Libro Salmos
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Padre Hernán:
Y en segundo lugar, aquí aparece el tema de “los dos caminos”: el camino de los
bondadosos y el camino de quienes rechazan a El Señor en su vida. A nosotros nos
toca elegir. El tema se refiere a un cruce de caminos, cuando salimos a una gran
avenida: debemos tomar a la derecha o a la izquierda. Es importante elegir bien y
esa elección queda al descubierto en las decisiones de cada día. ¿Nos parecemos
más a la acciones del Señor o al camino de los malvados?
Muchas de las decisiones nos van colocando a ratos en ambos caminos, por eso
necesitamos de la oración para adentrarnos en un proceso de conversión y de
discernimiento, donde el gran protagonista es el Señor. Con frecuencia estamos en
las dos categorías, hacemos camino en la misma avenida, pero en los dos sentidos,
a veces hacia el norte, a veces hacia el sur. Por eso debemos esforzarnos a diario
por “escuchar” la Palabra y elegir “hoy” el camino del verdadero bienaventurado:
“Bienaventurado quien se complace en la Torá del Señor”.
Memo:
La buena ventura, en español, significa lo bien propiciado, lo que se da y se
agradece. Y al mismo tiempo la búsqueda de una esperanza buena. Y en este dar y
agradecer, estar vivo es conveniente. Ya, en hebreo, la palabra más usada es mazal
tov, que tengas una buena estrella, pero no se trata de suerte ni de búsqueda de
protección sino de obtener lugares [1]apropiados, momentos apropiados y personas
apropiadas. Esto implica estar donde se es, en el momento en que se es y hablar
con quien es, lo que daría todas las posibilidades de acierto y, como resultado, de
estar bien en el mundo, con uno y con los demás.
El salmo uno (ejad) tiene que ver con la unidad, con lo que nos contiene y guía y
si desconocemos el contenido y perdemos la gruía, nos destruimos; pues la
destrucción es fragmentarse y dispersarse sin un recipiente o contenedor que nos
acoja. Así ese uno, básico (un yo-tu, como diría Martín Buber), es la totalidad que
se toma como ánfora que me contiene, Por eso, con relación al salmo, la palabra
uno (Ejad), que comienza por álef, sigue con jet y termina en dálet, significa el
silencio donde D’s habita, los fundamentos necesarios y al fin la puerta que se abre
al mundo, que es otro uno a los sentidos, la inteligencia, el entendimiento y la
sabiduría. Un uno creado para ser entendido y habitado en términos de
agradecimiento, que es lo entendido en beneficio de la comunidad[2].
El salmo uno, el inicio, propone dos caminos, pero no para tomar alguno al azar
sino para escoger el debido teniendo en cuenta ese que no se debe. Por ley de
opuestos, sé que existe el bien porque hay mal. Y sé que puedo florecer cuando
hay raíces porque sé que no se florece donde no las hay. Por eso se habla del
hombre dichoso y del hombre impío que peca, el primero opuesto al segundo. El
hombre dichoso, el que habita la shimjá (la alegría debida), es árbol y la fuente que
lo alimenta mana cerca, en tanto que el sin piedad y violador de la naturaleza, es
piedra seca, que a más sol y golpes del viento más resquebrajaduras.
El hombre dichoso sigue las instrucciones para vivir (lo que sería la Torá) que le
ha dado el Señor. Las sigue porque son buenas y no causan dolor, porque
disciplinan y en este disciplinarse se aleja de la condición animal, que es la del
miedo y el caos. El hombre dichoso sigue un orden, un método que le permite no
contradecirse con él ni con el contexto, que le da identidad y posibilidad clara de
un lugar en la tierra y bajo los cielos. No así el impío que entra en desorden (rompe
el método) y en la confusión que se crea, no llega a ninguna parte y todo lo que
habita lo confunde.
El salmo uno invita y acoge, plantea los extremos y da las razones para que vivir
sea bueno. Es una totalidad, un uno, a la que nos integramos para vivir o de la que
nos zafamos para vagar perdidos.
El hombre es el camino que se construye: si el camino es bueno, el final es bueno.
Si es malo, no hay camino sino miedo. Creo que esta es la esencia de este almo
iniciador, en el que el hombre de bien es el iniciado.
Padre Hernán:
El salmo 22 (21) comienza con una frase que ha hecho correr mucha tinta y
variadas notas musicales: “El Señor mío, El Señor mío, ¿por qué me has
abandonado?” Estás ajeno a mis palabras. El Señor mío te llamo noche y día, no
me respondes, no hallo reposo”.Quizá para entender la situación se debe leer todo
el salmo, sus 32 versículos. Y rara vez leemos el final. Esa preciosa acción de
gracias: “¡Tú me has respondido! Y proclamo tu nombre ante mis hermanos, te
alabo en plena asamblea.” (v. 26). Quien gritaba: “El Señor mío, El Señor mío,
¿por qué me has abandonado?” en el primer versículo, da gracias más adelante por
la salvación recibida. No murió, está vivo y le agradece a El Señor su compañía.
El salmo fue compuesto al regreso del exilio en Babilonia y ese retorno se compara
con un condenado a muerte que escapó del suplicio. Para muchos israelitas el exilio
era la condena a muerte del pueblo; un poco más y habría sido borrado del mapa.
El condenado sufrió los desprecios, la humillación, el abandono en manos de los
verdugos… pero por bondad de quien lo cuida, sobrevivió, no murió. Israel regresó
del exilio y desde entonces, se deja llevar por la alegría y lo cuenta a todos, grita
ahora más fuerte que cuando gritó su angustia.
Y hacia el final el Salmo reconoce los frutos del silencio: “Los pobres comerán,
serán saciados; los que lo buscan alabarán al Señor. ¡A todos ustedes la vida y la
alegría! La tierra se recordará y volverá al Señor, cada familia de las naciones se
postrará delante de Él… Yo vivo por Él, mi descendencia le servirá. Anunciará al
Señor a las generaciones futuras. Se proclamará su justicia para con el pueblo
que nacerá: he ahí su obra” (vv. 27.30-32). Sin duda estamos delante de un
silencio creador, sutil pero eficaz.
Memo:
El salmo 22, que también podría significar el final de las letras (el silencio), ya que
el alefato se compone de 22 (finaliza en tav y se reinicia en la letra álef que es
silenciosa), habla de un hombre que grita, que está asustado, pues se ha salido del
pueblo (la comunidad) y ya no tiene las palabras de otros, esas que lo componen
como grupo y lo cohesionan con los demás. Y en ese miedo (en el silencio está
solo), le pregunta a D’s por qué lo ha abandonado. Pero, en realidad, D’s no lo ha
dejado a un lado sino que es el hombre quien se ha separado de los suyos, de la
tradición de sus padres, del ritual en común y ahora, en el silencio, se ve rodeado
de bestias que quieren devorarlo. Tiene miedo.
En el judaísmo es claro que el judío solo no existe: existen los judíos. Y este salmo
establece al judío que se ha silenciado, que no habla con los otros sino consigo
mismo, que ya no discute, sino que busca respuestas que no logra en sí. Y no las
logra porque una respuesta exige verme en la cara del otro, en los haceres de los
demás y en la seguridad de pertenecer a un grupo.
En el silencio (que a veces es beneficioso para descubrir lo que nos falta saber),
las palabras carecen de sonido, son imágenes no más, están muertas. Son palabras
imaginadas y no sonoras, no invocantes sino angustiadas. Por esto el hombre
reclama y al tiempo reconoce que su reclamo es en vano pues ha dejado a los suyos
y se ha silenciado. Y en ese silencio se desmorona.
Este salmo del silencio y del abandono tiene una esencia: las palabras con el otro.
Si hay otro no hay miedo. Si ese otro desaparece, las palabras se vienen contra mí.
Y se vienen porque las palabras crean para la comunidad y dejan de crear cuando
me apropio de ellas. Es que han perdido su capacidad de relación.
Padre Hernán:
El salmo 119 (118) es elmás largo del salterio tiene 176 versículos, es decir, 22
estrofas de 8 versículos: 22 y 8 son cifras especiales. El alefato hebreotiene22 letras
y cada estrofa tiene 8 versos, con 8 sinónimos de Torá. El número 7 indica plenitud,
el número 8 es 7+1, es decir, la perfección suma. El número 8, en la Biblia, es la
cifra de la nueva creación; la primera creación la hizo El Señor en 7 días, y el día
8 será aquel de la creación renovada, “los cielos nuevos y la tierra nueva”, según
una expresión bíblica. Ésta podrá surgir cuando la humanidad viva según la Torá
de El Señor, o sea, en el amor.
Los versos de cada estrofa comienzan con la misma letra y las estrofas se siguen
el orden del alefato de la primera a la última letra: aquí no se trata de una proeza
literaria. Estamos delante de una profesión de fe. Es decir, todo el vocabulario
humano está al servicio de un amor que supera todo otro amor. Y quizá se trata no
tanto del amor a la ley de El Señor, sino, mucho mejor, del amor al El Señor que
nos regala un manual de instrucciones para vivir mejor.
La Torá es un regalo de El Señor a los suyos, los pone en guardia contra las falsas
rutas; es la expresión de la solicitud del Padre con sus hijos. El Señor no se contentó
con liberar a su pueblo de la servidumbre de Egipto; dejado a sí mismo, Israel
arriesgaba recaer en otras esclavitudes quizá peores. Al darle su Torá, El Señor le
daba la forma de usar de la libertad. La Torá es, entonces, la expresión del amor
de El Señor hacia su pueblo. Luego de los tres primeros versículos, que son
afirmaciones acerca de la felicidad del hombre fiel a la Torá, los otros 173
versículos se refieren a El Señor en un estilo a veces contemplativo, y a veces
suplicante. “Abre mis ojos para que contemple las maravillas de tu Torá”. Y la
letanía sigue repitiendo sin parar las mismas fórmulas. Solo los enamorados se
atreven a repetirse sin hacerse cansones.
Memo
La palabra Torá (instrucciones para vivir), se escribe con la letra Tav, la última de
alefato, porque vivir es un fin y cada día es la vida que comienza y para la cual oír
es más importante que decir. y como lo dice el salmo, este oír no es solo escuchar
lo nuevo sino regresar a la palabra dicha, a la norma que me dice que no debo
salirme del camino pues el camino ya está hecho y me lleva del nacer al morir, del
conocer al entender y del estar al ser. Por esta razón, Maimónides, en sus Trece
principios de fe, establece que la Torá no será alterada pues en ella se contiene lo
que nos permite vivir con dignidad, reconociendo lo hecho (los siete días de la
creación, que incluyen el descanso) y lo por tener en cuenta para que la vida sea
una oportunidad.
La Torá, como bien usted dice, es lo que pone al hombre en guardia contra las
falsas rutas, esas que nos sitúan en condición de caos y nos desvían a lugares donde
el miedo siempre está presente. Y, además, la Torá es lo que hace al hombre
inteligente, pues le hace entender dónde está el error. En Bereshit (Génesis) se
cuenta la historia de Caín, que al matar a su hermano Abel, comete tres errores:
matar, mentir y perder la confianza. Al matar anula al otro como posibilidad de
reconocimiento, al mentir no acepta la realidad y al perder la confianza del creador
vaga desesperado por la tierra. Y podríamos continuar con muchos hechos
narrados en la Torá, que señalan bien el error para que el hombre inteligente no lo
cometa y pierda la vida, su sentido y condición, viviendo como un muerto. Porque
a la vida se la recibe con la vida y no temiendo el día nuevo y la noche nueva.
No se equivoca el salmo al decirnos que cada mañana debemos oír lo que ya está
escrito. Es que cuando se oye la voz del bien y esta voz se repite en nosotros cada
día, la vida es un agradecimiento. Y en el agradecimiento somos, no importa dónde
estemos ni en qué condición. Es decir, la condición no me marca, lo que me marca
es el criterio (el juicio) con que asumamos la condición, que será de riqueza si
entendemos lo más simple y chico y de pobreza y miedo si lo que tenemos o
hacemos está signado por el error. O por el pecado, que es la forma más dolorosa
de enfrentarnos con nosotros mismos.
Cuando se habla del temor de D’s, es del temor que nosotros tenemos de nosotros
mismos cuando cometemos un error. Porque del error siempre somos conscientes
y no podemos escapar de él: es una marca, a veces a abierta y en otras con una
cicatriz encima, pero siempre evidente. Así que D’s no nos castiga, somos nosotros
quienes nos castigamos, pues sabiendo cuál era el camino, nos hemos desviado y
percibimos que estamos perdidos, que no escuchamos lo que estaba escrito, que no
lo repetimos para que eso que nos pasa no nos pasara.
Oramos para reconocer el camino a seguir, que es el de las palabras buenas dichas.
Y en la oración que nos indica qué hacer, la vida nos dignifica y nos hace libres,
pues la libertad es mejorar lo bueno que hemos hecho y la esclavitud es admitir la
destrucción.
Vivimos en un mundo que se burla del bien y que cataloga como inútil lo que nos
hace humanos. Y el salmo previene contra esto: si antes no admitimos la Torá, si
no somos en ella, lo que venga se convertirá en diablos que nos muerden los
tobillos y las entrañas, como bien describe Isaac Bashevis Singer en sus relatos y
novelas.
Así, este salmo extenso, es un campo para que nos mantengamos florecidos y
siempre dando fruto. Y en el amor, que no es un asunto de deseo sino de saber que
la vida es buena conmigo porque yo soy bueno con ella. Y cumplir los
mandamientos es amar a la vida para sentirnos amados por ella. Y la vida es el
creador, que la ha hecho posible haciéndonos posibles a nosotros.
P. Hernán.
Pero El Señor no se contentó con crear un lindo día el cosmos y la humanidad para
luego abandonarlos a su suerte; desde la aurora del mundo, Él vela cada instante
sobre nosotros: “El Señor vela sobre aquellos que le temen, que ponen su
esperanza en su amor” (v. 18). Esta certeza de la fe se asienta sobre una esperanza:
la de la vigilancia de El Señor a lo largo de los siglos. Desde Abraham, Isaac y
Jacob, desde Moisés y la zarza ardiente y la salida de Egipto, desde la entrada a la
tierra prometida… (y podríamos tomar uno por uno los acontecimientos de la
historia del pueblo elegido), en cada etapa supo experimentar que El Señor vela y
que la tierra está llena de su amor.
“La tierra está llena de su amor”: esta frase es ya una profesión de fe. Fue
necesario un largo camino de revelación para que la humanidad descubriera esta
realidad fundamental de que El Señor es Amor y que la tierra (la creación) está
llena de su amor. Es la característica de los creyentes: atraviesan la existencia y
sus realidades de felicidad o quizás de prueba pero, pase lo que pase, la tierra está
llena del amor de El Señor. Ello no quiere decir que el amor reine por todas partes
del mundo. Ni el amor universal, ni la felicidad se encuentran todavía. Por ahora
hay una certeza, El Señor mira el universo y la humanidad con amor. Por lo demás,
todavía no se ha cumplido, pero es la vocación de la creación ser un lugar de amor,
de derecho y de justicia.
Volvamos al versículo: “El Señor vela sobre aquellos que le temen, que ponen su
esperanza en su amor” (v. 18). La frase nos pone delante de dos reflexiones, al
menos: La primera, tenemos allí una definición del “temor”, es decir, quienes
temen al Señor son de hecho quienes ponen su esperanza en su amor, confían en
Él en cualquier circunstancia. La segunda, nos puede sorprender la formulación:
“El Señor vela sobre aquellos que le temen”: quisiéramos preguntarnos “¿y los
demás?”¿”Los que no son creyentes?” ¿Acaso El Señor no vela sobre ellos? En
verdad vela sobre todos sus hijos, pero solo los que lo conocen saben y pueden
decirlo por el momento.
Para los creyentes, la única actitud válida para responder a El Señor es obedecer a
los mandamientos, porque están guiados por el amor. Este es el sentido de la
profesión de fe judía (Deut. 6, 4): “Amarás al Señor, tu El Señor, con todo tu
corazón, con todo tu ser, con todas tus fuerzas”. Es decir: “Lo amarás, confiarás
en Él y (porque es inseparable), observarás sus mandamientos, su palabra”; que es
el segundo sentido del término “palabra”. La frase “La Palabra del Señor es recta”
es un homenaje a la Palabra creadora, como también a la Ley dada por El Señor. La
creación de la cual se maravilla Israel no es tanto de la tierra, sino del pueblo. En
cada época de su historia, la palabra de El Señor llama a la libertad y le da fuerzas
para conquistarla; una libertad de toda idolatría, libertad de toda esclavitud.
Memo:
Oseas (el profeta del amor, habla, en 2.21-22, del desposorio entre el hombre y la
rectitud, palabra esta que a su vez contiene justicia, misericordia y compasión. Así,
un hombre es recto cuando es justo y por ello admite la justicia como único camino
viable para entender la misericordia (la acogida gratificante) y la compasión, esa
mirada y acto que devuelve la solidez al otro. Y en la rectitud aparece el
agradecimiento al mundo que nos fue dado, que es el único posible y por ello lo
contiene todo para que la vida exista en relación de amor (ajabá, conocimiento a
fondo de la alteridad) con nosotros.
[1]
Co älef se escribe Él, con jet jéder (escuela básica) y con dálet délet, puerta.
[2]
Vale la pena anotar que en el judaísmo el judío solo no existe. Existe la kehilá, la Knsset, la comunidad, en
la que el uno hace posible al otro.
[3]
En Bereshit D’is habla y los hechos, cosas y seres se crean.