Libro Salmos

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LIBRO SALMOS.

Tehilim (Memo Anjel – Hernán Cardona Ramírez, sdb).

Padre Hernán:

Salmo 1. Bienaventurado quien elige al Señor. He aquí el primero de todos los


salmos (Salmo 1), el que nos da la clave de lectura de todos los demás, pues este
es el salmo elegido para introducirnos en la oración de Israel. Es muy corto, así
como debe ser una introducción, pero cada detalle es fundamental. La primera
palabra del salmo y por lo tanto de todo el salterio es “bienaventurado”, feliz,
dichoso, agraciado… es de por sí todo un programa. En hebreo significa estar en
el lugar apropiado, de la manera apropiada y con la persona apropiada. Para el
salmista El Señor es el fundamento de esa alegría y de nuestra felicidad; es lo más
importante que el salmista quiere decir para comenzar.

Para comprender el sentido de la palabra “bienaventurado” en la Biblia, el salmista


nos hace pensar en la expresión “felicitaciones” que nos dirigimos unos a otros en
las grandes fiestas o celebraciones: cuando nos comparten una noticia, cuando nace
un bebé, se celebra un matrimonio, una ordenación, una profesión religiosa…
quienes nos rodean, familiares, amigos y conocidos nos dicen o nosotros les
decimos: “felicitaciones”.

Bienaventurado, en la etimología, puede relacionarse con la alegría y con la


felicidad, y la palabra felicidad proviene del vocablo: “feliz”, es decir un
bienaventurado se regocija con quien es feliz. Es de entrada una constante en
muchos textos de la Biblia (Bienaventurado eres), incluso algunas veces nos
sumerge en la contemplación porque el espectáculo de la alegría es evidente,
radiante, nos conmueve siempre. Al mismo tiempo es un deseo vivo y a la vez nos
estimula, es una invitación para vivir cada día en medio del entusiasmo y hacer
todo nuevo. Elegimos “estar contentos, seguir siendo bienaventurados; pues el
mundo tiene necesidad del testimonio de su amor y de su felicidad”.

La palabra bíblica “bienaventurado” abarca dos dimensiones interesantes: por un


lado es una invitación a caminar: “bienaventurado porque estás caminando”, es
decir, porque vas en un proceso, porque estás en marcha. Se trata de asumir la
historia como una larga caminata, así como se presenta, porque muchas situaciones
no dependen de mí, por eso este camino exige una elección, decisiones cada día
desde un corazón lleno de El Señor. La elección se halla en las primeras palabras
del salmo 1: Bienaventurado quien no siguió el camino de los pecadores… no se
sentó en la reunión de los cínicos. El Señor conoce el camino de los justos, pero
el camino de los malvados fracasa. En hebreo, al contrario de muchas traducciones
españolas, los primeros verbos del salmo están en pasado, porque quien se adentra
en la oración ya hizo una elección.

Y en segundo lugar, aquí aparece el tema de “los dos caminos”: el camino de los
bondadosos y el camino de quienes rechazan a El Señor en su vida. A nosotros nos
toca elegir. El tema se refiere a un cruce de caminos, cuando salimos a una gran
avenida: debemos tomar a la derecha o a la izquierda. Es importante elegir bien y
esa elección queda al descubierto en las decisiones de cada día. ¿Nos parecemos
más a la acciones del Señor o al camino de los malvados?

La revelación bíblica tiene un solo objetivo: mostrar a la humanidad el camino del


bien, querido por El Señor Padre para todos los seres humanos. Y para ello el Señor
nos regala cada día múltiples señales: Dt 30,15.19; Dt 6,2-3 (Se sugiere leer estos
textos). Debemos escuchar; elegir entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte,
y la elección se ve en nuestras decisiones en nuestros comportamientos para servir
y ser solidarios. Las acciones identifican al “bienaventurado”.

En este contexto, las palabras “bienaventurado o malaventurado”, bueno o malo,


son como las luces de señalización en la gran avenida de la vida. En ese entorno
Jeremías dice: “Maldito el ser humano que confía solo en el hombre” (Jer 17,5; Is
10,1-2). Los profetas no pronuncian un juicio de condenación contra las personas,
más bien previenen del peligro de quedar con sus decisiones al borde del
precipicio. Al contrario, las expresiones “bendito el hombre que confía en El
Señor” (Jer 17,7-8) o bienaventurado el hombre que no siguió el consejo de
malvados(Sal 1,1.3), son texto similares. Y a la vez son palabras de estímulo, pues
evidencian una decisión: ustedes van por el buen camino.

El argumento de los dos caminos pone al descubierto una dimensión muy


importante de las personas: somos libres, podemos decidir. Pero si queremos ser
bienaventurados hay caminos que debemos evitar. El deseo inscrito en el corazón
de todas las personas, el blanco de todas sus acciones es la búsqueda del bien; por
eso se debe elegir el camino correcto. La presencia de El Señor en el corazón de
todas las personas (GS 16) guía nuestra libertad, si así se lo permitimos, por el
camino del bien. Por eso debemos amar las decisiones del corazón, que para Israel
quedaban inscritas en la Torá (manual de instrucciones y de comportamientos para
vivir bien). El pueblo de la alianza sabe que la Torá es un don de El Señor, quiere
nuestro bien y nos indica el camino correcto: una vida de comunidad, como
hermanos y hermanas, solidarios y servidores unos de otros.

Bienaventurado quien se complace en la Torá del Señor y musita su Torá noche y


día (24 horas). Cuando el salmo 1 habla de buenos y malvados no califica a las
personas individuales, ni las juzga; él se fija en sus acciones, en sus
comportamientos, en su conducta… son las decisiones las que muestran si estamos
en el camino correcto, o en el camino de quienes optan por distanciarse de El Señor
y por ese motivo son insolidarios con sus semejantes.

Muchas de las decisiones nos van colocando a ratos en ambos caminos, por eso
necesitamos de la oración para adentrarnos en un proceso de conversión y de
discernimiento, donde el gran protagonista es el Señor. Con frecuencia estamos en
las dos categorías, hacemos camino en la misma avenida, pero en los dos sentidos,
a veces hacia el norte, a veces hacia el sur. Por eso debemos esforzarnos a diario
por “escuchar” la Palabra y elegir “hoy” el camino del verdadero bienaventurado:
“Bienaventurado quien se complace en la Torá del Señor”.

El salmo insiste en la importancia de la buena elección, pues opone al tiempo,


dentro de una simetría completa, los dos procederes, el de los justos y el de los
pecadores. Pero quien elige la dirección correcta, es llamado “justo”, es decir,
“bienaventurado” y a quienes eligen bien se le dedica la mayor parte del Salmo 1.
En cambio, a los otros, a quienes eligen de manera equivocada, se les llama “los
malvados”. Esta inequidad en el trato habla por sí sola. Se presenta ante todo la
suerte de los “bienaventurados”; los otros son como la paja que arrebata el viento.

Memo:
La buena ventura, en español, significa lo bien propiciado, lo que se da y se
agradece. Y al mismo tiempo la búsqueda de una esperanza buena. Y en este dar y
agradecer, estar vivo es conveniente. Ya, en hebreo, la palabra más usada es mazal
tov, que tengas una buena estrella, pero no se trata de suerte ni de búsqueda de
protección sino de obtener lugares [1]apropiados, momentos apropiados y personas
apropiadas. Esto implica estar donde se es, en el momento en que se es y hablar
con quien es, lo que daría todas las posibilidades de acierto y, como resultado, de
estar bien en el mundo, con uno y con los demás.

El salmo uno (ejad) tiene que ver con la unidad, con lo que nos contiene y guía y
si desconocemos el contenido y perdemos la gruía, nos destruimos; pues la
destrucción es fragmentarse y dispersarse sin un recipiente o contenedor que nos
acoja. Así ese uno, básico (un yo-tu, como diría Martín Buber), es la totalidad que
se toma como ánfora que me contiene, Por eso, con relación al salmo, la palabra
uno (Ejad), que comienza por álef, sigue con jet y termina en dálet, significa el
silencio donde D’s habita, los fundamentos necesarios y al fin la puerta que se abre
al mundo, que es otro uno a los sentidos, la inteligencia, el entendimiento y la
sabiduría. Un uno creado para ser entendido y habitado en términos de
agradecimiento, que es lo entendido en beneficio de la comunidad[2].
El salmo uno, el inicio, propone dos caminos, pero no para tomar alguno al azar
sino para escoger el debido teniendo en cuenta ese que no se debe. Por ley de
opuestos, sé que existe el bien porque hay mal. Y sé que puedo florecer cuando
hay raíces porque sé que no se florece donde no las hay. Por eso se habla del
hombre dichoso y del hombre impío que peca, el primero opuesto al segundo. El
hombre dichoso, el que habita la shimjá (la alegría debida), es árbol y la fuente que
lo alimenta mana cerca, en tanto que el sin piedad y violador de la naturaleza, es
piedra seca, que a más sol y golpes del viento más resquebrajaduras.

El hombre dichoso sigue las instrucciones para vivir (lo que sería la Torá) que le
ha dado el Señor. Las sigue porque son buenas y no causan dolor, porque
disciplinan y en este disciplinarse se aleja de la condición animal, que es la del
miedo y el caos. El hombre dichoso sigue un orden, un método que le permite no
contradecirse con él ni con el contexto, que le da identidad y posibilidad clara de
un lugar en la tierra y bajo los cielos. No así el impío que entra en desorden (rompe
el método) y en la confusión que se crea, no llega a ninguna parte y todo lo que
habita lo confunde.

La invitación de este salmo iniciador (diría del salmo que potencia), es la de no


temer a emprender hacer algo si el fin de ese algo es bueno, siendo lo bueno esto
que me engrandece como humano, pero no en términos de reconocimiento sino de
más mundo entendido y, en ese entendimiento, más alegría. Porque mientras
vamos se van realizando los encuentros, se responde a las preguntas necesarias y
al llegar lo iniciado está hecho para el agradecimiento y la sabiduría del hombre
que, en este trasegar, se ha mantenido en orden. O, en otras palabras, en D’s, que
es la tranquilidad, la carencia de confusión y el estar bien en la medida en que lo
seres de la tierra y el cielo están bien, es decir, admitidos como elementos
benefactores. Y esto porque el salmo uno es una acogida, la idea primordial:
alejándonos del mal, lo turbio y lo que nos genera miedo, es el fin bueno que
buscamos. Y en ese fin (la razón del vivir) damos frutos, no se nos marchitan las
hojas y llegamos a ser justos, sin perdernos de nada. Si somos justos es porque
sabemos que es la injusticia, si no tomamos los consejos de los impíos sabemos
que es el error, si nos mantenemos firmes es porque vemos caer a nuestro lado y,
si somos lo que debemos ser en la ley (el orden debido, el agradecimiento habido),
es porque ya entendemos que los que no son en la ley se desordenan y no logran
la dicha del agradecimiento.

El salmo uno invita y acoge, plantea los extremos y da las razones para que vivir
sea bueno. Es una totalidad, un uno, a la que nos integramos para vivir o de la que
nos zafamos para vagar perdidos.
El hombre es el camino que se construye: si el camino es bueno, el final es bueno.
Si es malo, no hay camino sino miedo. Creo que esta es la esencia de este almo
iniciador, en el que el hombre de bien es el iniciado.

Padre Hernán:

Uno de los vocablos para el silencio es “dumiyyah”, “dumáh”, el cual se amplía a


la calma y al reposo, y es un sustantivo femenino con lo cual no solo se recuerda a
El Señor cuando habita y crea, como un ánfora que me contiene, sino que nos lanza
incluso al seno materno, al origen. Como una paradoja este silencio es una voz. Es
posible hallar la palabra en algunos Salmos 39 (38), 2-3; 107 (106), 29; 22(21), 2-
3; 62,2.6.

El salmo 22 (21) comienza con una frase que ha hecho correr mucha tinta y
variadas notas musicales: “El Señor mío, El Señor mío, ¿por qué me has
abandonado?” Estás ajeno a mis palabras. El Señor mío te llamo noche y día, no
me respondes, no hallo reposo”.Quizá para entender la situación se debe leer todo
el salmo, sus 32 versículos. Y rara vez leemos el final. Esa preciosa acción de
gracias: “¡Tú me has respondido! Y proclamo tu nombre ante mis hermanos, te
alabo en plena asamblea.” (v. 26). Quien gritaba: “El Señor mío, El Señor mío,
¿por qué me has abandonado?” en el primer versículo, da gracias más adelante por
la salvación recibida. No murió, está vivo y le agradece a El Señor su compañía.

El salmo fue compuesto al regreso del exilio en Babilonia y ese retorno se compara
con un condenado a muerte que escapó del suplicio. Para muchos israelitas el exilio
era la condena a muerte del pueblo; un poco más y habría sido borrado del mapa.
El condenado sufrió los desprecios, la humillación, el abandono en manos de los
verdugos… pero por bondad de quien lo cuida, sobrevivió, no murió. Israel regresó
del exilio y desde entonces, se deja llevar por la alegría y lo cuenta a todos, grita
ahora más fuerte que cuando gritó su angustia.

Desde el seno de su angustia, Israel jamás dejó de pedir ayuda y no dudó ni un


instante que El Señor lo escucharía. Su gran grito: “El Señor mío, El Señor mío,
¿por qué me has abandonado?” es un grito de angustia frente al silencio de El
Señor pero no es un grito de desespero ni mucho menos un grito de duda. Al
contrario, es la oración de quien sufre y se atreve a gritar su sufrimiento. Se sintió
abandonado en las manos de sus enemigos… Pero continuó en la oración, una
oración a toda prueba porque no perdió su esperanza.
El salmo describe el horror del exilio, la angustia del pueblo de Israel y de Jerusalén
asediada por Nabucodonosor, el sentimiento de impotencia ante la prueba. Y el
orante recita “¿Por qué, a causa de qué me has abandonado al odio de mis
enemigos?” Pero el salmo dice también la acción de gracias de quien reconoce que
solo a El Señor le debe su salvación. “Tú me has respondido. Y yo proclamo tu
nombre delante de mis hermanos… Te alabo en plena asamblea. Ustedes que le
temen, alaben al Señor”

Y hacia el final el Salmo reconoce los frutos del silencio: “Los pobres comerán,
serán saciados; los que lo buscan alabarán al Señor. ¡A todos ustedes la vida y la
alegría! La tierra se recordará y volverá al Señor, cada familia de las naciones se
postrará delante de Él… Yo vivo por Él, mi descendencia le servirá. Anunciará al
Señor a las generaciones futuras. Se proclamará su justicia para con el pueblo
que nacerá: he ahí su obra” (vv. 27.30-32). Sin duda estamos delante de un
silencio creador, sutil pero eficaz.

Memo:

El silencio, Dumáh, en términos de la discusión cabalística de Abraham Abulafia,


significa una puerta que lleva a otra puerta. O sea que se ha entrado y se ha salido.
Y de la palabra, que acoge, cuando salgo de ella, se pasa al silencio, allí donde no
existen las palabras de acogida sino aquellas que nos confrontan, que son nuestras
palabras sin que haya otras que nos respondan. El silencio, visto así y para el ser
humano, es la pérdida del avanzar, el inventario de lo habido y ya imposible de
compartir, pues las palabras se han silenciado y solo habitan el yo, que es un estado
de soledad.

El salmo 22, que también podría significar el final de las letras (el silencio), ya que
el alefato se compone de 22 (finaliza en tav y se reinicia en la letra álef que es
silenciosa), habla de un hombre que grita, que está asustado, pues se ha salido del
pueblo (la comunidad) y ya no tiene las palabras de otros, esas que lo componen
como grupo y lo cohesionan con los demás. Y en ese miedo (en el silencio está
solo), le pregunta a D’s por qué lo ha abandonado. Pero, en realidad, D’s no lo ha
dejado a un lado sino que es el hombre quien se ha separado de los suyos, de la
tradición de sus padres, del ritual en común y ahora, en el silencio, se ve rodeado
de bestias que quieren devorarlo. Tiene miedo.

En el judaísmo es claro que el judío solo no existe: existen los judíos. Y este salmo
establece al judío que se ha silenciado, que no habla con los otros sino consigo
mismo, que ya no discute, sino que busca respuestas que no logra en sí. Y no las
logra porque una respuesta exige verme en la cara del otro, en los haceres de los
demás y en la seguridad de pertenecer a un grupo.

En el silencio (que a veces es beneficioso para descubrir lo que nos falta saber),
las palabras carecen de sonido, son imágenes no más, están muertas. Son palabras
imaginadas y no sonoras, no invocantes sino angustiadas. Por esto el hombre
reclama y al tiempo reconoce que su reclamo es en vano pues ha dejado a los suyos
y se ha silenciado. Y en ese silencio se desmorona.

En el judaísmo, D´s no es un asunto de uno sino de varios. Es decir, existe entre


dos o más, en comunidad, pues D’s es una realidad y lo que es real necesita de otro
para que se discuta y se entienda. Yo solo alucino, mientras que en grupo caigo en
cuenta, me aportan y aporto. Y existo entre los otros. Así, las palabras, como los
pájaros, van de sur a norte, tienen nidos y llenan el aire de colores, poniendo de
manifiesto la creación. Hablar es el don que D’s le da al hombre, pero no para que
las palabras sean suyas sino de todos. Por esta razón existe el minián (diez hombres
adultos necesarios para rezar en la sinagoga), la kehilá (el grupo) y la debida
pronunciación, que es la que hace que la cosa exista. Si hay palabra hay cosa
(Davar), decía filón de Alejandría. Pero la palabra no es unívoca, es dialógica. Para
que exista debe haber otro que la oiga.

Este salmo del silencio y del abandono tiene una esencia: las palabras con el otro.
Si hay otro no hay miedo. Si ese otro desaparece, las palabras se vienen contra mí.
Y se vienen porque las palabras crean para la comunidad y dejan de crear cuando
me apropio de ellas. Es que han perdido su capacidad de relación.

Padre Hernán:

Hola Memo, hago eco a una de tantas frases interesantes de su última


entrega: “Pero la palabra no es unívoca, es dialógica. Para que exista debe haber
otro que la oiga”. En los Salmos esta capacidad de escuchar nace de la confianza
en El Señor y de la obediencia a su Torá, como asoma en el salmo 119 (118). Aquí
radica la felicidad del creyente, seguir la Torá de El Señor, escucharla, guardarla.:
“Felices los hombres íntegros en sus caminos que marchan siguiendo la ley del
Señor”. El creyente conoce la dulzura de vivir en la fidelidad a los mandatos de El
Señor. Blas Pascal comenzaba su jornada orando con una estrofa de este Salmo,
así confesaba cada día su amor a El Señor.

El salmo 119 (118) es elmás largo del salterio tiene 176 versículos, es decir, 22
estrofas de 8 versículos: 22 y 8 son cifras especiales. El alefato hebreotiene22 letras
y cada estrofa tiene 8 versos, con 8 sinónimos de Torá. El número 7 indica plenitud,
el número 8 es 7+1, es decir, la perfección suma. El número 8, en la Biblia, es la
cifra de la nueva creación; la primera creación la hizo El Señor en 7 días, y el día
8 será aquel de la creación renovada, “los cielos nuevos y la tierra nueva”, según
una expresión bíblica. Ésta podrá surgir cuando la humanidad viva según la Torá
de El Señor, o sea, en el amor.

Los versos de cada estrofa comienzan con la misma letra y las estrofas se siguen
el orden del alefato de la primera a la última letra: aquí no se trata de una proeza
literaria. Estamos delante de una profesión de fe. Es decir, todo el vocabulario
humano está al servicio de un amor que supera todo otro amor. Y quizá se trata no
tanto del amor a la ley de El Señor, sino, mucho mejor, del amor al El Señor que
nos regala un manual de instrucciones para vivir mejor.

Aquí, los mandamientos no son vistos como un dominio de El Señor sobre


nosotros, sino como consejos, los únicos válidos para llevar una vida feliz. “Felices
los hombres íntegros en sus caminos que marchan según la Ley del Señor”.
Cuando el hombre bíblico dice esta frase, la piensa con todo el corazón. No es
magia; las personas fieles a la Torá encuentran toda suerte de desgracias en el
transcurso de su vida pero, en estos casos trágicos, el creyente sabe que solo el
camino de la confianza en El Señor le da la paz a su corazón.

La Torá es un regalo de El Señor a los suyos, los pone en guardia contra las falsas
rutas; es la expresión de la solicitud del Padre con sus hijos. El Señor no se contentó
con liberar a su pueblo de la servidumbre de Egipto; dejado a sí mismo, Israel
arriesgaba recaer en otras esclavitudes quizá peores. Al darle su Torá, El Señor le
daba la forma de usar de la libertad. La Torá es, entonces, la expresión del amor
de El Señor hacia su pueblo. Luego de los tres primeros versículos, que son
afirmaciones acerca de la felicidad del hombre fiel a la Torá, los otros 173
versículos se refieren a El Señor en un estilo a veces contemplativo, y a veces
suplicante. “Abre mis ojos para que contemple las maravillas de tu Torá”. Y la
letanía sigue repitiendo sin parar las mismas fórmulas. Solo los enamorados se
atreven a repetirse sin hacerse cansones.

Memo

La palabra Torá (instrucciones para vivir), se escribe con la letra Tav, la última de
alefato, porque vivir es un fin y cada día es la vida que comienza y para la cual oír
es más importante que decir. y como lo dice el salmo, este oír no es solo escuchar
lo nuevo sino regresar a la palabra dicha, a la norma que me dice que no debo
salirme del camino pues el camino ya está hecho y me lleva del nacer al morir, del
conocer al entender y del estar al ser. Por esta razón, Maimónides, en sus Trece
principios de fe, establece que la Torá no será alterada pues en ella se contiene lo
que nos permite vivir con dignidad, reconociendo lo hecho (los siete días de la
creación, que incluyen el descanso) y lo por tener en cuenta para que la vida sea
una oportunidad.

Los mandamientos están en futuro porque cumplirlos es no estar perdidos en el


camino. Y no solo son mandamientos de D´s sino una moral (costumbre buena que
no causa dolor) para que estar vivo sea bueno. Así, cumplir con los mandamientos
es vivir y salirse de ellos es morir, tener miedo y entrar en estado de confusión. Así
que el salmo no se equivoca al pedir que oigamos lo que ya está escrito, pues esto
que oímos (que es la voz de la Creación y el Creador) es la renovación de la vida
a cada día, el faro que ilumina nuestra navegación y la brújula que nos indica que
estamos llegando a un buen puerto.

La Torá, como bien usted dice, es lo que pone al hombre en guardia contra las
falsas rutas, esas que nos sitúan en condición de caos y nos desvían a lugares donde
el miedo siempre está presente. Y, además, la Torá es lo que hace al hombre
inteligente, pues le hace entender dónde está el error. En Bereshit (Génesis) se
cuenta la historia de Caín, que al matar a su hermano Abel, comete tres errores:
matar, mentir y perder la confianza. Al matar anula al otro como posibilidad de
reconocimiento, al mentir no acepta la realidad y al perder la confianza del creador
vaga desesperado por la tierra. Y podríamos continuar con muchos hechos
narrados en la Torá, que señalan bien el error para que el hombre inteligente no lo
cometa y pierda la vida, su sentido y condición, viviendo como un muerto. Porque
a la vida se la recibe con la vida y no temiendo el día nuevo y la noche nueva.

No se equivoca el salmo al decirnos que cada mañana debemos oír lo que ya está
escrito. Es que cuando se oye la voz del bien y esta voz se repite en nosotros cada
día, la vida es un agradecimiento. Y en el agradecimiento somos, no importa dónde
estemos ni en qué condición. Es decir, la condición no me marca, lo que me marca
es el criterio (el juicio) con que asumamos la condición, que será de riqueza si
entendemos lo más simple y chico y de pobreza y miedo si lo que tenemos o
hacemos está signado por el error. O por el pecado, que es la forma más dolorosa
de enfrentarnos con nosotros mismos.

Cuando se habla del temor de D’s, es del temor que nosotros tenemos de nosotros
mismos cuando cometemos un error. Porque del error siempre somos conscientes
y no podemos escapar de él: es una marca, a veces a abierta y en otras con una
cicatriz encima, pero siempre evidente. Así que D’s no nos castiga, somos nosotros
quienes nos castigamos, pues sabiendo cuál era el camino, nos hemos desviado y
percibimos que estamos perdidos, que no escuchamos lo que estaba escrito, que no
lo repetimos para que eso que nos pasa no nos pasara.

D’s no es cruel, es siempre un dador de palabras y señales para no cometer el error.


Palabras claras, perennes, que alegran el corazón si se cumplen y lo endurecen y
confunden si se evaden. Palabras que nos habitan y nos aman, pero que al no ser
cumplidas nos destruyen y exilan de D’s, del camino y la dignidad. Palabras que
si se cumplen nos amparan y si las violamos nos castigan, y no por decreto de D’s
sino de nosotros mismos.

Oramos para reconocer el camino a seguir, que es el de las palabras buenas dichas.
Y en la oración que nos indica qué hacer, la vida nos dignifica y nos hace libres,
pues la libertad es mejorar lo bueno que hemos hecho y la esclavitud es admitir la
destrucción.

Vivimos en un mundo que se burla del bien y que cataloga como inútil lo que nos
hace humanos. Y el salmo previene contra esto: si antes no admitimos la Torá, si
no somos en ella, lo que venga se convertirá en diablos que nos muerden los
tobillos y las entrañas, como bien describe Isaac Bashevis Singer en sus relatos y
novelas.

Así, este salmo extenso, es un campo para que nos mantengamos florecidos y
siempre dando fruto. Y en el amor, que no es un asunto de deseo sino de saber que
la vida es buena conmigo porque yo soy bueno con ella. Y cumplir los
mandamientos es amar a la vida para sentirnos amados por ella. Y la vida es el
creador, que la ha hecho posible haciéndonos posibles a nosotros.

P. Hernán.

En los últimos párrafos de su comentario, me llaman la atención las frases sobre


“Las palabras, que nos aman, nos habitan…nos amparan… son palabras buenas”.
De inmediato vinieron a la memoria algunas frases de los salmos, por ejemplo, en
el salmo 33 (32): “El Señor ha hecho los cielos por su palabra, el universo por el
soplo de su boca. Habló y lo que dijo existió; mandó y lo que dijo sucedió” (v. 6).
La palabra del Señor es recta y su acción es confiable. “Él ama el derecho y la
justicia; la tierra está llena de su amor” (vv. 4-5). El amor de El Señor hacia la
humanidad es tan antiguo como el mundo y en ese contexto se habla aquí de la
creación por la Palabra, la creación del mundo como una obra de amor.

Pero El Señor no se contentó con crear un lindo día el cosmos y la humanidad para
luego abandonarlos a su suerte; desde la aurora del mundo, Él vela cada instante
sobre nosotros: “El Señor vela sobre aquellos que le temen, que ponen su
esperanza en su amor” (v. 18). Esta certeza de la fe se asienta sobre una esperanza:
la de la vigilancia de El Señor a lo largo de los siglos. Desde Abraham, Isaac y
Jacob, desde Moisés y la zarza ardiente y la salida de Egipto, desde la entrada a la
tierra prometida… (y podríamos tomar uno por uno los acontecimientos de la
historia del pueblo elegido), en cada etapa supo experimentar que El Señor vela y
que la tierra está llena de su amor.

“La tierra está llena de su amor”: esta frase es ya una profesión de fe. Fue
necesario un largo camino de revelación para que la humanidad descubriera esta
realidad fundamental de que El Señor es Amor y que la tierra (la creación) está
llena de su amor. Es la característica de los creyentes: atraviesan la existencia y
sus realidades de felicidad o quizás de prueba pero, pase lo que pase, la tierra está
llena del amor de El Señor. Ello no quiere decir que el amor reine por todas partes
del mundo. Ni el amor universal, ni la felicidad se encuentran todavía. Por ahora
hay una certeza, El Señor mira el universo y la humanidad con amor. Por lo demás,
todavía no se ha cumplido, pero es la vocación de la creación ser un lugar de amor,
de derecho y de justicia.

Volvamos al versículo: “El Señor vela sobre aquellos que le temen, que ponen su
esperanza en su amor” (v. 18). La frase nos pone delante de dos reflexiones, al
menos: La primera, tenemos allí una definición del “temor”, es decir, quienes
temen al Señor son de hecho quienes ponen su esperanza en su amor, confían en
Él en cualquier circunstancia. La segunda, nos puede sorprender la formulación:
“El Señor vela sobre aquellos que le temen”: quisiéramos preguntarnos “¿y los
demás?”¿”Los que no son creyentes?” ¿Acaso El Señor no vela sobre ellos? En
verdad vela sobre todos sus hijos, pero solo los que lo conocen saben y pueden
decirlo por el momento.

Otra característica de este salmo 33 (32) es la importancia que le da a la Torá. El


amor del pueblo de Israel hacia la Ley nos sorprende, a veces; pero es normal
porque allí se ve la expresión de la vigilancia de El Señor por sus hijos: su Ley nos
acompaña igual que un código de ruta protege de accidentes y de malos pasos.
También es un regalo de El Señor. Y no es por casualidad que el salmo tiene 22
versículos (que corresponde a las letras del alefato hebreo) como homenaje a la
Palabra de El Señor, que es el todo de nuestra vida, de la primer a la última letra.

Para los creyentes, la única actitud válida para responder a El Señor es obedecer a
los mandamientos, porque están guiados por el amor. Este es el sentido de la
profesión de fe judía (Deut. 6, 4): “Amarás al Señor, tu El Señor, con todo tu
corazón, con todo tu ser, con todas tus fuerzas”. Es decir: “Lo amarás, confiarás
en Él y (porque es inseparable), observarás sus mandamientos, su palabra”; que es
el segundo sentido del término “palabra”. La frase “La Palabra del Señor es recta”
es un homenaje a la Palabra creadora, como también a la Ley dada por El Señor. La
creación de la cual se maravilla Israel no es tanto de la tierra, sino del pueblo. En
cada época de su historia, la palabra de El Señor llama a la libertad y le da fuerzas
para conquistarla; una libertad de toda idolatría, libertad de toda esclavitud.

Memo:
Oseas (el profeta del amor, habla, en 2.21-22, del desposorio entre el hombre y la
rectitud, palabra esta que a su vez contiene justicia, misericordia y compasión. Así,
un hombre es recto cuando es justo y por ello admite la justicia como único camino
viable para entender la misericordia (la acogida gratificante) y la compasión, esa
mirada y acto que devuelve la solidez al otro. Y en la rectitud aparece el
agradecimiento al mundo que nos fue dado, que es el único posible y por ello lo
contiene todo para que la vida exista en relación de amor (ajabá, conocimiento a
fondo de la alteridad) con nosotros.

Este salmo 33 (32) hace un resumen de los primeros versículos de Bereshit


(Génesis) para demostrar que solo somos posibles en esta creación, que somos su
conclusión y en consecuencia somos fruto de lo anterior, del cielo y la tierra, de la
ausencia del caos y el vacío, del saber que sobre las aguas se da el movimiento y
del entender que se han separado las tinieblas de la luz y así el mundo se manifiesta
con múltiples opciones y como lo más importante que nos ha sucedido, pues,
debido a este D’s dador, somos sus dignatarios y, en agradecimiento y como fruto
de la inteligencia, no podemos más que sostener lo que nos fue dado para que
existamos en la vida, que es la única oportunidad de agradecer que tenemos. Y
hablo de vida, porque la vida es la del hombre bueno que entra en buen contacto
con las cosas. La vida, con maldad, mata al malo, dice el salmo 34 (33), pero en el
salmo 33 (32), el bien proporciona al bueno lo justo y en esta justicia se librará de
todo lo que le haga mal, obtendrá lo necesario para vivir y sabrá agradecer, siendo
el agradecimiento el canto al estar vivo y viviendo en la magnificencia de saber
que la vida se nos da, no como un simple espacio de tiempo en la tierra, sino como
el entendimiento que hace del alma una luz que ilumina el camino y una mano que
construye sin dañar.

Somos, en el orden de la creación, la conclusión que abre las puertas al camino. Y


en esta creación, en la que existe la palabra misericordia (Rajamim, de Rajá, vientre
materno y entrañas) somos en relación, pero posteriores. Primero fuimos
concebidos (la palabra nos concibió[3]), luego contenidos y después paridos al
mundo. Y en este salir, lo que vimos y nombramos, lo que entendimos y por
entenderlo lo agradecimos, pues en lugar de oscuridad se nos dio la luz, es sujeto
permanente de agradecimiento, siendo el agradecer la alegría, la acogida, esa
palabra que aleluya, porque estar en el mundo es una admiración y un
agradecimiento por hacer parte de eso que admiramos, no para ser admirados sino
para saber que lo demás nos contiene y, al contenernos, no podemos expresar más
que shimjá (alegría). Somos en la creación de D’s con la posibilidad de ser en él si
seguimos el camino que nos fue señalado. Y ser en D’s es lograr el descanso de la
tarea bien hecha, de la alteridad correspondida y la ausencia del mal.

Yo diría que este salmo 33 (32) es un canto alegre, un reconocimiento de nosotros


en el mundo, un agradecimiento que se nos vuelve memoria y, como en la caso de
Abraham, cada agradecimiento es un altar, una sacralidad, una referencia para
saber que reconociéndonos en la vida sabemos que estamos vivos y al estar vivos,
entendemos y el alma existe en el bien, que es el mayor regalo. Del mundo no
hicimos nada, el mundo nos fue dado para hacer. Y el mundo será un bien si vamos
bien por él. O será un mal, si desordenamos lo que fue creado con un orden
inalterable, propicio a las mejores palabras y los mejores acontecimientos.

[1]
Co älef se escribe Él, con jet jéder (escuela básica) y con dálet délet, puerta.
[2]
Vale la pena anotar que en el judaísmo el judío solo no existe. Existe la kehilá, la Knsset, la comunidad, en
la que el uno hace posible al otro.
[3]
En Bereshit D’is habla y los hechos, cosas y seres se crean.

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