CAPITULO 1 Revelacion y Fe en C.I.C

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TRATADO DE REVELACIÓN Y FE

Seminario Mayor San José – Cúcuta


I Semestre 2019

CAPITULO 1
LA REVELACIÓN DESDE EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

Vale la pena iniciar este tratado, revisando a modo de introducción algunos numerales
del Catecismo de la Iglesia Católica, que nos ubican en el tema de la Revelación como
iniciativa gratuita de Dios y el hombre como ser capaz de recibirla mediante la Fe.

1.1 Dios se revela


Además de la razón natural, “existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede
de ningún modo alcanzar con sus propias fuerzas, el de la Revelación divina” (50).
50 Mediante la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir de sus
obras. Pero existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede de ningún modo
alcanzar por sus propias fuerzas, el de la Revelación divina (cf. Cc. Vaticano I: DS 3015).
Por una decisión enteramente libre, Dios se revela y se da al hombre. Lo hace revelando
su misterio, su designio benevolente que estableció desde la eternidad en Cristo en favor
de todos los hombres. Revela plenamente su designio enviando a su Hijo amado, nuestro
Señor Jesucristo, y al Espíritu Santo.

Dios no ha querido dejar al hombre solo, y ha tomado la iniciativa de revelarse al hombre.


Dios tiene un designio para el hombre, y le proporciona los medios para cumplirlo. El
hombre, como ser libre, debe aceptarlo y cooperar con Dios; el primero de esos medios
es el conocimiento del plan divino y de todo lo necesario para poder colaborar en su
cumplimiento (51‑52).
51"Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de su
voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen
acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina" (DV
2).
52 Dios, que "habita una luz inaccesible" (1 Tm 6,16) quiere comunicar su propia vida
divina a los hombres libremente creados por él, para hacer de ellos, en su Hijo único,
hijos adoptivos (cf. Ef 1,4-5). Al revelarse a sí mismo, Dios quiere hacer a los hombres
capaces de responderle, de conocerle y de amarle más allá de lo que ellos serían
capaces por sus propias fuerzas.
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¿Qué abarca la Revelación? Básicamente, las verdades referentes a Dios mismo, al
hombre y su destino eterno, y el sentido último de la entera creación. Desde otro punto
de vista, abarca dos tipos de verdades: las que se pueden alcanzar por la razón, que así
se ven confirmadas, accesibles a todos y a salvo de los errores humanos; y las que son
inalcanzables por la razón, entre las que destacan los llamados misterios, que responden
a realidades que superan la comprensión humana.

La Revelación se ha realizado por etapas: “Dios se comunica gradualmente al hombre”


(53);
53 El designio divino de la revelación se realiza a la vez "mediante acciones y palabras",
íntimamente ligadas entre sí y que se esclarecen mutuamente (DV 2). Este designio
comporta una "pedagogía divina" particular: Dios se comunica gradualmente al hombre,
lo prepara por etapas para acoger la Revelación sobrenatural que hace de sí mismo y
que culminará en la Persona y la misión del Verbo encarnado, Jesucristo.
S. Ireneo de Lyon habla en varias ocasiones de esta pedagogía divina bajo la imagen de
un mutuo acostumbrarse entre Dios y el hombre: "El Verbo de Dios ha habitado en el
hombre y se ha hecho Hijo del hombre para acostumbrar al hombre a comprender a Dios
y para acostumbrar a Dios a habitar en el hombre, según la voluntad del Padre" (haer.
3,20,2; cf. por ejemplo 17,1; 4,12,4; 21,3).

Tiene, por tanto, una historia. Su comienzo se produce con la creación del hombre, y
avanza a lo largo de la historia que recoge el Antiguo Testamento, para culminar con
Jesucristo, plenitud de la Revelación (Heb 1, 1‑2) (65).
Hb 1,1: Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres por medio de los
Profetas, en muchas ocasiones y de diversas maneras, 2 ahora, en este tiempo final,
Dios nos habló por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y
por quien hizo el mundo.
65 "De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros
Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por su Hijo"
(Hb 1,1-2). Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e
insuperable del Padre. En Él lo dice todo, no habrá otra palabra más que ésta. S. Juan
de la Cruz, después de otros muchos, lo expresa de manera luminosa, comentando Hb
1,1-2:
“Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra,
todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar;
porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en el todo,
dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o
querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios,
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no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad” (San
Juan de la Cruz, Subida al monte Carmelo 2,22,3-5: Biblioteca Mística Carmelitana, v. 11
(Burgos 1929), p. 184.).
Por tanto, el llamado “depósito” de la Revelación se cierra con la muerte del último apóstol
que escuchó personalmente la enseñanza de Jesucristo (San Juan) (66).
66 "La economía cristiana, como alianza nueva y definitiva, nunca cesará y no hay que
esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro
Señor Jesucristo" (DV 4). Sin embargo, aunque la Revelación esté acabada, no está
completamente explicitada; corresponderá a la fe cristiana comprender gradualmente
todo su contenido en el transcurso de los siglos.

Sin embargo, aunque la Revelación esté acabada, no está completamente explicitada;


corresponderá a la fe cristiana comprender gradualmente todo su contenido en el
transcurso de los siglos.
1.2 Fuentes de la Revelación
Dios, para asegurar que lo revelado llegara a todos los hombres de todas las épocas,
instituyó una “transmisión viva” (78),
78 Esta transmisión viva, llevada a cabo en el Espíritu Santo es llamada la Tradición en
cuanto distinta de la Sagrada Escritura, aunque estrechamente ligada a ella. Por ella, "la
Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo
que es y lo que cree" (DV 8). "Las palabras de los Santos Padres atestiguan la presencia
viva de esta Tradición, cuyas riquezas van pasando a loa práctica y a la vida de la Iglesia
que cree y ora" (DV 8).

que está asistida por Dios mismo ‑por el Espíritu Santo‑, y que en buena parte se plasmó
por escrito. Por lo tanto, pueden distinguirse dos fuentes de la Revelación (76, 80 y 81):
76 La transmisión del evangelio, según el mandato del Señor, se hizo de dos maneras:
Oralmente: "los apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones,
transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo
que el Espíritu Santo les enseñó";
Por escrito: "los mismos apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el
mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo" (DV 7).
Una fuente común...
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80 La Tradición y la Sagrada Escritura "están íntimamente unidas y compenetradas.
Porque surgiendo ambas de la misma fuente, se funden en cierto modo y tienden a un
mismo fin" (DV 9). Una y otra hacen presente y fecundo en la Iglesia el misterio de Cristo
que ha prometido estar con los suyos "para siempre hasta el fin del mundo" (Mt 28,20).

… dos modos distintos de transmisión


81 "La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del
Espíritu Santo".
"La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los
apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu
de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación"

‑ La Sagrada Escritura: es el conjunto de libros que contiene la palabra de Dios, escritos


por un autor humano y a la vez inspirados por Dios ‑que es así el principal autor‑, de
forma que contienen lo que Dios ha querido revelarnos a través de ellos. Su elenco se
denomina “canon”, y se divide en dos bloques principales: Antiguo Testamento y Nuevo
Testamento (120).

120 La Tradición apostólica hizo discernir a la Iglesia qué escritos constituyen la lista de
los Libros Santos (cf. DV 8,3). Esta lista integral es llamada "Canon" de las Escrituras.
Comprende para el Antiguo Testamento 46 escritos (45 si se cuentan Jr y Lm como uno
solo), y 27 para el Nuevo (cf. DS 179; 1334-1336; 1501-1504):
Génesis, Exodo, Levítico, Números, Deuteronomio, Josué, Jueces, Rut, los dos libros de
Samuel, los dos libros de los Reyes, los dos libros de las Crónicas, Esdras y Nehemías,
Tobías, Judit, Ester, los dos libros de los Macabeos, Job, los Salmos, los Proverbios, el
Eclesiastés, el Cantar de los Cantares, la Sabiduría, el Eclesiástico, Isaías, Jeremías, las
Lamentaciones, Baruc, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás Miqueas,
Nahúm , Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías, Malaquías para el Antiguo Testamento; los
Evangelios de Mateo, de Marcos, de Lucas y de Juan, los Hechos de los Apóstoles, las
cartas de Pablo a los Romanos, la primera y segunda a los Corintios, a los Gálatas, a los
Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses, la primera y la segunda a los Tesalonicenses,
la primera y la segunda a Timoteo, a Tito, a Filemón, la carta a los Hebreos, la carta de
Santiago, la primera y la segunda de Pedro, las tres cartas de Juan, la carta de Judas y
el Apocalipsis para el Nuevo Testamento.
Este último recoge la enseñanza de Jesucristo; el Antiguo, la revelación anterior.
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‑ La Tradición: transmisión viva del mensaje de la salvación, realizada a través de la
Iglesia ‑asistida por el Espíritu Santo‑. Gracias a ella se autentifica la Sagrada Escritura
misma, y se trasmiten las enseñanzas y el ejemplo que recibieron los apóstoles de
Jesucristo, y lo que aprendieron por el Espíritu Santo (82).
82 De ahí resulta que la Iglesia, a la cual está confiada la transmisión y la interpretación
de la Revelación "no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado.
Y así se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción" (DV 9).
(A diferencia de los católicos, los protestantes no la aceptan: sólo la Escritura).
Como la Iglesia es la depositaria de la Revelación, corresponde a ella su interpretación,
que realiza a través de su Magisterio, que se convierte así en la fuente interpretativa de
la Revelación divina (84‑85).

El depósito de la fe confiado a la totalidad de la Iglesia


84 "El depósito sagrado" (cf. 1 Tm 6,20; 2 Tm 1,12-14) de la fe (depositum fidei),
contenido en la Sagrada Tradición y en la Sagrada Escritura fue confiado por los
apóstoles al conjunto de la Iglesia. "Fiel a dicho depósito, el pueblo cristiano entero, unido
a sus pastores, persevera siempre en la doctrina apostólica y en la unión, en la eucaristía
y la oración, y así se realiza una maravillosa concordia de pastores y fieles en conservar,
practicar y profesar la fe recibida" (DV 10).
El Magisterio de la Iglesia
85 "El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escritura, ha sido
encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de
Jesucristo" (DV 10), es decir, a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el
obispo de Roma.

El Magisterio no es el “propietario” de la doctrina, sino su custodio fiel (86).


86 "El Magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para
enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del
Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y
de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para
ser creído" (DV 10).

1.3 La fe
El asentimiento por parte del hombre a la Revelación es la fe; es la primera respuesta
humana a la iniciativa divina. En un sentido general, “tener fe”, más que confiar en algo
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‑porque parece convincente‑, es confiar en alguien: se acepta algo, por la credibilidad
que merece quien lo propone. Aquí sucede lo mismo, sólo que ese “alguien” es Dios, que
merece una credibilidad y confianza absolutas: el hombre somete su inteligencia y su
voluntad a Dios por la autoridad de Dios, lo que da la máxima certeza(150, 156 y 157).

150 La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e
inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado. En cuanto
adhesión personal a Dios y asentimiento a la verdad que él ha revelado, la fe cristiana
difiere de la fe en una persona humana. Es justo y bueno confiarse totalmente a Dios y
creer absolutamente lo que él dice. Sería vano y errado poner una fe semejante en una
criatura (cf. Jr 17,5-6; Sal 40,5; 146,3-4).

156 El motivo de creer no radica en el hecho de que las verdades reveladas aparezcan
como verdaderas e inteligibles a la luz de nuestra razón natural. Creemos "a causa de la
autoridad de Dios mismo que revela y que no puede engañarse ni engañarnos". "Sin
embargo, para que el homenaje de nuestra fe fuese conforme a la razón, Dios ha querido
que los auxilios interiores del Espíritu Santo vayan acompañados de las pruebas
exteriores de su revelación" (ibid., DS 3009). Los milagros de Cristo y de los santos (cf.
Mc 16,20; Hch 2,4), las profecías, la propagación y la santidad de la Iglesia, su fecundidad
y su estabilidad "son signos ciertos de la revelación, adaptados a la inteligencia de todos",
"motivos de credibilidad que muestran que el asentimiento de la fe no es en modo alguno
un movimiento ciego del espíritu" (Cc. Vaticano I: DS 3008-10).

157 La fe es cierta, más cierta que todo conocimiento humano, porque se funda en la
Palabra misma de Dios, que no puede mentir. Ciertamente las verdades reveladas
pueden parecer oscuras a la razón y a la experiencia humanas, pero "la certeza que da
la luz divina es mayor que la que da la luz de la razón natural" (S. Tomás de Aquino, s.th.
2-2, 171,5, obj.3). "Diez mil dificultades no hacen una sola duda" (J.H. Newman, apol.).

Sin embargo, la fe en Dios que revela no es una confianza puramente humana, sino “un
don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por Él” (153).
153 Cuando San Pedro confiesa que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, Jesús le
declara que esta revelación no le ha venido "de la carne y de la sangre, sino de mi Padre
que está en los cielos" (Mt 16,17; cf. Ga 1,15; Mt 11,25). La fe es un don de Dios, una
virtud sobrenatural infundida por él, "Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la
gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu
Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede `a
todos gusto en aceptar y creer la verdad'" (DV 5).
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Es necesaria una ayuda divina: una gracia. A la vez, es también un acto humano libre
(154);
154 Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo. Pero no
es menos cierto que creer es un acto auténticamente humano. No es contrario ni a la
libertad ni a la inteligencia del hombre depositar la confianza en Dios y adherirse a las
verdades por él reveladas. Ya en las relaciones humanas no es contrario a nuestra propia
dignidad creer lo que otras personas nos dicen sobre ellas mismas y sobre sus
intenciones, y prestar confianza a sus promesas (como, por ejemplo, cuando un hombre
y una mujer se casan), para entrar así en comunión mutua. Por ello, es todavía menos
contrario a nuestra dignidad "presentar por la fe la sumisión plena de nuestra inteligencia
y de nuestra voluntad al Dios que revela" (Cc. Vaticano I: DS 3008) y entrar así en
comunión íntima con El.

Por tanto, el rechazo de la fe (que no es lo mismo que la simple ignorancia), es un rechazo


de la gracia, y por ello de Dios: un pecado (Mc 16, 15‑16) (161, 2087 y 2088).
Mc 16,15: Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda
la creación. 16 El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará.

161 Creer en Cristo Jesús y en aquél que lo envió para salvarnos es necesario para
obtener esa salvación (cf. Mc 16,16; Jn 3,36; 6,40 e.a.). "Puesto que `sin la fe... es
imposible agradar a Dios' (Hb 11,6) y llegar a participar en la condición de sus hijos, nadie
es justificado sin ella y nadie, a no ser que `haya perseverado en ella hasta el fin' (Mt
10,22; 24,13), obtendrá la vida eterna" (Cc. Vaticano I: DS 3012; cf. Cc. de Trento: DS
1532).

2087 Nuestra vida moral tiene su fuente en la fe en Dios que nos revela su amor. S. Pablo
habla de la "obediencia de la fe" (Rm 1,5; 16,26) como de la primera obligación. Hace ver
en el "desconocimiento de Dios" el principio y la explicación de todas las desviaciones
morales (cf Rm 1,18-32). Nuestro deber para con Dios es creer en él y dar testimonio de
él.

2088 El primer mandamiento nos pide que alimentemos y guardemos con prudencia y
vigilancia nuestra fe y que rechacemos todo lo que se opone a ella. Hay diversas maneras
de pecar contra la fe:
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La duda voluntaria respecto a la fe descuida o rechaza tener por verdadero lo que Dios
ha revelado y que la Iglesia propone creer. La duda involuntaria designa la vacilación en
creer, la dificultad de superar las objeciones ligadas a la fe o también la ansiedad
suscitada por la oscuridad de ésta. Si es cultivada deliberadamente, la duda puede
conducir a la ceguera del espíritu.

La fe no es ni puede ser el fruto de un razonamiento o de algo que “dé la impresión” de


convencer. Sin embargo, es razonable: no hay contradicción en ella, y es perfectamente
compatible con lo que la razón descubre. Hay, además, argumentos racionales de que
creer es la opción más razonable: son los llamados “motivos de credibilidad”, entre los
que destacan los frutos de santidad de la Iglesia, los milagros y las profecías. Pero por sí
solos colocan al hombre en el umbral de la fe, no le introducen dentro (156):
156 En la fe, la inteligencia y la voluntad humanas cooperan con la gracia divina: "Creer
es un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad
movida por Dios mediante la gracia" (S. Tomás de A., s.th. 2-2, 2,9; cf. Cc. Vaticano I: DS
3010).

No sustituyen el acto de asentimiento a la verdad divina que supone la fe.

1.4 Consecuencias prácticas.


La naturaleza de la fe y del acto de fe lleva consigo algunas obligaciones morales:
‑ Quien no tiene fe, o la tiene pero en un estado débil, como se trata de un don de Dios,
debe dirigirse a Dios pidiéndola, con la humildad de quien es consciente de sus
limitaciones humanas. A la vez, debe intentar conocer mejor la doctrina cristiana, lo que
facilita la adhesión personal a la Revelación divina.
‑ Quien la tiene, está obligado a guardar, cuidar y reforzar el tesoro de la fe recibida, lo
que supone entre otras cosas el rechazo de lo que se oponga a ella (2088),

2088 El primer mandamiento nos pide que alimentemos y guardemos con prudencia y
vigilancia nuestra fe y que rechacemos todo lo que se opone a ella. Hay diversas maneras
de pecar contra la fe: La duda voluntaria respecto a la fe descuida o rechaza tener por
verdadero lo que Dios ha revelado y que la Iglesia propone creer. La duda involuntaria
designa la vacilación en creer, la dificultad de superar las objeciones ligadas a la fe o
también la ansiedad suscitada por la oscuridad de ésta. Si es cultivada deliberadamente,
la duda puede conducir a la ceguera del espíritu.
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y procurar con sentido de responsabilidad adquirir un conocimiento cada vez más
penetrante de la fe: una adecuada formación (158).
158 "La fe trata de comprender" (S. Anselmo, prosl. proem.): es inherente a la fe que el
creyente desee conocer mejor a aquel en quien ha puesto su fe, y comprender mejor lo
que le ha sido revelado; un conocimiento más penetrante suscitará a su vez una fe mayor,
cada vez más encendida de amor. La gracia de la fe abre "los ojos del corazón" (Ef 1,18)
para una inteligencia viva de los contenidos de la Revelación, es decir, del conjunto del
designio de Dios y de los misterios de la fe, de su conexión entre sí y con Cristo, centro
del Misterio revelado. Ahora bien, "para que la inteligencia de la Revelación sea más
profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus
dones" (DV 5). Así, según el adagio de S. Agustín (serm. 43,7,9), "creo para comprender
y comprendo para creer mejor".

‑ “El discípulo de Cristo no debe sólo guardar la fe y vivir de ella, sino también profesarla,
testimoniarla con firmeza y difundirla” (1816).
1816 El discípulo de Cristo no debe sólo guardar la fe y vivir de ella, sino también
profesarla, testimoniarla con firmeza y difundirla: "Todos vivan preparados para confesar
a Cristo delante de los hombres y a seguirle por el camino de la cruz en medio de las
persecuciones que nunca faltan a la Iglesia" (LG 42; cf DH 14). El servicio y el testimonio
de la fe son requeridos para la salvación: "Por todo aquél que se declare por mí ante los
hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a
quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los
cielos" (Mt 10,32-33).

La certeza y seguridad que da la fe, a la vez que la conciencia de ser un don recibido, es
el primer fundamento del apostolado cristiano.

Bibliografía
Textos básicos:
‑ GARCÍA INZA, Juan, Por qué creemos los católicos, folleto MC, juvenil n° 16.

Libros que requieren cierta formación:


‑ JUAN PABLO II, La fe folletos MC n° 417.
‑ TRESE, Leo, La fe explicada (Ed. Rialp), pag. 26‑31.
‑ KNOX, Ronald, El Credo a cámara lenta (Ed Palabra), pag. 10‑19.
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‑ AGUILÓ, Alfonso, Interrogantes en torno a la fe (Ed. Palabra), pag. 37‑96.

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