DERRIDA Jacques - El Padre Del Logos
DERRIDA Jacques - El Padre Del Logos
DERRIDA Jacques - El Padre Del Logos
un padre.
Pero ¿qué es un padre
¿Debe suponérsele conocido y con este término
—conocido— aclarar el otro término, con lo que
nos precipitaríamos a aclarar como una metáfora?
Se diría entonces que el origen o la causa del logos
es comparado a lo que sábemos que es la causa de
un hijo vivo, su padre. Se comprendería o imagina-
ría el nacimiento y el proceso del logos a partir de
un terreno extraño a él, la transmisión de la vida
o las relaciones de generación. Pero el padre no es
el engendrador, el procreador «real» antes y fuera
de toda relación de lenguaje. ¿En qué se distingue,
en efecto, la relación padre/hijo de la relación cau-
( )
10 FR. AST.,Lexique platonicien. Cf. también Z. PARAIN,
Essai sur le logos platonicien, 1942, pág. 211, y P. Louis, Les
Métaphores de Platón, 1945, págs. 43-44.
sa/efecto o engendrador/engendrado, sino por la
instancia del logos? Sólo un poder de discjurso tiene
un padre. El padre es siempre el padre de un ser
vivo/que habla. Dicho de otro modo, es a partir del
logos cómo se anuncia y se da a pensar algo como
la paternidad. Si hubiese una simple metáfora en la
locución «padre del logos», la primera palabra, que
parecería la más familiar, recibiría, sin embargo, de
la segunda más significación de la que ella le trans-
mitiría. La primera familiaridad tiene siempre al-
guna relación de cohabitación con el logos. Los se-
res-vivos, padre e hijo, se nos anuncian, se relacio-
nan mutuamente en la domesticidad del logos. De
donde no se sale, a pesar de las apariencias, para
pasar, por «metáfora», a un dominio extranjero en
que se encontrarían padres, hijos, seres vivos, toda
suerte de seres perfectamente cómodos para expli-
car a quien no lo supiera, y por comparación, lo
que pasa con el logos, esa cosa extraña. Aunque ese
hogar sea el hogar de toda metaforicidad, «padre
del logos» no es una simple metáfora. Habría una
para enunciar cómo un ser vivo incapaz de lenguaje,
si nos obstinamos aún en creer en algo de esa clase,
tiene un padre. Hay, pues, que proceder a la inver-
sión general de todas las direcciones metafóricas,
no preguntar si un logos puede tener un padre, sino
comprender que aquello de lo que el padre preten-
de ser el padre no puede ir sin la posibilidad esen-
cial del logos.
El logos deudor de un padre, ¿qué quiere decir?
¿Cómo al menos leerlo en la capa del texto platóni-
co que aquí nos interesa?
La figura del padre, es sabido, es igualmente la
del bien (ágazon). El logos representa a pquello de
lo que es deudor, el padre, que es también un jefe,
un capital y un bien. O más bien el jefe, el capital, el
bien. Pater quiere decir en griego todo eso a la vez.
Ni los traductores ni los comentaristas de Platón
parecen haberse dado cuenta del juego de esos es-
quemas. Es muy difícil, reconozcámoslo, respetarlo
en una traducción, y así se explica, por lo menos,
el hecho de que no se le haya interrogado nunca.
Así, en el momento en que, en la República (V, 506 e),
Sócrates renuncia a hablar del bien mismo, propone
inmediatamente reemplazarlo por su ékgonos, por
su hijo, su retoño:
«... dejemos ahí por ahora la investigación
del bien tal como es en sí mismo; me parece de-
masiado elevado para que el impulso que tene-
mos nos lleve ahora hasta la concepción que yo
me formo de él. Pero sí quiero deciros, si os pa-
rece, lo que creo que es el retoño (ékgonos) del
bien y su imagen más parecida; si no, dejemos
la cuestión.
Pues bien, dijo, habla; ya te harás perdonar
otra vez explicándonos lo que es el padre.
Quieran 'los dioses, respondí, yo pagar, y
vosotros recibir esa explicación que os debo, en
lugar de limitarnos, como lo hacemos, a sus in-
tereses (tokus). Tomad pues ese fruto, ese reto-
ño del bien en sí (tókon te kaí ékgonon autú tu
agazú).»
Tokos, que está aquí asociado a ékgonos, signi-
fica la producción y el producto, el nacimiento y el
hijo, etc. Esta palabra funciona con ese sentido de
los dominios de la agricultura, de las relaciones de
parentesco y de las operaciones fiduciarias. Ningu-
no de esos dominios escapa, ya lo veremos, a la in-
versión y a la posibilidad de un íógos.
En tanto que producto, el tókos es tanto el hijo,
la carnada humana o animal, como el fruto de la
simiente confiada al campo, como el interés de un
capital; es un rédito. Se puede seguir en el texto
platónico la distribución de todas esas significacio-
nes. El significado de pater es incluso en ocasiones
inclinado en el sentido exclusivo* de capital finan-
ciero. En la República incluso, y no lejos del pasaje
que acabamos de citar. Uno de los defectos de la
democracia consiste en el papel que algunos hacen
representar en ella al capital: «Y sin embargo esos
usureros que van con la cabeza gacha, sin ver apa-
rentemente a esos desdichados, hieren con su agui-
jón, es decir, con su dinero, a todos los restantes
ciudadanos que se exponen a ellos, y, centuplicando
los intereses de su capital (tu pairos ekgonus tokus
pollaplasius), multiplican en el Estado los zánganos
y los bribones» (555 e).
Ahora, de ese padre, de ese capital, de ese bien,
de ese origen del valor y de los seres que aparecen,
no se puede hablar simple o directamente. Primero
porque no se les puede mirar más al rostro que al
sol. Relean aquí, respecto a ese cegamiento ante el
rostro del sol, el célebre pasaje de la República
(VII, 515 c ss.).
Así, pues, Sócrates evocará únicamente al sol
sensible, hijo parecido y análogon del sol inteligi-
ble: «Pues bien, ahora, entérate, dije, es al sol a
quien me refería como a hijo del bien (ton tu agazu
ekgonon), que el bien ha engendrado a semejanza
suya (on tagazon eguenne sen analogon), y que es,
en el mundo visible, con relación a la vista y a los
objetos visibles, lo que el bien e$ en el mundo inte-
ligible, en relación a la inteligencia y a los objetos
inteligibles» (508 c).
¿Cómo intercede el logos en esta analogía éntre
el padre y el hijo, el numene y el oromene?
El bien, en la figura visible-invisible del padre,
del sol, del capital, es el origen de los onta, de su
aparición y de su llegada al logos, quien a la vez los
reúne y los distingue: «Hay gran número de cosas
bellas, gran número de cosas buenas, gran número
de todo tipo de otras cosas, cuya existencia afirma-
mos y que distinguimos en el lenguaje» (einai fu-
men te kai diozizomen tó logó) (507 b).
El bien (el padre, el sol, el capital) es, pues, la
fuente oculta, iluminadora y cegadora, del logos. Y
como no se puede hablar de lo que permite hablar
(prohibiendo que se hable de él o que se le hable
cara a cara), se hablará únicamente de lo que habla
y de las cosas de que, a excepción de una sola, se
habla constantemente. Como no se puede dar cuen-
ta o razón de aquello respecto a lo cual el logos
(cuenta o razón: vatio) es responsable o deudor, co-
mo no se puede contar el capital y mirar al jefe a la
cara, habrá que, por operación discriminativa y dia-
crítica, contar el plural de los intereses, de los ré-
ditos, de los productos, de los retoños: «Pues bien,
dijo, habla (legue); otra vez te harás perdonar ex-
plicándonos lo que es él padre. Quieran los dio-
ses, respondí, que podamos, yo pagar y vosotros
recibir esa explicación que os debo, en lugar de li-
mitarnos, como lo hacemos, a sus intereses. Tomad,
pues, este fruto, este retoño del bien en sí; pero te-
ned cuidado no os vaya yo a engañar sin querer,
dándoos una cuenta (ton logon) equivocada de los
intereses (tu toku)» (507 a).
De este pasaje retendremos también que con la
cuenta (logos) de los suplementos (ál padre-capital-
bien- origen, etc.), con lo que viene después del uno
en el movimiento mismo en que se ausenta y se
vuelve invisible, pidiendo así ser suplido, con la di-
ferencia y la diacriticidad, Sócrates presenta o des-
cubre la posibilidad siempre abierta del kibdeton,
lo que resulta falsificado, alterado, mentiroso, en-
gañador, equívoco. Tened cuidado, dice, de que no
os vaya yo a engañar dándoos una cuenta falsifica-
da de los intereses (kibdelon apodidus ton logon tu
toku). Kibdeleuma, es la mercancía falsificada. El
verbo correspondiente (kibdeleuó) significa «alterar
una moneda o una mercancía, y, por extensión, ser
de mala fe».
Este recurso al logos, ante el miedo a resultar
cegado por la intuición directa del rostro del padre,
del bien, del capital, del origen del ser en sí, de la
forma de las formas, etc., ese recurso al logos como
a lo que nos mantiene a resguardo del sol, a resguar-
do bajo él y de él, Sócrates lo propone en otro lu-
gar, en el orden análogo de lo sensible o de lo visi-
ble; citaremos largamente ese texto. Aparte de su
interés propio, tiene, en efecto, en la traducción
consagrada, siempre la de Robin, deslizamientos,
si se puede decir, muy significativos ( ) . Se trata,
n