Dialnet JulioCortazarEntreViajesYBibliotecas 4752533 PDF
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Tránsitos y estancias
La obra de Julio Cortázar puede ser leída como una vasta cartografía
tramada en un complejo collage, que aparece inabarcable para una mira-
da que pretenda abordarla desde una sola y única perspectiva. En su dila-
tada extensión se entrecruzan experiencias de vida con formas literarias
figuradas por voces discursivas inscriptas en géneros de bordes inestables
y por lenguajes de las más variadas procedencias. Esa cartografía se da
a leer como una obra en curso, en tránsito, un itinerario incompleto; las
estancias de esas travesías, en las que se han ido sedimentando sus mo-
vimientos, se manifiestan en dos formas; por una parte, en los textos que
ha ido escribiendo a lo largo de su vida y, por otra, en las composiciones
diversas con se fueron sedimentando sus bibliotecas de acuerdo a las fun-
ciones que los tránsitos iban imponiendo a sus estratificaciones tan ines-
tables como las de los paisajes cambiantes de los médanos. Los volúmenes
que constituyen su obra y las bibliotecas en las que iba acumulando los
libros leídos y releídos, son las detenciones que a lo largo de las múltiples
travesías fueron escandiendo su nomadismo incesante.
Atravesar el conjunto de sus textos, tanto aquellos que fue publicando
en vida como los que se han ido agregando en los años posteriores a su
muerte, se me presenta como el recorrido sinuoso por un cuaderno de
viajero en el que Cortázar ha dejado la impronta de su paso por tradicio-
nes literarias de las más variadas raigambres, moviéndose entre lenguas
en su tarea de traductor, dejando las huellas de su enorme curiosidad y
de su inagotable capacidad de asombro a la que nunca impuso límites
ni obstáculos, componiendo una urdimbre inextricable entre un lector
infatigable y un escritor que va produciendo una obra de una magnitud
extraordinaria, tanto por su extensión como por la diversidad genérica en
la que se despliega.
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En el Diccionario de la novela de Macedonio Fernández, en la primera parte de la entrada
correspondiente al término “estancia” se hacen dos referencias que considero importante
dejar anotadas porque están en estrecho diálogo con lo que propongo en el artículo: Para
Heidegger: Dassein, existencia. La existencia es “estar en el mundo” […] Para Macedonio
la “estancia” es el estar en el mundo”, la estructura formal de la existencia de la ficción.
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pondencia editados por Aurora Bernárdez; en 2012 con el mismo sello edi-
torial la obra se amplía a cinco volúmenes recogiendo las miles de cartas
que fue escribiendo a lo largo de cuarenta y ocho años, desde 1937 hasta
días antes de su muerte.
La desmesura del conjunto convoca la posibilidad de varios recorri-
dos de lectura que no son excluyentes entre sí, sino más bien se asedian
mutuamente, ya sea como una larga novela por entregas, una detallada
compilación de notas al margen su obra literaria, una autobiografía que
se despliega en simultáneo con la vida que se escribe, o un diario íntimo,
entre otras. La tensión que se produce entre el saber en progreso de las
diversas circunstancias y episodios a los que se refiere Cortázar y la ins-
tancia puntual del momento de la escritura permite una comprensión más
ajustada de la progresión azarosa de una vida y una obra en marcha.
Las entrevistas exponen otros aspectos, en cada oportunidad emerge
un trazado narrativo que le va otorgando coherencia al pasado y una ape-
lación a una referencialidad estable que es interpretada de acuerdo con las
variaciones que las circunstancias le van imponiendo. A partir de la apa-
rición de Rayuela y en coincidencia con el creciente interés por la palabra
de los escritores en los medios masivos de comunicación, Julio Cortázar
comienza a ser entrevistado con frecuencia creciente; a los largo de los
años, se producen variantes y reformulaciones que informan sobre modos
diversos de evocar su vida y de la construcción imaginaria que va otorgán-
dole sentido en cada caso a la confrontación rememorativa entre el pasado
y el presente de la entrevista.
Entre estos dos conjuntos se tiende la diferencia que va de lo privado a
lo público. Las cartas remitidas a un destinatario en particular, es decir a
un interlocutor determinado con la que se establece un diálogo reservado,
que varía desde lo confesional de la esfera íntima hasta las fórmulas retó-
ricas del trato distante. Las entrevistas, en cambio, fundan su legitimidad
en un encuentro cara a cara que se difunde en la plana de los diarios,
revistas y libros o en la pantalla del televisor, establecido por el contrato
implícito de decir la verdad en una escena centrada en la proximidad. Ese
diálogo, que se presenta como la vía más adecuada para la irrupción de
la palabra auténtica, se articula en torno del descubrimiento de aspectos
desconocidos que permiten el desvelamiento de algún secreto provocado
por la inquisición de una pesquisa bien orientada. La interrogación ama-
ble apunta a desencadenar recuerdos y anécdotas que se van sucediendo
como fragmentos. La ilación de los mismos supone un hilo conductor entre
lo que ha sido en un pasado y lo que se ha llegado a ser. En las entrevistas
las audiencias se multiplican hasta lo incalculable y la voz del entrevistado
se orienta a esa pluralidad.
A esas dos fuentes primarias, que oponen lo íntimo y lo público, lo
puntual del presente y la revisión retrospectiva del pasado, lo he cumpli-
mentado, en primer término, con las referencias autobiográficas ya sea en-
sayísticas ya sea ficcionales que Julio Cortázar a diseminado en su obra y,
luego, con los aportes de los ensayos biográficos que han ido apareciendo
en los últimos años.
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Banfield, tendido en el césped atacó los astros con sus pulidos vidrios,
los vio disolverse en una neblina temblorosa hasta el minuto en que al
combinar casualmente dos cristales fue el nuevo Galileo, el telescopio
renacía en un suburbio de Buenos Aires, las estrellas dejaban de titilar
y se volvían puntos fijos y terribles, amenazadoramente más cercanos
(Cortázar, 1978: 110).
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Mis primeros libros me los regaló mi madre. Fui un lector muy precoz y,
en realidad, aprendí a leer por mi cuenta, con gran sorpresa de mi fami-
lia, que incluso me llevó al médico porque creyeron que era una preco-
cidad peligrosa y tal vez lo era, como se ha demostrado más tarde. Muy
pronto me dediqué directamente a sacar los libros que encontraba en las
bibliotecas de de la casa. Con lo cual muchas veces leí libros que estaban
al margen de mi comprensión a los siete, ocho, nueve años de edad. Pero,
otros, en cambio, me hicieron mucho bien, porque eran libros en alguna
manera superiores a mis posibilidades, pero que me abrían horizontes
imaginarios absolutamente extraordinarios. Con las ideas que había en
la gente de mi generación, las lecturas de los niños se graduaban mucho.
Hasta cierta época eran los cuentos de hadas, después las novelas rosa, y
sólo en la adolescencia, los muchachos y las muchachas podían empezar
a entrar en un tipo de literatura más amplio. Yo franqueé antes todas
esas etapas, y la verdad es que mis primeros recuerdos de libros son una
mezcla de novelas de caballería, los ensayos de Montaigne, por ejemplo,
que creo que leí a los doce años fascinado (Castro-Klaren: 11).
Hay varias notas distintivas en esta cita, la primera es el hecho de que
Cortázar comenta que en su casa había varias bibliotecas, quizás se refiere
a que había varios estantes con libros en diferentes lugares, lo que supone
que tenía a su disposición un número considerable de volúmenes y una
variedad que excedía con mucho la que era habitual en esos años. Tam-
bién es notable su inclinación hacia la lectura como un comportamiento
desmesurado, rasgo que lo va a acompañar a lo largo de toda su vida. En
relación con esto último, en varias oportunidades ha recuerdado que un
médico recomendó apartar al niño de los libros al menos por un tiempo, lo
que evoca el motivo terapéutico que el barbero y cura le aplicaron a la bi-
blioteca de Alonso Quijano, o el de la suegra con Ema Bovary, consideran-
do a la lectura como una actividad nociva para la conducta. Y, finalmente,
y acaso la más relevante, su madre aparece como la gran mediadora en su
relación con los libros.
En numerosas oportunidades, Cortázar ha destacado entre sus lectu-
ras tempranas al Tesoro de la juventud, al Almanaque Peuser del viajero
y a los Viajes extraordinarios de Julio Verne.
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Los almanaques se remontan al s. XIII, en el que la palabra –derivada del árabe almanakh,
que significa “contar”– se refería a una tablilla compuesta de efemérides del sol y de la luna.
Según el DRAE, la palabra almanaque proviene del árabe hispano almanáh, 'calendario', y
este del árabe clásico munāh, 'alto de caravana', porque los pueblos semíticos comparaban
los astros y sus posiciones con camellos en ruta. Esta precisión semántica me resulta signifi-
cativa por el campo de posibilidades connotativas que abre en relación con el eje de reflexión
que estoy tratando de exponer.
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El Almanaque del Mensajero salió por primera vez en 1901, y 1931 fue posiblemente el últi-
mo año de publicación de esta serie por parte de la editora Sundt, ya que luego de unos años
aparecerá bajo el sello editorial Peuser.
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leyenda “Para cortar con tijera” y por si estas indicaciones no fueran sufi-
cientes, nuevamente el editor señalaba al pie de página, en el anverso y el
reverso: “Córtese esta hoja por la línea señalada en el margen y remítase
antes de fin de Mayo al editor, Sr. M. Sundt, Corrientes 1556, Buenos Ai-
res”. También incluía, por ejemplo, una agenda mensual a doble página
con espacio para que el lector pudiera escribir4.
El Tesoro de la Juventud, que tenía como subtítulo Enciclopedia de
conocimientos, era una enciclopedia en veinte tomos, orientada, básica-
mente, a un público infantil y juvenil, cuya traducción en castellano se
publicó hacia 1920. Su editora original, W.M. Jackson, Inc., era inglesa.
Contenía narraciones, juegos y pasatiempos, curiosidades, información,
relatos, fotos e ilustraciones con una gran diversidad de formatos.
El Tesoro estaba organizado en capítulos o episodios que se distri-
buían a lo largo de las más de siete mil páginas: “El libro de los hechos
heroicos”, “El libro de las narraciones interesantes” “Los países y sus cos-
tumbres”, “Hombres y mujeres célebres”, “El libro de los por qué”, “El libro
de la mitología”, “La historia de la Tierra”, eran los títulos de algunas de
esas secciones. Está división en capítulos permitía una gran diversidad de
temas y enfoques: narraciones populares, las maravillas del mundo, los
adelantos de la ciencia, biografías de famosos hombres y mujeres, interro-
gantes contestados con saberes científicos, lecciones de francés e inglés,
poesías, costumbres exóticas.
El Tesoro de la Juventud constituyó un formidable éxito editorial; en
el mundo de habla hispana se vendía en cuotas, lo que facilitaba su adqui-
sición a los sectores populares, con el atractivo adicional de que se entre-
gaba con un mueble para ubicar los volúmenes que la componía. No solo
sirvió de consulta a cientos de miles de colegiales que lo encontraban en
su escuela, sino que inició en la lectura a varias generaciones de niños. Nu-
merosos padres de familia hicieron el esfuerzo económico de adquirir los
veinte tomos verdes a fin de alojar en casa esa colección que durante años
cumplió un papel que luego asumieron, en parte, la radio y la televisión y
en la actualidad Internet.
4
Para un análisis detallado del tema, ver Ana Mosqueda, “Condiciones de producción, for-
mas y contenidos de los almanaques porteños en las primeras décadas del siglo XX” en “Pri-
mer Coloquio Argentino de Estudios sobre el Libro y la Edición” La Plata, 31 de octubre al 2
de noviembre de 2012 sitio web: http://coloquiolibroyedicion.fahce.unlp.edu.ar.
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Me acordé de los juegos a los ocho, a los diez años: esto se puede, esto
no se puede, sin explicaciones ni reflexión, el tiempo de los barriletes
empezaba en tal mes y nadie, en los potreros de Banfield, mi pueblo de
infancia, hubiera pensado en remontar el suyo antes de esa fecha inicial
que tampoco nadie conocido había fijado, antes o después de ese período
que se abría y cerraba en obediencia a una tradición ignota. Me acordé de
las reglas de la rayuela, de la mancha, de la bolita y en el ingreso paulati-
no en otras reglas que me iban encerrando en el mundo de los mayores,
las del ludo, la de las damas, el ajedrez: No-se-puede-enrocar-estando-
en-jaque, pieza-tocada-pieza-jugada, todo estatuido y perfecto como dos
y dos son cuatro o las campañas libertadoras del general San Martín
(Cortázar, 1983: 51-52).
Julio Cortázar, que fue un muy buen alumno, ha referido en varias oca-
siones una anécdota que es significativa porque revela algunas diferencias
con sus compañeros:
Nadie cuidaba mis lecturas, que pasaban sin discriminación de los En-
sayos de Montaigne a las diabólicas andanzas del doctor Fu-Man-Chú
de Sax Rohmer y de un Pierre Loti caro a mi madre a los relatos de Ho-
racio Quiroga […] La Edad Media me invadió nocturna y fatídica desde
Walter Scott, desde Eugenio Sue, Los hijos del pueblo fue una de mis
lecturas más apasionantes. En los libros y en la vida de todos los días,
esa grande literatura encontró, anacrónicamente, un lector como los de
su tiempo, pronto a jugar el juego, a aceptar lo inaceptable. A vivir en un
permanente estado de eso que Coleridge llamó Suspention of disbelief
(Cortázar, 1994: 81-82).
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Mi madre dice que empecé a escribir a los 8 años, con una novela que
ella guarda celosamente a pesar de mis desesperadas tentativas por que-
marla. Además, parece que le escribía sonetos a mis maestras y algunas
condiscípulas de las cuales estaba muy enamorado a los diez años; esos
maravillosos años infantiles que lo hacen llorar a uno de noche (Guerrero
Martinheitz).
Y yo seguía escribiendo algunos poemas en donde trabajaba un poco por
mi cuenta… Mi madre en quien yo tenía plena confianza vino una no-
che antes de que yo me durmiera a preguntarme un poco avergonzada, si
realmente esos textos eran míos o yo me los había copiado. El hecho de
que mi madre pudiera dudar de mí, fue como la revelación de la muerte,
esos primeros golpes que te marcan para siempre. Aprendí que todo era
relativo, que todo era precario, había que vivir en un mundo que no era el
mundo de total confianza, de total inocencia (Soler Serrano).
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del siglo XX. Es una ciudad que junto con un rápido incremento demográ-
fico, ha ido modificando su perfil urbanístico; se ha remodelado el trazado
de algunas de sus principales avenidas para adaptarlas a un tránsito cada
vez más intenso, que por su velocidad sin precedentes y sus desplazamien-
tos rápidos había impuesto la transformación estructural. A la ampliación
de la red de subterráneos en curso, se suman los medios de transportes
modernos como el tranvía y la aparición del sistema de colectivos urba-
nos. Mientras tanto, los cables de alumbrado eléctrico, ya en 1928, habían
reemplazado los antiguos sistemas de gas y kerosene (Sarlo). Buenos Aires
es un escenario en el que la experiencia de la velocidad y la experiencia
de la luz son la condición de posibilidad de un nuevo canon de imágenes
y percepciones. No es demasiado arriesgado afirmar que el impacto en
Cortázar del salto cualitativo entre las vivencias de Banfield, un pueblo
suburbano, y las de este Buenos Aires es correlativo a su inscripción cul-
tural en ese nuevo espacio que aparece da marcada por la precipitación,
la ansiedad, la acumulación de materiales heterogéneos. Más allá de estas
conjeturas es notorio que mientras los territorios de la infancia aparecen
frecuentemente en su narrativa, los años de su formación en el Mariano
Acosta solo se registran en referencias aisladas como la dedicatoria en el
cuento “Torito” de Final del juego: A la memoria de don Jacinto Cúcaro,
que en las clases de pedagogía del Normal “Mariano Acosta, allá por
el año 30, nos contaba las peleas de Suárez o en “Escuela de noche” de
Deshoras, su último libro de cuentos de 1982, en el que recrea el clima de
opresión y violencia física propio de una época en que la Argentina estaba
gobernada por sectores autoritarios.
En esa Buenos Aires cosmopolita había un número considerable de
librerías que abastecían a un grupo en constante crecimiento de lectores
informados y con exigencias. En varias entrevistas, Cortázar ha evocado
su encuentro deslumbrante con un libro de Cocteau.
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vigilante está, a su vez, atravesada por las derivas del azar objetivo, por la
confluencia inesperada entre su deseo y lo que el mundo le ofrece. El relato
aparece como una condensación de un conjunto de motivos sobre los estoy
poniendo el acento para una aproximación a la poética cortazariana. Ante
todo el tránsito, que puede ser pensado como un modo de figuración de la
identidad como una obra en curso, la imagen de mi camino a Damasco
es, en esa dirección, generadora de múltiples inflexiones de sentido; luego,
las connotaciones acerca de la lectura, el prólogo de Ramón Gómez de la
Serna, su traducción, parecen anuncio de recorridos por venir. También
es significativa la circunstancia de que más allá de su desconocimiento del
texto de Cocteau, ya era un lector con una competencia que lo habilitaba
para la conmoción que Opio le produjo, todo ello en estricto correlato con
el indicio firme de que su biblioteca en formación comienza a consolidarse
a partir de sus elecciones. En síntesis el tránsito, la inquietud, por una
parte, y por otra, la estancia caracterizada por la permanencia de ese libro
en su biblioteca a lo largo de los años.
Para el joven Cortázar serán mucho más importantes los vínculos que
establece con sus compañeros con los que va a compartir un conjunto de
preocupaciones colectivas, de elecciones intelectuales y afectivas, que la
formación institucional que va a recibir en la Escuela. Con Eduardo Jon-
quières y Jorge D. Úrbano seguirá vinculado durante muchos años des-
pués de aquella etapa. La prematura muerte de Francisco C. Reta, acaso
su más entrañable amigo, va a ser una marca indeleble, evocada en la de-
dicatoria de su libro Bestiario, que reiterará en el epígrafe de su cuento
“No depende de la voluntad” en Octaedro. De sus siete años en el Mariano
Acosta va a rescatar solo dos de sus profesores, el filósofo Vicente Fatone y
el profesor de literatura Arturo Marasso.
Addenda fue una de las revistas editadas por los alumnos del Maria-
no Acosta, aparece por primera vez en julio de 1932. En los dos números
de 1934 figura como director Julio César Ibáñez y como sub-director J.
Florencio Cortázar. Ya en las ediciones de Addenda de 1935, Cortázar apa-
rece director y entre los redactores se incluyen los nombres de sus amigos
Francisco C. Reta, Eduardo A. Jonquières y Jorge D’Urbano Viau. La tapa
cambia la presentación tipográfica por una diagramación con dibujos de
Jonquières. En sus páginas hay aportes de Cortázar y además se informa
acerca tres conferencias que va a dictar en la peña “La Guarida” bajo los
títulos de “El problema conceptual”, “Divagaciones en torno a la pintura”
y “La música moderna”, que formaban parte de un ciclo que se denomi-
nado “El arte del siglo”. En el número de julio de 1934 aparece el poema
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“Bruma” firmado por J. Florencio Cortázar, que comienza con estos ver-
sos Buscar lo remoto con férvidas ansias/Y en limbos extraños hundir
obstinado el deseo./Que el ritmo, lo Impar de Verlaine nos conduzca/ Y
acordes oscuros de queda armonía (Trenti Rocamora).
Los alumnos del Mariano Acosta que formaban parte de la peña “La
guarida” se reunían en el sótano del café Edison, en la avenida Rivadavia
entre Urquiza y 24 de noviembre. En la memoria de sus participantes,
los encuentros que se realizaban allí, acaso rememoradas por el Club de
la Serpiente de Rayuela, se fueron invistiendo de un matiz propio de las
epopeyas vividas en las períodos de formación. Entre esos hechos extraor-
dinarios figura la visita a “La guarida” de Pablo Neruda, durante la cual,
Cortázar leyó una conferencia titulada “Las relaciones entre la poesía de
Enrique Banchs y la de Pablo Neruda”, en este caso, el episodio ha sido
confirmado en toda su dimensión por al menos dos testimonios. Uno de
los que estuvo presente, César A. Cascallar Carrasco, en una carta a David
Gálvez Casellas dice: “[…] Julio Florencio Cortázar que una tarde de junio
de 1936, dedicada a la poesía, pronunció una inolvidable conferencia sobre
el “Paralelo entre la poesía de Enrique Banchs y la de Pablo Neruda” a la
que asistió precisamente el poeta chileno y a la que concurrieron profeso-
res y alumnos de la Escuela Normal”5.
Asimismo, su madre, en un artículo publicado en la revista Atlántida
también refiere ese suceso:
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En carta David Gálvez Casellas del 30 de mayo de 2002.
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Bibliografía:
Del Prado Biezma, Javier (2006). “Viajes con viático y sin viático”, en Re-
vista de Filología Románica, anejo IV.
Trenti Rocamora, José Luis (marzo 2000). “Cuando firmó Julio Florencio
Cortázar antes que Julio Denis”, en Letras de Buenos Aires, nº 45.
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