Ares
Ares
Ares
Ares era en la Antigüedad clásica el dios de la guerra, entendiendo esta actividad como
violencia desatada y sin control. Como tal, es representado como un guerrero fuerte, alto y
terrorífico, siempre armado y dispuesto para la batalla, amante de las trifulcas y el
derramamiento de sangre. Los griegos no fueron muy devotos seguidores de este dios, al que
apenas rindieron culto en algunos santuarios. Los romanos, sin embargo, asimilaron al dios
Ares con su propia divinidad de la guerra, Marte, un dios muy popular que estaba en la
esencia del carácter romano y que incluso participó en la leyenda de la fundación de Roma
como padre de Rómulo y Remo.
NACIMIENTO E INFANCIA
Poco sabemos acerca del nacimiento y la infancia del dios de la guerra. La mayoría de los
autores antiguos lo citan como hijo de Zeus y Hera, uno de los escasos frutos legítimos de
este matrimonio. En alguna tradición se sitúa el lugar de nacimiento de Ares lejos de Grecia,
en la tierra de Tracia, donde los bárbaros habrían desarrollado un rico culto a este dios. Es
probable que los tracios, pueblo belicoso e indómito, rindieran un culto preferente a alguna
divinidad guerrera, motivo por el cual los griegos habrían atribuido a esta tierra el haber sido
la cuna de este dios. Algunos autores, llevados por estos datos, han afirmado que el origen
del Ares griego habría estado en Tracia, y que los griegos se habrían limitado a copiarlo de
sus vecinos del norte, siendo ésta la causa de que su culto estuviera poco desarrollado en la
Hélade.
RELACIONES Y DESCENDENCIA
La principal relación que involucró al dios Ares tuvo como compañera a la diosa Afrodita.
Pese a que ésta estaba casada con el dios Hefesto, asqueada de la fealdad de su esposo, la
diosa del amor no tardó en fijarse en el más apuesto dios de la guerra, Ares. De este modo,
Afrodita y Ares iniciaron una relación adúltera de la que ningún otro dios tenía conocimiento.
Sin embargo, el engaño no duró mucho. Helios, dios del sol, que desde lo alto del firmamento
contempla todas las actividades de dioses y mortales, descubrió la infidelidad de Afrodita y
corrió a la fragua de Hefesto para revelarle al dios el engaño. Éste, irritado, decidió urdir un
engaño para humillar a su esposa y al amante de ésta. En su fragua tejió una red de plata
irrompible. En un momento en el que Ares y Afrodita estaban copulando en el lecho, Hefesto
les sorprendió y arrojó sobre ellos la red mágica. Los amantes quedaron atrapados por el
artefacto. Hefesto, para humillarles y dejar patente la traición de su esposa, llamó a todos los
dioses para que contemplaran sus cuerpos desnudos entrelazados. Afrodita, avergonzada,
suplicó a su esposo que la liberara, prometiendo romper su relación con Ares. Hefesto,
ablandado por las súplicas de su esposa, decidió retirar la red y terminar con el suplicio al
que había sometido a los dos amantes.
De estas relaciones adúlteras de Ares con la diosa Afrodita nacieron dos hijos: Fobos y
Deimos. Los dos vástagos del dios de la guerra acompañaban a su padre en las batallas,
siendo la representación del miedo (Fobos) y del terror (Deimos), dos sentimientos
íntimamente relacionados con los conflictos bélicos.
Otra de las relaciones amorosas del dios de la guerra en la Antigüedad está relacionada con
la fundación de la ciudad de Roma. Los romanos consideraban que el dios Marte era uno de
los antepasados de su pueblo, lo cual explicaba el éxito que siempre había acompañado a
Roma en su expansión militar por Italia y el Mediterráneo. Según el mito, Amulio, hermano
del rey de Alaba Longa, ciudad del Lacio, arrebató el trono a Númitor, el monarca legítimo.
Para evitar que la estirpe de su hermano se perpetuara, Amulio forzó a la única hija de su
hermano, Rea Silvia, a que ingresara en el colegio de las vestales, grupo de sacerdotisas
consagradas a la diosa Vesta que entre sus muchas obligaciones contaban con la de
permanecer vírgenes hasta la muerte. Sin embargo, el dios Marte se enamoró de la joven Rea
Silvia y, tras seducirla, la dejó embarazada de una pareja de gemelos. Al enterarse Amulio
de este hecho, ordenó a un pastor que abandonara a los dos niños en los campos para que
murieran de frío y hambre. El pastor, de nombre Fáustulo, cumplió con la orden del monarca
y depositó a los gemelos en una cesta, que a su vez depositó en el lecho del río Tíber. La
cesta fue arrastrada por la corriente hasta que encalló en un lugar cercano a la guarida de una
loba. El animal, atraído por el llanto de los niños, se aproximó y, por instinto maternal,
decidió aplacar el hambre de los recién nacidos amamantándoles ella misma. El pastor
Fáustulo, arrepentido de su acción, descendió por el curso del Tíber hasta encontrar la cesta
abandonada y a la loba alimentando a las criaturas. Los dos niños recibieron los nombres de
Rómulo y Remo, y, tras haber sido criados por Faústulo y su esposa, al llegar a la edad adulta
descubrieron su origen regio. Tras matar al rey Amulio y devolver el trono a su abuelo
Númitor, Rómulo y Remo decidieron fundar su propia ciudad, a la que pusieron el nombre
de Roma.