vigencia en la esfera privada, la ideología de la domesticidad. Surgió
entonces una nueva agenda feminista: conducirá las mujeres a una toma de
conciencia sobre la opresión que padecían en un sistema social patriarcal. Las
mujeres feministas, en esta etapa, al decir de Tarducci y Rifkin, “empujan los
límites de la definición de lo político para que entraran las vidas cotidianas de las
mujeres: la sexualidad, la maternidad, el cuerpo, el amor, la familia, creando un
lenguaje nuevo para enmarcar el descontento” (Tarducci y Rifkin, 2010).
En este sentido, a mi entender, Victoria Ocampo, a comienzos de la década de
1970, expresa y difunde reclamos que se inscriben en la segunda ola del
movimiento feminista sin dejar de sostenerlas reivindicaciones jurídicas que, hacia
fines de los ’60, aún no se habían concretado, por ejemplo, las relativas al nombre
propio.
En1971, con ocasión de un número especial de la Revista Sur dedicado a la
mujer, Victoria Ocampo habla del divorcio, el control de la natalidad, el aborto, la
patria potestad, la situación de la madre soltera, es decir, demandas que se
consideran inscriptas en la segunda ola del movimiento feminista.
Es preciso considerar que, en Argentina, desde el golpe de 1966, el poder
ejecutivo estaba a cargo de una junta militar. En marzo de 1971 gobernaba el
presidente de facto Alejandro Lanusse, es decir, se vivía bajo un régimen
dictatorial con todo lo que eso implica en términos de limitaciones de derechos y
de expresión.
Probablemente, el origen social de Victoria Ocampo y su declarado antiperonismo
expliquen esta tolerancia del gobierno a sus reclamos en la Revista Sur. En ese
número Victoria Ocampo cita un documento de las Naciones Unidas en que se
exponían las divergencias de los comisionados respecto a otorgar los mismos
derechos a las madres casadas que a las solteras, aunque habían estado de
acuerdo en que la madre soltera recibiera protección social.
Las prevenciones de los miembros que se oponían a otorgar igualdad jurídica se
sostenían en el argumento de que eso equivaldría a reconocer derecho de
existencia a “un tipo de unidad familiar distinta de la unidad tradicional”, poniendo
en peligro a ésta última que, según lo expresaban “es condición indispensable
para que sobreviva la sociedad”. Victoria cuestiona esto utilizando la ironía:
sobrevivir es vivir después de la muerte, o de un desastre, o de la ruina, dice. Y se
pregunta: “¿Estamos hablando de un tipo de unidad familiar que vive o que se
sobrevive?” (Ocampo, ídem, p. 14).
Es ilustrativo, en este sentido, un artículo que escribe en la revista Sur de junio de
1969, en que relata los avatares de la escritora inglesa Vita Sackville-West para
obtener su pasaporte: debía completar los formularios no con su apellido sino con
el apellido de su marido. En Argentina, asimismo, en 1968 un fallo de la Cámara
de Apelaciones en lo Civil decretaba que la mujer divorciada no podía usar su
apellido de soltera.
Por entonces, Victoria ya ha leído a Robin Morgan y a Betty Friedman y las
menciona a ambas en este artículo introductorio. Habla de la necesidad de la
educación sexual y plantea también el tema del control de la natalidad y del
aborto.
Dice: “Afirmo que algo que concierne vitalmente a la mujer, a su cuerpo, ha de
depender principalmente de ella, la protagonista”. Y más adelante agrega: “Si el
varón dictamina que la vida es sagrada cuando se trata de desviar el polen o de
interrumpir el desarrollo de un invisible gameto masculino que topó con uno
femenino, ¿por qué deja de ser sagrada cuando manda al matadero a millones de
muchachos sanos, fuertes? Nunca he logrado explicarme en nombre de qué lógica
masculina eso no es un crimen, y lo otro sí” (Ocampo, ídem, p. 15/16).
A modo de conclusión
Si bien no se la puede considerar una activista, Victoria Ocampo ejerció el
feminismo desde la escritura-especialmente desde la tribuna de la Revista Sur-,
cuestionando el imaginario social instituido sobre las mujeres. Se opuso a las
diferenciaciones binarias y jerárquicas que atribuyen a hombres y mujeres
distintas capacidades, y legitiman, por esa vía, relaciones de dominación.
Desde comienzos de la tercera década del siglo XX, se convirtió en una difusora
de los derechos de las mujeres, denunciando las injustas diferenciasen lo que
respecta a su lugar en la sociedad y a su status jurídico. A través del debate que
sostuvo con Ortega y Gasset fue perfilando y definiendo, por confrontación, su
propia posición en el tema.
Su relación con Virginia Woolf le permitió enunciar con mayor claridad la demanda
de un espacio propio para las mujeres, reclamo que connotaba, asimismo, el de
un lugar en la sociedad más allá del ámbito privado y de la esfera de lo doméstico.
Su amistad con Gabriela Mistral amplió su mirada hacia las otras dimensiones que
contribuyen a afianzar el sometimiento y la segregación de las mujeres.
En la década del ’30, Victoria Ocampo, a través de la Unión de Mujeres
Argentinas, se pronunció en defensa de los derechos civiles de las mujeres. Hacia
fines de los ’60 y comienzos de los’70, ya desde un lugar conquistado y ganado en
la esfera pública,
Victoria siguió demandando por los derechos aun no alcanzados y se pronunció
claramente sobre las injusticias que se seguían manteniendo en la esfera de lo
privado. Existieron, en ese tránsito de una etapa a otra, decisiones que hoy
pueden resultarnos incomprensibles, como su renuncia a la Unión de Mujeres
Argentinas y su falta de apoyo al voto femenino en 1947.
Victoria Ocampo entendía que debía defenderla autonomía política del feminismo
y, cuando sentía que esto no era posible, cuando veía que las circunstancias
históricas impedían al movimiento feminista mantener esa independencia respecto
a los partidos políticos, se apartaba.
En estos términos puede entenderse su renuncia a la UMA, luego de haberla
fundado y presidido; y años más tarde, su repliegue en el apoyo al voto de las
mujeres por cuya obtención se había pronunciado tantas veces, que finalmente
fue concedido por el gobierno peronista y publicitado, a su entender, para
afianzarlo que ella consideraba un régimen despótico.
Para ella –y en esto podemos coincidir o no- la causa de la emancipación
femenina estaba por encima de la política partidaria.
Ya en su vejez, con ocasión del número especial dedicado a la mujer, de 1971,
afirma: “La causa que defendíamos no era la de un hombre político, ni la de un
partido político, cualquiera que fuese: era pura y exclusivamente la de los
derechos de la mujer” (Ocampo, 1971, p. 17).
Por otra parte, se la sigue acusando, como en los años ‘30 del pasado siglo, de
egocéntrica y auto referencial. Esta crítica se escucha, incluso, en mujeres que se
consideran a sí mismas feministas.
Me parece oportuno mencionar, a propósito de esta crítica, la frase de Charlotte
Bunch: “El estado actual del mundo exige que las mujeres se tornen menos
modestas y sueñen, planeen, actúen, se arriesguen en mayor escala”. Victoria
Ocampo no era modesta; era altiva, desafiante, transgresora, “testaruda” (como
ella misma se llamaba), y escribía en primera persona.
Si hubiese sido modesta seguramente se hubiese callado, como lo hicieron tantas
mujeres de su clase social, replegándose en una vida cómoda, sin sobresaltos, y
hubiese disfrutado de sus privilegios.
En definitiva, era eso lo que le pedían los hombres y mujeres de su entorno. Pero
eligió una posición menos cómoda, una actitud confrontativa, transgresora,
disruptiva, y utilizó, para lograr lo que consideraba un objetivo legítimo –una
posición equitativa para las mujeres en relación a los hombres-los recursos que
tenía a mano: veces su nombre, un nombre que, más allá de su origen patricio,
ella se construyó; a veces sus contactos sociales; otras veces la imagen que le
habían creado.
Otra afirmación, sin mayor sustento, es que Victoria Ocampo no pensaba en las
mujeres como colectivo social. Esta aseveración es insostenible por razones
obvias: no se le puede pedir a ningún/a intelectual que piense con categorías
construidas por las Ciencias Sociales ochenta años más tarde. Los saberes
constituyen sus discursos en un entorno histórico social que permite hacer visibles
y enunciables ciertos fenómenos y procesos, pero no otros. Victoria no puede
pensar con categorías como “colectivos”, “formaciones colectivas” y otras que
utilizamos quienes transitamos esas disciplinas, porque esas son categorías
actuales, generadas en un contexto de producción del conocimiento muy distinto
al que ella conoció.
Pero sí vamos a encontrar que, en muchos de sus escritos, Victoria Ocampo habla
de “las mujeres” en una época en que los intelectuales –hombres en su casi
totalidad-hablaban de “la mujer”.
Hablar de “la mujer” significa utilizar una abstracción e incluir en esa categoría
abstracta, previamente definida, una amplia diversidad, ocultando su calidad de
diverso, es decir, homogeneizando.
Pero estas serán cuestiones que el feminismo se planteará recién en la tercera
ola, es decir, en la que estamos atravesando. Cuando Victoria Ocampo habla de
las mujeres, cuando dice “nosotras”, esto es un indicio claro de que no pensaba
sólo en sí misma –como siguen afirmando quienes intentan desacreditarla, incluso
en su condición de feminista-; pensaba en todas.
Victoria Ocampo, durante su larga vida, con contradicciones, incongruencias y
hasta decisiones erróneas–con luces y sombras-, en medio de circunstancias
históricas que no siempre pudo comprender en toda su dimensión, pensó en
nosotras, las mujeres.

Extracto de:

Luces y sombras en el feminismo de Victoria Ocampo

extension.unicen.edu.ar/universo/wp.../10/Ensayo-Universo-Victoria-Ocampo.pdf
por UNAC DE MARIPOSAS - Artículos relacionados

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