Ruskin Vida y Obra
Ruskin Vida y Obra
Ruskin Vida y Obra
VIDA DE RUSKIN
John Ruskin nació el 8 de febrero de 1819 en el número 54 de la calle
Hunter, Londres, hijo único de Margaret y de John James Ruskin. Su
padre, un hombre próspero que se hizo a sí mismo y que cofundó junto a
Pedro Domecq las bodegas de Jeréz, coleccionaba arte y alentó las
actividades literarias de su hijo, mientras su madre, una protestante
evangélica devota (evangelical Protestant), dedicó tempranamente a su
hijo al servicio de Dios y píamente deseó que se convirtiera en un obispo
anglicano. Ruskin, que recibió su educación en casa hasta la edad de los
doce años, raramente se relacionó con otros niños y sus juguetes fueron
escasos. Durante su sexto año, acompañó a sus padres al primero de los
numerosos viajes por el continente. Animado por su padre, publicó su primer poema, «Sobre el
agua de Skiddaw y Derwent», a los once años, y cuatro años después su primer trabajo
prosístico, un artículo sobre las aguas del Rin.
Acuarela del propio Ruskin sobre Christ Church en Oxford.
En 1836, el año en el que se matriculó como caballero
plebeyo [N. T. una de las clases más elevadas de plebeyos
o individuos carentes de título en la Universidad de Oxford]
en Christ Church en Oxford, escribió un panfleto
defendiendo al pintor Turner frente a los críticos
periodísticos, pero a petición del artista no lo publicó.
Mientras estaba en Oxford (a donde su madre le acompañó)
Ruskin se relacionó frecuentemente con un grupo pudiente
y a menudo ruidoso pero continuó publicando poesía y
crítica, y en 1839, ganó el premio Oxford Newdigate de poesía. Al año siguiente sin embargo,
una supuesta tuberculosis le indujo a interrumpir sus estudios y sus viajes, y no recibió su título
hasta 1842, cuando abandonó la idea de hacerse sacerdote. Este mismo año, comenzó su
primer volumen de Pintores modernos después de que los revisores de la exhibición de la
Academia real anual hubieran tratado salvajemente a las obras de Turner y en 1846, tras hacer
su primer viaje al extranjero sin sus padres, publicó el segundo volumen, en el que discute sus
teorías sobre la belleza y la imaginación dentro del contexto de la pintura figurativa así como
paisajística.
El 10 de abril de 1848, Ruskin se casó con Euphemia Chalmers Gray, y al año siguiente
publicó Las siete lámparas de la arquitectura, después de lo cual, él y Effie partieron hacia
Venecia. En 1850, publicó El rey del río dorado, que había escrito nueve años antes para Effie,
y un volumen de poesía, y un año más tarde, durante el cual Turner falleció y Ruskin conoció a
los prerrafaelitas (Pre-Raphaelites), el primer volumen de Las piedras de Venecia. Los dos
volúmenes finales aparecieron en 1853, y ese verano presenció la reunión de Millais, Ruskin y
Effie en Escocia, donde el artista pintó el retrato de Ruskin. En 1854, su mujer le dejó y
anularon su matrimonio alegando la no consumación, tras lo cual ella se casó posteriormente
con Millais. A lo largo de este año difícil, Ruskin defendió a los prerrafaelitas, estrechó lazos
con Rossetti, y enseñó en Working Men's College.
En 1855, Ruskin inició Notas académicas, sus reseñas de la exhibición anual y al año
siguiente, durante el cual conoció al hombre del que ulteriormente se convirtió en su íntimo
amigo, el americano Charles Eliot Norton, publicó su tercer y cuarto volumen de Pintores
modernos y Los puertos de Inglaterra. Su inmensa producción continuó
durante los siguientes cuatro años, componiendo Los elementos de la
pintura y La economía política del arte en 1857, Los elementos de la
perspectiva y Dos caminos en 1859, y el quinto volumen de Pintores
modernos junto con la versión periódica de Hasta que esto dure en 1860.
Durante el año 1858, en medio de este periodo productivo, Ruskin
abandonó definitivamente el Protestantismo evangélico que tanto había
modelado sus ideas y actitudes y se encontró también con Rose La
Touche, una joven irlandesa protestante de la que posteriormente se
enamoraría loca y trágicamente.
Ruskin y Dante Gabriel Rossetti.
A lo largo de toda la década de 1860, Ruskin siguió escribiendo y dando conferencias sobre la
economía social y política, sobre el arte y el mito, y durante esta década produjo en el Frazer
Magazine «Ensayos sobre economía política» (1863), revisó Munera Pulveris (1872), Sésamo
y lirios (1865), La corona de olivo silvestre (1866), La ética del polvo (1866), Tiempo y marea y
[2/3] La reina del aire (1869), y continuó estudiante los mitos griegos. La siguiente década que
se abre con la impartición de su conferencia inaugural en Oxford como catedrático de Bellas
Artes en febrero de 1870, vio el comienzo de Fors Clavigera, una serie de cartas a los
trabajadores de Inglaterra así como varias obras sobre arte y ciencia popular. Su padre había
fallecido en 1864 y su madre en 1871 a los 90 años.
Izquierda: tumba de Ruskin en el cementerio de
Coniston. Derecha: el lago de Coniston
En 1875, Rose la Touche murió loca y tres
años después, Ruskin sufrió su primer
ataque como consecuencia de una
enfermedad mental que le incapacitó para
testificar durante el juicio de Whistler
cuando el artista le demandó por
difamación. En 1880, Ruskin renunció a su
cátedra en Oxford, sufrió más ataques de
locura en 1881 y 1882, pero después de su recuperación fue reelegido para la cátedra Slade
en 1883 e impartió conferencias posteriormente publicadas en El arte de Inglaterra (1884). En
1885, comenzó Praeterita, su autobiografía, cuyas partes fueron apareciendo
intermitentemente hasta 1889, cuando fue enfermando paulatinamente y Joanna Severn, su
prima y heredera, tuvo que traerle a casa de un viaje que había realizado al continente en
1888. Falleció el 20 de enero de 1900 en Brantwood, su casa cerca del lago de Coniston.
INTRODUCCION
Ruskin, el gran crítico del arte y de la sociedad victorianos, tuvo una enorme influencia en su
época así como en la nuestra. Al igual que numerosos victorianos, poseía una energía
sorprendente dado que mientras continuaba con su correspondencia voluminosa y su pintura
de un extenso conjunto de soberbias acuarelas, publicó poesía, una novela infantil de fantasía,
y libros y ensayos sobre geología, botánica (geology, botany), política eclesiástica, política
económica, pintura, escultura, literatura, arquitectura, educación artística, mitos y estética.
Influenció notablemente tanto al renacimiento gótico decimonónico como a la reacción
funcionalista del siglo XX frente a todos los estilos evangelistas en la arquitectura y el diseño.
Como gran y popular propagandista de las artes, contribuyó mucho tanto en la popularización
del arte elitista como en su acercamiento a las masas. Ruskin, quien luchó por eliminar las
barreras entre las Bellas Artes y las artes aplicadas, fue la principal inspiración para el
Movimiento artístico-artesanal. En calidad de teórico brillante y de crítico práctico del realismo,
impulsó también las discusiones decimonónicas más delicadas sobre la fantasía, y sobre el
simbolismo grotesco y pictórico. Maestro de la crítica acerca de los mitos, de la iconología
tradicional y de la explicación del texto, Ruskin fue asimismo uno de los pocos ejemplos
decimonónicos de un escritor preocupado por los análisis compositivos y otras críticas
formales. Su extraordinaria gama de gustos, intereses y simpatías le permitieron debatir con un
entusiasmo perceptivo no sólo las obras más tradicionales de Turner y sus obras posteriores
proto-expresionistas, sino que similarmente defendió y creó un gusto pictórico por los
prerrafaelitas ingleses, los Primitivos italianos, y los venecianos del siglo XVI. Aunque fue un
gran estudiante del pasado y de las tradiciones pasadas, se dio cuenta también del papel del
crítico y de su relevancia primordial en el presente. A diferencia de Matthew Arnold, quien
durante una de las grandes épocas de la literatura inglesa aseguró a sus contemporáneos que
eran incapaces de crear una obra imaginativa grandiosa, Ruskin se dio cuenta de que ya la
habían creado y osadamente deliberó sobre Tennyson, Browning, Dickens, y otros dentro del
contexto de las grandes tradiciones de la literatura y del arte occidental, tradiciones definidas
en su mayoría por sus propios escritos. En una época de estilistas prosísticos excelsos, él fue
un maestro de múltiples estilos, el más notable de los cuales quizá aparezca en sus famosos
pasajes sobre pintura verbal. Los escritos de Ruskin sobre las artes influenciaron no sólo
singularmente a victorianos serios como William Morris, William Holman Hunt, J. W. Inchbold, y
a multitud de otros, sino también a hombres diferentes como Walter Pater, Oscar Wilde, y
William Butler Yeats. Sus obras sobre diseño y verdad afectaron a la arquitectura y al diseño
industrial británico, europeo y americano. La impronta de su pensamiento se halla en
numerosos lugares inesperados, por ejemplo, en las novelas y escritura de viajes de D. H.
Lawrence, obras que revelan la influencia tanto del arte de Ruskin y de su crítica social como
de su pintura verbal. Además de la atención que prestó a las composiciones individuales sobre
el arte y sus tradiciones, cuyo interés hace de Ruskin un crítico preeminente artístico y literario
de la era victoriana, exhortó para que se percibiera el arte dentro de su contexto social,
económico y político. De hecho, como señala Arnold Hauser en su Historia social del arte
(1952):
Nunca ha existido una conciencia tan clara de la relación orgánica entre el arte y la vida desde
Ruskin. Fue indudablemente el primero en interpretar el declive del arte y del gusto como signo
de una crisis cultural global, y en expresar el principio básico, e incluso hoy todavía no
suficientemente apreciado, de que las condiciones bajo las cuales viven los hombres deben
primeramente modificarse, siempre que su sentido de la belleza y su comprensión del arte se
despierten. Ruskin fue también la primera persona en Inglaterra que enfatizó el hecho de que
el arte es una cuestión pública y de que ninguna nación puede descuidarlo sin poner en peligro
su existencia social. Finalmente, fue el primero en proclamar el evangelio de que el arte no es
el privilegio de los artistas, de los entendidos y de las clases educadas, sino una parte de la
herencia y del patrimonio de cada hombre . . . Ruskin atribuyó la decadencia del arte a la
consideración de que las fábricas modernas, con sus modos mecánicos de producción y de
división del trabajo, impiden la relación genuina entre el trabajador y su trabajo, es decir,
trituran el elemento espiritual y enajenan al productor del producto de sus manos . . . recordó a
sus contemporáneos los encantos de la artesanía auténtica y meticulosa por oposición a los
materiales espurios, a las formas carentes de sentido y a la ejecución tosca y barata de los
productos victorianos. Su influencia fue extraordinaria, casi imposible de describir . . . El
propósito y la solidez de la arquitectura moderna y del arte industrial son mayoritariamente el
resultado de los esfuerzos y las doctrinas de Ruskin.
La conciencia de Ruskin sobre la dimensión sociopolítica del arte, de la arquitectura y de la
literatura desembocó en sus escritos sobre economía política y la lectura de estas obras
cambió la vida de hombres tan diferentes como William Morris y Mahatma Gandhi. Es más, un
informe sobre el primer parlamento durante el cual el Partido laborista británico ganó escaños,
reveló que Hasta que esto dure de Ruskin ejerció una influencia superior en sus miembros que
El capital, e historiadores recientes le han atribuido el mérito de haber contribuido
enormemente a las teorías modernas del estado del bienestar, del consumismo y de la
economía.
Ruskin arribó a la escena victoriana con sus interpretaciones sobre el arte y la sociedad
precisamente en el momento justo, puesto que desafió los patrones de la institución artística
cuando los asuntos culturales comenzaron a importar a un número elevado de nuevos ricos
industriales y miembros de la clase media. Dado que reivindicó el arte en un lenguaje en el que
su audiencia estaba habituada a escuchar al clero, estas exigencias atrajeron particularmente a
los evangélicos de dentro y de fuera de la Iglesia de Inglaterra que compusieron la gran
mayoría de creyentes durante prácticamente toda la era victoriana. Asimismo, la postura de
Ruskin fuera de la institución artística, como su tono polémico, su vocabulario evangélico, y sus
citas bíblicas, dieron en el clavo con los miembros de la emergente clase media, que acogieron
la visión de Ruskin relativa a una forma alternativa de la alta cultura, superior a la propia de la
aristocracia y de la antigua institución artística.
Ruskin también apareció en un momento particularmente interesante para la historia de la
teoría crítica. Al igual que Sir Joshua Reynolds y otros muchos defensores del arte de la pintura
en Occidente, intentó ganar prestigio para las artes visuales emparejándolas con su hermana
más honrada, la literatura. A diferencia de la mayoría de los partidarios de las teorías
hermanadas del arte, Ruskin sin embargo no argumentó que la pintura y la poesía fueran artes
aliadas por el hecho de que ambas imitaran la realidad. Más bien, y puesto que la escritura era
heredera de la tradición romántica, instó a considerar a ambas como artes que expresaban las
emociones y la imaginación del artista. Según la concepción romántica del poeta que Ruskin
aprendió de Wordsworth, el poeta experimenta sensitivamente el mundo del hombre y de la
naturaleza y después, comunica esta reacción emocional para crear su arte. Por tanto, cuando
Ruskin vinculó la visión romántica de la poesía con la concepción neoclásica de la pintura a la
hora de crear su teoría sobre las artes hermanas, se negó característicamente a renunciar a
cualquier aspecto de las artes. Como el teórico neoclásico, se interesó por los efectos del arte
sobre la audiencia, y como el teórico romántico, concentrado en las emociones y en la
imaginación del artista, enfatizó la sinceridad, la originalidad y la intensidad de la grandeza del
arte y de la literatura. Así, la estética victoriana de Ruskin conserva una intensidad similar
acerca de lo subjetivo y de lo objetivo, de lo neoclásico y de lo romántico. Tal riqueza, tal
eclecticismo, y tal voluntad para confrontar la dificultad de los problemas en vez de ajustarse a
soluciones más asequibles y elegantes, son las características del pensamiento de Ruskin.
El reconocimiento de que a lo largo de su carrera escribió como intérprete, como exegeta, es
un modo particularmente útil de introducirse en los treinta y nueve volúmenes masivos que
constituyen la edición para biblioteca de las obras de Ruskin. Para éste, el acto de la
interpretación, que conduce a numerosos campos de la experiencia humana, da lugar a
lecturas no sólo de pinturas, poemas, y edificios, sino de fenómenos contemporáneos tales
como nubes de tormenta y al descontento de las clases trabajadoras. Bien se trate de explicar
el arte de Turner en Pintores modernos, el significado del hierro forjado en La corona de olivo
silvestre, o la naturaleza de la verdadera riqueza en Hasta que esto dure, interpreta la
naturaleza y el significado de cuestiones que creía que el público británico necesitaba
comprender. Antes de examinar el modo por el cual los proyectos interpretativos de Ruskin
formaron e informaron toda su carrera, deberíamos echar una breve ojeada a un par de obras
principales, ya que es en el contexto de sus propósitos y procedimientos varios donde su
impulso para escudriñar tomó forma y gradualmente evolucionó.
Ejemplos de dibujos
paisajísticos del propio Ruskin:
(izquierda) Rheinfelden;
(derecha):
Estudio de árboles en Sens
El volumen I (1843) de
Pintores modernos, el
primero de estos magníficos
trabajos, se abre con una
sucinta explicación de sus
concepciones sobre el poder, la imitación, la verdad, la belleza, y su relación dentro del arte,
tras lo cual procede a defender a Turner frente a los ataques de sus críticos que decían que
sus pinturas eran «incomparables con la naturaleza». Convocando obra tras obra de los
antiguos maestros, muestra que este pintor moderno posee un conocimiento más extenso así
como más exacto de los hechos visibles que cualquiera de sus predecesores. Sitúa a sus
oponentes en su lugar y por lo tanto demuestra
«mediante la investigación exhaustiva de los hechos reales que Turner es como la naturaleza
y que sus pinturas son tan próximas a la naturaleza de las de cualquier hombre que haya
existido jamás» (3.52). Ruskin aborda verdades generales, por medio de las cuales quiere
expresar el tono, el color, el clarooscuro y la perspectiva para posteriormente evidenciar el
abanico y la exactitud de las representaciones de Turner sobre las plantas, los árboles, el cielo,
la tierra y el agua. Trascendiendo su origen polémico, Pintores modernos se convierte así en
un viaje por la naturaleza y el arte, orquestado por un hombre cuyos ojos captan y cuya mente
comprende los fenómenos de un mundo natural infinitamente rico.
Estudio de un cardo en Crossmount.
El segundo volumen de Pintores modernos (1846) alberga
las teorías de Ruskin sobre la imaginación y sobre su
sistema teocéntrico de la estética por medio del cual explica
la naturaleza de la belleza y demuestra su importancia en la
vida humana. Combina la teoría de Coleridge sobre la
imaginación (la cual parece que Coleridge derivó
indirectamente de Leigh Hunt) con las concepciones
evangélicas de la profecía bíblica (biblical prophecy) y de la
inspiración divina. La belleza
«es o bien el archivo de la conciencia, escrita en las cosas exteriores, o el símbolo de los
atributos divinos en la materia, o bien la felicidad de las cosas existentes o la consumación
perfecta de sus obligaciones y funciones. En todos estos casos es algo divino» . Toda la
belleza, cuando se aprecia adecuadamente, es una teofanía o revelación de Dios. La
contemplación de la misma, como la contemplación de la Biblia, la otra revelación de Dios, es
un acto moral y religioso.
Como la mayoría de sus escritos sobre el arte, sus teorías de la belleza epitomizan una
estética de las artes hermanas y como tales, hacen uso tanto de las posturas neoclásicas como
románticas. Así, sus teorías de la belleza típica o simbólica, que recalcan objetivamente las
cualidades existentes del objeto bello, derivan de las nociones previas y de las neoclásicas
sobre la idea de que la belleza se crea por medio de la unidad dentro de la variedad, simetría,
proporción y otras formas de orden principalmente visual. Con la creación de esta estética del
orden apolínea y clásica, Ruskin bebe de la Ética a Nicómaco de Aristóteles y de los escritos
de Addison, Pope, Johnson, y Reynolds. En cambio, su noción de la belleza vital, la belleza de
las cosas existentes, enfatiza los estados y los sentimientos subjetivos del espectador y
procede de los poetas románticos, fundamentalmente de Wordsworth, y de los filósofos
dieciochescos cuyas ideas acerca de la compasión e imaginación compasiva prepararon el
camino para el Romanticismo, es decir, para Adam Smith, David Hume, y Dugald Stewart.
Ruskin, dicho de otro modo, creó una estética victoriana fusionando las concepciones
neoclásicas, románticas y cristianas del hombre y de su mundo.
Tres dibujos por Ruskin en Las siete lámparas de la arquitectura: (1) Nicho de la puerta
central de Rouen, Parte de la Catedral de St. Lô, Normandía, y Una arcada en la parte sur
de la Catedral de Ferrara
Antes de completar Pintores modernos, Ruskin escribió Las siete lámparas de la arquitectura
(1849), otra obra con un sabor cargadamente evangélico. A pesar del giro de Ruskin desde la
pintura hasta lo que denominó «el arte distinguidamente político de la arquitectura», Las siete
lámparas de la arquitectura tienen más en común con el segundo volumen de Pintores
modernos que con ninguna de sus otras obras. Al igual que los dos primeros volúmenes de
Pintores modernos a los que dirige al lector, en Las siete lámparas de la arquitectura
recomienda que la belleza y el diseño
«no son hermosos porque sean una copia de la naturaleza, es sólo que la concepción
de la belleza es ajena al poder del hombre sin su ayuda». Además, se presentó para ganarse
el apoyo evangélico de lo gótico, que [8/9] generalmente se asociaba con los anglicanos de la
Iglesia alta y los católicos romanos, con las Sociedades de Camden y eclesiológicas y con
Augustus Welby Northmore Pugin. Ruskin se inspiró en interpretaciones tipológicas
evangélicas y comunes procedentes de El libro del Levítico para convencer a la audiencia
protestante de que Dios quería que el hombre derrochara el tiempo, la energía y el dinero en la
arquitectura eclesiástica. Igualmente, da en el blanco del sermón evangélico cuando aboga por
la calidad de los materiales en la construcción arquitectónica. Este acierto ha tenido un efecto
enorme en el mundo moderno. Aunque Ruskin no fue el único victoriano en enfatizar la verdad
de los materiales, sus ideas fueron escuchadas con mayor atención que las de sus
contemporáneos que dirigían sus planteamientos sólo a la fraternidad arquitectónica, y tanto
los arquitectos como los historiadores de la arquitectura le rinden honores al considerarle la
principal inspiración de gran parte de la arquitectura y del diseño del siglo XX.
Aunque conscientemente relacionó sus comentarios sobre la arquitectura con los expresados
en volúmenes anteriores, Ruskin sin embargo acertó de nuevo al enfatizar la importancia del
arte y de la creación comunal. Por añadidura, también quería otorgar al trabajador individual la
posición, la independencia y los placeres del artista romántico. En consecuencia, cuando se
estima la vitalidad de la arquitectura, «la pregunta adecuada relativa a todo el ornamento es
simplemente ésta: ¿se hacía con deleite, era el escultor feliz durante su realización?» . Estos
dos últimos puntos de nuevo han contribuido sobremanera en la modelación de nuestro arte y
diseño del siglo XX dado que han influido en nuestras ciudades, hogares, muebles, y utensilios,
es decir, en todas las cosas que vemos y tocamos cada día. Este énfasis, que inspiró a William
Morris, al Movimiento artístico y artesanal, y a Bauhaus, ha moldeado, al igual que los tratados
sobre dibujos y otros escritos similares de Ruskin, nuestras concepciones sobre la educación,
las actividades de ocio y la condición de la artesanía.
Las siete lámparas de la arquitectura ha dado forma a nuestro contexto de otro modo
igualmente importante. Puesto que Ruskin creía que la arquitectura es una herencia que una
generación transmite a otra y que es también una encarnación de la sociedad que la construye,
intentó convencer a sus lectores para que edificaran sólidamente para las generaciones
futuras. Estas creencias, como sus protestas a lo largo de su trabajo en contra de la
destrucción de edificios antiguos, estimularon la fundación de las sociedades inglesas y
extranjeras para la preservación arquitectónica. Asimismo, su convicción de que los individuos
vivos actualmente son mayordomos de las obras de arte, en vez de propietarios, fue una fuente
fundamental en el movimiento de los museos.
Tres dibujos por Ruskin de
Venecia: (1) La Scuola di San
Marco (1876),, Casa Contarini
Fasan, Venecia (1841), y Una
capital de la arcada inferior del
Palacio Ducal, Venecia (1849)
Tras completar Las siete
lámparas de la arquitectura,
Ruskin se centró en Las
piedras de Venecia, que
combina el estudio de la arquitectura con la historia cultural, la polémica religiosa y el tratado
político. Al igual que Las siete lámparas de la arquitectura, Las piedras de Venecia aborda y
defiende la arquitectura gótica, pero trasciende el tratamiento abstracto de la obra anterior
porque no sólo dedica un espacio considerable a los detalles de la construcción arquitectónica
sino que también ubica a la arquitectura dentro de su contexto social, político y moral así como
religioso. De hecho, tal y como Ruskin explica en sus páginas iniciales, presta una atención tan
estrecha a esta ciudad, en su día poderosa, porque las «artes en Venecia» son una evidencia
firme de «que el declive de su prosperidad política coincidió exactamente con el de la religión
doméstica e individual» y es esta lección la que desea aportar a su audiencia victoriana. El
primer volumen se abre, por tanto, con Ruskin dando en el clavo, como un profeta, a medida
que subraya las conexiones entre las naciones malditas del pasado y la Inglaterra
contemporánea:
Desde que por primera vez el dominio de los hombres se aseguró sobre el océano, tres
tronos, de una capacidad superior al resto, se han establecido sobre sus arenas: los tronos de
Tiro, Venecia e Inglaterra. De la primera de estas grandes potencias sólo la memoria
permanece, de la segunda, las ruinas; la tercera, que ha heredado la grandeza de Tiro y
Venecia para que no se olvide su ejemplo, puede ascender hasta la eminencia orgullosa y
descender hasta la destrucción apenas sin lamentos . . . Intentaré . . . dejar constancia, en la
medida en que pueda, de la advertencia que me parece que pronuncian cada una de las olas
que crecen prontamente, que laten como campanas transitorias contra las Piedras de Venecia.
En este primer capítulo enuncia los objetivos de todo su trabajo, tras lo cual utiliza los restantes
veintinueve capítulos del volumen para exponer una teoría sobre la construcción arquitectónica
a través de capítulos individuales referentes a la cornisa del muro frontal, la capital, el tejado y
así sucesivamente.
Puesto que Ruskin cree que los signos de la decadencia espiritual de Venecia están presentes
en el movimiento de la ciudad desde el estilo arquitectónico gótico hasta el renacentista, los
dos siguientes volúmenes, Las piedras del mar y La caída (ambos de 1853), examinan el
crecimiento de la ciudad-Estado y el significado de sus edificios principales, en especial el
palacio de San Marcos y el palacio Ducal. «La naturaleza del gótico», que suministra el núcleo
ideológico de Las piedras de Venecia aparece en el segundo volumen en el que argumenta
que dado que el estilo gótico permite e incluso exige la libertad, la individualidad y la
espontaneidad de sus trabajadores, representa tanto una sociedad más elegante y moral como
los medios de producción, dando lugar a una arquitectura superior al estilo renacentista, que
esclaviza al trabajador. Estas discusiones sobre el estilo arquitectónico conducen directamente
a un ataque contra el sistema de clases y sus efectos.
Ruskin, que ya ha comenzado a desarrollar su ética consumista, se centra en las condiciones
deshumanizadoras del trabajo moderno y ruega que nadie adquiera bienes, como las cuentas
de cristal u ornamentos renacentistas, dado que esta producción deshumaniza a los hombres.
Aquí convergen Ruskin, el intérprete de arte y Ruskin, el intérprete de la sociedad, o más bien,
aparece como un único hombre con el mismo proyecto, cuando señala que sus lectores
carecen de «la noción de leer un edificio como leeríamos a Milton o a Dante y obtener el mismo
tipo de deleite a partir de las piedras que a partir de las estrofas» (10.206), porque la
arquitectura producida contemporáneamente de modo deshumanizador y sin sentido
decepciona a la gente que recurre a ella al igual que a los que la construyen. En otras palabras,
una sociedad que esclaviza a sus trabajadores a través de un trabajo humillante y degradante
es a su vez humillada y degradada por medio de los edificios que erige. Éstos, que se elevan
como una autoacusación emblemática de la pobreza espiritual de la médula social,
posteriormente dañan a sus miembros, sean ricos o pobres, matando de hambre su
imaginación y sensibilidad, facultades que para Ruskin [11/12] yacen en el corazón de una vida
humana saludable, feliz y plena.
Cuando reanudó Pintores modernos (1856) con la publicación de los volúmenes III y IV, Ruskin
tuvo que solventar los problemas planteados a raíz de su anterior inclusión del arte
renacentista italiano. El volumen III, el volumen central y probablemente el más rico de los
cinco, propone de nuevo una teoría romántica sobre la pintura, y todas las consideraciones
sobre el Romanticismo se encuentran aquí, la naturaleza del artista, la importancia de la
naturaleza exterior y el papel de la imaginación, la emoción y los detalles en el arte. La primera
sección define la naturaleza del gran arte para eliminar las contradicciones aparentes entre los
volúmenes primero y segundo que había creado al alabar a Giotto y a Fray Angélico en el
volumen II. En concreto, su exaltación de los Primitivos italianos parece inconsistente con sus
exigencias tempranas de que la pintura debía exhibir un conocimiento detallado de la
naturaleza exterior. Ruskin salva la dificultad explicando que divide «el arte de la época
cristiana en dos grandes grupos, el simbólico y el imitativo» (5.262), y aclara que sus
reivindicaciones sobre la exactitud de la representación del mundo exterior sólo aluden al arte
imitativo.
Más adelante Ruskin investiga la naturaleza de la grandeza en el arte y rechaza la teoría
neoclásica de Reynolds por la cual un gran estilo se basa en la imitación de la bella naturaleza
o idealización de la misma según ciertas reglas. A través de su escritura saturada de una
desconfianza romántica por las reglas prescriptivas, ofrece una fórmula para la grandeza que
es esencialmente un retrato psicológico del artista dado que se fundamenta sobre cuatro
elementos: el tema noble (que el artista debe instintivamente amar), el amor por la belleza, la
sinceridad y el tratamiento imaginativo. Su discusión sobre la emergencia de la pintura
paisajística, la segunda preocupación principal de Ruskin en este volumen, surgió también por
haber incluido de modo un tanto inesperado el arte italiano. Una vez iniciada la defensa de
Turner, un maestro del paisaje, Ruskin se sintió obligado a informar a su lector del surgimiento
del arte paisajístico. Considera las actitudes clásicas, medievales, y modernas hacia la
naturaleza exterior para ilustrar el origen del sentimiento paisajístico, el cual argumenta ser
[12/13] un desarrollo peculiarmente moderno y una parte más general «del amor romántico por
la belleza, forzado a buscar en la historia, y en la naturaleza exterior, la satisfacción que no
puede encontrar en la vida ordinaria» (5.326).
En este contexto Ruskin introduce su famoso concepto crítico de la falacia patética (o
emocional), cuya presencia separa el trabajo romántico y el posterior de las creaciones de
Homero y Dante. Según Ruskin, las distorsiones expresionistas del poeta moderno comunican
exitosamente una visión subjetiva o fenomenológica del mundo a expensas de la percepción
equilibrada del mundo que caracteriza a los escritores de la primera y absoluta categoría.
Como puntualiza, los poetas y los novelistas que recurren a las distorsiones emocionales de la
falacia patética para dramatizar los estados y las experiencias mentales de un personaje o
narrador en primera persona usan adecuadamente esta técnica, pero cuando un autor en
primera persona presenta una visión distorsionada del universo, abona un terreno
desequilibrado, característico de la literatura romántica.
El cuarto volumen, publicado el mismo año que el tercero, se inaugura con una discusión de lo
pintoresco en Turner y de lo pintoresco en general, que son las categorías estéticas
específicamente relacionadas con el crecimiento del arte paisajístico. Tras secciones sobre la
geología de la forma montañosa, el volumen se cierra con un examen de la influencia del
entorno montañoso sobre las vidas de los hombres.
El quinto volumen (1860) se inicia con secciones sobre la belleza de las hojas y de las nubes
que son segundos viajes a través del terreno ya abarcado en el primer volumen. Después le
sigue una discusión de la relación formal o de la composición: «El mejor modo de definir a la
composición es hacerlo como la ayuda recibida por todo lo circundante dentro de la pintura»
(7.205). Esta noción de la ayuda es central en la teoría del arte de Ruskin, como lo fue en sus
teorías sobre la economía política y se detiene en ella en profundidad, comentando al lector
que «la ley primera y la más elevada del universo, y el otro nombre de la vida, es, por tanto, 'la
ayuda'» (7.207). De modo que la composición es la creación de una interrelación orgánica
entre los elementos formales de una obra de arte. [13/14] Ruskin demuestra así, mediante
análisis brillantes de las composiciones pictóricas de Turner, que este artista fue un maestro de
este aspecto del arte pictórico.
La relación del arte con la vida, uno de los intereses más importantes de Ruskin a lo largo de
Pintores modernos y de sus obras sobre la arquitectura, constituye el corazón de la sección
«La invención espiritual». Sugiere que ha comenzado a variar su atención primordial de los
problemas del arte a los de la sociedad en el momento en que los siguientes capítulos
relacionan al arte con la falta de esperanza humana que Ruskin cree ser una consecuencia de
la Reforma. Según él, tras la Reforma, cuando los hombres por primera vez perdieron su firme
creencia en la vida del más allá, se vieron incapaces de lograr la paz de espíritu o de morir
esperanzadoramente por lo que debate sobre cuatro pares de artistas excelsos para mostrar el
efecto de la creencia o de la carencia de la misma sobre su arte: Salvador y Durero, Claude y
Poussin, Wouverman y Fray Angélico, Giorgiano y Turner. Después de que Ruskin evidencia
el contexto en el que la mente de Turner tomó forma, consagra un capítulo a la interpretación
detallada de dos obras que representan la fe del artista y de Inglaterra. Estas pinturas, Apolo y
Pitón y El jardín de las Hespérides revelan la fascinación de Turner por la destrucción de la
belleza y su consecuente ausencia de esperanza, cuya causa subyace en la naturaleza de la
época, una época que ni cree en el hombre ni en Dios y que deja a los grandes hombres morir
aislados y desesperados.
En su siguiente obra, Hasta que esto dure, completada el mismo año que el volumen final de
Pintores modernos, Ruskin se volvió para atacar el sistema económico que pensaba que
producía tal desesperación así como las relaciones inhumanas entre los hombres en la
sociedad. Hasta que esto dure, cuyos cuatro capítulos aparecieron por primera vez en 1860
como artículos en la revista literaria Cornhill, de la cual Thackeray era entonces el editor,
consolida la posición política de Ruskin que había estado evolucionando durante la década
previa y propone las ideas que continuarían avanzando en Munera Pulveris (1862-3), La
corona de olivo silvestre (1866), Tiempo y marea (1867), y Fors Clavigera (1871-84). La mayor
parte de los lectores contemporáneos encontraron que tanto la actitud general de Ruskin como
sus propuestas específicas eran tan escandalosas que concluyeron con que debía estar
completamente loco. Hoy, estas propuestas políticas, como su énfasis en la responsabilidad
comunal, la dignidad del trabajo, y la calidad de vida, han tenido tanta influencia que han
dejado de parecer particularmente novedosas. Al comienzo de Hasta que esto dure, como en
Pintores modernos, Ruskin confronta a los supuestos expertos y niega la relevancia de sus
ideas. Mientras que los economistas clásicos continuaban asumiendo que los hombres siempre
sobreviven en condiciones de escasez, Ruskin, que se dio cuenta de que las nuevas
condiciones de producción y de distribución exigían una nueva economía política, argumentó
que sus contemporáneos de hecho existían en condiciones de abundancia y que por tanto, las
antiguas nociones de Malthus, Ricardo, Mill, y de otros eran simplemente irrelevantes. Según
él, entonces, «la verdadera ciencia de la economía política, que todavía debe distinguirse de la
ciencia bastarda, como la medicina de la brujería, y la astronomía de la astrología, es la que
enseña a las naciones a desear y a trabajar por las cosas que fomentan la vida y que les
enseña a despreciar y a destrozar las cosas que llevan a la destrucción».
En las próximas páginas propongo dirigir la mirada a las interpretaciones de Ruskin sobre el
arte, la sociedad y su propia vida. El primer tipo de interpretación que Ruskin emprendió
focaliza sobre Turner. Al principio, simplemente desea explicar el arte de Turner en el contexto
de los ataques abusivos de los críticos contemporáneos y, pagando con la misma moneda a
éstos, mostrar a sus lectores cómo apreciar al gran artista, que es insuficientemente apreciado
entre ellos. Rápidamente este proyecto se clarificó como una lección a la hora de interpretar la
percepción y por tanto, como un ejercicio a la hora de practicar el modo correcto e intenso de
apreciar el arte y el mundo circundante.
Ruskin, que evolucionó de ser un aficionado inteligente a un crítico polémico y un teórico del
arte, siguió desarrollándose a partir de ahí en un místico victoriano, es decir, en un profeta
secular que tomó a toda la sociedad como su parcela. A lo largo de su carrera siguió creando
polémica y continuó igualmente preocupado por hacer las interpretaciones necesarias para la
salud cultural, espiritual y moral de su audiencia. Estas interpretaciones tendenciosas [15/16] y
polémicas tuvieron constantemente unas miras más amplias que casi siempre incluyeron las
parábolas ruskinianas de la percepción en las que instruye al lector ejemplificando cómo
experimentar los hechos y el significado, la forma y el contenido.
Tal energía en la interpretación siguió siendo una constante en la carrera de Ruskin, a pesar de
que muchos cambios que acontecieron a medida que aprendió más sobre el arte y la sociedad,
le llevaron a perder su fe religiosa y a encontrarse tanto con la adulación como con la
incomprensión. Sin embargo, no se debe enfatizar el grado de cambio o de inconsistencia en la
complejidad de su pensamiento, dado que con frecuencia los asuntos en vigor resultan ser más
una cuestión de énfasis modificado que un desarrollo completamente nuevo. Por ejemplo,
quizá el cambio de interés más obvio y aparentemente radical de Ruskin aparezca en su
evolución desde crítico del arte hasta crítico de la sociedad. Pero incluso este nuevo y ferviente
interés en la economía política no termina por ser una desviación radical como en un principio
puede parecerlo. No sólo Ruskin nunca dejó de escribir sobre el arte sino que también desde
siempre se sintió implicado en los efectos del arte sobre su audiencia. Asimismo, a medida que
Ruskin se desvía progresivamente del arte visual al visionario, o de la estética a las lecturas
iconográficas del arte, éstos son giros de énfasis anunciados en el volumen inaugural de
Pintores modernos, donde constata que debatirá sobre ideas acerca de la verdad, la belleza y
la relación a la hora de exponer el arte de Turner y el de sus contemporáneos. Ruskin por fin
cumple con el anunciado plan, pero a menudo cambia de rumbo.
Sin embargo, a través de su complejo desarrollo, su afán por educar a sus contemporáneos
acerca de los proyectos seminales, crucialmente relacionados de observar y de comprender el
mundo, prevaleció como la tónica. La interpretación ruskiniana, bien del arte o de la sociedad,
asume numerosas materias como interés. Por un lado, se fusiona sutilmente con la vista y la
percepción al natural, y por otro, se funde con la definición, el producto (y proyecto) del análisis
intelectual. Como filósofo victoriano, Ruskin es en primer lugar y fundamentalmente un
exegeta, un intérprete y un definidor de lo real y, en los volúmenes iniciales de Pintores
modernos, este proyecto crítico toma diversas formas. En primer lugar, propone hacernos ver
todos los hechos hermosos de la naturaleza que la negligencia y las convenciones artísticas
inadecuadas han impedido que percibamos. Para permitirnos apreciar sus sublimes poderes,
Ruskin confía en sus pinturas verbales, que comunican la experiencia de su intenso encuentro
con el mundo visual.
Al mismo tiempo que Ruskin dibuja así a sus lectores tales fábulas sobre la percepción que
para él interpretan la experiencia en bruto, formula también un marco teórico para argumentar
que el arte que comunica tales experiencias sublimes supone un gran avance para el trabajo
de los antiguos maestros. En este punto, las formulaciones filosóficas de los términos clave del
discurso asumen la forma apropiada de las explicaciones precisas de aquellos conceptos
básicos para el arte del pintor y del crítico, tales como «color», «tono», «belleza», «imitación» y
«gusto». Simultáneamente, Ruskin, que propone la explicación de la superioridad de la pintura
paisajística moderna con respecto a los maestros de los siglos XVI y XVII, comienza desde un
principio a definir y a interpretar los amplios movimientos dentro del arte y su relación con la
historia extensiva de la cultura, la política y la religión. Su discusión sobre la caída de una gran
cultura en Las piedras de Venecia, la emergencia del arte paisajístico en el tercer volumen de
Pintores modernos y el significado de los pintoresco en el cuarto volumen susodicha obra
ejemplifican la amplitud de tal interpretación cultural. A medida que se vuelca en la crítica de la
sociedad, esta inquietud conjunta por definir las nociones determinantes e interpretar los
fenómenos cruciales, sigue siendo una constante. Por lo tanto, desde un punto de vista, todo lo
que Ruskin hace cuando desplaza considerablemente su atención del arte a la sociedad es
simplemente utilizar el grueso del mismo énfasis en una nueva área.
En trabajos posteriores, sin embargo, la aplicación de esta tendencia interpretativa tiene a
menudo un tono muy diferente porque la temática de su investigación, como foco de semejante
debate, aparece con una mayor carga emocional, llena de peligro. Además, cuando Ruskin
debate sobre el significado de lo gótico o sobre el verdadero significado de lo pintoresco, la
mayoría de sus lectores contemporáneos no ven ninguna amenaza en tales cuestiones. En sus
primeros trabajos, particularmente en Pintores modernos y en Las siete lámparas de la
arquitectura, se comprometió a prolongar la apreciación y la comprensión, y a crear una
audiencia para la pintura y la arquitectura de modo que una gran parte de su pretendida
audiencia se entregó rápidamente en las manos de Ruskin. Para ellos, su asertividad y su
retórica florecen, mientras que el desagrado confeso de la opinión de los críticos profesionales
sólo gustó a la mayoría. En cambio, cuando comenzó a discutir sobre la economía política, un
proyecto claramente anticipado en la discusión de 1853 sobre «La naturaleza de lo gótico»
dentro de Las piedras de Venecia, Ruskin se enfrentó mordazmente a su audiencia y a sus
creencias. No sólo escribió esperando una colisión, sino que escribió sucesivamente para
asegurarse tal enfrentamiento. Por supuesto, después de decidir tal enfoque explícitamente
contencioso y hostil contra las convicciones fundamentales de su audiencia sobre las verdades
económicas y políticas, Ruskin exhibió hábilmente una amplia gama de estrategias retóricas
que, de cara a esta hostilidad, podían ganarse la indulgencia y la aceptación eventual de su
audiencia. Las futuras aplicaciones de su habilidad exegética aparecen en el contexto de temas
o inquietudes que resultan tanto sorprendentes como incluso insultantes. Mientras que las
materias anteriores sobre la interpretación, las pinturas individuales, los latos movimientos
culturales o los intereses abstractos, constituyeron las disciplinas indiscutibles para tal
empresa, los temas exegéticos de las obras posteriores impactan más al lector.
Tal agresividad, sin embargo, no determina su autobiografía, Praeterita, el último de los
trabajos de Ruskin y el último que examinaremos. Aunque su tono amable y marcadamente
ausente de polémica separa a Praeterita prácticamente del resto de su prosa, sus citas sobre la
experiencia personal siguen siendo permanentes a lo largo de su infinita carrera. Sus
comparaciones en el primer volumen de Pintores modernos de su experiencia de La Riccia con
las pinturas de Claude sobre ella, su experiencia de La Anunciación de Tintoretto en el
segundo, y su narración similar de la experiencia del paisaje en Las siete lámparas de la
arquitectura (1849) y de Venecia y sus alrededores en Las piedras de Venecia (1851-53) se
emparejan con sus numerosas experiencias personales en las obras sobre economía política.
«Tráfico», por ejemplo, se inspira en su encuentro con el anuncio de un escaparate que
observó mientras caminaba, y sus otras obras presentan sus [18/19] percepciones personales
del mundo contemporáneo, ocasionalmente con la forma de citas extraídas de sus cartas o
diarios. En Praeterita, que surgió de los capítulos autobiográficos de Fors Clavigera, sus cartas
a los trabajadores de Inglaterra, también recurre a sus pinturas verbales características y a la
dramatización de la experiencia del significado para crear una nueva forma de auto-historia. Al
final, Ruskin, que demostró ser un intérprete tan brillante del arte y de la sociedad, se confirma
como uno de los autobiógrafos más colosales e inusuales.
PINTOR DE PALABRAS
A lo largo de sus obras, Ruskin se compromete a hacernos ver y a comprender mejor dos
operaciones que considera íntimamente e incluso esencialmente relacionadas. Cuando otros
escritores utilizaban los términos «pensar» y «concebir», él recurría a la terminología visual, y
cuando se espera encontrar las palabras «comprender», «captar», o «pensar», él sin embargo
encuentra «observar». Las afirmaciones teóricas de Ruskin, sus cartas y sus diarios, todos
dejan suficientemente claro que asumió que numerosos procesos psicológicos, generalmente
considerados abstractos, eran visuales y que operaban a través de las imágenes visuales.
Tales conjeturas explican ampliamente la adherencia un tanto anacrónica de Ruskin a la teoría
de la imaginación visual que Hobbes, Locke, Addison y Johnson sostenían, una visión cuya
popularidad procedente de Sobre lo sublime de Burke (1757) había mermado
considerablemente durante la segunda mitad del siglo XVIII. Estas suposiciones también
sugieren la enorme percepción de Ruskin sobre la naturaleza y el significado de las imágenes
alegóricas. Él creía que la mayoría de las abstracciones, de hecho, eran primigeniamente
formuladas mítica o simbólicamente, y que sólo posteriormente la razón consciente jugaba su
parte.
Por lo tanto, él cree que toda la verdad se comprende visualmente, y a este axioma añade el
corolario de que para aprender cualquier cosa, uno debe experimentarla y verla por sí mismo.
En el corazón de las teorías estéticas de Ruskin, de su crítica práctica y de sus instrucciones a
los jóvenes artistas subyace la convicción sincera de que sólo se pueden aprender y saber las
cosas si uno las experimenta de primera mano. Susodicho énfasis podría parecer
particularmente paradójico en la obra de un crítico como Ruskin tan comprometido,
especialmente en su carrera posterior, con el arte alegórico y simbólico. Pero incluso en
relación con tales modos simbólicos, Ruskin, que combina las epistemologías visuales y
visionarias, no ve ningún conflicto. Como deja claro en su discusión sobre la psicología artística
y la imaginería simbólica, cree que tanto las verdades visuales como visionarias son cuestiones
de experiencia directa, dado que, según él, son el único vehículo por el que realmente se
encuentran estas verdades. En otras palabras, cree que las más grandes verdades morales y
espirituales se aparecen, y siempre se han aparecido, a la humanidad simbólicamente, de tal
manera que mientras las verdades visuales surgen en el mundo exterior y las visionarias en el
interior de la mente, ambas son parcela de la experiencia personal. Para Ruskin, entonces, el
hecho de que sólo se aprendan verdaderamente las cosas, en concreto las ideas,
experimentándolas simultáneamente explica el valor humano del arte simbólico y visionario, así
como su propia pintura verbal y su realismo pictórico.
Para Ruskin, la principal justificación del realismo como estilo artístico reside por tanto en su
capacidad para forzar al artista a educar su vista y su mano. Tal concepción ruskiniana del
realismo como autodidactismo suministra la justificación última de su famoso, aunque
enormemente mal interpretado, requerimiento a los jóvenes artistas, «acercaos a la naturaleza
con toda la pureza del corazón, y caminad con ella afanosa y confiadamente, sin otros
pensamientos que los de cómo penetrar su significado del mejor modo, y recordad sus
instrucciones; sin rechazar nada, seleccionar nada y despreciar nada . . . siempre
regocijándoos en la verdad». Muchos lectores se han preguntado cómo Ruskin, que había
comenzado Pintores modernos para hacer proselitismo de las últimas obras de Turner acerca
de la niebla, la lluvia turbulenta y de los colores fantásticos, podía haber finalizado su volumen
con tales instrucciones aparentemente contradictorias para el artista contemporáneo. ¿Fueron
los orígenes polémicos de su obra los que le desviaron? Como a menudo Ruskin nos recuerda
en el curso de su volumen inaugural, defiende el profundo conocimiento de Turner sobre el
hecho visual precisamente porque los críticos de Blackwood y The Times habían atacado las
obras del gran artista por ser «incomparables con la naturaleza». El prefacio de 1844 del primer
volumen de Pintores modernos explica así: «Durante muchos años no hemos escuchado nada
relativo a los trabajos de Turner salvo acusaciones de su falta de veracidad. Para cada
observación sobre el poder, lo sublime o la belleza, sólo ha existido una respuesta: no son
como la naturaleza. Por lo tanto, yo doy a los críticos una cucharada de su misma medicina, y
demuestro mediante la investigación exhaustiva de los hechos reales que Turner es como la
naturaleza y que sus pinturas son más próximas a la naturaleza de las de cualquier hombre
que haya existido jamás». ¿El deseo comprensible de Ruskin por mostrar a los críticos, que tan
duramente habían tratado a su ídolo artístico, le alejó tanto de sus intenciones originales como
para olvidarse totalmente de defender las obras de Turner de la década de 1840?
Como suele ser el caso con Ruskin, la solución a esta incoherencia notablemente grosera se
aprecia rápidamente en el momento en que se observa detenidamente el contexto en el que
surge. Aquí Ruskin sin lugar a dudas no aspira a que todo el arte sublime asuma la forma de
las transcripciones realistas del hecho visual. Incluso no dirige sus comentarios a los artistas
maduros. Más bien, se dirige al estudiante, al principiante, enfatizando que «no se debería
tolerar nada a los jóvenes artistas salvo la imitación bona fide de la naturaleza. No tienen nada
que hacer en la parodia de la ejecución de los maestros . . . Su deber no es ni elegir, ni
componer, ni imaginar, ni experimentar, sino ser humildes y afanarse por seguir los pasos de la
naturaleza, trazando el dedo de Dios». Aunque Ruskin (y los editores de la Edición para
biblioteca) advierten que él mismo lanza sus comentarios para los estudiantes principiantes, los
lectores con frecuencia le han tergiversado y pensado que aquí, estaba adelantando una
aseveración sobre la superioridad artística del naturalismo fotográfico extremo como estilo
pictórico. Es más, inmediatamente después de dar estas instrucciones a los neófitos, Ruskin
añade que cuando la experiencia visual haya alimentado «la mano, la vista y la imaginación»
de los jóvenes artistas, «les seguiremos a donde quiera que elijan encaminarse . . . Son por lo
tanto nuestros maestros, y aptos para serlo». Dicho de otro modo, para pintar como Turner, o
incluso para pintar un arte diferente que pudiera rivalizar con el suyo, uno debe primero
comenzar por entrenar su vista y su mano. Sin embargo, uno no puede estancarse en esta fase
de adiestramiento.
Ruskin hizo tales recomendaciones porque creía firmemente que «la imaginación debe nutrirse
constantemente de la naturaleza exterior» o, como lo expresó en términos un tanto
divergentes: «Denomino a la representación de hechos el primer final, porque es necesario
para lo siguiente y debe lograrse antes. Es la fundación de todo arte, y al igual que los
cimientos, puede pensarse poco en ello cuando una brillante fábrica se levanta sobre esto,
pero debe estar allí». Tal concepción del desarrollo artístico, en la que el arte simbólico o
incluso visionario se ve como un crecimiento a partir de lo visual, explica cómo Ruskin pudo
vincular su defensa de Turner con la de los prerrafaelitas, que por aquel entonces estaban
pintando composiciones superficiales y estáticas en un realismo fronterizo. Su actitud hacia los
miembros de la Hermandad prerrafaelita se resume en sus enunciados; aunque no fueron
capaces de lograr un arte de la calidad de Turner, eran principiantes en el camino correcto.
Como explica en el Addenda de su conferencia «El Prerrafaelismo» (1854):
Es cierto que mientras los prerrafaelitas sólo pinten a partir de la naturaleza,
independientemente de que sea cuidadosamente seleccionada y agrupada, sus pinturas nunca
podrán tener el carácter de las composiciones más excelsas. Pero, por otro lado, las
clasificaciones superficiales y convencionales que los artistas actuales comúnmente etiquetan
como «composiciones», se encuentran tan infinitamente lejos del gran arte como el trabajo más
paciente de los prerrafaelitas. Esta obra es, incluso en su forma más humilde, un cimiento
sólido, capaz de generar una superestructura infinita, una realidad de valor verdadero, llegue a
donde llegue, mientras que los efectos artísticos comunes y sus agrupaciones constituyen un
esfuerzo vano de una superestructura carente de fundamento.
Ruskin hace del conocimiento personalmente logrado del hecho visual el fundamento de su
teoría artística porque cree que sólo intentando capturar el mundo exterior bajo la forma y el
color, el pintor puede siempre aprender a aprehenderlo. Igual que E. H. Gombrich, sostiene que
vemos lo que pintamos con más probabilidad que pintamos lo que vemos. Ruskin enfatiza que
debido a que somos espectadores del mundo por medio de las convenciones, los artistas
tienen especiales problemas a la hora de ver de nuevo el mundo por sí mismos, puesto que
deben liberarse tanto de las convenciones diarias acerca de lo que ven como de las
representaciones artísticas. Según él, sus contemporáneos victorianos «permiten, o incluso
empujan a los pintores y a los escultores a trabajar principalmente respetando las reglas, y a
alterar sus modelos para encajarlos en sus nociones preconcebidas de lo que es verdadero».
El triste resultado de tales reglas es que «cuando estos artistas observan una cara, no le
otorgan la atención necesaria para discernir qué tipo de belleza está presente en sus rasgos
peculiares, sino que simplemente miran de qué mejor modo podría transmutarse en algo para
lo que ellos mismos hubieran establecido las leyes. La naturaleza nunca desvela su belleza a
tal mirada». Además, los efectos de estas reglas creadas tan intelectualmente no se detienen
en la obra de arte y en el artista que las produce, dado que el efecto no deja de ser «nocivo en
la mente del observador general. El amante de la belleza ideal, con todas sus concepciones
limitadas por las reglas, nunca examina con suficiente cuidado los rasgos que no se someten a
su ley . . . para discernir su belleza interior». Las convenciones culturales no sólo enseñan al
espectador a juzgar las pinturas según un parámetro falso que evita su disfrute de las nuevas
bellezas, sino que también le enseñan a percibir, o a percibir erróneamente, el mundo
circundante, aminorando así tanto su placer como su conocimiento. Ruskin que aquí anticipa el
trabajo de Gombrich, siempre insiste en que el arte proporciona el vocabulario visual con el que
la gente puede confrontar el mundo de alrededor y por medio del cual puede experimentarlo.
En este sentido, señala por ejemplo que «con lo poco que en general la gente se preocupa por
el arte, la mayoría de sus ideas sobre el cielo proceden de las pinturas más que de la realidad,
y si pudiéramos examinar la concepción que se forma en la mentalidad de las personas más
educadas cuando hablamos de las nubes, con frecuencia se compondría de los fragmentos de
recuerdos azules y blancos de los antiguos maestros». En consecuencia, para Ruskin, tanto el
artista como la audiencia deben aprender a percibir con ojos inocentes, olvidando lo que se
supone que algo debe parecer e intentando apreciarlo sin las convenciones de un vocabulario
visual. Afortunadamente, una de las barreras más grandes para el nuevo conocimiento, la
nueva experiencia del mundo, es que la gente ve lo que piensa que sabe que está allí en vez
de ver lo que se halla delante. Como apunta en Alegría perpetua (1857), «una de las peores
enfermedades a las que el ser humano es propenso es la enfermedad del pensamiento. Si
simplemente pudiera mirar algo en vez de pensar lo que debe ser . . . todos nosotros nos
entenderíamos mejor».
Se puede destacar que Ruskin es uno de los pocos críticos y teóricos en la historia del arte
occidental que han otorgado la debida importancia al papel tanto del pensamiento visual como
al acto físico de dibujar o pintar como herramienta de conocimiento. Sus teorías estéticas se
relacionan aquí importantemente con sus opiniones políticas porque su reconocimiento de la
conexión esencial que une el trabajo de la vista, de la mano y de la mente dentro del proceso
artístico le conduce a enfatizar la dignidad esencial del trabajo. Como argumenta en Las
piedras de Venecia, «sólo mediante el trabajo, el pensamiento puede volverse saludable, y sólo
mediante el pensamiento ese trabajo puede llenarse de felicidad; ambos no se pueden separar
impunemente». Según él, la pintura contemporánea, al igual que la arquitectura renacentista y
la mano moderna de las fábricas, separó el trabajo del pensamiento y pagó por ello un alto
precio.
Ruskin, cuya experiencia personal le convenció de que sólo se pueden agudizar las
percepciones sobre el mundo exterior intentando dibujarlo, corrigieron ventajosamente su
teoría anterior del arte. Concretamente, se intentó que la noción de ut pictura poesis,
consistente en que la pintura y la literatura eran artes hermanadas poseedoras de numerosos
propósitos y cualidades similares, elevara la degradada condición de las artes visuales
enfatizando la naturaleza intelectual del acto artístico. Los escritores, como Reynolds, que
trabajaban con un vocabulario restringido que les permitía solamente distinguir entre el trabajo
manual y el intelectual, inevitablemente prestaron escasa atención a las partes físicas y pre-
conscientes del proceso artístico. Cuando Ruskin crea la versión romántica de la estética de las
artes hermanadas, reemplaza la gran distinción académica entre el arte intelectual y mecánico
por la distinción que enfatiza una tercera facultad, la imaginación. De este modo, evita la
necesidad de ver al arte o bien como una imitación puramente mecánica o como una creación
intelectual. Según Ruskin, el artista que generaliza por medio de las convenciones, fracasa a la
hora de contactar con la naturaleza y la belleza, y como consecuencia, su arte se atrofia. Por lo
tanto insiste en que: «La generalización, como comúnmente se entiende esta palabra, es el
acto de una mente vulgar, incapaz e irreflexiva. Ver en todas las montañas nada más que
montones similares de tierra, en todas las rocas nada más que aglomeraciones de material
sólido, en todos los árboles, nada más que similares acumulaciones de hojas, es sintomático
de la ausencia de sentimientos elevados o de la amplitud de pensamientos». Ruskin no desea,
en mayor grado que Reynolds, que el arte transcriba mecánicamente la naturaleza, sino que
recalca que el acto de la generalización, a diferencia de como se entiende comúnmente, debe
ser instintivo, inconsciente e imaginativo y debe prepararse durante años de aprendizaje para
ver a través de la habilidad manual y de la capacidad artística.
En El Prerrafaelismo (1851) que argumenta que todo el arte superior deriva del aprendizaje del
artista para ver por sí mismo, Ruskin acusa a sus contemporáneos de reprimir y corromper a
los jóvenes artistas, forzándoles a someterse a unos ideales basados en convenciones y
generalizaciones:
Con toda probabilidad comenzamos diciendo al joven de quince o dieciséis años que la
naturaleza está cargada de faltas, y que es su deber mejorarla, pero que Rafael es la
perfección y que cuanto más le imite, más le engrandecerá; que después de mucho copiar a
Rafael, debe probar lo que puede hacer por sí mismo dentro del estilo rafaelita, pero ahora se
tratará de originalidad, es decir, debe intentar componer algo brillante que proceda de su propia
cabeza, pero aún así, esta composición brillante debe someterse adecuadamente a las reglas
rafaelitas, de modo que incorpore una luz principal que ocupe la séptima parte de su espacio y
una sombra principal que abarque un tercio del mismo; que en la pintura las cabezas de dos
personas no se giren hacia el mismo lado, y que todos los personajes representados posean
una belleza ideal del orden más excelso, belleza ideal conformada en parte por un perfil de
nariz griego, y que en parte sus proporciones se expresen en fracciones decimales entre los
labios y la barbilla, pero en su mayoría a través de ese grado de perfección con el que el joven
de dieciséis años obsequia al trabajo de Dios en general. Esto que digo es el tipo de
enseñanza que mediante diversos canales, conferencias de la Academia real, críticas en
prensa, entusiasmo público, sin olvidar ¡el peso sólido del oro!, impartimos a nuestros jóvenes.
¡Y encima nos sorprendemos de que carezcamos de artistas!
Ruskin menosprecia el ideal neoclásico porque, situando al hombre en una relación orgullosa y
falsa con la naturaleza, limita en vez de intensificar la visión. En particular, cree que tal
persecución prematura hacia un ideal impide que el joven artista aprenda a ver por sí mismo. Y
como Ruskin enfatiza en El Prerrafaelismo (1851), ver por uno mismo es el fundamento de todo
el gran arte: «todo gran hombre pinta lo que ve . . . Y así, el Prerrafaelismo, el Rafaelismo y el
Turnerismo forman todos parte de la misma unicidad, en tanto en cuanto la educación les
puede influenciar». Aunque hombres muy diferentes pueden utilizar sus habilidades para crear
tipos disimilares de arte, son sin embargo, «todos lo mismo en este aspecto, en que el propio
Rafael, en la medida en que fue colosal, y todos los que le precedieron o siguieron que en
algún momento fueron igual de colosales, llegaron a serlo retratando las verdades circundantes
tal y como se aparecieron ante la mente de cada individuo, no como se les había enseñado a
verlas, a excepción del Dios que creó tanto a Rafael como a estos otros».
Además, al igual que muchos escritores renacentistas de arte, Ruskin sostiene que la
proporción, el diseño y la composición artística respetan las leyes naturales. Pero, por
oposición a estos teóricos tempranos del arte, no acepta la reducción de tales leyes a unas
pocas reglas o proporciones centrales, tales como el término medio. De modo que Ruskin
defiende, una vez más, que el único medio por el cual el artista puede aprender o bien a
percibir la belleza o a componer pinturas es confrontando la naturaleza en el acto de la
representación. Como explica en Alegría perpetua (1857): »Un estudiante que puede plasmar
con precisión los puntos cardinales del ala de un pájaro, extendidas en cualquier posición fija, y
puede después dibujar las curvas de sus plumas individuales sin error mensurable, ha
avanzado más hacia el poder de comprensión del diseño de los grandes maestros que leyendo
múltiples volúmenes de crítica, o pasando un montón de meses examinando
indisciplinadamente las obras de arte». El intento por capturar las bellezas de la naturaleza en
el dibujo o en la pintura, agudiza las percepciones tanto de la natura como del arte.
Las tentativas de Ruskin por enseñar a sus contemporáneos cómo ver, no se detienen con los
pronunciamientos teóricos que efectúa a lo largo de sus escritos. Estas teorías, que
proporcionan los cimientos de toda su empresa crítica, pretenden derrotar a los oponentes de
Turner para convencer a sus otros lectores de que Ruskin le defiende de un modo obviamente
racional, así como rogar a los jóvenes artistas, tanto profesionales como aficionados, a forjar
una relación viva con el mundo. Idealmente, Ruskin quiere que cada lector pruebe sus ideas
esforzándose en dibujar la variedad infinita de la propia naturaleza, y de hecho escribió Los
elementos de la pintura (1857) para promover tal deseo. Sin embargo, dándose cuenta de que
sólo convencería a la mayoría de los lectores por medio de sus argumentos verbales, Ruskin
usa el inmenso don de la pintura verbal para facilitar a sus lectores la clase de relación visual
con el mundo que le gustaría que desarrollasen.
La pintura verbal de Ruskin, su técnica característicamente educativa y satírica presente en sus
primeras obras, asume una forma triple, cada una más compleja que la última. Para empezar,
hace uso de lo que podríamos denominar un estilo aditivo, en el que describe una serie de
detalles visuales uno tras otro. Por ejemplo, cuando en el primer volumen de Pintores
modernos ilustra el modo tan efectivo que tiene Turner de pintar el agua, lo hace desgajando
sus análisis en varios hechos visuales. Así señala en primer lugar que Turner representa
correctamente la energía del océano encolerizado, utilizando tanto la dimensión como la altura
de las olas: »Es la anchura de su masa y no la altura la que proporciona todo el tamaño y la
sublimidad de la naturaleza. Y Turner, persiguiéndola en sus líneas arrolladoras, sin perder la
elevación de su oleaje, le agrega un poder diez veces superior» . A continuación, ensalza el
efecto del peso que Turner ha logrado crear: »No encontramos una línea cortante, saltarina y
elástica, ningún brinco o cabriola en las olas; ésa es la característica de de Chelsea Reach o
de Hampstead Ponds durante una tormenta, sino que el oleaje rueda y se sumerge, abatiendo
y lanzando su masa contra la orilla de tal manera que nos hace sentir que, por debajo de esta
masa, las rocas convulsionan». En este punto, tras desplazarse lentamente desde el análisis
abstracto hasta la descripción general y después, a la descripción de un acontecimiento
específico, nos sitúa dentro de las energías descritas. Inmediatamente después, añade otra
«impresión» cuando nos da la instrucción de »observar cómo comparativamente el viento
apenas las rompe: por encima del bosque flotante, y a lo largo de la orilla, no hallamos ninguna
indicación de una línea de espuma rota, sino que es una mera franja en la cordillera del oleaje
que no interfiere en su cuerpo gigantesco. El viento no tiene poder sobre su tremenda unidad
de fuerza y peso». Mientras que anteriormente en este pasaje Ruskin simplemente había
mencionado los diversos hechos visuales que el arte de Turner registraba con fidelidad, ahora
nos desplaza sutilmente al mundo de estos hechos, buscando que sus lectores vean con
mayor precisión, y aprecien el tipo de fenómeno que de otro modo no habrían encarado o
percibido en absoluto. Ruskin concluye este fragmento de su descripción apuntando otro factor
más, recogido en la pintura de Turner, tras lo cual hace notar sus implicaciones. A pesar de
que este pasaje ha girado de una discusión de las cualidades abstractas a una descripción de
sus encarnaciones específicas, Ruskin no considera por el hecho de examinar tan
detenidamente la obra de Turner, que sea necesario crear un espacio completamente
imaginario. Aunque es más complejo que la mayoría de los otros ejemplos de su estilo aditivo,
este pasaje prosigue característicamente aglutinando un conjunto de circunstancias
observadas a las previamente mencionadas.
El contrario, esta segunda forma de pintura verbal evoluciona creando una escena dramática
ante nosotros, tras lo cual centra nuestra atención en un único elemento que se mueve por
todo el espacio que evoca mediante el lenguaje. Por ejemplo, cuando escribe sobre las nubes
de lluvia, Ruskin explica cómo primero se forman y luego se trasladan en relación a la tierra
que está debajo; por último, como el predicador evangélico y el poeta romántico, cita su propia
experiencia:
Recuerdo que en una ocasión, mientras cruzaba el monte Tete Noire y subía el valle hacia
Trient, me percaté de que en el Glaciar de Trient había un trozo de nieve con forma de nube
cargada de lluvia. Con el viento del Oeste, continuó hacia Col de Balme, seguida de una larga
guirnalda de vapor que siempre se modelaba exactamente en el mismo punto sobre el glaciar.
Esta alargada línea de nubes parecida a una serpiente avanzó a gran velocidad hasta que
alcanzó el valle alzándose desde Col de Balme para descender por las rocas de pizarra del
Croix de Fer. Allí, se giró bruscamente y bajó por este valle mediante ángulos rectos con
respecto a su progreso anterior y finalmente de modo contrario, llegó a disminuir a quinientos
pies del pueblo donde desapareció, siempre con su rastro por detrás y siempre
desvaneciéndose en el mismo punto. Esto se prolongó durante media hora durante la cual la
línea infinita describía la curva de la herradura de un caballo que constantemente afloraba a la
existencia y se esfumaba, idénticamente en los mismos lugares, atravesando el espacio
intermedio con una celeridad impresionante. Esta nube, a una distancia de mil millas, habría
parecido una corona totalmente inmutable que con forma de herradura pendía sobre las
colinas.
Ruskin nos sitúa así delante de esta escena en los Alpes, permitiéndonos observar el
movimiento de un único elemento dentro de ella. Después de concluir con su examen de la
nube en movimiento, va más allá para decirnos lo que parecería, y cómo la experimentaríamos
desde un punto diferente de vista.
En tal pasaje descriptivo, Ruskin continúa situándonos ante una escena y haciéndonos
espectadores de un acontecimiento. Permitiendo (o forzando) al lector a ver con sus ojos, logra
simultáneamente varios objetivos: en primer lugar, nos proporciona un patrón por medio del
cual las obras de arte buscan transmitir un hecho natural y se pueden examinar; en segundo
lugar, permitiéndonos acceder a sus percepciones y a ver con sus ojos, nos da la posibilidad (o
nos fuerza) a percibir los hechos naturales específicos de los que podemos no habernos
percatado o comprendido antes; en tercer lugar, con ello, construye uno de sus argumentos
esenciales, es decir, que el mundo exterior contiene innumerables fenómenos hermosos que la
mayoría de la gente nunca percibe o incluso cae en la cuenta de su existencia. Finalmente, al
adaptar esta demostración a su ritmo, por así decirlo, Ruskin prueba que el lector depende de
él, puesto que sin él, pocos lectores localizarían estos fenómenos.
La tercera pintura verbal de Ruskin, su forma más elaborada, desarrolla, incluso en mayor
profundidad, su papel de maestro de la experiencia. En ella, nos posiciona dentro de la propia
escena descrita, nos hace participar de sus energías, y cumple con sus descripciones
particulares acerca del arte imaginativo. Varios pasajes de Pintores modernos aclaran que
tanto el principiante como el pintor privados de imaginación deben contentarse con un arte
topográfico del hecho visual: »El propósito del artista de los paisajes originalmente ingeniosos»,
por otro lado, »debe ser la ofrenda de la verdad más excelsa y profunda de la visión mental,
más que de los hechos físicos, así como el logro de una representación . . . capaz de producir
en la mente lejana del espectador precisamente lo que la impresión de la realidad habría
generado». Como explica el volumen inaugural, en esta forma sublime de arte »el artista no
sólo sitúa al espectador, sino que . . . le hace partícipe de la fortaleza de sus propios
sentimientos y de la rapidez de sus pensamientos». El gran artista imaginativo, en otras
palabras, nos otorga el privilegio de ver momentáneamente a través de sus ojos y de su visión
creadora, de modo que experimentamos su relación fenomenológica con el mundo.
Ruskin consuma este objetivo mediante el lenguaje, utilizando lo que podemos denominar
anacrónicamente como prosa cinemática, es decir, primero se coloca a sí mismo y coloca a su
lector firmemente en posición, tras lo cual genera un paisaje completo moviendo su centro de
percepción o «el ojo de la cámara» de uno de los dos modos. Nos puede desplazar a través de
una profundidad progresiva hacia el interior del paisaje anticipando el uso cinemático de las
lentes zoom, o puede desplazarnos lateralmente por toda la escena mientras permanece a una
distancia fija de la temática, una técnica que similarmente anticipa la estrategia cinemática
denominada «panning» o toma de una vista panorámica. Estableciendo así primero su centro
de observación y después dirigiendo su atención con un movimiento pautado, Ruskin casi roza
lo imposible, la creación de un espacio visual coherente por medio del lenguaje. Tal
procedimiento que utiliza cuando describe tanto las obras de arte como el mundo natural que
retrata, aparece, por ejemplo, en su descripción brillante de La Riccia en el primer volumen de
Pintores modernos y en numerosos pasajes cruciales de Las piedras de Venecia, incluido su
magnífico viaje por San Marcos, su vista aérea del mar Mediterráneo y su narración de la
aproximación a Torcello.
La narración de la llegada a esta isla, por entonces desierta, ejemplifica una forma
particularmente pura de la pintura verbal cinemática porque Ruskin lucha por transmitir la
experiencia del movimiento de este lugar solitario e inhabitado. Comienza enclavándonos en
este espacio:
Siete millas al norte de Venecia, las orillas de arena, que cercanas a la ciudad se elevan un
poquito por encima de la línea de la bajamar, poco a poco alcanzan un nivel superior, y al final
se entretejen en campos de acumulaciones salinas que se levantan aquí y allí para modelar
montículos informes interrumpidos por estrechos riachuelos de mar. La más endeble de estas
ensenadas, tras serpentear durante algún tiempo entre los fragmentos enterrados de
mampostería y los nudos de algas quemadas, blanqueadas con marañas de algas fucus,
permanece en un charco completamente estancado junto a un parterre de hierba intensamente
verde, cubierto de hiedra rastrera y violetas.
Como revelan las diversas palabras en cursiva que he señalado en este pasaje, Ruskin infunde
energía incluso a esta escena tranquila y desolada, confiando aquí en verbos activos y
evitando en gran medida los pasivos. Estos verbos proporcionan un movimiento que arrastra la
vista hasta el interior de la escena llegando también a crearla, y una vez que ante los ojos del
lector ha dado vida a la isla de Torcello, Ruskin entonces conscientemente sitúa a su lector y
se sitúa a sí mismo dentro del cuadro:
Sobre este montículo se ha construido un campanario de tosco ladrillo, del estilo más común
lombárdico, por el que si subimos hacia el anochecer (y no hay nadie para impedírnoslo, la
puerta de su escalera ruinosa se balancea perezosamente), podemos dominar desde allí una
de las escenas más notables de nuestro extenso mundo. Tan lejos como alcanza la vista el
derroche de un pantano de mar salvaje, de un gris ceniciento y mortecino; a diferencia de
nuestros pantanos norteños con sus acumulaciones acuosas negras como el azabache y sus
matorrales púrpura pero inertes, éstos son del color de las arpilleras con su agua de mar
corrompida filtrándose por las raíces de sus algas ácidas, brillando aquí y allá a través de sus
canales serpenteantes. No lo recorren ni extrañas nieblas ni rastros nebulosos; sólo la claridad
melancólica del espacio en el cálido atardecer, opresivo, rozando el filo de su penumbra
horizontal.
Una vez que nos hemos acercado a esta isla desierta y escalado su campanario abandonado
con Ruskin, encontramos que nuestra mirada se dirige con éxito hacia cada uno de los puntos
cardinales de la brújula, después de lo cual nos da la orden de mirar hacia Torcello para
percatarnos de los cuatro pequeños edificios de piedra, uno de ellos una iglesia, que »yace
como un grupo reducido de barcos serenos sobre el lejano mar» . Una vez que ha descrito los
edificios y la vista distante de Venecia con mayor precisión, procede a guiar nuestra reacción
emocional hacia lo que hemos visto, recalcando que »la primera impresión fuerte que recibe el
espectador de toda esta escena es que, sea cual sea el pecado experimentado en este lugar
de un modo tan absolutamente desolador, por lo menos no habrá sido la ambición».
La introducción por parte de Ruskin, quizá sorprendente, de la noción de que sólo el castigo
por el pecado puede haber producido tal desolación recuerda al lector que le ha conducido
hasta Torcello, del mismo modo que lo ha hecho hasta Venecia, para explicar siguiendo el
estilo del profeta del Antiguo Testamento cómo leer una advertencia a Inglaterra mediante el
destino de un poder comercial y marítimo anterior. Ruskin encuentra característicamente estas
amonestaciones en la evidencia de la arquitectura veneciana y en su relación con los
trabajadores que la crearon, dado que argumenta que el movimiento desde el estilo gótico
hasta el renacentista encarna la secularización veneciana y el consecuente rechazo del
Cristianismo pío sobre el que, según su creencia, originalmente se fundó su fortaleza. Por lo
tanto, cuando nos transporta hasta Torcello, la primera isla sobre la que los últimos fundadores
de Venecia se establecieron huyendo del continente, desea tanto contrastarla en su
desconsuelo presente con su hija, Venecia, como enfatizar el modo en que los fundadores de
Torcello, que tomaron literalmente la noción de que la Iglesia era su arca de salvación,
conservaron una fe trágicamente continua desde su pérdida. En consecuencia, el resto del
capítulo se interesa por el examen de la catedral de la isla y por su significado para los
constructores originales. Para crear este efecto, Ruskin primeramente utiliza su estilo
cinemático habilidosamente para movernos por el lago de Venecia y así, poder experimentar la
cercanía de este lugar desconsolador, compartiendo los mismos sentimientos de los colonos
primitivos, quienes escaparon de las guerras continentales.
La efectividad de tales pasajes no es ni meras florituras de su argumento principal, ni
exhibiciones autoindulgentes de virtuosismo, aunque en sus obras tempranas, particularmente
en el primer volumen de Pintores modernos, Ruskin recurrió ciertamente a tal virtuosismo. Su
pintura verbal no es incluso una táctica que utiliza para suavizar los puntos vulgares de un
razonamiento. Tal escrito de hecho es central en la concepción que tiene Ruskin de sí mismo
como crítico y místico. Puesto que confía en esta prosa cinemática para instruir la visión de su
audiencia, enseñando a sus miembros a apreciar las formas, los tonos, los colores, y el hecho
visible que a menudo han confrontado pero no han sido capaces de observar, estas
descripciones son básicas en su autoconcepción de aquel que enseña a otros a ver, a
experimentar y a comprender. Tal escrito sirve también para establecer lo que los antiguos
retóricos etiquetaban como la escala de valores del hablante. El principal problema para el
místico victoriano es convencer a otros de que merece la pena que le escuchen, de que él es
un hombre cuyos argumentos, con independencia de lo raros que puedan resultar en un primer
momento, son el producto de una mente sincera, honesta y sobre todo, fiable. Una de las
tareas primordiales de un hablante o escritor es la de posicionarse ante su audiencia como una
voz digna de crédito e incluso autoritaria. Esto lo logra Ruskin fácilmente demostrando que ha
visto mucho más que los críticos oponentes, quienes son ciegos, a diferencia de él, que es un
visionario.
Estos pasajes de prosa cuidadosamente forjada ocupan su lugar como parte de una estructura
argumental más amplia. De hecho, sirven como integrantes esenciales del ritmo complejo de la
sátira y de la visión romántica que caracteriza los procedimientos del místico victoriano. En
volúmenes previos de Pintores modernos en los que Ruskin los utiliza para defender a Turner
frente a las exigencias del arte antiguo, este ritmo asume la forma de una pintura verbal satírica
en relación con la obra de un maestro antiguo, a la que sigue una descripción de Ruskin de o
bien una obra similar de Turner o bien de una escena que se supone que la obra anterior
representaba. Por ejemplo, en el capítulo «Sobre la verdad del color» dentro del primer
volumen de Pintores modernos, observa en primer lugar La Riccia de Gaspar Poussin en la
Galería nacional, tras lo cual presenta sus propias impresiones sobre la escena original. A
través de una escritura fuertemente cargada de sarcasmo, Ruskin fácilmente transmite la
impresión de que la pintura, tan valorada por los críticos que trataron el trabajo evolucionado de
Turner tan cruelmente, no se centra en incorporar los hechos de un lugar particular:
Se trata de un pueblo sobre una colina, poblado con unos treinta y dos arbustos, de un
tamaño muy uniforme, con un número exacto de hojas cada uno. Todos estos arbustos se han
pintado con un marrón opaco apagado, que adquiere un matiz ligeramente verdoso al ser
alumbrado, dejando al descubierto en un lugar una porción de un peñasco, que por supuesto
en la naturaleza habría sido frío y gris junto a las lustrosas tonalidades del follaje, y que, por
tanto, al encontrarse además en la sombra, se pinta consistente y científicamente de un rojo
ciertamente ladrillo muy claro y hermoso, el único que se asemeja al color en toda la pintura. El
primer plano es un tramo de una carretera que, para dar un margen a su cercanía enorme, a su
estado completamente iluminado, y debe suponerse, a la cantidad de vegetación
frecuentemente presente en las carreteras, se ha pintado en un gris verdoso muy frío,
completándose la verdad de la pintura a través de un número de puntos en el cielo en la
derecha, con una caña de un marrón sobrio y parecido.
Inmediatamente después de presentar esta ejecución duramente sarcástica de la pintura,
atribuida a Gaspar Poussin, Ruskin utiliza su estrategia familiar de citar su propia experiencia
de una escena ineptamente expuesta en una obra de arte visual:
No hace mucho, mientras descendía por este trecho de carretera por la que transitan
carruajes, el primer giro después de abandonar Albano . . . Cuando me marché de Roma el
tiempo era tempestuoso y por toda la Campaña las nubes se agitaban rápidamente en un azul
sulfuroso, tronando varias veces y rompían los rayos de sol a lo largo del acueducto de Claudio
encendiendo la infinidad de sus arcos como el puente del caos. Pero a medida que escalé la
larga pendiente del Monte Albano, la tormenta barrió finalmente hacia el norte, y el noble perfil
de las bóvedas de Albano y la oscuridad agradable de sus bosquecillos de encinas se elevó
frente a los haces puros del azul y del ámbar que se alternaban. Más arriba, el cielo
gradualmente se sonrojaba a través de los últimos fragmentos de nubes cargadas de lluvia de
un azul oscuro profundamente palpitante, mitad éter mitad rocío. El sol de mediodía llegó
inclinándose por las laderas rocosas de La Riccia, y sus masas de altos y enmarañados
follajes, cuyos tintes otoñales se mezclaban con el verdor húmedo de miles de árboles de hoja
perenne, se sintieron penetrados por él y por la lluvia. No lo puedo llamar color, sino
conflagración. Púrpura y carmesí y escarlata, como las cortinas del tabernáculo de Dios, los
regocijados árboles se hundieron en el valle con aguaceros de luz, cada hoja independiente
temblando de vida fogosa y ardorosa, cada una, a medida que reflejaba o transmitía un rayo de
sol, primero una antorcha y luego una esmeralda. Más arriba en los escondrijos del valle, las
verdes vistas se arqueaban como las cavidades de olas poderosas de algún mar cristalino, con
las flores de los madroños precipitándose por sus costados como espuma, y los copos
plateados de ramos naranjas se sacudían en el aire a su alrededor, fracturando los muros
grises de las rocas en miles de estrellas separadas, destiñéndose y encendiéndose
alternativamente mientras el suave viento las elevaba y las dejaba caer. Cada claro de hierba
alumbraba como el techo dorado del cielo, abriéndose en brillos repentinos según la
frondosidad se resquebrajaba y se cerraba sobre él, al igual que un relámpago inmaculado
traspasa una nube durante el ocaso.
Al plantear su examen satírico de La Riccia, Ruskin rápidamente rechaza el trabajo original
porque desea concentrarse sólo en el elemento del color, cuestión sobre la que le resulta
particularmente fácil alabar a Turner y atacar a sus predecesores. Aquí como en el resto de sus
obras, Ruskin nos convence de su postura a través de una alternancia espléndidamente
controlada de la visión y de la sátira, preparándonos para su polémica a cada paso del camino
tomando prestadas sus ideas para ver. Su habilidad al relatarnos su experiencia del paisaje y
su arte paisajístico nos hace sentir continuamente que sus críticos oponentes y los artistas
contra los que arremete, trabajan ambos a partir de teorías y recetas, en vez de a partir de la
visión.
CONCLUSION
El factor unificador en los escritos de Ruskin, como hemos visto, aparece en el impulso que
demostró a lo largo de toda su carrera por interpretar cuestiones contemporáneas. Las
interpretaciones sobre la pintura y la arquitectura con las que comenzó su carrera recogieron
un éxito temprano y duradero. Inspirándose en la retórica y en las técnicas del predicador
victoriano, en las concepciones de Wordsworth del poeta y en las teorías neoclásicas de la
pintura y de la belleza, Ruskin ofreció a su audiencia victoriana argumentos convincentes sobre
la seriedad esencial, la relevancia y la importancia moral de las artes visuales. Los argumentos
de este tipo insertos en esta clase de lenguaje eran lo que sus contemporáneos querían
escuchar. Tan pronto como pudo, en 1851, y sólo nueve años después de la publicación de
Pintores modernos I, Ruskin comenzó a enfatizar las dimensiones políticas del arte, y aunque
Las piedras de Venecia tuvo un buen recibimiento, gran parte de su audiencia se conmocionó
ante el tratamiento de tales cuestiones. Éste no fue el argumento que muchos deseaban
escuchar constatado en ningún tipo de lenguaje de tal manera que las objeciones a sus ideas
aumentaron con Hasta que esto dure (1862), a medida que los críticos consideraron sus
opiniones notablemente sanas de la sociedad como «desequilibradas» y peligrosas.
Aunque el sentimiento de aislamiento que Ruskin parece haber sentido en grados divergentes
a lo largo de su vida se incrementó después de 1860 (que fue también el periodo durante el
cual abandonó la religión de su infancia), todavía conservó una audiencia en sus conferencias
y publicaciones políticas. De hecho, habiendo desembolsado gran parte de la fortuna que
heredó después del fallecimiento de su padre en 1864, ganó suficiente dinero de sus libros,
incluidos aquellos sobre economía política, como para seguir siendo un hombre rico. Una de
las razones por las que Ruskin continuó siendo un autor popular, aunque controvertido, reside
en el hecho de que se fue haciendo gradualmente con una nueva audiencia, compuesta de
miembros de las clases trabajadoras que suplementó y en algunos casos, reemplazó a su
audiencia anterior.
Durante la etapa media y posterior de su carrera, Ruskin sin embargo no se concentró por
completo en la economía política, sino que continuó con sus conferencias en Oxford y publicó
sobre temas que abarcaban desde la ornitología y la botánica hasta la pintura y la
contaminación. En 1878, comenzó a tener episodios de enfermedad mental que le
incapacitaron intermitentemente, pero durante sus periodos de calma escribió algunas de las
obras más exquisitas, incluidas El arte de Inglaterra y Praeterita. Los últimos actos
interpretativos de Ruskin se centran en su propia vida en Praeterita, una obra tranquila, bella y
lírica escrita durante los periodos en los que su mente y su espíritu estaban calmos. Después
de 1888, tales momentos de paz se hicieron cada vez más raros y Ruskin permaneció aislado
en Brantwood. Irónicamente, justo en el momento en el que miles de lectores en Inglaterra y en
el extranjero recibieron con adulación las obras de Ruskin el profeta, él mismo no pudo
reconfortarse de este hecho.
Tal y como las historias sobre la literatura, el arte, la arquitectura, el diseño y la teoría política
constatan, estamos justamente empezando a percibir el grado con el cual John Ruskin,
intérprete, influenció su propia época y continúa afectando a la nuestra. Ruskin, sin embargo,
posee una importancia mucho más que histórica. Sigue siendo el gran crítico de arte inglés, y
su excelente prosa todavía nos enseña a ver y a ver mejor. Su crítica social con su constante
énfasis en que podemos entender nuestras vidas, perdura como inmediato y sobresaliente, así
como su insistencia en que la prueba principal de las teorías del arte, la sociedad, y la política
se condensa en la pregunta, ¿Enriquecen nuestra vida y nuestro espíritu, nos hacen más
plenos, más ricos, más vivos?
CRONOLOGIA
1819 John Ruskin nace en Londres el 8 de febrero, hijo de John James y de Margaret Cox
Ruskin.
1836 Reside en Oxford, acompañado por su madre hasta 1840. Publica una serie de
artículos titulados «La poesía de la arquitectura» en la Revista arquitectónica (1837-8).
1839 Gana el premio Newdigate de poesía en Oxford con Salsette y Elefanta. Conoce a
Wordsworth.
1840 Se encuentra por primera vez con Turner. Cae enfermo, posiblemente de
tuberculosis y abandona Oxford para hacer un viaje con sus padres que dura desde septiembre
hasta junio. Se encuentra con Georgianna Tollemache, posteriormente Lady Mount-Temple,
que seguirá siendo una de sus amigas más íntimas.
1841 Escribe El rey del río dorado para Euphemia Chalmers Gray, con quien contrae
matrimonio en 1848.
1842 Consigue la maestría en las artes en Oxford y abandona la idea de tomar las órdenes
sagradas. Comienza Pintores modernos.
1843 Publica el primer volumen de Pintores modernos anónimamente en mayo.
1844 Revisa Pintores modernos I, omitiendo gran parte de su contenido polémico. Lee La
poesía del arte cristiano de A. F. Rio y continúa los estudios de botánica y de geología. Compra
El barco de esclavos de Turner.
1846 Publica Pintores modernos II, que marca un nuevo punto de partida en su
pensamiento.
1847 Reseña Bocetos de la historia del arte cristiano de Lord Lindsay en la reseña
trimestral de junio. Sin saberlo Ruskin, Pintores modernos II inspira a William Holman Hunt,
John Everett Millais, y Dante Gabriel Rossetti en la emulación de las fusiones del realismo
visual y del simbolismo elaborado de Tintoretto [92/93].
1848 Se casa con Euphemia Chalmers Gray, una prima lejana, el 10 de abril, después de
lo cual emprende con su mujer un viaje por Normandía. Estudia arquitectura gótica.
1849 Publica Las siete lámparas de la arquitectura. Trabaja en Venecia estudiando la
arquitectura y la historia de la ciudad desde noviembre hasta marzo de 1850.
1850 Publica una colección de poemas y El rey del río dorado, que sin embargo se data el
año siguiente.
1851 Publica el primer volumen de Las piedras de Venecia, «Notas sobre la construcción
de los apriscos», y El Prerrafaelismo. Defiende a Hunt y a Millais en cartas al periódico The
Times después de que Coventry Patmore le muestra el trabajo de éstos. Conoce a Millais,
Rossetti, Hunt, y a otros miembros del círculo prerrafaelita. Trabaja en Venecia desde
septiembre hasta junio de 1852 en Las piedras de Venecia. Turner fallece, siendo Ruskin
fiduciario de su testamento.
1853 Publicación del segundo y tercer volumen de Las piedras de Venecia. Viaja con su
mujer, Millais y el hermano de Millais a las Highlands escocesas.
1854 Anulación de su matrimonio alegando la no consumación. Al año siguiente Effie se
casa con Millais. Comienza a conferenciar sobre arte en la recientemente fundada Universidad
para trabajadores y se hace amigo de D. G. Rossetti y de Elizabeth Siddall. Escribe cartas a
The Times defendiendo la pintura prerrafaelita. Publica Conferencias sobre arte y arquitectura,
impartidas el año anterior en Edimburgo.
1855 Comienza Notas académicas, reseñas anuales de la Academia real de la exhibición
de junio que continúa hasta 1859 (con una única publicación en 1875). Conoce a Tennyson.
1856 Publica el tercer y cuarto volumen de Pintores modernos que afecta al surgimiento
del arte romántico y a las actitudes sobre el paisaje. Conoce a Charles Eliot Norton, su amigo
americano, discípulo y divulgador [93/94].
1857 Publica Los elementos de la pintura y La economía política del arte. Imparte
numerosas conferencias y trabaja en el legado de Turner.
1858 Conoce y se enamora de Rose La Touche. Abandona definitivamente su fe religiosa
protestante en Turín.
1860 Completa el volumen final de Pintores modernos y publica crítica política y social en
la revista Cornhill, pero las protestas de los lectores empujan a Thackeray, el editor, a limitar la
colaboración de Ruskin a cuatro artículos, posteriormente publicados en Hasta que esto dure
(1862).
1862 Publica «Ensayos sobre economía política» en la revista Fraser (1862-3); se publican
como libro, titulado Munera Pulveris en 1872.
1864 El padre de Ruskin fallece el 2 de marzo, dejándole una fortuna considerable. Escribe
y publica «Tráfico» y «Los erarios del rey».
1865 Publica Sésamo y lirios.
1866 Publica La corona de olivo Silvestre y La ética del polvo. Este último trabajo es una
serie de diálogos con niños en los que explica la geología basada en su enseñanza ocasional
en la escuela Winnington, la propuesta de Ruskin de matrimonio a Rose La Touche inicia una
década de frustración y de conmoción emocional.
1867 Publica Tiempo y marea, cartas a un trabajador británico sobre cuestiones sociales y
políticas. Se hace amigo de la trabajadora social Octavia Hill.
1869 Publica La reina del aire, un estudio del mito griego que expande las ideas
encontradas en los volúmenes finales de Pintores modernos. Es nombrado el primer profesor
honorífico de Bellas Artes en Oxford.
1871 Compra Brantwood cerca de Coniston en Lake District al radical W. J. Linton.
Emprende experimentos sociales incluidos la limpieza de las calles en Londres y el arreglo de
las calzadas en Oxford. Comienza a publicar Fors Clavigera, que continúa en secciones
mensuales hasta [94/95] 1878, tras lo cual aparece intermitentemente. Cae gravemente
enfermo a causa de una dolencia mental y física en Matlock. Su madre muere el 5 de
diciembre.
1875 Muere Rose, loca, a la edad de 27.
1878 Funda el Gremio de San George. Suspende Fors tras un ataque de locura en la
primavera y es incapaz de testificar en el juicio Whistler versus Ruskin en noviembre.
1879 Renuncia a la cátedra honorífica de Oxford, en gran parte por el juicio Whistler versus
Ruskin.
1880 Se recupera de los ataques de locura y retoma Fors. Comienza «Ficción, feria y
fallo», una serie que aparece intermitentemente en El siglo XIX hasta octubre de 1881. Publica
Alegría para siempre, una versión ampliada de La economía política del arte (1857).
1883 Retoma la cátedra en Oxford tras ser reelegido y conferencia sobre El arte de
Inglaterra, que contiene comentarios ampliados sobre Hunt, Rossetti, Burne-jones, y otros
artistas victorianos.
1884 Publica «La tormenta de nubes del siglo XIX», como conferencia en la Institución
londinense y comienza a publicar las conferencias de Oxford tituladas Los placeres de
Inglaterra. Publica El arte de Inglaterra en formato libro. Con frecuencia padece perturbaciones
mentales.
1885 Continúa publicando Los placeres de Inglaterra y publica Praeterita, su autobiografía,
que aparece intermitentemente en partes hasta julio de 1889. Su enfermedad mental le fuerza
temporalmente a dejar de escribir.
1886 Sufre ataques de enfermedad mental.
1900 Fallece de gripe el 20 de enero y es enterrado en el cementerio de Coniston [95/96].