La carta de Virginia Woolf describe un regalo inesperado de mariposas enviado por Victoria Ocampo. El documento luego resume la situación jurídica de las mujeres en Argentina a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, cuando no tenían plena capacidad civil ni igualdad de derechos. Finalmente, describe cómo Victoria Ocampo se involucró en la defensa de los derechos de las mujeres en la década de 1930 como parte de la primera ola del feminismo, fundando organizaciones y oponiéndose a reformas que restringían los derechos de
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La carta de Virginia Woolf describe un regalo inesperado de mariposas enviado por Victoria Ocampo. El documento luego resume la situación jurídica de las mujeres en Argentina a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, cuando no tenían plena capacidad civil ni igualdad de derechos. Finalmente, describe cómo Victoria Ocampo se involucró en la defensa de los derechos de las mujeres en la década de 1930 como parte de la primera ola del feminismo, fundando organizaciones y oponiéndose a reformas que restringían los derechos de
La carta de Virginia Woolf describe un regalo inesperado de mariposas enviado por Victoria Ocampo. El documento luego resume la situación jurídica de las mujeres en Argentina a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, cuando no tenían plena capacidad civil ni igualdad de derechos. Finalmente, describe cómo Victoria Ocampo se involucró en la defensa de los derechos de las mujeres en la década de 1930 como parte de la primera ola del feminismo, fundando organizaciones y oponiéndose a reformas que restringían los derechos de
La carta de Virginia Woolf describe un regalo inesperado de mariposas enviado por Victoria Ocampo. El documento luego resume la situación jurídica de las mujeres en Argentina a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, cuando no tenían plena capacidad civil ni igualdad de derechos. Finalmente, describe cómo Victoria Ocampo se involucró en la defensa de los derechos de las mujeres en la década de 1930 como parte de la primera ola del feminismo, fundando organizaciones y oponiéndose a reformas que restringían los derechos de
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UNA CAJA DE MARIPOSAS
Luces y sombras en el feminismo de
Victoria Ocampo Dos señoras misteriosas llegaron al hall en momentos en que me despedía de una amiga: colocaron en mis manos un gran paquete, murmuraron una musical pero ininteligible advertencia acerca de que tenían que entregármelo en mano propia, y desaparecieron. Puse por lo menos diez minutos en darme cuenta de que se trataba de su regalo: mariposas sudamericanas. Nada hubiese podido ser más fantásticamente inadecuado (carta de Virginia Woolf a Victoria Ocampo).
Victoria Ocampo: el eslabón perdido en la historia del feminismo
Desde miradas sesgadas y prejuiciosas, aun hoy podemos encontrar afirmaciones que le niegan a Victoria Ocampo la condición de feminista. Es necesario, entonces, plantear aquí algunas referencias sobre el movimiento feminista. En un sentido amplio, podemos afirmar que el feminismo es un movimiento social y político que procura alcanzar la emancipación, la autonomía y la igualdad de derechos y oportunidades paralas mujeres; 37 En su libro “Lecturas para mujeres”, Gabriela Mistral dice: “Sea profesional, trabajadora, campesina o simple dama, su única razón de ser sobre el mundo es la maternidad, la material y la espiritual juntas o la última, en las mujeres que no tenemos hijos” (Mistral, citada por Meyer, p. 158). Para algunas autoras, Gabriela Mistral procuró ocultar, tras esta adhesión a una concepción tradicional sobre las mujeres, una identidad homosexual inadmisible en su época (Marchant, p. 82). supone una toma de conciencia de la opresión, dominación y explotación que históricamente las ha sojuzgado en un sistema de carácter patriarcal. Las historiadoras han convenido en diferenciar etapas o fases históricas, distinguiendo lo que denominan olas del movimiento feminista. La primera ola corresponde a la etapa en que las reivindicaciones de las mujeres giran en torno al derecho al sufragio y otros derechos civiles y políticos, como la igualdad ante la ley, el divorcio, la extensión de la patria potestad y la igualdad salarial por el mismo trabajo. Siguiendo a Andrea Biswasesta primera ola “abarca la generación de sufragistas y de grupos en pro de los derechos de las mujeres, cuya lucha comenzó alrededor de 1880 y llegó a su final en los años cuarenta del siglo XX, cuando las mujeres de la mayoría de los países desarrollados ya contaban con el derecho a votar” (Biswas, 2004, p. 66). La segunda ola aspira a la participación en los campos de toma de decisión por parte de las mujeres, así como por un control más amplio sobre algunos asuntos privados, como la igualdad sexual y el aborto” (ídem, p. 66). En esta segunda etapa, que se ubica en los años ’60 en Estados Unidos y en los ’70 en América Latina, el movimiento feminista va a plantear con un carácter político, demandas que hasta ese momento no lo eran, relativas a la sexualidad, a la anticoncepción, a la relación entre los géneros en el ámbito del hogar ya la familia, entre otras. Es la época en que lo personal se vuelve político. Algunas autoras plantean que, actualmente, se estaría atravesando una tercera ola que procura incluir en agenda la problemática de la diversidad cultural, social, religiosa, racial y sexual (Biswas, op. cit., p. 67) Considero que es legítimo afirmar que Victoria Ocampo, durante el transcurso de su larga vida, inscribe sus planteos y reclamos tanto en la primera como en la segunda ola del movimiento feminista. Victoria Ocampo y la primera ola del feminismo. ¿Cuál era la situación jurídica de las mujeres hacia fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX? Como es sabido, el Código Napoleónico y la tradición jurídica española constituyeron referentes para la redacción del Código Civil argentino, obra de Dalmacio Vélez Sarsfield, sancionado en 1869. En lo que respecta a la institución familiar, el Código de Vélez Sarsfield establecía que tanto los varones como las mujeres solteras, menores de edad -es decir, menores a 22 años-, eran “incapaces”. Los padres actuaban como los representantes legales de ambos. Pero las mujeres casadas también eran “incapaces” debido al vínculo matrimonial, de modo que, una vez casadas, el marido era su representante. Esta condición de “incapacidad” afectaba a la tenencia de los hijos, ya que la “patria potestad” le correspondía al hombre. Sin autorización de su marido, las mujeres no podían realizar ninguna diligencia judicial ni administrar sus propios bienes, ya fueran obtenidos antes o después del matrimonio, como los bienes heredados o los obtenidos a través de su propio trabajo. Para trabajar, asimismo, las mujeres debían tener la autorización de su marido. En la historia del movimiento feminista en Argentina, se menciona, como una de las pioneras, a Cecilia Grierson, primera médica recibida en el país, que fundó el Consejo Nacional de Mujeres en el año 1900. Ella, junto a Julieta Lanteri, también médica, promovieron la educación superior de las mujeres a través de una organización de mujeres universitarias, en los primeros años del siglo XX. En 1910, ella y otras activistas organizaron el Primer Congreso Feminista Internacional, desarrollado en Buenos Aires en 1910, con representantes americanas y europeas. Las delegadas votaron en favor de la igualdad civil y económica de las mujeres, la reforma del sistema educativo y la ley de divorcio, pero fueron ignoradas por el gobierno. Lanteri fundó el primer partido feminista de la Argentina en 1919. El mismo año, Elvira Rawson creó la Asociación de Derechos de la Mujer. Las mujeres socialistas, lideradas por Elvira Rawson, Sara Justo y Alicia Moreau de Justo, lograron en esos años, que el Congreso sancionara leyes protectoras de las mujeres y menores trabajadores. Esos progresos, continuaron durante la década de 1920, gracias a la acción del movimiento laborista argentino que logró, durante el gobierno radical de Hipólito Yrigoyen, la sanción de leyes protectoras de las mujeres que trabajaban en fábricas y comercios. Quedaban fuera de esta protección las mujeres que realizaban tareas rurales y de “servicio doméstico”. Por otra parte, se mantenía la diferencia salarial entre hombres y mujeres por el mismo trabajo. En 1926 se dio un paso fundamental hacia la igualdad de derechos, cuando el Congreso promulgó la ley 11357. Esta ley establece que la mujer mayor de edad, cualquiera sea su estado, tiene plena capacidad civil. Otorga la patria potestad a “la madre natural” con la misma amplitud de derechos y facultades que “la legítima”. Además, permite a las mujeres, sin necesidad de autorización marital o judicial, ejercer cualquier profesión, oficio, empleo, comercio o industria, administrar y disponer libremente de las ganancias producidas por esas ocupaciones y adquirir bienes con el producto de su profesión, oficio, empleo, comercio o industria, pudiendo administrarlos y disponer de ellos libremente. Como lo expresa Meyer: “Si bien no existían garantías de que esta nueva ley fuera observada en la intimidad de los hogares argentinos, la misma hizo que el país se ubicara dentro de las tendencias del progreso del siglo en la consecución de iguales derechos para la mujer” (Meyer, op. cit., p. 216). No obstante, con el golpe militar de 1930 que derrocó al presidente Yrigoyen, se produjeron retrocesos tanto en términos de reivindicaciones laborales como en lo que respecta a los logros obtenidos por el movimiento feminista, ratificándose, en el ámbito cultural, las ideas tradicionales sobre la función de la mujer como esposa y madre. Pero los obstáculos no se limitaron a las costumbres en el espacio doméstico, en 1935 se pretendió reformar la ley11357, imponiéndose nuevamente a las mujeres limitaciones para trabajar, disponer de su sueldo y de su propiedad. En ese año, María Rosa Oliver, Susana Larguía y Victoria Ocampo fundaron la Unión de Mujeres Argentinas (UMA). La UMA impidió la reforma de la ley, sin embargo, no prosperó en su propósito de lograr el voto femenino. Algunas de las demandas que Victoria Ocampo expresaba en esos años desde su tribuna de la Revista Sur coinciden con las que planteaban por la misma época las organizaciones de mujeres socialistas, por ejemplo, el derecho al voto, el divorcio, la expansión de la educación para las mujeres. Por supuesto, le eran ajenas a Victoria, por su condición de miembro de una elite, las condiciones de trabajo que padecían mujeres y niños de los sectores obreros. Sin embargo, lo que algunas historiadoras consideran motivo suficiente para excluirla de la historia del movimiento feminista -su pertenencia a la oligarquía argentina-le permitió tener acceso e interpelar a altos funcionarios públicos expresando su desacuerdo con medidas perjudiciales para las mujeres. Ese año, Victoria Ocampo se entrevistó con el presidente de la Corte Suprema de Justicia para plantearle lo que significaría la programada reforma del Código Civil para los derechos de las mujeres. Así lo relata:“(...) hacia 1935 una reforma del Código Civil amenazaba los escasos derechos adquiridos por la mujer (...). La cosa nos pareció tan insensata y grave que decidimos con algunas amigas protestar ante los magistrados de quienes dependía la reforma. Me tocó visitar a uno de ellos, un personaje importante. (...) Es preciso decía [el magistrado] que haya un jefe de familia, así como hay un capitán en un barco. De otra manera el desorden se establece en el hogar (...) Como yo insistía en defender los derechos de la mujer al trabajo y a vivir en pie de igualdad con el hombre, acabó por decirme: ‘Pero señora, recuerde su propia familia, la manera en que la han educado. ¿Qué papel ha visto en su familia? ¿Su padre era el jefe o no? ¿Qué papel tenía su madre?’ Respondí que, aunque quería mucho a mis padres, no había compartido nunca las ideas sobre este punto (...). Por fin me dijo: ‘Señora, usted es viuda, ¿no? E independiente desde el punto de vista económico” (...) Entonces (...) ¿por qué preocuparse de problemas que no son los suyos?’” (Ocampo, citada por Queirolo, 2009). Este relato es significativo porque permite apreciarla situación paradójica en que se encontraba Victoria Ocampo: por un lado, su pertenencia a una elite política e intelectual le permitía tener acceso a individuos con poder cuyas decisiones podían afectar a millones de ciudadanos y ciudadanas; por el otro, su posición de clase hacía incomprensibles e inadmisibles sus planteos para esos mismos individuos. Pero, además, esa posición de clase la volvía sospechosa incluso para otras mujeres que estaban demandando lo mismo que ella. Aún hoy, Victoria Ocampo, como se dijo, no aparece en las principales reconstrucciones históricas del movimiento feminista. Las demandas de las mujeres feministas en esta etapa giraban en torno a los derechos civiles, fundamentalmente, el derecho al voto; pero se reclamaba, además, como se vio, por el derecho a la educación, la mayoría de edad, la no dependencia del marido, igual salario por igual trabajo y mejores condiciones laborales. Puede afirmarse que Victoria Ocampo, junto a las mujeres que integraban la UMA, entidad que presidió entre 1936 y 1938, se inscribe claramente en esta primera etapa o primera ola del movimiento feminista. Victoria Ocampo y la segunda ola del feminismo A la primera fase, denominada también sufragista, le sigue, ya en la década del 60, la denominada segunda ola del movimiento feminista. En esos años, si bien ya había sido alcanzada la obtención de algunos derechos civiles y políticos, seguía con plena vigencia en la esfera privada, la ideología de la domesticidad. Surgió entonces una nueva agenda feminista: conducirá las mujeres a una toma de conciencia sobre la opresión que padecían en un sistema social patriarcal. Las mujeres feministas, en esta etapa, al decir de Tarducci y Rifkin, “empujan los límites de la definición de lo político para que entraran las vidas cotidianas de las mujeres: la sexualidad, la maternidad, el cuerpo, el amor, la familia, creando un lenguaje nuevo para enmarcar el descontento” (Tarducci y Rifkin, 2010). En este sentido, a mi entender, Victoria Ocampo, a comienzos de la década de 1970, expresa y difunde reclamos que se inscriben en la segunda ola del movimiento feminista sin dejar de sostenerlas reivindicaciones jurídicas que, hacia fines de los ’60, aún no se habían concretado, por ejemplo, las relativas al nombre propio. En1971, con ocasión de un número especial de la Revista Sur dedicado a la mujer, Victoria Ocampo habla del divorcio, el control de la natalidad, el aborto, la patria potestad, la situación de la madre soltera, es decir, demandas que se consideran inscriptas en la segunda ola del movimiento feminista. Es preciso considerar que, en Argentina, desde el golpe de 1966, el poder ejecutivo estaba a cargo de una junta militar. En marzo de 1971 gobernaba el presidente de facto Alejandro Lanusse, es decir, se vivía bajo un régimen dictatorial con todo lo que eso implica en términos de limitaciones de derechos y de expresión. Probablemente, el origen social de Victoria Ocampo y su declarado antiperonismo expliquen esta tolerancia del gobierno a sus reclamos en la Revista Sur. En ese número Victoria Ocampo cita un documento de las Naciones Unidas en que se exponían las divergencias de los comisionados respecto a otorgar los mismos derechos a las madres casadas que a las solteras, aunque habían estado de acuerdo en que la madre soltera recibiera protección social. Las prevenciones de los miembros que se oponían a otorgar igualdad jurídica se sostenían en el argumento de que eso equivaldría a reconocer derecho de existencia a “un tipo de unidad familiar distinta de la unidad tradicional”, poniendo en peligro a ésta última que, según lo expresaban “es condición indispensable para que sobreviva la sociedad”. Victoria cuestiona esto utilizando la ironía: sobrevivir es vivir después de la muerte, o de un desastre, o de la ruina, dice. Y se pregunta: “¿Estamos hablando de un tipo de unidad familiar que vive o que se sobrevive?” (Ocampo, ídem, p. 14). Es ilustrativo, en este sentido, un artículo que escribe en la revista Sur de junio de 1969, en que relata los avatares de la escritora inglesa Vita Sackville-West para obtener su pasaporte: debía completar los formularios no con su apellido sino con el apellido de su marido. En Argentina, asimismo, en 1968 un fallo de la Cámara de Apelaciones en lo Civil decretaba que la mujer divorciada no podía usar su apellido de soltera. Por entonces, Victoria ya ha leído a Robin Morgan y a Betty Friedman y las menciona a ambas en este artículo introductorio. Habla de la necesidad de la educación sexual y plantea también el tema del control de la natalidad y del aborto. Dice: “Afirmo que algo que concierne vitalmente a la mujer, a su cuerpo, ha de depender principalmente de ella, la protagonista”. Y más adelante agrega: “Si el varón dictamina que la vida es sagrada cuando se trata de desviar el polen o de interrumpir el desarrollo de un invisible gameto masculino que topó con uno femenino, ¿por qué deja de ser sagrada cuando manda al matadero a millones de muchachos sanos, fuertes? Nunca he logrado explicarme en nombre de qué lógica masculina eso no es un crimen, y lo otro sí” (Ocampo, ídem, p. 15/16). A modo de conclusión Si bien no se la puede considerar una activista, Victoria Ocampo ejerció el feminismo desde la escritura-especialmente desde la tribuna de la Revista Sur-, cuestionando el imaginario social instituido sobre las mujeres. Se opuso a las diferenciaciones binarias y jerárquicas que atribuyen a hombres y mujeres distintas capacidades, y legitiman, por esa vía, relaciones de dominación. Desde comienzos de la tercera década del siglo XX, se convirtió en una difusora de los derechos de las mujeres, denunciando las injustas diferenciasen lo que respecta a su lugar en la sociedad y a su status jurídico. A través del debate que sostuvo con Ortega y Gasset fue perfilando y definiendo, por confrontación, su propia posición en el tema. Su relación con Virginia Woolf le permitió enunciar con mayor claridad la demanda de un espacio propio para las mujeres, reclamo que connotaba, asimismo, el de un lugar en la sociedad más allá del ámbito privado y de la esfera de lo doméstico. Su amistad con Gabriela Mistral amplió su mirada hacia las otras dimensiones que contribuyen a afianzar el sometimiento y la segregación de las mujeres. En la década del ’30, Victoria Ocampo, a través de la Unión de Mujeres Argentinas, se pronunció en defensa de los derechos civiles de las mujeres. Hacia fines de los ’60 y comienzos de los’70, ya desde un lugar conquistado y ganado en la esfera pública, Victoria siguió demandando por los derechos aun no alcanzados y se pronunció claramente sobre las injusticias que se seguían manteniendo en la esfera de lo privado. Existieron, en ese tránsito de una etapa a otra, decisiones que hoy pueden resultarnos incomprensibles, como su renuncia a la Unión de Mujeres Argentinas y su falta de apoyo al voto femenino en 1947. Victoria Ocampo entendía que debía defenderla autonomía política del feminismo y, cuando sentía que esto no era posible, cuando veía que las circunstancias históricas impedían al movimiento feminista mantener esa independencia respecto a los partidos políticos, se apartaba. En estos términos puede entenderse su renuncia a la UMA, luego de haberla fundado y presidido; y años más tarde, su repliegue en el apoyo al voto de las mujeres por cuya obtención se había pronunciado tantas veces, que finalmente fue concedido por el gobierno peronista y publicitado, a su entender, para afianzarlo que ella consideraba un régimen despótico. Para ella –y en esto podemos coincidir o no- la causa de la emancipación femenina estaba por encima de la política partidaria. Ya en su vejez, con ocasión del número especial dedicado a la mujer, de 1971, afirma: “La causa que defendíamos no era la de un hombre político, ni la de un partido político, cualquiera que fuese: era pura y exclusivamente la de los derechos de la mujer” (Ocampo, 1971, p. 17). Por otra parte, se la sigue acusando, como en los años ‘30 del pasado siglo, de egocéntrica y auto referencial. Esta crítica se escucha, incluso, en mujeres que se consideran a sí mismas feministas. Me parece oportuno mencionar, a propósito de esta crítica, la frase de Charlotte Bunch: “El estado actual del mundo exige que las mujeres se tornen menos modestas y sueñen, planeen, actúen, se arriesguen en mayor escala”. Victoria Ocampo no era modesta; era altiva, desafiante, transgresora, “testaruda” (como ella misma se llamaba), y escribía en primera persona. Si hubiese sido modesta seguramente se hubiese callado, como lo hicieron tantas mujeres de su clase social, replegándose en una vida cómoda, sin sobresaltos, y hubiese disfrutado de sus privilegios. En definitiva, era eso lo que le pedían los hombres y mujeres de su entorno. Pero eligió una posición menos cómoda, una actitud confrontativa, transgresora, disruptiva, y utilizó, para lograr lo que consideraba un objetivo legítimo –una posición equitativa para las mujeres en relación a los hombres-los recursos que tenía a mano: veces su nombre, un nombre que, más allá de su origen patricio, ella se construyó; a veces sus contactos sociales; otras veces la imagen que le habían creado. Otra afirmación, sin mayor sustento, es que Victoria Ocampo no pensaba en las mujeres como colectivo social. Esta aseveración es insostenible por razones obvias: no se le puede pedir a ningún/a intelectual que piense con categorías construidas por las Ciencias Sociales ochenta años más tarde. Los saberes constituyen sus discursos en un entorno histórico social que permite hacer visibles y enunciables ciertos fenómenos y procesos, pero no otros. Victoria no puede pensar con categorías como “colectivos”, “formaciones colectivas” y otras que utilizamos quienes transitamos esas disciplinas, porque esas son categorías actuales, generadas en un contexto de producción del conocimiento muy distinto al que ella conoció. Pero sí vamos a encontrar que, en muchos de sus escritos, Victoria Ocampo habla de “las mujeres” en una época en que los intelectuales –hombres en su casi totalidad-hablaban de “la mujer”. Hablar de “la mujer” significa utilizar una abstracción e incluir en esa categoría abstracta, previamente definida, una amplia diversidad, ocultando su calidad de diverso, es decir, homogeneizando. Pero estas serán cuestiones que el feminismo se planteará recién en la tercera ola, es decir, en la que estamos atravesando. Cuando Victoria Ocampo habla de las mujeres, cuando dice “nosotras”, esto es un indicio claro de que no pensaba sólo en sí misma –como siguen afirmando quienes intentan desacreditarla, incluso en su condición de feminista-; pensaba en todas. Victoria Ocampo, durante su larga vida, con contradicciones, incongruencias y hasta decisiones erróneas–con luces y sombras-, en medio de circunstancias históricas que no siempre pudo comprender en toda su dimensión, pensó en nosotras, las mujeres.
Extracto de:
Luces y sombras en el feminismo de Victoria Ocampo
extension.unicen.edu.ar/universo/wp.../10/Ensayo-Universo-Victoria-Ocampo.pdf por UNAC DE MARIPOSAS - Artículos relacionados