Perú en los tiempos de la Gran Colombia
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Perú en los tiempos de la Gran Colombia - Scarlett O'Phelan Godoy
Scarlett O’Phelan Godoy es doctora en Historia (PhD) por la Universidad de Londres, con estancias de postdoctorado en la Universidad de Colonia (1983-1985) y en la Escuela de Estudios Hispanoamericanos de Sevilla (1991-1993). Es profesora principal de la PUCP y ha sido catedrática de la Academia Diplomática del Perú (2004-2019). Desde 1998, es miembro de número de la Academia Nacional de la Historia del Perú, donde fue directora de la Revista Histórica. Es miembro correspondiente de las Academias de Historia de España, Bolivia, Chile y Venezuela. Ha sido distinguida con becas de la John Simon Guggenheim Foundation de Nueva York y Alexander von Humboldt Stiftung; además, se le otorgó la Cátedra Simón Bolívar de la Universidad de Cambridge en 2008-2009. En 2014, recibió el Premio Nacional de Historia Bustamante de la Fuente y, en 2015, el Premio Georg Forster a la Investigación. Entre sus publicaciones, destacan Un siglo de rebeliones anticoloniales. Perú y Bolivia 1700-1783 (1988 y 2012), La gran rebelión en los Andes. De Túpac Amaru a Túpac Catari (1995), Kurakas sin Sucesiones. Del cacique al alcalde de indios (1997), Mestizos reales en el virreinato del Perú (2013), La Independencia en los Andes. Una historia conectada (2015) e Historia Social de la Minería en el Perú Borbónico y la Independencia (2021). Además, ha editado varios libros colectivos.
Scarlett O’Phelan Godoy
Editora
Perú en los tiempos de la Gran Colombia
Perú en los tiempos de la Gran Colombia
Scarlett O’Phelan Godoy, editora
© Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 2023
Av. Universitaria 1801, Lima 32, Perú
www.fondoeditorial.pucp.edu.pe
Diseño, diagramación, corrección de estilo y cuidado de la edición: Fondo Editorial PUCP
Imagen de portada: escudo alegórico en loa a Simón Bolívar (anónimo, 1825, Ministerio de Cultura, Museo Histórico Regional de Cusco, Archivo Digital de Arte Peruano)
Primera edición digital: enero de 2024
Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores.
Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº 2024-00381
e-ISBN: 978-612-317-926-7
Índice
Prefacio
Charla inaugural.
Simón Bolívar, la Gran Colombia y la pardocracia
Aline Helg
I. Proyectos políticos
Víctor Peralta Ruiz, coordinador
Los proyectos políticos en la independencia de América del Sur: una mirada comparada y conectada
Víctor Peralta Ruiz
La república de Colombia: alcances, contradicciones y desenlace
Inés Quintero
La autocracia republicana: San Martín y los gobiernos unipersonales en Río de la Plata, Chile y Perú durante las independencias (1816-1822)
Gabriel Entin
Siendo martes en las batallas… eran igualmente sus primeros agrícolas: políticas comparadas de Bolívar y durante el Trienio Liberal en el Perú respecto a los indios
Núria Sala i Vila
Juan García del Río, hacedor y vocero de la utopía «columbiana» (1818-1827)
Georges Lomné
II. Guerra, población y etnicidad
Scarlett O’Phelan Godoy, coordinadora
Las agendas políticas de los indios, los esclavos y las castas de color en las guerras de independencia
Scarlett O’Phelan Godoy
La Gran Colombia y el primer desarrollo del proyecto republicano de abolición de la esclavitud
María Fernanda Cuevas
De esclavos a negros: liberalismo, esclavitud y ciudadanía en el Perú del siglo XIX (1800-1860)
Maribel Arrelucea Barrantes y Jesús A. Cosamalón Aguilar
Tributo y situación indígena durante los últimos años del régimen colonial e inicios de la república (Charcas-Bolivia, 1820-1830)
María Luisa Soux
Entre municiones y documentos: los agentes político-militares y su relación con las comunidades indígenas en el tránsito de la guerra de independencia a la república peruana
Alvaro Grompone Velásquez
III. Educación, sociabilidad y género
Magally Alegre Henderson, coordinadora
De la historia de las mujeres a la historia de género de las independencias americanas
Magally Alegre Henderson
Manuela Sáenz y la Gran Colombia
Pamela Murray
Ellas también combatieron: mexicanas en la guerra de independencia
Alberto Baena Zapatero
Domesticidad, sociabilidad y educación de las mujeres de Lima en el tránsito de la colonia a la república
Margarita Zegarra Flórez
Figuras femeninas en la independencia: el rol de las mujeres en el espacio político y cultural en Chile, 1800-1820
Elvira López Taverne
IV. Congreso Anfictiónico de Panamá, 1826
Carlos Buller, coordinador
El Congreso de Panamá y la política internacional regional
Carlos Buller
Análisis de la visión del panorama internacional de José Faustino Sánchez Carrión en el marco de la convocatoria al Congreso Anfictiónico de Panamá
Antonio Chang
De Panamá a Tacubaya: la participación mexicana en el congreso anfictiónico convocado por Bolívar
Ana Carolina Ibarra
El imperio de Brasil y los límites con las repúblicas de Perú y Colombia: interacciones y rivalidades en la frontera amazónica
Carlos Augusto Bastos
La posición chilena frente al panamericanismo bolivariano: una aproximación desde el comercio en el Pacífico
Jaime Rosenblitt
Sobre los autores
Premio del Constante Mérito. Alegoría de Fernando VII como rey de dos mundos. A. Blanco, c. 1815, aguafuerte. Ubicación: Centro de Documentación de Arquitectura Latinoamericana (CEDODAL), Buenos Aires, Argentina. En Ramón Gutiérrez y Rodrigo Gutiérrez Viñales, América y España, imágenes para una historia. Independencia e identidad 1805-1925, (Madrid, Fundación MAPFRE, 2006, p. 88).
Prefacio
En el mes de setiembre de 2019 se llevó a cabo el segundo Congreso Internacional Bicentenario, a iniciativa del jefe del Departamento de Humanidades de la Pontificia Universidad Católica del Perú, el Dr. Francisco Hernández Astete, y con el respaldo del Rectorado de la misma universidad. Aunque la idea era tener un congreso anual hasta el año 2021, la pandemia hizo que este objetivo no se pudiera cumplir. No obstante, el presente libro es el resultado del congreso de 2019, que versó sobre el Perú en los tiempos de la Gran Colombia y contó con el auspicio del Instituto Francés de Estudios Andinos y la Embajada de España.
Se programaron cuatro mesas coordinadas por especialistas en los temas seleccionados como tópicos de cada sesión. La mesa «Proyectos políticos» estuvo bajo la dirección del Dr. Víctor Peralta y contó con presentaciones que cubrían temas relativos al republicanismo monárquico, los alcances y contradicciones de la Gran Colombia, las batallas por el liberalismo y la utopía «columbiana» de Juan García del Río.
La segunda mesa, sobre «Guerra, población y etnicidad», la coordinó la Dra. Scarlett O’Phelan Godoy y reunió trabajos que abarcaban temas concernientes al proyecto republicano de abolición de la esclavitud, el liberalismo, las políticas abolicionistas y la ciudadanía, el tributo indígena en la agenda independentista y las comunidades indígenas frente a la guerra de independencia y la formación de las nuevas repúblicas.
En el caso de la tercera mesa, «Educación y género», contó con la dirección de la Dra. Magally Alegre. En ella se abordaron temas como el papel que jugó Manuela Sáenz en la marcha de la Gran Colombia, la participación de las mujeres mexicanas en la independencia, su rol en los espacios políticos y culturales de Chile, así como la educación y sociabilidad de la mujer en Lima entre la independencia y la república.
La cuarta mesa se dedicó al Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826 y la coordinó el Dr. Carlos Buller. Dentro de los temas que se analizaron, estuvo la figura de José Faustino Sánchez Carrión y su vinculación a la convocatoria del congreso, la participación mexicana en el proyecto anfictiónico, la posición chilena frente al panamericanismo y las fronteras de Brasil con el Perú y la Gran Colombia.
El presente libro incluye todos los trabajos mencionados. Estos se separaron por la temática de cada mesa, con una introducción del coordinador(a) de la misma, donde se hace un balance de las ponencias (ahora artículos) que estuvieron bajo su dirección. Contamos, por lo tanto, con dieciséis textos, cuatro introducciones y la charla inaugural del congreso que estuvo a cargo de la Dra. Aline Helg, profesora emérita de la Universidad de Ginebra y reconocida especialista en el tema, sobre el cual publicó varios libros.
A todos los colegas que contribuyeron con su participación en el congreso, les agradecemos su aporte y la elaboración del trabajo final de sus presentaciones, que sometieron a esta publicación. Como se puede apreciar, se cubren varios temas relevantes que amplían la visión del proceso de independencia, al contar con las contribuciones de colegas de Suiza, Venezuela, Argentina, España, Francia, Colombia, Bolivia, Estados Unidos, Chile, México y Brasil, además de los especialistas peruanos.
Los trabajos pasaron por una evaluación antes de su publicación y, en ese sentido, queremos expresar nuestro agradecimiento a los colegas que generosamente enviaron sugerencias y comentarios al respecto. Así, va nuestro reconocimiento para los doctores(as) Dionisio Haro (Universidad Rey Juan Carlos), Daniel Gutiérrez (Universidad del Externado de Colombia), Flavia Macías (Instituto Ravignani, Buenos Aires), Ascensión Martínez (Universidad Complutense de Madrid), Carlos Aguirre (Universidad de Oregon), Beatriz Bragoni (Universidad de Cuyo), David Garrett (Universidad de Reed), Cristóbal Aljovín (Universidad Nacional Mayor de San Marcos), Lizardo Seiner (Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas), Carlos Espinoza (Universidad San Francisco de Quito), Joao Pimenta (Universidad de São Paulo) y Susy Sánchez (Universidad de Notre Dame).
Asimismo, estamos en deuda con los coordinadores de las cuatro mesas de trabajo, por su compromiso y profesionalismo, además de preparar estudios introductorios para presentar cada una de las mesas. También queremos expresar nuestra gratitud al equipo de apoyo logístico en la organización del congreso, conformado por el Dr. Patricio Alvarado y Valeria Díaz. Asimismo, en la preparación de este libro para su publicación, se contó con el apoyo de la magíster Estefanía Vargas. A todos ellos, muchas gracias.
No se puede dejar de mencionar el seguimiento realizado por el Dr. Francisco Hernández a la organización del congreso y la asistencia brindada al evento por la Dra. Evelyne Mesclier, quien era la directora del Instituto Francés de Estudios Andinos, y por el Dr. Gonzalo Quintero, ministro consejero de la Embajada de España. La publicación de este libro no habría sido posible sin el apoyo del Fondo Editorial PUCP y la Fundación Bustamante de la Fuente, a quienes expresamos nuestro agradecimiento. En este sentido, queremos destacar el respaldo brindado por Patricia Arévalo, Militza Angulo (PUCP) e Ileana Vegas de Cáceres (Fundación Bustamante) durante la edición del presente volumen.
Esperamos que este libro ofrezca, como se propone, una visión panorámica de lo que ocurrió en el Perú —y en Hispanoamérica— en tiempos de la Gran Colombia, acercándonos a los proyectos políticos, la reacción de esclavos, castas de color e indígenas frente a la independencia, el rol de la mujer en los espacios políticos y culturales, y las proyecciones del congreso anfictiónico de Panamá, considerado por algunos como el germen de la Organización de Estados Americanos.
Scarlett O’Phelan Godoy
Coordinadora general del Congreso Bicentenario
De español y negra, mulato. Atribuido a José de Alcibar, c. 1960-1770, óleo sobre lienzo. Ubicación: Denver Art Museum, colección de Jan y Frederick Mayer. En Ilona Katzew, La pintura de castas. Representaciones raciales en el México del siglo XVIII (Madrid, Turner Publicaciones, 2004, p. 107).
Charla inaugural
.
Simón Bolívar, la Gran Colombia y la pardocracia
Aline Helg
Universidad de Ginebra
El venezolano Simón Bolívar es sin duda el arquitecto principal de la independencia de la Gran Colombia y quien concluyó la obra iniciada por el argentino José de San Martín de unir al Perú y Bolivia al proceso de liberación de Suramérica. Ya en tiempos de la Gran Colombia, Bolívar era celebrado como el libertador del subcontinente y su retrato contribuía a la propaganda destinada a forjar el patriotismo entre los nuevos ciudadanos de estas repúblicas emergentes, como lo muestran ilustraciones de la época. A lo largo de los siglos XIX y XX, varios partidos y grupos se apropiaron de su imagen y legajo, en particular los conservadores en Colombia y los liberales en Venezuela. Sorprendentemente, a partir de los años setenta, diversos movimientos revolucionarios se presentaron como los herederos de la obra libertadora de América de Bolívar y vincularon la lucha que él libró contra el colonialismo de la monarquía española a su propia lucha contra el imperialismo de Estados Unidos. El apogeo de este proceso fue la revolución bolivariana liderada por Hugo Chávez después de su elección a la presidencia de Venezuela en 1998. Afirmando basarse en el ideario político de Bolívar, Chávez impulsó la adopción de una nueva constitución que cambió el nombre oficial del país a República Bolivariana de Venezuela y promovió las ideas de «segunda independencia» antiimperialista y antioligárquica, así como de «democracia verdadera» y justicia social para llegar al «socialismo del siglo XIX» (ver Carrera Damas, 1969; Hart, 2005; Shanahan & Reyes, 2016; y Pereira da Silva, 2018).
Hoy en día, aquella diversidad de orientación y finalidad política en la utilización del ideario de Bolívar a lo largo de dos siglos interroga. ¿Cómo explicar, por ejemplo, que en Colombia, tanto la regeneración conservadora de la década de 1880 que promulgó la Constitución católica, centralista y excluyente de 1886 y le siguió 45 años de «hegemonía conservadora», como las varias organizaciones guerrilleras marxistas reunidas en la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar entre 1987 y principios de la década de 1990, adoptaran el pensamiento de Bolívar? (Palacios, 1995). Es cierto que Bolívar fue un escritor prolífico cuyas cartas, discursos, proclamas y decretos llenan más de tres mil páginas apretadas en la edición de 1947 de sus obras completas (Bolívar, 1947) y permiten interpretaciones múltiples; pero es innegable que pocos de los que adoptaron su pensamiento leyeron otro texto que su célebre «Carta de Jamaica», del 6 de setiembre de 1815, en la que denuncia la opresión española, justifica el sublevamiento libertador y diserta sobre la mejor forma de unir las nuevas naciones después de la independencia. Aun así, si la leyeron, sus intérpretes no se percataron o no quisieron percatarse de que unas de las principales intenciones de este texto era demostrar la imposibilidad de una revolución similar a la de Haití después de la independencia de la futura Gran Colombia. En realidad, este tema —de cómo garantizar el control de las «masas de color» por la élite blanca en un sistema político democrático— atraviesa las reflexiones sociopolíticas y militares de Bolívar. Sin embargo, quedó ignorado u ocultado tanto por los conservadores «papistas» que se proponían evangelizar y civilizar a la «plebe», como por los movimientos marxistas que se planteaban liberar de la opresión capitalista a los campesinos y obreros.
Mi contribución no pretende ofrecer una interpretación fundamentalmente original del pensamiento sociopolítico de Bolívar, sino más bien enraizarlo en el contexto de su producción —entre 1813 y 1828—. Propongo examinar por qué para Bolívar la cuestión de cómo impedir en la Gran Colombia una revolución al estilo de Haití o un sublevamiento de los afrodescendientes libres y esclavizados fue tan central, cuando la demografía de la región era muy distinta de la que tenía la antigua colonia esclavista de Francia. Y por qué a partir de la formación de la Gran Colombia, en 1821, la cuestión de «los colores», de «las razas diversas» se volvió obsesiva en sus reflexiones, hasta llevarle a inventar un nombre para designar el gobierno o la dominación de los pardos: la pardocracia. A lo largo de estos años, Bolívar no dejó de preguntarse cómo impedir que después de la independencia la mayoría «de color» imponga su poder a la pequeña minoría de blancos criollos. Con la misma constancia, advocó una doble solución: la inmigración blanca de europeos y una fórmula de gobierno a medio camino entre la república y la monarquía parlamentaria. Curiosamente, fue desde Lima que Bolívar anunció, en 1826, haber diseñado el sistema político de gobierno ideal para curar todos los males propios de las jóvenes naciones multirraciales americanas: su proyecto de constitución para Bolivia, un país poblado por muy pocos afrodescendientes (y una inmensa mayoría de indígenas)¹.
Bolívar ha sido objeto de varias biografías, empezando por la obra clásica Simón Bolívar (1948) de Gerhard Masur, un historiador alemán que se refugió en la Bogotá progresista y liberal de 1936 antes de emigrar a Estados Unidos en 1946. A continuación, el liberal colombiano Indalecio Liévano Aguirre publicó su Bolívar (1950), que presenta al líder independentista venezolano como un reformista social, en contraste con el énfasis en su centralismo y conservadurismo característico de las interpretaciones anteriores. Dos años después, el republicano español Salvador de Madariaga escribió, desde su exilio en Oxford, otro Bolívar informado por estereotipos y el determinismo racial, que explica en parte la personalidad compleja del libertador por su supuesta herencia mixta blanca (española, gallega), parda, negra, mestiza e india. Luego, la mayoría de las biografías históricas de Bolívar trataron de sus logros militares conjuntamente con su pensamiento y realizaciones políticas, haciendo hincapié en su autoritarismo o sus innovaciones (Masur, 1948; Liévano Aguirre, 1988; De Madariaga, 1952). En torno a la celebración del bicentenario del nacimiento del libertador en 1783, varias revistas y volúmenes colectivos aportaron contribuciones originales sobre aspectos específicos de las experiencias e ideas de Bolívar (ver Lynch, 1993; Collier, 1993; Bushnell, 1993; Yacou, 1990; y Polanco, 1994).
Sin embargo, pocos estudios examinan los análisis del libertador sobre la mayoría multirracial de los subalternos en las naciones que luchó por formar. Esto no es sorprendente. De hecho, aunque hasta la Segunda Guerra Mundial el pensamiento social latinoamericano dio un peso decisivo a la raza, su rápido giro hacia el análisis marxista y de clase durante la Guerra Fría dio lugar a un largo silencio sobre las cuestiones de raza y racismo. Solo en la década de 1970, la etnicidad comenzó a informar el debate. Desde 1980, fueron las propias poblaciones racializadas y discriminadas que exigieron que se les reconozca como parte a la vez integrante y distinta de sus naciones, lo que llevó a los historiadores a plantearse las cuestiones conjuntas de la etnia, la raza e identidad (ver Wade, 1997).
Como resultado, la mayoría de los estudios sobre Bolívar descuidan o prestan una atención superficial a las numerosas menciones de categorías sociorraciales en sus cartas y discursos. Una excepción pionera fue el estudio de Henri Favre, en 1986, sobre la fluctuación de las ideas de Bolívar sobre «los indios», que supuestamente pasaron de ser un pueblo desaparecido e invisible en Venezuela a bárbaros feroces en el sur de Colombia y a masas subyugadas en Perú. Siguió, en 1990, la obra colectiva Bolivar et les peuples de Nuestra America, que incluye una sección titulada «Los desafíos de la etnicidad», con dos artículos que examinan, respectivamente, Bolívar y la esclavitud negra y Bolívar y los indios (Favre, 1986; Belrose, 1990; Lavallé, 1990). El interés académico por Simón Bolívar se reavivó después del año 2000 al acercarse las celebraciones del bicentenario de las independencias sudamericanas, con la publicación de nuevas biografías, no siempre innovadoras, del libertador (ver Calderón, 2003; Bushnell, 2004; Langley, 2009). Entre ellas, Simón Bolívar: A Life, de John Lynch, se distingue por su examen exhaustivo del pensamiento y las acciones del líder en el contexto de principios del siglo XIX, mientras que Simon Collier se dedicó al análisis detallado de la constitución de la República de Bolivia redactada por Bolívar en 1826 (Lynch, 2006; Collier, 2008). Finalmente, las dos últimas décadas vieron la publicación de varios estudios sociales sobre las guerras de independencia y sus consecuencias, que arrojan nueva luz sobre las relaciones sociorraciales y la agencia de los subalternos en la construcción de la Gran Colombia².
1. Las cartas de Jamaica de Bolívar y el «temor de los colores»
En su famosa carta de Jamaica del 6 de setiembre de 1815, durante su refugio en Kingston a raíz de la reconquista española, Bolívar llama a los europeos, en particular a los británicos, para que apoyen a los patriotas en su lucha por la independencia de Venezuela y Colombia contra España. Al revivir la leyenda negra, equipara la barbaridad de la represión española contra los patriotas criollos con la crueldad de los conquistadores contra los indios tres siglos antes. A pesar de esta, predice para América un futuro de independencia, libre comercio y unidad. Bolívar da cifras aproximativas de su población y añade que «no somos indios ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles». Aclara que los que deben gobernar después de la independencia son los «naturales del país originarios de España» —o sea, los blancos criollos—, ya que, según él, son ellos los que tienen las capacidades para hacerlo. Y ya sostiene la idea de una forma original de gobierno para la región, a medio camino entre la república y la monarquía parlamentaria británica. Propone que sea dirigido por un presidente vitalicio electo, un congreso bicameral, compuesto de un senado hereditario y una cámara baja electa, que pueda imponerse «entre las olas populares y los rayos del gobierno»³.
De hecho, la Carta de Jamaica del 6 de setiembre no es sino una de las que en 1815 Bolívar dirigió desde Kingston a ingleses para convencerles de apoyar la guerra de independencia. En otra, escrita en mayo, ofrece a Gran Bretaña «montes […] de oro y plata» para sus mineros y tierras para colonos europeos. Más aún, propone «entregar al gobierno británico las provincias de Panamá y Nicaragua para que forme de estos países el centro del comercio del universo por medio de la apertura de canales que hagan […] permanente el imperio de la Inglaterra sobre el comercio», a cambio del apoyo de Gran Bretaña a la guerra de independencia⁴.
En otra carta de finales de setiembre, Bolívar trata específicamente de la «cuestión de los colores» y sostiene que «la diferencia de las castas que componen la población» de la América hispánica no pesará sobre su futuro independiente. Reconoce que «de quince a veinte millones de habitantes que se hallan esparcidos en este gran continente de naciones indígenas, africanas, españolas y razas cruzadas, la menor parte es, ciertamente, de blancos». Sin embargo, argumenta que la superioridad intelectual de los blancos y su influencia sobre los otros colores compensarán su proporción reducida y asegurarán su predominio socioeconómico, su control del gobierno y «la unión y armonía entre todos los habitantes»⁵.
Esta armonía dominada por los blancos, según Bolívar, se debe a la veneración que los indios tienen a los blancos y a la dulzura y benevolencia del trato que estos reservan a sus esclavos. Además, la abundancia e inmensidad del territorio suramericano permiten que el «americano satisface sus necesidades y pasiones a poca costa» y la misma diversidad racial de sus habitantes hace muy improbable que una de las razas «logre anonadar a las otras». Sin hacer una sola mención de la rebelión de Túpac Amaru II, que en 1780 sacudió el mundo andino al sur de Cusco, Bolívar completa su aserción al precisar que los indios nunca representarán una amenaza y alega que pocos sobrevivieron después de la conquista y que ahora forman familias dispersas y pacíficas sin ambición. Además, sumados a la minoría de los blancos, los indios ya «componen los tres quintos de la populación total» y «si añadimos los mestizos que participan de la sangre de ambos», «parece que debemos contar con la dulzura de mucho más de la mitad de la población […] y el temor de los colores se disminuye, por consecuencia» (Bolívar, 1947, t. I, pp. 178-181).
Con «el temor de los colores», Bolívar se refiere a la posibilidad de una rebelión de los afrodescendientes contra los blancos, «siguiendo el ejemplo de Santo Domingo». Recuerda los enfrentamientos entre realistas e independentistas durante la Segunda República de Venezuela, en 1813 y 1814, que terminaron con la derrota de los independentistas a fines del año y el exilio de muchos venezolanos en Haití (y su propio refugio provisional en Kingston). Efectivamente, en 1813, los realistas lograron movilizar a guerrillas de negros, pardos, mestizos y blancos, unos llaneros con la promesa de propiedades y empleos, otros esclavizados (al principio los de amos insurrectos) con la promesa de la libertad, contra los independentistas, en su mayoría blancos criollos, cuyo programa elitista reclutaba poco entre los sectores populares. Para romper una dinámica bélica que, según él, amenazaba transformarse en una guerra de razas y una revolución al estilo de Haití, Bolívar lanza, en junio de 1813, la «Guerra a Muerte» de los americanos sin distinción de raza contra los españoles. Esta no impide que los realistas, con sus guerrillas y los independentistas, se enfrenten cruelmente y cometan actos de terror, masacres y contramasacres. Por eso, es interesante notar que, en su correspondencia de 1813, Bolívar quería atraer la atención de «las naciones del mundo» occidental sobre los acontecimientos de Venezuela a través de descripciones que revivían las narrativas sobre la supuesta «barbaridad» tanto de los negros de Saint-Domingue como de los conquistadores españoles después de 1942. Ocultando las atrocidades cometidas por los criollos independentistas, solo denunciaba públicamente las brutalidades de los realistas, que asemejaba a «la revolución de los negros, libres y esclavos […] esta gente inhumana y atroz cebándose en la sangre y bienes de los patriotas» bajo el impulso de jefes españoles⁶.
En setiembre de 1815, sin embargo, Bolívar cambia de meta: buscar el respaldo de Gran Bretaña a la guerra independentista con el argumento que, liberadas del yugo español, Venezuela y Colombia se caracterizarían por la «unión» y la «armonía». Desmiente la posibilidad de otro Haití en Venezuela y hace recaer la responsabilidad de las crueldades realistas de 1813 y 1814 en los jefes españoles que manipularon y amenazaron de muerte a «toda la gente de color, inclusive los esclavos» y sus familias, si no se sublevaba contra los «blancos criollos». Alega que «el esclavo en la América española» vegeta en la inacción, disfrutando de «una gran parte de los bienes de la libertad» y feliz de servir su amo «a quien ama y respeta». Al final, como Bolívar lo predice pertinentemente, a partir de 1815, la campaña de pacificación y reconquista por la monarquía española, por su violencia y arbitrariedad, logra progresivamente lo que la Guerra a Muerte no consiguió: alienarse el apoyo de la mayoría de la población, en particular los esclavizados y los llaneros, y facilitar su incorporación en los ejércitos patriotas (Earle, 2000). Ahora «los soldados libertos y esclavos» que los españoles reclutaron a la fuerza luchan por la independencia. Bolívar concluye: «Estamos autorizados, pues, a creer que todos los hijos de la América española, de cualquier color o condición que sean, se profesan un afecto fraternal recíproco, que ninguna maquinación es capaz de alterar» (Bolívar, 1947, t. I, pp. 178-181).
Durante su refugio en Jamaica, Bolívar no solo no obtiene el respaldo británico, sino que también escapa por poco a un intento de asesinato. A fines de 1815, se asila en Los Cayos, en la república del sur de Haití presidida por el mulato Alexandre Pétion, donde ya se refugiaban muchos independentistas venezolanos y colombianos. El gobierno de Pétion, no el de Gran Bretaña, es el que salva a Bolívar y apoya su proyecto de independencia: reconoce a Bolívar como la autoridad suprema de la guerra y le suministra barcos, armamento y unos 300 soldados para regresar a Venezuela y reanudar la ofensiva contra España. Desafortunadamente, entre las obras completas de Bolívar, no se encuentra documentos que relaten sus impresiones de Jamaica y Haití, dos islas caribeñas pobladas por una inmensa mayoría de negros, sobre todo esclavizados en la primera, todos libres en la segunda, o que indiquen que esta experiencia haya podido modificar su visión de «los colores» y de la esclavitud.
Sin embargo, es indudable que Bolívar admiraba a Pétion, a quien describe como benévolo y un gran defensor de la libertad y la justicia. En la carta que le dirige para agradecer la ayuda militar vital de Haití a la reanudación de la guerra independentista, Bolívar se compromete a promulgar, en contrapartida, decretos para la libertad de los esclavos de Venezuela y pregunta a Pétion si él le autoriza «expresar los sentimientos de mi corazón hacia Su Excelencia, y dejar a la posteridad un monumento irrecusable a su filantropía. No sé, digo yo, si debería nombrar a Vd como el autor de nuestra libertad»⁷. Con eso, Bolívar demuestra su sensibilidad al aislamiento de Haití, entonces la única nación sin esclavitud en las Américas, y al riesgo de invasión por Francia, al cual la expondría al declarar públicamente el apoyo de Pétion a la guerra contra España y a sus decretos abolicionistas.
Al principio, Bolívar cumple con su promesa a Pétion. Cuando, en mayo de 1816, llega a la Isla de Margarita gracias a la primera expedición costeada por Haití, declara a los habitantes de la Costa Firme: «No habrá, pues, más esclavos en Venezuela que los que quieran serlo». Su decisión es también pragmática, porque «la República necesita de los servicios de todos sus hijos», razón por la cual limita la concesión de la libertad a los hombres esclavizados que entren a las filas del ejército libertador y a sus familias (los otros seguirían esclavos). En julio, Bolívar hace su proclama más radical sobre la esclavitud a los habitantes de la provincia de Caracas: «Esa porción de nuestros hermanos que ha gemido bajo las miserias de la esclavitud ya es libre. La naturaleza, la justicia y la política piden la emancipación de los esclavos: de aquí en adelante solo habrá en Venezuela una clase de hombres, todos serán ciudadanos»⁸. Sin embargo, poco después, Bolívar y su pequeña tropa sufren otra derrota por los realistas y tienen que volver a refugiarse en Haití, donde Pétion acepta armar una segunda expedición a fines de 1816.
2. Autoridad suprema y condenación de Piar en nombre de «los colores»
A principios de 1817, cuando Bolívar arriba a la región del Orinoco, quiere imponer su autoridad suprema a los líderes llegados con la primera expedición de Haití, quienes dominan distintos territorios con guerrillas compuestas sobre todo de venezolanos, muchos de ellos llaneros, pardos o indios. Casi todos estos jefes independentistas rechazan la supremacía de Bolívar, en particular Santiago Mariño, José Antonio Páez y Manuel Piar, ya combatiendo con éxito contra los españoles desde varios meses. Para imponerse a ellos, Bolívar reserva a cada uno un trato distinto: doblega a unos con una promoción militar, otros con una reducción o una relocalización, pero focaliza su represión en Piar, que ya empezaba a transformar su guerrilla en un ejército de infantería y que, para Bolívar, encarnaba el «temor de los colores», una posible toma del poder de los pardos contra los blancos.
Manuel Piar, un mulato que inmigró de Curazao en su infancia, lucha por la independencia desde 1811 y se opone a la centralización del poder en las manos de Bolívar, quien además es nueve años menor que él. Bolívar lo detiene y procesa por supuesta conspiración y deserción. En su largo discurso a favor de la ejecución de Piar, enfatiza su raza parda (Thibaud, 2003, pp. 311-322; Helg, 2012, pp. 27-28). Lo acusa de haber «formado una conjuración destructora del sistema de igualdad, libertad e independencia» y de «proclamar los principios odiosos de la guerra de colores para destruir así la igualdad que desde el día glorioso de nuestra insurrección hasta este momento ha sido base fundamental»⁹. En resumen, lo acusa de preparar una conspiración racista para imponer la dictadura de «los colores», de los afrodescendientes.
Además, para impedir la identificación con Piar de los numerosos pardos en las tropas, Bolívar astutamente insiste en el hecho de que Piar es un extranjero nacido de un padre canario y de una madre también extranjera, quien supuestamente él denigra por «no ser aquella respetable mujer del color claro que él había heredado de su padre». Es decir, Bolívar pretende que Piar rechaza su ascendencia africana y solo valora sus raíces españolas.
Al mismo tiempo, afirma que Piar no hubiera podido ofrecer a «los hombres de color» más que la igualdad que la insurrección independentista les otorgó, una igualdad tan magnánima que recompensó a Piar con el rango de general, a pesar de «su mérito bien inferior». Esa mención permite a Bolívar recordar a los pardos que España les excluía de todos los beneficios y que son «los blancos, los ricos» quienes iniciaron la revolución y sacrificaron sus privilegios, hasta la propiedad de sus esclavos, para garantizar la igualdad y la libertad de todos. Así, los pardos les deben eterno reconocimiento (Bolívar, 1947, t. II, pp. 1101-1106)¹⁰.
El 16 de octubre de 1817, Piar es fusilado. El siguiente día, sin embargo, Bolívar pronuncia un discurso de justificación «a los soldados del ejército libertador» que deja pensar que dicha ejecución provoca incomprensión. Aquí, Bolívar reconoce los importantes servicios que Piar hizo a la República, pretende que sin «sus crímenes de lesa patria […] este cruel parricida» estaba destinado a ser la «segunda autoridad» debajo de la de Bolívar. Termina recordando a los soldados que, gracias a la revolución independentista, «la odiosa diferencia de clases y colores» ha sido abolida para siempre y las cadenas de los esclavos, rotas. También les promete parte de «los bienes nacionales», fortuna, saber y gloria¹¹.
La argumentación de Bolívar sobre la concesión, por la élite patriota blanca, de la igualdad y la libertad y otros derechos es clave para entender su concepción de un gobierno republicano. Unos razonamientos similares se encuentran también en otros discursos republicanos de la época y hasta en los textos de José Martí para lanzar la guerra de independencia de Cuba en 1895, y siguen vigentes hoy en día. Afirman que, los que en el pasado colonial se encontraban legalmente inferiorizados, no deben su nueva igualdad legal a sus propias luchas y méritos, sino a la generosidad de la élite blanca que sacrificó sus privilegios para unir la nueva república. Más allá, postula que, como de allí en adelante la igualdad está garantizada por la constitución y las leyes, la desigualdad social se debe a los méritos de unos y a los defectos de otros. Por consiguiente, los que protestan contra la falta o la aplicación parcial de la igualdad se ponen fuera de la ley y traicionan a la nación (Helg, 1995, pp. 2-21).
Dos años más tarde, en el Congreso de Angostura que establece los fundamentos de la Gran Colombia, Bolívar está en posición dominante. Declara que el gobierno debe ser republicano y garantizar la soberanía del pueblo, la igualdad y la libertad, incluyendo la de los esclavizados, bajo pena de suscitar «tempestades». No pronuncia las palabras «pardos» o «colores», pero aclara que el «pueblo que no es el Europeo, ni el Americano del Norte, que más bien es un compuesto de África y de América, que una emanación de la Europa». Como resultado de esa mezcla, «todos difieren visiblemente en la epidermis; esta desemejanza trae un reato de la mayor trascendencia»¹².
La palabra «reato» es importante, pues significa «obligación que queda a la pena correspondiente al pecado, aun después de perdonado» (RAE, 2014). Según Bolívar, el pueblo de Venezuela (o el pueblo americano) es inestable porque nació del pecado y ahora se trata de promover una forma de gobierno para esas naciones americanas multirraciales que impida la anarquía y la tiranía. Como en la Carta de Jamaica del 6 de setiembre de 1815, en 1819, propone un modelo republicano inspirado por la monarquía parlamentaria británica, pero sin mencionar la necesidad de un presidente vitalicio electo. Plantea la idea de un congreso bicameral con un senado hereditario que debería componerse de los «hombres virtuosos, prudentes y esforzados que superando todos los obstáculos, han fundado la República a costa de los más heroicos sacrificios» y de sus descendientes formados en una escuela especial. Esta propuesta hace eco de los blancos como los exclusivos poseedores de cualidades intelectuales en la Carta de Jamaica posterior al 28 de setiembre de 1815 y a «los blancos, los ricos» del discurso que justifica la ejecución de Piar. No obstante, en Angostura, Bolívar anticipa las críticas y precisa que la creación de un senado hereditario «de ningún modo sería una violación de la igualdad política», porque ya no hay nobleza en el país y serviría de protección contra el pueblo que se deja engañar fácilmente. Con la misma meta de prevenirse contra los peligros del pueblo inestable, Bolívar recomienda instaurar una ciudadanía con un doble rasero, activa para los hombres que tengan educación y trabajo independiente y pasiva para la inmensa mayoría, un concepto bastante común en la época. Así, solo la pequeña minoría de ciudadanos activos elegiría la cámara de representantes y estos últimos elegirían al presidente de la república con amplio poder ejecutivo, lo cual garantizaría la estabilidad social.
En Angostura, Bolívar también intenta inscribir la «proscripción de la esclavitud» en la Ley Fundamental de la nueva república. Blandeando el espantapájaros de Haití, argumenta que, gracias a sus decretos de libertad, los esclavos se han vuelto patriotas entusiastas. Asevera que, en una república, «no se puede ser Libre, y Esclavo a la vez, sino violando a la vez las Leyes naturales, las Leyes políticas, y las Leyes civiles […] yo imploro la confirmación de la Libertad absoluta de los Esclavos, como imploraría mi vida, y la vida de la República»¹³. Sin embargo, aunque el Congreso de Angostura elige a Bolívar como presidente de la república, la Ley Fundamental no menciona la abolición de la esclavitud ni adopta su propuesta de senado hereditario.
3. Bolívar, Padilla y la pardocracia en la Gran Colombia
El fracaso de Bolívar en conseguir la abolición de la esclavitud por el Congreso, en 1819, tal vez sumado a la muerte del presidente Pétion poco antes, parece debilitar su compromiso con la libertad absoluta de los esclavos. Sin embargo, como lo repite al vicepresidente Francisco de Paula Santander, sigue convencido de la necesidad de emancipar a los esclavizados reclutados en los ejércitos independentistas, porque es «una locura que en una revolución de libertad se pretendiera mantener la esclavitud»: llevaría a rebeliones de esclavos, que a su vez podrían llevar al exterminio de los blancos, como ocurrió por «avaricia de los colonos» en Saint Domingue durante la Revolución Francesa. Al contrario, reclutar a esclavizados que son «hombres fuertes acostumbrados al trabajo duro y dispuestos a morir por la causa de la libertad […] [disminuiría] su peligroso número por un medio poderoso y legítimo», y el riesgo de rebeliones serviles, argumenta Bolívar¹⁴.
No obstante, en 1821, frente al Congreso de Cúcuta reunido para aprobar la constitución de la Gran Colombia, Bolívar se presenta más como el líder de la guerra de independencia, listo para seguirla hacia Ecuador y el sur, que como el político ansioso por promover su sistema de gobierno. También deja de lado su demanda de abolición de la esclavitud para pedir «la libertad absoluta de todos los colombianos al acto de nacer en el territorio de la república», en recompensa por la sangre que el ejército libertador derramó por la libertad del país en la batalla de Carabobo, que sella la independencia en Venezuela. Así se declara conforme con la libertad de vientres o la abolición a muy largo plazo, aprobada en una ley de manumisión gradual el 21 de julio de 1821, la cual mantiene esclavizadas a todas las personas nacidas antes de esta fecha, hasta que cumplen la edad de 60 años¹⁵.
En realidad, a partir de 1821, Bolívar se desinteresa de la abolición para preocuparse por la construcción de la paz en la Gran Colombia, ya en gran parte liberada. Ahora ya no teme tanto a los esclavizados, poco numerosos, sino en los valles venezolanos de Aragua y del Tuy y en la costa pacífica de Colombia y Ecuador. Teme sobre todo a los veteranos y, entre estos, a los pardos libres, que representan una parte importante de la población, particularmente en Venezuela y la costa caribeña de Colombia¹⁶. Como advierte a un abogado miembro del gobierno: «Estos [militares] no son los que Vds. conocen; son los que Vds. no conocen: hombres que han combatido largo tiempo, y que, con la derrota española, se creen muy beneméritos, y humillados y miserables, y sin esperanza de coger el fruto de las adquisiciones de su lanza. […] nunca se creen iguales a los otros hombres que saben más o parecen mejor. Estamos sobre un volcán pronto a hacer su explosión. Yo temo más la paz que la guerra»¹⁷.
Es que, en la paz más que en la guerra, la desigualdad es racialmente visible. Los «de color» que lucharon por la república con su lanza no tienen acceso al poder como lo esperaban. El gobierno civil está compuesto casi exclusivamente por «los blancos, los ricos», muchos de ellos con corta experiencia de la guerra; mientras que las tierras y haciendas de los españoles se vuelven propiedades de altos oficiales también blancos que a menudo se transforman en gamonales y caudillos.
De cierta manera, esta desigualdad sociorracial corresponde al control político y económico por los blancos que Bolívar celebraba con confianza desde Jamaica, en 1815. Sin embargo, después de años de guerra, él observa con angustia que «el pueblo está en el ejército», no en un gobierno de legisladores irrealistas, cómodamente establecidos en Bogotá y otras ciudades andinas. «[Estos señores] no han hecho sus miradas sobre los caribes del Orinoco, sobre los marineros de Maracaibo, sobre los bogas del Magdalena, sobre los bandidos de Patía, sobre los indómitos pastusos, sobre los guajibos de Casanare y sobre todas las hordas salvajes de África y de América que, como gamos, recorren las soledades de Colombia» y amenazan la república, advierte a Santander. Más grave aún, Bolívar anticipa que «si no son los llaneros que completan nuestro exterminio [como blancos], serán los suaves filósofos de la legitimada Colombia» que nos reservará otro «Guarico» (Haití)¹⁸.
El aumento del «temor de los colores» en Bolívar después de 1821 no es solo el producto de su memoria de los episodios guerreros de 1813, sino que nace también de cambios en Haití, donde Jean-Pierre Boyer sucede a Pétion en la presidencia. Boyer manda al ejército a ocupar y anexar la parte española de Hispaniola, donde proscribe la esclavitud, dando lugar a rumores de infiltración por agentes haitianos que tratarían de movilizar a los afrodescendientes contra sus autoridades en varias regiones caribeñas, incluida la Gran Colombia. También contribuyen a las tensiones sociorraciales las acusaciones contra ciertos veteranos, que supuestamente agitan «la cuestión de los colores» y a veces resultan detenidos y procesados, aunque por lo general absueltos (Helg, 2004, pp. 180-189; Lasso, 2007, pp. 129-150).
En este contexto, en noviembre de 1824, el único general pardo de Colombia, José Padilla, publica un panfleto incendiario, «Al respetable público de Cartagena», y amenaza: «La espada que empuñé contra el rey de España, esa espada con que he dado a la patria días de gloria, esa misma espada me sostendrá contra cualquiera que intente abatir a mi clase, y degradar a mi persona» (Padilla, 1824).
Para Bolívar, se trata del «volcán pronto a hacer su explosión». Desde Lima, informa a Santander de la publicación del panfleto, solicitando su discreción (pues lo recibió del mismo Padilla); pero, al mismo tiempo, le pide «medidas que eviten en lo futuro los desastres horrorosos que el mismo Padilla prevé». Bolívar sigue con este análisis: «La igualdad legal no es bastante para el espíritu que tiene el pueblo, que quiere que haya igualdad absoluta, tanto en lo público como en lo doméstico; y después querrá la pardocracia, que es la inclinación natural y única, para exterminio después de la clase privilegiada. Esto requiere, digo, grandes medidas, que no me cansaré de recomendar»¹⁹.
Tanto la carta de Bolívar a Santander como el panfleto de Padilla son documentos valiosos y poco comunes para analizar la «cuestión de los colores» en la Gran Colombia. En el primero, Bolívar repite su convicción de que el pueblo (de color) busca «el exterminio» de los blancos; pero por primera vez utiliza la palabra «pardocracia» e identifica la frustración del «pueblo» con los límites de la igualdad legal republicana, que no cambia «lo doméstico»", o sea las relaciones interraciales y la vida cotidiana de la gran mayoría afrodescendiente que padecía de discriminación racial legal bajo el régimen colonial español. En cuanto al panfleto publicado por Padilla, representa una oportunidad excepcional de comprender la posindependencia desde la perspectiva de un hombre de color que ascendió en la jerarquía militar por sus méritos en la guerra, pero quien en la paz fue postergado por la continuación de las jerarquías sociorraciales coloniales.
A José Padilla se le conoce en Colombia bajo el nombre de José Prudencio y por haber sido el almirante que ganó la batalla naval de Maracaibo en 1823. Sin embargo, pocos saben que fue fusilado en 1828 y, todavía menos, que en 1824 protestó y publicó un panfleto a favor de la igualdad. Padilla nace cerca de Riohacha de una madre wayuu y de un padre afrodescendiente en 1784, un año después de Bolívar. Como él escribe en su panfleto: «[…] no pertenezco a las antiguas familias, ni traigo mi origen de los Corteses», pero tampoco es uno de esos «salvajes de África y de América» que asustan tanto a Bolívar. Padilla fue parte del mundo atlántico desde sus 14 años, cuando entra en la Marina española. Cae en la batalla de Trafalgar (1805) y queda preso de los británicos. Llega a Cartagena como intendente del arsenal real y, desde 1811, lucha por la independencia y se distingue por su experiencia naval. Cuando, a principios de 1815, Bolívar asedia a Cartagena, Padilla toma su partido contra la élite criolla conservadora de la ciudad. Después, se refugia en los Cayos y participa en la primera expedición venezolana desde Haití y entra en las tropas de Piar. Con toda probabilidad, en 1817, presencia la ejecución de este por orden de Bolívar. Luego, juega un papel decisivo en la liberación de Riohacha, Santa Marta y Cartagena en 1821, tras lo cual es ascendido a general de brigada, nombrado comandante del Departamento de Marina, en Cartagena, y elegido senador del Congreso (Padilla, 1824; Torres Almeyda, 1990, pp. 50-79)²⁰. En esta época, sin embargo, Cartagena estaba dirigida por los mismos criollos aristócratas y conservadores que, en 1815, entre ellos el venezolano Manuel Montilla como gobernador de la provincia, quienes acusaron a Padilla y a otros más radicales, blancos y pardos, de agitar la cuestión racial. Las tensiones suben aún más en 1824, cuando Padilla vuelve a Cartagena con el rango de general de división después de su victoria en Maracaibo, seguro que esta vez será premiado con un puesto de gobernador; pero solo se le concedió una medalla de oro y una pensión, lo que él denuncia como «la paga de un mercenario» en comparación con los altos cargos que premian a «otros militares» (Padilla, 1973[1824], pp. 301-303). Poco después, la élite cartagenera prohíbe a Padilla y a su compañera entrar en uno de sus bailes. Entonces es cuando publica su panfleto.
Padilla asemeja su exclusión a la de los pardos en general e interpreta cada manifestación de desprecio de su persona como un regreso al sistema de castas de la colonia. Acusa a sus oponentes de minar «el santo edificio de la libertad y de la igualdad del pueblo, para […] sustituir a las formas republicanas las de sus antiguos privilegios y la dominación exclusiva de una pequeña y miserable porción de familias sobre la gran mayoría de los pueblos» (Padilla, 1824). Al contrario de la igualdad legal, o teórica, que sostiene Bolívar, Padilla exige la igualdad concreta y absoluta, sin diferenciar las esferas pública y privada. Para él, si la república abolió los privilegios de clase y raza, solo el servicio a la patria debe importar en la nueva jerarquía social y, a raíz de sus victorias militares, él merece un puesto superior y el correspondiente respeto, aunque sea un pardo de origen humilde. Sin embargo, al mismo tiempo, Padilla no renuncia a las identidades coloniales. Se considera no solo como un individuo de altos méritos republicanos, sino también como un líder de la clase parda. Cualquier afrenta hecha a él constituye una afrenta a todos los pardos y, por extensión, a la república, en cuya construcción los pardos participaron más que los blancos de la élite. Además, al anunciar que usaría su espada para conseguir la igualdad concreta, da la oportunidad a sus detractores y a Bolívar de acusarle de «querer la pardocracia, para exterminio después de la clase privilegiada», aun cuando, en realidad, en 1824, Padilla no logra movilizar al pueblo y a los pardos en su defensa (Helg, 2004, pp. 195-201).
4. El proyecto de constitución boliviana como remedio a la pardocracia
En su carta a Santander sobre el panfleto de Padilla, Bolívar no especifica qué son las grandes medidas que recomienda contra la pardocracia y Santander le contesta que ignora cómo «pueda destruirse el germen de pardocracia», pero asegura que Padilla no es de los más vehementes. Sin embargo, desde la remota Lima, Bolívar no se deja tranquilizar, sino todo lo contrario. Para él, el folleto de Padilla no es sino una de las noticias que alimentan su «temor de los colores» y pronto se adicionarán otras: el aumento de la rivalidad entre Padilla y Montilla en Cartagena, el inicio del movimiento separatista de Páez en Venezuela, cartas alarmistas de su hermana sobre las tensiones raciales en el país, un rumor de plan de invasión por España, todo en un contexto de crecientes divisiones entre centralistas (bolivaristas) y federalistas (santanderistas) en el gobierno de Bogotá.
En junio de 1826, un Bolívar cada vez más inquieto acusa a Santander y al gobierno, en Bogotá, de refugiarse detrás de leyes y principios, sin querer ver las tempestades y revoluciones que se preparan. Retomando el tema del «compuesto» multirracial americano y de su «reato» presente en su discurso de Angostura de 1819, le da una dimensión todavía más trágica y violenta. Ahora, bajo su pluma, aquel «compuesto»" se ha vuelto «abominable» e inmoral porque nació del solo crimen, de violaciones, masacres y deportaciones forzadas:
Estamos muy lejos de los hermosos tiempos de Atenas y de Roma y a nada que sea europeo debemos compararnos. El origen más impuro es el de nuestro ser: todo lo que nos ha precedido está envuelto con el negro manto del crimen. Nosotros somos el compuesto abominable de esos tigres cazadores que vinieron a la América a derramarle su sangre y a encastar con las víctimas antes de sacrificarlas, para mezclar después los frutos espurios de estos enlaces con los frutos de esos esclavos arrancados del África. Con tales mezclas físicas; con tales elementos morales ¿cómo se pueden fundar leyes sobre héroes, y principios sobre hombres? Muy bien: que esos señores ideólogos gobiernen y combatan y entonces veremos el bello ideal de Haití, y los nuevos Robespierres serán los dignos magistrados de esa tremenda libertad. Yo repito: todo está perdido, y como todo marcha en sentido inverso de mis ideas y de mis sentimientos, que no cuenten conmigo para nada […]. Guinea [África] y más Guinea tendremos; y esto no lo digo de chanza, el que escape con su cara blanca será bien afortunado²¹.
Así, Bolívar predica una revolución similar a la de Haití y el exterminio de los blancos si no se toma las grandes medidas contra la anarquía popular que ahora define a Santander en estos términos: «[…] solamente un hábil despotismo puede regir a la América». De manera simultánea, siempre desde Lima, Bolívar lanza la fórmula que, según él, solucionaría los males propios de las nuevas naciones multirraciales americanas: su proyecto de constitución para Bolivia, que de hecho no diseña para gobernar la inmensa mayoría de indígenas de Bolivia, sino para prevenir la pardocracia en la Gran Colombia y sus regiones pobladas principalmente por afrodescendientes. Al centro de su solución, está un Ejecutivo dirigido por un presidente vitalicio —el mismo Bolívar— que escoge a su sucesor:
El Presidente de la República viene a ser en nuestra Constitución como el Sol que, firme en su centro, da vida al Universo. Esta suprema Autoridad debe ser perpetua; porque en los sistemas sin jerarquías se necesita más que en otros un punto fijo alrededor del cual giren los Magistrados y los ciudadanos […] Para Bolivia, este punto es el Presidente vitalicio […] Su duración es la de los Presidentes de Haití. Yo he tomado para Bolivia el Ejecutivo de la República más democrática del mundo²².
Obviamente, en mayo de 1826, Bolívar retoma varias de las ideas que sostiene desde 1815. Además de la presidencia vitalicia, su proyecto constitucional garantiza la libertad civil, la seguridad personal, la propiedad privada y la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos bolivianos. De acuerdo con estos principios, la esclavitud debe abolirse y, todos los esclavos, liberarse cuando se publicara la Constitución. Se debían prohibir todas las ocupaciones y privilegios hereditarios; pero, al mismo tiempo, todas las propiedades privadas —por lo tanto, las tierras— serán alienables. Aunque originalmente destinado a los bolivianos, en su mayoría aimaras y quechuas, el proyecto no hace ninguna mención de los indios y las comunidades indígenas; pero se refiere al modelo político de Haití que, según Bolívar, dejo de hallarse «en insurrección permanente» para volverse la «República más democrática del mundo» a partir de la decisión de confiar su destino a un presidente vitalicio (Pétion) con derecho para elegir su sucesor (Boyer). Se puede resumir así las ideas principales de su proyecto constitucional, algunas de ellas ya presentes en la Carta de Jamaica del 6 de setiembre de 1815:
Abolición inmediata de la esclavitud con indemnización de los dueños.
Poder supremo en cuatro secciones: Electoral, Legislativa, Ejecutiva y Judicial.
El Poder Electoral corresponde solo a los ciudadanos activos, con derecho al voto: los hombres casados o mayores de 21 años que sepan leer y escribir y tengan empleo o industria sin sujeción a otro.
Los electores eligen las tres cámaras del Poder Legislativo y a los miembros del Ejecutivo, a los niveles provincial, cantonal y municipal.
El Poder Legislativo se divide en tres cámaras: la de los tribunos reelegibles, la de los senadores reelegibles y la de los censores vitalicios.
El Poder Ejecutivo corresponde al presidente vitalicio e irrevocable, nombrado la primera vez por las tres cámaras legislativas, y este propone a: su sucesor, su vicepresidente y sus tres secretarios (de gobierno y relaciones exteriores, de hacienda y de guerra y marina)²³.
Sin embargo, la Constitución de la Gran Colombia, adoptada en 1821, prohíbe toda reforma constitucional antes de haberla experimentado al menos durante diez años. Para imponer su proyecto autoritario, Bolívar envía a un emisario, el caraqueño Antonio Leocadio Guzmán, a varias ciudades de Colombia y Venezuela para que presione a líderes militares y cívicos en su favor. A continuación, las tensiones entre bolivaristas y santanderistas se agudizan tanto que Bolívar abandona Lima para asumir poderes especiales en Bogotá y tratar de negociar el fin del movimiento separatista de Venezuela con Páez, que teme podría generar manifestaciones de la pardocracia (Helg, 2004, pp. 202-204).
5. Bolívar frente a Páez y Padilla: ¿igualdad legal y justicia racial?
Los eventos de 1826 a 1828, al cabo de los cuales Bolívar asume poderes dictatoriales, son demasiado complejos para detallarlos aquí. Me limitaré a comparar el destino del marinero pardo Padilla con el del llanero blanco Páez para ilustrar el peso del «temor de los colores» en las decisiones de Bolívar. Tanto Padilla como Páez llegan a ser generales a pesar de su origen social popular y su bajo nivel de educación formal. Sin embargo, después de la batalla de Carabobo, Páez recibe el mando general de Venezuela; mientras que, después de la batalla de Maracaibo, Padilla solo recibe una medalla y se queda a la cabeza de la declinante Marina de Cartagena. Es más, entre 1826 y 1828, Páez inicia en Valencia una rebelión (La Cosiata) contra el gobierno de Bogotá que lo demitió de su cargo por atropellos, una rebelión que se extiende a gran parte de Venezuela. Bolívar ignora las órdenes de Santander para que Páez sea juzgado, va a Valencia a negociar con él, lo indulta y lo restituye como comandante general de Venezuela. Con el blanco Páez en el poder, Bolívar piensa descartar el riesgo de la pardocracia en Venezuela.
En contraste, en 1826, en Cartagena, el pardo Padilla empieza por respaldar el proyecto de constitución autoritaria de Bolívar, para el asombro de sus compañeros federalistas. Pero, a medida que Montilla y los aristócratas de la ciudad se movilizan contra Santander, Padilla deja de apoyar a Bolívar para defender la Constitución de 1821 y el partido de Santander, que le parecen proteger mejor los derechos del pueblo. No obstante, Padilla otra vez sobrevalua su liderazgo y cuando, en marzo de 1828, trata de tomar el poder en ausencia de Montilla, no obtiene respaldo popular y tiene que huir. Montilla fácilmente persuade a Bolívar que Padilla quería iniciar una guerra de razas y este es detenido y encarcelado en Bogotá bajo la acusación de traición y sedición. En junio, Bolívar asume poderes dictatoriales y, en la noche del 25 de setiembre, escapa por poco a un atentado contra su vida. A su pesar, Padilla queda involucrado en el atentado cuando unos conspiradores entran en su celda, matan a su guardia y quieren liberarle. Él se rehúsa; pero, al fracasar el intento de asesinato, es juzgado y sentenciado a muerte, con otros trece acusados, por el asesinato de su guardia que no cometió y una conspiración que no planeó. El 2 de octubre, Padilla es públicamente despojado de sus insignias militares y fusilado y, su cadáver, colgado de una horca. Al supuesto (pero no comprobado) jefe de la conspiración, Santander, Bolívar le conmuta la pena de muerte por el destierro. Con la ejecución de Padilla, Bolívar quiere exorcizar, de una vez por todas, su «temor de los colores» y su miedo a la pardocracia (Helg, 2003).
Poco después, sin embargo, en vez de confrontar el destino de Padilla con el de Páez, Bolívar reconoce que al primero le reservó el mismo destino que a Piar en 1817. Como escribe al mismo Páez un mes después de la ejecución de Padilla:
Las cosas han llegado a un punto que me tiene en lucha conmigo mismo, con mis opiniones y