La Viuda de Atkinson
La Viuda de Atkinson
La Viuda de Atkinson
Su pasión por las letras, nace en el invierno de 1951, al ver llegar al caserío una
caravana de camiones contrabandistas; encadenados en tracción y empapado de
barro. Pasado unos minutos, llega a la tienda de su tía Sabina; una apuesta figura
adornada de gentil disposición, de sombrero fino, camisa azul marino, pantalón
kaki remangado hasta las rodillas que, dejaba ver las piernas lavadas y calzado con
güaireñas, por su aspecto, formaba parte de la caravana; y con sentimiento de
tristeza pregunta: ¿Dónde está mi prima? A la voz del indio, por arte de magia; ella
sale de la cocina y ad libitum le brinda una taza de café, como expresión de bien
recibido: ¿Cómo está primo hermano? Bien –respondió el civilizado, luego agrega--
, la guardia viene detrás de nosotros, pero aquí no llegan, porque los vamos a
recibir a plomo. Entre palabras vienen y palabras van, el paisano saboreaba el
néctar negro de los dioses blanco, para despedirse. Cuando el gatillero iba por el
centro de la amplia calle, la tía Sabina les habla a los niños que retozaban en la
tienda; con una mirada tranquila y distante, señala con el dedo índice: ¡Ese indio si
es guapo, él combatió en la Guerra de Pancho, al lado de mi hermano Ceferino! Las
memorables palabras de la matriarca, esas que despertaron inclinación hacia la
curiosidad y creatividad muy viva de los niños; fue factor motivante para que
Polaco Rosado practicara y predicara el existencialismo.
Esa buena vibra que respira de escritor autodidacta, lo motiva a ser coautor de una
obra basada en la investigación: Introducción del Cultivo de la Jojoba en La Guajira
Colombiana. Et. Al. Para la recuperación de la memoria y la verdad histórica,
escribe la antología Cuentos Guanebucanes –colección de piezas escogidas de
literatura, que se desarrollan a partir del conflicto guajiro--, pero, para considerar
válido el concepto promovido por las Casas Editoras: ―Sólo es escritor quien
escribe novelas‖. Polaco Rosado en su condición de psíquico creativo, nos presenta
una colección de libros inéditos, ejecutados con primor; que tienen características
comunes: El Hombre Concreto (un diario existencial, en el que a menudo aporta
nuevos referentes al discurso; y expresa su presencia o su existencia). La Ruta
Guanebucán (género literario narrativo, con un surtido temático y diverso de
antología). Y La Viuda de Atkinson, novela cultivada en el siglo pasado con una
temática que narra la sublimación de la realidad; y desarrolla su acción en época
moderna, con personajes reales o ficticios.
Las obras de este novelista pajarero, de sombrero guapo cinco x, con un toque
sucio que le da carácter; hacen que se llene de gloria y orgullo al honrar con valor
definido, la memoria de nuestra identidad; ocasión favorable para el
reconocimiento de la relación paterno filial con el negro de origen africano Don
Prudencio Padilla, padre del maestro Andrés Padilla, primogenitor del Almirante
José Prudencio Padilla López, (héroe de la epopéyica Batalla de Trafalgar, 21 de
octubre de 1805); y de sus hermanos, el capitán de navío Francisco Javier Padilla
López y el Contraalmirante José Antonio Padilla López. Los tres riohacheros, se
consolidaron como héroes de la libertadora Batalla Naval del Lago de Maracaibo,
24 de julio de 1823.
En su condición de inédita, esta
novela tuvo por título ―El
Senador‖; pero, a medida que se
desarrollaba la isotropía marcada
por el discurso del narrador al
abordar el tema cultural que revela
la trama de esta obra dramática,
llena de tragedia y comedia; por
ello, el autor ha considerado
apropiado, llevar por título: La
Viuda De Atkinson.
En mis obras, siempre he
tenido por hábito; hacerle
emblema a mis hijas y a mi esposa
Julia Elvira Sánchez. Ahora quiero
dedicarle esta obra, a mi madre
Carlota Sofía Rosado y a mi tía
Sabina Dolores Rosado; que fueron
una llama de coraje, para mi
espíritu. Sin ellas, no hubiera
podido llevarse, nada a cabo.
Autor.
POLACO ROSADO
Imagen de cubierta: Elías Daza
34181177
ISBN
Cel: 3186438518
Tel: 095-7288163
LA VIUDA DE ATKINSON
Para reforzar el poder del uso del arma, a menudo hablaba con los reservistas; a
cerca de la gloria de los héroes que regresaron de la guerra de Korea. Y del odio
que se sentía al matar a una persona. Esta confrontación mundial, no fue sólo un
momento; sino una manera de vivir en Maracarote. A la pequeña localidad, la
invade el drama de la sociedad, que ve por los ciento treinta y siete veteranos del
Batallón Colombia; caídos en combate. En el pasado de la guerra, se encuentra una
relación; con el gobierno de turno. Donde la descomposición social, recae en el
gobierno militar; que hubo dado golpe de estado. El invierno de mil novecientos
cincuenta y cuatro, parece que había amarrado los rayos azules del sol; y desde
entonces, los días son cortos y ardientes; como los de ningún otro noviembre.
--- Estos muchachos ponen mucho cebo –luego insiste --, Bueno muchachos, ya es
hora de irnos a acostarnos.
Ninguno de los allí presente, le prestó atención alguna. Su tendencia a discutir o a
pelear con los compañeros; parecía ser su denominador común. La conversación se
extiende hasta las 09:30 P.M. De nuevo, pretende la atención de los amigos y
vuelve a insistir:
En el caserón, donde ahora choca la edad media y el siglo XX; detiene la marcha el
grupo de amigos. Con argumento que suena vacío, dibujan la suntuosa y angosta
calle del ―templo‖, que le da una perspectiva a la ciudad. Hablan del rato, que
pudo permanecer el cachaco Miguel Quintero; sentado en el sardinel de la mansión
de la señora Meme. Más adelante, con baja luz su ojo humano ve sólo en blanco y
negro; las nomenclaturas 6-81, del colegio María Auxiliadora. Mira a su alrededor
y ve el hogar 6-40, que refleja el estilo de vida del secretario Zancudo Pinedo. Le
ayuda a recuperar la memoria, el zaguán 6-65, del renegado de Miguelito Cotes.
Argumenta una ilusión de grandeza, la casa quinta 6-66, donde reside el
farmaceuta Alberto Ricciulli. Ahora la cabalgata prosigue hacia a etapa final de la
cuadra; hasta llegar al andén de las oficinas de la empresa aérea Avianca 6-87; que
da esquina con la carrera séptima. Atraviesa la vía arenosa y sigue el rastro que se
extiende en la dirección del sol. Se enfrenta a una pareja de advenedizos, que
transitan por el andén de la tienda 3-08, del comerciante Gerardito García. Ahora
recuerda; los eventos tradicionales de su natal Convención. De manera gradual, se
acerca al lote lleno de escombros, que está paralelo a la iglesia. Las calles que dan a
la plaza principal, son transitadas por figuras rutilantes; que se acercan y se alejan
del teatro Aurora 8-37, de la calle la ―Concordia‖.
El parque honra la memoria de sus hijos. Este jardín es un maravilloso aderezo y por encontrarse
cerca al templo, lo lleva a pensar; que la iglesia es la fortaleza moral y espiritual del estado. Las
campanas de la torre, son símbolos de la belleza y del lenguaje corporal. Despierta instinto de su
existencia, el contemplar en letras resaltantes, el relato testimonial escrito en latín HAEC EST
DOMUS ET PORTA COELI “Esta es la casa de Dios y la puerta del Cielo”. En el interior, la nave
central está sostenida por columnas romanas. Una idea fluye en la cabeza, se aleja en medio de
parcelas con jardines pintorescos, que están precedidas por la banca de Guillermo B. Wierbicki y el
borde de las cadenas del templete de Luis Antonio Robles. Ahora da muestra de una leve
inquietud y prosigue hacia la salida noroeste del campus y sortea el corto trecho, de la calle la
“Libertad” que separa la forma de expresión del edificio de la Alcaldía 8-38, esta edificación, de
bloque con jamiche y cemento alemán; es así de seria tradición. Y la secuencia de las eventuales
casas de la carrera novena, que colindan con la tienda 9-02, de la señora María Aguilar; vecina
informal del comerciante Mario Pinedo. Pasa a un ambiente urbano, en el pequeño condominio de
la clase media del “Pimpá”. La intranquilidad lo obliga a tomar la calzada derecha, paralela a la
residencia 9-10, del saxofonista de la orquesta Jazz Band, Quintín Correa. De pronto, la distraída
mirada se pierde al paso por la pensión “Gochi” 9-42, de doña Margarita Aroca. La armadura
emocional del cachaco, se aventura a pasar por el alto sardinel del bunker 9-48, del masón Tollito
Robles. Contiene el aliento, se detiene en el sardinel que protege la puerta 9-54, de la costurera
Pilar Henríquez. Casa de vecindad del dulce hogar 9-62, de Icha Arregocés y del rancho ardiente de
Meme Moreu. Todo parece un retrato perfecto, que forma parte del panorama de la vida
cotidiana del humilde vecindario de pescadores el “Guapo”; que está cerca de la playa. Es un
momento de mucha tensión. La noche, le impide ver los detalles cruciales. Pensativo cruza el
ancho de la calle y penetra en la sombra que precede la fachada de la rústica morada 9-57. En la
oscuridad pasa raudo por el costado de la efigie del chasis Dodge Eagle 1928, color negro con
verde; que allí reposa. Se detiene frente a las dos hojas de la puerta, zafa el lazo de la cinta azul;
que amarra las dos aldabas. Viola el umbral de la pared de barro y penetra en la sala de la
zapatería, donde Julio César se encuentra acostado en una hamaca. Por los alrededores de ella,
Miguel camina de puerta a puerta y va a sentarse sobre los dos arrumes de fique; que están en el
aposento. El silencio de Julio César no es muy usual, de hecho, inquietante. Lo que lo motiva a
preguntarle con un sentido de respeto, incluso de humor:
---Todo el mundo se fue para la casa –dice una mentira armada a la perfección--,
porque estaba cayendo rocío.
---Mañana temprano, antes de que te pongas a trabajar con el viejo; vamos a salir a
dar un paseo por el mercado. Te voy a brindar un vaso de avena cocida –calla y
luego le surgen algunos sentimientos--, haremos un rápido recorrido por el Banco
del Comercio; para ver si tropiezo con el cajero. Para preguntarle si esa vieja ha
retirado plata en estos últimos días. Ya que la semana pasada, llegamos al acuerdo;
que me pagaría por el día de mañana, cuatro.
---Sí señor… iremos mañana temprano --no puede dejar de sentir la culpa de ser
utilizado--, desde que llegué a vivir a su casa, le he escuchado hablar a solas; de la
deuda que le tiene la señora Meme.
La bruma matinal se levanta sobre el rocío. Puerta adentro, hay tensión en el aire.
A pesar del alcoholismo destructivo de Julio ´César, éste tiene la virtud de hombre
fuerte. Reviste un gran interés, y no pierde tiempo en el patio; para presentarse con
aparente estado de ánimo. Lo que le da impulso a su compañero, para que empiece
a actuar. Miguel luce una camisa blanca manga larga, muy bien almidonada y un
pantalón kaki; marca ―cabeza de perro‖, que no había podido estrenar. Se mira en
el pedazo de espejo, que cuelga de un clavo del tabique. Nota que la barba
rasurada, empieza a cubrirle la cicatriz que tiene en la mejilla derecha. Con la
mano izquierda, sujeta en la cabeza; la copa del sombrero marca ―Nutria‖. De
nuevo le llama la atención, la pobreza del cuartucho; que le ha servido de albergue
en estos últimos días. Abre la puerta antes de salir hacia el mercado. Antes, paseó
una mirada silenciosa por el rollo de cuero que está recostado en una de las
paredes de la sala. Salen del refugio con unos segundos de diferencia. Pasan
raudos, sin mirar el deteriorado chasis del carro Dodge Eagle; que se lantana hacia
el pavimento arenoso de la calle segunda. Reavivan la emoción interna que sienten
al desplazarse por el caminillo de la margen más despoblada del barrio, y salen a la
calle la ―Marina‖. Donde la marea impulsa las olas sobre el terraplén, que protege
el entorno que nos rodea.
La secuencia de la cuadra, se inicia donde ahora choca la edad media y el siglo XX.
Pasan por el pasadizo con arcos de punta de la arquitectura colonial y republicana;
donde opera la agencia de aduana y la fábrica de jabón del alemán Josep Traxler.
En el momento inmediato, dibujan el suntuoso y angosto callejón de las ―Brisas‖.
Aquí se ven levantadas casas torreadas con altos y soberbios edificios; estos de
tapias, aquellas de cal y canto. Se preparan para sortearlo. Con una serie de pasos
graduales, deambulan por los costados de hogares que tienen algo muy atrayente.
Reflejan el estilo de vida del político conservador Clemente Iguarán, de la
mercadora Rosa Pérez y la dibuyera Cándida Campo. Casas con paredes que
derraman lágrimas; para escribir espantosas leyendas y hechos reales.
Edificaciones que se asustan con el golpeteo de las espectaculares imágenes de olas
del torrente embravecido que choca contra el malecón. Las barcazas y los cayucos
prevalecen amarrados en el muelle, que da la apariencia de caminar como un
ciempiés sobre el azuloso de porcelana. Julio César y Miguel a pesar de que van de
prisa, disfrutan de la tranquilidad habitual de la avenida. El mercado público, es
un centro donde hay muchas actividades. El interior es un espacio a cielo abierto,
de tipo renacentista en forma circunferencial; en donde Justa Zúñiga exhibe en su
mesa el menudeo de víveres, la señora Rosa Pérez vende arepuela frita, la anciana
Valentina Vanegas despacha una deliciosa sopa de hueso, que embriaga el paladar
de los transeúntes, Kika Socarras vende carabañuelas de carne molida, la
curazaleña Modesta Salecio fríe deliciosas empanadas mexicanas y la colmena de
la obesa Beba Choles, donde se exhiben jaula para pájaros, trompos y artículos de
madera para la cocina.
El edificio del mercado público, marca la atención porque es una selva de tejas
rojas; con arcos de punta, color amarillo y portones de madera, pintados de rojo;
que muestran el preludio de viejas edificaciones que se mantienen de pie, como las
grandes creaciones del mundo clásico. Ahora cambian de actitud y agitan los
brazos para atravesar la avenida ―14 de mayo‖. Se detienen al pie de la base del
cañón del Siglo XVI; donde está la carretilla con el tanque de avena que vende K.
Jiménez; rodeado de curiosos que no se conocen entre sí, que le reclaman celeridad
en la atención. El lugar parece un abrevadero, donde los mercaderes llegan a
disipar el hambre. Los dos hombres, se muestran pálidos y conmocionados. Miguel
sin ninguna expresión, se sienta sobre la base del cañón. No muestra ninguna
sensación y se ve forzados a esperar a que los atiendan. Julio César trata de pensar,
cómo podría relacionarse con el conocido; y aborda la conversación con buena
disposición:
--- ¡Hola Pollo… está espesa y bien fría –con una mirada amable y buen humor,
agrega--, hoy pierde K!
---Yo sabía que repetían, porque está apta para bajar el guayabo.
Julio toma ventaja de la situación. Piensa que puede movilizarse, sin ningún
inconveniente por toda la ciudad. Parecen haber pre acordado el tiempo de reposo.
Intenta poner su vida en orden. Y con un recorrido controlado, esperaban que la
vida retomara su cauce. La plaza del mercado y la calle la ―Marina‖ se ven
ocupadas de hombres que hacen sus oficios. Los indios ladinos, hacen traslados de
cargas en carretillas hacia el centro de la ciudad. Y desafían todos los obstáculos
que aparecen en el centro de la calle primera. Desde donde se le mire, la belleza de
los portales es imponente. Julio trata de mantener el paso por el pasillo con
columnas de estilo dórico; del edificio del alemán Herbert Müller. Miguel hace
muchas preguntas improvisadas sobre la marcha. Dieron pasos a la arquitectura y
grandeza local de la edificación donde funcionan las oficinas del Servicio de
Inteligencia Colombiano S.I.C. y la oficina de los agentes de aduana. Ven en ruinas
el mediterráneo lugar donde reposaba la residencia 6-05, del general Juan de la
Rosa Gómez. En la actualidad, los militares realizan los preparativos para la
construcción del edificio administrativo de la Intendencia de La Guajira. Hacia el
fondo de la avenida, luce el característico ladrillo rojo de la zona. Depósitos y casas
propias del estilo victoriano. El portal fue una mansión de lujo de la familia del
millonario Antonio Cano; hoy, está convertido en un lugar frío y oscuro. Todas las
personas se ven acaecida por la belleza de la capilla y del convento, que van del
barroco al neo clásico; en su totalidad están pintados de amarillo y blanco con
ventanales color marrón. Están protegidos por doce árboles de matarratón
(Gliricidia sepium). En el umbral de la avenida, se encuentra el residencial pasaje
Zubiría. De lado, se alcanza a ver la fachada blanca del emblemático rancho de
Palo Floriao Rosado. Intenta recordar de él, algo de lo legendario.
Esta fotografía, es una maravillosa captura en blanco y negro; de las cosas que hace
la gente. Llegan al final de la cuadra. Con pasos lentos e indecisos, se ven
obligados a cruzar a la derecha por la carrera sexta. A lo lejos de la línea maginot,
se aprecia el tanque elevado del acueducto. En ese transitar por el costado de casas
propias del estilo victoriano¸ surgen algunos sentimientos. Los movimientos
seguros y precisos que dan por la acera contraria a los alerones del colegio Sagrada
Familia; revelan la gran experiencia que adquirió Julio César en el servicio militar.
Por las calles aledañas, no se sienten los minutos; que van con el tiempo. Miguel
intenta retomar el diálogo, pero las cuadras son tan cortas, que sin darse cuenta;
llegan a la esquina 5-76, del Banco del Comercio. Muchas emociones pasan por la
mente del cachaco, que se enfrenta a un misterio nuevo y conmovedor; al verse
frente al café Gambrino 2-20. De repente ve la pared amarilla de la esquina
dormida de la ferretería 5-69, de Gratiniano Gómez. Ésta forma parte de las cuatro
esquinas que animan todo el tiempo a la farmacia ―El Carmen‖. Pasan seis largos
minutos y no se ven con nadie conocido. Julio César con un gesto muy evidente de
celos y dominio, toma una actitud atrevida y procede con rigor:
De hoy en adelante, vigila a esa vieja desde esta esquina –Julio sostiene una corta
mirada con Miguel--, nunca te confíes de Camilito, porque él es un bocón.
Comparten su inspiración. Ambos hombres, vieron la longitud de lo que queda de
calle. Lo único que los ocupa, son sus pensamientos. Mientras caminan,
comenzaron a hablar de lo divertido que sería robarle a alguien. Ahora, tienen por
delante el parque; donde se ve gloriosa la estatua del Almirante Padilla. A la vista
del héroe, están el busto de bronce del Negro Robles y el busto de mármol blanco
de Florentino Goenaga; que son testigos oculares de que los vieron atravesar la
plaza en dirección Este a Oeste. Siguieron derecho. El otro atractivo, es el paisaje
gutural de las ruinas del barrio el ―Guapo‖; éste tiene una rica historia de los
curazaleños, margariteños y dominicanos que se afincaron aquí. Arribaron en
balandras y veleros que hablaban con aplastante quietud de que fue un centro de
comercio entre la península y las ínsulas del mar océano. A mitad de la primera
cuadra, ingresan a la residencia 9-54, de la vieja Yeya Fernández. El aire en la sala
es muy intenso de ira y de ansiedad. Sin duda, la presión la afecta. Miguel se siente
incómodo. Pasan por el estrecho comedor y franquean la puerta que da hacia el
patio; lo recorren a todo lo largo, para ingresar a la covacha de techo de cinc
oxidado y picado; con desagradable hedor a cuero. La zapatería es un rancho en
ruina, desolado e inclinado hacia la calle la ―Libertad‖. Miguel se refugia en el
aposento.
CAPÍTULO II
Con el transcurrir de las primeras horas, el sol se eleva raudo; para pincelar
de nácar el iluminado Cielo. Ensobinado sobre los frescos arrume de sacos vacíos
de fique, Julio César se apoya sobre los pies y recuerda con dificultad; las
diferentes circunstancias de la difícil situación. El día presenta las mejores
condiciones, para superar la carga psicológica y emocional. Miguel alza la mirada
y en un giro de vista, se encuentra con los dilatados ojos de su compañero; a quien
le habla con repentina sorpresa y viva curiosidad:
---Espero que no ocurra lo de ayer ---luego agrega --, te esperé hasta las siete de la
noche; para salir a dar un paseo.
---Desde el primer día, te dije que no debemos salir juntos; porque siempre y por
siempre, los cachacos no son bien visto en la ciudad ---con fría indiferencia agrega-
--, todo el día lo pasé en la carpintería de mi viejo amigo Federico Romero; a donde
llega Cico Cirico, el sirviente del hermano de la viuda.
--- ¿Quién es ese tipo? Nunca me habías hablado del tal Cico Cirico,
--- Es un concertado de don Grati ---con humor premeditado, agrega en bajo tono
de voz ---, en una ocasión, lo pusieron a limpiar el patio y debajo de un matorral,
encontró una lata de galleta de soda Puig Sol; repleta de morrocotas de oro. Y el
muy marica se las entregó al patrón. Este haragán, ni corto ni perezoso, le dio
treinta centavos para que comprara un ico y se ahorcara.
---Ese tipo es un pitre ---el cachaco de rostro pálido y ojos sollozos, afirma con
sarcasmo ---, ese esclavo debe estar muerto.
---Cuando iban por la ferretería del señor Vence, le pregunté a una señora que
pasaba por ahí ---calla y prosigue la parla en tono serio ---, con disimulo eché un
vistazo en la dirección que llevaban; hasta que desaparecieron en el postigo de la
puerta de una residencia señorial con amplio patio, donde al parecer vive una
hermana de ella.
---Vamos a desayunar.
---La vieja desde hace cinco días, no nos sirve comida; ni viene a barrer las
habitaciones. –piensa y luego agrega--, me he quedado sin comer en estos días y tú
lo sabes bien. A ti, ni siquiera te ha pasado por la imaginación; pedirle
explicaciones.
---Ah!.. Por eso fue que antier, mi mamá vino con altanerías; ―¡vamos!‖
―¡levántate a desayunar!‖. ―Piensa llevar una vida de borrachón‖. ―Parece un
huérfano. Me tiene desencantada, por la actitud de pordiosero; que has tomado del
guatemalteco y del cachaco‖.
Recupera la compostura, camina hacia Miguel, sin decir una palabra; como si él no
estuviera ahí. Al cabo de un rato, decide ir a dar una vuelta por las calles. Sale en
ímpetus por la puerta, y fuera de casa; el tiempo le sienta mucho mejor. El Cachaco
se incorpora y de manera penosa, pregunta:
--- Voy a trabajar un rato con tu papá y luego, saldré hacia el acueducto; para
visitar al señor Luis Eduardo Cuellar.
--- ¿Tú qué tanto interés, tiene en ir a visitar a esos cachacos? –acota con cierto
aire de disgusto--.
Adopta un aire sobrio y silencioso, cuando las facultades mentales le permiten huir
del diálogo. A Miguel, el fastidioso calor salino del clima seco y las circunstancias
ambientales; le importan muy poco. El drama que está por delante, es lo que le
interesa. Presiente que tiene una relación tormentosa con la señora Yeya, y ve que
cada día; se vuelve más y más difícil la tensión, que permitiría limar esta aspereza.
En mérito, el ingenio y la habilidad con que desarrolla los instintos; es lo que le
permite estar enterado, de los pormenores que acontecen de tiempo atrás en la
ciudad de los mil nombres. Es una ciudad, donde los valores antiguo se mantienen
intactos; como orgullo del bravío imperio guanebucán. Con la mente suspensa,
dispone de la libertad de poder pensar; cuál será la suerte nuestra, respecto al
encuentro con la señora Atkinson. Tuvieron una sensación incómoda. El inquilino,
se mantiene lejos de la retina de los ojos trigueños de Julio César; en movimiento,
parte de ahí y roza el tabique con el codo izquierdo; con pasos peripatéticos e
indecisos, atraviesa la arboleda del traspatio. Próximo a la puerta que da al
comedor, inclina la cabeza hacia el pecho; para evitar un golpe con el marco.
Ingresa a la improvisada cocina comedor. En la improvisada mesa, de pulimentado
cedro y patas torneadas; mira servido el desayuno, sin tenedor ni cuchillo. Siente
que la presión afecta a la vieja Yeya. Sin duda, para él, era la persona de mayor
interés en el hogar. Lo que lo lleva a mantenerse lejos de los ojos curiosos de su
mamá.
De espalda a ella, toma el taburete por la cabecera del espaldar; y lo rueda hacia
atrás. Con las manos, lo ajusta detrás de las inclinadas rodillas; y queda acodado
en el mesón, al lado derecho de la pared. Destapa el escarchado plato de peltre y
empieza a partir en tajadas el plátano amarillo, que acompaña con queso boronoso.
Al lado izquierdo, está una taza llena de guarapo de café caliente; endulzado con
panela. Mientras lo ingiere sorbo a sorbo, con la mirada perdida; más allá de la
sucia pared, se le acerca Miguel inquisitivo y curioso. Desde ese momento, creció la
tensión entre los tres. El hijo y su invitado, se transformaron en víctima; de la vida
de la vieja Yeya. Daba la impresión de ser la recreación, de una escena; de la
película ―Sabes Quién Viene a Cenar‖. Para combatir los sentimientos de ansiedad,
el cachaco empieza a paladear algo del menú tradicional de la región. Siente señal
de culpa, por el enojo de la matrona; en vista de que ocupa el cuarto junto con el
guatemalteco. Aunque mi relación con él no es amistosa, el aposento, es el lugar,
que siempre ha utilizado el zapatero Colá, para guardar las herramientas de
trabajo. Permanece pensativo, un largo tiempo; para tratar de encontrarle sentido,
a lo que le ha ocurrido; desde que llegó aquí.
La dinámica de la familia de Julio César, no cambia. Una ráfaga de viento, trae del
patio; un fuerte hedor. Lo que ven, puerta adentro; explica el desagradable hedor a
agua servida, que rueda por el suelo. Eso le provoca enojo y se interesa por la
terminación del saboreo del desayuno. El desdentado campesino, ahora propone el
comentario; de sus vivencias en Fundación y del primer instante, de su llegada a
tierra guajira; donde fue recibido como huésped de honor por los paisanos, que
residían en el hacinamiento de la calle doce, con carrera seis; que está a los pies del
tanque del acueducto. El constante derroche de agua y la siembra de hortalizas,
eran condiciones apropiadas; para la proliferación de sancudos. Lo que hizo que
mi permanencia fuera corta. Además, el rancho con techo de dos aguas, apoyado
en una cocina con paredes interiores cubierta de hollín; no contaba con espacio
para que se alojara otra persona, que no fuera uno de los hijos del señor Luis
Eduardo Cuellar y mi tía Eufemia. Su sistema nervioso autónomo se despierta.
Medita. Nunca imaginé, que la posada que me diera Julio César; sería una carga
incomoda para la familia. Ellos saben, que en mis pasatiempos, participo en el
arreglo de zapatos rotos; que le traen amargos recuerdos al viejo, por la purga de
treinta años en la cárcel de San Diego en Cartagena. Con la comida en la boca,
charla sobre los mitos y leyendas de los indios motilones. Quiso ser provocativo
con el alza del codo de la mano derecha; para embutirse el último sorbo del
guarapillo. El acto de arrogancia y desprecio, fue de inmediato visible por la ama
de casa. El amigo le hace señas y visajes, luego le participa con suave vozarrón:
En el corto tiempo, que han tenido para que se amplíe la conversación y decirse lo
que hay que hacer en el día de hoy; los dos hombres, quedan con la mirada fija
sobre el piso de cemento resquebrado. El invitado genera una situación de vacío en
el comedor. Y hay algo de estrés y ansiedad involucrado; en toda la habitación.
Julio César sentía pasión por escuchar los relatos de los combatientes de la guerra
de Korea; donde conquistaron grados de héroes Lalo Guaza y Modesto Vanegas,
quienes estaban acostumbrados a narrarle el heroísmo de Nicandro Medina; a
quien una bala le cegara la vida en el campo de batalla. Con la coartada, parte muy
animado, de la residencia pretenciosa de mama Yeya. La cristiana, queda sentada
en el rústico taburete; que se encuentra apoyado en el fondo de la sala. Y lo mira,
como si quisiera comprenderlo; dentro del alma. Al verlo que sale, se a moña el
cabello crespo; con una peineta y se lo amarra con una tira de trapo. Ahora mismo,
inclina las chanclas sobre el piso; y mueve con energía las piernas de chorlito, en
dirección hacia la tienda 9-51, de enfrente; donde atiende Mona Socarras, la mujer
de Chindo Mendoza. Se detiene en el umbral de la puerta. Ahora entra. Permanece
de pie, apoyada al grasiento mostrador de madera; cubierto con costra de aceite y
polvo. Se apoya sobre el codo de la mano izquierda y vuelve la cabeza sobre los
hombros; y hace gestos, con la boca en trance de abrir y cerrar los labios. La
primera impresión que se le viene a la mente, es la de manifestarles a los tenderos;
con voz sonora y clara, que su flaca vida se agota, por las extrañas amistades; que
le trae a la casa el hijo. Con alguna dificultad, le presta atención al gago lenguaje
del tendero; quien sostiene, que a la hora que regrese; le pida una aclaración, de la
conducta sospechosa de los forasteros. El diálogo se convierte en esgrima de
ingenio. Cambia de postura y abandona el aire muerto de la humilde tenducha,
para seguirlo con la vista; hasta que desaparece al inicio de la cuadra. Calle
el‖Templo‖ arriba, se derrite por el surgimiento de una ola de calor. Luego de
cuatro minutos, de testimonio de pequeños detalles, que supone, le traerían
enormes repercusiones; a la humilde familia, que no es lo que parece ser. Para
combatir sus sentimientos de ansiedad, se limpia los lagrimales y atraviesa el
espacio callejero; hacia la entrada clásica del dulce hogar.
La anciana detiene el paso, sobre el sardinel; donde hace un calor; que se le mete
bajo la piel arrugada. El humestre saco de hueso habla a solas, al pasar por el suelo
resquebrajado; que va desde la sala, hasta el acceso a la puerta de la cocina. Sus
neuronas espejos; registran las últimas acciones de las emociones; de las sombras
en pena que comparten la pasión por el arreglo de zapatos rotos. Camina hacia
ellos, sin decir una palabra; como si ya no estuvieran ahí. Yeya vuelve a reclamarle
al inquilino con acerbia. Los hombres permanecen sentados, en un estado de
tensión; en donde la escena de lo que ocurre en el taller de la zapatería, es una foto
real, congelada en blanco y negro. Mientras, Colá siente que su alma ha sido
arruinada, porque no sabe, cómo su mujer había llegado a esa situación. A pesar de
todo lo que ocurre, Miguel tiene el sentido del humor fantástico. Sonríe y deja ver
la honda cicatriz, de la mejilla derecha; cubierta de pelo. Él sabe que ella no quiere
verlo en el terruño. No puede olvidarse de las cosas de ensueño y no puede
olvidarse de lo que le ha ocurrido. Ahora, piensa en el calvario de los hijos; que
están en Convención. Porque se ha dado cuenta, que la relación de él con la dama;
tomaba caracteres dramáticos. Está altanera en el sofá de su fraternidad. Le da un
rodeo a la mesita de lujo; donde reposa el sombrero gris. Segundos preciosos, que
aprovecha para mirarle la barba rasurada; y abandonar la sala. Atropelladamente,
emprende la marcha hacia la cocina. Con el rostro tranquilo, se detiene a lavar las
ollas y los platos. Una vez termina de enjuagarlos colocarlos en la alacena, se seca
las manos con la falda y se asoma a la puerta; ve la arena menuda y seca del
pavimento arenoso que cubre la calle. Echa un relampagueante vistazo hacia los
frondosos árboles de almendros, que bajo miradas mudas; vigilan el parque
Almirante Padilla. Lugar, donde el alma de Julio César; siempre ha experimentado
un inmediato alivio.
--- ¿Cómo estás Pollo? –luego inquiere, con una sonrisa estridente-- ¿Qué milagro
te trae por aquí?
Una hora después del ajetreo, Eusebio Mascarrabia tiene una expresión
permanente, de llevar una vida miserable. Comienza a desarrollar fuego ardiente
con la fragua; donde se enrojecen pedazos de tiras delgadas de hierro; que luego, él
mismo las retuerce en el yunque, a punta de golpes de moña. Típica combinación
de fuerza e inteligencia. Murillo con segueta en mano, corta tiras oxidadas; luego
las remachas en cruz. Aumenta el calor, en más de un sentido y Julio César se
encuentra en medio de un congelante calor; porque no encuentra la herramienta
que busca. La curiosidad lo lleva registrar pequeñas repisas llenas de sucio, tuercas
y tornillos sin estrías. Actúa con culpa. La idea de marcharse es tan inquietante,
que parece una historia inventada; ya que ahora ve en Meme Gómez; un refugio de
sus problemas económicos. El descanso reparador, le ha servido para que acumule
energía; y pueda seguir adelante con la balada. Camina hacia el dintel, sin decir
palabra alguna; a la espera de que Lombana; le diera una información oculta:
---Hombre… con una esposa tan bella que tiene y no deja de ir al barrio. El día
menos pensado, le van a pegar una gonorrea.
---La policía anda en busca de él. En todas estas noches, han hecho batidas; por
las calles del pueblo. Por aquí, pasan durante toda la noche.
---Bueno… compadre Lomba, será hasta otro día... Me iré sin el pedazo de varilla.
---Pollo, véngase mañana; que yo se la busco, ahora que termine ese trabajo.
---Hasta luego… compadre. Voy a llegar a la sastrería de René Escobar –tras una
breve pausa, agrega--, que me está cosiendo un pantalón.
De pronto, se escuchan los tañidos de una campana; seguidos del alboroto del
recreo de los niños de kindergarten y primaria. Lo que, en sí, trajo un vivo placer;
como en la acostumbrada indulgencia, donde la inocencia de esos años mozos fue
fugaz. Evoca emociones y adopta una apariencia externa, de joven alegre. Pero a
Lombana le duele saber, que a sus veinte y siete años; no tiene educación y se ha
dedicado al consumo del alcohol; porque no tiene dinero para sacar del taller, el
camión ―Dióscoro‖. Enseguida, se precipita hacia la puerta afuera. Se detienen y
tratan de abrir los ojos para mirar hacia todas partes. Con creciente entusiasmo,
echa a caminar calle arriba, y no acierta a ver nada; por el polvo que arrastra la
brisa. Se aleja por el corredor misterioso de la escuela ―la Complementaria‖, donde
el maestro Enrique Lallemand le enseña a los alumnos; más con ternura que con
educación. Pasa por alto estas situaciones y sólo recuerda las gratas veladas, que le
proporcionó el maestro. Sobre el andén de esa calle privilegiada, van delante de él;
docenas de personas. No recuerda, que hubiera pasado muy cerca a los ventanales
rojos con verde; del hogar del cacique Lázaro Pimienta. Sobre la marcha, se detiene
a media en la puerta 7-06, donde reside la familia Delúquez Chassaigne. Llega al
punto decisivo de la cuadra, y cruza hacia la izquierda. Por la calle séptima, se
pasea una multitud de seres pletóricos. A esta hora, sobre la carrera séptima hay
una mancha épica de indios semidesnudos; que cubren sus testes con un taparrabo
de tela. Chaquetica, Tata y Arpaná con un caminar errático y sin esperanza; se
dirigen hacia el mercado. En medio de ellos, Julio César, pasa por constantes
episodios callejeros. Al vivac de un ejército de hormiga, controla la situación sobre
la amplitud de la calle quinta.
En ellos deja una gran impresión, sus preguntas de rutina; preguntas que hace para
distraerlos. Por un momento, hubo de callarse y estarse quedo. El operador de
máquina Pelón Pérez ha terminado por indicarle a Tino Brugés, que la plancha que
había ocupado Chema Serrano hacía unos momentos; está sin carbón en el extremo
de la mesa. Pero, Tino piensa en el carácter íntimo de la herramienta que le sirve de
medio de subsistencia; cambia de opinión y le limpia las cenizas para echarle
pequeños trozos de carbón vegetal; y la activa de nuevo, con el soplo de la boca.
Aunque las puertas permanecen abiertas, Fidel permanece empapado de sudor; en
lo más hondo de la sólida habitación. El lugar de trabajo es muy agradable, porque
el cortador de confecciones trata muy bien a sus empleados. A todos ellos le va
muy bien, a pesar de que no le paga buenos salarios. El visitante, se empieza a dar
cuenta, que había entrado en una escena de comedia. Ya que el constante re… reer
re… de las máquinas Singer de coser y el murmurio de los feligreses que circulan
por los andenes, calle arriba y calle abajo; no dejan escuchar el candente tema
político de todos los días. Julio César los examina por separado y con curiosidad,
sin que logre relegar del pensamiento a la señora Atkinson. Después de todo, los
armadores de pantalones quedaron en silencio; como si se hubieran puesto de
común acuerdo. Chema se pone de pie y empieza a dar un multirrutinario paseo
por la habitación contigua; y aprovecha para soplar la candela, que se apaga en el
horno de la plancha. Ahora, Pelón y Fidel laboran al compás del re… rer… de los
pedales de las máquinas Singer. El confeccionista René Escobar tiene de momento,
un repentino cambio de idea; por la visita amigable del Mono Pugliese. Su cara de
pequeño niño inocente, se queda fija hacia mí; mientras inspira de manera
repetitiva la colilla de un cigarrillo Pielroja; que sostiene entre las uñas de los
dedos índice y pulgar. Permanece sin experimentar ningún movimiento, sólo varía
de posición; para fumarse la colilla, después de rebasada la efigie del indio Pielroja.
Su risa tranquila, ni siquiera se altera; al escuchar que René crea un lazo de
confianza con el otro visitante:
--- Pienso en llegar donde Darío Rivas –habla con facilidad, es muy elocuente--,
para hacerme motilar.
--- ¿Qué tanta prisa llevas? Estate tranquilo –no tiene capacidad emocional para
armar oraciones completa--, tú sabes bien; que Darío abre la peluquería después de
las 10:00 A.M.
---Luego sienta mi voz en la puerta, sale corriendo a abrirme; para que le hable de
Luzmilla Henríquez.
---Darío está loco, desde que participó en el asalto a la cárcel; para asesinar a
Córdoba, el que mató a Carlos barros.
En algún momento, hizo gestos inapropiados; para sí mismo. Ojea la carrera del
―Comercio‖, desde el faro de la punta del muelle; hasta el tanque elevado del
acueducto. Gira el cuerpo y ve la calle los ―Almendros‖, desde el obelisco del
parque Centenario; hasta la puerta del cementerio. En toda su extensión, no hay
vehículos pesados. Con un gesto clásico, graba en la memoria una escena; que él
mismo se delata. Es una persona solitaria y tranquila, que no sabe qué hacer, ni
para dónde coger. Queda con la sensación de desplazarse hacia el norte, mientras
ve transitar en todas las direcciones; autos legendarios del estilo camioneta de las
marcas Willys, Dodge y Ford. En su trasegar, de a pie por el andén de la repostería;
no le presta atención a ninguna señal de advertencia, en los momentos en que se
desplaza por el andén de la farmacia ―Tropical‖ de Marco J. Rosado; con el
propósito de doblar en la arista que converge con la calle cuarta. Es un vecindario
donde la gente se conoce por sus nombres. Ronda en medio de gentes clásicas y
refinadas, que viven y laboran en el monumental Banco Dugad y el taller de Luis
Manuel Ávila y la tapia del patio de Miguelito Cotes; lado repleto de árboles
frondosos de Trupios, Almendros y otras especies. En la acera opuesta, hay
muchas casas; justo al costado de la farmacia ―Tropical‖, que colinda con la
residencia de la señora Conchita Brugés. Mantiene la calma característica, al pasar
por la derruida mansión de Aminta Toro. Con rectitud, mira por completo el
espacio que tiene por delante; a mitad de la cuadra. Baja el alto andén de la casa
tienda del señor Adolfo Barros. Y se enfoca en el aviso que está a la altura del
marco de la puerta de la arruinada gallera de Caliche Rivas. Logra deletrear con
error de juicio: ―Barber Shop‖, corte y estilo perfecto, Darío Rivas. Se detiene frente
al sardinel, toca y penetra en el interior de la sala. No percibe ruidos ni sonidos de
voces humanas. Observa un momento más y se detiene a mirar de nuevo, hacia el
patio:
--- ¿Quién está por ahí? –pregunta y se anuncia--, compadre Dari, soy Julio César.
---¡Compadre, ya lo atiendo!
--- Compadre Julio César, dese una vuelta para hablar de la hembra.
--- Dari, sólo he venido a saludarte; porque voy de prisa; estoy urgido de dos mil
pesos ($ 2000). Tengo dañado el motor del camión ―Dióscoro‖, aquí en el taller de
Luis Manuel Ávila. Los necesito, para pagar la mano de obra. Comprar un juego de
anillos y un par de pistones, en el almacén Crhystoffell y Pugliese.
---Compadre, haga las vueltas y si le va bien, venga más tarde. De todas maneras,
gracias por la visita.
--- Hasta luego Julio –una despedida, acorde con el tono de voz; con el que se
dijeron las cosas--, chau.
---Vámonos para donde Cita, la mujer de Tiberio Gutiérrez; porque estoy seguro,
que ella vende cerveza Germania bien frías. Estas cervezas Bavaria, me tienen
embuchado.
---Yo tengo a mi cargo, el Jeep Willys del Brujo Mejía –gruñe Franco Ríos--, ahí
cabemos todos.
---¡Eche! pero vamos a terminar ésta servida –interrumpe en seco Polaco Romero-
-, yo soy el que manda aquí.
--- Canasta y media, da dieciséis pesos con veinte centavos; más cincuenta chavos
de un paquete de Camel y más diez chavos de una caja de fósforo, son por todo…
dieciséis pesos con ochenta centavos.
---Son treinta y seis cervezas, a cuarenta y cincos chavos; cada una. Eso da
dieciséis con veinte.
---¿Dijiste que eran cuánto? –refunfuña el mecánico--, págate y me das tres pesos
con ochenta chavos, de vueltos.
--- Ahí tiene ocho pesos –luego agrega Tototó entre sus alucinaciones más
porfiadas--, no sea desconfiado.
--- No es eso –dice Franco Ríos con la lengua enredada y temblequeante--, todos
debemos colaborar.
--- Las cervezas me ponen a miá –con temeridad se atreve a decir Julio César--,
mejor nos vamos para la casa de Graciela Cotes, y mandamos a buscar una botella
de brandy Pedro Domecq; a la tienda de Meme Brito.
La obsesión repentina y su vida cotidiana, lo lleva a partir con sus amigos; aunque
se mantuvo con ellos en el bar, no por muy buenos motivos. Con la imagen de su
alegría se retiran de la mesa. Y con una mezcla de muchas emociones fantásticas,
atraviesan la sala del abovedado recinto; donde se extiende el fragor de los aires
cubanos, con el acompañamiento de la orquesta Sonora Matancera. Con ella se
elevan las voces celestiales de Bienvenido Granda, Celia Cruz, y la actuación
especial de Toña la Negra y Benny Moré; con canciones especiales, que pueden
volver el tiempo atrás. Las doce meridianas anduvieron sin aviso, mientras se
acercan a los portones marrones; que dan salida a la calle. Afuera, el rugido de los
carros y el pisoteo de los paseantes; van acompañados del ligero rumor de alegría,
que se esfuma en el ambiente. Al traspasar el umbral, el grupo se detiene en el
encintado de la acera. Consideran el espacio que tienen por delante y caminan con
curiosidad; en la dirección que han tomado para llegar hasta el Willy verde,
parqueado sobre la higuera que bordea la mansión de la señora Atkinson. Dama
que tiene el sentido de la estética muy bien marcado; con inversiones lucrativas en
la bolsa de New York. En el vínculo cultural urbano, todos se consideran miembro
de la familia; y eso en el lenguaje corporal de Julio César, ayuda a reforzar las
relaciones; y se mantiene en calma.
---¿Quién de ustedes tiene plata por ahí? Pongan para comprar una lata, porque
el tanque de la gasolina no tiene una sola gota.
---Nojoda tú, hace rato te oí que le decía al Pollo; que quería conocer la
desmotadora de algodón y la torre del aeropuerto. Y ahora no quiere poner un
peso con veinte chavos, para comprá una latica de gasolina. Eres muy cují ---
Franco hace una pausa y luego agrega---, Pollo colabora con algo.
--- Tengo un peso ---Pollo en realidad siente que se beneficia de la atención que le
han brindado---, nada más.
---Compadre Gito ---grita con un tono distinto al que iba emplear---, eche tres
latas por favor.
---Dicen los comentarios, que la ciudad está en progreso; porque los miliares lo
están haciendo muy bien.
A plena vista del aturdido testigo ocular, el carro de combate queda taqueado de
combustible; con el fuerte olor a gasolina, por el encendido del motor; pone cambio
en primera para dar marcha adelante. Sobre rueda, el renegado piloto se da cuenta
que había envejecido; y procura salir del post arrebato. Estaba demasiado agitado,
y en su mente sólo oía la respiración de sus sentidos. Por el paso a nivel, se
mezclan con la belleza natural del lugar y en desenfrenada carrera; dejan atrás los
días de gloria del Liceo Padilla y el notorio pasado que está por alcanzar la cancha
de fútbol ―Campín Ojeda‖. Por la línea doble que conduce hacia Valledupar, hacen
una desviación; y desaparece tras transformar las fachadas del estado colonial del
hospital Nuestra Señora de los Remedios y las oficinas del Distrito de Carreteras
del Ministerio de Obras Públicas. Los hombres se concentran en la parte más crítica
de la operación. El tiempo de recorrido de la primera etapa de la travesía, está por
cumplirse; y las condiciones ambientales crean una oportunidad única. La
curiosidad, los lleva a detenerse en la margen exterior del predio; donde está
instalado el Instituto de Fomento Algodonero. Han sido engañados con las
primeras impresiones de llamativas y atractivas imágenes que presentan el tanque
elevado, las bodegas de almacenamiento de las motas de algodón; las oficinas que
están al frente de la báscula del pesaje de los camiones y la vista panorámica de la
residencia de huésped, para la estada del Gerente. Los visitantes lo consideraban
un gran progreso. Mientras visitan estos lugares que tienen algo para ofrecer,
abandonan una parte de sí; todos estaban callados solemnes. Pollo en realidad se
beneficia de la atención de Franco y de Tototó, ya que dado el caso de que
ocurriere un incidente; sus amigos confirmarían la coartada.
Después de un gran cuarto de hora, ellos deciden continuar con el avance. La luz
de la mañana, revela una escena de devastación. El recorrido se realiza por las
márgenes de la periferia del alambrado de púa, hacia el destino apasionante y
salvaje. Franco Ríos quiere alejarse hacia una atmosfera distinta, en tanto que
Tototó Daníes presenta un problema difícil y angustiante; en el cojín de atrás, Pollo
está con una postura casual, con el pie derecho apoyado sobre el estribo de la
rueda trasera; con la ansiedad y el estrés que deja ver el constante movimiento del
pie, elabora una nueva e impactante trampa teórica. Perfecto recordatorio, porque
aún faltan dos kilómetros por recorrer. A mitad de camino, el sitio la ―Escalera‖, se
enfrenta al invierno de las malezas, que rodean a la ciudad; con lagunas y
pantanos que cubren el suelo del infierno en la tierra. Con sus cuatro avenidas
principales y vecindario pintoresco, este épico entorno se ha transformado en un
paraíso terrenal; sembrado de arbustos de cerezo. Los frutos y el envés de las hojas,
están cubierto de larvas y de insectos; que se convertirían en las criaturas más
primorosas de la selva espinosa tropical. Cada quien asocia de distintas maneras, el
aleteo de las mariposas; que pintan de múltiples colores la bóveda del Cielo, en su
desplazamiento hacia el Norte; donde desaparecen sin dejar rastros.
--- Es un buen momento, para que ellos hagan mucho por la región –Tototó
sobreactúa la expresión--, pero… eso está por verse.
--- Ojalá que los dejen –Pollo profirió bajo los efectos del delirio--, porque los
políticos de aquí, se apropian de las obras de otros.
El sentido común le indica, que deben volver a la ciudad. A plena luz del día de
hoy, cinco de noviembre de mil novecientos cincuenta y cuatro, las tres personas
actúan sin reflexión, por el efecto del fermentado de la cebada que habían
consumido. De tal manera, que como pudieron; se acomodaron en los respectivos
asientos. Sin importarle el pesimismo del familiar; Franco puso manos a la obra. Y
con el encendido de la máquina, el jeep empieza a moverse en reversa y da un giro
de ciento ochenta grados; con la intención de repasar el camino que los había
traído hasta aquí. Las cuatro ruedas giran hacia adelante, los sobreactuados a
través de la transparencia del vidrio; tienen la imagen de la ―Ilusión de Ponzo‖ que
nace al final del camino vivo, y se amplía con el desplazamiento del carruaje a
medida que se acerca la curva del club Neimarú. Lugar ideal, que cuida con celos;
la historia arquitectónica de la avenida ―La Marina‖. Señalada la exactitud de la
visión, por el retrovisor, pierden de vista el aeródromo y esfuman sin dejar rastro,
por el paisaje que se encuentra al Sur de la ciudad. Si de goce se trata, el pequeño
espacio del campero, serviría para relajarse; pero, los brincos que le proporcionan
las escalerillas, el ruido del motor y el rumor del viento; no les permite a los
viajeros que promuevan una conversación, ni que escuchen nada de lo que se
comenta. Con la velocidad que llevan, encuentran esparcidos muchos ranchos y
restos de ranchos de indios, bien construidos; que, aunque no es posible revelar
como son; son pasados sin que ellos los vean. Sus ojos, sólo han tomado las
dramáticas fotos de las viviendas comunales; que son el punto focal de las vidas
que residen en el viacrucis, de la quince con quince. Están ansiosos por llegar, a
sabiendas de que falta un kilómetro por recorrer.
Viven el despertar político, a costa de que la gloria está; en que el auto anda por
mérito propio. En el camino se cruza un condominio, propiedad que pertenece de
manera colectiva; a un grupo de personas, de origen campesino. Y a medio camino,
los militares requirieron de imaginación y fuerza; para transformar un rancho
abandonado por Goyo Melgarejo, en un lujoso hospital. En la sala principal, hay
un área para los visitantes. Sus llamativos toques modernos, no son tan atractivos
como la sala de maternidad; es obvio que bien vale la pena, el resultado final de
ésta. El vitral reciclado que los separa, es la pared de la capilla llamada ciudadela;
por dentro, mantiene su estilo de iglesia española con todos los detalles originales
del barroco. Lo más curioso es el extraño patrón de piedra que dibuja la imagen de
Nuestra Señora la Virgen de los Remedios; inclinada al lado derecho de la zona
pública. En ella se encuentra una creencia religiosa de más de cuatrocientos años
edad; y eso, hace que se respete su determinación. Pollo Julio tiene paz espiritual,
por primera vez; y con otro ejemplo de su peculiar sentido del humor; pone a
prueba a los hombres de adelante, con la vana representación de proponerle que
serían padrinos de mi boda en Dibulla: ―¿Quién de ustedes dos, me serviría de
fiador; ¿para que hable con la vieja Meme Gómez, para haber si me hace un
préstamo de dos mil pesos?‖.
El pequeño vehículo verde, se iba de la escena por la vía pública; de la calleja los‖
Tres Infantes‖. A los invitados que por ella circulan, sólo le gusta el reluciente
blanco de la cal; en las paredes de barro de las típicas casucas de sala y aposento,
abrigadas con techo de palma. Los residentes de la zona, se mueven en derredor. A
media cuadra, desaparecen en las lúcidas sombras; que proyectan el hogar del
carnicero Carlos Escudero; y en la acera contraria, el recibo familiar de dos
habitaciones, del mudo Titi Arévalo, vociferador de los periódicos capitalinos. Los
actores que van de paso, hablaron de algunas preocupaciones; asociadas a Graciela
Cotes. Pollo Julio, ha hecho de la actuación un modo de vida; en su propia mente,
le ha robado varias veces a Meme Gómez. Aparece la bocacalle de ―Magrí‖, que da
la sensación de estrellarse contra las puertas y ventanales azules que adornan la
fachada rosada de la casa enorme; que por fuera mantiene un estilo de española; y
puerta adentro, la señora Flor Moreu brinda información clasista de pedagogía a
su esposo José Ramón Rosado Ávila; quien, en tono diverso; interpreta
pentagramas de música programática. El tiempo fue muy corto, a su paso por la
interclusión; sin embargo, vieron que muchas imágenes; son representadas en las
cuatro direcciones. De través, es arrollado el quiebre de la carrera décima; en la
retoma de la vía pública, entre edificaciones y solares. Hacen muchas preguntas
improvisadas sobre la marcha, fuera del pensamiento; Tototó promueve la
conversación: ―Qué tanto paseo con este sol, vamos a llegá donde Graciela; para
que nos frite los pescaos, porque se van a poner maníos‖. Transcurrido unos
segundos, Franco Ríos responde ―¡Pégatelo hombe, ahora vas a comer pargo
frito!‖. ―Con qué me lo voy a pegar, si el trago se acabó‖. Un peso adicional estaba
a punto de caer sobre los hombros del Pollo por no tener un solo centavo: ―¡Me
doy por invitado –dice el gorrero—, porque ustedes saben que ando limpio y cara
de verga!‖. Con el mínimo de la velocidad, siguen el curso de la ajetreada calle;
señalativo de que alguna vez, primó el estilo moderno exterior; de algunas
edificaciones y viviendas subvencionables, como la de Mami Toncel; la hija de
Bartola Peñaranda, pilandera que amasa los deliciosos pastelitos y carabañolas,
que son el advenedizo aliento de vida de los niños de la cuadra.
Ninguno de los borrachos se sentía seguro, hasta tanto hubo frenado el automóvil.
Una vez le quitan el suiche, los ocupantes se disponen a bajarse. En el exceso de la
desesperación, Pollo Julio sale disparado del cojín trasero; y con salto de gato, cae
sobre el desmoronado encintado del bordillo. Aquí y allá, agita sus esqueléticos
brazos; se sacude la polvareda del pantalón kaki ―cara de perro‖. Mira a los
compañeros y se da cuenta de la serenidad de Tototó para limpiarse el rostro
empolvado con el pañuelo; a pesar de que todos están poseídos de una viva
agitación. Con mucha atención, los observa de nuevo: observa que Franco Ríos
rodea por delante el Jeep. Ve que tienen los labios lívidos, por las cervezas y por la
reprobable acción de las acalambradas rodillas; que estiran con la fuerza y la
tensión de un arco de flecha india. Con las piernas rígidas, apenas pueden
mantenerse de pie sobre el andén. La dramatización de los personajes, está
inspirada en presentarle particular saludo de aprecio y amistad a la modista; que
representa la elegancia a la perfección. Desde el oscuro aposento de la corcovada y
caduca casuca, surgen unas palabras; provocadas por el comentario de los
visitantes: ―A buena hora vienen ustedes a ponerme a fritar pecados –ella sonríe
porque los gestos de ellos la había emocionado--, por el hambre que lo acosaba.
Ella está muy atractiva y es muy amigable, a pesar de tener una mirada
atormentada en el rostro; al notarlos más distendidos y pletóricos. Ahora, tiene los
ojos puestos en la mano que sostiene el hilo y la aguja de la máquina Singer.
―Manita mía, de ahí comemos todos –dice muy amistoso Tototó--, porque lo que
tenemos es hambre‖. Las palabras salían sin parar:
--- No… a penas nos bebimos un par de cervezas para calentarnos –hubo un
momento en que el silencio que hizo Franco Ríos fue en su totalidad abrumador,
luego promueve la conversación--, muchachos, almorzamos y luego baje el sol nos
vamos para Camarones; porque las cosas se han puesto feas, por el asesinato del
policía. Es mejor beber con tranquilidad allá.
--- Ese Jeep no tiene carpa y el sol está muy caliente –dice con vivacidad Tototó--,
acabemos la botella y reposemos un rato; para arrancar.
---Tengan mucho cuidado –la matrona hizo una larga pausa y se puso muy
nerviosa--, porque la policía hace batida todas las noches.
--- Salga sapo o salga rana, voy a llegá a la tienda de Meme Brito; para tirarle el
lance del fíao de una botella de Pedro Domecq.
--- Tú eres bien optimista, esa vieja no le fía ni a su madre –dice Tototó, al
detenerlo Franco con la mirada--, de paso; búscate a Polaco y a Hilarito y le dices
que traigan bollos o algo de comer, porque los pescaos están frito.
--- ¡Al fin parió Paula –perifrasea Graciela con una mirada olísquica y relajada--,
yo creí que apenas molían el maíz!
--- La demora se debió a que la vieja Isabel –-las pausadas palabras del Pollo son
el mensaje clave para su coartada--, no tenía veinte chavos vueltos.
--- Comadre Graciela, deje presas para usted y los pelaos –Franco trata de tener
una idea de lo que ocurre--, a nosotros nos sirve en platos individuales; porque
esta gente tiene waima jamusili.
---Ve… ¿Francisco –hace una pausa de lo mejor del momento--, y tú desde
cuándo aprendiste a hablar guajiro?
--- ¡Pollo, brinda tragos y pégatelo –Tototó precisa de él--, porque estamos
pasmaos!
En cierto modo, despertaron del sueño del viaje que tienen planeado para ir a
Camarones. La tensión de la tarde empieza a hacerse sentir, el plan está en acción y
ya es demasiado tarde para las instancias del conductor; que está muy
entusiasmado y le propone a Tototó marcharse. Justo, cuando se preparan para la
partida; deciden confiar en la amiga Graciela y le ofrecen disculpas por las
molestias. Pollo Julio no puede evitar presumir que está muy emocionado, que está
dispuesto a acompañarlos; y piensa que la despedida sería una coartada indeleble.
Todos se levantaron, en efecto, uno tras otro en busca de la puerta; e hicieron corro,
alrededor de las llantas traseras. Una vez, que se han embarcados los impertinentes
borrachos; el estartaso del carro, facilita el arranque. Bajo la vigilante mirada de
Franco Ríos, cruzan a la derecha, trayecto señalado por un desfile de ranchos
ruinosos; durante el recorrido de la carrera novena, hace un patinaje y gana
espacio y velocidad. La alta comprensión del motor, hace que los elegibles se vean
envueltos en medio de un manto de humo; que se extiende por los cielos de las
calles ―Ancha‖, el ―Alambique‖, ―San Antonio‖, el ―Carmen‖; la alfombra
transportadora llena el cielo, como un encantador enjambre; hasta la arrabalera
calle ―San Esteban‖. Pasa por la memoria de ellos, detenerse en el improvisado
almacén de repuestos 7-53, atendido por el propietario Julio Bracho. Acomodado
en el cojín trasero, Pollo oculta su verdadero pensamiento; reconoce que se ha
puesto un poco nervioso, sin embargo; se empeña en el uso de la palabra: ―¿Julio…
te gustaría acompañarnos a Camarones?‖. Al distribuidor de combustible, con
igual pasión le encanta el diálogo: ―Hermanos… parquéense al lado y espérenme
unos minutos, hasta que cierre el negocio‖. Mientras el Wells Drive se pone en
reversa, él y los otros seres elegibles vociferan: ―Apúrate que se hace tarde‖. Ahora
gira con el cambio en primera, y se parquea cerca a la reja 11-19, que protege el
surtidor Texaco. La carrera octava que antes fue camino, cae en el atardecer; y la
oscuridad se volvió noche.
Con las luces encendidas, los ebrios y desesperados compadres; esperan ansiosos
para la partida. Sólo gracias a una fuerte dosis de buena voluntad, se aprecian los
primeros pasos tambaleantes de la sombra lúcida; que acumula el cansancio en las
pestañas. El hombre de baja estatura y entradas salientes, acelera el bastoneo; hasta
tanto le es posibles llegar hasta el estribo negro del Willys verde. Con una
sensación de confianza y de fe, personifica la idea de que debe sentarse en el
asiento del copiloto; tras el acercamiento, se pusieron a la tarea de recibirle el
bastón e impulsarlo a que se acomodara de espaldas sobre el cojín derecho. Lo que
obliga a Tototó trasladarse al asiento trasero. Al personaje, también, se le ve que
habla muy poco; porque está muy limitado a la acción del paseo. Lo que crea
vínculos, que lo llevan a inquirir: ¿A qué se debe que se acordaron de mí? No muy
bien alcanza a hacer el interrogatorio, cuando el motor ruge con todas sus fuerzas;
y se pone sobre la marcha en una sola dirección. Observan con cierto asombro, la
irregularidad de la pendiente; y a su lado derecho, una especie de condominios
ortodoxos que están en construcción; de hecho, la elevada expresión de espíritu en
madera, daría por construido el barrio Jorge Villamizar Flores; aledaño al mercado
público. En el lado trasero, no hay viviendas familiares, sólo un oscuro laberinto
invadido de ratas voraces. Llenos de una mezcla de curiosidad, acompañada de
una sensación de libertad; nos adentramos en un sinuoso camino. La ilusión de las
luces desapareció cuando llegaron a un matorral, invadido de arbustos de cerezos
de frondoso ramaje; que ponen el entorno cada vez más oscuro. Ahora están en un
área muy alejada de las afuera de la ciudad. El carruaje comienza a internarse en el
camino que conduce hacia Camarones.
Es la visión más maravillosa, que la tierra puede ofrecer a los ojos de cualquier
humano. El haber transitado este lugar, no le ha costado mucho esfuerzo; a los
testigos privilegiados del paisaje. De lado, los árboles y las piedras corren hacia
atrás; adornan una vegetación extraña y hermosa que a la vista ofrece un paisaje de
otro mundo. Sin que falte en él, la Coa Geoffrae sp. La perspectiva del lugar, lo
lleva a una fuente de agua; que, en vez de peces; salpican piedras preciosas. Ésta
corriente de agua salobre, da la apariencia de ser partida por un puente raído; en la
dirección de Oriente a Occidente. La disposición de atravesarlo, somete a una
encrucijada a todos los viajantes; que en el momento presentan una expresión
siniestra. La cobertura tambalea con el rodamiento de las ruedas delanteras; pero la
conducción imprudente de franco Ríos, lo lleva a trabajar fuera de hora, en la
medida que avanza hacia la orilla occidental. Gracias a la épica embestida del
conductor, lograron sortearlo y se libraron de las garras de la muerte. Aunque los
compañeros no tuvieron forma de saber, lo siniestro que se volvió todo; por
encontrarse un poco aturdidos. Es obvio, que el único camino a tomar es el paso
sobre nivel; que está en muy malas condiciones, por la película resbaladiza de la
arcilla; el ascenso del trillado de arena, comienza en lo alto del carreteable, eso
sería el concepto a vencer, para que puedan alcanzar la pradera de Mayita Matisia
castaño y Palmicho Copernica santa marthae; que cercan el caserío El Horno. Un
silencio inquietante invade el lugar de ranchos dispersos, habitados por la
representación perfecta de la cultura Guanebucán; que se encuentran diezmados
por cinco siglos de sequía, de hambre y de guerras. Los reales horrores del hambre
y de la guerra, hacen que a Pollo Julio se le note algo deslumbrado; en su mente se
ha formado la fuerte sensación de una idea negativa.
Una vez terminada la proyección del acetato, una de las debutantes acelera el paso
cuanto le es posible; y se acerca a otra dama, a quien con ternura llama por su
propio nombre. Su actitud se debió a un reflejo de vuestra presencia. La
encantadora dama se acerca hacia el grupo de forasteros y los invita a pasar hacia
el patio, donde les acomoda una mesa con sus respectivas sillas; debajo de un árbol
de Trupío, que sirve de testigo mudo en la departición de tragos; de lo que queda
del litro de Ginebra. La ocasión sirvió para que Pollo Julio se diera a conocer y le
hable de tal modo, y ella se viera precisada a concederle el honor de bailar una sola
pieza con él:
--- Ay! lo lamento mucho señor, pero mi pareja espera –Divina Luz le responde
con la más dulce y la más encantadora de las voces--, pero si es de su gusto, lo
complaceré en la otra tanda.
Comienza a esperar con mucho fervor, sabe que ella es una mujer sensual y
atlética; que resplandece entre todas las muchachas y el parejo es un rufián rudo y
mal vestido; que personificaba una mirada nostálgica. Los visitantes se mantienen
a la expectativa durante nueve minutos, Pollo Julio no bebe mientras su
imaginación vuela; lucha por mantener su atención, hasta que sus ojos logran
encontrarse y sus corazones se aceleran, como si una cosa lleva a la otra. Abandona
la mesa y va en busca de la correspondida bailarina: ―Lo prometido es deuda‖.
Divina Luz con la famosa sonrisa de Ángor, de hecho, finge y con una voz
identificable; expresa interés de querer bailar con él: ―¡Hola... disculpa que se me
había olvidado, pero, ahora si estoy dispuesta a complacerlo‖! Continúa el
espectáculo, la pareja experimenta una metamorfosis alarmante. Con el transcurrir
del tiempo, giran los acetatos románticos de disco Tropical; con relieve de setenta y
ocho revoluciones. Afuera, los invitados se ponen entusiastas por causa de los hits
musicales que se escuchan, y acuerdan la suspensión del cuarto set de la partida de
dominó; para ir a darse cuenta de las pilatunas en que se encuentra Julio César.
Durante el desarrollo de la balada ―Amor Mío‖, la pareja con espíritu abalo; le
canta con el corazón. En esa intimidad danzan, y tratan de avivar la llama; de su
acalorado romance. Para las chicas bonitas de la fiesta, la pareja ha despertado
grandes sentimientos románticos. Ella es la imagen viva de la diosa Diana,
candidata perfecta para el apuesto y astuto hombre de veintisiete años. La pareja
no se daba cuenta, que sentía una debilidad recurrente por el encantador e
irresponsable hombre. Ella, aunque intentaba concentrarse para mantener el
equilibrio, era evasiva del control de los pases; él, por el contrario, nunca antes
había podido agotar las sutilezas y matices, que constituían los encantos de la
música romántica. Sin darse cuenta, la apasionada pareja pone en riesgo todo;
demasiado rápido. La interpretación de los boleros de Bienvenido Granda, Daniel
Santos y Rolando La Serie y las guarachas de Celia Cruz con el acompañamiento
de la orquesta Sonora Matancera. En el imaginario popular, hay comentarios
indiscretos; acerca de lo que sucedía en el centro de la sala. La tensión está en el
aire, y los tres mosqueteros abandonan el juego para encaminarse hacia la puerta,
desde allí, ven a las chicas que encajan con sus gustos. El fuego apasionado que
había encendido su compromiso matrimonial con Dora Alfaro en Fundación; se
había apagado. Ahora, todo es muy artístico; bien hecho, que bien bailan. Una vez
más, en ese son, Divina Luz hechiza a Pollo; es claro que le gusta ese tono
masculino y él sin darse cuenta, comienza a enamorarse de sus encantos. Eso los
conduce al deseo. Pero, el grupo de amigos que está en torno de la mesa del patio;
se dan cuenta, que hay algo a fuego lento y eso hervirá pronto. Porque a él lo
mueve ser servicial y tiene un gran ego. Esperan ansiosos que una vez que el pick
up del Mello Barros, deje de tocar notas románticas; todo vuelva a la normalidad.
Y él esté decidido a mostrar su valor, con esa manera curiosa que él suele hacerlo y
sepa despedirse de ella. Y ellos puedan emprender el viaje de regreso, para que
Franco Ríos haga entrega del Jeep al propietario Brujo Mejía.
De repente y sin esperarlo, los celos mostraron su rostro horrible en dos de los
invitados; que se acercaron a la pareja y con palabras aladas que se ahogan en el
espacio; varraquean contra el advenedizo por las pretensiones desmedidas con la
dama: ―Ya tú has bailado mucho, ahora me toca a mí‖. Discutieron mucho acerca
de la forma y del número de piezas que habían bailado. Al oírlo hablar así, una
indecible alegría inunda de sangre el corazón del recién llegado; y viéndose
colmado de desesperanzas al lado de la joven, alta y magna; toma la posición de
que se le conceda el deseo de bailar una última pieza. Luego de la breve
confrontación verbal con El Pando y Toño, una mano abierta; golpea con fuerza la
mejilla izquierda de Julio César. La contundencia del golpe, lo arroja de bruce
sobre la banca que está apoyada a una de las paredes de la sala. Del alboroto,
palabras van, palabras vienen: ―¡Toño… cálmate… Toño ya… Pando … ten
calma!‖ voces que salen del bullicio de la numerosa y animada reunión. En estado
de desconcierto, Pollo Julio se pone de pie y con acostumbrada agilidad esquiva un
segundo impulso; lanzado por uno de los contrincantes. A Toño le aprisiona la
cabeza en el sobaco del brazo izquierdo y le lanza rápidos golpes, que hacen
impacto en el rostro; empuña por los cabellos a Pando y le asesta sendos golpes en
el ojo y el hígado. La multitud logra separarlos. A la bulla, con pasos ligeros llegan
los otros recién llegados a darse cuenta de lo que sucede; con el propósito de
prestarle auxiliarlo. Y encuentran que uno de los pretendientes habla de una
historia graciosa: ―Este carajo desde que llegó aquí, se la tira de enchollao y le está
faltando el respeto a la muchacha‖ –dice Toño al ver que llegan fuertes voces--, de
pronto Tototó hace contacto visual con el celoso y lo enfrenta con una regañina:
―¿Qué te pasa a ti con el muchacho? –hace una larga pausa que lo pone nerviosos--,
¿ella es mujer tuya? ¡Yo me jodo con cualquiera de ustedes! Los rufianes Franco
Ríos y Julio Bracho, utilizan dramatizaciones compuestas; para calmar los ánimos,
ya que éste último; mantiene amistad potencial con los camaroneros. El
sentimiento de Julio César se había ido, y los cuatro borrachos sienten emociones
de regreso hacia el Jeep; que esperaba con amarga ansiedad.
De a poco, el recinto crecía en población. Los invitados están en una encrucijada
para abandonar la explanada de la gran casona. Para recuperar el resplandor del
salón de baile, Linda se dio a la tarea de restaurar la alegría en la sala. Ella no era
llamativa, pero tenía un encanto lleno de gracias; con el que pensó que tenía el
convencimiento de aplacar la ira de los rumberos de este pueblo honesto y muy
divertido, que lo habían convertido en un escenario de trifulca. Como pudieron, a
través de empujones y apretones se zafan del nudo humano; y logran la
evacuación de la sala. Puerta afuera, hay una gran presencia nativa y la gente toma
parte de una amenaza restaurativa. El miedo invadió sus cuerpos, pero intentan
ser racional. Tototó con una botella en la mano, se aparta con cuidado y se
encamina hacia el último escalón dl sardinel; Julio Bracho, sin embargo, no
disimula su impaciencia; y con constancia vuelve la cabeza hacia el foco que
resplandece la cabeza del compañero que va delante de él. De esa manera, mira a
las personas que entran y salen del baile. Para ese entonces, el pánico aumenta y
Julio César tiene la tentación de ir en busca de un objeto contundente que está en el
interior del baúl de las herramientas del vehículo. Abandona en calma la gritería. Y
con indignación pasiva en la mente, le afloran dudas e ideas que lo llevan a
apropiarse de la palanca del gato; y con astucia y rápido movimiento, se la guarda
detrás de la camisa; entre la hebilla de la correa y el ombligo, lo que develaría su
estratégico plan. Después de recorrer un buen trecho, los tres hombres con
características siniestras, que en realidad los hacen parecer unos gánsteres; llegan
al todo terreno, con estilo militar de la Segunda Guerra Mundial; que por supuesto,
hace rato pide pista. Allí mismo, con el pie apoyado sobre la defensa delantera;
Franco Ríos para poner en evidencia los diferentes comentarios eleva la voz:
--- Muchachos es mejor que nos larguemos de aquí; porque esta gente es
bronquinosa y siente antipatías por los extraños.
--- ¿Qué hora es ¿--pregunta Julio Bracho, peinándose con la mano las entradas--,
ya es tarde.
--- Van a ser las nueve y media –repuso Tototó--, sin alzar el rostro, que le cubría
el sombrero.
--- De llevarlos, no hay ningún problema; pero, les diré que ahora vamos a dar
una vuelta por el pueblo –con un dejo, repuso el conductor con displicencia--, y
más tarde partiríamos.
---Franco, hay que hacerle el favor a Julián; porque él es una buena persona –dice
Julio César sin afectar el sueño de Tototó y el silencio de Julio Bracho--, que
duermen hace horas.
--- Bueno, ya que el Pollo lo pide; vamos a complacerlos. Acomódense ahí atrás,
como puedan –dice el piloto con un dejo de complicidad--, que lo que viene es
duro.
Para lograr el perfecto túnel del tiempo, las miradas vacías de los viajeros,
penetraban en el espacio que se ha recorrido de la avenida. El panorama está
inhabitado, también, esconde muchos secretos. Las edificaciones hablan de un
pasado de los años treinta. Las pulsaciones fuera de control, se difuman en el
trayecto que va desde el cantón militar de la policía, la fábrica de jabón del alemán
Joseph Straxler, hasta el imaginario embudo de vientos; que azotan la fría bocacalle
La ―Esperanza‖. El ritmo lento de la balada, los lleva a que vean los sucesos muy
cercanos a la puerta falsa del pabellón de carne; que antecede al pasacalle con una
sinfonía de arcos de medio punto, de siete metros de altura; que definen el marco
central del edificio de color rojo, que hace que pierda intensidad el color amarillo
de las paredes del interior del Mercado Público; donde se logra una ventilación
cruzada, entre la calle y el patio central. Sobre ruedas, se habían dado cuenta que
aparecería la carrera séptima; que aísla la plaza de mercado del bunker del alemán
Herbert Muller. Se alimentan del miedo a la soledad, una soledad cada vez más
oscura, cada vez más triste viven; por eso, quisieron reconstruir la línea del tiempo;
con esa clásica costumbre de vivir supeditado a la agradable sonería del reloj. El
dispositivo histórico de la torre de la catedral, con diez sones les da la bienvenida.
El territorio por donde transita el pensamiento, ha servido para que Pollo Julio
tenga mal presentimiento de lo que el chofer quiere hacer; sabe que él no tiene
reparo de manejarlo por toda la ciudad, sin importarle las apariencias. En el
habitáculo del coche descarpado, al menos sus ojos no saben del cierre de la boca y
pide que lo deje en el Café Gambrinus: ―Compadre Franco, si no es molestia;
déjeme en la cantina, que estoy pasmao‖. El piloto responde con una alerta de
atención responsable; a sabiendas de que el ábaco no es una buena visión para los
amigos: ―¿A dónde van los demás?‖. ―A la casa‖ –respondieron en coro--, lo
hicieron para sentirse cómodo con la situación. Todos le hablan y a nadie
responde, va con la mirada siempre adelante; por este pasaje de intensidad y
vibración, que parece una pintura del impresionismo de Van Gogh. Las huellas de
las ruedas, se difuminan con los segundos; por el tramo de la vía urbana, con
dibujos vivos y preciosos que dan a la calle el ―Templo‖. La conservación del
nombre, se debe a que su origen se remonte; a un espacio de culto más antiguo,
donde el arte y la arquitectura; han alcanzado un punto culminante. La traza de los
rayos luminosos, describe la trayectoria del punto luminoso; que da la apariencia
de una figura que se esconde, próxima al típico esplendor del burdel forzado a ser
discreto. Su fachada anterior amplia, delicada y llena de gracia; luce por el extraño
silencio de la música. Pollo Julio está cegado y no ve las advertencias, se apresura a
apearse sin que se detuviera a pensar; que los rostros tienen ojos que permanecen
en la sombra del interior del campero. Los labios sonrientes de los amigos que se
alejaron en el todo terreno; transmitían un sentido de paz espiritual, para que se
facilitara el confort y cariño de sus hijos.
Las especificaciones del motor dicen que se aleja. Y las piezas estándar, hacen que
el ruido se escuche; hasta que desaparece. Está impaciente, camina bajo un
torturante ambiente de terror; hasta que acaba por posar la pierna izquierda, sobre
la pared del Café. Registra la perspectiva del lugar y no ve nada, bosteza con
pereza sin perder el aire de persona activa. A Julio César le fue difícil mantener la
compostura. Él está focalizado en la ausencia del cachaco Miguel Quintero. Al
verlo que se encuentra bien vestido para la ocasión, consigue un poco de silencio
en el espacio. Su aspecto externo, escondía su singular comportamiento debajo del
marco de la puerta principal del Banco del Comercio. Eso, le dio un incentivo para
irse a pasos ligeros hacia él; para darse cuenta de lo que ocurría. Llegó con Meme
Gómez en el pensamiento. Con los ojos muy abiertos, escucha las últimas palabras
del discurso bastante largo del Cachaco: ―Don Colá se la pasó hablando todo el día,
le dijo a la señora Yeya, que la vida de sus hijos era un caos – lo observa con
quietud--, está bravo contigo, porque tú no dejas de beber. Además, dijo que tú le
tienes la casa llena de gente foránea que no conoce; que no se sabe de dónde diablo
son, esos forasteros –dice con ira, viendo cara a cara al Pollo --, ese guatemalteco y
ese cachaco tienen que buscar mañana para dónde irse‖. Pollo Julio escucha el
discurso con el mayor de los silencios, conmoviéndose de lleno por supuesto.
Siendo tal el motivo, para tener el rostro gélido; con dificultad expresa emociones:
―Óyelas… el reloj público da el son de las diez y media. Es muy raro qué a esta
hora, todavía esté de visita, donde su hermana Mercedes‖. Luego de experimentar
cierta inventiva de malicia, dejan un espacio entre cuerpo y cuerpo; y sin tardanza
abandonan la puerta del Banco del Comercio. El estado de ánimo, lo hace respirar
con profundidad y caminaron muy nerviosos; hacia la proximidad del umbral del
Café Gambrinus. Por el centro de la vía, pasa adelante Miguel Quintero; y Julio
César veía en él, algo que no había hecho antes. Se acercan poco a poco a la esquina
del bar, y ahí esperan. Se cercioran bien, para no correr el riesgo de infundir
sospechas: ―No hay moros en la costa‖ – dice el Pollo con una mirada de soslayo--,
la vieja ―calle del comercio‖ es un camino tranquilo; pero hoy, es una pesadilla.
La carrera comercial, parece un mundo real; que no existe. Por el curso se dan
cuenta que se encuentra muy bien conservada, con la existencia de enormes
edificaciones de ladrillos y casas de madera con altos balcones de pronunciados
aleros. La noche está muda, arropada por la difusa luz de los postes del alumbrado
público; que vigilan la acera izquierda. Desde el llamativo lugar, la orientación
vocacional de norte a sur; revela el apogeo de la ingeniería medioeval, al ver que
sus componentes con diseño clásico; están alineados a la perfección. Rodean las
cuadras, sonrientes casas revestidas con techos de tejas rojas; largos ventanales y
paredes de calicanto, cubiertas con cemento alemán; que dejaron como recuerdos
gentes de cultura muy diferentes, que pertenecían a las familias Cano, Weeber,
Lallemand, Wild, Annichiarico, Smit, Daníes, Kennedy y Bayer. La desesperación
se hace insoportable, la brisa del crudo invierno azota las calles; y es testigo de ella.
Es blanco en movimiento, la persona que se acerca por la acera que termina en la
farmacia de Marco J. Rosado. Miguel tenía la mirada fija, en un punto del centro
comercial; hasta que por fin reacciona: ―¡Epa!… Con socarronería, señala con el
dedo índice: ―Alguien de pasos lentos y cansados, se acerca por la acera derecha‖ --
, lo hizo de nuevo; con el propósito de persuadirlo con serias palabras: ―Creo que
es ella‖. La silueta de la elegante dama, se veía sin identidad. Julio César está en un
estado de agotamiento nervioso, que no alcanza a ver nada: ―¿Dónde está, que no
la veo? ¡Si… es ella! –repuso con repulsión instintiva--, voy a tratar de hablar en
serio con ella, si en quince minutos no salgo; tú entrarás‖.
---Buenas noches Doña Meme, usted puede ser tan amable; para que me haga el
favor de venderme fuegos artificiales --agrega el desglose con cortesía--, una
docena de varillas y media docena de bombas.
--- Mi tía, esta misma noche debo mandarlas en un cayuco dibullero – le insiste
con respeto--, para la fiesta de la patrona de Dibulla.
---Estoy agotada, porque fui a comprar estos panes –toma la palabra para
responderle a su insistencia--, además esos cohetes los tengo arrumados en un
cuarto allá atrás –para amainar su insistencia, luego le pregunta--, ¿Cómo ha
seguido tu papá de las heridas en los tobillos?
Con el paraguas bajo el brazo y una bolsa de papel de una libra, que contiene tres
panes de sal en la mano izquierda; esculca el bolso de cuero, que le guinda del
antebrazo. Crearon condiciones propicias para el diálogo. Compartieron un
increíble relato, donde se sintió la horrible sensación de un minuto de tiempo sin
final; sobre los años que pasó con grillos el viejo Colá; en las mazmorras de
Cartagena. Lo que hizo, que la combinación de la dulce persuasión y sonrisa
ganadora; le funcionara. Ahora saca el manojo de llaves, selecciona la llave más
larga y la acondiciona en el ombligo del candado. Abre una de las alas de madera
de la puerta e ingresa al vestíbulo y se queda en el reparo del anverso, que está
separado por una estrecha abertura; por donde la religiosa observa con evidente
desconfianza al recién llegado:
--- Él ha mejorado mucho –quedaron en ponerse al habla el uno con la otra--, él
me mandó a comprarla donde las Christoffel; pero allí está cerrado desde esta
tarde.
---Voy a entrar para atenderte –en ella jugaban las palabras, cuando se trataba de
fiestas patronales ardorosas--, espérame un momentico.
---Aguanta un momento, que esta vieja tiene los dedos muy gordos –por su
mutismo, la boca y la voz del cachaco; están llenas de miedo--, no le salen ni los
anillos ni la sortija.
Las emociones fluían. Y llegan a ser como una meditación, el hecho de encontrarse
aquí. Envueltos en el ininterrumpido ronquido del mediano soñador de gordura
androide, cuerpo de oso, cabeza grande cubierta de pelo cenizo, sin cuello y con
mirada cabizbaja. El hombre de rostro cetrino, duerme boca abajo; apoyado del
lado izquierdo, con la cara al filo del extremo de la hamaca; está bajo la mirada de
los tallos humanos, que tienen mucho estrés emocional. Antes de entrar en pánico,
Julio César mira con mucha atención a Miguel, que a pesar de su serenidad
aparente; está poseído de una viva agitación, que le produce un temor inexplicable.
En el momento, le late el corazón con más violencia que de ordinario; en tanto,
que, en su interior; el cerebro libra una batalla incontrolable cuando alcanza a ver
por completo, el cuerpo ágil y fuerte del sonámbulo. Inquieto, se mueve y se
revuelca en el envoltorio; con cierto serpenteo, retoma la larga respiración del
espíritu que se le agotara; y pareciera que superara el trance, de lo que ocurría en el
en el piso del comedor. Ahora, la persona permanece inmóvil y en silencio; de
modo, que el conjunto del escenario, ha podido ser abarcado, de una vez con la
vista. Meditan mucho sobre lo que había sucedido, sin ver las partículas que se
dispersan en la oscuridad. Las retinas lo copian entero, integro; en la inmensidad y
en la infinitud de los colores y los detalles de la humanidad de Grati Gómez. Una
vez más, la situación delictiva del dúo; se ve amenazada. En medio del calor turbio
que siempre ha estado a nuestro lado; Miguel permanece callado, no obstante, su
cara pálida es expresiva del todo. Julio César como controlador y agresivo, procura
separarlo del código de la rutina y trata de inficionarle un mal pensamiento; al
acercarse paso a paso hacia él, para conversarle con misterio al oído:
--- ¡Mátalo!
--- ¡Me voy! --las palabras acompañadas de una dosis de temor extraño, le turban
la razón--, hazlo tú.
Por encima del hombro, Julio César lo sigue con la vista. Mudo en última, se
distancia del diálogo; en tanto, que la mirada de él, se precipita por el zaguán; con
la sombra amarrada a los talones. La invisible figura se reduce, al pase por debajo
de la incidencia de la bombilla; y se esconde bajo los pies en movimiento. Luego, se
alarga y se dobla en los rústicos tablones marrones de la puerta; que permanecen
libres de la tranca. Sin ninguna precaución, abre una de las hojas; y cruza el
vestíbulo que lo conduce hacia la calle. En el corredor exterior, un ruido de voces
que orinan al pie del poste del alumbrado público; revelan una sensación de
sorpresa por la extraña presencia del hombre de sombrero gris, con rostro de barba
rasurada; que abandona la residencia de la señora Meme Gómez; y deja trémulos
de emoción a los beodos. Y con manifiesta expresión, los saluda con cortesía
interrogadora: ―Qué tal jóvenes‖. El hombre de menor estatura, demuda con
rapidez el aspecto de borracho, que había adquirido cinco horas antes; le
corresponde el saludo: ―¿Cómo estás, señor?‖. El intercambio de palabras, sirvió
para colocarse los dedos en el ala del sombrero; antes de que se le apagara la voz.
El enano, tuvo apenas tiempo para la suspensión de las ganas de orinar y poder
decirle al compañero: ―Dante, Dante… viene la vieja Meme‖. Lo que sirvió para
que interviniera el nesciente borracho: ―Quién es ese forastero que salió de ahí‖.
Samuel cansado de su actitud superficial, ignora la advertencia con una expresión
natural: ―No sé quién esa cara pálida. Voy a seguirlo‖. La ambición personal del
Pollo, lo lleva a manejar la tragedia; como si fuera el protagonista de una novela
bajo el estilo costumbrista; convencido de que los extras aventureros que
estuvieron con él en Camarones, solaparán lo que sucedía en este instante.
Permanece un largo rato dentro de la residencia, porque la ambición personal era
robarle todas las prendas y el dinero disponible. Pero, sus ojos ausentes; se
mantuvieron en la contemplación de la occisa que tenía los ojos rojos; por la fuente
de sangre que descendía de las heridas y se mezclaba con el orín; sobre una parte
del rostro. Parecía que, a su lado, Julio César sintiera el hálito de la muerte.
--- ¡Te vieron salir de la casa… --le dice con toda la gravedad del rostro--, y vi que
te siguieron los borrachines Samuel Serrano Y Dante Lubo!
--- El hombre bajito, me siguió hasta la calle primera; ahí crucé hacia el barrio
abajo, por debajo de la suprficie alar del edificio de Gobierno Intendencial –
responde como si le hubieran concedido la razón--, él se asomó y se devolvió de la
columna que está en la terraza -–sentía en la nuca que los dos hombres les pisaban
los talones---, pero yo iba volando y dejé de lado el edificio de la oficina del S.I.C. y
cuando quise mirar hacia atrás, alcancé la esquina del almacén de sales; que está en
el edificio Muller –hace una larga pausa y luego continúa con la referencia--,
camuflado en la oscuridad, bajé por ese callejón hasta ahí; hasta la calle segunda; e
hice un corto descanso en la puerta de la cárcel de Papillón; como vi que no venía
nadie, me refugié en ese arbusto de trupío –, agitado señala con el dedo índice
hacia la oscuridad--, que está detrás de la catedral; a la espera de que tú llegaras.
--- Esa acción tuya va a traernos problemas –luego agrega--, ojalá que esos
borrachos no te hallan reconocido.
Una situación muy complicada, los había reunidos aquí. Sabían que estaban a
pocos pasos del parque Padilla, donde saben que si lo atraviesan; se ven expuestos
a los paseos nocturnos. La imaginación de ellos, los pone a salvo de los peligros;
que redundan en la vecindad de la arteria principal. Entonces, se detienen un
momento a pensar hacia donde cogen; porque suponen que más adelante, los
esperan rostros, que se borran en la distancia. El cachaco rompió el silencio con
una pregunta imperativa: ―¿Para dónde vamos?‖ El rostro de Pollo era pálido,
preocupado; de pronto se ríe con una sonrisa alegre. Se animan a seguir adelante
en dirección Sur, porque están enterados de que la ciudad de Maracarote mantiene
una tranquilidad de antaño. Las estructuras de cada casa, contienen su propia
conexión; por eso, dan la apariencia de ser tan alargadas, como una cuadra. En la
parte alta, el edificio de madera de la familia Correa; que desde su balcón rescata
una parte importante de la historia arquitectónica, los ve, que van a su paso en
soliloquio; sumergidos más y más en una especie delirante, hasta que se les
pierden de la retina en la inmensidad de la carrera séptima. Ebrios de ardor, entran
en el santuario de la calle ―Ancha‖. En la clandestinidad, aprovechan las
sensaciones más diversas que la avenida pueda ofrecer. Comparten las dos aceras,
la Escuela Complementaria del maestro Enrique Lallemand; edificación que
inscribe sus cánones, dentro de la arquitectura neo clásica y la ―Casa Azul‖,
considerada el palacio de los víveres; por las visitas que hacen todas las areperas
del pueblo al señor Leónidas Ocando. Para conservar su exquisito balance e tienda
y ruinas, la acera está seguidas de casucas hechas de barro, tablas techadas de
palma y otras con techo de zinc; que han sido consideradas como una de las
promotoras del arte y la cultura barroca.
Mantienen el paso firme a medida que avanzan, bajo la mirada de humildes casas
sin jardines; que albergan vidas espirituales. El Pollo y el cachaco, no hablan del
perturbador hecho; con el tiempo, ambos se han dado cuenta, que comparten un
perverso interés. En la inmensidad, se abre un vago ramaje del árbol de Ceiba;
perdido entre la repetición de ranchos, que le dan sentido a la vida. Con la
recuperación de la memoria y la verdad histórica, Julio César se da cuenta; que es
blanco en movimiento; la acera terminada por la tienda de Ñeje Ñeje, que abre sus
puertas al árbol de Ceiba. Recuerda que aquí se realizaban espectáculos de
diferentes índoles; para el bienestar de los espectadores, que se acercaban a ver la
cumbiamba que el Almirante José Prudencio Padilla bailaba con la pareja Rita
Rivadeneira. Las hojas y las ramas se abrazan unas a otras; para darle una
hospitalidad sombría a los ranchos que le han devuelto la gloria original. Con una
personalidad encantadora, descendieron hasta que se pierde toda la luz. La noche
los empuja en una sola dirección, pero, en el horizonte; le despierta mucha más
atención; una visión apocalíptica del glorioso monumento a los muertos. La
fachada del camposanto fue construida con la más fina arquitectura; parecía la
revelación de un momento único. Todo el tiempo ha sido observado por aquellos
rostros sonrientes, que allí reposan. Les invade el miedo. Codo a codo, vadean el
curso del llamativo lugar, pasan muy aprisa; como huyendo hacia la mar. Los
perros que les ladran; transmutan esa energía de dolor. Eso obliga a los dos
fugitivos a que revelen cuentos fantásticos y verdaderos del pasado; en la medida
que se trasladan hacia el frondoso trupío que vigila los tugurios del humilde barrio
El Guapo. De súbito, Pollo siente frío en el cuerpo, por las salpicaduras de sangre
que le dejó la vieja Meme y por los vientos Alisios que soplan del norte. Penetran
en el arrabal dormido, que ni a sí, deja de ser escenario constante de injurias graves
de palabras; basadas en calumnias injuriosas, hechos falseados y bajezas enfiladas.
Pasan por el centro de la calle, que antes fue camino; y todavía, no han podido ver
los mechones procedentes de las cocinas y de los aposentos de los bohíos
recostados, ranchos en canilla cubiertos con techo de yotojoro y media aguas con
techo de pajas, que le dan apariencia de artes visuales adornadas con falsas
paredes pintadas de cal. En estos albergues se refugia el viento, y da frescura al
hogar compuesto por Cotire, la mujer de Che Mondongo, a Ramona Márquez, la
mujer de Che Bola, el bohío de la vieja Bey Pimienta, un cuarto en ruina ocupado
por Carranza ―Tuilasnubes‖ y Pedrito ―el mello‖; del mismo modo, y en ese orden;
en la otra acera, gozan del privilegio de Morfeo; Cresenciana Cuán, Meme Moreu
la mujer de Che Polelo, Julia Pimienta, la mujer de Juan ―el mello‖, el rufián de
Güipia Pinzón y María Francisca Moreu, la mujer de Canagúey Sierra. No se
percibe voces de los alborotos causados por los remeros que hacen alarde de su
odisea; antes del zarpe para la faena de pesca. Sienten que el populachero barrio,
está lejos de la realidad. Más adelante, los encorajinados prosiguen la marcha con
más ardor, con más entusiasmo. En apuro, salieron de ese nido de contagio y de
sueño irreal; que viven los pescadores. Es sabido por Miguel, que a pesar de la
memoria almacenada de Julio César; este conoce en todas sus formas los secretos
del lugar. Caminan con seguridad por el pavimento arenoso del final de la calle la
―Libertad‖, porque saben; que están a corta distancia de la zapatería. Se preparan
para rebasar con grandes zancadas la tapia del culuco ―Ecce Homo‖ de Anchícale
Quintero; que sostiene un recostado árbol de jovito. Donde enseguida murieron
sus pasos. De pie y en completo mutismo, permanecen aún insignificante; y
considerados invisibles. La ingesta del licor consumido por Pollo, ha hecho que por
las venas de Cachaco; corra una sensación fría y somnolienta, al verlo que saca del
bolsillo un manojo de llaves; que había sustraído del bolso de la viuda de
Atkinson. Oportunidad que se le ha presentado al voluntario, para que animara un
diálogo; fue muy cuidadoso con la pregunta:
--- ¿De dónde sacaste esas llaves? –hace una larga pausa--, ese manojo de llaves y
esa palanca, son muy comprometedores; hay que salir de esas vainas.
Para evitar correr riesgos innecesarios, hay sólo dos direcciones; hacia arriba la
zapatería o hacia la mar.
--- Acompáñame a la orilla de la playa, para botarlas.
Consideran que era necesaria la vía de acceso hacia la mar. Con extraordinaria
sutileza, lo piensa rápido y se va con él en andas; el uno detrás del otro. Para evitar
el encintado de la acera, penetran por el tortuoso camino, donde los torrentes de
agua lluvia que afectan el suelo; han abierto descomunales grietas que amenazan la
casa pequeña y mal construida de la dibullera Viviana Mejía Rosado y la estancia
de asiento de la señora Dioselina Mendoza, esposa del patricio Clemente Iguarán;
que se encuentra en una situación difícil, dolorosa y comprometida. Con cuidado,
atraviesan el reducto de la calle primera. Apremiado con aquel aire propio, bajan el
muladar repleto de basura; a tropezones chocan con troncos y ramas secas, que
fueron arrastrados por la corriente; llegan a la arena húmeda y se detienen donde
duermen las olas. Una vez sobre la arena mojada, desabrocha los botones de la
camisa pringada de sangre; con la mano derecha saca la palanca del gato del
Willys y con la mano izquierda extrae del bolsillo del pantalón, el copioso llavero;
que aprieta entre los dedos, con una inquietud incomprensible. Apoyado sobre las
corvas, hace un esfuerzo ciclópeo sobre el jorobado cuerpo; y con los brazos curvos
a manera de díscolo, lanza en secuencia de planos; las herramientas que caen al
fondo del mar, evidencias que podrían servir a cualquier testigo ocular para
delatarlos. Están cegados y no ven las advertencias.
--- ¿Dónde están las prendas? –con inflexión del vozarrón, inquiere a Miguel--,
entrégamelas para mirarlas.
---¿Cómo para qué? ---pregunta el cachaco con afán--, todavía, me quedan dos
cigarrillos en la cajetilla.
--- ¡Bótalos y dame esa mierda! –la voz no sale de su garganta, sino de los
meandros del sueño--, en el patio tengo un sitio seguro, para esconderlas.
De esa manera, los clandestinos llegan al habitáculo. Con la mente falta de espacio
y las manos temblorosas, Julio César zafa la tira de trapo; que mantiene asegurada
las dos hojas de la emparchada puerta. Las abre de par en par, para que Miguel de
marcha adentro con el pie izquierdo; y bajo un dominio ideológico, siguen en
silencio hacia la sala. Una vez adentro del caluroso y pestilente albergue, Miguel se
abre paso hacia el aposento oscuro. En el afán de relajar su cuerpo, suelta las
güaireñas y estira los dedos del pie. Tumbado de espalda sobre el lecho de fique,
con el sombrero de copa en el pecho; da la apariencia; de que se encuentra
indiferente, a lo que ocurre en el entorno. Lleno de gozo y íntima satisfacción,
revisa el agujereado y oxidado zinc alemán. Se reconforta con los gigantes lucero,
que se ven por los pequeños orificios. Pensativa gira la cabeza a todos los rincones
del rancho y del patio. Todo lo piensa con tanta naturalidad, que el ronquido; ya
no le preocupa al compañero. Dos pasos bastaron para que la silueta llegue al
borde de la cama, donde permanece sentado; agobiado por el cansancio, estira el
cuerpo un largo rato y permanece rígido, con las manos encontradas debajo de la
cabeza. Con las pupilas abiertas por completo y con sentido de culpa en el espíritu,
en un tris de sueño; todo el lustre desapareció de la vista.
CAPITULO V
Por la acción de una ligera corriente de aire, se dispersan las nubes; para que se
asome la aurora. Para el logro de la noción del tiempo, Pollo se sitúa en condición
eidética. A las cuatro y doce minutos de la mañana, los gallos de riña de Joaco
Barros; irrumpen el silencio, con su acostumbrado canto matutino; como si el
vecindario estuviera habituado a levantarse con el ritual de las aves de corto vuelo.
El enguayabado despierta un poco asustado, empieza con el acomodo de las nalgas
sobre uno de los largueros de la cama oxidada; por la visión perturbadora que tuvo
anoche. Con suave movimiento yoguístico, se pone en ocasión de levantarse; afinca
los pies sobre el espíritu de su sombra; lo que aprovecha para corresponderle la
mirada a Miguel; que con los ojos insiste en saber el porqué de los hechos de
anoche. Hay luz por todas partes, Julio César con los ojos llenos de incertidumbre
y de temor, camina hacia el espacio existente entre la pared y el tabique. Define su
mayor desafío al bajar la mirada hacia el baúl de troncos rudimentarios y tablas
primitivas; que sirve para que el viejo Colá Louis guarde el imán, los potes con
tachuelas, puntillas, betún y las herramientas con las que lleva acabo el oficio de la
zapatería. Esta especie de arca a la ligera, está cubierta con una tapa rústica
añadida con bisagras rupestres de suela de guaireña; que lo convertían en un
clásico tradicional de la cultura guanebucán. Lo que convencía al zapatero, que el
arte siempre estaba ligado a las necesidades sociales. En la mañana, el ánimo en la
casa de los Louis; cambia por completo. Y Julio César trataba de comunicarle sus
pensamientos a Miguel; que estaban llenos de tragedia:
--- ¡Hola Miguel! qué tal lo de anoche? –en estado afectivo, trata de comunicarse
con el amigo; tan bien como con cualquier otro--, te comportaste como un buen
muchacho.
El cachaco responde con un bostezo, entre cuyo fondo; se pierden las palabras.
--- Me rendí, pero, estoy despierto desde las cinco –los presentes guardan un
recogido silencio--, aunque toda la noche, la pasé con una tos molestosa.
La brisa y la arena que corre en el entorno, y cubre los cuerpos andantes; forma
imágenes virtuales que no existen. Con el correr de los minutos, Julio César siente
pasos ligeros que no hacen ruidos. Miguel se aproxima a la ventanilla que da a la
calle del Templo; con el corazón cargado de miedo y de nostalgia. Aferra sus
puños a los parales con visible rostro de enfado, como si ocultara una moral
maligna y temerosa. Acomoda la cabeza en el espacio que dejara la partida de uno
de los parales de la rústica ventana. Lo que le serviría de pretexto para el entable
de una conversación con el amigo de farra, sobre los hechos que llenan de
recuerdos a la memoria de los dos invitados. De pronto, Julio César con cierto rigor
psíquico, con la boca apretada y los ojos llenos de recuerdos; se queda con la vista
puesta hacia la vía compuesta por la concurrencia de varias casas; como si dudara
de que la silueta del hombre que caminaba por los imponentes pasillos exteriores,
es el juez del circuito. En el transcurso de las palabras, el nervio los puso a
distancia; de pronto, Miguel tosió y sus ojos se inundaron de lágrimas por el humo
que expelan los trocitos de carbón vegetal; que retozan en la superficie del
guarapillo que preparaba en la cocina la vieja Yeya. En la sala, los hombres
guardan reposo de pie; el cachaco se encorva detrás de la ventana y acomoda la
cabeza en el hueco dejado por dos barrotes rotos; que lo dejan fuera del alcance de
las ideas y las miradas de todos los que vienen y van hacia los extramuros del
barrio la Boca del Lobo. Dibujado sobre los acontecimientos del día a día, el
hombre de corta estatura, y buen vestir por la camisa blanca, manga larga a rayas
azules y corbata roja, acompañada de un pantalón de paño gris que hace juego con
la brillantina de los calzados corona; que dejan huellas al descubierto en el
pavimento arenoso. Lo que permite que Julio César dramatice la fantasía de una
coartada sólida, que desencadene en la persuasión del juez del circuito; que traía la
mirada extendida hasta la parte más indómita del barrio arriba. A mitad de la calle,
aprecia un extraño movimiento de personas que atraviesan ligeros; de una acera a
la otra. Sin que aparte la vista, el hombre de la justicia se detiene a medias; y con
un español cargado de guajirindio, parlotea frases tan elásticas; como el llanto de
su casta:
--- Julio César, buenos días –ínsito del mestizo al inquirir con mucho entono y
una ligera preocupación--, ¿qué pasó por allí?
--- ¡Hombre, no sé dotor Smit porque acabo de salir de mi casa –traza la mirada
hacia el barrio arriba y responde con aparente estado de sorpresa--, algo raro pasa
allá!
A la vista del juez Noli Smit el compañero Miguel Quintero, bajó lo alto del
sardinel y atiende de cerca la solicitud que hizo el representante de la autoridad:
―Ahí hubo un choque‖. Julio camina despacio y con confianza le habla el vecino:
―Eso es raro, choque a mitad de la cuadra‖ hasta acompañarlo el buen trecho qué
desde aquí, le aguardaba el domicilio. Con el respeto que la autoridad inspira,
platican de manera alternada:
--- ¿Choque a mitad de la calle? –se pregunta el civilizado, con palabras que
turban el pensamiento del acompañante--, eso es raro.
--- Sí... eso es raro, doctor Smit –dice Julio sin detener el paso y da muestras de
que no se apercibió de los hechos producidos.
--- Julio hazme un favor –con confianza Noli se apresura a decirle--, anda a darte
cuenta de lo que ocurre allí; que yo espero aquí, para que me comentes.
Al parecer, todo lo que hacían era desinteresado. Por el desempeño del oficio, el
juez guarda la debida fidelidad a su vecino; que le ha sido fiel en el trato. Lo que
no sabe el juez, es que detrás de esa fachada de persona leal; la realidad es otra.
Comprometido con la hora del desayuno, quedó atrapado en sorpresa en la
entrada de la puerta; de la casa adosada nueva con fachada blanca y ribetes azules
que comparte paredes laterales con el edificio de chalé 9-02, destinado a vivienda
familiar. Desde allí, la retina de Julio César, llena por completo el campo visual de
la calle el Templo; de donde se contempla con bastante amplitud, el ir y venir de la
parentela de diferente estirpe; que, llevados por la curiosidad de lo que acontece,
circulan por el centro y las seis entradas de la arborizada plaza pública. Pollo Julio
que había pasado una noche fatal, porque no había podido dormir; lidera el
camino en dirección de la escena del crimen; avanza sin remordimiento en medio,
de un espacio de techos que no miran. La deshidratación le provocaba confusión y
la pérdida de la memoria. Los ojos trigueños se salen de su rostro, como si
quisieran adelantarse a su curiosidad y a su temor. En la frente se aprietan las
arrugas y forman cauces por el sudor abundante. Le despiertan los sentidos, un
ruido de caballos de vehículos de tracción animal; que vienen en dirección del
mercado. Finalmente, se vio acompañado por el miedo; hasta tanto no haberse
visto en lo realidad. Hoy, el lugar dista mucho de su reputación bulliciosa; en el
ámbito de la aristocracia del dinero, sobresale la clase noble de la aldea. Por alguna
circunstancia, un pequeño grupo de personas de carácter hereditario; que tienen
una relación muy cercana con la víctima; impresionan por el murmurio donde
trataban el discurrir de la vida de este personaje oscuro. Un minoritario grupo de
individuos de manera propia se refieren a ella, por su apego ciego a la práctica de
la fe cristiana; y a la actividad artística de su performance por la pintura al óleo de
Débora Arango con el formato metafórico de los cañones que utilizara el General
Gustavo Rojas Pinilla para el derrocamiento del gobierno de Laureano Gómez;
pintado al parecer en forma de sapo. Y con tanta discreción hablan de otros
cuadros, donde la temática se aproxima al paisaje de pintura al desnudo. El truhan
con gestos y patrañas, procura divertirse y va a instalarse con asombroso estado de
sorpresa; en la esquina del Café Gambrino. Hay un nerviosismo distinto. Como
una estatua, mudo, quieto y grave; daba muestras de que estaba muy afectado. No
sabía cómo iba a volver a la casa del doctor Smit, sin embargo, todo estaba en
absoluta normalidad; pero, el ingenio animal del hombre estaba reservado para
que encuentre las 08:13:45 a. m. cómo hora ad quem de su partida del duelo.
--- ¡Dotor Smit –el informante enfoca sus preocupaciones y esfuerzos en el juez
para decirle--, el asunto es de muerte!
--- Encontraron muerta a la señora Meme Gómez –con una mirada integral se
había dado cuenta que la calzada era un corral de gente –, pero el que manifiesta
sentimientos de aflicción es don Grati, quien le comentaba al médico Nelson
Amaya, al médico Rubén Fuente y a los señores Miguel Gómez, Juancho
Christoffer y a la señora Emilia Gumercinda, ―que él tiene por costumbre a salir a
las seis de la mañana, a tomarse un café donde su hermana Mercedes; y le extrañó
que vio encendida la luz del pasillo y también vio que puerta no tenía la tranca, lo
que le hizo pensar que se le había olvidado a su hermana Remedio; pero nunca
pensó nada malo –hizo una pausa y agregó--, que fue a abrir la tienda y cuando
regresó a desayunar, encontró a su hermana Meme tendida en un charco de
sangre, al pie de la mesa del comedor‖. Al mismo tiempo, estuve muy cerca de tres
agentes del S.I.C. que conversaban en secreto con el alcalde Luis Eduardo Aponte
González.
--- Así, que recuerde también, alcancé a ver a... al –habla con dilaciones y con la
mirada fuera del contexto de la conversación--, médico Ramón Gómez Bonivento
que mantenía una información sobre la reserva de los hechos; con el boticario
Alberto Ricciulli Gómez, acompañados de la señora Josefita De Luque, de la señora
Mariana Gómez de la señora Luisa Santiaga Márquez y un abigarrado grupo de
mujeres que profesaba una lealtad a la difunta –quiso seguir hablando con
versatilidad, pero fue interrumpido por el ruido de la silla; al ponerse de pie el
juez; deprimido se expresa con entera confianza--, vamos a ver qué es lo que pasa.
---¿Por dónde andabas Julio César? –interroga con semejante inquietud, mientras
permanecía lleno de intranquilidad--, ya pensaba locura, por la demora.
--- ¿Pollo tú estás loco o estás borracho? –el cachaco aún no logra entender las
acciones del sospechoso--, viéndolo bien, tú mismo te has delatado.
Quedaron callados por un largo momento, que no llenó del todo; la satisfacción de
sus pensamientos. En el centro de la calle ancha, aparece en primer plano la
trifurcación del tallo que tiene un grosor de tres metros de diámetro; el género
urbano es el cuadro de un árbol de ceiba que da origen a variedades de ramas que
se dividen en ramas cortas y delgadas; que tienen la función de un mayor
crecimiento y ampliación de las coberturas de las hojas fotocromáticas, que definen
naturaleza y familia. En este barrio de memoria colectiva, invadía el espacio del
entorno; el rancho vacío del cotero Lole el Mocho, que les da la idea de una escena,
marcada por el dolor y la tragedia; y de la covacha subdividida de Juliana
Mendoza, que cerraba la puerta detrás de ellos. Por el frescor de la sombra, es
lugar de encuentro de propios y visitantes; es la otra acera, donde está el rancho
desnudo de Sebastián Dandarét y la tienda 10-07, pintada de azul con blanco;
atendida por la dependiente Kika Arellanes, donde se vende al público bebidas y
artículos de comercio al por menor.
Las familias presentaban una visión clásica del estilo de vida, de las personas
humildes que habitan el vecindario. En el trecho que separa una acera de la otra,
tropiezan con un río humano; que entra al abarrote de Ñeje Ñeje, donde se vende
al menudeo; artículos comestibles como la elaboración de bola de cacao, café,
panela y los colores de las hilazas; que empleaban en la evocación de su herencia
indumentaria. Los trotacalles apoyados en el silencio, atravesaron la avenida bajo
el resplandor del sol, que los había puesto a ver versiones pasadas de ellos mismos.
Con disposición anticipada las almas con figura humana; tal como son y como
viven, quisieron asegurarse de que no se perdiera esa atmósfera de taberna, para
que la tendera reconociera a Julio César como una apuesta figura, de buen gusto
para beber; y tuviera el interés de atenderlos, con la misma delicadeza que lo hacía
con el borracho que se dormía en una de las mesas. Una vez saludaron a la
dependiente Kika Arellanes y al conocido beodo, que se comía con avidez un trozo
de carne asada; se hicieron a la mesa donde el borracho platica a solas, en su
dialecto y en sus propios términos; lo que se había interrumpido, en el momento
del arribo:
--- Julio Mendoza, te alcancé a escuchar que en Ciénaga hay un señor que cambia
una camioneta nueva por un volteo.
--- Oiga tocayo, ahora no recuerdo el nombre del tipo; pero, mañana me puede
buscar, que se lo tendré.
--- Julio Mendoza… aprovecha que la carne está caliente, porque si se te enfría; se
pone desagradable por lo gordo –intervino Kika en el instante en que destapaba un
trío de cervezas Nevada congeladas, luego agrega--, déjenlos porque él está muy
borracho y es mejor que se vaya a dormir.
--- Pollo… si viajo en estos días para Fundación, trataré de arribar a Ciénaga; y
conversaré con él, acerca de tu propuesta –lo decía como fórmula de cortesía para
despedirse, mientras caminaba con febril agitación--, y a mi regreso te traeré una
respuesta.
--- ¡Oye! Julio Mendoza, si logro un acuerdo con ese tipo –Pollo se lo decía sin
ambages-
--- Julio César, déjalo que se vaya, él está amanecido; y después va a tener
problema con la policía que está de batida en la calle; por el asesinato de la señora
Meme.
Más allá de las presiones ejercidas por las repugnancias de las hablillas manifiestas
del imaginario general que llegaba de compra; acordaron separarse después de
esta última servida de cervezas Nevadas, porque el ambiente se sentía muy tenso.
En el ángulo que formaban las dos paredes del recinto, se acodaron y se
mantuvieron remisos; desde, donde un Ford, modelo 1952, que estaba fuera del
campo visual; ganaba la distancia, que a menudo patinaba en el trillo de arena que
cubría la calle. En primer plano se escuchaba el sonido cantarín del ayudante que
vociferaba con rehilamiento: ―¡San Juan… ¡San Juan… a las dos, pa San Juan!‖. Con
el paso de los minutos, apareció el bus mixto Rosario de color gris, con franjas
amarilla como enviado por Dios; porque hasta este momento; se sentía culpable de
conciencia, por el compromiso que había adquirido con mama Yeya; para que
Miguel desocupara la pieza de la zapatería, hoy, mismo. Después, de haber
experimentado muchas emociones al mismo tiempo; Pollo sin dirigir la mirada
hacia la dependiente, se separa del taburete, hace un rodeo alrededor de la mesa y
toma la decisión consciente de acercarse hasta la primera banca del bus escalera. Y
con una señal personalizada importante; se dirige hacia Lucho Castro, temeroso de
que, no fuera a reconocer que él estaba en el código de mejores amigos y le fuera a
decir; que ejercía como conductor de ocasión:
---Lucho, ¿y si te digo que el chance no es para mí, es para que me colabore con
un amigo?
---A su amigo, no –lo simpático fue que Lucho hizo una buena distinción--,
porque no lo conozco.
--- ¡Ombe… Lucho! llévese a este carajo, que está varado aquí; y no tiene ni para
el pasaje –Pollo procura ocasión para mentirle--, este señor vino a buscá trabajo
aquí y no ha levantado
---Esta mañana estuve con el doctor Noli Smit allá –medita con particular
cuidado y atención--, le dimos pésame a don Grati y él nos hizo el comentario, de
que al parecer; la había sorprendido un infarto, y se había golpeado con la punta
de la mesa. Pero, por los comentarios de la gente que ha llegado a esta tienda de
vbarrio; se dicen muchas mentiras en esta novela –miente más que habla--, por que
manifiestan con vehemencia lo dicho por otros.
---OK… espérenme donde está el mojón del kilómetro dos, del camino real.
--- ¡Bien, primo!
---Se nos ha presentado una ocasión ideal, para viajar ahora a las cuatro en el bus
–para hacerle un acertijo, le hace una afirmación muy enrevesada--, anda a la casa
y recoge tus motetes; vacía la caja de cartón donde guardo la ropa, te trae dos
pantalones, dos camisas y dos calzoncillos míos y echa tu lío de ropa sucia ahí. No
es conveniente, que nos vean juntos –el jurero personificaba la idea de estar con la
mayor cordialidad--, para que no te pierdas, te va derecho hasta la cárcel de
Papillón y por la bocacalle que afluye detrás de la iglesia; te tira de largo hasta el
hospital; que yo te esperaré en el mojón que sirve de guía al kilometraje de la
provincia de Padilla. ¿Estamos de acuerdo?
No había ningún acuerdo, siente que le miente; sin embargo, se había dado cuenta
que desde que llegó aquí, ha abandonado la dinámica de su familia y está
dispuesto a volver al seno del hogar. La imitación del continúo consumo de
cervezas del santandereano Miguel, se vuelve delirante; piensa que la situación era
vergonzante. De pronto, con un solo impulso se puso de pie y abandonaba la mesa
con movimiento ligero en puerta adentro; por los sucesos de ritmo lento, se fue a
detener en el bordillo. Rehuía con temor, para evitar toparse con transeúntes de
avanzada edad; que, al parecer no eran nada parecidos. Desde adentro del portal
de información, la provinciana que estaba detrás del mostrador y Pollo lo veían
apartarse del sitio que en este momento ocupaba. Abandona la jerga de los
borrachines, por el tramo de arena que cubre la callancha. Iba de camino en la
dirección del doble sentido de la embocadura, su silueta se pierde en el tiempo;
con frecuencia y sin necesidad se tropieza con mujeres de ojos negros, marcadas
por el bienestar que le brinda el viento que enfilaba el callejón de Magrí;
compuesto por una serie de accesorios iguales que van de calle en calles. Caminaba
por sus mismas huellas, en medio de aceras de casas que forman las cuadras, que
lo llevarían hasta a la zapatería; mientras ingresaba a la sala y seguía hacia el
aposento oscuro, pobre y pequeño, su espíritu libre se había dado cuenta que Julio
César era un buen muchacho. Y que él debía apurarse en vaciar la caja de Whisky
Old Parr y empacar la ropa, porque le convenía la compañía de Pollo, ya que iría
en plan de negocio. Esa razón, lo obligaba a apurarse; para ponerse en andanza
hacia la salida de Valledupar.
De lo que no se habían enterado, era que antes del medio día; fue raro haber visto
en el segundo piso del Palacio Municipal, al galeno Nelson Amaya que iba en
busca de su pariente Noli Smit. El juez en principio, esperaba que, mediante
medicina legal, presentara el estudio anatomo patológico; de los hechos que
rodean la muerte de la extinta Meme Gómez. Sin embargo, el motivo de la visita
tenía otro detonante; al presentarle un escrito sin firma, que decía algo ofensivo
hacia este personaje. El anónimo de carácter desagradable, que fuera leído por el
Juez; presentaba un léxico de palabras de diversas relaciones sin sentidos: ―Doctor
Amaya: Tengo que contarle algo que me refirió una comadre; y que no me cabe en
el pecho: La señora Meme no murió de muerte natural, a ella la mataron un señor
cachaco que se llama Miguel Quintero, que vivía donde Colá Louis. Ese hombre es
un malhechor muy descarado, porque se puso a referir su crimen por allá por el
barrio el Guapo. También, dijo que tenía cinco noches de estarla acechando y que
se había conocido con ella, proponiéndole negocio de fuegos artificiales, para
comprarle unas barillas y unas bombas; porque tenía que mandarlas en un cayuco
que se iba para Dibuya, esa misma noche. Ella no se las quería vender, pero él
seguía insistiéndole, hasta que la convenció y le abrió la puerta para atenderlo; de
inmediato, él se le fue por detrás y le dio un golpe con un tubo. Ella quedó tendida
en el suelo y entonces, él le tapó la boca y la nariz y siguió dándole golpes, hasta
matarla‖. La leída del anónimo por el señor Juez, fue determinante para que
ordenara que el Juzgado del Circuito computara copia; para que se investigara al
sujeto Miguel Quintero Martínez.
Pero, Julio César hizo lo que le parecía bueno. Para él, la ceremonia en los arrabales
del ceibo, tenía un sabor agradable; inclusivo para un grupo de personas que
obraban sin disciplina y con violencia verbal. Daba la apariencia de que
comenzaban a documentarse de la trágica escena. A medida que se difundía la
noticia por la ciudad, la gente sentía mucha tristeza por la muerte de Meme
Gómez; y Julio César permanecía atento, para disfrutar del duelo de esa atmósfera.
De tal manera, que revela su desconfianza a la propietaria del negocio; porque
todo el mundo le daba protagonismo a la noticia que había roto la historia. Eso lo
llevaría suspender el consumo de cervezas; para irse a acostar. También, le
incomodaba saber que las tropas del gobierno, ocupaban y rastreaban el asesino
por todos los recovecos de la aldea de Maracarote. Así, de golpe se puso de pie y
abandona la mesa de roble pulida; para acercarse hasta donde estaba Kika
sonriente por la atención que sostenía con dos bellas clientas. De manera abrupta,
las damas interrumpen las bellas sonrisas para escuchar la semántica del acuerdo
palaciego que el borracho le propone a la dueña del negocio; para que no fuera a
cerrar la tienda. El cuadro que presentaba a la vista de aquellas mujeres, no era de
lo mejor. En cuanto a su estado mental, era un beodo que pensaba que al llegar a
casa; desencadenaría la acostumbrada fantasía, que hace rato no había podido
dramatizarles padres: Para que despedirse, toma diferentes posturas porque se
siente culpable de haberle mentido a su amigo. No espera más y huye de la escena
de la tienda de la casa de la familia Lubo.
Perdido en la oscuridad, le fue clásico pensar que los arrabales del ceibo; es uno de
los lugares más místico del mundo. Aquí, las casas no se ven muy bien y los
maravillosos personajes que residen en ellas, por completo padecen alucinaciones;
tal es el caso de Tinen Mendoza que tiene el oficio de vendedor de boletas para
rifa; y dice que es el gerente del Sorteo Extraordinario de Navidad. Chentico
Curvelo que era un fumador de marihuana y alega que es el protagonista de la
propaganda de cigarrillos Marlboro. Benigno Catalino Bermúdez que jura no
haberse pegado un trago jamás y para todo el tiempo borracho y Pello Caderita
que cobra por el rezo a los difuntos, pero nunca le pagan. Va de pasos con las
güaireñas pegadas al piso, echa a andar por la embocadura de la calle de en medio;
campante anda escondiéndose por el sendero de la sexta donde vio unas
alucinaciones. Su mayor desafío era definir como esquivar los hechos que
acontecen a lo largo y ancho de las calles de la ciudad. En su andar, se abre trecho
por una tapia sin portón y sin cerca, y salta dos tapias para caer en el muladar de la
quinta; en ese monte de más allá, queda el cementerio. Para no ser descubierto,
procedía dar alcance al desempedrado de los vericuetos ociosos; y abrirse espacios
por la banda longitudinal de la oscura vía pública de la cuarta en el barrio La Boca
del Lobo; por la villa miseria, a paso acelerado marcha la sombra del Pollo,
protegida por las viviendas precarias; con grandes carencias de infraestructuras.
Aquí, la osadía roza en ocasiones con la locura. Impávido, abandona la jerga de los
maleantes que se ocultan detrás de un árbol de trupio; de las raíces y ondulaciones
del solar, se desprenden las historias de las fantásticas ideas; que sólo se ven
interrumpidas por el fantasma que vigila el carril longitudinal de la tercera vía
pública.
Lugar que visita con frecuencia y sin necesidad, a sabiendas de que se escucha un
jolgorio de voces; a quienes, en esta ocasión, responde en su embriagado
soliloquio. La opinión de la calle que tiene senos y recodos; lo pone a que mire de
hita en hita para que se dé cuenta, que los huecos formados por ondulaciones
curvas; de tapias parapetadas con palos y cinc oxidados lo llevan a los habituales
del barrio El Guapo, que engrosan la taza de informalidad y pobreza. Calle arriba,
la próxima parada será en el solar que está a media cuadra del barrio El Pimpá;
donde se asoma la oscuridad del solar donde reposa el chasís Fargo verde con
guardafango negro, que vigila la mediagua con algunos dotes de los estilos
barroco. La construcción con el techo inclinado de una sola vertiente, es el diseño
clásico; de la presencia sempiterna de la zapatería. En el trasegar, se muda de una
acera a la otra, como si tocara puertas; a la vista de los ojos delatores de las vecinas.
El cansancio de las corvas, hace que la una impida la fácil ejecución de la otra; no
lleva ritmo en el caminar, le hace un sig zag a la cola del chasís que duerme al pie
de la media agua que ha influido en su desarrollo y en sus actividades.
Tambaleante, se detuvo delante de la puerta y toca varias veces; en su juicio obra
de forma irreflexiva y dejándose llevar por los impulsos, fija los ojos trigueños en
las aldabas y zafa la tira azul que las amarraba. Empuja el ala izquierda de la
puerta y se abre, a pasos ciegos entra a tropezones al habitáculo; y se acuesta en el
arrume de sacos que hasta anoche ocupaba su amigo. Para él, era una señal
personalizada muy reconfortante, por enterarse de que el cachaco Miguel Quintero
Martínez había viajado en el bus hacia San Juan. El inquilino empieza a dormirse.
Se duerme, con la pensativa de que la policía ha comenzado a reconstruir las pistas
de lo ocurridos la noche del asesinato. Era casi, como un informe de los hechos.
A la mañana siguiente, los minutos avanzan y se vuelven horas; al parecer la
tormenta se calmado y el ánimo en la residencia de la familia Louis cambiaría por
completo. Julio César Louis siente que les hizo un favor a todos los que le rodean.
Venció el miedo y ahora no tendría miedo de comunicarle a sus padres, que los
inquilinos desocuparon esa vivienda vieja de ayer, que guardaba el legado de sus
constructores. Sus padres están de pie, en la sala de la otra casa; se traslada hacia
ella, como mecanismo de defensa, le parece que es apropiado hablarle de lo que
ocurría. El honor familiar, lo lleva reconocer que su madre Yeya lleva in sita la
inocencia sin ningún tipo de pecado; y poco a poco a recobrado sus fuerzas y su
salud. Su padre Colá era un hombre de gran dignidad y porche; lo que él cree que
ha heredado, por el papel directo que siempre ha desempeñado en la vida de él. A
falta de culpa y de remordimiento, ha decidido no andar ocioso de calle en calle; y
de forma suspicaz se dedica a vivir en la sombra al lado de sus primogenitores,
porque se siente culpable de que ellos sean señalados y despreciados por el
repudio callado de la sociedad.
Las horas se vuelven días. En el duelo, el secretario del juzgado, José Prudencio
Padilla Gómez hizo el comentario; de que en la reunión que se llevó a cabo, en la
sala plena del despacho del Juzgado; el jefe del S.I.C, señor Marco Tulio Linares le
había informado al doctor Noli Smit y al teniente Aponte, que el agente secreto
173, tras varias labores de inteligencia; tenía una sensación inquietante, por haber
visto algo extraño en dos forasteros. Los tres órganos de créditos legislativos,
correlacionaron las informaciones que recibían; y eso dio lugar a que se hablara de
las presuntas capturas de dos sospechosos primarios; que figuran como Gerardo
Mesa Arango, de profesión vendedor de mercancías; y del señor Nelson Cardona
Aristizábal, de profesión vendedor de mercancías; por tal motivo, el juez en la
noche de ayer; ordenaba la captura preventiva de estos dos señores.
Por invitación especial del señor Juez, en las horas de la mañana del sábado seis, el
señor Marco Tulio Linares se presenta por poder ante el órgano público. Por
considerar que el señor Alcalde, teniente Luis Eduardo Aponte González por
compromiso castrense se encontraba fuera de la ciudad; le mostraba un
marconigrama que había llegado a ese despacho, procedente de Distracción; y que
fuera enviado por el señor Héctor Álvaro Salomé, que grosso modo con
imperfección describía: ―Enterado acontecimiento acaecido anteayer, ayer viajo
conmigo un ancha, ojos negros y nariz aguileña, lleva bozos coposos; de cara un
poco delgada con pómulos sobresalientes, en el lado derecho del rostro presenta
una cicatriz como un hoyo, cerca de la boca desdentada; tiene una estatura
aproximada de un metro con sesenta y cinco centímetros. Es un poco delgado y
lleva puesto un sombrero marrón bastante usado, que luce con la camisa blanca y
el pantalón kaki color oscuro. Inclusive, sacó un pañuelo blanco sucio,
ofreciéndome gran cantidad de prendas: un rosario de oro, varios cristos, una
sortija con dos piedras y una piedra en el centro, un arete con tres piedras; por todo
eso, me pedía quinientos pesos. Espero ayuda‖. Leído el papel normalizado en que
se recibiera escrito el mensaje telegráfico, el jefe del S.I.C, de inmediato se dispuso
a desocupar la oficina; para enviar al Sur de la intendencia una comisión liderada
por el agente 173. Y mediante operaciones de inteligencia, se conocieron
reveladores detalles de la compra de unas prendas en San Juan del Cesar;
realizadas por una mujer a quien llaman la Carioca. También, se supo que,
realizados los operativos, el juez dijo haber recibido información de inteligencia; en
la que le confirmaban que la señora Antonia González alias la Carioca, era mujer
de Luis Guillermo Varela; quienes, en compañía de Miguel Quintero Martínez,
viajaron hacia Fundación, en el taxi 139, de propiedad del señor Lázaro Camacho.
Continuada la intensa investigación, se prueba que el fugitivo sólo haría tránsito
en esta ciudad, para vender algunas prendas; porque su objetivo al parecer sería,
hacer escala en Valledupar para seguir la ruta hacia Convención, Norte de
Santander.
El martes nueve del mes en curso, el ciudadano José Orozco de manera personal y
con carta blanca en mano; comparecía ante el órgano público. De modo inopinado,
pone por escrito lo sucedido el día cuatro por la noche; para que el alcalde Luis
Eduardo Aponte González obrara con discreción. El militar recibía con interés el
manuscrito y obra a cosa leída: ―Compadre José Orozco, he sido informado por los
galleros de Fundación, señores Orlando Mejía y Changuelito Lubo; que quien
organizó el plan para cometer el crimen de la señorita Meme Gómez, fue un tal
Julio César Louis de Maracarote. Él fue quien se llevó de aquí, al autor del crimen y
el domingo siete que regresó, trajo gran cantidad de dinero en efectivo. Te
agradecería que pongas la información en boca del alcalde. Atte. Dolcey Barros‖.
por su aporte a la investigación que lleva a cabo la autoridad gubernativa con sus
colaboradores, para resolver en conjunto el asunto determinado; y porque para él,
los gallos eran parte de su identidad.
Disuelta la reunión con el oficioso, el ente público fue hábil y expedito para
desempeñar los oficios de que se encarga; y mediante oficio, quiso darle curso a la
misiva sin retardarla; hacia cada una de las organizaciones, que integran la
administración local. El texto de la Resolución lleva una explicación, una confesión;
en donde era aclaratoria en afirmar que a las 09:00 a. m. del día domingo siete, el
individuo Julio César Louis viajó en el carro del señor Chichí Frías, que iba con
destino hacia la ciudad de Santa Marta. El vehículo había sido contratado por el
administrador de las Empresas Públicas Municipales, señor Bienvenido Louis; con
el propósito de comprar combustible, en la ciudad de Ciénaga. También, fueron
como acompañantes el propietario del vehículo, el señor Rafael Arredondo y el
señor Carlos Loaiza. De que se tenga alguna certeza de lo relacionado con el
referente, conozco su contenido sólo por referencias de estos generosos y
simpáticos colaboradores; que han dado informaciones oportunas, acerca del caso.
Con las que han corroborado que en las horas de la mañana del día ocho; de
manera inexplicable, el sospechoso hacía su arribo en la ciudad de Fundación;
donde su aparente modestia, lo mantenía libre de sospecha. Lo que motivaría a los
organismos de investigaciones, a que la policía intensificara sus acciones.
Había un pánico palpable en las calles, la gente estaba asustada porque se había
emitido un llamado a la policía y al ejército. El paraíso se encuentra empapado,
porque las lluvias continúan por semanas. El agua empieza a amainar, después de
varios meses; se enfrentan a la estación seca, donde la brisa pega fuerte y arrastra
tormentas de arena sobre la ciudad. Donde los visitantes ocasionales, empiezan a
vivir el despertar religioso. La catedral daba paso a la arquitectura y grandeza
local, en ella, todo cristiano descubre la belleza de hablar con Dios. La ciudad del
pasado bajo el incesante calor, es la anfitriona de las fiestas más movidas de La
Guajira. El dos de febrero, las fiestas patronales son la identidad de los habitantes
de siempre. Julio César, ordenado por sus preceptos para cumplir con formal
obediencia con la iglesia; venía con la necesidad de verle la cara a la Virgen de
Nuestra Señora de los Remedios, para que lo perdonara. Era una oportunidad de
mirar más lejos en el tiempo.
--- ¡Un momento! –guarda silencio, en ropa muy básica abre la puerta y queda un
poco perplejo, ante la presencia de los cuatro miembros del ejército--, en qué les
puedo servir.
--- ¿A qué se debe mi Sargento? –con aire vivo da concentración aguda a su voz--,
yo no he hecho nada.
---Señor Louis usted tiene orden de detención preventiva, emitida por el juzgado
del circuito, por haber cometido una culpa –el oficial disfraza una respuesta ligera
y sin sentido --, nosotros estamos en el ejercicio de nuestras funciones, por órdenes
de la Primera Autoridad.
Julio César no se resiste a atender la explícita invitación del sargento. Sin hacer
ninguna resistencia, decide entregarse, no antes, quizás ha tenido la nobleza de
concebir la idea de calzarse los zapatos. Antes de entrar en pánico, abre las hojas
de la puerta y delante de los uniformados, veía que los rostros del vecindario, eran
testigos oculares de lo que ocurría. Transeúntes y curiosos, todos indecisos y
flotantes como emergidos de un sueño, entendían la tanta aflicción del reo, al mirar
esos rostros. El demandado ha cerrado las hojas de la puerta, para acompañarlos.
En medio de edificios que no son significativos, se perfila por delante de los cuatro
soldados; y sobre la extraña penumbra, de la cual se destacan columnas de casas y
el frontón del edificio capítol, que se destaca a la vuelta de la esquina, por donde
fuera llevado bajo custodia hasta la reja del intramuros 9-85, que sirve de reclusión.
La muralla derivativa de la calle primera, ha perdurado dentro del recinto de la
ciudad; durante más de siglo y medio. Para su seguridad, fue recluido en una celda
de segregación, a las setenta y dos horas comenzaba a acusar signos de
derrumbamiento, que disminuirían su capacidad de pensamiento; aunque daba
muestras de una línea de tiempo, de lo que le había sucedido durante ese lapso.
2 Biografía 3
3 Capítulo I 11
4 Capítulo II 22
5 Capítulo III 39
6 Capítulo IV 51
7 Capítulo V 82
BIBLIOGRAFÍA
1 . -------- Movistar Fibra Satelital, Canal 372, Investigation Discovery, ID.
Departmental de La Guajira, Riohacha, 2018.