06-Gupta y Ferguson
06-Gupta y Ferguson
06-Gupta y Ferguson
1. Hay una larga y rica tradición de estudios de geógrafos y teóricos sociales sobre la
construcción social del espacio bajo las condiciones de la modernidad y la posmoder-
nidad. Sobre la base de una antigua aunque subestimada tradición de pensamiento
espacial dentro del marxismo (Henri Lefebvre 1991), geógrafos sociales como David
Harvey (1985a, 1985b, 1990) y Doreen Massey (1984, 1994) han mostrado cómo for-
mas cambiantes de producción capitalista han estructurado los espacios urbanos y las
experiencias sociales que se despliegan dentro de ellos. Mientras tanto, teóricos de la
globalización, tales como Sakia Sassen, han señalado cómo las prácticas estatales de
regulación —desde el control de la inmigración hasta las regulaciones financieras—
se intersectan con flujos transnacionales de capital para generar zonas económicas
nacionales y subnacionales altamente diferenciadas dentro de un espacio económico
cada vez más global (1991, 1996, 1998). Pero aunque tales contribuciones ayudan a
mostrar cómo los Estados pueden actuar para construir el espacio social y económi-
co, y para configurar la forma en que los lugares son construidos, experimentados y
poblados, no abordan la cuestión relacionada pero distinta que nos preocupa aquí:
¿cómo los propios Estados son espacializados?
Asimismo, nos hemos beneficiado grandemente de un reciente conjunto de
trabajos en antropología que buscan comprender etnográficamente las consecuen-
cias espaciales de las políticas de Estado (Bernal 1997, Darian-Smith 1999, Grant
1995, Herzfeld 1991, Merry 2001 y Verdery 1996). Es esta bibliografía la que nos ha
permitido perseguir nuestra propia, ligeramente diferente, pregunta sobre cómo el
propio Estado se espacializa.
2. Ann Anagnost presenta un maravilloso ejemplo de este fenómeno en su discusión
sobre la grandiosa China (1997: 161-175).
El Estado espacializado
Cuestiones conceptuales
3. Un diferente tipo de crítica de esta posición ha sido lanzada por Marilyn Strathern
(1995), quien sostiene que, solo porque la antropología pareciera encaminar su
conocimiento a través de personas, no se supone que la persona constituyan una
escala elemental de organización social. Maurer (1998) ofrece un ejemplo de cómo
proyectos espaciales y estatistas convergen cuando el abarcamiento se realiza a
través de la incorporación.
11. El término “orden” es aquí usado tanto en su intención directiva como en sus
connotaciones organizadoras.
12. El punto no es ni reducir uno al otro, ni afirmar algún tipo de relación privilegiada,
en comparación con la relación de espacio con capital.
13. El bloque es la más pequeña unidad administrativa en la India y comprende, apro-
ximadamente, un centenar de pueblos.
14. El número de trabajadores y asistentes de Anganwadi varía de un bloque a otro,
dependiendo de la población que se atiende y de los fondos asignados al programa.
15. La estructura piramidal de la burocracia siguió un patrón clásico, fordista, de or-
ganización industrial. A diferencia de las burocracias de las firmas del capitalismo
tardío o de otras organizaciones posfordistas, no había ningún indicio de una es-
tructura organizacional horizontal o de toma descentralizada de decisiones.
16. Siguiendo la convención antropológica, el nombre “Mandi”, así como los nombres
de las personas y pueblos mencionados más abajo, son seudónimos.
17. El siguiente texto se basa en las observaciones del trabajo de campo dirigido por
Akhil Gupta.
llegaba tarde, a Asha se le ocurriera hacer la visita. Asha comparó con ironía
cuanto mejor le parecía el centro que era operado por una mujer que solo
había pasado la escuela secundaria a diferencia del segundo centro, a pesar
de que su trabajadora tenía un grado de máster. Ella parecía sorprendida
por esto, porque en el pasado había encontrado que los profesores mejores
educados desempeñaban un buen trabajo.
Una de las principales funciones de los trabajadores del Anganwadi,
y de lejos la actividad que les demanda mayor tiempo es documentar y ge-
nerar estadísticas. Abundantes registros consignan diferentes aspectos del
funcionamiento de los Anganwadi. Un Registro de Asistencia consigna datos
como cuántos niños acudieron a un centro cada día y quiénes fueron —sus
nombres, nombres de sus padres y castas—. Un Registro de Nutrición docu-
menta cuánta comida y combustible se consumió; un tercer registro se usa
para anotar las fechas de nacimiento de cada niño nacido en el pueblo, los
nombres de sus padres, sus edades y castas. Registros similares se llevan de
todos los muertos. El nombre, la edad y la casta de cada mujer embarazada y
un informe del resultado del embarazo se consignan en otro registro. Un Re-
gistro de Viaje registra cuándo y por qué un trabajador de Anganwadi faltaba
a un centro. Se mantuvo un Registro de Inspección en el cual supervisores, JPDI
y otros visitantes registraban sus impresiones sobre el funcionamiento del
Anganwadi. Los registros fueron dispositivos para tecnologías de automoni-
toreo y autodisciplina que fueron simultáneamente portafolios para registrar
la efectividad del cuidado de la población, por un lado, y para permitir la
vigilancia y control de los trabajadores, por el otro.18
Las inspecciones sorpresas y los registros fueron dos dispositivos me-
diante los cuales se practicaron la verticalidad y el abarcamiento. No solo
los funcionarios de los niveles “más altos” viajaban en jeeps, de modo que
establecían su control sobre el espacio geográfico del bloque, el distrito y
el Estado —cualquiera que fuera su jurisdicción—; también viajaban para
inspeccionar, disciplinar, recompensar, animar y castigar. Los registros
19. Un buen ejemplo es la privatización de las prisiones: cada vez más, compañías pri-
vadas se han encargado del trabajo de construir y operar prisiones para el Estado.
Una vez que un modelo empresarial se vuelve dominante, hay pocas razones para
que muchas de las funciones estatales sean desempeñadas por las instituciones
estatales.
20. Es llamativo, por ejemplo, que Rose (1996: 53) caracterice el “avance del liberalis-
mo” como un conjunto de estrategias que “pueden ser observadas en contextos
nacionales, de Finlandia a Austria” —sin ninguna discusión de los vastos contextos
nacionales (la mayor parte del mundo, parecería) en los cuales su análisis no apli-
ca—. Tampoco hay ninguna consideración de las relaciones entre el fracaso de las
nociones de bienestar en el ámbito nacional y aquellas de desarrollo en el internacio-
nal, o de las formas en que la proliferación de cuasiautónomas ONG podrían estar
vinculada con cambios en el rol y función del Estado-nación dentro del sistema
global.
22. No hay duda de que son las diferencias empíricas entre la situación del Estado en
los dos contextos regionales las que explican por qué cada uno ilustra mejor una di-
ferente parte de nuestro argumento —en general, la fuerza relativa del Estado indio
frente al despertar institucional y financiero de unos cuantos Estados africanos—,
pero no es nuestro propósito explorar sistemáticamente tales diferencias aquí.
pequeñas, de base, voluntarias. Este limitado uso deja fuera de la foto, quizá,
algunos fenómenos importantes y obvios. Uno nunca está completamente
seguro: ¿La Corporación Angloamericana de Sudáfrica es parte de esta so-
ciedad civil? ¿El ejército de John Garang en Sudán es parte de ella? ¿Lo es
la Oxfam? ¿Y los movimientos étnicos que no son anteriores, ni se oponen
con firmeza, a los Estados modernos, sino que fueron producidos por es-
tos (véase Vail 1991, Wilmsen y McAllister 1996)? ¿Y las organizaciones de
misiones internacionales — podría decirse que es una parte tan importante
de la escena africana hoy como siempre, pero extrañamente relegadas al pa-
sado colonial en muchas investigaciones africanistas—? Estas cosas encajan
incómodamente en el “Estado” frente a la red de la “sociedad civil”, y de
hecho no pueden etiquetarse coherentemente como fenómenos “locales”,
“nacionales” o “internacionales”. En su lugar, estos ejemplos, como tantos
otros de interés en el África contemporánea, encarnan una dinámica local
significativa y son indisputablemente un producto y expresión de poderosas
fuerzas nacionales, regionales y globales.
El Estado, mientras tanto, cuando es comprendido empírica y etnográ-
ficamente comienza a mirarse a sí mismo sospechosamente como “sociedad
civil”. Esto puede ser literalmente así, como cuando los funcionarios del
gobierno usan su capital educativo e institucional para comenzar —y ganar
recursos a través de— sus propias organizaciones “de base”. —Como lo
puso un informante de Zambia, “¿Una ONG? Ah, es solo un burócrata
con su propio membrete”—. Más profundamente, como ha sostenido Ti-
mothy Mitchell, la misma concepción del “Estado” como un conjunto de
reificadas y desencarnadas estructuras es un efecto de las propias prácticas
estatales (1991). En lugar de oponer al Estado contra algo llamado “socie-
dad”, necesitamos ver Estados compuestos ellos mismos de manojos de
prácticas sociales, cada una tan local en su materialidad y contextualización
social como cualquier otra (Gupta 1995).
Para romper con la división convencional entre niveles analíticos ver-
ticales del Estado y la sociedad, se irá más allá del campo de cuestiones
que dicha división impone —cómo gobiernan los Estados, qué relaciones
existen (o deben existir) entre Estado y sociedad, cómo puede la sociedad
civil obtener capacidad para maniobrar desde el Estado, etc.— y se abrirá
hacia algunas de las relaciones transnacionales que sugerimos son cruciales
El Estado
23. Tomamos prestado este evocativo término de las observaciones hechas por Coo-
per (1993). Debería mencionarse, sin embargo, que estamos aquí relacionando el
término con afirmaciones más amplias acerca de gubernamentalidad transnacional
que Cooper podría no haber previsto en su propio uso del término.
Las bases
democráticas. Como ha señalado Jane Guyer, esto ignora “lo obvio: que la
sociedad civil está compuesta por organizaciones internacionales” (1994:
223). Por ejemplo, las organizaciones voluntarias en África, muy aprecia-
das por los teóricos de la sociedad civil, frecuentemente resultan estar,
cuando se indaga, vinculadas integralmente a entidades de escala nacional
y transnacional. Se podría pensar, por ejemplo, en los numeroso grupos
comunitarios de Sudáfrica que son financiados por Usaid o grupos de
iglesias europeas (Mayekiso 1996, Mindry 1998); o en la abundancia de
ONG de desarrollo cristiano local en Zimbabue, que pueden concebirse
igualmente bien que la mayoría de las expresiones locales de base de la
sociedad civil, o como parte de las vastas organizaciones burocráticas in-
ternacionales que las organizan y sostienen (Bornstein 2001). Cuando tales
organizaciones comienzan a tomar el control de las más básicas funciones
y poderes del Estado, como significativamente hacen, por ejemplo en Mo-
zambique (Hanlon 1991), se hace más que evidente que las ONG no son están siglas
no-gubernamentales como podrían desear que creyéramos. Ciertamente, el utilizan
Banco Mundial se refiere sin rodeos a lo que ellos llaman BONGOs (Bank- plural o son
organized NGOs) e incluso GONGOs (Government-organized NGOs). igual a las
Que estas organizaciones voluntarias vengan de “arriba” (organiza- ONG
ciones internacionales) como de “abajo” (comunidades locales) es un he-
cho extremadamente significativo de la así llamada sociedad civil en el
África contemporánea. Por ello, al mismo tiempo que las organizaciones
internacionales (a través del ajuste estructural) erosionan el poder de los
Estados africanos (y usurpan su soberanía económica), están ocupadas en
evadir a esos mismos Estados y financiar directamente sus propios pro-
gramas e intervenciones a través de distintas ONG en un amplio rango de
áreas. El rol jugado por las ONG en la ayuda a los organismos occidentales
de desarrollo para que puedan moverse por gobiernos nacionales no coo-
perativos arroja luz sobre el desdén actual por el Estado y la celebración
de la sociedad civil que se encuentra tanto en la literatura académica como
en la de desarrollo actualmente.
Pero los rivales de los Estados africanos hoy no son solo organizacio-
nes internacionales y diversas ONG. Como consecuencia de lo que amplia-
mente se acepta como un cierto colapso o retirada del Estado-nación en
todo el continente, encontramos formas de poder y autoridad que surgen
por todas partes, y que no han sido bien descritas o analizadas hasta la fe-
cha. Estas son usualmente descritas como “subnacionales” y usualmente
concebidas o bien como esencialmente étnicas (la vieja perspectiva pri-
mordialista) o bien alternativamente (más esperanzadoramente) como
manifestaciones de una sociedad civil nuevamente renaciente, largamente
suprimida por un Estado de mano dura. Sin embargo, ¿podemos realmen-
te suponer que las nuevas formas políticas que desafían la hegemonía de
los Estados-nación africanos son necesariamente concebidos adecuada-
mente como “locales”, “de base”, “civiles” o incluso “subnacionales”?
Por ejemplo, las insurrecciones de la guerrilla, no famosas por su ci-
vilidad, frecuentemente no son estrictamente locales o subnacionales, ni
armadas y fundadas, como lo son desde el extranjero. Consideremos el
movimiento de la Savimbi’s União Nacional para a Independência Total de
Angola (Unita), largamente ayudado por la CIA, originalmente entrenado
por el gobierno chino, con años de apoyo militar y logístico de la Sudáfrica
del apartheid, y financiada por fuentes que van desde el comercio inter-
nacional de diamantes hasta las donaciones de grupos de iglesias de los
Estados Unidos. ¿Es esta una organización subnacional? ¿Un fenómeno
de una sociedad civil emergente? O considérese las formas transnacionales
de criminalidad altamente organizadas que muy frecuentemente existen
en una asociación simbiótica con el Estado, que incluso pueden llevarnos
a hablar, como recientemente han sugerido Bayart et ál. (1999), de “cri-
minalización del Estado” en muchas partes del África. ¿Pueden captarse
tales desarrollos dentro de las polaridades Estado-sociedad o local-global?
¿Qué hay acerca de las organizaciones transnacionales cristianas como
World Vision International, que juega un rol importante en muchas partes
del África contemporánea, organizando los asuntos locales y construyen-
do y operando escuelas y clínicas donde los Estados habían fracasado?
(Bornstein 2001). ¿Pueden conceptualizarse como locales esas gigantescas
organizaciones transnacionales? ¿Qué de las organizaciones humanitarias
tales como Oxfam, la Copperative for Assistance and Relief Everywhere
(CARE) o Médicos sin Fronteras, que desempeñan funciones cuasiestata-
les en todo el África?
Tales organizaciones no son Estados, pero son incuestionablemen-
te cuasi-Estados en algunos aspectos. Sin embargo, no se les describe
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