Guerras Olvidadas Del Peru

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Grupo Memoria. Documento preliminar. 01/09/2011. No citar sin autorización de su autor/a.

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Las Guerras Olvidadas del Perú: Sociedad Rural, Imaginario Nacional


y Formación del Estado

Cecilia Méndez G. 1

** Este trabajo será modificado: Por favor no citar sin permiso de la autora**

Memorias Ausentes

A diferencia de otros países americanos, el Perú no recuerda sus guerras civiles del siglo XIX.

Los enfrentamientos políticos en el Perú del sigo XIX estuvieron desprovistos de los marcados

contornos ideológicos que caracterizaron las guerras civiles en Estados Unidos, Argentina,

Colombia, México, o Uruguay, donde la memoria de las luchas entre decimonónicas entre

unionistas y confederados, unitarios y federales, o liberales y conservadores ––según el caso –

moldearon las identidades políticas y el imaginario nacional de esos países a lo largo del siglo
2
XX. Las guerras civiles del XIX en el Perú, en cambio, casi ni se recuerdan en la enseñanza

1
Carla Granados Moya realizó la diligente y hábil recopilación y selección de documentos del
Archivo del Centro de Estudios Histórico Militares que fueron usados para una parte importante de este
artículo (CEHMP- AHM), y brindó como sugerencias bibliográficas claves en la conceptualización de
ideas aquí presentes. Ningún agradecimiento será conmensurable a su aporte. La investigación y
escritura de este artículo fueron posibles, en parte, gracias a becas de investigación del Academic
Senate y el Interdisciplinary Humanities Center de la Universidad de California en Santa Bárbara y el
Stanford Humanities Center de la Universidad de Stanford. Algunas ideas que presento aquí fueron
tomando cuerpo en presentaciones académicas realizadas a lo largo de los últimos años en: FLACSO-
Quito, La Universidad de Michigan en Ann Arbor, la Universidad de Washington en Seattle, la
Universidad de Ilinois en Urbana-Champagne, LASA-Rio de Janeiro, la L’école d’es hautes Etudes en
Sciences Sociales, en Paris, el Centro de Investigaciones Científicas de Madrid (CSIC), La Universidad
Nacional de San Cristóbal de Huamanga, La Universidad de Bonn, el Congreso de Ciencias histórico-
sociales de Amsterdam, La Universidad de Buenos Aires, la Universidad Tres de Febrero, la Universidad
de San Andrés, en Buenos Aires y el Stanford Humanities Center. Mi agradecimiento la hospitalidad,
críticas y comentarios recibidos en aquellas oportunidades de Sarah Albiez, Susana Aldana, Roberto
Ayala Huataya, Nelly Castro, Julio Cotler, José Deustua, Marta Irurozqui, Nils Jacobsen, Bruce
Mannheim, Cristina Mazzeo, Karoline Noack, Guillermo Salas, Hilda Sabato, Clément Thibaud, Annnick
Lempérière Víctor Peralta, Silvana Palermo, Sergio Serulnikov, Adam Warren, y quien ya no nos
acompaña más, Carlos Iván Degregori.
2
Sobre guerras civiles y revoluciones en América Latina durante el siglo XIX, la literatura es
abundante. Para algunos ejemplos véase Maurice Zeitlin, The Civil Wars in Chile (Princeton University
Press, 1984); Gonzalo Sánchez y Mario Aguilera (eds), Memoria de un país en Guerra, los mil días 1899-
1902 (Bogotá: Editorial Planeta, 2001), Fernando López-Alvez, State Formation and Democracy in Latin
America, 18101-1900 (Durham y Londres: Duke University Press, 2000); Rebecca Earle, editor, Rumors
elemental y han sido opacadas con creces por la memoria de la Guerra del Pacífico (1879-

1883). Esta guerra devastadora que el Perú y Bolivia perdieron ante Chile ha gravitado más

que las luchas por la independencia en la formación de los sentimientos nacionalistas en el

Perú, como lo sugiriera alguna vez el historiador Nelson Manrique. Así, una guerra

internacional, que fue excepcional, ha moldeado el imaginario nacional y la agenda de los

historiadores más que las guerras civiles, que fueron la norma.

El Perú, en efecto, registra si no más amnesias, al menos una menor continuidad de tradiciones

políticas de una centuria a otra que otros países del continente. En Colombia, los partidos

Liberal y Conservador, que lucharon guerras masivas en el siglo diecinueve, continuaron su

historia de enfrentamientos a lo largo del siglo XX. En Argentina la proverbial rivalidad

decimonónica entre unitarios y federales se mantiene viva, especialmente en algunas

manifestaciones del peronismo que han buscado identificarse con los célebres caudillos

federalistas Facundo Quiroga y Chacho Peñaloza y con el mismo Juan Manuel de Rosas.

Incluso México, no obstante su masiva revolución del siglo XX, rastrea las raíces de su

liberalismo en las guerras civiles de la década de 1850. Pero quizá el ejemplo más elocuente lo

constituye el propio Estados Unidos, cuya guerra de secesión en los años 1860 dividió al país

en dos en términos raciales, sociales e ideológicos y en muchos sentidos lo sigue dividiendo

hoy.

La amnesia peruana con respecto a nuestras guerras civiles no se debe a la ausencia de

conflicto. Las guerras fueron tantas que carecen de una adecuada periodización. El historiador

Jorge Basadre estima que entre 1820 a 1842 el país pasó por catorce años de guerra. Entre

of War: Civil Conflict in Nineteenth-Century Latin America (London: Institute of Latin America Studies,
200), Gustavo L. Paz (editor), Las Guerras Civiles 1820-1870); Hilda Sabato, Buenos Aires en Armas: la
revolución de 1880 (Buenos Aires: Siglo XXI, 2008), Rafael Pardo Rueda, Historia de las Guerras Civiles
Barcelona: (Ediciones B Colombia, 2004).

2
ellas destacan la guerra entre el gobierno de Luis José de Orbegoso par repeler el golpe de

Pablo Bermúdez y Agustín Gamarra entre 1833 y 1834, que Basadre considera la primera

guerra civil con participación popular masiva nivel nacional. Le siguen a ella las guerras de la

Confederación Perú-Boliviana (1835-1839), un periodo en que la guerra doméstica se convierte

en guerra externa y que se prolonga hasta 1841. En los años subsiguientes se produjeron la

guerra civil de 1854 -1855, que llevó al poder al Mariscal Ramón Castilla y trajo consigo la

abolición del tributo indígena y la esclavitud negra, y la revolución de 1894 - 1895 que llevó a la

jefatura de Estado a Nicolás de Piérola, el segundo presidente civil del siglo; en medio de

ambas estuvo la meno guerra civil que buscó derrocar al presidnete… …en 1865 y las

primeras rebeliones campesinas del sur andino en los años siguientes. Aunque esta lista dista

de ser exhaustiva, ninguna de estas guerras ha sido estudiada como tal y menos en conjunto. 3

Más aún, pese a que desde la proclamación de independencia en 1821 hasta 1895 el Perú fue

gobernado por militares – con excepción del breve interregno civilista de 1872-1876 – la

historiografía de los últimos años ha prestado más atención a este breve gobierno civil a que a

ocho décadas de administraciones militares marcadas por enfrentamientos armados 4 .

3
Una excepción es el libro en curso de Nils Jacobsen. Véase Nils Jacobsen y Alejandro Diez
Hurtado, “Montoneras, La Comuna de Chalaco y la revolución de Piérola: La sierra piurana entre el
clientelismo y la sociedad civil”, en Antonio Escobar Ohmstede, y Romana Falcón, coords. Los ejes de la
disputa: movimientos sociales y actores colectivos en América Latina, siglo XIX, AHILA: Cuadernos de
Historia Latinoamericana, Nº 10, 2002, Iberoamericana: Vervuert, 2002. Por nuestra parte hemos venido
investigando desde hace un tiempo la guerra de 1833-34 y la confederación Peru-Boliviana desde la
perspectiva de la provincia de Huanta. Véase Cecilia Méndez G., “Pactos sin Tributo: “Tradiciones
Liberales en los Andes: Militares y campesinos en la formación del estado peruano” (EIAL, vol. 15, no 1,
enero–junio 2004) y The Plebeian Republic: The Huanta Rebellion and the Making of the Peruvian Sate,
1820-1850 (Durham: Duke University Press, 2005), capítulo 7 y epílogo. Muy recientemente Carmen Mc
Evoy ha incursionado en temas militares con una valiosa compilación de cartas, de la que nos hemos
beneficiado sólo parcialmente ya que nuestro ensayo estaba avanzado al momento de su publicación.
Véase Carmen Mc Evoy y José Luis Rénique C.. Soldados de la República : Guerra, Correspondencia
Y Memoria en el Perú (1830-1844). Lima, Peru: Fondo Editorial del Congreso de la República , 2010.
Aunque existen varios libros sobre revoluciones del siglo XIX peruano, se trata por lo general de
hagiografías de un caudillo realizadas muchas veces por los descendientes o simpatizantes mismo co el
fin de honrar su memoria. Estos libros, sin embargo son bastante útiles como fuentes historiográficas,
especialmente por incluir una gran cantidad de documentos. Véase por ejemplo Evaristo San Cristóval,
El Gran Mariscal, Luis José De Orbegoso: Su Vida Y Su Obra. [Lima]: Gil, s. a, 1941, o
4
El gobierno del Partido Civil llegó al poder en 1872 con su fundador, Manuel Pardo, primer
presidente civil del Perú. Existe una abundante literatura sobre Pardo y el civilismo. Véase Carmen Mc
Evoy, Homo Politicus : Manuel Pardo, La Política Peruana y Sus Dilemas, 1871-1878. 1. ed. Lima:

3
¿Por qué las guerras civiles del diecinueve no se han estudiado en el Perú? ¿Por qué la

memoria de un solo conflicto internacional ha eclipsado la de las guerras civiles que lo

precedieron y lo siguieron? Más allá del razonamiento obvio de que, psicológicamente, los

enemigos externos son más fáciles de identificar que los internos, lo cierto es que a Guerra del

Pacífico, más conocida en el Perú como “la guerra con Chile” constituye quizá la única guerra

en el Perú en cuya memoria convergen tan vívidamente el nacionalismo de Estado con

sentimientos nacionalistas populares. El hecho de que esta guerra tocara a todas las clases

sociales y vastas regiones del Perú puede explicar, en parte, este fenómeno. Sin embargo, la

memoria histórica nunca es meramente espontánea. Para que perdure públicamente exige la

intermediación del Estado a través de monumentos, conmemoraciones, textos escolares,

mapas e iconografía oficial. El hecho de que la memoria de la guerra con Chile haya sido tan

activamente promovida desde el Estado podría deberse a que es la guerra en que las clases

altas peruanas, especialmente la oligarquía de la costa y de Lima, perdieron más que en

ningún otro conflicto. 5 Por ello quizá no daba sorprender que cuando gobernó el Perú el

General Juan Velasco Alvarado (1968-1975) bajo una bandera antioligárquica, anti-imperialista

y pro-campesina, la memoria de la Guerra del Pacífico pasara a un segundo plano. En su

objetivo de inculcar nacionalismo, el gobierno militar priorizó hechos del pasado con mayor

contenido social y “anti-imperialista”, dando una importancia inusitada la memoria de la

Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE) , 2007; Carmen Mc Evoy. Mc Evoy. La Utopía
Republicana : Ideales y Realidades En La Formación De La Cultura Política Peruana, 1871-1919 Lima,
Perú: Pontificia Universidad Católica del Perú, 1997, Carmen Mc Evoy, La Huella Republicana Liberal en
El Perú: Manuel Pardo : Escritos Fundamentales (Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú, 2004);
Carmen Mc Evoy, La Utopía Republicana : Ideales Y Realidades En La Formación De La Cultura Política
Peruana, 1871-1919, Lima, Perú: Pontificia Universidad Católica del Perú, 1997; Martín Monsalve,
‘Civil(ized) Society and Public Sphere in Multiethnic Societies: struggles over citizenship in Lima, Peru
(1850-1880). PhD. Dissertation, State University of New York at Stony Brook, 2005; Ulrich Mücke,
Political Culture In Nineteenth-century Peru : the Rise of the Partido Civil. Pittsburgh, Pa.: University of
Pittsburgh Press, 2004 (traducido del alemán por Katya Andrusz).
5
Méndez, “La Tentación del Olvido: Guerra, Nacionalismo e Historia en el Perú” (Diálogos en Historia: No. 2, 2000:
231-248) disponible en la web: http://www.cholonautas.edu.pe/modulos/biblioteca2.php?IdDocumento=0113

4
sublevación liderada en el Cuzco por el cacique Inca Túpac Amaru II entre 1780 y 1781, de

lejos, la insurgencia más devastadora contra el orden español en América antes de las guerras

de la independencia. Velasco otorgó a la imagen de Túpac Amaru una prominencia que hasta

entonces nunca había tenido en el discurso público nacional y que nunca volvió a adquirir de

allí en adelante. De héroe largamente silenciado por la historiografía criolla de Lima, Túpac

Amaru pasó a convertirse en el héroe nacional por antonomasia: emblema de la revolución

militar, ícono oficial de los masivos programas sociales del gobierno y precursor de la guerra de

independencia.

Debido a su contenido violento, su composición étnica mayoritariamente indígena y su mensaje

antiespañol, la Gran Rebelión (así se la llamó en su tiempo) liderada por el cacique cuzqueño

ha suscitado incomodidad entre las clases altas peruanas y particularmente entre las élites

criollas de Lima, desde poco después de ocurrida. Esta incomodidad se ha manifestado como

un silencio historiográfico que puede rastrearse desde las páginas del célebre El Mercurio

Peruano de la década de 1790 hasta al menos la década de 1940. 6 No deja de ser significativo

que las únicas historias de síntesis decimonónicas que dedican al menos un capítulo a esta

rebelión fueran escritas por historiadores extranjeros, autores de “provincias”, es decir no

limeños, especialmente cuzqueños o, reveladoramente, autores militares. 7 Dada esta larga

6
El silencio historiográfico limeño en torno a Túpac Amaru se empieza a quebrar a mediados del
siglos XX con la difusión de las obras monográficas de los historiadores Boleslao Lewin y Carlos Daniel
Valcárcel –significativamente, un cuzqueño y un argentino— quienes contribuyen a consagrar al cacique
cuzqueño como “precursor de la independencia” –que retomaría Velasco-- no sin antes haber depurado
su imagen y la de la rebelión de sus expresiones más violentas, como diría David Cahill. Cahill sostiene
que “indigenistas y velasquistas” han dulcificado la imagen del Inca. Ver David Cahill, Violencia,
represión y rebelión en el sur andino : la sublevación de Túpac Amaru y sus consecuencias, Documento
de Trabajo ; no 105, Serie Historia. Lima: IEP 1999. (http://www.iep.org.pe/textos/DDT/ddt105.pdf.
7
Es el caso del general historiador Manuel de Mendiburu, cuyo Diccionario Historio-biográfico del
Perú dedica un largo acápite a Túpac Amaru, basándose en gran parte en el recuento del autor inglés
Clements Markham. Manuel de Mendiburu, Diccionario Historio-biográfico del Perú Lima: Imprenta de
Torres Aguirre, 1890, tomo 8. Otro autor que dedicó unas páginas a Túpac Amaru en el siglo XIX fue el
español Sebastián Lorente. En el Cuzco sin embargo, hay una larga historia de reivindicación del
personaje, que empieza con las páginas de El Museo Erudito. He tratado sobre estos temas en Cecilia
Méndez,“The Proscribed Heroe; The Silencing of Tupac Amaru in the Creole Historiographyh of Peru,

5
historia de silencios, la adopción oficial de Túpac Amaru como símbolo nacionalista en la era de

Velasco puede ser considerada subversiva, aun cuando fuera oficial.

Pero silencio no equivale a olvido. Silenciar no es un acto pasivo, como dijera Michel-Rolph

Trouillot; es un proceso activo: “uno se involucra en la práctica de silenciar”. 8 Al final, lo que se

silencia no desaparece; se hace presente precisamente en la medida en que exige ser

silenciado. Túpac Amaru se hizo presente sin ser enunciado en las suspicacias de las clases

altas criollas en torno a la amenaza de una sublevación indígena. Estas suspicacias se han

reavivado en tiempos más recientes debido a la asociación que suele hacerse entre la imagen

de Túpac Amaru y el hoy anatematizado gobierno de Velasco (como si Velasco hubiera

traspasado a su héroe el tabú que se cierne sobre sí mismo) y el hecho de que el inca

insurgente haya sido reivindicado en los años ochenta por una guerrilla terrorista que lleva su

nombre: el MRTA, o Movimiento Revolucionario Túpac Amaru. 9 En este sentido, quizá

podríamos decir que la rebelión de Túpac Amaru cumple en el Perú un rol análogo al que las

guerras civiles del siglo XIX han jugado en la vida política de otros países americanos; es decir,

su memoria sigue provocando pasiones, lealtades y controversias que están a menudo

atravesadas por tensiones regionales y “étnicas”. Si bien estas tensiones no se han expresado,

hasta antes de Velasco, como ideología o movimiento político sino más bien en el lenguaje

Charla dada en el coloquio “Writing the Republic: Historical Writing in Nineteenth-Century Spanish
America”, University of Warwick, a Universidad de Warwick, Reino Unido, 6-7 de Noviembre, 2008.
8
“One engages in the practice of silencing”. Michel-RolphTrouillot, Silencing the Past: Power and
the Production of History (Boston: Beacon Press, 1995): 48.
9
Se ha llegado al extremo de que un joven fue apresado en el distrito de Miraflores, en Lima, por
“sospecha de terrorismo” por el simple hecho de colocar en su balcón una bandera peruana con un
rostro de Tupac Amaru –creación de un artista plástico– con motivo de fiestas patrias en el 2010. Por
otro lado desafiando efectivamente los silencios limeños, y más allá de los libros, el inca rebelde se
reencarnó en el arte popular y en la memoria histórica de “provincias” de diversas formas: desde tonadas
de música, hasta relatos lo que asocian a líderes de rebeliones campesinas como sucedió con el coronel
Juan Bustamante, quien fuera asesinado tras liderar una rebelión campesina en Puno en 1867. A su
vez, Pablo Macera encuentra ha escrito sobre la posible reencarnación de Túpac Amaru recreación de
Túpac Amaru en imágenes de San Isidro. Ver Pablo Macera, “Túpac Amaru San Isidro Pentecostés”, en
Miguel Pinto (compilador), Trincheras y Fronteras del arte Popular Peruano. Ensayos de Pablo Macera:
Lima, Fondo Editorial del Congreso del Perú, (2009): 547-554.

6
velado de los silencios, las memorias reprimidas y las historias locales, ello no le resta

importancia. Más bien, exige una mayor sutileza para identificar sus trazos en el tiempo y su

efecto en el presente. 10

Opacadas, así, por las incómodas memorias de una sublevación indígena de fines del siglo

XVIII, por un lado, y por una devastadora invasión externa hacia fines del XIX, por otro, las

guerras civiles del siglo XIX en el Perú parecieran un objeto de estudio irrelevante. Pero no lo

son. Su importancia hoy día está dada por el desafío que nos presenta nuestra guerra civil más

reciente: aquella lanzada por Sendero Luminoso entre 1980 y 1999 contra el Estado y la

sociedad peruanas. Esta guerra, presumiblemente la más devastadora de la historia

republicana, nos exige replantear el pasado formulándole preguntas que antes nos hubieran

resultado inimaginables. El presente artículo quiere ser un paso en esa dirección. Constituye un

avance preliminar de una exploración sobre el Estado, la relación histórica entre el ejército y los

campesinos, y el papel de la guerra en el sistema político.

Con un saldo de casi 70,000 muertos, la mayor parte de ellos campesinos quechuahablantes

de la sierra sur-central del país, la guerra que lanzó Sendero Luminoso exhibe sugerentes

paralelos con las guerras civiles peruanas del siglo XIX en al menos un aspecto crucial: la

alianza que tuvo lugar entre el campesinado y el ejército para derrotar a la insurgencia. Esta

alianza, demandada por los campesinos y fomentada (algo tardíamente) por el Estado, fue

extraordinaria porque rompió con el monopolio de la violencia legítima que habían ejercido las

fuerzas armadas a lo largo del siglo XX y llevó al país a un estado de guerra civil similar al que

10
Ciertamente, Túpac Amaru no fue el único personaje indígena en sublevarse contra el orden
colonial. Otras insurgencias, que se dieron después, algunas con un marcado cariz independentista
como fue la gran sublevación del Cuzco entre 1814 y 1815 liderada por los oficiales Mariano y José
Angulo, y el cacique Mateo García Pumacahua corrieron incluso peor suerte historiográfica pues no han
sido tan estudiadas tan intensamente como Tupac Amaru. Para un estudio reciente véase David Cahill,
“New Viceroyalty, New Nation, New Empire: A Transnational Imaginary for Peruvian Independence”,
Hispanic American HIstorical Review, 1(2), (2011): 203-235.

7
había experimentado durante el siglo XIX. En aquel entonces, los jefes político militares o

caudillos compensaban la insuficiencia del ejército de línea, alentando la movilización

pobladores civiles para formar guerrillas, partidas y montoneras, o valiéndose de los ya

existentes grupos armados para combatir insurgencias y ejercer control social, vale decir,

asumir las tareas represivas del Estado; 11 de manera similar, en la década de1990 el Estado

se apoyó en campesinos armados – los llamados ronderos –– para derrotar a Sendero.

Esta situación habría de cambiar con la profesionalización y centralización del ejército que fue

instituida a partir de 1895, durante la administración de Nicolás de Piérola. Con el apoyo de una

misión militar francesa, el Pierola impulsó la profesionalización de las Fuerzas Armadas,

mediante la creación de escuelas militares y el establecimiento del servicio militar. De allí

resultó una plana de soldados y oficiales profesionales a tiempo completo, con espacios

segregados de los civiles, lo que a su vez fomentó una “mentalidad militar” como no había

existido en el siglo XIX. Así, a medida que el ejército se fue convirtiendo en una institución

profesional, más centralizada y escolarizada se da fin a las guerras civiles y las sierras rurales

dejan de ser el teatro definitorio de las contiendas políticas nacionales, un lugar que habían

ostentado desde las guerras de independencia. La ironía de este proceso es que el presidente

responsable de la profesionalización de las Fuerzas Armadas y del fin de la era de las guerrillas

y las montoneras, Nicolás de Piérola, llegó al poder impulsado por un movimiento montonero

masivo.

El mundo que se formó en la sierra en los años que siguieron a la administración de Piérola, es

decir, los primeros años del siglo xx, es de alguna manera más fácil de aprehender que aquel

que dejó atrás, porque es más familiar para nosotros. Las nuevas instituciones y escuelas

11
Ver Cecilia Méndez, “Tradiciones Liberales en los Andes” y The Plebeian Republic, introducción,
capítulo 7 y epílogo.

8
militares crearon espacios desde los cuales los militares empezarían a concebirse a sí mismos

como una institución separada de los civiles y del mundo rural. Así, los militares comenzaron a

percibir a los campesinos como personas que era necesario civilizar e integrar a la nación, no

mediante la guerrilla, o el pago del tributo indígena, sino por medio del servicio militar y las

escuelas que llegaban junto con las carreteras y la modernidad.

Por tanto, en el transcurso del siglo xx, un Estado más centralizado, ahora en comando efectivo

del monopolio de la fuerza, relegó a cualquier guerrilla o montonera que pudiera emerger al

reino de la ilegitimidad, esto es, hasta que la guerra de Sendero Luminoso, como ya hemos

mencionado, revertió al país a una situación de guerra civil análoga a la que había

caracterizado el siglo XIX.

Las repercusiones de la alianza entre campesinos y el estado para derrotar a Sendero, –que

incluyó la distribución legal de armas a los campesinos (ronderos) por parte del ejército a partir

de 1991 y su reorganización en “comités de autodefensa” que debían rendir cuentas al ejército

– son demasiado profundas para ser tomadas como un mero paréntesis; de allí precisamente la

necesidad de analizarlas dentro de un marco temporal ––y teórico –– más amplios. Dicha

alianza rompió con lo que había sido la lógica operativa del Estado a lo largo del siglo XX ya

que si bien en este siglo el Estado tuvo que afrontar otras rebeliones internas de importancia,

tal como la insurrección aprista de Trujillo en 1932, que desencadenó lo que muchos

consideran una guerra civil , se trató de un hecho puntual y circunscrito a una región específica.

La insurgencia de Sendero, en cambio, si bien partió de un epicentro sur-andino, fue in

crescendo a lo largo de más de una década para abarcar todo el territorio nacional y, en este

sentido, demandó una respuesta también nacional de las fuerzas armadas. Este aspecto

plantea una situación geográfica algo más afín al de las principales guerras civiles del XIX que

a cualquier otro escenario político del siglo XX.

9
En la medida en que la sierra rural andina se convirtió en el teatro definitorio de las contiendas

políticas nacionales por el control del Estado en el siglo XIX es también el escenario principal

de nuestro estudio. Buscamos con este enfoque, restaurar en la historiografía el papel que la

sierra tuvo en la historia; un papel que tiende a ser negado debido al estereotipo que asocia

sierra con pobreza y atraso. Esta imagen es consecuencia de desbalances de poder más

recientes y no puede proyectarse al siglo XIX

¿Quién es el Estado?

En otras oportunidades hemos observado cómo los campesinos utilizaron su participación en

guerrillas y montoneras en diferentes momentos del siglo XIX, empezando con las guerras de

independencia, para reclamar ciudadanía y compensaciones por haber actuado “en defensa del
12
Estado” y “de las leyes”, “la nación” o la “patria”, según el caso. Quisiéramos ahora ir un

poco más lejos y sugerir que estos campesinos no sólo defendían al Estado sino que se

constituían en Estado al asumir el ejercicio de la violencia que les delegaban los jefes militares.

Esta visión de Estado no es congruente con la idea convencional del Estado, es decir la de una

estructura “acabada” o una red estable de instituciones con fronteras claramente definidas y

12
Cecilia Méndez, “Pactos Sin Tributo: Caudillos y Campesinos en el Perú post-indpendiente: el
caso de Ayacucho” en Rossana Barragán, Dora Cajías, y Seeming Quayum (eds.) EL Siglo XIX. Bolivia y
América Latina (La Paz: Historias, Coordinadora de Historia, y Travaux de l'Institue Francais d'Etudes
Andines, vol. 102, 1997: 533-559); Cecilia Méndez-Gastelumendi. “The Power of Naming, or the
Construction of Ethnic and National Identities in Peru: Myth, History and the Iquichanos.” (Past and
Present 171: 2001: 127-160); Méndez, The Plebeian Republic; Méndez, “Tradiciones Liberales en los
Andes…”. No obstante la abundante evidencia en contra, la idea de que los campesinos no participaron
en la política nacional sino hasta la guerra con Chile sigue estando tan acendrada que historiadores
usualmente citados por sus contribuciones al estudio de la relación entre campesinos y nación la han
seguido manteniendo hasta muy recientemente Por ejemplo, Escribe Florencia Mallon,“Only with the War
of the Pacific and the crisis of the Chilean occupation (1881-1884), would opportunities open up for
indigenous and village montoneras to participate in defending and redefining the nation” Florencia E.
Mallon, “Decoding the parchments of the Latin American Nation-State: Peru, Mexico and Chile in
Comparative Perspective,” en Studies in the Formation of the Nation State in Latin America, edited by
James Dunkerley (London: Institute of Latin American studies, 2002). p. 24. Otras perspectivas similares
en Charles Walker, Smolderig Ashes (1999), quien sugiere una separación infranqueable entre caudillos
y mundo indígena (aunque irónicamente suele ser citado como ejemplo de participación popular indigena
en el siglo XIX) y Paul Gootenberg, “Population and Ehtnicity” (1991).

10
separadas de la sociedad civil. El Estado en el siglo XIX era frágil y sus fronteras porosas. Por

ello, nos interesa explorar la forma en que las fronteras del Estado se fueron “constituyendo
13
como resultado del ejercicio del poder”, a través de la guerra. En este contexto la idea de

Weber de que el Estado es la entidad “que ejerce el monopolio de la violencia legítima en un


14
determinado territorio” es central para nuestro análisis. Pues si bien ninguno de los grupos

en pugna en el siglo XIX pudo poseer este monopolio por un tiempo muy prolongado, ese era

precisamente su objetivo. Buscaban afirmarse como Estado legítimo en cada guerra, como lo

hace evidente el lenguaje de los documentos que produjeron en este contexto. O, como bien lo

ha sugerido Cristóbal Aljovín, las revoluciones se hacían en nombre de las leyes y la

constitución. 15

Afirmar que campesinos quechuahablantes, en su mayoría iletrados asumieron funciones del

Estado puede ser una aserción audaz, dada la estigmatización actual de que son objeto estos

grupos. Pero debe tenerse en cuenta que en el siglo XIX la población iletrada y rural era

mayoritaria, y no una minoría como devino en el transcurso de siglo XX. Por otro lado, ese

hecho, que es ampliamente constatable en la guerra reciente, fue reconocido por los jefes

militares del siglo XIX, desde las guerras de la independencia, cuando decían que “sin ellos [los
16
indios] todos nuestros esfuerzos son vanos” ; es decir, sin ellos no podían ejercer su propia

autoridad como agentes del Estado en germen. A su turno, testimonios de los propios

campesinos dan cuenta de una consciencia muy clara de estar ejerciendo autoridad estatal,

incluso más allá de sus posibilidades. Sucedió, por ejemplo, después de la guerra civil de 1833-

1834, en que los pobladores de San Miguel y Chilcas en Ayacucho reclamaban que se les

reconozca su contribución a derrotar insurgencias iquichana en años anteriores: “Y nosotros

13
Sharma y Gupta, citado por Barragán y Wanderley, “Etnografías del Estado en América Latina”
presentación del Dossier, en Iconos 34, mayo 2009: 21-25 (p. 22),
14
Weber, Economy and Society.
15
Aljovín, Caudillos y Constituciones
16
Citado en Ella Dúnbar Temple CDIP.

11
(…) que hizimos más de lo que debíamos, es preciso decirlo, militar a nuestra costa, y que

habiendo quitado esta piedra [los rebeldes] del escandalo de la nacion, hemos reducido al

orden y a sus deberes á los rebeldes…”–– 17 Haciendo eco de tales palabras casi dos siglos

después, el alcalde de Chungui, otro pueblo de en Ayacucho dijo hace poco: “Sendero ha

entrado otra vez a Chungui desde Marzo del 2009. Entonces, con los ronderos nos

organizamos. Como policía nacional, como ejército estamos actuando” 18

Pese a la creciente proliferación de estudios sobre guerra, nacionalismo y formación del Estado

en América Latina, son pocos quienes se han aventurado a explorar la célebre tesis de Charles

Tilly, de que existe una interrelación ente guerra y formación del Estado. 19 El estudio más

ambicioso al respecto, escrito por el sociólogo Miguel Ángel Centeno, concluye que este

esquema no se aplica a América Latina. Es más, dice Centeno, “después de las guerras de la

independencia el conflicto militar desaparece como fuente de legitimación del estado” 20 No

obstante, un análisis de la lógica política del siglo XIX en Hispanoamérica sugiere

precisamente lo contrario. La guerra fue, en la práctica, no sólo el método más común para

tomar el control del Estado en las décadas posteriores a la independencia sino que fue una

forma legítima de hacer política. Es más, este factor marcó una ruptura con las formas de hacer

17
Archivo General de la Nación, Lima (subsequently AGN), PL 11-96, 1831 f. 4r/v.
18
Alcalde de Chungui.
19
Charles Tilly, “War Making and State Making as Organized Crime” in Peter Evans, Dietrich
Rueschemeyer & Theda Skocpol (eds), Brining the State Back in. The University of Cambridge Press,
1985, pp. 169-191. A diferencia de Tilly, que se focaliza en las guerras externas que enfrentaron a los
Estados europeos en el siglo XVII, en competencia por espacios y mercados coloniales (lo que Marx
llamó el proceso de “acumulación primitiva” de capital), yo analizo las guerras civiles peruanas en un
contexto de guerra interna y contracción de mercados. Para Europa, Bruce Porter, discípulo de Samuel
Huntington, ha llamado la atención también sobe la relación entre guerra interna in formación del Estado
y teniendo en cuenta el contexto Europeo y estadounidense. Porter, Bruce D. War and the Rise of the
State (New York: Free Press , 1994). Para el Perú el único trabajo que conocemos sobre el tema se
enfoca en el periodo posterior a la guerra con Chile, Osmar Gonzales, La Guerra y la Construcción del
Estado: El Perú en Tres Episodios (Lima: Editorial Universitaria: Universidad Ricardo Palma, 2006).
20
Miguel Angel Centeno, Blood and Debt: War and the Nation-State in Latin America. The Pennsylvania
University Press, 2002. p. 191. Para un trabajo, desde la ciencia política un poco más afina a mis
propuestas véase Fernando López Alves, Democracy and State Formation in Lati Americ (Durham: Duke
University Press, 2000) que estudia los casos de cinco países latinoamericanos, tomando en cuenta a
los pobres del campo en el proceso de formacion del Estado y los partidos politicos.

12
política de la sociedad colonial, en que tomar el Estado por asalto no estaba en el horizonte de

lo posible. 21 Pero también lo diferenció del Estado en siglo XX, porque es en el transcurso de

esta centuria que un ejército profesional y centralizado, ahora en comando del monopolio de la

fuerza, iría relegando al reino de la ilegitimidad a las guerrillas y montoneras que pudieran

emerger; esto es, hasta que la guerra de Sendero Luminoso revirtió al país a una situación de

guerra civil análoga a la del siglo XIX, como ya hemos mencionado. 22 Asimismo, a diferencia

de las guerras más modernas, que son libradas por los “especialistas en la guerra”, las del siglo

XIX exigían el concurso organizado de la población civil ya que, como quedó dicho, el ejército

regular era insuficiente para llevarlas a cabo por su solas fuerzas. Es a este universo de

comunidades rurales con las cuales los oficiales del ejército tuvieron que interactuar, y de las

cuales dependían para hacer la guerra –– desde los niveles más básicos hasta los más

estratégicos –– que ahora tornamos nuestra atención.

Guerra y Gobierno

“…cada día van entrando en ellos [los pueblos


de mi jurisdicción] con el maior descaro
imponiendo Leyes de Gobierno y nombrando
Alcaldes de la Patria” 23

21
Plebeian Republic, epilogo, p. 237
22
Sobre el proceso de profesionalizacion del ejército que se inicia en la administración de Pierola
(1895-1899) veáse Cecilia Méndez, “Militares Populistas: Ejército, Etnicidad y Ciudadanía en el Perú”
Pablo Sandoval (ed.), Subalternidad. Una etnografía muy valiosa del ejército en el siglo XX es Lourdes
Hurtado, “Ejército Cholificado“ Iconos 2006
23
De José de Yrigoyen y Zenteno al “Señor Governador Yntendende y Comandante Militar D.
Gabriel de Herboso”, Nazca, 10 de julio de 1821, f. 2r. En Archivo Regional del Cuzco (ARC),
Intendencia, Gobierno virreinal, leg. 159, cuaderno sin numerar, 1820. “Documentos y comprobantes de
la cuenta que presenta D. José de Yrigoyen y Zenteno, por la cobranza de única contribución, en el
tiempo que ha corrido a su cargo en el partido de San Juan de Lucanas”, 76 ff. Por “ellos” Yrigoyen alude
a los cangallinos (gente de Cangallo, hoy departamento de Ayaucho). Agradezco a José Luis Igue por
proporcionarme una copia de este documento.

13
El Archivo Histórico Militar del Perú guarda un registro documental aún no suficientemente

ponderado por los historiadores, consistente en cartas y documentos de guerra intercambiados

entre oficiales, ministros y jefes militares regionales, así como entre éstos y las autoridades

locales civiles tales como gobernadores, tenientes alcaldes y alcaldes de los más remotos

pueblos. Nuestros comentarios en lo que sigue se desprenden de una mirada preliminar e

“impresionista” a estos documentos. Nos concentramos, en particular, en aquellos producidos

en la sierra central peruana durante la primera campaña por la independencia, dirigida por el

General José de San Martín entre 1821 y 1823. En tanto esta zona fue el teatro decisivo de las

guerras de independencia en Sudamérica, proporciona la documentación más rica. Los

documentos, escritos a veces en pequeños pedazos de papel, y en un castellano fuertemente

impregnado de una fonología y sintaxis quechuas, transmiten conmovedoramente la urgencia,

entusiasmo, desesperación, o frustración en los que fueron escritos. Estas fuentes son

complementadas con otras procedentes de archivos regionales y colecciones documentales.

Nuestro análisis parte de la premisa que guerras de la independencia sentaron un patrón de

lucha que se replicaría en las guerras civiles subsiguientes: la guerra de guerrillas, también

llamada “guerra de recursos”, inspirada en la guerra librada en España contra invasión

napoleónica. 24 Traducido a América este sistema consistía en que el “ejército de línea”, es decir

el ejército regular, promovía el establecimiento de guerrillas o partidas entre la población civil,

principalmente en las zonas rurales. 25 Estos ejércitos irregulares debían apoyar al ejército de

línea en una infinidad de formas, desde logística y avituallamiento hasta la obstrucción de

24
“Reglamento para la organización de Partidas de guerrillas,” Sevilla, December 28th, 1808,
Archivo General Militar de Segovia (Segunda Sección 10a division, Cuerpos en General: guerrillas)
legajo 154, 6ff. En América se re imprimieron varios reglamentos y manuales de guerrilla originalmente
publicados en España. Para ejemplos ver Seraylan Leiva, Historia del Ejército Peruano; Gustavo Vergara
Arias, Montoneras y Guerrillas en la Etapa de la Emancipación del Perú 18230-1825 (Lima 1973) y Ella
Dúnbar Temple, Introducción (RASSY TRANSCRIPCIONES).
25
Los llamados “cuerpos cívicos” se formaban en las zonas urbanas.

14
caminos para repeler los avances de las tropas enemigas, impedir que el ejercito oponente
26
accediera a recursos” y la lucha propiamente dicha. Estas guerrillas eran entrenadas por

oficiales del ejército pero eran comandadas en las bases por autoridades locales, que se

constituían en el nexo crucial con los altos jefes miliares, y que a menudo recibían

responsabilidades como “comandantes de guerrillas”. En la sierra central, las autoridades

locales eran los alcaldes, tenientes alcaldes y gobernadores de los pueblos, dada la

preponderancia de la organización comunal en la zona, mientras en otros lugares de menor

tradición comunal la intermediación de hacendados y notables fue clave. 27 En las campañas

de la sierra central los más altos jefes militares, tales como San Martín, Álvarez de Arenales y

Francisco de Paula Otero, fueron muy conscientes de que tenían que asignar la organización

de guerrillas a los oficiales que conocieran el área y la gente especialmente bien. Sus misivas

están llenas de admoniciones para salvaguardar la reputación de sus ejércitos ante los

poblaciones, pues eran en conscientes que la guerra no se ganaría “contra la opinión de los

pueblos”. 28

La primera hipótesis que quisiera plantear, a partir de la documentación revisada, es que la

guerra no hubiera sido posible sin gobierno; más específicamente, sin gobierno local. A pesar

de que convencionalmente la guerra tiende a ser asociada con caos y anarquía, en este

periodo temprano los oficiales del ejército descansaron abrumadoramente en una población

civil organizada. ¿Cómo si no, en la campaña de San Martín, oficiales que llegaban de lugares

tan distantes como Jujuy o Tucumán podrían movilizar a los peruanos para la lucha? Aún Lima
26
Ella Dúnbar, Introducción en CDIP; correspondencia entre los Generales Andres de Santa Cruz y
Domingo Nieto de 1834 a 1843, en Carmen McEvoy y José Luis Rénique (eds), Soldados de al
República tomo I.
27
En otras zonas como en la costa de Lima se trató de incorporar a la lucha guerrillera a grupos
previamente armados como bandoleros, quizá inspirándose en las disposiciones del estado español
dictadas tan temprano como en 1808 para formar guerrillas que repelieran la invasión napoleónica dando
incentivos a los contrabandistas y otros personajes fuera de la ley. Ver “Reglamento” 1808, Archivo
Militar de Segovia. Las fuentes también mencionan partidas formados por hacendados.
28
CEHMP-AHM 1823. Citar caso de oficial recomendado porque conocía el área y la gente bien..
Citas sobre “la opinión de los pueblos”

15
podía permanecer en una situación de desgobierno y confusión, pero el gobierno local era

esencial para el éxito de las campañas de la independencia, y lo volvería a ser para la

supervivencia del Estado republicano en la décadas siguientes. 29 Además de su papel en la

formación de guerrillas, las autoridades locales era un nexo esencial en la logística del ejército

y su avituallamiento. Soldados que llegaban a acampar, de lugares lejanos en cientos y a veces

miles, necesitaban lugares para dormir, provisiones y comida; sus caballos querían agua y

forraje. Si no hubiera sido por una población organizada ello no podría haberse obtenido. En

algunas zonas, y más allá de las campañas de la independencia, la guerra civiles fueron

financiadas por el producto de los diezmos, que requería un despliegue organizativo y

autoridades encargadas de su recolección. 30

Las guerras del siglo XIX, en otras palabras, requerían poblaciones organizadas. No hubieran

podido pelearse en un desierto como pueden hacerlo las guerras modernas. Los soldados de

las guerras más recientes pueden descansar en su propia infraestructura y en comida

empacada que les es arrojada desde un helicóptero. En cambio, en el siglo XIX (y en alguna

medida hasta inicios del XX), los oficiales mejor calificados eran conscientes de la necesidad

de estar en buenos términos con las poblaciones. Asimismo, los militares escogían

estratégicamente sus rutas y lugares para acampar teniendo en cuenta las necesidades de

aprovisionamiento. San Martín por ejemplo, dio ordenes expresas para que los ejércitos

acamparan en la sierra central, dados sus ricos recursos agrícolas y ganaderos, una estrategia

que siguió usándose en años posteriores. Alfalfa, agua, granos y ganado fueron algunos de

recursos más apreciados. 31 No es casual que la sierra sur-central se convirtiera en el teatro

29
Ver The Plebeian Republic capítulos 5, 7 y epilogo.
30
Ver Méndez The Plebeian Republic, especialmente capítulos 2, 6, y 7
31
Para el ejemplo de San Martín ver CDIP Asuntos Militares (chequear vol). En 184.. en medio de
otro conflicto civil, el General Domingo Nieto indicaba a santa Cruz que si bien Huanta tenía abundante
alfalfa, lo cual era bueno para la caballada, era preferible descansar en Huamanga por ser “abundante
en granos” , en Mc Evoy y Rénique, Soldados de la República (2010). Seraylan Leiva refiere que en

16
decisivo de las campañas por la independencia; esta región fue el granero de Lima y de los

centros mineros que alimentaron la economía minera colonial. Tampoco es casual que estas

mismas zonas hayan sido el último bastión de resistencia campesina a las tropas invasoras de

Chile durante la Guerra del Pacífico y que haya sido igualmente codiciada por Sendero

Luminoso en tiempos más cercanos a los nuestros.

La interacción entre oficiales del ejército y los pueblos campesinos durante las campañas de la

independencia y subsiguientes guerras civiles tiene que haber afectado la vida de estas

comunidades de una manera que aún aguarda ser revelada por los historiadores. Pero si algo

es cierto es que no todo lo que obtuvo el ejército de los pueblos lo obtuvo por la fuerza. El

naciente Estado carecía de capacidad coercitiva y dependía de pobladores con destrezas y

recursos específicos. Se dio el caso así en la guerra civil de 1834, que generales criollos y

aristócratas, héroes de la independencia, e incluso un presidente del país, llegaron a implorar a

campesinos quechua-hablantes iletrados – de quienes hace poco se habían mofado como

“indios traidores realistas” y “borrachos” – para que se sumaran al bando liberal en defensa del

gobierno del General Luis José Orbegoso del golpe de Estado del ex-presidente Agustín

Gamarra, lo cual lograron con éxito. 32 El propio Gamarra, conocido por su autoritarismo y

despotismo, se vio obligado a abolir, a fines de la década de 1830, las requisas obligatorias de

caballos y mulas para el ejército, porque daban muy malos resultados, auspiciando, en su

1842, “por razones de austeridad…. [entre otras] se suprimió a la tropa –excepto a la de Lima—el
socorro diario con el que pagaba su alimentación”. Por tanto, “cuando se movilizaba el ejército, eran los
pueblos de tránsito los que proporcionaban los alimentos al ejército, pero sólo hasta finalizar la
campaña”. Alejandro Seraylan Leiva., Historia General del Ejército Peruano tomo V, El Ejército en la
república: siglo XIX volumen I: Institucionalización del Ejército: Organización y Doctrina (Lima: Comisión
Permanente de Historia del Ejército del Perú, 1989), p. 680. Este autor añade que sólo en 1869 se iría a
incluir en el presupuesto nacional el costo de la alimentación del soldado. Sin embargo, la guerra con
Chile, otro momento de intesa formación de guerrillas, la tropa volverí a depender de los pueblos para su
subsistencia en campaña.
32
Méndez, “The Power of Naming or the construction of ethnic and nacional identities in Peru: Myth,
History and teh Iquichanos” (Past and Present , May 2001) Mendez, “Tradiciones liberales en los Andes:
Militares y Campesinos en la formación del estado peruano’ en EILA, Tel Aviv, 2004
(http://www1.tau.ac.il/eial/index.php?option=com_content&task=view&id=376&Itemid=193)
y Méndez, The Plebeian Republic, especialmente capítulo 7.

17
lugar, la crianza de ganado caballar y mular. 33 Durante las campañas de la independencia, el

Ejército Unido Libertador dio disposiciones para que la entrega de caballos que se exigieron a

los alcaldes de los pueblos por donde iba a pasar el ejército se realizara con relevos, de
34
“puesto en puesto para que no se perjudique a los vecinos de los pueblos.” A su turno, cartas

remitidas por comunidades campesinas a los jefes militares con los que colaboraban sugieren

cómo aquellas se organizaban para responder a las órdenes de éstos cuando sentían que

dichas órdenes eran inconsistentes. Las repuestas que a su turno les daban los militares

sugieren un grado de coordinación entre ambos grupos que habría sido clave para ganar la

guerra 35

Por tanto, el argumento de que todo en la guerra se obtuvo por la fuerza es tan extremo como

el que sostiene que los campesinos colaboraron con los militares por un “natural patriotismo”.

Ambos paradigmas han obstruido la comprensión del proceso por el cual la gente común pudo

otorgar legitimidad a la violencia, así como las razones pragmáticas que llevaron a las

poblaciones a aliarse con uno y otro bando, sin desmedro del sentido político que otorgaran a
36
sus actos

33
Seraylan Leiva, Historia General, p. 676. Refiere este autor también que Gamarra “dictó medidas
para incentivar el cultivo de forrajes, en ciertos caso anticipándose a las campañas militares por realizar”
Y continua: “los granos y forrajes para la alimentación de caballos y mulas fueron proporcionados pro los
pueblos, previo pago según la modalidad pactada (en potreros o en pesebres) (…).” Ibid, loc cit.
34
Del Ministro de Guerra y Marina, Bernardo Monteagudo al Teniente Don Baltazar Orrantia, 2 de
Febrero de1822, CEHMP, AHM. Libro Copiador MGM 1821-1822, No 6, Documento 42, folio s/n.
35
CDIP, Ella Dúnbar, tomo I . Carta marcada por mí.
36
A pesar de existir abundante evidencia de que los campesinos peruanos se involucraron en las
guerras de independencia y periodo posterior con alineamientos consistentes (Dunbar, Vergara Arias,
Rivera Serna, Beltrán gallardo, Méndez) Florencia Mallon sugiere que los campesinos sólo adquieren
“conciencia nacional” durante la Guerra con Chile: “Only with the War of the Pacific and the crisis of the
Chilean occupation (1881-1884), would opportunities open up for indigenous and village montoneras to
participate in defending and redefining the nation” Florencia E. Mallon, “Decoding the parchments of the
latin American Nation-State: Peru, Mexico and Chile in Comparative Perspective,” en Studies in the
Formation of the Nation State in Latin America, edited by James Dunkerley (London: Institute of Latin
American studies, 2002). p. 24. De similar opinion es Gootenberg, citado arriba (1991) y Charles Walker
(1999) CEHMP-AHM, legajos 1821, 1822, 1823. Para evidencias que cuestionan estas tesis véase Raúl
Rivera Serna, Rivera Los Guerrilleros del Centro en la Emancipación Peruana (Lima: PL Villanueva,
1958) y Gustavo Vergara Arias,. Montoneras y Guerrillas en la Etapa de la Emancipación del Perú,
1820-1825 (Lima: Imprenta y Litografía Salesiana, 1973). Ezequiel Beltrán Gallardo, Las guerrillas de

18
En el poco explorado territorio de la relación cotidiana los jefes militares de uno u otro bando

establecieron con las poblaciones campesinas durante las guerras de independencia,

quisiéramos rescatar un notable hallazgo del antropólogo Frank Salomon. Se refiere a la

cuestión del ganado, tan crucial en la guerra. En el pueblo de Rapaz, distrito de Oyón, en la

sierra del departamento de Lima, Salomon identificó, entre otros khipus de antigua data aún

usados por los pobladores, uno muy distintivo que llevaba colgados dos figurines. Uno de ellos

representaba lo que parecía ser un uniforme de gala usado por las tropas de San Martín (y

luego por los ejércitos grancolombianos) en el Perú, y el otro un montonero en su poncho.

Luego de descartar una variedad de interpretaciones y de cotejar evidencia de testimonios de

los militares que sirvieron en la zona durante las campañas de 1821 a 1824 con pruebas de

carbono catorce, Salomon concluye que el khipu fue en efecto manufacturado en el marco

temporal aquellas campañas. 37 Ello era corroborado con amplia evidencia documental que da

cuenta de la adhesión de los pobladores del distrito de Oyón a los ejércitos de San Martín,

primero, y Bolívar y Sucre, a los que contribuyeron con recursos y guerrillas a su paso por la

zona. Esta lealtad descansaba aparentemente en la buena relación establecida en un momento

temprano de las campañas militares entre Álvarez de Arenales, salteño y uno de los generales

más prestigiosos de San Martín, y en quien éste delegó el comando supremo de la sierra

central desde 1820. Entre otras cosas Álvarez de Arenales estableció un hospital y confió a los

pobladores “equipos pesados”. 38

Yauyos en la emancipación del Perú, 1820-1824 (Lima: Editores Técnicos Asociados , 1977); Dunbar
CDIP; Méndez 1997-2005.
.
37
Frank Salomon, “Khipu from Colony to Republic: The Rapaz Patrimony,” forthcoming in Scripts,
Signs, and Notations in Ancient America, Elizabeth Boone and Gary Urton, eds. (Washington, DC:
Dumbarton Oaks, 2010).
38
“Because Alvarez de Arenales wanted his troops to move quickly with light provisions, he left
behind in Oyón the army’s hospital, commissary, heavy equipment, and accompanying family members.
(1832:18). In this way Oyón became something of an independentista township” Salomon, 2010, p. 22.

19
Salomon sugiere que el khipu de los figurines, que él ha bautizado como el “khipu patriano” (un

derivado de patriotas, usado por los pobladores locales), estaría dando cuenta de una forma en

que los pobladores de Oyón identificaban el ganado que era entregado al ejército

independentista en su paso o su estadía por aquel lugar; primero los ejércitos de San Martín, y

luego los de Bolívar. Más fascinante aún, Salomon sugiere que el ganado que los pobladores

de Oyón habrían retenido en sus quebradas en cantidades tan considerables como 10,000

cabezas provenía de otras comunidades y había sido salvaguardado o “escondido” en Oyón

para evitar que sea tomado por los realistas. Confirmando el carácter crucial de la organización

y gobierno local para efectos de la guerra, que hemos subrayado hasta aquí, Salomon afirma:

“Since khipu were the characteristic rural way to keep track of herds, it is
plausible that both those who yielded cattle to the “patrianos” and those who
were charged with caring for sequestered cattle would have kept cord records. A
lapse in record-keeping would have been a bad situation, because the very real
possibility that the patriots might not pay for the animals they consumed was a
threat to all parties. Caring for such huge numbers of guest cattle would have
involved the services of many villages, and would demand strict coordination
between “Indian” village officers and patriot officers.” 39

Es decir, “cuidar cantidades tan grandes de ganado involucraba el servicio de muchos pueblos

y tendría que haber demandado una estricta coordinación entre las autoridades ‘indias’ y los

oficiales patriotas”. Otros testimonios dan cuenta de hasta 40,000 cabezas de ganado que

debían ser administradas por los pueblos durante la guerra. 40 Dadas las condiciones extremas

para la agricultura en los Andes, tales como topografía accidentada, extremos climáticos,

altitud, erosión de los suelos, la riqueza agrícola aquí no se da fácilmente sino que depende de

capacidad de la sociedad para organizarse colectivamente como lo han notado diversos

investigadores. 41 Por tanto, la importancia de una administración local para manejar y distribuir

39
Ibid, p. 23.
40
CEHMP-AHM (Buscar cita).
41
Karen Spalding desarrolla el tema magistralmente en su clásico Huarochiri: An Andean Society
Ander Inka and Spanish Rule (Stanford University Press, 1984).

20
los recursos devenía especialmente crucial en tiempos de guerra, como la historia del khipu

patriano lo demuestra elocuentemente.

Un Imaginario en Disputa

Pero gobierno local y, más ampliamente, gobierno, no fue sólo una necesidad de la guerra sino

un imaginario en disputa; un imaginario que se fue definiendo precisamente en el fragor del

conflicto. El lenguaje con el que los alcaldes de los pueblos se identificaban a sí mismos, o en

que eran identificados en los documentos de guerra proporciona algunas pistas para entender

los imaginarios en juego y sugiere tanto la importancia de estas autoridades en la guerra, como

sus fuentes de legitimidad. A ello quisiéramos referirnos brevemente. Pero antes valga una

breve digresión teórica. En este punto nuestro enfoque sobre la formación del Estado se

distancia de Tilly para acercarse Weber. Pues si bien ambos autores convergen en que el

Estado es la entidad que logra monopolizar la violencia en un determinado territorio, para

Weber esta mopoloziación de la violencia debía ser “legítima” mientras que para Tilly el

asunto de la legitimidad resultaba irrelevante ya que ésta sólo podía provenir de grupos de la

élite interesados en proteger sus intereses económicos. 42 Además, mientras la propuesta de

Tilly tenía como marco las guerras entre los Estados europeos que se disputaban los mercados

de ultramar en un contexto de expansión del capitalismo mercantil (siglos o XVII al XVIII), en

nuestro caso se trata de analizar las guerras internas en un momento de contracción de

mercados y pérdida gradual de territorios. 43 Por tanto, el factor económico no constituye una

explicación suficiente para entender las guerras ni la interrelación entre guerra y formación del

42
Debido en parte su enfoque principalmente económico). Bastaba que otros grupos de poder y
autoridades reconocieran la legitimidad de la violencia de quienes se erigían en Estado, por sus propios
intereses. Tilly 1985, especialmente pp. 171-172. En este punto mi análisis coincide con el de Peter
Guardino en la introducción de su libro Peasant Politics in Guerrero (
43
Al menos durante la mayor parte del siglo XIX, ya que luego se da la bonanza del guano que sin
embargo no necesariamente genera crecimiento en el interior del país sino sólo en la costa (Manrique
historia de de la República. El enfoque de Tilly, bastante inspirado en el análisis de Marx, parte por
explorar la formación del estado en lo que Marx proceso de “acumulación primitiva” de capital.

21
Estado. Por otro lado, si bien Weber también reconoció la centralidad de los intereses

económicos en el proceso de formación del Estado, 44 le interesaba ir más allá. Por un lado,

subrayó cómo la “comunidad política madura” (es decir, El Estado) debía legitimarse través de

la legislación; por otro, se refirió una forma de legitimidad menos racional: el vínculo emocional.

Para él, “lo que otorga a la comunidad política su pathos específico y sus fundamentos

emocionales más duraderos es la expectativa de que los individuos estén dispuestos a morir

por los intereses del grupo” 45 . Con esta afirmación Weber pasaba conceptualmente del Estado

a la nación, adelantándose precursoramente al concepto de nación como “comunidad


46
imaginada” formulado casi un siglo después por Benedict Anderson. Son precisamente

estas nociones --nación, patria, gobierno, las que van a definirse en el transcurso de las

guerras de independencia y van a redefinirse en cada conflicto armado subsiguiente.

Los alcaldes que tomaron el bando independentista fueron llamados, y se llamaban a sí

mismos, “alcaldes de la patria” mientras aquellos que apoyaban al rey fueron los “alcaldes

constitucionales”. 47 Estos datos corresponden a 1822, es decir, poco después del

restablecimiento de la constitución liberal de 1812 en los territorios de la monarquía española,

que había sido abrogada por Fernando Séptimo durante su retorno al trono español entre 1815

y 1820. Es muy probable que al llamar a los alcaldes que apoyaban a los españoles “alcaldes

constitucionales” los oficiales realistas buscaran enfatizar que sus fuentes de legitimidad eran

44
Weber, en su ensayo “Political Communities” sugirió que los más interesados en establecer un
sistema donde se pusiera fin a las guerras para establecer un monopolio y ejercicio racional de la
violencia eran los grupos económicos con intereses mercantiles,. Weber,Max Weber, Economy and
Society: an outline of interpretative sociology. vol 2(?) Berkeley, Los Angeles and London: University of
California, 1978, vol 2, translation by Guenther Roth and Claus Wittich.
45
Weber se refería al Estado como la “comunidad política madura”. “The individual is expected
ultimately to face death in the group interest. This gives the political community its particular pathos and
raises its enduring emotional foundations.” Ibid p. 903.
46
Benedict Anderson, Imagined Communities (Verso: Londres, 3rd ed 2006).
47
CEHMP-AHM, legajo 35, 1822, letra T, Comunicaciones enviadas por Tadeo Telles, Sargento
Mayor del Ejército, Gobernador Político y Militar de Yauyos al Ministro de Guerra y Marina (buscar
fecha).

22
las mismas que las de los pobladores locales, dado que la constitución se difundió ampliamente

en América. Existían proclamas de la constitución y de los decretos de las cortes de Cádiz

efectuadas en quechua, aymara y guaraní que llegaron presumiblemente a muchos pueblos

posibilitando que estos tuvieran conocimiento de sus beneficios, entre ellos la inclusión de los

indios a la condición de “ciudadanos de la nación española”, la abolición del tributo y del trabajo

impago. 48 Hacia la misma época, sin embargo, los republicanos alistaban su primer congreso y

tan temprano como en 1823 promulgaron la primera constitución del Perú, aún cuando el

triunfo independentista no se había consumado y las huestes del virrey seguían batiéndose

contra los ejércitos independentistas en la sierra del Perú. De hecho esta constitución adoptó

muchos de los principios liberales de la de Cádiz. Esto quiere decir que en algún momento del

conflicto ambos bandos estaban competiendo en la guerra con un lenguaje político muy similar

de legitimidad. En cualquier caso, es sugerente que la noción de “constitucionales” fuera

adoptada por los pueblos quechuahablantes que apoyaban a los españoles más que por

aquellos identificados como patriotas. Nótese, por ejemplo, los fuertes trazos de fonética

quechua en una carta firmada por Santiago Muneves [Munívez], quien se identificaba a sí

mismo como “yo yo, el alcalde constetuceonal del pueblo de Santiago de los Chongos” 49

siendo este uno de los muchos ejemplos que podría citarse. Asimismo, al resaltar su identidad

48
Par las proclamas en lenguajes indígenas ver en Rivet 1950s La discusiones en las Cortes de
Cádiz sobre la ciudadanía indígena se encuentran muy bien documentadas pero no han recibido
suficiente atención. Un articulo pionero es el de Christine Hunefeldt “Los Indios y la Constitución de
1812” (Allpanchis, 1978). Véase también Sala Vila, Núria. “La Constitución de Cádiz y su impacto en el
gobierno de las comunidades indígenas en el virreinato del Perú.” Boletín Americanista, 33.42-43 (1992-
93): 51–70. Fuentes oficiales refieren que en tiempos de Abascal se repartieron unos 4,000 ejemplares
de la Constitución en el virreinato del Peru. La cifra puede ser exagerada, pero hay fascinantes
evidencias rituales de la proclamación de la constitución en algunos pueblos andinos. Ver Méndez
Plebeian Republic, capítulo 4. Para véase Jaime Rodríguez Ordóñez, “Ciudadanos de la nación
española: Los indígenas y las elecciones constitucionales en el reino de Quito” en La mirada esquiva:
Reflexiones sobre la interacción del Estado y la ciudadanía en los Andes (Bolivia, Ecuador y Perú), siglo
XIX (Ed. Marta Irurozqui. Madrid: CSIC 2005. 41–64) y Jaime Rodríguez, La Revolución Política Durante
la Época de la Independencia: El Reino de Quito 1808-1822 (Universidad Andina Simón
Bolívar/Corporación Editora Nacional, Quito, 2006) Ver también la tesis de José Luis Igue sobre los
Morochucos de Pampa Cangallo, (PUCP 2008).
49
12 de Agosto, 1822, in CEHMP-AHM, Legajo 35, letra T, documento 110, folio 2. OTROS
EJEMPLOS?

23
como “alcaldes constitucionales”, las autoridades de los pueblos de la sierra central que

favorecían a los realistas muy probablemente intentaban deslegitimar la autoridad de los

llamados “alcaldes comisionados”, que eran nombrados por los oficiales que favorecían la

independencia. Los alcaldes de este bando, sin embargo, parecían estar más a gusto con el

apelativo de “alcaldes de la patria”; lo mismo si se alude a “partidas por la patria”,

“gobernadores de la patria”.

El concepto de “patria” tal como fue usado en el transcurso de la guerra de la independencia

ameritaría un tratamiento aparte. En los documentos que hemos revisado, “patria” transmitía

menos la idea un territorio nacional (en su sentido actual) que la idea de soberanía. Es decir,

quienes se declaraban “patriotas” o “patrianos” estaban conscientes de estar apoyando una

posición de ruptura con España que signaba el comienzo de una entidad política autónoma.

Por tanto, el significado de “patria” en su sentido actual de “nación” habría empezado a tomar

cuerpo en el campo de batalla, tal como Clément Thibaud ha argumentado también para

Venezuela. 50 En otras palabras, para quienes la peleaban, los bandos “patriotas” y “realistas”

no estaban conceptualmente bien definidos antes de la guerra sino que se fueron definiendo y

demarcando en el proceso de la lucha; y esto no sólo incluía a las bases sino a los propios

oficiales. Lo que sí estaba claro es que a partir de 1821/1822 en la sierra central, y de 1820 en

los territorios de costa norte peruana donde se había proclamado la independencia con

anterioridad a Lima, el término “patriota” ya no tenia relación con la adscripción la monarquía

española como había sido hasta hacía poco. Había sido apropiado efectivamente por el bando

independentista y republicano. Por otra parte, si es que había un territorio asociado a la idea de

patria éste no era nacional, en la connotación actual de este término, sino continental; es decir

América. “Patriota” y “americano” fueron términos equivalentes en diversas regiones del Perú

50
Clément Thibaud, Repúblicas en Armas: Los ejércitos bolivarianos en la Guerra de
Independencia en Colombia y Venezuela (Bogotá: Planeta/ Instituto Francés de Estudios Andinos, 2003).

24
hacia 1821-1822. 51 El fenómeno había ocurrido antes en otros lugares de Hispanoamérica

donde la ruptura con España se inició más temprano. Ya nos hemos referido a Venezuela. En

Buenos Aires quienes se alinearon contra los europeos a partir de 1811 se identificaron como

“patricios”, otro derivado de patria aunque en una connotación más asociada con el suelo: se

usaba para enfatizar que “se ha nacido aquí” a diferencia del extranjero, o el enemigo político,

que nació en otro suelo. 52 Así, cuando se proclama la independencia de las provincias unidas

del Río de la Plata en 1816 ese territorio fue aludido por sus delimitadores como “patria”. Todo

este proceso de resemantización ocurrió en la guerra. 53

Las Fronteras del Estado

La segunda hipótesis que quisiéramos plantear se refiere al papel de los militares y la guerra en

la articulación del territorio nacional. Es lugar común describir al Perú de las décadas

posteriores a la independencia como un territorio fragmentado e incomunicado como

consecuencia del progresivo desmantelamiento de los circuitos mercantiles que habían

articulado el espacio del virreinato peruano alrededor de la minería de Potosí durante la época

colonial. Si bien esta tesis exige matices ya que luego de la independencia la minería de plata

en Cerro de Pasco experimentó un importante repunte, 54 el hecho es que las otrora extensas

rutas comerciales que vinculaban Lima con Buenos Aires, vía Potosí, se fragmentaron en

circuitos más pequeños cuyos contornos aguardan ser mejor comprendidos. El problema con

51
Ejemplos muy variados. Ver CEHMP-AHM, año 1822.
52
Gabriel Di Meglio, “Patria” en Noemí Goldman (ed), Lenguaje y revolución: Conceptos Plíticos
Clave en el Río de la Plata, 1780-1850” (Buenos Aires: Prometeo 2008, pp115-130 ). Véase
especialmente pp. 118-123. En la provincia de huanta, en el Peru se usaba “patricio” con este mismo
sentido, de “el de este lugar’ como opuesto a extranjero.
53
Di Meglio, ibid. De manera sugerente en las provincias del interior, como La Rioja, la idea de
patria o tropas patriotas seguía asociándose a las tropas de Buenos Aires únicamente, no con
Argentina. Children of Facundo. Ello resulta por demás comprensible dado que Argentina como
concepto nacional se produjo mucho más tarde que el concepto de Peru, en parte debido a que en el
Perú el territorio del Estado Nacional era casi el mismo que el del virreinato peruano y tenia una
identidad colonial territorial más cimentada, que fue fácil trasladar a la era republicana con pocas
modificaciones.
54
Contreras, Chocano, Deustua, El Embrujo de la Plata

25
esta tesis de fragmentación es que a menudo se la traslada, sin más, al ámbito político. 55 Pero

lo cierto es que la política y la economía siguen muchas veces caminos contrapuestos. Es más,

quisiéramos sugerir que durante las primeras décadas republicanas la política estaba

intentando “reensamblar” lo que la economía estaba desintegrando, por decirlo de alguna

manera, y lo hacía, en parte, mediante la guerra. Observando los lugares de los remitentes y

destinatarios de las cartas conservadas en el Archivo Histórico Militar del Perú

correspondientes al siglo XIX, lo primero que salta a la vista es la amplitud y diversidad de

lugares. Las cartas atravesaban un espectro enorme de ciudades y pueblos a lo largo y ancho

del territorio que ahora llamamos nacional, lo que sugiere militares acantonados o

desplazándose en todos los rincones del territorio, tanto en comisiones de guerra como

administrativas. De hecho, si el principal objetivo de la guerra era ganarla, era preciso hacer

proselitismo hasta el ultimo recodo del territorio. Y ya que la guerra exigía gobierno, en estos

desplazamientos los militares iban trazando, literalmente, las fronteras del Estado.

Todo ello sucedía en un tiempo, parafraseando al novelista Francisco Vegas Seminario, en

que “los mariscales combatían”. 56 Es decir, sus grados y títulos no eran la culminación de una

carrera administrativa o académica sino de guerra. Adaptando una análisis que Juan Ortiz

Escamilla hiciera para México durante la rebelión de Hidalgo (1810-1811), podríamos decir que

el ejército realista (y luego nacional) no existió antes de la guerra sino que se constituyó como

resultado de ella. 57 Y ello era así porque en esos tiempos para llegar a ser un general o

coronel era preciso haber recorrido a galope vastos espacios físicos de un territorio que
55
Por ejemplo Manrique, Historia de la República, Paul Gootenberg, "Population and Ethnicity in
early Republican Perú: Some Revisions", Latin American Research Review, 26, Fall 1991. Por ejemplo:
“Naturally isolated and sheltered by the breakdown in national politics, communications, and markets
during the caudillo era, indigenous communities were left mainly to themselves. No army of local officials
entered their hamlets, and the local hacendado was reduced to first among equals. p 145.
56
Francisco Vegas Seminario, Cuando los Mariscales Combatían (Lima: Peisa, 1980). Jorge
Basadre había notado esto ya tempranamente en sus diversos trabajos y en particular en La Iniciación
de la República.
57
Ortiz Escamilla. Guerra y Gobierno.

26
precisamente en este proceso vendría a concebirse como nacional. Y dado que en el Perú, a

diferencia de Argentina o Venezuela, el poder de los caudillos no descansaba en la gran

propiedad rural ni tenía bases económicas regionales, sus pugnas “por el control de ejército les

obligaban a tener una perspectiva nacional”, como ha sugerido Cristóbal Aljovín

acertadamente. 58 Es decir, el poder económico de un caudillo no estaba precisamente donde

estaba su poder político, sino más bien esparcido a modo de archipiélagos en el territorio

nacional. Gamarra es un buen ejemplo: si bien tenía una base política significativa en el Cuzco

(su ciudad natal) sus aliados más importantes estaban en Lima; asimismo, contaba con aliados

dispersos en varios bolsones del territorio, con quienes había cultivado lazos clientelistas,

dentro y fuera del ejército. 59 Quizá por ello en cada guerra los caudillos que aspiraban a la

presidencia sentían que debían conquistar, una y otra vez el territorio nacional. He aquí la

dificultad de estudiar las guerras civiles peruanas. Estas no pueden entenderse simplemente

como enfrentamientos entre la capital y las provincias, como fue (con matices) la rivalidad entre

unitarios y federales en Argentina, ni de una región contra otra (sur/norte) como fue la guerra

de secesión en los Estados Unidos.

Por ello, no obstante el faccionalismo endémico que caracterizó el siglo XIX, los militares fueron

los primeros actores políticos en concebir el Perú como un todo. No tanto en términos

doctrinarios (como sus pares civiles), sino en base a su experiencia cotidiana a lo largo y ancho

del país. ¿Qué tan largo y ancho era el país? es algo que el estudio de las guerras y

movilizaciones militares puede, precisamente, ayudarnos a perfilar. Pero no estamos

pensando precisamente en un mapa convencional cuyas fronteras, siempre defectuosamente

trazadas (si acaso, como, resultas de tratados o convenios), proyectan más una realidad

58
Aljovín Caudillos y Constituciones, p. 160. Como Basadre lo dijo hace mucho tiempo, el poder
de los caudillos no descansaba en una base económica, ni necesariamente en la propiedad rural. Aljovín
sugiere que una excepción podría ser el caudillo domingo Elías (pp. 159, 160).
59
Aljovín Caudillos, p. 160. Méndez, Plebeian Republic, epílogo.

27
60
deseada que existente, . Pensamos más bien en las fronteras vivas, demarcadas por el

territorio de la acción política y una incipiente autoridad estatal. Si durante las guerras de

independencia tales territorios fueron la sierra central, la costa de Lima y la costa norte, en los

años siguientes se hacen presentes el sur andino e incluso territorios usualmente

considerados marginales a la comunidad nacional como la Amazonía.

Así, por ejemplo, el año 1834 en las postrimerías de la guerra civil entre Orbegoso y Gamarra y

Bermúdez, el prefecto del recién creado departamento de Amazonas expresaba, desde

Chachapoyas, al Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores “la necesidad imperiosa de una

fuerza armada en las fronteras”. De esta manera, el prefecto daba curso a un oficio elevado por

el subprefecto del distrito Maynas que as vez le pedía instrucciones para hacer frente a una

inminente invasión de “las naciones Ynfieles de Aguarini y Putacas” a los “pueblos christianos”

de Santiago [de Lagunas] y Borja. 61 Estas tensiones tenían una larga historia no es posible

describir aquí, pero los documentos que dan cuenta del incidente ejemplifican algunos puntos

que hemos estado tratando. Primero, hacen visible una red de comunicaciones que

conectaban las más pequeñas instancias de gobierno local con las más altas esferas de

gobierno: un curaca con el gobernador de un pueblo; un enviado de éste con un prefecto, a

éste con un subprefecto, y a éste con el Ministerio de Gobierno y Relaciones Exteriores. El

hecho de que la entidad a la que el prefecto solicita refuerzos sea este ministerio sugiere que

las fronteras internas del Estado –en este caso las de la amazonía -- eran también sus

60
Anderson, Imagined Communities, y libro sobre Ecuador (Valeria Coronel co-editora, 2010 o
2011?).
61
CEHMP, AHM, Legajos Varios, documento 961, 1834, sin foliar. Carta de Andrés Muñoz al
Subprefecto de Maynas (Barranca, 18 de Abril de 1834); del Andrés Muñoz al Gobernador de Misión Alta
( Barranca, 19 de abril, 1834); carta del subprefecto de Maynas Carlos del Castillo al Prefecto Amazonas
(Moyobamba , 24 de Julio, 1834); carta del prefecto de Amazonas, M. Mesías al Ministro de Relaciones
Exteriores ( Chachapoyas, 28 de Julio, 1834). Valga precisar que la magnitud de los acontecimientos se
había magnificado de los informes locales al llegar a la prefectura, duplicándose el numero de pueblos
hostiles y a ser invadidos. Mientras la fuentes más cercanas al gobernador de los pueblos de Santiago y
Barranca decían que “los jívaros de la nación de aguaruni” se preparaban para invadir el pueblo de
Santiago, en la carta del prefecto se había agregado “los infieles de Putacas” se hablaba de una
invasión también al pueblo de Borja.

28
fronteras externas. Las “tribus” de la selva demarcaran, así los límites del Estado de la misma

manera en que podía hacerlo otro país 62

Es muy probable, sin embargo, que los pobladores referidos en estos documentos como

“infieles” y “salvajes” entendieran más de las leyes y el catolicismo que quienes los etiquetaban

de tal manera –tácitamente expulsándolos de las comunidades nacional y religiosa-- estaban

dispuestos a aceptar. Los grupos amazónicos e cuestión no sólo fueron parte de las misiones

jesuitas de Santiago de Lagunas y Borja sino que cuando estalló la revolución liberal en el

mundo hispánico en el contexto de la invasión napoleónica a la Península ibérica entre 1808 y

1814, las comunidades nativas aguano usaron con provecho las disposiciones favorables a los

naturales” dadas por las Cortes de Cádiz (es decir, el primer parlamento constitucional

español), logrando en 1815 ser reubicados a sus asentamientos originales, como lo

solicitaban. 63 En tanto estos éxitos legales ocurrieron en tiempos del dominio español no es de

extrañar que muchos pueblos en esta zona se alinearan con el bando realista durante las

62
Esto sucedía en un momento en que la guerra del Perú con Colombia de 1829 estaba fresca en
la memoria y las fronteras nacionales en pleno proceso de definición, habiéndose la antigua audiencia de
Quito escindido de Colombia para formar la república de Ecuador en 1830. Cabe anotar que las
mencionadas misiones jesuitas de Maynas estaban en tiempos coloniales bajo a jurisdicción de la
audiencia de Quito. Véase Vicente Santa María de Paredes, A Study on the question of boundaries
between the republics of Peru and Ecuador. Washington DC: Press of Bryton S. Adeams, 1910, pp. 76-
78, y Fernando Romero (Capitán de Fragata (r), Iquitos y la Fuerza Naval de la Amazonia 1830-1933),
Lima: Dirección General de Intereses Marítimos, Ministerio de marina, 1983 (3ra ed.).
63
En sus propias palabras: “lo que deseamos es trasladarnos a aquel lugar en donde se hallan
sepultados los huesos de nuestros abuelos con eficaz deseo de que vuestra señoría nos lo permita en
caridad puesto las muchas recomendaciones que nos dispensan en la actualidad las Cortes Generales y
Extraordinarias, que han tenido fundamentos para aliviar las pesadas tareas y trabajos que padecían los
indios de otras provincias”, citado en José Barletti, La Población de Maynas en los Tiempos de la
Independencia (Iquitos: Investigaciones de la Amazonía Peruana, , Julio 1994, p. 16, énfasis nuestro)..
Es difícil precisar si lo que nuestras fuentes del CEHMP-AHM denominan “aguaruni” corresponde a los
“aguano” que describe Barletti, pero el contexto geográfico es en todo caso muy cercano: las misiones
de jesuitas nucleadas en torno a Santiago de la Laguna y Borja en la entonces provincia de Maynas. Lo
importante aquí es que dichas poblaciones eran conscientes de los beneficios de las “Cortes Generales
Extraordinarias” , es decir, las Cortes de Cádiz otorgaban a los indígenas, por ejemplo la prohibición de
trabajo gratuito y del tributo indígena, y otorgándoles la ciudadanía española. Véase el estudio pionero
de Christine Hunefeldt, “Los Indios y la Constitución de 1812” (Allpanchis 1978). Ver también Sala i Vila,
Rodríguez, Méndez, Plebeian Republic, capítulo 5.

29
64
guerras de la independencia: Y debido a que, como mencionábamos antes, las

constituciones y legislación republicanas se inspiraron en buena parte en las Cortes y la

Constitución de Cádiz, la evidencia refuerza el argumento de que es errado circunscribir el

estudio los imaginarios nacionales y del Estado republicano a una historia de los “patriotas”

únicamente. 65

Si bien en el caso que acabamos de presentar son las cartas --conducidas por mensajeros

anónimos– las que viajan, más que los propios jefes militares, es precisamente porque las

guerras civiles no se decidían en las fronteras de la selva. 66 Y las guerras civiles, quizá mas

que otras circunstancias, llevaba a los oficiales a desplazarse personalmente a los rincones

más remotos, en campañas que podían estar cargadas de actos simbólicos como cuando, por

ejemplo, el general Santa Cruz, a su paso por las punas de Huanta le obsequió un uniforme de
67
general al caudillo indígena Antonio Huachaca. Esta proximidad, o interacción entre

oficiales y pobladores de la sierra andina quizá no se dio de la misma manera en lugares donde

la composición demográfica era diferente: pensamos en la costa de Lima, donde existían

esclavos, montoneros ex esclavos y dueños de hacienda: la forma en que diferían las guerras

civiles de acuerdo a regiones es parte de nuestra agenda de investigación pendiente.. Pero si

se trata de adelantar un juicio, sugerimos que las guerras civiles con algún impacto nacional, o

como se llamó en su momento las revoluciones cuyo objetivo era el control del Estado --eran

guerras entre iguales: es decir, en ellas se enfrentaba el caudillo de turno con caudillos que

64
Barletti, La Población de Maynas. Al momento de cerrar este artículo no hemos podido consultar
el otro texto de José Barletti, Cronología de las luchas por la independencia de España en la Selva. Lima
(Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana), 1982.
65
The Plebeian Republic. El estudio que con más contundencia propone reconsiderar la cronología
de la independencia para que incluya el periodo y los aportes el liberalismo constitucional español es
Víctor Peralta, La Independencia y la Cultura Política Peruana (Lima: IEP, Fundación M.J. Bustamante
de la Fuente, 2010).
66
Ello no descartó viajes militares a la selva, que a decir de Romero fueron incentivados por
marinos ingleses interesados en explorar los ríos de la amazonía, buscando una salida al atlántico.
Véase, Romero, Iquitos y la Fuerza Naval, capítulo 1.
67
Véase Méndez Plebeian Republic, capítulo 7.

30
sentían que tenían la capacidad de constituirse en gobierno; sus ejércitos y bases de apoyo

podían ser socialmente muy similares y, de acuerdo al desenlace, intercambiables. En cambio,

la “guerra inminente” de las fronteras de la selva, es decir, la guerra que no se traducía en

enfrentamientos sino en el temor de que éstos ocurran –y en el planeamiento de estrategias de

contención– se planteó desde el comienzo como una guerra entre grupos no sólo diferentes

sino desiguales, es decir, entre cristianos y salvajes, como el documento arriba citado lo hace

evidente. La distancia geográfica, en ese caso, fue también una distancia mental y, quizá,

emocional. Contrariamente, las guerras civiles, es decir, esas que sí ocurrieron, tuvieron el

paradójico efecto de llevar a los oficiales del ejército a remontar brechas mentales y

geográficas, a costo de perderlas, de no hacerlo.

Se ha dicho alguna vez que en el siglo XIX los únicos que visitaban los más recónditos lugares

del interior del país eran viajeros extranjeros. 68 Esta imagen pierde de vista que en las décadas

posteriores a la independencia los militares eran también viajeros. Pero a diferencia de los

viajeros europeos a quienes animaba la búsqueda de lo exótico y la curiosidad científica, los

militares se desplazaban por necesidad política. Sus escritos, guardados por décadas en el

Archivo Histórico Militar, son en su mayoría áridos, como corresponde a documentos

burocráticos, o escritos al calor de los acontecimientos. Carecen del interés literario de las

memorias de los viajeros dirigidas al lector europeo. Leerlas exige no sólo persistencia y

determinación, sino la voluntad para imaginar los universos dentro de los cuales, alguna vez,

cobraron sentido. Estas pueden ser algunas de las razones por las que dichos documentos han

sido subvaluados por la historiografía. Pero no justifican su olvido.

El Fin de un ciclo (y de un siglo): ¿democracia en guerra, o guerra en democracia?

68
Carlos Iván Degregori, charla dada en el Instituto de Estudios Peruanos, ca 2008.

31
Entre 1894 y 1895 tuvo lugar la ultima guerra civil de un largo ciclo, y de un largo siglo: el ciclo

de las guerras civiles que se iniciaron con la independencia, y el siglo fundacional del Estado

nacional en el Perú. El siglo de las guerras civiles da paso un siglo en que la violencia legítima

es monopolizada por las fuerzas armadas, y que continúa hasta hoy; este ciclo tiene una

fractura importante entre las décadas de 1980 y 1990 en que se quiebra este monopolio

cuando el Estado oficializa la posesión de armas por parte los campesinos para combatir a la

insurgencia, como ya hemos comentado, replicando una situación que fue común en el siglo

XIX. El comienzo de este ciclo en 1895, y su fractura en 1980, están preñados de paradojas

que quisiéramos comentar brevemente a modo de conclusión.

La guerra civil de 1894 -1895 que lleva a Nicolás de Piérola a la presidencia tras derrotar a los

ejércitos de Andrés A. Avelino Cáceres, no sólo cierra el ciclo de las guerras internas sino que

inaugura un periodo continuo de gobiernos civiles que Basadre denominó “La República

Aristocrática” (1895-1919): el más prolongado desde la independencia, antes de 1980. Creo

que trata de un nombre apropiado, como ahora veremos, pese a las críticas de que ha sido

objeto. A poco de iniciar su gobierno, Piérola, un civil, no sólo desbanda las montoneras que lo

llevaron al poder para crear el ejército profesional –con lo que se deslegitiman los grupos de

civiles armados que un Estado guerrero había alentado constantemente– como ya hemos

mencionado, sino que da inicio a –o, mejor dicho, consolida-- una concepción excluyente de la

política y de la ciudadanía. Esta concepción excluyente queda elocuentemente plasmada en la

ley electoral de 1896. Con esta ley, por primera vez de manera enfática, se establece (y se

aplica) como requisito para la ciudadanía el saber leer y escribir. 69

Desde entonces, sólo los letrados podrán tener derechos políticos. Y así, la marca de la

69
He discutido estos temas en Méndez, “Las Paradojas del Autoritarismo” (2006) y Militarismo y Etnicidad y
Campesinado (2009)

32
civilización, o pertenencia a la comunidad política, que la daba la religión en la colonia, y

participación en las guerras en el XIX, la daría ahora la educación. Los iletrados, que de hecho

coincidían demográficamente en su mayoría con los grupos llamados indígenas, pasarán a ser

expulsados de la comunidad política a la que, con altibajos habían pertenecido, o la que, al

menos, habían podido reclamar en cada guerra, y serán infantilizados por la legislación

indigenista que surgirá en el gobiernote Leguía, y sobre todo por el “derecho indígena”

posterior (esto es, hasta que en 1969 el gobierno de Velasco abolió la “comunidades indígena”

para reemplazarla por la comunidad campesina, imprimiendo un giro conceptual importante en

la noción de ciudadanía, que merecería comentario aparte) . Así, después de expulsarlos, el

Estado buscaría “incluirlos”, pero siempre en sus propios términos, es decir, en los términos de

las facciones que consolidaron su poder tras el fin de las guerras civiles: en los términos de los

administradores de una democracia elitista, o excluyente, una “democracia de casta”, como

Silvia Rivera denominó tan acertadamente a un grupo análogo en Bolivia. 70

El fin de las guerras, entonces, no significó el fin de la guerra. No trajo necesariamente la paz.

En palabras de Foucault: “La ley no es pacificación, puesto que debajo de ella la guerra

continúa causando estragos en todos los mecanismos de poder, aun los más regulares. La

guerra es el motor de las instituciones y el orden: la paz hace sordamente la guerra hasta en el

más mínimo de sus engranajes.” 71 Pensamos que “esta paz que hace sordamente la guerra”

consistió en instaurar una normatividad y legislación destinadas a acentuar las jerarquías

sociales, el lugar de cada quién. Así, las fronteras antes borrosas entre los defensores del

Estado y sus los desafiadores de su poder, dan paso a un discurso que determina, o fija, quien

está afuera y quién dentro de la nación, y qué derechos (o los derechos de quién) este nuevo

Estado, ahora dominado por los civiles, va a defender. Los ecos de este discurso, que

70
Méndez, “Las Paradojas del Autoritarismo” (2006) y Militarismo y Etnicidad y Campesinado (2009)
71
Citado en ibid.

33
corresponde un tiempo de paz y “democracia” , fueron especialmente perceptibles

recientemente en el discurso del “Perro del Hortelano” del ex-presidente Alan García, quien

pensaba el país en términos de ciudadanos “de primera” y de “segunda clase”: un lenguaje

bajo todo punto de vista confrontacional y guerrero; como si para el presidente los ciudadanos

fueran su principales enemigos. Nunca más claro como entonces que la política, como planteó

persuasivamente Foucault, invirtiendo el clásico aforismo de Clausewitz, no es el fin de la

guerra, como pretendía la concepción jurídica clásica, sino que es más bien “la continuación de

la guerra por otros medios” 72

No se trata de idealizar el tiempo de las guerras civiles, que en otra ocasión he llamado el de la

“República Plebeya”, 73 como contrapunto a República Aristocrática de Basadre. Se trata de

entender que, a diferencia de la Republica Aristocrática, en la República Plebeya (1820s-

1850s) los requisitos para participar activamente en la política y reclamar ciudadanía, era

mínimos. Bastaba luchar en una guerra, en nombre del Estado o de una causa/grupo que

luego se convertiría en gobierno . Los campesinos eran valorados, como vimos, por los

militares/gobernantes porque eran imprescindibles en la dinámica política; porque sin ellos, sus

destrezas, sus recursos, su organización, y sus territorios, no se podía pensar en llevar a cabo

una sola guerra, menos ganarla: no se podía tomar el poder. Todo ello acontencía en un

tiempo en que hacer la guerra era también evitarla: la guerrilla, como dijimos, era una “guerra

de recursos” más que una guerra ofensiva con gran maquinaria. Los grandes estrategas

andinos, y de manera notable Santa Cruz, eran muy conscientes del costo de atacar. Por eso

promovieron la guerra de recursos, que podría librarse con pocas armas pero, eso sí, mucha

organización: la guerra decimonónica, como dijimos, no era posible sin gobierno y más

72
Foucault, cita.
73
Plebeian Republic (Duke 2005).

34
específicamente gobierno local. 74

En segundo lugar, al estudiar la época que sigue al tiempo de las guerra civiles, se trata de

“descrifrar la guerra debajo de la paz”, “de definir y descubrir bajo las formas de lo justo tal

como está instituido, de lo ordenado tal como se impone, de lo institucional tal como se admite.

Se trata de recuperar la sangre que se secó en los códigos”. 75

Vista a la luz de la historia peruana reciente, el riesgo de esta frase es que la podemos tomar

muy literalmente, perdiendo su sentido más complejo (que consiste en una crítica a todo lo que

hasta este momento hemos entendido por “política”). Pero por algo se empieza. Es decir, no

hay que perder de vista que para entender la democracia en el Perú, especialmente en la

historia reciente, no es posible hacerlo sin entender la guerra que surge en su seno. No sólo la

guerra en el sentido figurado que es a la que alude Foucault, sino la guerra literal, la violencia

de la sangre que aún no seca y de los muertos que aún deben ser sepultados. Porque, como

se ha repetido tantas veces, pero no se termina de entender, 1980 no sólo es el año en que

retorna la democracia parlamentaria después de doce años de gobierno militar, sino también el

año en que comienza la insurgencia de Sendero: una guerra que trajo casi 70,000 muertos. Y

esto, de hecho, complejiza el paradigma de Foucault, si de lo que se trata es de “recuperar la

sangre que se secó en los códigos”. Ya que, hablando de leyes, y a diferencia de la ley

electoral de 1895, que restringe los requisitos de ciudadanía, la constitución de 1979, que se

aplica en el proceso electoral de 1980, los amplia al eliminarse el requisito de saber leer y

escribir. Así, el año en que los analfabetos acceden oficialmente a la ciuddanía es también el el

año que da inicio a una guerra en que la mayoría de los muertos son personas de esta

condición. Esta es la gran paradoja de esta “fractura” histórica a la que me refería líneas arriba

74
Fuentes: AHMP, CDPIT, Rassy, CDPI, cartas de Nieto/Santa Cruz en Soldados de La Republica (notas a mano
en version # 3).
75
Foucault.

35
y que debemos continuar procesando.

Lo que aparece con más claridad, en cambio, es que el estallido, duración, e intensidad de esta

guerra reciente sólo es comprensible cuando se considera que los años de “paz” que le

precedieron, que no habían sido muy apacibles para mucha gente. Se estaba incubando esa

guerra. Y no me refiero precisamente al gobierno militar de Velasco sino al orden que este

intentó romper, es decir, al Perú oligárquico o “república aristocrática” , el orden de la

democracia excluyente; una etapa en que se hace más aparente esa “guerra dentro de la paz”

a la que alude Foucault.

Pero el breve aporte preliminar de nuestra investigación es, en realidad, la contraparte de lo

que acabamos de describir, ya que son las guerras internas del XIX las que por ahora nos

proponemos recuperar del olvido. Y esta es la última paradoja (aparente) sobre la que quería

llamar la atención. Las guerras del XIX son guerras que para llevarse a cabo exigen cierta

institucionalidad, como he querido demostrar aquí cuando dije que la guerra necesita gobierno

y más específicamente gobernó loca. Para decirlo más brevemente: ni la democracia puede

entenderse sin la guerra (en los sentidos literal y metafórico), ni ésta sin elementos de

institucionalidad que normalmente se asocian con la democracia.

Colofón (Historiografía)

Hace aproximadamente dos décadas surgió una corriente historiográfica sobre el siglo XIX

hispanoamericano dedicada a estudiar la política del periodo haciendo hincapié en sus

expresiones institucionales y democráticas. Estos estudios reaccionaban en parte contra una

historiografía revisionista, que caracterizaba a Hispanoamérica decimonónica como una región

de “caudillos bárbaros” y contrarios a toda institucionalidad. Esta literatura se inspiró en parte

Domingo Faustino Sarmiento. Los nuevos estudios se concentraron en los mecanismos de

36
representación, elecciones, ciudadanía, pensamiento político, asociaciones civiles y “espacios

públicos.” Por su naturaleza, estos temas privilegiaron contextos urbanos, distanciándose así

de la noción de la “ruralización del poder” y la militarización de la política que Tulio Halperín

había propuesto décadas antes para el mismo periodo. Este interés por estudiar la

institucionalidad democrática en el XIX se dio, no por azar, en un momento en que los países

de América Latina salían de un período de dictaduras militares y se abrían paso a la

democracia electoral. La historiografía revaloraba así la democracia en el momento en que

caían los regímenes militares. Pero también los proyectos socialistas .

El Perú no fue ajeno a esta corriente historiográfica, que marcó la década de 1990, aunque se

dio aquí con bastante menos intensidad y respondiendo, en parte, a la influencia de las

corrientes que venían de Argentina, España e Italia, donde esta nueva manera de ver a

América Latina como “el Otro Occidente” y un lugar experimental de la democracia resultó

bastante popular. 76 Pero la situación política del Perú en los ochenta y noventa era diferente

que la de otros países de la región porque en el Perú el retorno de la democracia coincidió con

la peor insurgencia de su historia republicana lanzada precisamente en 1980. 77 Sin embargo,

esta realidad de guerra, que devastó principalmente las zonas rurales andinas, no ingresó en el

imaginario de los historiadores que en esos mismos momentos escribían sobre democracia,

civilismo e instituciones en el siglo XIX. 78

76
Marcelo Carmagnani, El otro occidente. América Latina desde la invasión europea hasta la
globalización, (México DF: Fondo de Cultura Económica/ Fideicomiso Historia de las Américas, México,
2004). Véase también los trabajos de Gabriella Chiaramonti, Federica Morelli, Marta Irurozqui, Hilda
Sabato, Carlos Forment, Jaime Rodríguez, Carmen Mc Evoy, Martín Monsalve, Ulrich Mucke Iñigo
García-Bryce, Ulrich Mücke, entre otros. Muchos de estos trabajos fueron tributarios de la corriente
historiográfica impulsada por Francoise Xavier Guerra.
77
1980 fue también el año en que, para consumar la ironía, por primera vez en el siglo XX votaron
los analfabetos. Más aún, el periodo en que se cometieron más violaciones de derechos humanos no
fue el de los militares (1968 a 1980) sino el de los gobiernos democráticos que siguieron, según el
Informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, tomo I (Lima: 2003). Es más, como ya hemos
dicho, fue durante el gobierno militar de Velasco, entre 1968-1975, que se dieron reformas las sociales
de mayor trascendencia en la historia republicana.
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El trabajo de Cristóbal Aljovín, Caudillos y Constituciones, destaca como una interesante

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Hoy que el estudio de la guerra y los militares ha vuelto a la historiografía, pero a diferencia de

otros países que quisieron rescatar los elementos rurales populares en la independencia, lo

que surgió en década del 2000 en el Perú fue una renovado interés por la Guerra con Chile.

Este interés por el “enemigo externo” coincidió con la derrota del enemigo interno, Sendero

Luminoso, así como con el hecho de que los gobiernos de Toledo y García buscaban

compensar su alicaída popularidad reavivando viejas rencillas diplomáticos limítrofes con

Chile 79 . Conscientes o no, los historiadores hicieron suya esta agenda nacionalista, cerniendo

una capa más de olvido sobre las guerras civiles.

Como sugeríamos al comienzo, el Perú del siglo veinte ha moldeado una identidad histórica

que pasa por recuerdo traumático (y muchas veces reprimido) de una masiva insurgencia

indígena de fines del XVIII, y una guerra externa un siglo después –desatendiendo los

conflictos internos que existieron en el medio. Sirvan pues estas pocas páginas como una

contribución a una visión diferente del pasado peruano a la luz de un presente que todavía

humea.

excepción, pues aunque no estudió la guerra detectó la importancia que tuvo para los caudillos militares
legitimarse con las constituciones. Escribe Aljovín, “La defensa de la constitución fue un reclamo
constante de los líderes revolucionarios que habían enlazado sus acciones políticas con la causa
popular. Su imagen era la de defensores de la ley, no la de rebeldes sin ninguna base legal. En otras
palabras, ellos se veían a sí mismos como los seguidores de la constitución y acusaban más bien al
gobierno de turno de ir en contra de la ley” Aljovín, Caudillos y Constituciones (Lima: Fondo de Cultura
Económica, 2000). p. 28
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A diferencia de lo que ocurrió en la década de 1980, este boom no consideró la participación del
campesinado como un tema central. La excepción es, quizá, el sólido estudio de Hugo Pereira Plasencia,
Andrés A. Cáceres y la Campaña de la Breña (Lima: Asamblea Nacional de Rectores, 2006). El poco
interés por el campesinado en este contexto contrasta con lo que ocurrió en los ochenta, donde el debate
en torno al nacionalismo campesino durante la guerra del Pacífico fue uno de los punto álgidos del
debate historiográfico. Ver Nelson Manrique, Campesinado y Nación: Las Guerrillas Indígenas en la
Guerra con Chile (Lima, 1981). Sobre esta discusión ver también Cecilia Méndez G. “El Inglés y los
Subalternos”, en Pablo Sandoval, editor Repensando la Subalternidad: Miradas Críticas desde/sobre
América Latina (Lima: Instituto de Estudios Peruanos. Ed. Pablo Sandoval 2009: 207-258),
especialmente pp. 244-247.
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