Estado Federal, Celestino Arauz

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Revista:Societas ISSN:1560-0408

Societas, Rev. Soc. Humanist., Panamá, 2018, Vol. 20, N° 1, pp.21-87


Enero-Junio
Recibido:30/9/2017, Aceptado:22/11/2017, Publicado: 5/1/2018

EL ESTADO FEDERAL DE PANAMÁ


Y SUS LIMITACIONES DE ORIGEN

Celestino Andrés Araúz M.


HISTORIA Profesor,
Departamento de Historia,
Facultad de Humanidades,
Universidad de Panamá.
Correo electrónico: [email protected]

RESUMEN

Este artículo analiza las limitaciones de origen del Estado Federal de Panamá.
El autor inquiere por el aspecto centro-federal del mismo. Estudia la especula-
ción y el monopolio de las tierras baldías. Contempla las rentas comprometidas
y controversiales de la entidad. Otea las amenazas anexionistas y la reacción
centralista. Asimismo, observa el difícil comienzo del Estado Federal:
divisionismo interno, intromision neogranadina e intereses hegemónicos esta-
dounidenses.

PALABRAS CLAVES

Limitaciones, Estado Federal, Panamá, aspecto centro-federal, especulación,


monopolio, tierras baldías, rentas comprometidas, amenazas anexionistas, in-
tromisión neogranadina, intereses hegemónicos estadounidenses.

PREÁMBULO

Muchas fueron las limitaciones de origen del Estado Federal de Panamá. Sus
atribuciones de autonomía resultaron muy restringidas por las normativas lega-
les y administrativas impuestas desde Bogotá, algunas de éstas en concordan-
cia con los intereses geopolíticos y hegemónicos estadounidenses, guberna-
mentales y privados.

En efecto, factores internos y externos incidieron negativamente en la situa-


ción irregular del nuevo Estado y obstaculizaron su normal desenvolvimiento en

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diversos órdenes. De los primeros, cabe destacar las permanentes y desgastantes
luchas entre círculos de poder en el Istmo de Panamá, tanto en la ciudad capital
como en el interior del país. A la enconada rivalidad entre liberales y conservado-
res, habría que añadir las pugnas personales, caciquistas y hasta familiares por la
tenencia de la tierra y el predominio económico y político en los ámbitos local y
regional, sobre todo en Azuero y Veraguas, sin descontar los recelos de los notables
de Chiriquí con estos últimos y con sus homólogos residentes en la capital del país.
Y en cuanto a los agentes externos, apenas es necesario tener presente los térmi-
nos del Tratado General de Paz, Amistad y Comercio de 1846, mejor conocido
como Tratado Mallarino - Bidlack, suscrito entre los gobiernos de la Nueva Grana-
da y los Estados Unidos de América. Estos obtuvieron una serie de privilegios
comerciales, el libre tránsito por cualquier ruta que existiera o se abriera en el
futuro en el Istmo de Panamá y su neutralidad.

En reciprocidad, los Estados Unidos se comprometieron a garantizar la sobera-


nía y propiedad en este territorio, lo que equivalía a frenar, de alguna forma, las
pretensiones colonialistas y comerciales del expansionismo británico en Bocas
del Toro esgrimiendo supuestos derechos territoriales del rey Miskito y, a la
vez, coartar las intenciones separatistas o anexionistas de los istmeños a Gran
Bretaña o a cualquier otra potencia europea. Por su parte, la Panama Rail-
road Company, mediante el Contrato Stephens - Paredes de 1850 con el go-
bierno neogranadino, adquirió amplias concesiones territoriales y de otra natu-
raleza, no sólo en isla Manzanillo, donde posteriormente establecería la ciudad
de Colón o Aspinwall, sino también en las provincias de Veraguas y Panamá.

En definitiva, el "Estado de Panamá", creado mediante el "Acto Adicional" a la


Constitución el 27 de febrero de 1855, es decir en pleno auge de la reactivación
de las actividades de tránsito en el Istmo, a raíz del descubrimiento de las
minas de oro en California, surgió con grandes impedimentos que, como vere-
mos, se reflejaron en diversos aspectos, a saber: límites territoriales indefini-
dos, restricciones administrativas, fiscales y económicas, especulación con las
tierras baldías, entre otros.

Todo ello con el trasfondo de las amenazas anexionistas estadounidenses, el


latente separatismo y la búsqueda del proteccionismo externo por parte de los
istmeños y las reacciones en Bogotá, por un lado, limitando los derechos auto-
nómicos, ya de por sí endebles del "Estado de Panamá" y, por el otro, avalando
los intereses foráneos pactados contractualmente. Mientras tanto, Justo Aro-
semena se enfrentaba a los voceros del expansionismo estadounidense y pro-

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ponía inútilmente ante el congreso neogranadino la neutralidad del Istmo bajo el
manto protector del hanseatismo.

Cronológicamente la parte central de este estudio sólo abarca dos años (1855 -
1857). Pero nos retrotraemos a las primeras décadas del período de unión a la
Republica de Colombia al referirnos a los antecedentes del proyecto centro-
federal y alcanzamos, sintéticamente, hasta la separación definitiva de Panamá
en 1903, cuando abordamos las proyecciones del autonomismo istmeño y las
consecuencias del intervencionismo estadounidense en nuestro territorio plas-
madas en la Convención del Canal Ístmico o Tratado Hay - Bunau Varilla y la
inclusión del artículo 136 en la Constitución Política de 1904.

Una valiosa obra sobre la creación y los inicios del


Estado Federal de Panamá

Con la reimpresión facsimilar del libro titulado: Constitución i leyes espedidas


por la Asamblea Constituyente del Estado de Panamá en 1855, precedidas
de los actos lejislativos i ejecutivos nacionales relativos a la creación del
mismo Estado, publicado en Panamá, por el El Panameño, en 1856, el Departa-
mento de Historia y el Decanato de la Facultad de Humanidades, en coordinación
con la comisión designada por el Consejo Académico de la Universidad de Pana-
má, rinden homenaje al Dr. Justo Arosemena Quesada, en ocasión del bicentenario
de su natalicio que se conmemoró el 9 de agosto de 2017.

Se trata, en verdad, de una joya bibliográfica de la cual sólo se conservan dos


ejemplares en la sección de colecciones especiales de la Biblioteca Interame-
ricana Simón Bolívar de la Universidad de Panamá. Esta poco conocida obra
en nuestro medio contiene documentos de gran valor histórico en el ámbito
jurídico –administrativo sobre las primeras disposiciones legislativas y ejecuti-
vas en relación con el origen y los inicios de Estado Federal de Panamá, deno-
minado oficialmente: “Estado de Panamá”, que formaba parte de la República
de la Nueva Granada. 1

Precisa recordar que tras cuatro años de tenaces esfuerzos emprendidos por el
Dr. Justo Arosemena ante la cámara de representantes para que se adoptara,

1
Parte de esta documentación la dio a conocer en nuestro país Rodrigo Miró con el título: “El Estado
Federal de Panamá” en el libro: Documentos Fundamentales para la Historia de la Nación Pana-
meña. Edición de la Junta Nacional del Cincuentenario. Panamá, 1953, Año del Cincuentenario. Páginas
33-59.

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reformando la Constitución, el régimen de gobierno federal en el Istmo de Pa-
namá, finalmente el anhelado proyecto se hizo realidad, el 27 de febrero de
1855. Si bien esta decisión del congreso neogranadino se tomó en condiciones
muy especiales, en el marco de la Constitución de 1853 de características cen-
tro – federales. Por ello, se desvirtuaron, en parte, aspectos importantes del
proyecto presentado por el Dr. Arosemena, el 1° de mayo de 1852. 2 Aunque el
debate se suspendió, en aquel entonces, por el golpe de Estado de José María
Melo, el 17 de abril de 1854, sus efectos, afortunadamente, duraron pocos meses
y así se pudo retomar la propuesta reformatoria al año siguiente.

En cuatro partes, podemos dividir la documentación del libro que se reedita


después de más de 160 años de su primera publicación. En la primera, bajo el
título de “Disposiciones lejislativas y Ejecutivas del Gobierno de la Nueva Gra-
nada sobre creación del Estado de Panamá”, se incluyen tres documentos.
Inicialmente, aparece el “Acto Adicional de la Constitución, creando el Estado
de Panamá, adoptado mediante el decreto expedido por el congreso en Bogotá,
el 27 de febrero de 1855 y sancionado por el vicepresidente de la República,
encargado del Poder Ejecutivo, José de Obaldía, al igual que por los siguientes
secretarios: de Gobierno, Pastor Ospina; de Hacienda, José María Plata; de
Guerra, Pedro Alcántara Herrán y de Relaciones Exteriores, Cerbeleón Pin-
zón. También se reproduce la Ley (de 24 de mayo de 1855) “Sobre adminis-
tración en el Estado de Panamá, de los negocios que allí se ha reservado la
Nación”, expedida por el congreso dos días antes y avalada por el entonces
vicepresidente de la República, encargado del Poder Ejecutivo, Manuel María
Mallarino y el secretario de Gobierno, Vicente Cárdenas. El tercer documento
es el “Decreto convocando la Asamblea Constituyente del Estado de Pana-
má”, expedido en Bogotá, el 13 de marzo de 1855 por el vicepresidente de la
República, encargado del Poder Ejecutivo, José de Obaldía y, asimismo, firma-
do por el secretario de Gobierno, Pastor Ospina.

Integra la segunda parte de la obra que comentamos la “Constitución Política


del Estado de Panamá” expedida por la asamblea constituyente de dicho Esta-
do, el 18 de septiembre de 1855. Se trata de una Constitución muy breve, toda
vez que sólo tiene seis capítulos con sesenta artículos, a saber: capítulo 1: “Del
Estado i sus ciudadanos” que indica los límites territoriales del nuevo Estado
conforme al artículo 2° del acto constitucional y se ocupa de la ciudadanía y el

2
Véase este documento con su respectivo comentario en la revista Lotería. 2ª. Época, volumen XII, No.
141, Panamá, República de Panamá. Agosto de 1967, páginas 24-40.

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derecho al sufragio, al igual que de otros derechos garantizados por el Estado a
todos los que pisaran su territorio, entre éstos: la libre expresión del pensamien-
to; la libertad industrial que no fuese “contraria a la salubridad o seguridad de
las poblaciones”, la inviolabilidad de la propiedad; la seguridad individual; la
inviolabilidad del domicilio y de la correspondencia; la igualdad legal: la libertad
personal y el derecho de reunión e igualmente, el derecho de representar por
escrito a las corporaciones o funcionarios públicos en cualquier asunto de inte-
rés general o propio; el capítulo 2° trata “Del Gobierno”, en tanto que los capí-
tulos 3°, 4° y 5° se refieren a los Poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial,
respectivamente. Por último, el capítulo 6°contiene las “disposiciones varias”.

Se trata, en definitiva, de una Constitución marcadamente liberal, imbuida de


algunos de los preceptos de la Ilustración e incluso de cierto romanticismo
social y el utilitarismo de Jeremy Bentham. Aparecen, por último, en el docu-
mento mencionado, los nombres de todos los diputados de las provincias de
Panamá, Veraguas y Chiriquí que la aprobaron, así como del Dr. Justo Arose-
mena que, sin duda, la redactó y también sancionó en su condición de jefe
superior del Estado y además la firma del secretario Carlos Icaza Arosemena.

Mucho más extensa es la tercera parte del libro que nos ocupa. Comprende
las: “Leyes espedidas por la Asamblea Constituyente del Estado de Panamá”.
Estas normativas discurren desde el 16 de junio al 29 de octubre de 1855 y
contemplan temas diversos, especialmente de carácter administrativo, institu-
cional, judicial, electoral, penal, religioso, económico y fiscal. Se destaca:
“Sobre vigencia de varias leyes granadinas y ordenanzas de la provincia del
Istmo”; la organización de la Secretaría del Estado y la administración provi-
sional de éste; “Fundamental de la Hacienda Pública”; “Administración Judi-
cial”; “Fundamental de la Administración Ejecutiva”; régimen municipal; ad-
ministración provincial de la ciudad de Colón; división territorial; adjudicación
de tierras baldías que correspondían al Estado; bienes mostrencos y vacantes;
correos; adición y reformas de juicios ejecutivos; arbitrios; determinación del
modo de subrogar al jefe del Estado mientras se ejecutaba la Constitución;
jurados y elecciones; reformatoria de los jurados; elección de senadores y
representantes; “poniendo a disposición del Poder Ejecutivo Nacional la fuerza
pública del Estado”; milicia: gendarmería; “para el servicio del año económico
de 1856”; cárceles; establecimientos de castigo; “sobre esención de servicios
forzosos”; amnistía; incorporación de sociedades religiosas; devolución de bie-
nes eclesiásticos; examen de cuentas; “sobre posesión; escusas y renuncias de
empleados públicos”; deuda pública; sueldos “asignando los viáticos y dietas a los

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Diputados a la Asamblea del Estado y fijando el personal y las asignaciones de los
empleados de la secretaría de la misma”; presupuestos y rentas de los bienes del
Estado, determinando la oficina que debía recaudar las rentas y hacer los pagos del
Tesoro del Estado, mientras se organizaban definitivamente las oficinas fiscales,
impuesto sobre el papel sellado; “sobre algunas medidas fiscales”; sobre aprove-
chamientos; contribución sobre toneladas, contribución comercial; contribución ur-
bana; contribución pecuaria; derechos por los registros de documentos y notarías
departamentales. Incluso una ley concedía privilegios exclusivos a Santiago de la
Guardia para hacer un camino transitable por carretas desde Santiago hasta el río
Santamaría, al tiempo que se expidió un decreto en honor a la memoria del general
Tomás Herrera.

Es preciso recordar que el Dr. Justo Arosemena sólo estuvo provisionalmente


al frente del Estado de Panamá desde el 1° de julio de 1855, cuando asumió el
cargo de jefe superior hasta el 28 de septiembre del mismo año en que presentó
su renuncia. Adujo que la Constitución autorizaba que el jefe o gobernador del
Estado comenzara a ejercer sus funciones el 1° de octubre de 1856, y si bien
hasta en aquel momento pudo hacer el sacrificio de servir un destino del cual lo
alejaban “razones perentorias especiales”, éstas recobraban toda su fuerza
cuando se trataba “de un término considerable”. Señaló, también, el nepotis-
mo, es decir, su pertenencia a una familia extensa de la que varios miembros
servían o servirían después en empleos muy importantes y que un gobierno,
cuyo jefe en el ramo ejecutivo se hallaba ligado por estrechos vínculos de
parentesco a las personas que sirvieran bajo sus órdenes, o encabezaran las
otras ramas del poder público, merecía “con sobra de razón el calificativo de
oligárquico”. Si bien su conciencia podría estar del todo tranquila, si sólo aten-
día” al fiel cumplimiento de sus deberes; el pueblo, celoso de una libertad cuyo
valor era “inapreciable”; miraría con justa desconfianza “semejante estado de
cosas”. Se refirió a algunas discrepancias con la asamblea constituyente, par-
ticularmente en lo relacionado con la milicia local y la contribución directa que
él consideraba “como instituciones de absoluta necesidad en el Estado”. Expu-
so que su decisión de renuncia obedecía a motivos personales, entre éstos,
estar con sus hijos que se educaban en Estados Unidos. Aunque la asamblea
constituyente, presidida por su padre Mariano Arosemena, no le admitió la re-
nuncia, el 2 de octubre de 1855, el gestor del Estado Federal de Panamá reiteró
su posición de retirarse de su jefatura. 3
3
“Renuncia del jefe superior” Gaceta del Estado No. 13, Panamá 10 de octubre de 1855. Documento
reproducido en la Revista Lotería, 2da. Época. Volumen XII, N° 141. Panamá. República de Panamá.
Agosto de 1967. Páginas 132-135.

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Por último, la obra contiene un:“Índice alfabético de las materias contenidas en
esta colección”, muy útil para todo aquel interesado en conocer en detalle los
distintos aspectos contemplados en las leyes emitidas sobre la creación y admi-
nistración del Estado de Panamá, así como el decreto convocando la asamblea
constituyente de dicho Estado y la legislación expedida por ésta durante el año
de 1855. También se reproduce el “Índice cronológico de los actos contenidos
en esta colección”y las “erratas sustanciales”.

La supresión de la provincia de Azuero y los límites imprecisos del


nuevo Estado

Un examen de los dos primeros documentos correspondientes a la parte inicial,


revela algunos desfases cronológicos y limitaciones inherentes a la creación
del Estado de Panamá. En el artículo 1° del “Acto Adicional” se decretó que el
territorio que comprendía las provincias del Istmo de Panamá”, a saber: Pana-
má, Azuero, Veraguas y Chiriquí, formarían “un Estado Federal soberano, par-
te integrante de la Nueva Granada, con el nombre de Estado de Panamá”. Si
bien la provincia de Azuero ya estaba en vías de desaparecer cuando se creó el
Estado de Panamá, como en efecto ocurrió aproximadamente una semana des-
pués del “Acto Adicional”, mediante decreto del congreso de 9 de marzo de
1855, que dispuso, además, que los distritos parroquiales de la suprimida pro-
vincia, es decir: Parita, Pesé, Macaracas, Las Minas y Santa María, con los
límites que tenían en enero de 1852, se agregaran a la provincia de Veraguas y
el territorio restante pasara a ser parte de la provincia de Panamá. 4 Mas esta
decisión no impidió que las enconadas pugnas caciquistas y familiares, princi-
palmente los Goitía y Robles de filiación liberal contra los De la Guardia, Fá-
brega y Chiari de militancia conservadora, quizás la causa principal de la su-
presión de la provincia de Azuero, prosiguieran en el interior del país. Peor
aún, recrudecieron, máxime cuando no todos los habitantes de las áreas rura-
les aceptaron el federalismo y mucho menos la carga impositiva que estableció
el nuevo Estado, que si bien era indispensable para su existencia, generó resis-
tencia y acrecentó la violencia y el divisionismo reinantes. 5
4
Oscar Vargas Velarde: La Provincia de los Santos.Historia, Régimen Jurídico y Población. Cultural
Portobelo. Biblioteca de Autores Panameños. Primera edición. Enero de 2016. Páginas 50-56
5
Sobre este tema, véase además de la obra de Oscar Velarde citada a Armando Muñoz Pinzón: Un estudio
de historia social panameña. Las sublevaciones campesinas de Azuero en 1856. Editorial Universitaria.
Panamá, 1980 y 2017 y José Aparicio Bernal: Los Grupos dominantes de Azuero (1854-1968). Ciudad de
Chitré, 1988. Un buen análisis sobre los grupos de poder y la tenencia de tierras tanto en la ciudad de
Panamá como en el interior del país, se encuentra en la obra de Alfredo Figueroa Navarro: Dominio y
Sociedad en el Panamá Colombiano (1821-1903) (Escrutinio Sociológico). Imprenta Panamá S.A. Ciudad
de Panamá, 1978. De consulta útil es la obra de Omar Jaén Suárez: La Población del Istmo de Panamá.
Estudio de Geohistoria. Cuarta Edición. Editorial Universitaria Carlos Manuel Gasteazoro. Panamá, 2012.

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Por otra parte, en el artículo 2° del “Acto Adicional”, se indicó que los límites
occidentales del Estado de Panamá serían los que definitivamente se trazarían
entre la Nueva Granada y Costa Rica, mientras que una ley posterior fijaría los
límites, es decir los orientales, que debían dividirlo del resto del territorio de la
República. En otras palabras, el nuevo Estado surgió sin fronteras limítrofes
definidas ni un tiempo específico para determinarlas. Se entiende que la con-
troversia de límites entre la Nueva Granada y Costa Rica que tenía raíces
coloniales, al momento de la creación del Estado de Panamá, aún estaba pen-
diente de solución y, por ello, era imposible fijarlos. Pero con respecto al resto
del territorio, o sea, la parte oriental, no se justificaba este vacío jurisdiccional,
a menos que, con términos imprecisos, la Nueva Granada,exprofeso, dejara los
límites orientales sin definir para restarle autonomía al nuevo Estado o, en su
defecto, intentara salvaguardar el compromiso adquirido con la Compañía del
Ferrocarril de Panamá, mediante el Contrato Stephens-Paredes, suscrito en
Bogotá el 17 de abril de 1850. Basta recordar que a la empresa ferroviaria se
le adjudicó, con distintos fines y particularmente para la colonización, “a título
gratuito y a perpetuidad, cien mil fanegas de tierras baldías en las provincias de
Panamá y Veraguas”, las que podrían extenderse hasta ciento cincuenta mil, si
las había disponibles en dichas provincias o, por el contrario, en las provincias
de Cartagena, Santa Marta, Río Hacha y Chocó. 6

Con razón, en septiembre de 1854, la legislatura provincial de Veraguas le ma-


nifestó a la representación nacional en Bogotá, que los límites que al Estado se
asignaban en el “Acto Constitucional”, en acuerdo del senado, privaba al Istmo
de una gran extensión territorial que siempre le había pertenecido y que la
misma componía el cantón del Darién. De allí que para facilitar este punto “sin
agravio de nadie”, debería“decirse simplemente” que el límite del Estado por el
oriente era el que separaba la provincia de Panamá de la del Chocó, de confor-
midad con el mapa elaborado por el coronel Agustín Codazzi, en virtud de la
Comisión Corográfica que le encomendó el gobierno.7 No nos consta que esta
solicitud de la legislatura provincial de Veraguas llegó a plantearse en el con-
greso. Pero no hay duda que los intereses de la Compañía del Ferrocarril
fueron un factor de mucho peso en el asunto de los límites orientales no deter-
minados en el Estado de Panamá.
6
Artículo 18 del Contrato Stephens-Paredes. Bogotá, 17 de abril de 1850. Documento reproducido en la
Revista Cultural Lotería. Edición Especial. La Experiencia transístmica. Convenios, contratos, tratados y
otros documentos (siglo XIX), Luis Navas Pájaro y Thais E. Alessandría C. Compiladores. Panamá, agosto
de 1996. Año MCMXCVI. Página 45.
7
“Documento. Solicitud”. Lotería, II Época, volúmenes XII, No.141. Panamá. República de Panamá.
Agosto de 1967, página 121.

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Esto quedó en evidencia en la ley expedida por el congreso el 9 de junio de
1855, sobre concesiones a la empresa ferroviaria, en cuyo artículo 17 se decía:
“El Poder Ejecutivo procurará acordarse con la Compañía para que derogue
dentro de un año, a lo más, las setenta i cuatro mil hectáreas de tierras baldías
que se le concedieron a título gratuito i a perpetuidad por el artículo 18 del
contrato, o las noventa y seis mil a que como máximo tiene derecho en el caso
espresado en el mismo artículo (lo cual en realidad no se ajustaba a lo dispuesto
en el Contrato Stephens-Paredes, a menos que se le hubiera introducido una
modificación posterior) “por cuanto la República debe hacerle uso del escaso
que haya en la parte continental del Istmo de Panamá, donde puede escoger las
suyas la expresada Compañía”. Y se agregaba: “La parte continental de que
se trata, viene a ser conforme al citado artículo 18 del contrato del territorio del
nuevo Estado de Panamá con escepción de las islas en ambos océanos, de las
Comarcas que formaban el 1° de enero de 1849 los territorios de Bocas del
Toro i del Darién, cuyos límites son del 1° los mismos que hoy tiene el Cantón de
igual nombre en la Provincia de Chiriquí i del 2° por el este desde el Cabo Tiburón
a las cabeceras del río La Miel i siguiendo la cordillera por el cerro de Candí a la
sierra de Chugargun, i la de Mali a bajar por los cerros de Nigua a los altos de
Espave, i de allí al Pacífico entre Cocalito y la Ardita, i por el oeste los que lo
dividían el 1° de enero de 1849 de los cantones de Panamá i Portobelo”. 8

Sobre la fijación de los límites orientales por el congreso, el Dr. Justo Aroseme-
na manifestó que bastaba enunciar el título de la ley de 9 de junio, para persua-
dirse de que ella no hizo, ni podía hacer, la designación de límites del Estado.
En su opinión, “no tuvo otro objeto en el artículo 7° que declarar cuáles eran en
1° de enero de 1849 los límites de los territorios de Darién y Bocas del Toro”,
porque en ellos no tenía derecho la Compañía del Ferrocarril a pedir tierras
baldías “de las que se le concedieron por el artículo 18 del contrato entre ella y
el Gobierno de la República”.

Advirtió que la declaratoria hecha por el artículo 7° de la ley de 9 de junio era


“errónea”, porque los límites orientales del territorio del Darién no eran en 1°
de enero de 1849 los que allí se referían, “sino otros muy distintos que determi-
nó el Presidente Mosquera, en uso de su autoridad legal, por decreto de 7 de
agosto del mismo mes, número 902”. Dichos límites eran: “el río Atrato, desde
su desembocadura hasta su confluencia con el Napipi, y de allí el curso de este
río hasta su origen, y una línea recta a la bahía de Cupica”.
8
“Lei (De 9 de junio de 1855) sobre concesiones a la Compañía del Ferrocarril de Panamá”. República de
la Nueva Granada. Gaceta Oficial. Año XXIV, Num. 1826. Bogotá, viernes 15 de junio de 1855.

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Dijo, además, que la parte del artículo que llamó “errónea” no era dispositiva,
sino expositiva, no imponía deber, ni ligaba de modo alguno, “más las cosas no
son ciertas porque una ley las diga, cuando ellas están en contradicción con la
realidad de los hechos. (Subrayado en el original).

Aclaró que: “Eliminado el territorio del Darién, e incorporado a la provincia de


Panamá, por el artículo 1° de la ley 22 de junio de 1850; los límites de dicha
provincia por el Este”, no eran “otros que los del suprimido territorio”. Y como
la provincia de Panamá era una de las que vinieron a componer el Estado del
mismo nombre, según él, era “una desmembración del territorio de dicho Esta-
do y una violación del artículo 1° del Acto Constitucional, pues por él hacían
“parte del Estado de la provincia de Panamá” y ésta constaba del ámbito que
tenía el 27 de febrero, que era “el de la misma provincia en 1849, con más al del
territorio del Darién”.

A su juicio, el objeto del artículo 2° del Acto Constitucional, “fue dejar a la ley
no la designación, no el señalamiento arbitrario de los límites orientales del
Estado sino la declaratoria de los que según las disposiciones anteriores debía
tener la nueva entidad, como agregado que era de varias provincias. Cualquier
otro límite más occidental que el de la Provincia de Panamá, que era íntegra-
mente parte del Estado del mismo nombre, era una desmembración del territo-
rio de dicho Estado y una violación del artículo 1° del Acto Constitucional que
lo erigió”. Creía que debía la asamblea constituyente hacer una representación
al congreso que no dudaba expediría una ley especial en el sentido que él dejó
indicado “por exigirlo así la justicia, la constitución en la parte citada y en con-
veniencia del Estado de Panamá”, cuyos límites naturales eran, “los ríos Atrato
y Napipi” que lo separaban de la provincia del Chocó. 9

También dio sus puntos de vista sobre los límites occidentales del Istmo de Pana-
má. Mientras, se debatía en el congreso la creación del Estado Federal de Pana-
má, el 5 de enero de 1855, a consulta del secretario de Relaciones Exteriores,
Cerbeleón Pinzón, respondió: 1° que Costa Rica o su gobierno, pretendían trazar
sus límites con el Istmo de Panamá, es decir la Nueva Granada, mediante una línea
recta que partía de la extremidad oriental del Golfo Dulce y terminaba en la Laguna
9
Justo Arosemena al Presidente de la Asamblea Constituyente Mariano Arosemena. Panamá, 11 de
septiembre de 1855. Documento reproducido por Octavio Méndez Pereira: Justo Arosemena. Segunda
edición. Editorial Universitaria. Panamá, 1970, páginas 181-182. Según Juan B. Sosa había la tendencia
de beneficiar al Canca dándole la costa de Urabá. Véase su obra: Límites de Panamá: Apuntamientos sobre
los derechos territoriales de la República en sus linderos con Colombia, Impreso en Panamá por Tipografía
Moderna, 1914. Páginas 24 a 33.

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de Chiriquí sobre el Atlántico. Desconocía los fundamentos de “esta idea extraña”
y no creía “que el gobierno español hubiese jamás dividido sus dos grandes colonias
de Centro América y Nuevo Reino de Granada por una línea imaginaria”, que no
sólo despreciaba “los accidentes del terreno atravesando ríos y saltando monta-
ñas”, si no que carecía “aún del mérito de ser una línea geográfica”, puesto que su
“oblicuidad” no le permitía “figuras entre las paralelas de Longitud o Latitud”. En
conclusión, y por lo mismo, aquí había “más que exactitud y derecho” el “deseo de
apoderarse íntegramente del importante Golfo Dulce, y de mucha parte de la her-
mosa Laguna de Chiriquí”.

En segundo lugar dijo que la línea divisoria, tal como la sostenían los granadi-
nos, lucía “con pena no poca variedad”. Las cartas de los generales Acosta y
Mosquera trazaban los límites al norte, en el río Doraces o Culebra, y al sur en
las inmediaciones del Golfo Dulce. El primero de estos geógrafos los traía
“mucho más acá del río Barú” y el segundo fijaba en dicho río que se hallaba
en el extremo del golfo. En su concepto, ambos perjudicaban los derechos de
la Nueva Granada, “y sobre todo sus intereses por aquella parte”.

Tras consideraciones de orden histórico y geográfico, el Dr. Arosemena expre-


só que siempre creyó que la línea divisoria entre los dos países comenzaba en
el Golfo Dulce y seguía por el cauce del río principal que allí desembocaba. El
término de la línea se podría fijar en el río Doraces.

En el punto 3°, observó que la Nueva Granada no tenía “otros establecimientos


en sus confines occidentales, que los de Bocas del Toro en la Bahía del Almi-
rante, o Laguna de Chiriquí”. Por su parte, Costa Rica no había dejado de
pretender también derecho a esta porción de territorio, “pero como no tenía
razón alguna en que fundarse”, tal pretensión no podía dar “ningún cuidado”.
A orillas del Golfo Dulce tenía Costa Rica población y autoridades, pero ad-
vertía el Dr. Arosemena que no le era “posible asegurar en qué parte de aque-
lla espaciosa bahía; aunque algunos decían que los colonos ocupaban Punta de
Burica, en el extremo oriental del golfo”.

Por último, en el punto 4° afirmó que, por lo expuesto, se veía, en su concepto,


que “la línea más racional sería la que se trazase del fondo del Golfo Dulce al
río Culebra”, siguiendo el curso del río principal (…) que desaguaba “en aquel
golfo, se llegaba en su cabecera en las sierras divisorias de las aguas y aquí se
buscaría el curso del río Doraces o Culebra”. Añadía que la sierra que men-
cionaba, no sólo dividía las aguas que iban a los dos océanos, sino también las

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que corrían hacía los dos países limítrofes, Nueva Granada y Costa Rica, y esa
era la razón por la que consideraba “semejante línea la más natural y conve-
niente”. Esta línea la trazó el coronel Agustín Codazzi en su mapa del Istmo y
era, en su opinión, el mejor argumento que se podía presentar “en favor de la
idea”. Antes de concluir, trajo a colación el mensaje del presidente de Costa
Rica, a la legislativa de aquel Estado en 1853, en el que habló “con cierta
arrogancia de la cuestión de límites con la Nueva Granada declarando preten-
siones exageradas, y suponiéndose muy capaz de sostenerlas por todos los
medios”. Recomendó la réplica a ese documento. 10

El Estado de Panamá: ¿Un Estado Centro-Federal?

Tenía razón el periódico El Panameño cuando, en vísperas de la reunión ordi-


naria del congreso de la Nueva Granada a comienzos de 1855 para considerar
el proyecto de reforma de la Constitución por el cual se erigía el Estado Fede-
ral de Panamá, mostraba preocupación por la manera en que este proyecto se
aprobó en el senado. Ello era así porque no satisfacía las exigencias de los
istmeños, pues eran “tantas las restricciones” que se había dado al gobierno
local, que quedó “circunscrito” a “las facultades que ahora tenían las
gobernaciones provinciales con sus legislaturas”. Parecía “que el senado se
propuso solo hacer una provincia de todo el territorio istmeño, y tal cosa; poco
a nada” valía a la verdad. 11

Si comparamos el artículo 2° del proyecto reformatorio de la Constitución pre-


sentado al congreso por el Dr. Justo Arosemena el 1° de mayo de 1852, con el
artículo 3°del “Acto Adicional”, de 27 de febrero de 1855, ambos sobre los
asuntos en que el Estado de Panamá dependería de la Nueva Granada, coinci-
den en las relaciones exteriores, la organización y servicio del ejército y de la
marina de guerra, la naturalización de extranjeros, así como el uso del pabellón
y el escudo de armas de la República. En cambio, en el “Acto Adicional”, se
añadieron el crédito nacional y las rentas y gastos nacionales, en vez de la
deuda nacional que propuso el Dr. Arosemena. También se agregó lo relativo
a las tierras baldías que se reservaba la nación, lo cual no fue contemplado por
el jurisconsulto panameño, al igual que los pesos, pesas y medidas. Asimismo,
el Dr. Arosemena incluyó los correos nacionales y la contribución nacional que
impondría el congreso de la República.
10
Ibid – páginas 182-184
11
“El Estado del Istmo”. El Panameño. Número 549. Documento reproducido en la Revista Lotería, 2da.
Época, Volumen XII, No. 141. Panamá, República de Panamá agosto de 1967. Página 124.

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En virtud de lo anterior, en el artículo 6° del “Acto Adicional”, se dispuso que
para el servicio público que la Nación se reservaba por el artículo 3°, la ley, “o
el Poder Ejecutivo, en su caso,” establecerían “en el territorio del Estado de
Panamá los empleados necesarios”. El jefe superior de dicho Estado podría ser
designado como “agente del gobierno nacional en dicho territorio, para el des-
pacho de los mismos negociados”, en el manejo de los cuales era “responsable,
del mismo modo que los gobernadores de las provincias en el resto de la Repú-
blica”. Y en el artículo 9° del “Acto Adicional” se indicó que el Estado de
Panamá enviaría “al congreso de la Nueva Granada los representantes, que
según la base general de la población adoptada por la constitución general de
la República” hubiese de corresponder a aquel territorio considerado como una
sola provincia (El subrayado nuestro). Y se agregaba que, mientras la Constitu-
ción y leyes de la República no dispusieran otra cosa, el número de senadores
por dicho Estado sería de tres. No obstante, a renglón seguido, se decía que
“las disposiciones adjetivas para la elección de uno u otro funcionario”, serían
“de la competencia del Estado de Panamá”. En un parágrafo se especificaba
que las elecciones de presidente y vicepresidente de la República, procurador
general de la nación y magistrado de la Corte Suprema de Justicia que se hicie-
ran en el Estado de Panamá, eran “competencia del Gobierno jeneral”.

A su vez, en la ley de 24 de mayo de 1855,” sobre administración en el Estado de


Panamá de los negocios que allí se ha reservado la Nación”, específicamente en el
artículo 1°, se decía: “Para el despacho de los negocios que la República se ha
reservado en el Estado de Panamá por el artículo 3° del Acto constitucional que lo
erigió,el territorio de aquel Estado se considera, por punto general, como una pro-
vincia. En lo militar se considera como un Departamento” y más adelante puntua-
lizaba: Mientras la lei no disponga otra cosa, el Jefe Superior del Estado, cualquiera
que sea su denominación, tendrá las mismas facultades que respecto de las provin-
cias granadinas tienen los Gobernadores. (El subrayado es nuestro).

Del mismo modo, en el artículo 2° de la citada ley, de 24 de mayo de 1855, se


dispuso que para el caso en que la administración de los negocios nacionales en
el Estado de Panamá requiriera “algún servicio en ciertas localidades” de aque-
llas en que residiera el Jefe superior, éste se valdría, como los agentes naciona-
les, de los mismos funcionarios o empleados que lo eran para los asuntos parti-
culares del Estado, siempre que la ley, o el Poder Ejecutivo, facultado por ella,
no hubiese establecido los funcionarios o empleados respectivos. Es decir, den-
tro del Estado de Panamá, habría una especie de gobierno paralelo ejercido por
los mismos o por distintos funcionarios.

Societas, Vol. 20, N° 1 33


Conviene reiterar que el Estado de Panamá surgió bajo la influencia de la Cons-
titución centro – federal de 1853 que introdujo importantes innovaciones en la
libertad y derechos de las personas, al tiempo que modificó la organización
política y administrativa de la Nación. En la práctica, a las provincias, si bien
se les dio el poder de expedir constituciones y disponer lo que juzgaran “conve-
niente a su organización, régimen y administración interior”, quedaron supedi-
tadas “al gobierno general, a las leyes y a la Constitución Nacional”. También
se estipuló que la validez o nulidad de las ordenanzas provinciales, cuando fue-
ran contrarias a la ley y a la Constitución, debían ser decididas por la Suprema
Corte.12 En palabras de un historiador norteamericano, especialista en el tema
del federalismo en Colombia: “La Constitución (de 1853) estableció como mar-
co de gobierno la descentralización existente de la autoridad nacional. Fueron
definidos los poderes del gobierno general y todos los demás reservados a las
provincias. Pero el gobierno todavía se encontraba centralizado, aunque de
una manera aproximada a la federación. El gobierno general en sus tres ramas
controlaba la interpretación de la constitución, la legislación civil y penal, así
como su ejecución, y los gobernadores de las provincias eran los representan-
tes del gobierno general encargados de hacer cumplir la constitución y las le-
yes además de las órdenes del presidente. Los requisitos para las enmiendas
constitucionales se habían vuelto más fáciles a fin que el congreso pudiera
ensanchar o disminuir la autonomía mediante legislación aprobada por una
mayoría de las cuatro quintas partes o por ambas cámaras, mediante asamblea
constituyente, o un acto legislativo aprobado en una sesión y aprobado nueva-
mente en la siguiente sin cambios radicales”.13

Semanas antes de que el congreso diera su aprobación al “Acto Adicional”,


específicamente, el 1 de febrero de 1855, el Dr. Justo Arosemena observó que
no había “medio entre el centralismo y la federación”, y que no podía ser efec-
tivo el gobierno municipal si no se le independizaba de los otros poderes. Al
darle vida propia, la Constitución de 1853 debía asegurársela y no dejarle a
merced de los Poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial como lo había hecho.
Dijo, asimismo, que el régimen municipal como se hallaba concebido no satisfa-
cía las necesidades de las provincias “porque tratándose de resolver un proble-
ma insoluble, se ha temido reconocer abiertamente la soberanía de las seccio-
nes y se las ha restringido queriendo liberarlas (…) entre la federación y el

12
Lázaro Mejía Arango: Los Radicales. Historia política del radicalismo del siglo XIX. Universidad Externado
de Colombia. Bogotá, 2003. Páginas 89 – 92.
13
Robert Louis Gilmore: El Federalismo en Colombia 1810 – 1858.Universidad Externado de Colombia y
Sociedad Santanderista de Colombia. Santafé de Bogotá D.C. 1995. Tomo I, página 223.

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centralismo no hay término medio. Escójase con sinceridad, pero no nos enga-
ñemos por más tiempo, ni engañemos a la Nación, cayendo en una red tejida
por nuestras propias manos. A nadie culpemos sino a nuestra inexperiencia
política”. 14

Este tema polémico lo abordó el Dr. Justo Arosemena, una y otra vez, en El
Estado Federal de Panamá, en cuyo último párrafo manifestó: “Siga en enhora-
buena la combinación centro - federal, que para mí no tiene las ventajas del uno
ni del otro sistema, i como todas las transacciones, sacrifica los derechos de
ambas partes; siga para el resto de la Nueva Granada, si le conviene i lo desea.
Pero el Istmo de Panamá, que en nada se parece a las otras comarcas grana-
dinas, quiere porque lo necesita, que su territorio reciba una organización dis-
tinta, una organización netamente federal, que no le haga por más tiempo one-
rosa la dependencia al Gobierno Supremo de otro país: dependencia aceptable,
útil i honrosa si no ataca sus derechos i sus intereses; pero altamente injusta e
intolerable, si compromete los beneficios que el Gobierno está destinado a pro-
ducir, en donde quiera que un puñado de hombres, se reúnen para llenar sus
grandiosos destinos sobre la tierra”.15 Pero, como vimos, el “Acto Adicional”
de la Constitución que creó el Estado de Panamá, estipulando que el territorio
que comprendía las provincias de Panamá, Azuero, Veraguas y Chiriquí forma-
rían “un Estado Federal soberano” como parte integrante de la Nueva Grana-
da, se hizo sobre la base de la Constitución de 1853 centro – federal y, por
consiguiente, con grandes limitaciones jurídico – administrativas para la auto-
nomía de la nueva entidad gubernamental.

Quizás, en el fondo, no convenía al gobierno neogranadino el establecimiento


de un Estado Federal en el Istmo de Panamá, con más atribuciones que las que
se le otorgó y que podían servir de modelo para otros Estados Federales que se
establecieran en el futuro. Así, en el artículo 12° del “Acto Adicional”, se
dispuso que una ley podía erigir en Estado que fuese regido conforme a dicho
Acto, cualquiera porción del territorio de la Nueva Granada. La ley que contu-
viera la creación de un Estado, tendría la misma fuerza que el acto de reforma
constitucional, “no pudiendo ser reformado si no por los mismos trámites de la
constitución.” Y a renglón seguido, se decía en un parágrafo que el mencio-
nando artículo, no hacía extensivo al nuevo Estado lo dispuesto en el artículo
con relación a las aduanas, que era solamente aplicable al Estado de Panamá.
14
El Estado Federal de Panamá. Comisión de la Asamblea Legislativa para la conmemoración del Cente-
nario de la República. Panamá, 2003, páginas 60-64.
15
Ibid.., página 99.

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Asimismo, en el artículo 14 de dicho “Acto Adicional”, se estipulaba que en
caso de adoptarse por la República “una reforma de la Constitución en el sen-
tido federal”, el Estado de Panamá quedaba “incluido en todas las disposicio-
nes de la confederación, con respecto de los negocios de la competencia gene-
ral, con tal de que no restrinjan las facultades concedidas a dicho Estado por el
presente acto constitucional”.

Observa un historiador norteamericano que: “La controversia que más debates


públicos suscitó fue la pugna entre centralistas y federalistas. Pero la discu-
sión no giró en torno al principio de un estado fuerte ya que todas las élites
apoyaban los postulados del Laissez – faire en el gobierno. En verdad, las
opiniones, se dividían entre aquellos que hallaban en el poder de los estados un
medio más eficaz de afianzar su poder e intereses personales y aquellos que
tenían éxitos en obtener control del gobierno central”. Y agrega: “En esta
época, los partidarios del federalismo tenían más a su favor. Como resultado
de las reformas de 1850, dos clases de limitaciones fueron impuestas al gobier-
no central: la reducción de sus ingresos y el establecimiento de severas restric-
ciones a la función legal del Estado”. 16

En definitiva, el Estado Federal de Panamá no fue precisamente un “estado


fuerte”, desde sus orígenes. Peor aún, al gobierno central no se le impusieron
limitaciones en lo referente a la recaudación de ingresos, más bien todo lo
contrario. Tampoco se establecieron severas restricciones a la “función legal
del Estado”, o sea al poder centralizado. En cambio, las limitaciones fueron
en detrimento de la nueva entidad gubernativa desde sus orígenes.

Precisa recordar que el extraño sistema de gobierno centro – federal era un


anhelo largamente acariciado por algunos notables citadinos para lograr su
máxima aspiración en aquel entonces, a saber: la libertad de comercio. En
diciembre de 1827, un miembro del Gran Círculo Istmeño, propuso al seno de
esta sociedad un proyecto de constitución centro -federal que lo aprobó y deci-
dió publicarlo en su periódico, al tiempo que remitió copias de la propuesta a los
diputados a la Convención de Ocaña. En el tratado de dietas departamentales
aparecen dos artículos dignos de resaltar. Así, el 45 decía: “la dieta del Istmo,
atendida la posición particular del Departamento, tendría la facultad de arre-
glar el comercio de tránsito para otras naciones, que se haga por aquel punto,

16
William Paul Mc Greevey: Historia Económica de Colombia 1845-1930. Tercer Mundo Editores.
Quinta Edición. Bogotá, 1989, página 87.

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sin perjuicio de los tratados que celebran los altos poderes de ellas”. En tanto
que en el artículo 96 se leía: “La dieta departamental del Istmo procurará por
medio de leyes francas y de impuestos modernos, atraer el comercio de los dos
mundos por aquella vía, y su primera atención sería la comunicación entre los
dos océanos que facilita la prontitud y comodidad de las empresas”. 17

Al año siguiente, en una “Junta Popular”, el síndico personero público manifes-


tó: “Qué se invitase al gobierno a tomar el Istmo bajo su inmediata protección,
haciéndole ocupar un lugar de predilección entre las naciones”. 18

Dentro de esta línea de propuestas, el 6 de noviembre de 1829, padres de fami-


lia, vecinos y comerciantes de la Ciudad de Panamá, elevaron una representa-
ción al libertador Simón Bolívar, dándole a conocer “el abatimiento y languidez
del comercio del Istmo” bajo instituciones que presentían “le serían próspe-
ras”. Era notoria la falta de concurrencia a los puertos istmeños de los merca-
deres de otras naciones y veían, “en fin la más espantosa miseria” al cumplirse
los ocho años de su independencia de España, “males que seguramente des-
aparecían con la apertura de un camino franco, o canal que comunicara el
Atlántico con el Pacífico”, así como también con algunas reformas en el siste-
ma de la administración anterior.

Para darle al Istmo “una mayor vitalidad comercial” se propuso a Bolívar: 1°.
Que se le declarase “país de libre comercio con todos los pueblos de la tierra,
sin prohibirse ninguna clase de efectos, frutos, o producciones, con absoluta
exención de derechos sin sufrir registros y sin estar sujetos los cargamentos a
depósitos, ni aduanas; 2°. Que se concediese a una compañía de capitalistas
extranjeros, la que ofreciera más ventajas, la apertura de un camino o canal
que hiciera “fácil y expedita la comunicación Norte a Sur del Istmo”, imponién-
dose un corto derecho municipal sobre las piezas que transitaran por él y 3°.
Que se arreglasen “los establecimientos interiores de un modo para sostener el
gobierno, las autoridades del país y una moderada guarnición“, que no sería
más que la necesaria a la seguridad del orden público”. 19

17
“Manifiesto que hacen a la Nación Mariano Arosemena y José de Obaldía sobre su conducta cívica”.
Panamá, por José Ángel Santos. Año 1831. Documento reproducido en la obra: Mariano Arosemena:
Historia y Nacionalidad. Estudio Preliminar Argelia Tello Burgos. Editorial Universitaria. Panamá, 1979,
página 31.
18
Ibid., páginas 31-32.
19
Ibid. pág. 32 y Lotería 2ª Época, Vol. XI, No. 127, junio, 1966, páginas 23-25.

Societas, Vol. 20, N° 1 37


No tuvieron efecto inmediato estas propuestas de los istmeños citadinos. Pero
estos continuaron clamando al gobierno central en aras de sus pretensiones
libre cambistas que identificaban con un régimen centro - federal. A raíz de la
desintegración de la Gran Colombia, Mariano Arosemena y José de Obaldía
manifestaron en octubre de 1831: “El Istmo no debe ser parte integrante del
Estado Granadino, si éste se constituye bajo una forma estrictamente central,
porque la enorme distancia que le separa de Bogotá, hace que sus intereses
locales sean desatendidos, que la acción benéfica del gobierno no llegue si no
desvirtuada hasta nosotros y que continúe para siempre estacionario, en medio
de los preciosos elementos que posee para llegar a ser el emporio del comercio
de los dos mundos.

Ora sea pues, que se subdivida el territorio que comprende a los seis Departamen-
tos inconstituidos, formando de él dos Estados de la Unión Colombiana, ora que
conservando el uti possidetis las tres grandes secciones nacionales, la Nueva Gra-
nada abrace el sistema centro – federativo, a fin de que cada Departamento use
con plenitud del poder municipal; lo cierto es que bajo cualquier aspecto las refor-
mas mercantiles son de absoluta necesidad para el Istmo, atendida su posición
topográfica, el clamor de sus habitantes y el movimiento universal que ha dado en
los últimos cuarenta años el planeta que habitamos…” 20

A comienzos de septiembre de 1835, Mariano Arosemena abogaba ante el pre-


sidente de la Nueva Granada, Francisco de Paula Santander, para que la próxi-
ma sesión legislativa suspendiera la restricción del artículo 13 sobre comercio
libre, a fin de que Panamá y “Portobelo entrasen a disfrutar inmediatamente”
de los privilegios que se les concedían, “atendida su posición geográfica”. Dijo,
además, que a su salida de Cartagena pudo percibirse del plan que se formó allí
y en Mompós “para pedir al Congreso, por medio de sus Cámaras provinciales,
la federación por distritos”. Y exclamó: “En el Istmo no se hará semejante
locura, porque sabemos que la menor alteración en el sistema gubernativo sería
la muerte civil de la Nueva Granada. Temiendo que estos conatos de federa-
ción se lleven al fin a las Cámaras legislativas, trabajamos fuertemente para
que los representantes de Veraguas y Panamá concurran a la sesión de 1836 y
puedan, acompañados de otros diputados juiciosos, oponerse a tal designio, que
vuelvo a repetir traería nuestro descrédito y la ruina completa del país”. Y en
una posdata, decía: “Contamos para contrariar los esfuerzos del Magdalena

20
“Manifiesto que hacen a la Nación Mariano Arosemena y José de Obaldía sobre su conducta cívica”. Op.
Cit. página 33.

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por la federación, con algunos diputados patriotas de esta Cámara de Provincia,
entre ellos el señor Arango, que sería probablemente el presidente de ella”. 21

Al mes siguiente, es decir en octubre de 1835, Mariano Arosemena le comuni-


có a Santander: “Mi proyecto de obrar contra la federación intentada por algu-
nos exaltados de Cartagena y Mompós, ha correspondido perfectamente. Esta
Cámara provincial elevó al Congreso una exposición de sólidos fundamentos
que hay para conservar intacta la Constitución de la República. Yo he redacta-
do esta pieza y celebraría que fuese de la aprobación de usted los términos en
que está concebida…”. 22

Fervientes defensores del sistema de gobierno centro – federal, tanto José de


Obaldía como Mariano Arosemena, sólo momentáneamente apoyaron el
federalismo. El primero, si bien, en su condición de vicepresidente de la Repú-
blica de la Nueva Granada, sancionó el acto adicional a la Constitución que
creó el Estado de Panamá el 27 de febrero de 1855 y el decreto convocando la
asamblea constituyente de la nueva entidad gubernamental el 13 de marzo del
mismo año, poco después no ocultó sus duras críticas al régimen federal, como
veremos más adelante. En tanto que el segundo presidió la mencionada asam-
blea constituyente que promulgó la Constitución Política del Estado de Panamá
y expidió las primeras leyes que regirían en el mismo. Pero tras la renuncia de
su hijo Justo Arosemena como presidente provisorio, no tardó en fustigar al
federalismo e incluso se mostró partidario de la anexión de Panamá a Estados
Unidos que consideraba sería la única forma de salvar al Istmo, ante las pug-
nas oligárquicas de la que él mismo formaba parte. Posteriormente, nos ocu-
pamos en detalle de este punto.

Las Tierras Baldías: especulación y monopolio

Ciertamente, las tierras baldías que en el “Acto Adicional” se reservaba la


Nación, pasaron a ser un recurso que no beneficiaba al gobierno de la Nueva
Granada ni tampoco al Estado de Panamá, sino más bien a intereses privados e
inclusive extranjeros. Ello, a pesar de que en el artículo 11° del mencionado
documento, se cedían a dicho Estado, ciento cincuenta mil hectáreas de las
tierras baldías que existían dentro de sus límites sin incluir las que había debido
“recibir conforme a la ley de las cuatro provincias”. El Dr. Justo Arosemena

21
Ibid., página 56-57.
22
Ibid., 58-59.

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dijo, con razón, que, era “una quimera” el alto precio que muchos le daban a
las tierras baldías en el Istmo y que, por tanto, el “sacrificio” que hacía la
Nación dejándolas al Estado de Panamá, era “casi nulo”. Explicó que los habi-
tantes de las provincias de Panamá, Azuero, Veraguas y Chiriquí poseían en
común, por compra al gobierno español, las mejores tierras de pasto y labran-
tíos que existían en ellas. Estas tierras pasaban, con mucho, de 3.000.000 de
fanegadas y ocupaban casi todo el territorio del Istmo desde Punta Burica
hasta el río Bayano y desde la cordillera al Pacífico. Las cuatro provincias
tenían, además, derecho a 25.000 fanegadas, conforme a la ley general de la
República. Más aún, recordó que la Compañía del Ferrocarril tenía derecho a
150.000 fanegadas, lo que hacía un total de tres millones y medio de fanegadas
de tierras en el Istmo que no pertenecían al gobierno nacional y que competi-
rían en el mercado con las tierras que éste conservara allí y tratara de enaje-
nar. Había otras tierras baldías que podían comprar empresarios particulares y
que entrarían en competencia con las del gobierno nacional. Incluso la Compa-
ñía del Ferrocarril no hacía valer sus ganancias en las tierras que se le habían
concedido y aún no pretendía la adjudicación. Por lo mismo, lo más probable,
según el Dr. Arosemena, era que la empresa “prefería llamar a ellas la inmigra-
ción extranjera vendiéndolas a un precio baladí”. De modo que la especulación
de las tierras en el Estado de Panamá estaría a la orden del día. De allí que
advirtiera: “Las provincias del Istmo i todos los otros poseedores (…) pueden
bajar y bajarán sus precios más allá del que por regla general y común a toda la
república tienen las tierras baldías de suerte que el gobierno nacional no podrá
sostener la competencia”. 23

No mencionó el Dr. Justo Arosemena que la empresa ferroviaria arrendaba a


particulares, por tiempo limitado, los terrenos que se le adjudicaron en la isla
de Manzanillo donde se levantaron casas y otras edificaciones dedicadas al
comercio que conformaron la ciudad de Colón, llamada por los norteamerica-
nos Aspinwall. A comienzos de mayo de 1854, él mismo se refirió a la resisten-
cia de los extranjeros residentes allí a pagar ciertas contribuciones establecidas
por el cabildo en enero de ese año. Tras un mitin adoptaron esta decisión, en su
condición de arrendatarios de la Compañía del Ferrocarril, manifestando que
sólo desistirían de su actitud, hasta que en el contrato Stephens-Paredes se
reconociera el derecho de imponerles las mencionadas contribuciones. 24

23
El Estado Federal de Panamá. Op. Cit., páginas 91-92.
24
“El Istmo de Panamá”, El Panameño. Panamá, 3 de mayo de 1854. Documento reproducido por Argelia
Tello Burgos. Escritos de Justo Arosemena. Estudio Introductorio y Antología. Biblioteca de la Cultura
Panameña. Universidad de Panamá. Panamá, 1985. Página 93.

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No era la primera vez que el Dr. Arosemena abordaba el espinoso asunto de
las tierras baldías en el Istmo, donde la especulación de éstas era una especie
de moneda común y corriente. A mediados de 1850, criticó fuertemente a las
autoridades de la provincia de Panamá por darle paso a las pretensiones del
general Tomás Cipriano de Mosquera de adquirir mediante compra los terrenos
de la Explanada, denunciando que eran propiedad del gobierno. Con fina iro-
nía, dijo, en esa ocasión: “El General Tomás C. Mosquera, por más político y
guerrero que haya sido, no podía formar una excepción, viviendo en la activa
Panamá; y desde que llegó a ella, se olvidó de los rojos y de los pálidos, y
apasionóse de otro color más bonito, un amarillo anaranjado, que con tanta
abundancia corre por este suelo, y que no puede verse sin que vibren las fibras
del corazón. Pensó, pues, como todos en especular y asumió solo la idea de
obtener por un precio baladí los terrenos que en forma de explanadas, se hallan
entre los pasos de esta ciudad y las primeras casas de los arrabales, o sea,
distrito parroquial de Santa Ana; y en verdad que si se saliera con la suya, el
negocio le valdría más que la presidencia de la Nueva Granada, metálicamente
hablando, porque unos solares espaciosos en el centro de la población, y próxi-
mos según todas las probabilidades, a la extremidad del ferrocarril, vendrían a
ser una Californita”.25 Con todo, las explanadas se traspasaron a Tomás Cipriano
de Mosquera y José Marcelino Hurtado, en un proceso muy cuestionado y que
se consideró escandaloso. Por último, éstos, a su vez, vendieron las tierras
objeto de polémica a la Compañía del Ferrocarril. 26

Como bien indica el sociólogo Alfredo Figueroa Navarro: “Habida cuenta del
hecho de que los suelos del arrabal de Santa Ana son más baratos que los de la
minúscula Ciudad de Panamá, los patricios tratan de procurarse más propieda-
des situadas en el extramuros con el objeto de especular sobre el precio de la
reventa. En efecto, dado que la urbe está saturadísima de inmigrantes, infini-
dad de extranjeros prefieren comprar lotes en el arrabal a fin de establecer sus
almacenes y depósitos. Con todo, principiada la California, los notables ad-
quieren, con suma celeridad, esos terruños, en ocasiones detentados por
arrabaleros…” 27

25
“Explanadas” El Panameño. Panamá, 4 de agosto de 1850. Documento reproducido por Argelia Tello
Burgos: Escritos de Justo Arosemena: Ibid, páginas 174-175.
26
Véase a Eduardo Tejeira Davis: Panamá: El Casco Antiguo y la dinámica de sus transformaciones.
Gobierno Nacional. Instituto Nacional de Cultura. Oficina del Casco Antiguo. Ciudad de Panamá. 2013,
Página 45. Esto se demuestra en documento que reposa en el Archivo Nacional de Panamá, Notaría
Primera. Escritura 29 de 18 de abril de 1856.
27
Dominio y Sociedad en el Panamá Colombiano (1821-1903). Op. Cit. Páginas 283-284.

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Un documento de los inicios de la reactivación de la ruta de tránsito en los
agitados días de la “fiebre del oro” de California, evidencia, a su vez, la “fiebre
de la especulación de las tierras”, en los alrededores de la Ciudad de Panamá.
“Ernesto (…) se dirigió a Lewis, solicitando si quería vender Paitilla y creemos
sea porque tengan relación con el término del Ferrocarril. Aquél le contestó
que se le vendería por $ 300.000.00. A mí se dirigió con la inconclusa cartita,
fui allá con el testimonio y le dije: si en Paitilla es el término del Ferrocarril, vale
$300.000.00; mas yo no soy tan codicioso, y la esposa del Coronel (Tomás)
Herrera, me ha facultado para admitir 3,000 águilas de a 10 pesos cada una y
si hacen allí una población, será precisa condición que se nombre “Herrera” y
que se le dé una cuerda de terreno cerca de la Quebrada de los Puercos para
que su amo edifique y se bañe allí en cueros. Sea o no sea, lo que si es cierto,
es que Paitilla vale hoy 10.000 pesos y que Bernardo Arce se ha puesto furioso
porque Picón dijo que habían ofrecido B/.8.000.00 y Pepe Pérez para ayudarlo
más dijo que él daría B/.10.000.00. Ramón Icaza ha comprado la casa y las
tierras del Cangrejo, en dos mil doscientos pesos, al contado ($ 200.00), y Va-
llarino ha comprado la Huerta de la Valé y el cocal de Pacheco, se cree que
éste para Zachrison”. 28

Con motivo de un proyecto de acuerdo del cabildo de la Ciudad de Panamá


“adicional al de ventas de terrenos y fincas”, de conformidad con la atribución
que le daba el artículo 31 de la ley de 30 de mayo de 1849, se suscitó encendida
controversia, sobre todo en lo concerniente a los ejidos o tierras comunales,
ocupadas por propietarios particulares mediante licencias otorgadas por los
ayuntamientos “a cambio de sumas pagaderas anualmente”. El Dr. Justo Aro-
semena observó que era evidente que los ejidos eran “tierras propias de la
ciudad” que no podían adquirirse por nadie, ya en posesión, ya en propiedad,
sino por los trámites legales”. Por ello, todo el que lo contrario hiciere, usurpa-
ba a la ciudad lo que le pertenecía. En consecuencia, salió en defensa de la
decisión adoptada por el cabildo citadino, en el sentido de que se consideraba
que poseían terrenos indebidamente a los ocupantes que no presentaran títulos,
a los que presentando un título de enfiteusis, obtenido por sí, habían dejado de
pagar el canon o pensión durante dos años, o adquirido por sus predecesores en
el terreno, no constaba que el cabildo “hubiese prestado su consentimiento en
la transmisión del derecho”. También entraban en esta situación aquellos que,
alegando propiedad, no presentaban documentos que les acreditaban haber com-
28
J. Anzoátegui a Tomás Herrera, Panamá, 26 de septiembre de 1849. En la obra Correspondencia y otros
Documentos del General Tomás Herrera. Biblioteca de Historia Nacional. Tipografía y Casa Editorial “La
Moderna”. Panamá, 1928, tomo 1, páginas 401-402.

42 Societas, Vol. 20, N° 1


prado ellos o sus antecesores el terreno que ocupaban a la corporación parro-
quial que hiciera las veces del cabildo, sin que pudiese favorecerles la prescrip-
ción si se trataba de terrenos en los ejidos, pues estos “como bienes de uso
común de los habitantes”, mientras no se enajenaran, eran aquellas cosas que
no podían prescribirse.

Observó que las tierras de los pueblos habían sido “siempre objeto de codicia
de los particulares, y tanto por el poco cuidado que de ordinario tienen los
guardianes de las cosas públicas, como por la respetabilidad del propietario, las
leyes han concedido ciertas preeminencias, entre ellas la de que no puedan
prescribirse cuando son del oro común de los vecinos, como los ejidos…”

Se preguntó también: “Si intereses de esta clase, ni de ninguna clase, pueden


adquirirse en posesión o propiedad por el mero hecho de ocuparlo, sin título de
arriendo, ni compra ni de enfiteusis, ni de especie alguna, sino la sola voluntad
del que lo toma y la negligencia de las autoridades municipales. Si esto es así,
deseamos saberlo inmediatamente porque no nos vendría mal un pedazo de
tierra en San Miguel donde van adquiriendo tanto valor y a dónde no tardará en
llegar la Ciudad de Panamá. Según la jefatura política, bien podíamos hacerlo;
mas nosotros sabemos lo contrario, y no solo faltáramos a un deber de concien-
cia obrando contra nuestra convicción, si no que nos expondríamos a ser des-
pedidos con cajas destempladas el día que otro jefe político, menos liberal con
las tierras de la ciudad, y más cuidadoso de asegurarle lo que es suyo, nos
hiciese ver que en ningún país ya poblado de tiempo atrás, las tierras pueden
tomarse como los cocos de nuestras playas desiertas o como las guayabas y
los paicos de nuestras sabanas, y mucho menos cuando esas tierras pertene-
cen a una ciudad y están situadas ventajosamente”.

Ante las críticas contra el cabildo por la “cuestión ejidos”, el Dr. Justo Arose-
mena, no pudo menos que decir: “Desgraciadamente estamos en un país donde
el patriotismo es planta exótica, y así es que cuando un empleado o particular
se muestra celoso por el bien público, a nadie se le ocurre que el tal bien públi-
co sea un objeto cardinal, si no pretexto para otros fines, que cada una va
buscando y hallando a las mil maravillas. ¡Pobre país!” 29

Días antes de que la asamblea constituyente del Estado de Panamá expidiera


la primera ley, el 16 de julio de 1855, el congreso neogradino legisló sobre
29
“Cuestión ejidos” El Panameño, 27 de abril de 1851. Documento reproducido por Octavio Méndez
Pereira: Justo Arosemena. Op. Cit. Páginas 101-107. Y Argelia Tello Burgos. Op. Cit. Páginas 176-185.

Societas, Vol. 20, N° 1 43


concesiones a la Compañía del Ferrocarril. En esta ocasión, autorizó al Poder
Ejecutivo ceder a esta empresa, “en plena i perpetua propiedad, todas las tie-
rras pertenecientes al Estado” que comprendían la isla de Manzanillo en la
bahía de Limón, “con la reserva y demás condiciones” que el mismo Poder
Ejecutivo estimara conveniente estipular a favor de la Nación, y sin que por
esto se entendieran “alterados los derechos que dicha Compañía tenía adquiri-
dos al uso temporal de los baldíos existentes en dicha isla con arreglo a los
artículos 16 y 17 del contrato del 4 de junio de 1850”. Del mismo modo, el
Poder Ejecutivo concedería “en propiedad a la expresada Compañía” como
parte de los baldíos a que tenía derecho por el contrato, los terrenos o playas que en
ambos extremos del ferrocarril podía aprovechar en la parte ocupada por el mar,
cuando éste más crecía. Esta concesión no privaba a la Ciudad de Panamá del
derecho que tenía al uso de aquellos lugares que cubiertos por el agua facilita-
ran la entrada y salida del puerto a toda clase de embarcaciones. 30

En un plano de 1855 sobre el acaparamiento de las tierras, se observa clara-


mente y “muestra” los nombres de los propietarios de las extensiones del intra-
muros, es decir a San Felipe y sus alrededores. En el mismo se observa que la
Compañía del Ferrocarril, con la hacienda Santa Cruz, poseía la mayor parte
de las propiedades territoriales.31 En aquel entonces, la estación del ferrocarril
estaba a la orilla del mar, en Playa Prieta, muy cercana al barrio de la Ciénaga
habitado por gente del arrabal. Allí, precisamente, se suscitó el incidente de la
“Tajada de Sandía”, el 15 de abril de 1856.

A raíz de este sangriento suceso, la Compañía del Ferrocarril, cuya estación


fue asaltada por los habitantes del barrio de la Ciénaga y de otros puntos del
arrabal, con el trágico resultado de numerosos muertos y heridos, en su gran
mayoría norteamericanos, le propuso al cabildo de la Ciudad de Panamá la
compra de los terrenos donde se asentaba aquel barrio. Si bien el ayuntamien-
to acordó la venta, públicamente se advirtió que los ejidos no eran de su res-
ponsabilidad y, por lo tanto, la medida carecía de legitimidad. Se observó, asi-
mismo, que la empresa ferroviaria no tenía derecho a exigir dichas tierras, a
menos que el gobierno nacional accediera a ello. Además, se indicó, que la
venta de la Ciénaga traería muchos conflictos con los propietarios de las casas

30
“Lei (De 9 de junio de 1855) Sobre concesiones a la Compañía del Ferrocarril de Panamá. República de
la Nueva Granada. Gaceta Oficial. Año XXIV Año 1828 Bogotá, viernes 15 de junio de 1855. Op. Cit.
31
Patricia Pizzurno: Consideraciones históricas, patrimoniales y turísticas sobre el casco antiguo de la
ciudad de Panamá. Panamá, 2005, página 17.

44 Societas, Vol. 20, N° 1


de San Felipe y que no sería justo que tales edificaciones “fueran demolidas ni
puestas a merced de la Compañía del camino de hierro”.32

Muy distinto, como vimos, era el dominio, prácticamente absoluto, que la Com-
pañía del Ferrocarril tenía en Colón, situación que se prolongó por mucho tiem-
po. Aproximadamente tres décadas después de la creación del “Estado de
Panamá”, Eusebio A. Morales denunció que: “Esa Compañía estaba en pose-
sión entonces de toda el área de la isla de Manzanillo alegando concesiones de
la Nueva Granada y de Colombia, y en tal carácter daba en arrendamiento por
cortos plazos de cinco años los lotes de terrenos o solares sobre los cuales
había que edificar las casas de habitaciones, los hoteles, los almacenes y esta-
blecimientos comerciales. Le bastaba a la Compañía del Ferrocarril negarse a
prorrogar un contrato de arrendamiento para que sus habitantes dejaran de
tener casa propia o un comerciante su establecimiento mercantil o un hotelero
su hotel. En suma, existía una evidente y depresiva limitación de libertad, una
especie de esclavitud intolerable para todo aquel que tuviera en la ciudad nego-
cios permanentes y valiosos”. Esto explica también por qué se edificaba en
madera y, en consecuencia, la ciudad estaba expuesta a ser pasto de las lla-
mas, como ocurrió en 1885. “Todo el mundo temía ser desposeído del suelo a la
expiración del plazo (de cinco años) y sin derecho a reclamos ni indemnización
por la construcción que debía ser abandonada y demolida…” 33

En resumen, la especulación, con las tierras baldías fue un negocio muy renta-
ble en las ciudades de Panamá y Colón, sobre todo con la reactivación de las
actividades terciarias en la ruta de tránsito. La Compañía del Ferrocarril que
tenía amplios privilegios concedidos por el gobierno de la Nueva Granada supo
aprovecharse de ello para su propio y exclusivo beneficio que, en el caso del
puerto de Colón, entrañó un monopolio que se mantuvo durante varias décadas.

Unas rentas comprometidas y controversiales

De conformidad con el artículo 5° del “Acto Adicional”, se indicaba que no


obstante lo dispuesto en el párrafo 5° del artículo 3° referente al crédito nacio-
nal del que dependería el Estado de Panamá de la Nueva Granada, el sistema
de aduanas no podría establecerse en dicho Estado “sin la aquiescencia de su

32
“La Ciénaga”: El Elector. Nueva Granada. Estado de Panamá. No. 4, Jueves, 10 de junio de 1858, páginas
1 y 2.
33
“Colón: Su pasado y su porvenir” Ensayos, Documentos y Discursos. Segunda edición. Colección
Kiwanis. Prólogo de Julio E Linares. Panamá, 1977, páginas 225-227.

Societas, Vol. 20, N° 1 45


propia legislatura”. A su vez, en el artículo 3° de la ley de 24 de mayo de 1855:
“Sobre Administración en el Estado de Panamá de los negocios que allí se ha reser-
vado la Nación”, se dispuso que las rentas de manumisión y de papel sellado, “como
íntimamente relacionadas” con la legislación civil, dejaban de ser nacionales en el
Estado de Panamá”. Por consiguiente, su legislatura podría “suprimirlas, reformar-
las o conservarlas en su beneficio, según lo tuviera por conveniente”. Del mismo
modo, en el artículo 4° de la citada ley, se decía que todos los objetos no gravados
en el Estado de Panamá con una contribución nacional, podrían serlo por la legisla-
tura del mismo Estado, imponiendo sobre ellos las contribuciones que a bien tuvie-
se. Pero se exceptuaban las propiedades nacionales en este Estado, que no podían
ser gravadas por dicha legislatura, ni por ninguna otra corporación o autoridad con
impuestos de cualquier clase que fuesen.

Más eso no era todo. También se hizo la advertencia que tampoco podrían “hacer-
se innovaciones de ninguna especie por el Gobierno del Estado de Panamá, en las
estipulaciones del contrato del Ferrocarril a través del Istmo”. El mismo quedaba
siempre bajo la exclusiva “dependencia del Gobierno de la Nueva Granada”.

En este punto, es oportuno tener presente también el artículo 10° del “Acto
Adicional” que establecía: “sean cuales fueren las variaciones que en lo suce-
sivo pueda sufrir el presente Acto legislativo, i las consiguientes disposiciones
de la Constitución que expida la legislatura constituyente del Estado de Pana-
má, en ningún caso podrán alterar los derechos que la República se ha reserva-
do sobre las vías de comunicación interoceánicas. Los productos i beneficios
que la República debe obtener en virtud de tales derechos, quedan irrevocable-
mente destinados a la amortización de la deuda nacional”.

De este modo, algunos derechos que se reservaba la Nación o el gobierno


central en el Estado de Panamá, estaban estrechamente amalgamados con los
intereses capitalistas y hegemónicos de las empresas privadas extranjeras o
del propio gobierno de Estados Unidos en el Istmo de Panamá. Como observó
el Dr. Justo Arosemena: “La Nación se ha reservado todas las utilidades pro-
venientes de las vías interoceánicas, privando al Istmo de las ventajas que po-
día obtener para sí del ferrocarril actual i de cualesquiera otros caminos seme-
jantes; i como todas las otras provincias pueden sacar provecho de sus vías de
comunicación, el Istmo sufre una desigualdad injustificable…” 34

34
“¡¡ Estado de Panamá!! A Fabio”. Bogotá, febrero 14 de 1856. El Panameño. No. 743, de 16 de marzo
de 1856. Documento reproducido en la revista Lotería. 2da. Época, volumen XII, No. 141, Panamá,
República de Panamá. Agosto de 1967. Op. Cit. Página 139.

46 Societas, Vol. 20, N° 1


En efecto, en el Contrato Stephens – Paredes, la Compañía del Ferrocarril se
obligaba a pagar anualmente al gobierno de la Nueva Granada el 3 de por
ciento de los beneficios netos de la empresa, en la misma proporción en que se
debía de repartir en los dividendos a sus accionistas, “sin poner en cuenta,
para el pago de este tres por ciento deducción alguna por intereses presumidos
del capital social”, ni por cualquier cantidad que los socios destinaran para
fondos de reserva o de amortización. Igualmente, se indicó que el pago del
expresado tres por ciento se verificaría en Bogotá, Panamá o Nueva York,
según lo ordenara el gobierno de la república (artículo 55).

Por otra parte, se dispuso en el mencionado contrato que no se impondrían


“derechos ni contribuciones nacionales, provinciales, municipales ni de ningu-
na clase sobre el ferrocarril, ni sobre sus almacenes, muelles, máquinas u otras
obras, cosas y efectos de cualquier especie” que le pertenecieran y que a juicio
del Poder Ejecutivo “se necesitaran para el servicio del mismo ferrocarril o de
sus dependencias”.

Como compensación se estipulaba, expresamente, que “en todo caso y no obs-


tante cualquiera disposición del contrato que le fueren contrarias, las tropas,
pertrechos armas, vestuarios u otros efectos” propiedad del gobierno de la
República, y los individuos que vinieren a ella como nuevos pobladores por
cuenta del Estado, serían transportados gratuitamente por el ferrocarril, a car-
go y costo de la Compañía, y sin que el gobierno, ni las tropas y colonos expre-
sados tuvieran que “abonar cantidad alguna por razón de los fletes, ni por nin-
guna otra causa” (artículo 33).

Se estipuló también, que “los pasajeros, dinero, mercancías, objetos y efectos


de todas clases” que fuesen transportados a través del Istmo, para ir de uno a
otro océano por el camino de carriles de hierro”, estarían “exentos de derechos
e impuestos nacionales provinciales, municipales o de cualquier otra especie”.
Además, “la misma exención”, se extendía a todos los efectos y mercancías
que quedaran “en calidad de depósito en los puertos, almacenes y escalas de la
Compañía con destino al exterior o al interior”, pero las mercancías o efectos
que se destinaran al consumo interior de la República,“pagarían los derechos e
ingresos establecidos o que se establecieran, al salir dichos efectos de los al-
macenes de la Compañía para lo cual se obraría “con conocimiento de los
empleados de la República y conforme a las leyes y los reglamentos que dicta-
ra el Poder Ejecutivo” (artículo 39).

Societas, Vol. 20, N° 1 47


Incluso los extranjeros que formaran “establecimientos en las tierras concedi-
das gratuitamente a la Compañía”, estarían exentos durante veinte años “con-
tados de la formación de tales establecimientos, de toda contribución forzosa, y
la de los diezmos y primicias sobre los fondos rurales y el consumo interior de
sus productos”. Más aún, estos colonos extranjeros, tendrían derecho a obte-
ner cartas de naturalización luego que solicitaran, fijando su residencia en el
territorio de la República, y durante el expresado término de veinte años, “con-
tados desde la formación de sus establecimientos”, no serían obligados a servir
al ejército, marina o guardia nacional, ni serían “llamados a tomar las armas
en defensa de la República sino en el caso de invasión del territorio por una
nación extranjera”.

Si bien en el caso de los colonos extranjeros, estas estipulaciones no llegaron a


aplicarse, todo lo contrario ocurrió con las exenciones de impuestos otorgadas
a la Compañía del Ferrocarril y a los ciudadanos estadounidenses. Ambos se
ampararon bajo los privilegios de esta empresa para negarse a pagar las contri-
buciones establecidas por las autoridades locales en el Istmo de Panamá.

Al respecto, el Dr. Justo Arosemena manifestó: “Desde que se creyera facultada


la Compañía del Ferrocarril para estorbar el establecimiento de derechos fis-
cales en nuestros puertos, se creerá facultada así mismo para impedir cuanto
se hiciera en lo relativo a contribuciones cuando éstas afectaran al extranjero”.
Argüiría de este modo: “No se puede establecer una contribución sobre las
rentas en ganancias comerciales, por cuanto ésta minoraría los tránsitos de
mercancías por el camino: no se puede establecer una contribución sobre los
hoteles, por cuanto así se gravarían a los pasajeros; no se puede establecer una
contribución sobre los botes para los embarques, por cuanto los transeúntes y
las mercancías se gravarían y entonces este gravamen afectaría al ferrocarril.
Los impedimentos, para las contribuciones nuestras tendrían un límite conoci-
do. ¡Empero esto es raciocinar con acierto! No vacilamos en responder que
todo ese fárrago de cosas sería ridículo hasta el extremo”. 35

Conviene recordar, por otra parte, que el artículo XXXV del Tratado General
de Paz, Amistad y Comercio, mejor conocido como Tratado Mallarino-Bidlack,
suscrito el 12 de diciembre de 1846 entre la Nueva Granada y Estados Unidos,
tuvo especial significado para el Istmo de Panamá, así como importantes re-
35
Justo Arosemena: “Contribución sobre buques conductores de pasajeros”. El Panameño. Panamá. 5 de
agosto de 1855. Documento reproducido por Argelia Tello Burgos. Escritos de Justo Arosemena. Op. Cit.,
páginas 109-110.

48 Societas, Vol. 20, N° 1


percusiones antes, durante y después de la creación del Estado Federal en este
territorio. Además de las facilidades de índole comercial para los ciudadanos,
buques y mercancías estadounidenses en los puertos neogranadinos, incluyen-
do obviamente los situados en el Istmo de Panamá, el gobierno de la Nueva
Granada garantizaba al gobierno de Estados Unidos que el derecho de vía o
tránsito a través del mencionado Istmo, por cualesquiera medios de comunica-
ción que existían en aquel entonces o que en lo sucesivo pudieran abrirse, esta-
ría “franco y expedito” para los ciudadanos y para el transporte de cualquier
artículo de lícito comercio. Tampoco se le impondrían ninguna clase de dere-
chos, peajes o impuestos. Y para la seguridad del goce tranquilo y constante de
estas ventajas y en especial compensación de ellas y de los favores adquiridos,
Estados Unidos garantizaba positiva y eficazmente a la Nueva Granada (…) la
perfecta neutralidad del ya mencionado Istmo, en la mira de que en ningún
tiempo “fuese” interrumpido ni embarazado “el libre tránsito de uno a otro mar”.
Por consiguiente, garantizaba de la misma manera, los derechos de soberanía y
propiedad que la Nueva Granada tenía y poseía sobre dicho territorio.

Varios puntos es necesario destacar en estas estipulaciones de gran importan-


cia y alcance del Tratado Mallarino – Bidlack. Ante todo, lo relacionado con el
compromiso de Estados Unidos de garantizar la soberanía y propiedad de la
Nueva Granada en el Istmo de Panamá. En primer lugar, constituía, en puridad,un
protectorado estadounidense dirigido a detener el expansionismo británico des-
de Centroamérica, concretamente con la punta de lanza del reino de la Mosquitia
o de los Mosquitos y sus pretensiones de dominio efectivo en Bocas del Toro,
así como la simpatía que despertaba entre algunos notables de la Ciudad de
Panamá la anexión a Gran Bretaña, por la vía del almirantazgo con sede en
Jamaica, como se demostró en 1830. 36 En segundo término, era también, una
forma de ponerle freno a los intentos separatistas de los istmeños, con caracte-
rísticas muy peculiares y hasta ambiguas, plasmados en los movimientos
secesionistas de 1830, 1831 y 1840.

Lo anterior estaba estrechamente vinculado con la construcción y control de


una ruta interoceánica. Desde los primeros años de la unión a la República de
Colombia, los notables istmeños de la zona de tránsito dieron a conocer su
interés de que Panamá se convirtiera en un “país hanseático”, es decir un
“emporio comercial” abierto a todos los países del orbe, gracias a la ruta

36
Celestino Andrés Araúz y Patricia Pizzurno: El Panamá Colombiano. Primer Banco de Ahorros y Diario
La Prensa – Panamá, 1993. Página 79.

Societas, Vol. 20, N° 1 49


intermarina construida por Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos de Améri-
ca. Esta suerte de protectorado foráneo conjunto era, en esencia, utópico,
pero reflejaba una mentalidad que entrañaba el interés de obtener, como quiera
que fuese, el mayor provecho posible de la privilegiada posición geográfica de
Panamá. Evidentemente, el Tratado Mallarino-Bidlack coartaba esta preten-
sión de los istmeños.

En segundo lugar y desde otro ángulo no menos importante, es indudable que la


Compañía del Ferrocarril resultó la principal beneficiada de algunas de las es-
tipulaciones del artículo XXXV del Tratado Mallarino-Bidlack. En especial
con la garantía al gobierno de Estados Unidos por parte de su homólogo de la
Nueva Granada del derecho de vía o tránsito a través del Istmo de Panamá por
cualquier medio que existiera o en lo sucesivo pudiera abrirse. Éste estaría
franco y expedito para los ciudadanos y el gobierno estadounidense a los que
no se le impondrían ni cobrarían ninguna carga impositiva, si no en circunstan-
cias semejantes a los ciudadanos neogradinos. Del mismo modo, la empresa
ferroviaria se convirtió en el eje central de la garantía por Estados Unidos de la
“perfecta neutralidad del mencionado Istmo”, para que en ningún tiempo fuese
interrumpido el libre tránsito de uno a otro mar.

“La inmigración de hombres civilizados” para “mejorar la raza en Pa-


namá” y la naturalización de extranjeros.

Decadencia económica profunda y atraso en todos los órdenes de la vida ma-


terial eran las características sobresalientes del Istmo de Panamá, durante las
aproximadamente tres primeras décadas del período de unión a la República de
Colombia, poco después denominada Gran Colombia y, al desintegrarse ésta,
Nueva Granada (1821-1849). Para encarar esta difícil situación, que bien po-
día hacerse extensiva a todo el territorio nacional, el Dr. Justo Arosemena pro-
puso la adopción de una serie de reformas en la administración pública y la
instrucción primaria, así como la creación de periódicos provinciales, estableci-
miento de “un buen alumbrado público”, mejoras en el servicio de correos y la
apertura de caminos nacionales y municipales. También abogó por “la inmigra-
ción de hombres civilizados” como “el único medio” de mejorar la raza en
Panamá y porque era también “muy eficaz para adelantar rápidamente en el
camino de la civilización” por el ejemplo que representaban. 37

37
“Nuestros intereses materiales” El Día. Bogotá 5, y 29 de noviembre de 1846. Documento reproducido
por Argelia Tello Burgos: Escritos de Justo Arosemena, Op. Cit., páginas 29 y 30.

50 Societas, Vol. 20, N° 1


Esto último era necesario e impostergable, dada la condición de las masas “en
extremo ignorantes e indolentes”, al punto de hacerles el bien casi por la fuer-
za”. 38

En efecto, la población del Istmo estaba “compuesta de las tres razas más
indolentes, a saber, la indígena, la negra y la española”. Gozaba, “por precisión
de los atributos que las distinguían”. Era “esencialmente apática” y además
tenía “en contra la actividad del suelo mismo en que habitaba”. Nada incitaba
“tanto al trabajo como la urgencia de satisfacer las más imperiosas necesida-
des”.

Al respecto, el Dr. Arosemena dio ejemplos sobre la relación del hombre con
su entorno. En Europa “donde la abundancia de la población y la limitación de
las tierras” hacía muy difícil “el mantenimiento”, los hombres eran “más o me-
nos industriosos”. En tanto, que en Estados Unidos, cuyos habitantes eran
“hijos de la raza más activa” que se conocía, también había “espíritu industrial,
aunque proveniente de otra causa”. De allí que la raza y el suelo “determina-
ban” con mucha propiedad “el grado de energía de un pueblo, pero energía
habitual, de energía aplicada al trabajo”.

Dijo, asimismo: “Nuestra pobreza dimanada de nuestra índole perezosa, y de


nuestra falta de conocimientos industriales, y a lo que no deja de contribuir el
clima, haciendo innecesarias muchas cosas de las que produce el trabajo hu-
mano. Esta circunstancia ha dado nacimiento al deseo de vivir de empleos
públicos que estancan al individuo, lo inutilizan para cualquier otra cosa y, por lo
mismo, a adherirse a él como ciertos insectos se pegan a un madero, le siguen
arrastrados por la fatalidad de su condición, y no tienen vida ni sosiego sino en
la quietud del madero y con la suavidad de las auras…” 39

De modo que el Dr. Arosemena era partidario del determinismo causal, quizás
influido por los planteamientos teóricos del aristócrata Charles-Louis de
Secondat, mejor conocido como el barón de Montesquieu en su obra Del Espí-
ritu de las Leyes, en la que señalaba que “los hombres son muy diferentes en
los diversos climas”, así como del mejoramiento de las razas apáticas, tesis que
tenía asidero en la inferioridad del hombre americano con respeto a su homólo-
go europeo expuesta por Georges - Louis Leclerc, conde de Buffon, en su
38
“Fomentar la industria. Es el segundo de nuestros objetos cardinales” El Movimiento. Panamá, 24 de
noviembre de 1844. Ibid., página 15.
39
“Nuestros partidos” citado por Octavio Méndez Pereira: Justo Arosemena. Op. Cit., página 142.

Societas, Vol. 20, N° 1 51


monumental Historie Naturelle; por el filósofo David Hume que calificó de
“indolentes” a los habitantes de las regiones árticas y tropicales y por Cornelis
de Pauw, quien afirmó que el hombre americano era un degenerado, inmerso
en un clima hostil para la sociedad y el género humano y que en el Nuevo
Mundo era una “fantasía insostenible” que la raza humana alcanzara los nive-
les de la modernidad. 40

En palabras del Dr. Arosemena: “Por lo que hace: a la combinación de nuestras


razas, poco hay que decir, y solo puede indicarse como medio de purificación el
promover la inmigración de otras razas, más activas; no sólo para que andando
el tiempo se logre una saludable mezcla, sino para que el ejemplo obrase desde
luego, y modificarse algún tanto nuestra índole apática”. Y reiteraba: “Parece,
pues, bien claro, que otra de nuestras causas de atraso es la pereza y que esta
tiene su origen en la procedencia de nuestra población y en la naturaleza del
país que habita”. 41 (Subrayado en el original).

En verdad, el Dr. Justo Arosemena exponía una corriente de opinión muy en


boga entre algunos pensadores y políticos de la época como Salvador Camacho
Roldán para el que la inmigración extranjera era “en los tiempos modernos, el
medio más rápido de progreso para un país” y “para mejorar la raza nativa por
el cruzamiento con otra más fuerte y en un estado superior de evolución”. 42
Esta mentalidad era compartida por las élites hispanoamericanas que adopta-
ron como modelo de la modernidad y civilización a los países de la Europa del
norte, especialmente a Gran Bretaña, al igual que a Estados Unidos de Améri-
ca. Solo de esta manera se podría enfrentar y superar el “atraso” y la “barba-
rie” encarnados en las masas ignorantes e indolentes que debían ser desplaza-
das o purificadas por una inmigración sana y laboriosa.

Para lograr estos objetivos, era preciso brindar una serie de facilidades a las
inversiones del capital foráneo, impulsar el comercio exterior, fomentar las ac-
tividades industriales y una inmigración sana con propósitos colonizadores. En
la Nueva Granada, a mediados del siglo XIX, los gobiernos liberales, sobre todo
los sustentadores del radicalismo, procuraron la inserción plena del país al ca-
pitalismo mundial y obtener el mayor provecho posible de los profundos cam-

40
Antonnello Gerbi: La Disputa del Nuevo Mundo. Historia de una polémica (1750-1900). Fondo de
Cultura Económica. Primera reimpresión corregida y aumentada. México, 1993, páginas 67-69.
41
Nuestros intereses materiales. Reproducido por Argelia Tello Burgos. Op. Cit., páginas 27-29.
42
Notas de Viaje (Colombia y Estados Unidos de América). Publicaciones del Banco de la República.
Archivo de la Economía Nacional. Bogotá, 1973. Tomo 1. Página 111.

52 Societas, Vol. 20, N° 1


bios de la revolución industrial encabezada por Gran Bretaña y otras naciones
europeas.

Desde los primeros años de la unión a la República de Colombia, los grupos


dominantes en el Istmo de Panamá situados en las cercanías de la antigua ruta
de tránsito, buscaron atraer las inversiones extranjeras para reactivar las acti-
vidades terciarias e incluso la construcción de una moderna vía interoceánica.
No olvidemos las propuestas en pro del hanseatismo ya mencionado que equi-
valía a un protectorado económico, y geopolítico para el “país transitista”. Como
bien apunta, con mucho acierto, un destacado sociólogo panameño: “En reali-
dad de verdad, el Istmo no progresará sino a condición de que abra sus puertas
a los extranjeros. Merced a los contactos con estos últimos; Panamá se enri-
quecerá humanamente a semejanza de los Estados Unidos de América”. Y
agrega: “Xenofilia y comercio se complementan a la luz de semejante proyecto
(…) Asimismo el extranjero europeo o norteamericano - es juzgado como alia-
do indispensable para promover reformas varias y consolidar las balbucientes
naciones. Urge, pues, fomentar su inmigración a toda costa…” 43

En virtud de lo anteriormente expuesto, son explicables las amplias concesio-


nes de diversa naturaleza otorgadas por la Nueva Granada a la Compañía del
Ferrocarril, entre las cuales cabe destacar el otorgamiento “a título gratuito y a
perpetuidad” de cien mil fanegas de tierras baldías en las provincias de Pana-
má y Veraguas, las que podían extenderse hasta ciento cincuenta mil, si las
había disponible. O, en su defecto, en las provincias de Cartagena, Santa Mar-
ta, Río Hacha y Chocó. Todo ello, con fines de colonización. Más aún, los
extranjeros que formaran “establecimiento en las tierras baldías concedidas
gratuitamente a la Compañía”, estarían “exentos durante veinte años, contados
desde la formación de tales establecimientos, de toda contribución forzosa” y
otros impuestos. Además, tendrían “derecho a obtener carta de naturaliza-
ción”, luego que la solicitaran, fijando su residencia en el territorio de la Repú-
blica”.

Pese a las controversias de diversa índole con algunos extranjeros de paso o


residentes en el Istmo, de las que nos ocupamos más adelante, esto no fue
óbice para que se continuara con la política de puertas abiertas para las inver-
siones foráneas, máxime cuando los criollos citadinos carecían del capital ne-

43
Alfredo Figueroa Navarro: Dominio y Sociedad en el Panamá Colombiano (1822-1903) (Escrutinio
Sociológico). Op. Cit.; página 221.

Societas, Vol. 20, N° 1 53


cesario para los negocios dedicados a la prestación de bienes y servicios tanto en la
ruta de tránsito como en las ciudades de Panamá y Colón, durante los agitados años
de la fiebre del oro. Cabe mencionar los hoteles, pensiones, restaurantes, bares,
salones de juegos, prostíbulos, agencias de transporte y acarreo, entre muchos otros
establecimientos comerciales que proliferaron rápidamente, al igual que un buen
número de periódicos cuyos propietarios eran ciudadanos estadounidenses como
The Panama Star, fundado el 24 de febrero de 1849, The Panama Herald, estable-
cido el 14 de abril de 1851, que luego se fusionaron en uno solo bajo el título de The
Panama Star and Herald, el 1° de mayo de 1854; The Panama Echo y The As-
pinwall Courier, por nombrar algunos de los más representativos.

Si bien el Dr. Justo Arosemena en su proyecto de acto reformatorio de la Cons-


titución propuesto a la cámara de representantes el 1° de mayo de 1852 incluyó
la naturalización de extranjeros entre los asuntos de que dependería “El Estado
del Istmo” de la Nueva Granada, en su conocido ensayo sobre el sistema de
gobierno federal en el territorio istmeño publicado tres años más tarde, expuso
una opinión distinta. Manifestó que la naturalización de extranjeros a que se
refería el punto 4° del “Acto Adicional”, era “un asunto propio de los Estados
Federales” y que así se hallaba establecido en los de la Unión Norteamericana,
donde cada Estado tenía “sus reglas particulares de naturalización”, que él
llamaba “mejor nacionalización” y consistía en que los miembros de la Unión lo
eran primero de los Estados, y no pertenecían a aquélla sino porque hacían
parte de éstos. Dijo que si un extranjero se radicaba en el Istmo de Panamá y
declaraba que quería ser istmeño, o sea granadino de aquélla sección, ¿qué
inconveniente había para que las leyes de aquel Estado fijaran las reglas de la
nacionalización? Era de presumir que su deseo principal fuese el de “incorpo-
rarse a aquella entidad política, pues de lo contrario había venido a radicar a
otra sección de la República”, y solo porque dicha entidad era parte integrante
de la Nueva Granada, se convertía “por el mismo hecho en granadino”. Inclu-
so el Dr. Justo Arosemena trajo a colación “consideraciones puramente prácti-
cas” fundamentadas en la distancia que separaba al Istmo del gobierno general
“que era muchas veces el de la carta de naturaleza tardaría más de lo que el
deseo o el interés del candidato lo pidiesen”. 44

En esta temática debemos tener presente los derechos garantizados por la Cons-
titución Política del Estado de Panamá a todos los que pisaran su territorio,
como lo era la libre expresión del pensamiento por medio de la prensa de la cual

44
El Estado Federal de Panamá. Op. Cit., página 85.

54 Societas, Vol. 20, N° 1


los extranjeros hicieron uso abusivo, como veremos. Además, la libertad religiosa,
la libertad industrial, o sea el derecho de ejercitarse en cualquier género de industria
o profesión que no fuese contraria “a la salubridad o seguridad de las poblaciones”,
la inviolabilidad de la propiedad, la seguridad individual, esto es, “el no poder ser
juzgados por comisiones o tribunales ordinarios, ni penados sino en virtud de acción
declarada culpable” por una “ley prexistente y después de haber sido oídos y ven-
cidos en juicio”, la inviolabilidad del domicilio, la inviolabilidad de la correspondencia
epistolar, la igualdad legal, o sea “el desconocimiento de todo título, distinción o
privilegio provenientes del nacimiento, i de cualquiera otros” que fueran incompati-
bles con los derechos que se consagraban en el correspondiente artículo; punto
fundamental en lo relacionado con los extranjeros con carta de naturaleza. Asimis-
mo, se consagraban la libertad personal; el derecho de reunión pacífica y sin armas
para tratar cuestiones de interés general o privado y con cualquier otro objeto que
no fuese el de turbar el orden público, como fueron los mítines que celebraron los
extranjeros para oponerse al pago de las contribuciones impuestas, al igual que el
derecho de representar por escrito a las corporaciones o funcionarios sobre cual-
quier asunto de interés general o propio.

Antes, durante y después del Estado Federal de Panamá, la inserción de los


extranjeros a la sociedad panameña constituyó un hecho normal y muy particu-
larmente si estos se dedicaban a actividades terciarias o sea la prestación de
bienes y servicios. Así ocurrió en los agitados años de la fiebre del oro. Algu-
nos entraron a formar parte de la oligarquía urbana, ya fuese estableciendo lazos de
parentesco, vínculos de negocios o ambos, a veces simultáneamente. 45

El 7 de septiembre de 1857, la Asamblea Legislativa del Estado de Panamá


aprobó una ley “sobre concesiones a los extranjeros”. En la misma se dispuso
que los extranjeros que tuvieran cuatro o más años de residencia en el Estado,
mayores de veintiún años, supieran leer, y escribir, entendieran el español y
tuvieran, por lo menos, mil pesos de renta anual, serían “hábiles en el distrito de
su domicilio.” Además, estarían facultados para: 1º Elegir y ser elegidos miem-
bros del cabildo; 2º para ser jurados en los juicios que se siguieran contra solo
individuos extranjeros; 3º Para ser personeros parroquiales, tesoreros
parroquiales y agentes fiscales. Se aclaró que los extranjeros podrían excusar-
se libremente de servir los cargos de cabildantes y personería parroquial, teso-
rería y agente fiscal. También podrían excusarse libremente de ejercer las

45
Véase sobre este tema a Alfredo Figueroa Navarro: Dominio y Sociedad en el Panamá Colombiano (1821
-1903) (Escrutinio sociológico) Op. Cit., páginas 291, 310-316.

Societas, Vol. 20, N° 1 55


funciones de jurados. Pero después que las hubiesen ejercido una vez siquiera,
podría excusarse con causa legitima, como los jurados granadinos. 46

En esa ocasión, el gobernador Bartolomé Calvo en su mensaje a la Asamblea


Legislativa apoyó abiertamente el proyecto y manifestó: “Nuestras leyes han
sido jenerosas, muníficas con los extranjeros. No solo se le ha insertado de la
plenitud de los derechos civiles de que gozan los naturales de ciertas funciones
públicas. I así los vemos, de vez en cuando, ocupando un asiento en nuestros
cabildos en nuestros jurados”. Y añadía. “Pero todavía puede avanzarse más
en este camino: todavía puede concederse a los extranjeros domiciliados ma-
yor participación de la que hoy tienen en el manejo de los negocios vecinales.
Esto en nada nos rebaja, en nada nos perjudica; antes cede en provecho de
nuestros intereses morales i materiales”.

Continuaba Bartolomé Calvo su panegírico en pro de la participación de los


extranjeros en algunos cargos públicos: “Hoi los extranjeros domiciliados solo
pueden elegir o ser elegidos miembros de los cabildos en aquellos distritos don-
de forman más de una quinta parte de la población: ampliarles estos derechos
declarando que los extranjeros domiciliados pueden elegir i ser elegidos
cabildantes en el distrito de su residencia, cualquiera que sea la proporción en
que están con el resto de los habitantes. Hoy solo pueden ser jurados en aque-
llas cabeceras de departamento donde existen en determinado número, i en
aquellos juicios que afectan a algunos extranjeros: hagamos que puedan serlo
también en los demás lugares i en otros juicios, al igual que los naturales. Ha-
gamos, así mismo que puedan ser personeros parroquiales, tesoreros
parroquiales i agentes fiscales”.

Concluía el gobernador Calvo su encendida loanza a favor de los extranjeros, en


estos términos: “Es a los Gobiernos, no a los individuos de otras naciones a los que
debemos rehusar toda intervención en el manejo de nuestros negocios domésticos.
Las concesiones que en este sentido hiciésemos a los primeros serán una mengua:
pero las que hagamos a los segundos serán siempre una prueba de las elevación de
nuestros sentimientos, una protesta contra la injusticia o la ignorancia de los que nos
pintan como bárbaros; i una prenda de cordialidad i de buena correspondencia en
nuestras relaciones con los demás pueblos de la tierra”. 47

46
Leyes espedidas por la Asamblea Legislativa del Estado de Panamá en 1857. Páginas 2 y 3.
47
“Mensaje del Gobernador del Estado de Panamá a la Asamblea Legislativa de 1857”. Nueva Granada.
Año III. Gaceta del Estado. Trimestre, No. 102. Panamá, 2 de septiembre de 1837. Página 1.

56 Societas, Vol. 20, N° 1


Aproximadamente tres lustros después, en 1870, el insigne escritor puertorri-
queño Eugenio María de Hostos, a su paso por el Istmo de Panamá y a la vista
de los numerosos extranjeros que pululaban en las calles de los puertos termi-
nales, expresó: “Para la vida estable, Panamá debe ser inadmisible, no el clima
calumniado, no los aguaceros diluvianos, no las pestilencias aterradoras, no la
fuerza del sol siempre excitante, lo inadmisible es el cosmopolitismo de pésimo
carácter que allí impera. El europeo impone las impertinencias de su civiliza-
ción jactanciosa; el yankee impone su preeminencia impertinente; cada latino-
americano ofende el patriotismo del vecino con la intemperancia insoportable
del suyo. Todos están en su casa, excepto el panameño, excepto el colombia-
no…” 48

Entre las amenazas anexionistas y la reacción centralista

En enero de 1852, ante el auge de las actividades terciarias o transitistas, el


conocido intelectual colombiano y gobernador de la provincia de Panamá, Salva-
dor Camacho Roldán, hizo una serie de recomendaciones a los jefes políticos
de los cantones bajo su dependencia para lograr “una administración política y
judicial más vigorosa e inteligente”, acorde con “la nueva posición que está
tomando el Istmo de Panamá en el mundo comercial como consecuencia de la
construcción del ferrocarril transístmico y el descubrimiento de las minas de
oro en California y Australia”. Entre las disposiciones que debían adoptarse
estaban las de liberar a los pasajeros y mercancías “de trabas o formalidades
inútiles y del pago de contribuciones en el tránsito”, que con tanta frecuencia
decretaban los cabildos.

También era necesario que todas las autoridades estuviesen “animadas de un pro-
fundo sentimiento de respeto a la libertad personal de los ciudadanos y extranje-
ros.” Porque, a juicio de Camacho Roldán, la libertad personal era el primero de los
bienes a que aspiraba “el hombre de cualquier estado de civilización en que se
encuentre”. Pero esta libertad amplia no debía confundirse “con el desobedecimiento
de las leyes y acuerdos de las autoridades y corporaciones locales” que debían
cumplirse estricta y fielmente “sin contemporización ni debilidad de ninguna clase”.
Todo ello debía ir acompañado con el establecimiento “por parte de los cabildos de
cuerpos de policía de seguridad, orden y salubridad, así como la pronta e inteligente
formación de sumarios o comprobación de delitos”.

48
“Mi viaje al Sur”. Obras Completas. Volumen VI, La Habana, 1929. Páginas 59 a 86 y Lotería, 2ª Época,
2º volumen, VI, No. 67 Panamá R. de Panamá, junio de 1961, páginas 83 y 84.

Societas, Vol. 20, N° 1 57


Camacho Roldán sugirió, igualmente, “que los extranjeros fuesen acogidos
con una hospitalidad benévola, de manera que al dejar nuestras poblaciones
lleven consigo un recuerdo simpático y no una memoria ingrata de los pueblos
de Panamá”. Era, por tanto, indispensable despertar en los extranjeros simpa-
tía hacia el país, “para que se establecieran en él y para que una abundante
inmigración” extranjera, diera valor a las propiedades, cultivase la tierra, ade-
lantase las artes y mantuviera un movimiento industrial” que sostuviera “los
altos salarios” de que felizmente disfrutaría aquel entonces, “la clase jornalera
de la sociedad”. 49

Desafortunadamente estas recomendaciones de Camacho Roldán no pasaron


de las buenas intenciones porque el entramado de intereses estadounidenses
hegemónicos y geopolíticos, gubernamentales y privados, fueron determinan-
tes en el desenvolvimiento político, administrativo y socio-económico, antes,
durante y después de la creación del Estado de Panamá. Incluso hizo peligrar
la estabilidad de éste y puso en entredicho “la soberanía y propiedad de la
Nueva Granada en el Istmo de Panamá” que el gobierno de Estados Unidos se
comprometió a garantizar en el pacto de 1846.

A este punto álgido se llegó en virtud de una serie de factores acumulativos que
se evidencian desde los inicios de la reactivación de la tradicional zona de
tránsito del Istmo de Panamá a comienzos de 1849, a raíz del descubrimiento
de las minas de oro en California. Además de los sangrientos choques entre
los pasajeros estadounidenses con los naturales del país y otros extranjeros que
hicieron crisis en el trágico incidente de abril de 1856, los asaltos y asesinatos
estuvieron a la orden del día, no sólo en la acostumbrada ruta de paso, sino
también en las ciudades de Panamá y Colón. Para colmo de males, las autori-
dades locales fueron incapaces de enfrentar con éxito esta caótica situación.

El estado de violencia e inseguridad en la ruta de paso en el Istmo de Panamá


dio pie a versiones sensacionalistas e imaginarias. Un buen ejemplo de ello, es
una especie de novela breve titulada “El Derienni: o piratas de tierra del Istmo”
con el subjetivo subtítulo: Siendo una historia verídica y gráfica de los robos,
asesinatos y otros actos horrorosos perpetrados por aquellos hombres crueles
y perversos que por años infectaron el gran camino a California. El Dorado del
Pacífico. Cinco de los cuales fueron tiroteados en Panamá por el Comité de

49
El Panameño. No. 263. Panamá, 27 de enero de 1852: Documento reproducido en la Revista Lotería,
con el título: “Una notable circular del Gobernador Camacho Roldán”. Segunda Época. Volumen XIV, No.
165. Panamá. República de Panamá, 1969, páginas 91-96.

58 Societas, Vol. 20, N° 1


Seguridad Pública. Julio 27 de 1852. Junto con la vida de tres de los principales
forajidos. Narrado por ellos mismos. Completado en un volumen. New Or-
leans; Charleston, Baltimore y Philadelphia. Publicado por A. R. Orton, 1853.

Al decir de Gerstle Mack: “De acuerdo con este lóbrego relato, unos norte-
americanos residentes en Panamá, autodenominados alguaciles, capturaron a
cinco miembros de una banda depravada y los ejecutaron el 27 de julio de 1852.
Indudablemente la narración es gráfica, pero se puede dudar de su veracidad.
La gracia y pompa del estilo es una combinación de sentimentalismo pegajoso
y novela barata de sangre y fuego”. 50

Más veraz resulta el comentario de que un periódico local que decía: “El trán-
sito por el Istmo no dejará de ser arriesgado, hasta que las autoridades no
abran los oídos a las indicaciones de los bien intencionados. Hasta que no
prefiramos el bienestar general al particular. Hasta que no hayamos pasado
por una o más vergonzosas humillaciones. Hasta que el pueblo no se canse de
sufrir”. Y a continuación se hacía la siguiente interrogante”: ¿Qué medidas se
han tomado hasta ahora para estorbar los crímenes, cuando tenemos a las puer-
tas de la ciudad el asaltamiento, el robo, el asesinato? ¡Ninguna!; respondía. 51

Con razón, el Dr. Justo Arosemena afirmó que el oro no hacía “gobernadores
activos e “inteligentes”, si el que los nombraba no se tomaba el trabajo de
consultar las cualidades especiales del Istmo de Panamá, ni volvía expedita “la
administración de Justicia entrabada por prácticas absurdas autorizadas por la
lei, i retardada por muchas instancias de que la última se surte a más de trecientas
leguas”.52 Manifestó que de nada servía que el comercio y la riqueza aumenta-
ran si no había “un buen gobierno”, sin gobierno no había seguridad y sin segu-
ridad la riqueza decaía. De nada servía la riqueza si el robo se entronizaba y si
la vida misma se hallaba amenazada. 53

Dijo también que el Istmo sufría “dos clases de mal, aunque provenientes de la
misma causa: el personal de los Gobernadores i la poca o ninguna vigilancia

50
La Tierra Dividida. La Historia del Canal de Panamá y otros proyectos del Canal ístmico. Prólogo de
Carlos Manuel Gasteazoro. Editorial Universitaria, Panamá, 1992, página 140.
51
El Reformador. Serie 3, numero 25. Panamá, 2 de 1854, páginas 2 y 3.
52
“Comentario” al Proyecto de Acto Reformatorio de la Constitución. 1º de mayo de 1852. Revista
Lotería. 2da. Época, volumen XII, No. 141. Panamá. República de Panamá. Agosto de 1967. Op. Cit.,
página 27.
53
“La situación.”El Panameño. Panamá, 9 de febrero de 1851. Documento reproducido por Argelia Tello
Burgos. Escritos de Justo Arosemena. Op. Cit., página 87.

Societas, Vol. 20, N° 1 59


que sobre ellos puede ejercer el Poder Ejecutivo a la inmensa distancia a que
se halla”, de manera que la elección de los gobernadores recaía en personas de
fuera o de dentro de aquella provincia. Cuando eran residentes del Istmo, el
encargado del Poder Ejecutivo no había “podido obrar si no por pura simpatías
o por informes i recomendaciones de los amigos, i el resultado no podía ser
sino frecuentes errores en la designación de personas, porque a la distancia del
Istmo, en la ignorancia sobre los hombres aparentes, ¡ en la incuria que mui a
menudo ha reinado acerca de aquellos pueblos, el Poder Ejecutivo no podrá
hacer sino rarísima vez i como por acaso, elecciones acertadas”. Igualmente,
cuando el nombramiento tenía lugar “en individuos de fuera”, estos nunca per-
manecieron sino pocos meses, las renuncias eran frecuentes, los nombramien-
tos internos muy “poco meditados; la alternación en los puestos rápida, conti-
nuada i aun ridícula, i el resultado preciso de tales accidentes no podía ser otro
que la administración más deplorable…” 54

A finales de enero de 1854, los cónsules de Estados Unidos, Gran Bretaña,


Portugal, Francia, Dinamarca, Brasil, Perú y Ecuador se quejaron ante el go-
bernador de la provincia de Panamá, José María Urrutia Añino, por la insegu-
ridad que reinaba de un extremo a otro del Istmo. Al punto que “ningún pasa-
jero se escapaba de sufrir injurias, ultrajes o maltrato al atravesarlo”. Algunos
habían sido heridos con el arma común del país: “el machete”. Eran frecuentes
el robo de los equipajes, el insulto y los ultrajes a las mujeres, así como los
asesinatos. Pero no tenían noticias que las autoridades provinciales hubieran
“hecho ninguna averiguación relativa a los perpetradores de estos crímenes” y
exigían se le hiciera justicia a sus súbditos, máxime cuando esta actitud de las
autoridades, animaba a los asesinos y ladrones a tal punto que en el futuro
estos ni siquiera tratarían “de ocultar sus hechos sangrientos i horribles”. 55

Según Urrutia Añino, los cónsules debían informarse mejor sobre las medidas
adoptadas por las autoridades para prevenir y castigar los delitos que denun-
ciaban. Consideró “muy general” la acusación de que ningún pasajero que atra-
vesaba el Istmo se libraba de todo tipo de vejaciones, en tanto que la goberna-
ción a su cargo siempre prestó auxilios a todos los que los pedían, así como
también protegió los derechos de aquellos que transitaban por el Istmo56 Pero
54
“Comentario” al Proyecto de acto reformatorio de la Constitución”. Op. Cit., página 33.
55
La Crónica Oficial. Trimestre II, número 138. Panamá, marzo 1 de 1854 página 2 y el Reformador,
Serie 4 número 39, Panamá, 5 de marzo de 1854 Página 2.
56
José María Urrutia a los señores cónsules de los Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Brasil, Portugal,
Dinamarca, Perú y Ecuador. Panamá, febrero 14 de 1854. El Reformador. Serie 4, número 39, Panamá 5
de marzo de 1854. Página 2.

60 Societas, Vol. 20, N° 1


sus días al frente de la provincia estaban contados. El 1° de mayo de 1855, es
decir cuando ya se había creado el Estado Federal de Panamá, mediante de-
creto del vicepresidente de la República, encargado del Poder Ejecutivo, Ma-
nuel Mallarino, se suspendió a Urrutia Añino del ejercicio de sus funciones. Se
adujo que la prensa lo censuró severamente, acusándolo de ser negligente en
sus labores administrativas y que se publicó en la prensa, como prueba de esta
acusación, una nota del superintendente de la Compañía del Ferrocarril en la
que reclamaba “la resolución de un negocio sometido a la gobernación tres
meses antes”. También se señaló “que el mencionado gobernador con el pre-
texto de “hacer visita”, abandonó la capital y permaneció en Natá, donde resi-
día su familia, “aumentando así su retardo indebido i perjudicial en los negocios
que (estaba) encargado de dirigir”. Además, según informes a la vista, este
funcionario dictó disposiciones, que aunque tenían por objeto la seguridad de
los presos y la aprehensión de los criminales, el Poder Ejecutivo las estimó
irregulares. Asimismo, un documento fidedigno demostró el poco interés en el
desempeño las funciones a su cargo. Por ello ocasionó perjuicios” a la admi-
nistración pública i a los intereses mercantiles de la provincia de Panamá. 57

Otro asunto sensible y controversial que complicó en gran parte la administra-


ción del Istmo de Panamá, en particular en la zona de tránsito y áreas aledañas,
durante los años iniciales de la fiebre del oro, fue la tenaz resistencia de los
extranjeros, sobre todo estadounidenses e ingleses encabezados por sus res-
pectivos cónsules, al pago de los derechos de pasajeros, toneladas y otras dis-
posiciones dictadas en ordenanzas provinciales. Más aún, periódicos, cuyos
propietarios eran ciudadanos norteamericanos, principalmente The Panamá Star
en la Ciudad de Panamá y The Aspinwall Courier en Colón, criticaron sin tapujos
las órdenes impositivas en términos desafiantes, despectivos y hasta insultantes
contra las autoridades locales. El primero se opuso al proyecto de ordenanza
que prohibía que los buques dejaran pasajeros en Taboga antes de arribar al
puerto de Panamá, al igual que al decreto que no permitía al establecimiento de
hospitales de caridad en el centro de la Ciudad de Panamá. Por ello, clamó por
la presencia de barcos de guerra de Estados Unidos para la protección de los
intereses de sus ciudadanos.

A esta campaña abiertamente intervencionista, le salió al paso el Dr. Justo


Arosemena. Dijo que las producciones de la prensa extranjera en Panamá to-

57
Secretaría de Gobierno – Decreto suspendiendo al Gobernador de Panamá. República de la Nueva Granada
– Gaceta oficial. Año XXIV, número 1796. Bogotá, sábado 5 de marzo de 1855, página 771.

Societas, Vol. 20, N° 1 61


maban “cada día un tono y una dirección más alarmante”. Se refirió a los
hechos desfigurados y notoriamente falsos expuestos por aquella y “el despre-
cio que le inspiraba cuando se trataba de cosas pertenecientes a españoles”.
Tras refutar los argumentos esgrimidos por The Panamá Star, afirmó que éste:
“podía enseñarnos muchas cosas; pero derecho de gentes, propiamente dicho,
derechos de gentes que no sea el del cañón, lo sabemos bastante para sostener
nuestras libertades”. A continuación denunció: “Lo que vemos en todas estas
publicaciones es la convicción de que el Istmo es una tierra de conquista, los
americanos miran al país como suyo el día que lo deseen y esperan desearlo
cuando se penetren de que es la mejor vía entre los dos océanos….” Y finalizó
advirtiendo ¡Alerta Istmeños! TO BE OR NOT TO BE, THAT IS THE
QUESTION. Ser o no ser es la cuestión, ser o no ser como pueblo indepen-
diente, con sus leyes y sus costumbres propias; ser o no ser los dueños de esta
porción de terreno que nuestros padres nos legaron: ser o no ser los humildes
siervos de otras razas orgullosas que jamás nos concedieron el título de pueblos
civilizados”.58 (en mayúscula cerrada en el original)

Entre finales de 1850 y mediados de 1854, el Dr. Justo Arosemena sostuvo una
polémica encendida con The Panama Star y otros periódicos estadounidenses
que no sólo eran los voceros contra cualquier orden de carácter fiscal adoptada
por las autoridades provinciales para recaudar impuestos, sino también aboga-
ban por las anexión del territorio istmeño a la bandera de las barras y las estre-
llas: “concediendo plena protección a la vida, la libertad del pensamiento, la
palabra y la conciencia, y asegurando la pronta administración de justicia, el
progreso de la educación, la igualdad del sistema tributario, y de todas las de-
más bendiciones que han granjeado a nuestro país (U.S.A.) la admiración y el
respeto de todo el mundo”.

Al panegírico pro yankee, respondió el Dr. Justo Arosemena: “Estamos muy


persuadidos de que esas bendiciones de que U.U. nos hablan, no serán para los
actuales poseedores del Istmo para la raza que hoy domina y que después será
dominada. El que de ello quiere convencerse, no necesita sino reconocer la
historia de todas las conquistas, cuando una raza ha sojuzgado a otra…” 59
Denunció, por otra parte, el establecimiento de la Furnia o el American Town,
en el distrito de Chagres “una ciudad hanseática ni más ni menos que Hamburgo

58
“¡¡¡Alerta istmeños!!!” El Panameño. Panamá, 17 de noviembre de 1850. Documento reproducido por
Argelia Tello Burgos: Escritos de Justo Arosemena. Op.cit. Páginas 74-78.
59
“Paz y Justicia”, El Panameño. Panamá, 16 de diciembre de 1850. Documento reproducido por Argelia
Tello Burgos. Ibid; páginas 79-85.

62 Societas, Vol. 20, N° 1


y Lubeck, donde se administra justicia por su propia cuenta y riesgo sin contar
con nuestros jueces ni con nuestros códigos, y donde hay autoridades america-
nas del orden municipal”. Era, además de un acto prepotente, la respuesta de
los ciudadanos y empresas estadounidenses ante la falta de protección y segu-
ridad para sus vidas y bienes por parte de las autoridades locales y esto deno-
taba, asimismo, la desidia y el abandono del Istmo de Panamá por parte del
gobierno central de Bogotá. 60

Mientras tanto, en marzo de 1854, un grupo de extranjeros residentes en Colón,


siguiendo el modelo del Comité de vigilantes de San Francisco, establecido en
junio de 1851, formó una “Comisión de vigilancia” para enfrentar la inseguridad
social existente en este puerto. Tres meses después, en un mitin, estos extran-
jeros que nada ni nadie los detenía, se arrogaron funciones que atentaban con-
tra los derechos soberanos de la Nueva Granada en el Istmo de Panamá. A raíz
de estas medidas extremas se suscitó un cruce de notas en términos fuertes
entre el cónsul norteamericano en Colón, Sam Hirsh, que defendía las extrali-
mitaciones de sus compatriotas y el gobernador de la provincia de Panamá,
José María Urrutia Añino, quien manifestó su impotencia para ponerle término
a la anarquía reinante en Colón y en la ruta de tránsito, máxime cuando el
Istmo habían quedado prácticamente sin guarnición la cual fue trasladada a
otros puntos de la Nueva Granada que se encontraba en estado de guerra.

Ante esta situación, el superintendente de la Compañía del Ferrocarril, George


M. Totten, le propuso a Urrutia Añino la formación de un cuerpo de policía
especial costeado por los comerciantes y la empresa, que se encargaría de
restablecer el orden en las ciudades de Panamá y Colón, al igual que en la ruta
de tránsito, a la sazón infectada de bandoleros.

De conformidad con esta propuesta, el gobernador le otorgó amplios poderes a


Totten, H.H. Moore, Gabriel Neira, Carlos Zachrisson y Randolph (Ran)
Runnels para que organizaran y armaran a las personas de “su confianza” con
el propósito de “perseguir y capturar a los asesinos, ladrones y demás saltadores
(sic) que se hallan en los distritos parroquiales de Calidonia, Cruces, Gorgona y
el ferrocarril”. Bajo las órdenes de Ran Runnels, cuarenta guardias pusieron
en práctica una campaña sistemática y de mano dura contra los bandoleros que
virtualmente se habían apoderado de la zona de tránsito en pleno auge de la
fiebre del oro. Muy efectiva resultó su labor de limpieza, mediante azotes,

60
“La situación”, El Panameño. Panamá, 9 de febrero de 1851. Ibid. Páginas 86-91.

Societas, Vol. 20, N° 1 63


encarcelamientos y ejecuciones sumarias a los malhechores. Eliminó al temi-
ble bandido “el Jaguar” y ahorcó a los cuarenta miembros de su banda encima
de la muralla de la ciudad de Panamá, suceso que muchos años después, en
forma sensacionalista, Joseph Millar calificó como “la Matanza de Panamá”.
Esta dura campaña contra el bandolerismo realizada por Runnels la continuó el
sueco Carlos Zachrisson, cuando aquél se trasladó a Nicaragua a efectuar una
labor similar a la que llevó a cabo en el Istmo de Panamá. 61

En otro orden de ideas, a tal extremo llegó el irrespeto y el menosprecio del


Panamá Star con respecto a las autoridades del Istmo de Panamá, que no dudó
en plantearse si había algún gobierno en este territorio y si los que ocupaban los
puestos públicos no eran “una partida de bribones e ignorantes” que si cono-
cían lo que era justo, preferían “hacer lo malo”. Por ello, afirmó que no les
faltaría razón “a los habitantes respetables del Istmo para celebrar un meeting,
a fin de suplicar al Presidente de la Nueva República de Baja California, Mr.
Walker, se sirviera mandar una parte de sus filibusteros a tomar posesión de
este país, ahorcando a la mitad de los empleados que pudiesen capturar, y
mandando la otra mitad al presidio. Y en verdad que la elección de los que
debieran ser ahorcados, nada tendría de difícil, porque en nuestra opinión cada
uno de ellos, poco más o menos, desde el más alto hasta el más bajo, no recibi-
rían con ello más que un premio digno de su conducta”. 62

William Walker era el prototipo del soldado de fortuna, “genuino representan-


te” de los Estados Unidos en su “Destino Manifiesto” y partidario ferviente de

61
Celestino Andrés Araúz: “El bandolerismo en Panamá en los inicios de la fiebre del oro”, Ellas. La Prensa,
viernes 22 de junio de 2001 y “Ran Runnels y el bandolerismo en Panamá”. Ellas. La Prensa, viernes 6 de
julio de 2001.
62
“El Istmo de Panamá”. El Panameño. Panamá 13 de mayo de 1854. Documento reproducido por Argelia
Tello Burgos. Escritos de Justo Arosemena. Op. Cit., página 98. Puede consultarse con provecho a
Alejandro Bolaños Geyer: William Walker. El Predestinado. Impresión privada Saint Charles, Missouri.
U.S.A. 1992, página XVII. Véase, asimismo: a Laurence Greene: El Filibustero. La carrera de William
Walker. Revista de los Archivos Nacionales de Costa Rica. Año XII, números 1-6. San José: enero-junio;
1958; William O. Scroggs: Filibusteros y Financieros. La Historia de William Walker y sus asociados.
Colección Cultural Banco Nicaragüense. Editorial Presencia. Santafé de Bogotá, 1993; Lorenzo Montúfar:
Walker en Centroamérica. Museo Histórico Cultural Juan Santamaría. Alajuela, 2000; Frederic Rosengarten
Jr.: William Walker y el ocaso del filibusterismo. Editorial Guaymuras. Tegucigalpa, Honduras. Primera
edición en español, 1997. Celestino Andrés Araúz y Patricia Pizzurno: “El Intervencionismo foráneo en
el Istmo de Panamá (1850-1857) “Historia de las Relaciones entre Panamá Estados Unidos”. El Panamá
América: Fascículo No. 9, diciembre de 1997 y Relaciones entre Panamá y los Estados Unidos (Historia del
Canal Interoceánico desde el siglo XVI hasta 1903)… Biblioteca de la Nacionalidad. Autoridad del Canal de
Panamá. Panamá, 1999. Páginas 254-260; Armando Muñoz Pinzón: “William Walker. La Nueva Granada
y el Istmo de Panamá. “Revista Cultural Lotería. Nº. 464-465, enero-febrero, marzo-abril, 2006. Páginas
7-3 4.

64 Societas, Vol. 20, N° 1


la expansión de la esclavitud sureña mediante la anexión forzosa de los pueblos
situados al sur del Río Grande, habitado por “razas inferiores” a las que había
que “civilizar” por las buenas o por las malas. La incursión de las huestes
filibusteras de Walker en Sonora fue un rotundo fracaso y su “Presidencia” de
la “nueva República de la Baja California” resultaría efímera. Pese a estos
descalabros, representaba una seria amenaza para los países centroamerica-
nos y el Istmo de Panamá como se pudo comprobar en 1855, cuando aprove-
chándose de la guerra civil entre el gobierno legítimo o conservador de Grana-
da y los rebeldes democráticos y liberales de León que se libraba desde el año
anterior, asumió la presidencia de Nicaragua, después de unas elecciones ama-
ñadas. Tras la guerra que le declararon las naciones de Centroamérica aban-
donó el poder en mayo de 1857. Tres años más tarde, el 12 de septiembre de
1860, a raíz de otra fallida invasión, fue fusilado en la Plaza de Armas de
Trujillo, Honduras. 63

De allí que el llamado a la intervención del filibustero y sus hordas en Panamá


que hacía el periódico mencionado, a mediados de 1854, no podía tomarse a la
ligera. En opinión del Dr. Justo Arosemena, era fácil de prever que, si no se
adoptaban “medidas serias y prontas”, se tendría en el Istmo de Panamá “la
repetición de la historia de Tejas”. No hacía mucho tiempo, este territorio era
“una quieta provincia de Méjico”, poco después “una colonización de norte-
americanos; algo más tarde una sección sublevada por nacionales y extranje-
ros: enseguida una Republiquita independiente; y por último un Estado de la
Unión Americana, cuyo gobierno y cuyos ciudadanos promovieron y auxiliaron
activamente todas estas peripecias”. Veía en el Istmo “dos causas muy pode-
rosas de trastornos y defección: la desesperación de los naturales y el arrojo de
los extranjeros”. Si bien estas dos causas eran hasta esos momentos rivales,
en el fondo no antagonizaban y era posible que más tarde actuaran juntas. Por
eso, era el momento de adoptar las medidas pertinentes. Un poco después
sería tarde.

En esa ocasión, el Dr. Justo Arosemena dio su voz de alerta sobre un gran
peligro que amenazaba al Istmo de Panamá y por extensión a todo el territorio
neogranadino: “El mayor mal que pudiera suceder a la Nueva Granada con
respecto a un cambio político en el Istmo, no sería ciertamente su independen-
cia absoluta, siempre que el gobierno granadino asegurase para la República
ciertos beneficios. El grave, el inmenso mal, sería que el Istmo cayese en

63
Bolaños Geyer: Op. Cit., páginas 370-371.

Societas, Vol. 20, N° 1 65


manos de los Estados Unidos; porque entonces toda la Nación estaría amena-
zada de tan inquietos vecinos. Las minas del Chocó y Antioquia, las feraces
tierras del Magdalena, los climas deliciosos del interior, serían sucesivamente
objetos de su codicia”. Es más, periódicos norteamericanos como el New York
Herald que era “como la bocina de aquel pueblo”, habían dicho que Estados
Unidos necesitaba uno de los terrenos de Centroamérica por donde se estre-
chaba el continente y se franqueaba el paso de uno a otro océano, si bien “aún
no se había fijado el lugar más conveniente”. Próximo a concluirse el ferroca-
rril transístmico en Panamá, ¡Dudaba alguien que el Istmo fuese la tierra que
mereciera “la especial predilección de los amos de América!” 64 (El subrayado
es nuestro).

En efecto, en marzo de 1850, los clamores de los periódicos norteamericanos


The Panama Echo y The Panama Star encontraron reacciones en Estados
Unidos. Se comentaba en un periódico de Nueva York un editorial de The
Panama Echo publicado en Panamá, el 8 de febrero de 1850, indicando que “el
espíritu anexionista es la primera cosa que llevan los americanos del norte a
cualquier sección de la América del sur, a donde parece que son llevados por
otras miras diferentes”. Y agregaba: “Cuando aún no se ha dado el primer
barretazo en el Istmo de Panamá por los operarios de la Compañía Aspinwall
para empezar la obra del Canal, ni para la del ferrocarril, ni para la del carrete-
ro ordinario, ni para otro cualquiera, ya vemos establecido un periódico norte-
americano encargado de promover la anexión de aquel territorio a los Estados
Unidos. La verdad es que no puede darse mayor actividad de parte de los
anexionistas, quienes haciendo tantas ventajas a los abridores de camino, es
probable que consigan ellos su objeto, antes que los otros el suyo”.

Para el periódico de Nueva York “Panamá ganará mucho con pasar a ser per-
tenencia de los Estados Unidos”. Pero dudaba “que los panameños que hoy
viven, ganen más que al ver pasar las cosas a manos de nuevos poseedores, a
menos que los presentes dueños de esas cosas se hagan tan activos, tan dies-
tros, tan tenaces como la nueva raza que ya está invadiendo aquella tierra.
Desde que haya allí un número suficiente de norteamericanos para influir en
las elecciones, ya no se verá un nombre español en la lista de los empleados
públicos, ni entre los jueces de paz, y ya vemos por otro periódico norteameri-
cano, titulado The Panama Star, que ahora cuando aún son mui pocos los ex-

64
“El Istmo de Panamá” El Panameño. 3 de mayo de 1854. Documento reproducido por Argelia Tello
Burgos. Escritos de Justo Arosemena. Op. Cit., páginas 98 y 99.

66 Societas, Vol. 20, N° 1


tranjeros que están como de paso en el Istmo, ya se ha pedido a aquel gobierno
que nombre de juez de paz a un ciudadano de los Estados Unidos designen los
suscriptores de la representación, todos hermanos Jonathan”.

Tras consideraciones de distinta naturaleza sobre la anexión, el periódico de


Nueva York, insertaba un discurso del secretario de Estado Daniel Webster
pronunciado el 7 de marzo de 1850 en el senado en el que confirmaba que la
guerra con Méjico, “no tuvo otro objeto que el de adquirir nuevos territorios, es
decir, aumentar las anexiones, y ya no por medios pacíficos, sino por resultados
que se buscaron en la guerra, es decir por la violencia y por la fuerza”.

A la vez, se insertó un artículo de The Panama Echo, de 8 de febrero de 1850,


que decía lo siguiente: “Se nos ha dicho que algunos de nuestros buenos amigos
neogranadinos tienen recelos de que los Estados Unidos crean que el Istmo de
Panamá es bastante importante para anexarlo ya al extenso territorio de aque-
llos Estados. Si esto algún día sucediese, de lo que por ahora no tenemos la
menor aprehensión, no dudamos que se verificaría el objeto por los honrosos
medios de compra, tratado o negociación, y no por la fuerza de las armas. Los
Estados Unidos es una nación amiga de las leyes, y no desea obtener la pose-
sión de ningún territorio, sino de manera honrosa. Pero sí la buena suerte del
Istmo quisiera que llegara a ser una porción integrante de la unión americana,
no tenemos la menor duda en que sería altamente ventajosa para todo el pueblo
residente aquí. El resultado obvio de tal anexión sería el aumento del valor de
las propiedades de toda clase; la mejora del estado de la agricultura, que ac-
tualmente está decaída: el desarrollo de los recursos mineros del país; la flore-
ciente condición de los conatos mecánicos e industriales: la apertura y cons-
trucción de caminos; además, el poderoso impulso que se daría al comercio con
lo ostentación de la bandera americana sería incalculable (*) creemos, pues,
que la mejor sería calmar estas aprehensiones febriles, cuando la pera está
madura, esta caerá por sí misma: entonces sería el momento de recogerla.
(Subrayado en el original).

Más aún, en un añadido al asterisco inserto a la reproducción del artículo de


The Panama Star, se decía: “Pero no es esto lo mejor, si no que toda esa agri-
cultura floreciente, todos esos caminos, todo su gran comercio, todo ese pro-
ducto de las minas, con más, el aumento del valor de todas las propiedades,
pertenecerían a los activísimos descendientes de la raza anglo-sajona, quedan-
do la pobreza para los propietarios presentes, y la última degradación para la
gente de color de Panamá. Los hombres, como el finado Ramos, ya tendrían

Societas, Vol. 20, N° 1 67


que buscar otro país en donde ir a disfrutar de su dinero, pues ningún ciudadano
de los Estados Unidos los admitiría en su compañía”. 65

En esencia, en el Destino Manifiesto, anexionismo y racismo iban de la mano.


Como vimos, el Dr. Justo Arosemena percibió con exactitud esta característica
de los países expansionistas que exaltaban la superioridad del hombre blanco,
europeo o estadounidense, sobre los pueblos que constituían las denominadas
“razas inferiores” por el color de su piel o por sus condiciones de “atraso”
político, socio-económico, educativo y hasta cultural. Incluso en Bogotá, se
decía…. Los norte – americanos no guardan muchos cumplimientos que se
diga con la raza española (…) Si en Panamá cometen la sandez de arrojarse en
sus brazos (…) ya verán lo que es bueno (…) El americano del Norte no tran-
sige con los mestizos y los negros, que forman el noventa por ciento de la
población istmeña (…) los hombres públicos de las Repúblicas sur-americanas
(…) deben decirse a sí mismos todos los días: ¿qué hacemos para defendernos
de los Yankees? (…) Convendría que estrechasen (…) los vínculos de amistad
y comercio entre estas Repúblicas (…) para que formasen una masa latina,
fuerte y poderosa, capaz de resistencia el día del conflicto. Sobre todo, es
urgente tomar posesión real y efectiva, por medio de la población y de la indus-
tria, de todas las comarcas ventajosas y ricas, para que no digan nuestros ami-
gos los Yankees, que van a civilizar desiertos y a posesionarse de naciones
baldías”. 66

En efecto, no desconocían en Bogotá el peligro que representaba para la inte-


gridad territorial de la Nueva Granada la posible anexión del Istmo de Panamá
por parte de Estados Unidos. Pero también se desconfiaba de la lealtad de los
istmeños hacia el gobierno central, sobre todo por los movimientos separatistas
de 1830 y 1831 condicionados a circunstancias muy especiales en pro de una
unión posterior a la recién desintegrada Gran Colombia o a la “Confederación
Colombiana” respectivamente, y de 1840 de mayor duración y alcance. Re-
cordemos que en el artículo 30 del acta de pronunciamiento del 18 de noviem-
bre de 1840 se indicaba que cualesquiera que fuesen “los arreglos ulteriores”
en que convinieran “las diversas provincias de la Nueva Granada para la reor-

65
“Estados Unidos. Anexiones”. El Revisor de la Política y Literatura Americana. Trim 3. Número 23.
Nueva York, sábado 16 de marzo de 1850, páginas 1-4. Miscelánea No. 1. Hemeroteca de la Biblioteca
Interamericana Simón Bolívar, Universidad de Panamá.
66
¿Anexión a los Estados Unidos? Comentario de Juan de Dios Restrepo, diciembre de 1851 - enero de
1852. Citado por Marco Palacios y Frank Safford: Colombia. País Fragmentado, Sociedad Dividida. Su
Historia. Grupo Editorial Norma S.A. Bogotá, 2002, página 419.

68 Societas, Vol. 20, N° 1


ganización política”, el Estado de Panamá no se obligaría “con otros principios
que con los puramente federales” y para cuyo fin enviaría sus apoderados a la
convención o dieta que se celebrara. Pero desafortunadamente esto no pasó
de ser un simple deseo cuando el Istmo se reintegró a la Nueva Granada a
finales de diciembre de 1841. También se conocían el frustrado intento de anexión
al Ecuador y las pretensiones del gobernante de este país el general Juan José
Flores de apoderarse del Istmo y del Cauca mediante la acción militar. 67

Prácticamente desde los inicios de la reactivación de la ruta de tránsito en el


Istmo de Panamá, con motivo de la fiebre del oro de California, se suscitó el
temor de Bogotá de que este territorio entrara en la órbita de la sed de tierras
del Destino Manifiesto, enunciado por el presidente de Estados Unidos James
K. Polk, en diciembre de 1845. Ello, pese a los compromisos adquiridos por
esta nación en el Tratado Mallarino-Bidlack del año siguiente, en el que garan-
tizaba la soberanía y propiedad de la Nueva Granada en el territorio menciona-
do. El 25 de marzo de 1849, los diputados Ricardo Vanegas y Juan Nepomuceno
Neira presentaron a la cámara de representantes neogranadina un proyecto de
ley autorizando al Poder Ejecutivo trasladar la capital de la república de Bogotá
a Panamá, en el transcurso de ese mismo año. Era, en su opinión, “un medio
eficaz y un caso, único para conservarlo”. De lo contrario: “Panamá había de
perderse para la Nueva Granada, bien porque andando el tiempo, su prosperi-
dad lo llame a ser un Estado independiente, bien sea por medio de su anexión a
algún Estado poderoso que esté en ello vivamente interesado. Y para prevenir
cualquier de estos resultados, para neutralizarlo, por lo menos, haciéndolos to-
mar un carácter indefinido de sucesión, la idea que envuelve el proyecto es la
única aceptable”. 68

De inmediato, el periódico El Republicano denunció el proyecto de ley “como


un medio para traer la federación a la Nueva Granada, cuyos resultados solo
podían ser la anarquía y la disolución” Calificó la medida como “una conjura
conservadora para recuperar el poder dividiendo para poder gobernar y propi-
ciar el caos” con el argumento de que era el único medio para emprender la
toma del Istmo por “los Estados Unidos de América”. Aceptó que la federa-
ción era necesaria cuando un país había llegado “a cierto grado de civiliza-
67
Ricardo J. Alfaro: Vida del General Tomas Herrera. Estudio preliminar de Argelia Tello Burgos. Prólogo
de Guillermo Andreve. Editorial Universitaria. Panamá, 1982. Página 119 y Correspondencia y otros
Documentos del General Tomás Herrera, Op. Cit., páginas 29, 30, 31, 40, 44, 45, 51.
68
“Proyecto de ley sobre traslación de la capital de la República a la Ciudad de Panamá”. El Panameño.
Número 20, Panamá. Domingo, 20 de mayo de 1849. Páginas 1 y 2. Biblioteca Nacional de Bogotá. Fondo
Pineda.

Societas, Vol. 20, N° 1 69


ción”. La Federación era “la perfección” o “el complemento del sistema repu-
blicano; pero las masas no estaban todavía suficientemente ilustradas para po-
der reconocer las ventajas de este orden de gobierno”. 69

Aunque esta propuesta de los diputados Vanegas y Neira no prosperó, al mes


siguiente, esto es, el 19 de abril, se llevó a cabo en la cámara de representantes
de Bogotá, una sesión secreta para considerar “asuntos relacionados con la
suerte futura” del Istmo de Panamá”. Ante el temor de la anexion de este
territorio a Estados Unidos, el diputado Romualdo Liévano, propuso que era
mejor que se le vendiera. 70

A la propuesta del diputado Liévano, respondió al periódico El Panameño,


indicando que el proyecto era “temerario” y atacaba la Constitución, el honor
nacional y la justicia. El Istmo no podía ni debía segregarse de la asociación,
política a la que pertenecía, si no por aquellos medios que contemplaba el dere-
cho público de las naciones. La venta suponía “el dominio de la cosa y acaso
las provincias internas eran dueñas del Istmo: Semejante plan, por fortuna, no
tenía acogida en la mayoría de los granadinos. Los istmeños eran libres y “en
nada semejantes a cafres”. 71

Con todo, la mentalidad anexionista, en particular entre algunos miembros del


círculo dominante en la sociedad istmeña de la Ciudad de Panamá, era un he-
cho conocido. El “hanseatismo” era una buena prueba de ello, así como su
inclinación hacía un protectorado británico, a través de Jamaica, isla con la que
existían estrechos vínculos comerciales mediante el contrabando de mercan-
cías y esclavos negros, así como por la masonería, desde hacía mucho tiem-
po.72

Entre la independencia o la anexión del Istmo de Panamá; el Dr. Justo Arose-


mena optó por la autonomía mediante el Estado Federal, pese a su discrepancia
con la extraña amalgama centro – federalista de la Constitución de 1853. Pero

69
Citado por Roberto Louis Gilmore: El Federalismo en Colombia (1810-1855). Op. Cit., páginas 207-
20 8.
70
“Venta del Istmo de Panamá”: El Panameño. Año II, trimestre 6, número 72 Panamá. Domingo, 26 de
mayo de 1850, página 1. Biblioteca Nacional de Bogotá, Fondo Pineda.
71
Ibid.
72
Véase a Celestino Andrés Araúz: “Contrabando, corrupción institucional y hegemonía mercantil británi-
ca en el Istmo de Panamá y sus proyecciones en el Pacífico (1700-1848)”, Revista de Ciencias Sociales y
Humanísticas. Societas. Vol. 15, No.2, Diciembre de 2013, páginas 7-58 y Encuentro. El mar del sur: 500
años después. Una visión interdisciplinaria. Facultad de Humanidades. Universidad de Panamá. Panamá,
2015, páginas 157-193.

70 Societas, Vol. 20, N° 1


no ocultó sus temores de que “el Istmo de Panamá se pierda para la Nueva
Granada si esta no vuelve en sí, estudia atentamente la condición de aquel país
interesante i asegura su posesión dándole un buen gobierno inmediato de que
ha carecido hasta ahora. Solo la mala administración de la cosa pública pudie-
ra inspirarnos el deseo de buscar en otras asociaciones, o que es más probable,
en nuestra independencia, una mejora que la Nueva Granada nos rehúsa”(…)
También alertó sobre otro peligro que corría el Istmo, “si no se cuida mucho i
prontamente de organizar allí un gobierno tan completo i eficaz como sea com-
patible con la nacionalidad granadina. Grandes i numerosos intereses extranje-
ros se están acumulando en su territorio…” 73 (El subrayado es nuestro).

Estos “numerosos intereses extranjeros” que le estaban “acumulando” en el


Istmo de Panamá, fueron los que precisamente incidieron, con mucho peso y
de manera negativa, en el desenvolvimiento del Estado Federal de Panamá.

El difícil comienzo del Estado Federal: divisionismo interno, intromi-


sión neogranadina e intereses hegemónicos estadounidenses.

Cuando se erigió el Estado Federal, pese a la reactivación de las tradicionales


actividades terciarias y la construcción del ferrocarril transístmico, durante los
primeros años de la fiebre del oro de California, era notorio el atraso del Istmo
de Panamá, en diversos órdenes, con todo y su ventajosa posición geográfica.
Con una superficie de 3.307 leguas cuadradas, era un país despoblado, al punto
que más del 50% de su extensión (1,765 leguas) eran tierras baldías “apenas
habitadas por algunas tribus indígenas”.74 La escasa población estaba des-
igualmente distribuida a lo largo y ancho del territorio istmeño. En 1851, el total
de los habitantes de la provincia de Panamá se calculaba en 52.322, en tanto
que, la provincia de Azuero, que como vimos, sería suprimida poco después de
surgir el Estado Federal, tenía 34,643 habitantes, mientras que la provincia de
Veraguas contaba con 33,864 habitantes y la provincia de Chiriquí solo alcan-
zaba 17.279 habitantes. 75 Esta población ocupaba “el territorio total en razón
de 48 individuos por legua cuadrada” y como los indígenas alcanzaban “poco
más o menos el numero de 8 mil que habitan los puntos baldíos” estarían con

73
El Estado Federal. Op. Cit., páginas 78-79.
74
Geografía Física y Política de la Confederación Granadina. Volumen VI. Estado del Istmo de Panamá.
Provincias de Chiriquí, Veraguas, Azuero y Panamá, obra dirigida por el General Agustín Codazzi. Edición,
análisis y comentarios Camilo A. Domínguez Ossa, Guido Barona Becerra, Apolinar Figueroa Casas,
Augusto J. Gómez López. Universidad Nacional de Colombia. Primera edición, julio de 2002, página 152.
75
Salvador Camacho Roldán: Mis Memorias 1852, página 2. Citado por Oscar Vargas Velarde: La Provincia
de Los Santos. Historia. Régimen Jurídico y Población. Op. Cit., página 49.

Societas, Vol. 20, N° 1 71


respecto a las 1,765 leguas, “casi en proporción de 5 por cada legua cuadra-
da”. 76 El vacío de población no podía ser más evidente, ante semejantes ci-
fras.

Además de ser un país despoblado, el Istmo de Panamá se caracterizaba por el


aislamiento y la dispersión de sus habitantes en un territorio pequeño en exten-
sión pero fragmentado por densas selvas y montañas inexploradas, valles, ríos,
lagunas, pantanos, ciénagas y otros accidentes geográficos que el hombre no
había podido dominar. Excepto el ferrocarril transístmico en manos de una
empresa extranjera, no existían modernas vías de transporte y comunicación
que pusieran en contacto a las distintas regiones y localidades. Ello incidió en
que los habitantes de estos lugares aislados, principalmente en el interior del
país, no percibieran que formaban parte de una entidad nacional que, por lo
demás, tampoco estaba ni siquiera configurada en todo el territorio de la Nueva
Granada. En consecuencia, predominaban los intereses regionales y hasta los
locales entrelazados con la tenencia de la tierra, el predominio del caciquismo,
la explotación de los indígenas y campesinos, así como las cruentas pugnas
entre círculos de poder. Incluso estas rivalidades fueron de índole familiar. En
todo caso prevalecía una economía de subsistencia, aunque algunos bienes de
consumo se enviaban al mercado de la Ciudad de Panamá. Pero como diría el
Dr. Justo Arosemena, los caminos eran pésimos y por eso los productos se
transportaban, preferiblemente, por mar a bordo de rudimentarias canoas que
tenían que enfrentar la fuerza de los vientos y otros inconvenientes climáticos.
De allí que recomendaba un mejor aprovechamiento del aire, del agua, y del
vapor para aumentar la producción, acorde con los nuevos avances de la revo-
lución industrial. 77

En cuanto a la Ciudad de Panamá y Colón o Aspinwall, ambas estaban muy


lejos de ser un modelo de la modernidad y del progreso en los años iniciales del
Estado Federal y mucho después. Carecían de acueductos y alcantarillados y,
por tanto, de agua potable. Ésta se recogía de pozos, aljibes y de otras fuentes
naturales como las quebradas, ríos, cascadas y de la lluvia. La higiene y la
salubridad pública brillaban por su ausencia, excepto en tiempo de epidemias
de viruela y el cólera morbo, principalmente. La basura inundaba las calles y
los malos olores se sentían por doquier. Las noches eran invencibles y la luz

76
Geografía Física y Política de la Confederación Granadina. Vol. VI. Estado del Istmo de Panamá. Op. Cit.
77
“Estado económico del Istmo”. Los Amigos del País. Panamá, 10 de noviembre y 11 de diciembre de
1839 y 1º de enero de 1840. Documento reproducido por Argelia Tello Burgos: Escritos de Justo Aroseme-
na. Loc. Cit., página 9.

72 Societas, Vol. 20, N° 1


eléctrica tardó en aparecer. La naturaleza parecía invadirlo todo y resultaba
imposible de doblegar. En definitiva, eran escollos difíciles de superar.

Tampoco debemos olvidar las pugnas internas y los intereses creados de los
grupos de poder tanto en Bogotá como en Panamá, que impidieron que el nue-
vo sistema de gobierno contara con un apoyo sustancial para la toma de deci-
siones en una coyuntura difícil y llena de incertidumbres. Como bien afirman
dos reconocidos biógrafos del Dr. Justo Arosemena: “Panamá era aún en aque-
llos días, con todo y su importancia histórica y su situación geográfica en el
centro del continente, un pobre villorio, en donde lo material y lo moral andaban
de manos, en donde a la par que el trabajo y las industrias – fuentes de riqueza
y estímulos para la dignidad humana, faltaban y no eran muchos los hombres
capaces de sobreponerse a sus pasiones y situarse en el alto plano de toleran-
cia y comprensión en que en las sociedades civilizadas se ventilan los asuntos
graves de carácter público. La indiferencia, si no la hostilidad con que recibie-
ron el acto por el cual se creaba el Estado Federal era fruto de la envidia hacía
el hombre superior de ilustración exquisita que por méritos propios se había
elevado por encima de la mayoría de sus conciudadanos del Istmo…” 78

Desde muy temprano se suscitó la reacción en contra del Estado Federal de


Panamá, particularmente de los grupos dominantes del interior del Istmo en
abierta pugna con la oligarquía citadina. En efecto, cuando el 1° de mayo 1852,
el Dr. Justo Arosemena presentó a la cámara de representantes el proyecto de
acto reformatorio de la Constitución, una comisión legislativa de la asamblea
provincial de Chiriquí, se mostró de acuerdo con el establecimiento del Estado
Federal porque éste le daría al Istmo una mayor capacidad de progreso y pros-
peridad, libre de las trabas de una consulta permanente con la capital de la
república, procedimiento que, por lo regular, duraba más de un año. Pero un
informe minoritario de dicha comisión, dio a conocer su temor que la absorción
de Chiriquí por el Estado Federal “solo sujetaría a la provincia el control de su
rival, Panamá”. En consecuencia, solicitó al congreso que tomara en conside-
ración el problema del aislamiento de Chiriquí y estipulara la existencia de la
autonomía local dentro del Estado Federal (porque) la subordinación a Panamá
acabaría con el progreso y prosperidad que se había desarrollado en la Provin-
cia”. 79

78
José Dolores Moscote y Enrique J. Arce: La vida ejemplar de Justo Arosemena. Panamá. República de
Panamá, 1956. páginas 248-249.
79
Robert Louis Gilmore: El Federalismo en Colombia 1810-1856. Universidad Externado de Colombia y
Sociedad Santanderista de Colombia. Santa Fe de Bogotá, D.C. 1995. Tomo II, páginas 29 y 30.

Societas, Vol. 20, N° 1 73


Más aún. José de Obaldía, destacado representante de la oligarquía terrate-
niente de Chiriquí, se opuso al mencionado proyecto de acto reformatorio de la
Constitución por medio de su periódico La Discusión. Posteriormente, en su
condición de vicepresidente de la república, encargado del Poder Ejecutivo, si
bien refrendó el “Acto Adicional” de la Constitución creando el Estado de Pa-
namá, expedido por el congreso el 27 de febrero de 1855, fue un duro crítico al
sistema de gobierno federal, al igual que su sucesor Manuel María Mallarino.
El primero, en su mensaje anual al inicio de las sesiones del congreso de ese
año, manifestó:… “la reforma de esa constitución que acaba de vencer triun-
falmente a los enemigos de la civilización granadina y ha visto en su séquito en
orden disciplinado (…) la inteligencia, moralidad, opulencia y celebridades de
la República, esa reforma no podría prometernos ahora la mejora de nuestra
situación social y política. Por el contrario, hasta cierto punto serviría para
justificar la escandalosa revuelta de abril (encabezada por José María Melo) y,
lo que es peor, confirmar la triste profecía de que la única cosa estable en
Hispanoamérica es la inestabilidad”. 80

El cambio de partido pudo haber influido en la opinión de Obaldía sobre el


federalismo. Al decir de un destacado político y escritor colombiano que lo
conoció personalmente: “El Señor Obaldía, senador por la provincia de Pana-
má era liberal de antigua fecha: desde 1828 y 1830 había combatido en el Istmo
de Panamá la dictadura de Bolívar; en 1837 había concurrido a la cámara de
representantes, y sostenido valerosamente discusiones a que dio origen en ese
año la elección de presidente de la república: en 1849 había sido una de los más
conspicuos defensores del general López y se había hecho notable, como ora-
dor, quizá el primero entre los liberales (…) No era muy ortodoxo su liberalis-
mo, hasta el punto de que apenas lanzada su candidatura se pensó en abando-
narla por haber atacado y votado negativamente en el senado un proyecto so-
bre libertad de imprenta presentado por el secretario de gobierno, doctor Zaldúa,
en el que se limitaba la responsabilidad de los escritores públicos a la injuria y
la calumnia. El señor de Obaldía confesó su pecado y prometió enmendarse,
con lo cual logró calmar la opinión enojada de sus partidarios. Como es sabido,
desde 1855 abandonó las banderas del liberalismo y vivió en comunión conser-
vadora desde entonces hasta su muerte, en 1889”. (?) 81

80
Ibid., páginas 49 y 50.
81
Memorias de Salvador Camacho Roldán. Editorial Bedout. BolsilibroBedout. Volumen 74. Sin fecha.
Página 197.

74 Societas, Vol. 20, N° 1


Meses después de la creación del Estado Federal de Panamá, específicamente
el 10 de mayo de 1855, en carta a su padre Mariano, el Dr. Justo Arosemena le
informaba sobre el poco entusiasmo que despertaba en el Istmo el nuevo régi-
men de gobierno… “confieso que no me han sorprendido las publicaciones
adversas, al Estado, que he visto en algunos periódicos; porque conozco mi
país. I sé por una dolorosa experiencia, que es el país de las anomalías (…)
Solo el Istmo estaba llamado a presentar la rareza de recibir por lo menos con
frialdad, una concesión importante, de que se puede sacar un gran partido si
sabe aprovecharse (…) ¿De dónde proviene esto? Voi a decirlo con franque-
za. Nuestro país no se ha distinguido jamás por su espíritu público: en medio de
los mayores desórdenes y de las más grandes calamidades relacionadas con el
gobierno, la indiferencia i el egoísmo han predominado”. 82

El 29 de octubre de 1856, Mariano Arosemena le escribía a su hijo Justo: “Ha


llegado para mí a ser dudoso si convenga en la República la federación.
Antioquia y el Istmo están ofreciendo la facilidad que le damos a los conserva-
dores para plantear sus ideas en toda la República yendo de sección en sec-
ción. De otro lado convertido el Istmo en una gran Provincia, tendríamos echa-
do abajo a Calvo y su gobierno y anexidades…” 83 Y a principios del mes
siguiente, le decía: “Volvamos al Istmo. Para nosotros nunca será bien la fede-
ración. Mejor se recibirá un Gobernador Arosemena nombrado por el gobierno
central que por elección istmeña, por ejemplo. Aquello de oligarquía no cesará
y como nosotros no somos los Fábrega, Flores, Páez, etc. al momento les deja-
mos la encomienda. Está visto que siempre y por siempre seremos nulidades o
estaremos destinados a trabajar para otros: la cosa ya es histórica”. (Subraya-
do en el original)

Concluía Mariano Arosemena manifestando a su hijo Justo, sin titubeos: “Para


mí no hay salvación sino en la agregación del Istmo de Panamá a la familia
norteamericana, y como de otra parte es un pensamiento yankee que nosotros
no podemos impedir su realización, tendremos un gobierno liberal positivo, efi-
caz y permanente de una manera inesperada, y sin que de ello se nos pueda
censurar de falta de patriotismo granadino, etc.” 84

82
El Estado Federal de Panamá: Op. Cit., página 113-114.
83
Carta de Mariano Arosemena a su hijo Justo. Cartagena, 29 de octubre de 1856. Documento Reproducido
por Octavio Méndez Pereira. Justo Arosemena, Op. Cit. Páginas 215-217 y en Mariano Arosemena:
Historia y Nacionalidad. Estudio preliminar de Argelia Tello Burgos. Op. Cit. Páginas 170-173.
84
Carta de Mariano Arosemena a su hijo Justo. Cartagena, 4 de noviembre de 1859, en Octavio Méndez
Pereira: Op. Cit. Páginas 213-215 y un Mariano Arosemena: Op. Cit. Páginas 174-176.

Societas, Vol. 20, N° 1 75


Es indudable que la temprana renuncia del Dr. Justo Arosemena como jefe provisorio
del Estado de Panamá, así como la agudización de las pugnas entre los notables
citadinos y del conflicto caciquista familiar y territorial en el interior del país, muy
particularmente en la desaparecida provincia de Azuero, en 1856, generaron gran-
des complicaciones administrativas a la nueva entidad gubernamental. Pero mu-
cho más significativas y de efectos de largo alcance, incluso para la Nueva Grana-
da, fueron las controversias de diversa índole que se incrementaron tanto con los
pasajeros estadounidenses en tránsito como con aquellos residentes en el Istmo de
Panamá. En el primer caso, cabe recordar el incidente de la “Tajada de Sandía”
del 15 de abril de 1856, de cuyas consecuencias diplomáticas nos ocupamos más
adelante, y lo mismo podemos decir de las acostumbradas negativas de los extran-
jeros, sobre todo norteamericanos e ingleses para pagar las contribuciones y otros
impuestos provinciales o estatales.

En el artículo 5° de la ley de 24 de mayo de 1855: “Sobre Administración en el


Estado de Panamá de los negocios que allí se ha reservado la Nación”, se estipuló
que el Poder Ejecutivo retiraría el exequátur de aquellos cónsules extranjeros resi-
dentes en el Estado de Panamá que protegieran “la resistencia de los individuos de
su nación al pago de contribuciones establecidas por dicho Estado por leyes suyas
o del Congreso Nacional” y que “para evitar dificultades” pondría “en conocimien-
to de los Gobiernos amigos la disposición de este artículo”, a fin de que supieran
que, al establecer sus cónsules, debían “hacerlo con sujeción a lo aquí prescrito”.

Mas lo cierto es que estas disposiciones legales pronto pasaron a ser letra
muerta. Así se demostró muy pronto cuando, en virtud de lo dispuesto por la
ley de 27 de agosto de 1855, expedida por la asamblea constituyente, las auto-
ridades del Estado de Panamá pusieron en práctica la contribución sobre tone-
ladas. De inmediato, sobrevino la reacción de las empresas y comerciantes
foráneos, a cuya cabeza se pusieron los cónsules, como era lo acostumbrado.
A continuación, la Compañía del Ferrocarril buscó apoyo de la legación de
Estados Unidos en Bogotá que reclamó ante el Poder Ejecutivo contra la men-
cionada ley. A su vez, el jefe superior del Estado de Panamá recurrió también
al Poder Ejecutivo manifestándole la conveniencia de que opinara favorable-
mente sobre la controversial ley. Pero como advirtió el Dr. Justo Arosemena:
“Esa opinión solicitada, caso de ser la del Poder Ejecutivo no le hubiera com-
prometido absolutamente, pero una resolución como la que se dictó el 11 de
octubre (..) fue bastante para desprestigiar enteramente y hacer de todo impo-
sible la recaudación del impuesto...” Dicha resolución declaró “no considerar
aplicable a los buques de vapor o de vela que arribasen a los puertos de Pana-

76 Societas, Vol. 20, N° 1


má y Colón el impuesto de toneladas establecido por la ley del Estado de
Panamá”. Ello, al decir del Dr. Arosemena, anulaba “un derecho fiscal en que
el Estado de Panamá había fincado las mejores esperanzas” . 85

Con anterioridad y contra el derecho de pasajeros en el Istmo de Panamá, la


Compañía del Ferrocarril recurrió a la Corte Suprema de la nación en Bogotá.
Esta emitió un fallo acorde en los deseos de la empresa y anuló la ordenanza de
impuestos fundamentándose en la falta de atribuciones de la cámara para le-
gislar en asuntos relacionados con el comercio exterior, si bien no creyó aplica-
ble el artículo 34 del contrato Stephens - Paredes que sirvió de base a la recla-
mación de la Compañía. De todos modos, quedó claro que sólo la nación ten-
dría derecho para establecer el impuesto de pasajeros. Al respecto, el Dr.
Arosemena llamó la atención sobre “los malos efectos de una primera condes-
cendencia” (por parte de la Corte Suprema) que “esperando conjurar una tem-
pestad inmediata, no hizo sino preparar otras y otras que han venido a ennegre-
cer de una manera temible nuestro horizonte…” 86

Meses antes de la creación del Estado federal de Panamá, el Dr. Arosemena


expresó su pesimismo sobre los beneficios que traería para el Istmo la apertura
del ferrocarril: “¿Piensa alguno que esa angustiada situación cesará cuando se
termine el ferrocarril, que tantas esperanzas de riqueza hace concebir a ciertos
espíritus visionarios? Pues modere sus cálculos; porque hoy ya los hombres
reflexivos creen que el ferrocarril, aunque será una obra mui productiva para
los empresarios, no traerá al Istmo esa estupenda prosperidad que se imajina.
La rapidez con que se hará el tránsito de viajeros i mercancías, el monopolio
que naturalmente ejercerá la empresa en almacenes i aun en hoteles a las
extremidades del camino, la facilidad que tendrán los cargamentos para llegar
a su mercado sin quedar depositados en el Istmo, la falta de industria domésti-
ca que esporte por el ferrocarril i reciba por el mismo en cambio artefactos
extranjeros; estas i otras circunstancias mantendrán aquel territorio en cierto
estado económico, que aunque no llegue a la miseria ni al abatimiento de 1848,
tampoco será mui lisonjero para el que quiera ver desenvuelta la riqueza, como
pudiera serlo en el Istmo con sus ferazes tierras, i un millón de habitantes que
bien puede contener”. 87

85
“Cuestiones Internacionales relacionadas ahora con el Istmo de Panamá”. El Tiempo, Bogotá, 4 al 16
de diciembre de 1856. Documento reproducido por Argelia Tello Burgos: Escritos de Justo Arosemena. Op.
Cit., páginas 124-125.
86
Op. Cit., páginas 122-123.
87
El Estado Federal de Panamá. Op. Cit., páginas 90-91.

Societas, Vol. 20, N° 1 77


A la postre, este crítico estado de cosas, para el Estado Federal de Panamá, se
agravó mucho más y desembocó en una situación extremadamente desfavora-
ble para sus derechos de autonomía política, administrativa y económica. En
efecto, el 25 de junio de 1857, el congreso de la Nueva Granada dictó una ley
mediante la cual el gobierno del Estado de Panamá, - así como también el
gobernador de Antioquia en su jurisdicción – “era responsable ante la Corte
Suprema de Justicia por delito cometido en el manejo de los asuntos nacionales
en dicho Estado”. Más aún, “podía ser acusado por la Cámara de representan-
tes o por el procurador general de la nación. El Poder Ejecutivo estaba facul-
tado para nombrar un funcionario de instrucción, que actuando con su secreta-
rio de confianza, formara el sumario correspondiente y despachar las demás
diligencias que ocurrieran, siempre que hubiese motivo para suponer la respon-
sabilidad del gobernador”. 88

El 26 de junio de 1857, el congreso expidió la ley “sobre la seguridad y arreglo


de los negocios nacionales en el Estado de Panamá”. Se estipuló que, en lo
sucesivo, el Istmo de Panamá se regiría por una administración especial, a
cuyo frente estaría un intendente designado por el Poder Ejecutivo de la repú-
blica. Su función cubriría una amplia gama de actividades, como eran: velar
por la seguridad y protección de los extranjeros, de conformidad con los trata-
dos públicos y el Derecho Internacional; establecer rentas, bienes y derechos;
adoptar disposiciones sobre la defensa del territorio y mantenimiento de la so-
beranía; crear una fuerza de policía, ejército y marina para hacer cumplir las
órdenes del Poder Ejecutivo y salvaguardar los intereses de la nación.

No olvidemos que el año anterior, concretamente el 15 de abril de 1856, se dio


el incidente de la “Tajada de Sandía”, de cuyas implicaciones inmediatas nos
ocupamos posteriormente. Por la misma ley 25, de junio de 1857, se erigió en
el territorio del Estado de Panamá un Distrito Judicial Federal en el que fun-
cionaría un tribunal dependiente de la corte suprema nacional. Entre sus atribu-
ciones estaban: exigir la responsabilidad de los empleados de la república;
aplicar las penas señaladas a los delitos y resolver asuntos que se suscitaran
entre la hacienda nacional y ¨los extranjeros transeúntes por el camino de
hierro y con los agentes de la Compañía del Ferrocarril de Panamá, por asun-
tos extraños a la validez e inteligencia del Contrato de privilegio de dicha obra”.

88
Oscar Vargas Velarde: Juan Mendoza, líder del arrabal. Tribunal Electoral. Panamá, 2015, página 71.

78 Societas, Vol. 20, N° 1


Aparte de otras materias contencioso administrativas, el tribunal tendría atribu-
ción para castigar a invasores aventureros e imponer contribuciones. Además
del derecho de toneladas sobre los buques mercantes que entraran en los puer-
tos de Panamá y Colón, tal como se consignó por la ley de 25 de julio de 1856,
nuevamente se cobraría un impuesto a los pasajeros que atravesaran el Istmo
de uno a otro mar. Si la Compañía del Ferrocarril se resistía al pago de esta
contribución forzosa, el Poder Ejecutivo estaba autorizado para proponerle
modificaciones estimadas como “justa recompensa”. El Estado de Panamá
recibiría la mitad del producto de las rentas de Aduana. Pero el auxilio de cin-
cuenta mil pesos dictado por el congreso al tesoro de aquel territorio quedaba
denegado. 89

Según un periódico publicado en Panamá, con la ley de 25 de junio de 1857 se


le daban facultades omnímodas al Poder Ejecutivo, usurpando al Estado de
Panamá sus principales derechos, entrometiéndose en la jurisdicción que le era
potestativa y colocándolo bajo el nivel de los demás Estados Federales de la
Nueva Granada. Inusitado también era el cargo de intendente general, porque
en ningún país regido por el sistema federal se había privado a los jefes de los
Estados el ser agentes del Poder Ejecutivo de la nación. Esto, por lo demás,
entrañaba “una desigualdad ante los demás Estados”. Propiciaba sinecuras y
tendía a complicar los problemas con los extranjeros al darle prebendas, en
particular a la Compañía del Ferrocarril, que ya de por sí tenía amplias ventajas
en el contrato Stephens-Paredes.

A la vez, se privaba al Estado de Panamá de la mitad del derecho de toneladas


y hacía difícil el cobro de la contribución forzosa y las rentas de aduanas, por-
que era necesario duplicarlas para que rindieran dividendos. Esto se debía a la
codicia del gobierno metropolitano que pretendía apoderarse de todas las fuen-
tes productoras del Istmo, sin importarle su falta de recursos tributarios. Cuan-
do el gobierno de la Nueva Granada celebró el contrato con la empresa del
Ferrocarril, actuó con egoísmo y solo para obtener beneficios derivados de la
vía férrea y amortizar así su deuda externa. No le importó si ello conllevaba
sacrificios al Istmo. Esto explicaba por qué no dudó en suspender el derecho
de pasajeros, una vez que la empresa ferroviaria elevó sus protestas y apeló a
las cláusulas del convenio de 1850. Finalizaba el periódico sus comentarios,

89
El Centinela. Año 1, Nº.78. Panamá, jueves 30 de julio de 1857, páginas 20-23. Biblioteca Nacional de
Bogotá. Prensa 1ra., 1946. Véase a Celestino Andrés Araúz. Panamá y sus Relaciones Internacionales.
Estudio Introductorio. Biblioteca de la Cultura Panameña. Tomo 15. Primer volumen. Editorial Univer-
sitaria. Panamá, 1994, páginas 72-73.

Societas, Vol. 20, N° 1 79


indicando que si tales relaciones de desigualdad continuaban y si pretendía
mantener por más tiempo dicha situación insostenible, el único camino que quedaba
era el que habría de tomarse, tarde o temprano: la separación definitiva. 90

Estos puntos de vista no estaban alejados de la realidad y se dieron en un


contexto sumamente difícil, tanto para el Estado Federal de Panamá como para
la Nueva Granada.

A raíz del incidente de la “Tajada de Sandía”, el gobierno de Estados Unidos


acusó a su homólogo de la Nueva Granada de ser incapaz de mantener el orden
y garantizar el libre tránsito en el Istmo de Panamá, de conformidad con lo
acordado en el Tratado Mallarino-Bidlack de 1846. En Bogotá, durante la con-
troversia diplomática que siguió al sangriento suceso, los comisionados estado-
unidenses James B. Bowlin e Isaac Morse, además de exigir indemnizaciones
por los muertos y heridos de su país, propusieron que las ciudades de Panamá
y Colón se erigieran en dos municipalidades “independientes y neutrales para
gobernarse a sí mismas, con un territorio de diez millas de ancho a cada lado
del ferrocarril”, así como la “perfecta libertad de la ruta de tránsito” y “la
neutralidad garantizadas”, aunque se indicó que en este territorio la Nueva
Granada conservaba su soberanía. No obstante, también pidieron que se ce-
diera a Estados Unidos “en plena soberanía” los dos pequeños grupos de islas
en la bahía de Panamá, para establecer allí una estación naval”, y todos los
derechos reservados en el contrato de la Compañía del Ferrocarril de Panamá
con una amplia compensación”. A cambio, el gobierno norteamericano esta-
ba” dispuesto a pagar muchas veces el valor de la cosa obtenida”. 91

Bowlin y Morse también presentaron, en esa oportunidad, un proyecto de con-


vención que habrían de concertar ambas naciones para el arreglo de las recla-
maciones de los ciudadanos estadounidenses y así concluir las diferencias en-
tre las partes. Pidieron que Colón y Panamá fuesen declarados puertos fran-
cos bajo la exclusiva jurisdicción municipal de sus habitantes, si bien la Nueva
Granada conservaría allí su soberanía, sin entrar en contradicción con el régi-
men especial indicado. En ese distrito, cuyo territorio comprendería veinte
millas de ancho y correría paralelo a la línea del ferrocarril, sus residentes
gozarían “de una serie de derechos” de diversa índole. Es decir, un territorio
separado y distinto del Estado de Panamá. En otras palabras, lo que medio

90
Ibid.
91
Ibid.

80 Societas, Vol. 20, N° 1


siglo después a raíz de la separación definitiva de Panamá de Colombia, en
noviembre de 1903, sería la Zona del Canal.

Incluso la controversia diplomática fue aprovechada por los comisionados es-


tadounidenses para plantear soluciones al conflictivo asunto de las contribucio-
nes o impuestos a los extranjeros en el Istmo de Panamá. En este sentido,
Bowlin y Morse propusieron que ninguno de los dos gobiernos municipales
mencionados estableciera ninguna clase de impuestos de importación o expor-
tación sobre los efectos en tránsito a través del Istmo o para el consumo fuera
de los límites de sus respectivos territorios, con algunas excepciones. Si po-
drían fijar contribuciones ordinarias “sobre la propiedad real y personal de los
habitantes con el propósito de recaudaciones necesarias para la administración
pública”. También dichas municipalidades expedirían las leyes adecuadas para
la protección del ferrocarril o de cualquier otra vía de tránsito a través del
Istmo, a fin de brindarles seguridad a las personas “al servicio de dicha vía o
camino, y para los pasajeros y toda propiedad que pasen o que se intenten
transportar por dicho camino…” 92

A estas propuestas que entrañaban cesiones territoriales y de soberanía, si-


guieron otras que plantearon medidas de carácter militar, esto es, la ocupación
del Istmo por tropas norteamericanas, a solicitud de los funcionarios del ferro-
carril o de los cónsules estadounidenses en las ciudades de Panamá y Colón.
Estos, inclusive, tendrían a su servicio una fuerza de policía para cuyo sosteni-
miento se crearían recaudaciones especiales. No obstante, si la vía a través
del Istmo dentro del distrito aludido “fuera interrumpida o seriamente amenaza-
da de obstrucción o interrupción por una fuerza o potencia que aparezca dema-
siado formidable”, entonces se recurriría al intervencionismo directo, o sea a
las fuerzas navales de Estados Unidos“existentes en cualquiera de los puertos
de las extremidades de dicha vía o ruta o inmediata a ellos, para proteger,
mantener abierto y asegurar el tránsito libre y sin peligro de dicho camino: y el
gobierno de los Estados Unidos puede también, si lo considera necesario, en-
viar con el mismo fin a dicho destino o a cualquiera parte de él. Incluso orga-
nizar allí, una fuerza militar; pero tan luego como cese la exigencia que haya
ocasionado el uso de la fuerza moral o militar de los Estados Unidos, será ella
retirada de dicho territorio”. 93

92
El Centinela. Trimestre 4. Año 1, número 47 Panamá, Domingo 12 de abril de 1857. Página 1 Biblioteca
Nacional de Bogotá. Prensa 1ra., No.1946. En Celestino Andrés Araúz: Panamá y sus Relaciones Interna-
cionales, Op. Cit., páginas 63-64.
93
Ibid.

Societas, Vol. 20, N° 1 81


“Absolutamente inadmisibles” consideraron los plenipotenciarios de la Nueva
Granada Lino de Pombo y Florentino González, las propuestas de Bowlin y
Morse. A su criterio, éstas significaban “una cesión integra y gratuita, incons-
titucional y deshonrosa, del territorio del Estado de Panamá a los Estados Uni-
dos, cesión que ni el uno de los gobiernos debe pretender o exigir, ni el otro
puede acordar, en conformidad con los principios que sirven de base a las ins-
tituciones políticas de las dos Repúblicas”. Más aún, afirmaron que varias
cláusulas del proyecto en cuestión estaban en abierta pugna con el Contrato
Stephens-Paredes. Por tanto, aquellas propuestas no podían ser tomadas en
cuenta, si bien en aras de arreglar satisfactoriamente lo relacionado con el
tránsito por el Istmo de Panamá estaban dispuestos a proseguir con las nego-
ciaciones “sin perder de vista el principio de la igualdad del libre tránsito para
todas las naciones y el de la soberanía territorial. 94

Mientras tanto, en el Istmo de Panamá la tensión reinante aumentó por el asun-


to de los impuestos e hizo crisis con el incidente de la “Tajada de Sandía”. A
principios de septiembre de 1856, el comodoro Merwine, comandante en jefe
de la Marina de Estados Unidos en el Pacífico, manifestó al gobernador de
Panamá que “consideraría como un caso de guerra”, la insistencia de este
funcionario de “exigir el derecho de toneladas. Por tanto, “obraría en conse-
cuencia con las fuerzas que tenía a sus órdenes”. A aquel funcionario no le
quedó más alternativa que ceder ante esta amenaza “hasta tanto el Poder Eje-
cutivo resolviera lo conveniente”. 95 El 19 de ese mismo mes, a solicitud de
Amos B Corwine, comisionado especial del gobierno de Estados Unidos para
investigar el sangriento suceso del 15 de abril de 1856, un destacamento de 160
hombres comandados por el comodoro William Merwine desembarcó de los
buques de guerra Independence y St Mary, y ocupó la estación del ferrocarril
en la Ciudad de Panamá. Pero como todo estaba en calma, solo permaneció
tres días. Fue la primera intervención armada estadounidense en el territorio
istmeño y sentó un precedente que prácticamente se convirtió en costumbre
durante la segunda mitad del siglo XIX e inicios del XX.

En este contexto, a principios de 1857, el Dr. Justo Arosemena presentó al


congreso de la Nueva Granada un proyecto de ley sobre la neutralidad del
Istmo de Panamá, proponiendo que el Poder Ejecutivo promoviera con los
gobiernos de Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos y Cerdeña la concerta-

94
El Centinela. Trimestre 4. Año 1, número 48. Panamá, miércoles 15 de abril de 1857, páginas 1-4
Biblioteca Nacional de Bogotá. Prensa 1era, Nº.1946. Celestino Andrés Araúz. Op. Cit., página 65.
95
Gerstle Mack. Op. Cit., página 154.

82 Societas, Vol. 20, N° 1


ción de un tratado en el que se reconociera al Istmo de Panamá como “un
Estado del todo independiente y soberano, libre para el comercio de todas las
naciones, bajo la garantía y protección de las potencias signatarias del pacto”.
Era, si se quiere, un retorno al modelo del país hanseático de los años veinte
que buscaba convertir al Istmo en “un emporio comercial” mediante la cons-
trucción de una ruta interoceánica, terrestre, acuática o mixta por parte de las
principales naciones marítimas de aquel tiempo.

De acuerdo con el proyecto del Dr. Arosemena, tales centros de poder goza-
rían de una serie de derechos y garantías comerciales. En primer lugar, ten-
drían amplia libertad para el transporte de su correspondencia por medio del
ferrocarril o cualquiera otra vía de transporte y comunicación que se llegara a
construir en el territorio del Estado de Panamá. Por este servicio, los benefi-
ciados no pagarían nada al gobierno, pero sí anualidades a la Compañía del
Ferrocarril, que a su vez, contribuiría de la misma forma al Estado. Éste se
comprometió a no imponer ningún gravamen por el tránsito de correspondencia
extranjera, ni cobraría contribuciones a los buques y mercancías de las nacio-
nes signatarias que arribaran a los puertos, del Istmo y, por su parte, harían lo
mismo con los productos o mercaderías de Panamá que ingresaran en sus res-
pectivos dominios. Además de ello, los ciudadanos o súbditos de los países
mencionados tendrían, por el hecho de hallarse en el Estado de Panamá, los
mismos derechos y obligaciones civiles y de naturaleza política establecidos
por la Constitución y las leyes para los naturales de la Nueva Granada. Tal
reciprocidad se haría extensiva a los ciudadanos del Estado de Panamá en los
territorios de las naciones protectoras.

Otros puntos del proyecto de ley sobre la neutralidad del Istmo se referían
específicamente a la Compañía del Ferrocarril y existían buenas razones para
que el Dr. Arosemena le dedicara su atención. Así, el Estado de Panamá se
subrogaría de los derechos y obligaciones que con esta empresa había contraí-
do la Nueva Granada y celebraría otro convenio, no sólo para estipular a nom-
bre propio los nuevos derechos y obligaciones de ambas partes, “sino para dar
mayor claridad a algunas cláusulas del actual contrato, que son susceptibles de
varias interpretaciones”. Los únicos derechos que se reservaría la Nueva Gra-
nada, respecto a esta empresa, serían la facultad de rescatar el camino y sus
dependencias, de conformidad con el contrato Stephens-Paredes, así como el
tránsito gratuito, no sólo de la correspondencia, sino también de tropas, pertre-
chos y empleados o comisionados del gobierno.

Societas, Vol. 20, N° 1 83


Por otro lado, en la concertación del nuevo acuerdo, intervendrían las naciones
signatarias del Tratado de Neutralidad y, si la Compañía del Ferrocarril no se
mostraba anuente a suscribir otro convenio, siempre quedaría el Estado de
Panamá exento de las obligaciones y derechos establecidos en el contrato de
1850, a excepción de los privilegios otorgados a la Nueva Granada. Está claro que
el propósito fundamental del Dr. Arosemena era atenuar en lo posible las exce-
sivas concesiones hechas a la empresa ferroviaria que daban pie a reclamacio-
nes de toda índole, casi siempre bajo la tutela del gobierno estadounidense.

Quizás por eso, en el proyecto de ley en mención, también se indicó que los
tratados, pactos o convenciones que entonces ligaban a la Nueva Granada con
Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos y Cerdeña, no serían en adelante obli-
gatorios para el Estado de Panamá en aquello que expresamente no se refiriera
al territorio del Istmo. Igualmente, estas naciones podrían mantener, a su cos-
ta, en los puertos de Panamá y Colón, los buques que consideraran necesarios
para la seguridad de sus ciudadanos y de su comercio en el Istmo. Dichos
buques podían mantener a bordo las tropas de desembarco que estimaran con-
venientes, si bien nunca las pondrían en tierra, “si no en caso de absoluta nece-
sidad y por el tiempo indispensable”.

Se hizo la observación de que las “potencias signatarias” se comprometían a


que ninguna de ellas tomarían posesión directa o indirectamente, del Estado de
Panamá o de una parte de su territorio y a impedir las expediciones de aventu-
reros u otro tipo de invasiones extrañas. Pero sus fuerzas militares no inter-
vendrían en los asuntos internos del Estado de Panamá, “sino cuando se hagan
visiblemente peligrosas para el interés del comercio universal o perniciosas
para el comercio de alguna de ellas”; y entonces no podrían hacer sino “lo muy
preciso para poner término a las decisiones, después de acordado por tres de
dichas potencias a lo menos”. Ello, no obstante, el Estado de Panamá sería
completamente neutral “en toda cuestión o guerra internacional entre las po-
tencias signatarias”, y éstas, a su vez, procurarían que lo fuese también en
conflictos que sostuviese alguna de ellas con otra nación ajena al tratado.

Si surgían problemas del Estado de Panamá con alguna otra nación que no
fuese de las firmantes del Tratado, las potencias, que lo integraban, ofrecerían
su mediación y buscarían la solución del diferendo mediante el arbitraje de una
o más de ellas o de otra potencia extraña, si así lo exigía la parte contendiente
con el país bajo el protectorado. Del mismo modo, siempre que surgiera algún
problema entre el Estado de Panamá con cualquiera de las signatarias del pac-

84 Societas, Vol. 20, N° 1


to, se recurriría al arbitraje de las otras integrantes y por mayoría de votos de
sus representantes. De esta manera, se evitarían las hostilidades entre dicho
Estado con una o más de las mencionadas naciones. En caso de empate, los
representantes aludidos deberían elegir a una quinta potencia para dirimir la
disputa. De allí que también se indicara que los signatarios se garantizarían
recíprocamente el cumplimiento de las estipulaciones y de los deberes consig-
nados en el tratado que llegara a celebrarse.

Habría reciprocidad entre los ciudadanos o súbditos de las potencias signata-


rias y los naturales del Estado de Panamá. Todos tendrían los mismos dere-
chos y obligaciones que correspondían a los ciudadanos de sus respectivos
países. Dicho tratado permanecería en vigor por solo diez años en cuanto al
protectorado o intervención. Pasado ese tiempo, el Estado de Panamá podría
disponer de su suerte como a bien lo tuviera. Ni antes ni después sería lícito, al
gobierno que imperara en este territorio, establecer allí el régimen de la escla-
vitud. 96 Era de esperar la reacción que sobrevino tanto en Bogotá como en el
Istmo, contra el proyecto de tratado. Se le calificó como “humillante” y ver-
gonzoso” para la Nueva Granada, porque traería para el Istmo “un triste y
desastroso porvenir”. También se dijo que no hacía otra cosa que allanar a los
yankees el camino de la anexión del Istmo”. 97 Con todo, el polémico proyecto
del Dr. Justo Arosemena que, en esencia, procuraba sustraer al Estado de Pa-
namá de la hegemonía unilateral estadounidense y las guerras civiles
neogranadinas, no prosperó en el congreso.

Poco después, el 10 de septiembre de 1857, se firmó en Washington el Tratado


Herrán-Cass. En el mismo se estipuló que todas las reclamaciones de parte de
los ciudadanos de Estados Unidos, corporaciones, compañías o particulares
contra el gobierno de la Nueva Granada presentadas antes de esta Conven-
ción, ya fuese al Departamento de Estado en Washington o al ministro de Esta-
dos Unidos en Bogotá, “especialmente las provenientes de los daños causados
con el motin que ocurrió en Panamá el 15 de abril de 1856”, por los cuales
“dicho gobierno reconocía” su responsabilidad, derivada del atributo y la obli-
gación “que tenía de conservar la paz y el buen orden en aquella vía interoceá-

96
El Centinela. Año 1. Serie 5, número 53 3. Panamá. Domingo 3 de mayo de 1857. Página 2. Biblioteca
Nacional de Bogotá. Prensa Primera. Número 1946. Este documento fue reproducido por Catalino Arrocha
Graell: Historia de la Independencia de Panamá. Sus Antecedentes y sus causas (1821-1903). Star and
Herald. Co., Panamá, 1933 páginas 130-135 y por Celestino Andrés Araúz: “Justo Arosemena ante el
Expansionismo de Estados Unidos” Tareas, No.94, Panamá, septiembre-diciembre 1996, páginas 65-68.
97
El Centinela Año 1, serie 5, número 53 Panamá. Domingo 3 de mayo de 1857, página 2. Biblioteca
Nacional de Bogotá. Prensa Primera. Número 1946.

Societas, Vol. 20, N° 1 85


nica”, serían sometidas a una comisión integrada por dos representantes de
ambas partes. Para asumir los costos que resultaran del pago de indemnizacio-
nes, el gobierno neogranadino destinaría la mitad de la suma que percibía de la
Compañía del Ferrocarril por el transporte del correo interoceánico, más el
cincuenta por ciento de las utilidades netas que le correspondían por dicha vía.
Si tales fondos no alcanzaban, entonces proveería otros medios para tal propó-
sito. 98

Finalmente, la Nueva Granada convino en pagar indemnizaciones por el monto


de B/ 402.000, que se canceló en 1874. Esta cifra, si se quiere, era insignifi-
cante, pero entrañaba una humillación internacional y allanó el camino para
que la hegemonía estadounidense predominara en las relaciones entre los dos
países y, por ende, en el futuro del territorio del Istmo de Panamá. 99

En definitiva y pese a las limitaciones de origen y sus consecuencias inmedia-


tas que hemos examinado, no hay duda que el Estado Federal de Panamá, o el
“Estado de Panamá”, fue un paso importante para el logro de una autonomía
que, con todo y estar mediatizada, representó el inicio de un proceso paulatino
que desembocó en la separación definitiva del territorio istmeño de la Repúbli-
ca de Colombia el 3 de noviembre de 1903. Esto último con la intromisión de los
intereses geopolíticos, económicos y estratégicos – militares del imperialismo
norteamericano, centrados en la construcción, dominio y usufructo de un canal
interoceánico. Pero esta presencia hegemónica foránea no era nueva ni co-
yuntural. Frenó y complicó el desenvolvimiento del Estado Federal e intervino
decisivamente en el surgimiento de la Nueva República, bajo el protectorado
de Estados Unidos, aprovechando el permanente descontento de los istmeños
ante el centralismo de Bogotá.

98
“Convención del 1º de septiembre de 1857, sobre pago de reclamaciones provenientes de los sucesos del
15 de abril de 1856, en Panamá”… en: José Antonio Uribe. Anales Diplomáticos y Consulares de Colom-
bia, Tratados Públicos. Edición oficial. Imprenta Nacional, 1920. VI tomo. Páginas 228-233. Véase,
asimismo: Revista Cultural Lotería. Edición Especial. La Experiencia transístmica. Convenios, contratos,
tratados y otros documentos (siglo XIX). Luis Navas Pájaro y Thais E. Alexandría, compiladores. Op. Cit.
Páginas 93-100.
99
Raimundo Rivas: Historia Diplomática de Colombia (1810-1934) Ministerio de Relaciones Exteriores.
Imprenta Nacional. Bogotá D.E. 1961. Página 424.

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SUMMARY

THE FEDERAL STATE OF PANAMA AND ITS ORI GIN


LIMITATIONS

This article analyzes the origin limitations of the Federal State of Panama.
The author remarks the centralist-federalist spirit of that political institution.
He studies the speculation and the monopoly of uncultivated lands.

He recognizes the endangered and controversial incomes of the original entity.


Both the annexionist threats and the centralist reactions are viewed. Also, he
points out the difficult beginning of the Federal State of Panama: internal
divisionism, Colombian interference and American hegemony.

KEY WORDS

Limitations, Federal State, Panamá, centralist-federalist spirit, speculation,


monopoly, uncultivated lands, endangered incomes, annexionist threats,
Colombian interference, American hegemonical interests.

Societas, Vol. 20, N° 1 87

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