Compendio DSI
Compendio DSI
Compendio DSI
DE LA DOCTRINA SOCIAL
DE LA IGLESIA
INTRODUCCIÓN
UN HUMANISMO INTEGRAL Y SOLIDARIO
1 La Iglesia, pueblo peregrino, se adentra en el tercer milenio de la era cristiana guiada por
Cristo, el « gran Pastor » (Hb 13,20): Él es la Puerta Santa (cf. Jn 10,9) que hemos cruzado
durante el Gran Jubileo del año 2000.1 Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida
(cf. Jn14,6): contemplando el Rostro del Señor, confirmamos nuestra fe y nuestra esperanza
en Él, único Salvador y fin de la historia.
La Iglesia sigue interpelando a todos los pueblos y a todas las Naciones, porque sólo en el
nombre de Cristo se da al hombre la salvación. « Jesús vino a traer la salvación integral, que
abarca al hombre entero y a todos los hombres, abriéndoles a los admirables horizontes de la
filiación divina ».2
2 En esta alba del tercer milenio, la Iglesia no se cansa de anunciar el Evangelio que dona
salvación y libertad auténtica también en las cosas temporales, recordando la solemne
recomendación dirigida por San Pablo a su discípulo Timoteo: « Proclama la Palabra, insiste
a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque
vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados
por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír
novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas. Tú, en cambio,
pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizador,
desempeña a la perfección tu ministerio » (2 Tm 4,2-5).
5 El amor tiene por delante un vasto trabajo al que la Iglesia quiere contribuir también con
su doctrina social, que concierne a todo el hombre y se dirige a todos los hombres. El
panorama de la pobreza puede extenderse indefinidamente,
6 El amor cristiano impulsa a la denuncia, a la propuesta y al compromiso con proyección
cultural y social, a una laboriosidad eficaz, que apremia a cuantos sienten en su corazón
una sincera preocupación por la suerte del hombre a ofrecer su propia contribución
7 El cristiano sabe que puede encontrar en la doctrina social de la Iglesia los principios de
reflexión, los criterios de juicio y las directrices de acción como base para promover un
humanismo integral y solidario. Difundir esta doctrina constituye, por tanto, una verdadera
prioridad pastoral, para que las personas, iluminadas por ella, sean capaces de interpretar la
realidad de hoy y de buscar caminos apropiados para la acción
En esta perspectiva, se consideró muy útil la publicación de un documento que ilustrase las
líneas fundamentales de la doctrina social de la Iglesia y la relación existente entre esta
doctrina y la nueva evangelización.6 El Pontificio Consejo « Justicia y Paz », se ha servido
para esta obra de una amplia consulta, implicando a sus Miembros y Consultores, algunos
Dicasterios de la Curia Romana, las Conferencias Episcopales de varios países, Obispos y
expertos en las cuestiones tratadas.
11 Los primeros destinatarios de este documento son los (A) Obispos, que deben encontrar
las formas más apropiadas para su difusión y su correcta interpretación. Pertenece, en
efecto, a su « munus docendi » enseñar.10 (B) Los sacerdotes, los religiosos y las religiosas y,
en general, (C) los formadores encontrarán en él una guía para su enseñanza y un
instrumento de servicio pastoral. (D) Los fieles laicos, que buscan el Reino de los Cielos «
gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios »,11 encontrarán luces para
su compromiso específico. (E) Las comunidades cristianas podrán utilizar este documento
para analizar objetivamente las situaciones, clarificarlas a la luz de las palabras inmutables
del Evangelio, recabar principios de reflexión, criterios de juicio y orientaciones para la
acción.12
16 Los interrogantes radicales que acompañan desde el inicio el camino de los hombres,
adquieren, en nuestro tiempo, importancia aún mayor por la amplitud de los desafíos, la
novedad de los escenarios y las opciones decisivas que las generaciones actuales están
llamadas a realizar.
El primero de los grandes desafíos, que la humanidad enfrenta hoy, es el de la verdad misma
del ser-hombre. El límite y la relación entre naturaleza, técnica y moral son cuestiones que
interpelan fuertemente la responsabilidad personal y colectiva en relación a los
comportamientos que se deben adoptar respecto a lo que el hombre es, a lo que puede hacer
y a lo que debe ser. Un segundo desafío es el que presenta la comprensión y la gestión del
pluralismo y de las diferencias en todos los ámbitos: de pensamiento, de opción moral, de
cultura, de adhesión religiosa, de filosofía del desarrollo humano y social. El tercer desafío
es la globalización, que tiene un significado más amplio y más profundo que el simplemente
económico, porque en la historia se ha abierto una nueva época, que atañe al destino de la
humanidad.
17 Los discípulos de Jesucristo se saben interrogados por estas cuestiones, las llevan
también dentro de su corazón y quieren comprometerse, junto con todos los hombres, en la
búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia personal y social. Contribuyen a esta
búsqueda con su testimonio generoso del don que la humanidad ha recibido.
18 La Iglesia camina junto a toda la humanidad por los senderos de la El Concilio Vaticano
II ha querido dar una elocuente demostración de la solidaridad, del respeto y del amor por la
familia humana, instaurando con ella un diálogo « acerca de todos estos problemas,
aclarárselos a la luz del Evangelio y poner a disposición del género humano el poder
salvador que la Iglesia, conducida por el Espíritu Santo, ha recibido de su Fundador. Es la
persona del hombre la que hay que salvar. Es la sociedad humana la que hay que renovar ».20
19 La Iglesia, signo en la historia del amor de Dios por los hombres y de la vocación de
todo el género humano a la unidad en la filiación del único Padre,21 con este documento
sobre su doctrina social busca también proponer a todos los hombres un humanismo a la
altura del designio de amor de Dios sobre la historia, un humanismo integral y solidario,
que pueda animar un nuevo orden social, económico y político, fundado sobre la dignidad y
la libertad de toda persona humana, que se actúa en la paz, la justicia y la solidaridad. Este
humanismo podrá ser realizado si cada hombre y mujer y sus comunidades saben cultivar en
sí mismos las virtudes morales y sociales y difundirlas en la sociedad, «de forma que se
conviertan verdaderamente en hombres nuevos y en creadores de una nueva humanidad con
el auxilio necesario de la divina gracia».22
PRIMERA PARTE
« La dimensión teológica se hace necesaria
para interpretar y resolver
los actuales problemas de la convivencia humana ».
(Centesimus annus, 55)
CAPÍTULO PRIMERO
EL DESIGNIO DE AMOR DE DIOS
PARA LA HUMANIDAD
I. LA ACCIÓN LIBERADORA DE DIOS
EN LA HISTORIA DE ISRAEL
Los diez mandamientos, que constituyen un extraordinario camino de vida e indican las
condiciones más seguras para una existencia liberada de la esclavitud del pecado,
contienen una expresión privilegiada de la ley natural. « Nos enseñan al mismo tiempo la
verdadera humanidad del hombre. Ponen de relieve los deberes esenciales y, por tanto
indirectamente, los derechos fundamentales inherentes a la naturaleza de la persona humana
».25
23 Del Decálogo deriva un compromiso que implica no sólo lo que se refiere a la fidelidad
al único Dios verdadero, sino también las relaciones sociales dentro del pueblo de la
Alianza. Estas últimas están reguladas especialmente por lo que ha sido llamado el derecho
del pobre y del forastero.
Esta legislación indica que el acontecimiento salvífico del éxodo y la fidelidad a la Alianza
representan no sólo el principio que sirve de fundamento a la vida social, política y
económica de Israel, sino también el principio regulador de las cuestiones relativas a la
pobreza económica y a la injusticia social. Para eliminar las discriminaciones y las
desigualdades provocadas por la evolución socioeconómica, cada siete años la memoria del
éxodo y de la Alianza se traduce en términos sociales y jurídicos, de modo que las cuestiones
de la propiedad, de las deudas, de los servicios y de los bienes, adquieran su significado más
profundo.
25 Los preceptos del año sabático y del año jubilar constituyen una doctrina social « in
nuce ».28 Muestran cómo los principios de la justicia y de la solidaridad social están
inspirados por la gratuidad del evento de salvación realizado por Dios y no tienen sólo el
valor de correctivo de una praxis dominada por intereses y objetivos egoístas, sino que han
de ser más bien, en cuanto prophetia futuri,
29 El amor que anima el ministerio de Jesús entre los hombres es el que el Hijo experimenta
en la unión íntima con el Padre. El Nuevo Testamento nos permite penetrar en la experiencia
que Jesús mismo vive y comunica
La conciencia que Jesús tiene de ser el Hijo expresa precisamente esta experiencia originaria.
El Hijo ha recibido todo, y gratuitamente, del Padre: Él, a su vez, tiene la misión de hacer
partícipes de este don y de esta relación filial a todos los hombres:
Reconocer el amor del Padre significa para Jesús inspirar su acción en la misma gratuidad
y misericordia de Dios, generadoras de vida nueva, y convertirse así, con su misma
existencia, en ejemplo y modelo para sus discípulos. Estos están llamados a vivir como Él y,
después de su Pascua de muerte y resurrección, a vivir en Él y de Él,
30 El testimonio del Nuevo Testamento, con el asombro siempre nuevo de quien ha quedado
deslumbrado por el inefable amor de Dios (cf. Rm 8,26), capta en la luz de la revelación
plena del Amor trinitario ofrecida por la Pascua de Jesucristo, el significado último de la
Encarnación del Hijo y de su misión entre los hombres.
Con las palabras y con las obras y, de forma plena y definitiva, con su muerte y
resurrección,30 Jesucristo revela a la humanidad que Dios es Padre y que todos estamos
llamados por gracia a hacernos hijos suyos en el Espíritu, y por tanto hermanos y hermanas
entre nosotros. Por esta razón la Iglesia cree firmemente « que la clave, el centro y el fin de
toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro ».31
32 Contemplando la gratuidad y la sobreabundancia del don divino del Hijo por parte del
Padre, que Jesús ha enseñado y atestiguado ofreciendo su vida por nosotros, el Apóstol Juan
capta el sentido profundo y la consecuencia más lógica de esta ofrenda: Dios permanece en
nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. La reciprocidad del amor es exigida
por el mandamiento que Jesús define nuevo y suyo: « como yo os he amado, así amaos
también vosotros los unos a los otros . El mandamiento del amor recíproco traza el camino
para vivir en Cristo la vida trinitaria en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y transformar con Él la
historia hasta su plenitud en la Jerusalén celeste.
33 El mandamiento del amor recíproco, que constituye la ley de vida del pueblo de
Dios,32debe inspirar, purificar y elevar todas las relaciones humanas en la vida social y
política: « Humanidad significa llamada a la comunión interpersonal », 33 porque la imagen y
semejanza del Dios trino son la raíz de « todo el “ethos” humano... cuyo vértice es
el mandamiento del amor ».34 El moderno fenómeno cultural, social, económico y político de
la interdependencia, que intensifica y hace particularmente evidentes los vínculos que unen a
la familia humana, pone de relieve una vez más, a la luz de la Revelación, « un
nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la
solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en tres
personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra “comunión” ».35
34 La revelación en Cristo del misterio de Dios como Amor trinitario está unida a la
revelación de la vocación de la persona humana al amor. Esta revelación ilumina la
dignidad y la libertad personal del hombre y de la mujer y la intrínseca sociabilidad
humana en toda su profundidad: « Ser persona a imagen y semejanza de Dios comporta...
existir en relación al otro “yo” »,36 porque Dios mismo, uno y trino, es comunión del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo.
En la comunión de amor que es Dios, en la que las tres Personas divinas se aman
recíprocamente y son el Único Dios, la persona humana está llamada a descubrir el origen
y la meta de su existencia y de la historia. Los Padres Conciliares, en la Constitución
pastoral «Gaudium et spes», enseñan que « el Señor, cuando ruega al Padre que todos sean
uno, como nosotros también somos uno (Jn 17, 21-22), abriendo perspectivas cerradas a la
razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión
de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre,
única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia
plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás (cf. Lc 17,33) ».37
39 La salvación que Dios ofrece a sus hijos requiere su libre respuesta y adhesión. En eso
consiste la fe, por la cual « el hombre se entrega entera y libremente a Dios », 40respondiendo
al Amor precedente y sobreabundante de Dios (cf. 1 Jn 4,10) con el amor concreto a los
hermanos y con firme esperanza, « pues fiel es el autor de la Promesa » (Hb10,23). El plan
divino de salvación no coloca a la criatura humana en un estado de mera pasividad o de
minoría de edad respecto a su Creador, porque la relación con Dios, que Jesucristo nos
manifiesta y en la cual nos introduce gratuitamente por obra del Espíritu Santo, es una
relación de filiación: la misma que Jesús vive con respecto al Padre (cf. Jn 15-17; Ga 4,6-7).
Este nexo se expresa con claridad y en una síntesis perfecta en la enseñanza de Jesucristo y
ha sido confirmado definitivamente por el testimonio supremo del don de su vida, en
obediencia a la voluntad del Padre y por amor a los hermanos. Al escriba que le pregunta: «
¿cuál es el primero de todos los mandamientos? » (Mc 12,28), Jesús responde: « El primero
es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios,
con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo
es:Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos »
(Mc12,29-31).
41 La vida personal y social, así como el actuar humano en el mundo están siempre
asechados por el pecado, pero Jesucristo, « padeciendo por nosotros, nos dio ejemplo para
seguir sus pasos y, además, abrió el camino, con cuyo seguimiento la vida y la muerte se
santifican y adquieren nuevo sentido ».41 El discípulo de Cristo se adhiere, en la fe y
mediante los sacramentos, al misterio pascual de Jesús, de modo que su hombre viejo, con
sus malas inclinaciones, está crucificado con Cristo. En cuanto nueva criatura, es capaz
mediante la gracia de caminar según « una vida nueva » (Rm 6,4). Es un caminar que « vale
no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en
cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación
suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos
creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de solo Dios
conocida, se asocien a este misterio pascual ».42
43 No es posible amar al prójimo como a sí mismo y perseverar en esta actitud, sin la firme
y constante determinación de esforzarse por lograr el bien de todos y de cada uno, porque
todos somos verdaderamente responsables de todos.44 Según la enseñanza conciliar, «
quienes sienten u obran de modo distinto al nuestro en materia social, política e incluso
religiosa, deben ser también objeto de nuestro respeto y amor. Cuanto más humana y
caritativa sea nuestra comprensión íntima de su manera de sentir, mayor será la facilidad para
establecer con ellos el diálogo ».45 En este camino es necesaria la gracia, que Dios ofrece al
hombre para ayudarlo a superar sus fracasos, para arrancarlo de la espiral de la mentira y de
la violencia, para sostenerlo y animarlo a volver a tejer, con renovada disponibilidad, una red
de relaciones auténticas y sinceras con sus semejantes.46
44 También la relación con el universo creado y las diversas actividades que el hombre
dedica a su cuidado y transformación, diariamente amenazadas por la soberbia y el amor
desordenado de sí mismo, deben ser purificadas y perfeccionadas por la cruz y la
resurrección de Cristo. « El hombre, redimido por Cristo y hecho, en el Espíritu Santo,
nueva criatura, puede y debe amar las cosas creadas por Dios. Pues de Dios las recibe y las
mira y respeta como objetos salidos de las manos de Dios. Dándole gracias por ellas al
Bienhechor y usando y gozando de las criaturas en pobreza y con libertad de espíritu, entra
de veras en posesión del mundo como quien nada tiene y es dueño de todo: Todo es vuestro;
vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios (1 Co 3,22-23) ».47
Esta perspectiva orienta hacia una visión correcta de las realidades terrenas y de su
autonomía, como bien señaló la enseñanza del Concilio Vaticano II: « Si por autonomía de la
realidad terrena se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias
leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco, es
absolutamente legítima esta exigencia de autonomía... y responde a la voluntad del Creador.
Pues, por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia,
verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar con el
reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte ».48
46 No existe conflictividad entre Dios y el hombre, sino una relación de amor en la que el
mundo y los frutos de la acción del hombre en el mundo son objeto de un don recíproco
entre el Padre y los hijos, y de los hijos entre sí, en Cristo Jesús: en Él, y gracias a Él, el
mundo y el hombre alcanzan su significado auténtico y originario. En una visión universal
del amor de Dios que alcanza todo cuanto existe, Dios mismo se nos ha revelado en Cristo
como Padre y dador de vida, y el hombre como aquel que, en Cristo, lo recibe todo de Dios
como don, con humildad y libertad, y todo verdaderamente lo posee como suyo, cuando sabe
y vive todas las cosas como venidas de Dios, por Dios creadas y a Dios destinadas. A este
propósito, el Concilio Vaticano II enseña: « Pero si autonomía de lo temporal quiere decir
que la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin
referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le escape la falsedad envuelta en
tales palabras. La criatura sin el Creador desaparece ».49
49 La Iglesia, comunidad de los que son convocados por Jesucristo Resucitado y lo siguen,
es « signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana ».54 La Iglesia «
es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de
la unidad de todo el género humano ». 55 Su misión es anunciar y comunicar la salvación
realizada en Jesucristo, que Él llama « Reino de Dios » (Mc 1,15), es decir la comunión con
Dios y entre los hombres. El fin de la salvación, el Reino de Dios, incluye a todos los
hombres y se realizará plenamente más allá de la historia, en Dios. La Iglesia ha recibido « la
misión de anunciar el reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, y
constituye en la tierra el germen y el principio de ese reino ».56
50 La Iglesia se pone concretamente al servicio del Reino de Dios, ante todo anunciando y
comunicando el Evangelio de la salvación y constituyendo nuevas comunidades cristianas.
Además, « sirve al Reino difundiendo en el mundo los “valores evangélicos”, que son
expresión de ese Reino y ayudan a los hombres a escoger el designio de Dios. Es verdad,
pues, que la realidad incipiente del Reino puede hallarse también fuera de los confines de la
Iglesia, en la humanidad entera, siempre que ésta viva los “valores evangélicos” y esté
abierta a la acción del Espíritu, que sopla donde y como quiere (cf. Jn 3,8); pero además hay
que decir que esta dimensión temporal del Reino es incompleta si no está en coordinación
con el Reino de Cristo, presente en la Iglesia y en tensión hacia la plenitud escatológica
».57De ahí deriva, en concreto, que la Iglesia no se confunda con la comunidad política y no
esté ligada a ningún sistema político.58 Efectivamente, la comunidad política y la Iglesia, en
su propio campo, son independientes y autónomas, aunque ambas estén, a título diverso, « al
servicio de la vocación personal y social del hombre ». 59 Más aún, se puede afirmar que la
distinción entre religión y política y el principio de la libertad religiosa —que gozan de una
gran importancia en el plano histórico y cultural— constituyen una conquista específica del
cristianismo.
52 Dios, en Cristo, no redime solamente la persona individual, sino también las relaciones
sociales entre los hombres. Como enseña el apóstol Pablo, la vida en Cristo hace brotar de
forma plena y nueva la identidad y la sociabilidad de la persona humana, con sus
consecuencias concretas en el plano histórico: « Pues todos sois hijos de Dios por la fe en
Cristo Jesús. En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no
hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en
Cristo Jesús » (Ga 3,26-28). Desde esta perspectiva, las comunidades eclesiales, convocadas
por el mensaje de Jesucristo y reunidas en el Espíritu Santo en torno a Él, resucitado
(cf. Mt18,20; 28, 19-20; Lc 24,46-49), se proponen como lugares de comunión, de testimonio
y de misión y como fermento de redención y de transformación de las relaciones sociales. La
predicación del Evangelio de Jesús induce a los discípulos a anticipar el futuro renovando las
relaciones recíprocas.
53 La transformación de las relaciones sociales, según las exigencias del Reino de Dios, no
está establecida de una vez por todas, en sus determinaciones concretas. Se trata, más bien,
de una tarea confiada a la comunidad cristiana, que la debe elaborar y realizar a través de
la reflexión y la praxis inspiradas en el Evangelio. Es el mismo Espíritu del Señor, que
conduce al pueblo de Dios y a la vez llena el universo, 63 el que inspira, en cada
momento,soluciones nuevas y actuales a la creatividad responsable de los hombres, 64 a la
comunidad de los cristianos inserta en el mundo y en la historia y por ello abierta al diálogo
con todas las personas de buena voluntad, en la búsqueda común de los gérmenes de verdad
y de libertad diseminados en el vasto campo de la humanidad. 65 La dinámica de esta
renovación debe anclarse en los principios inmutables de la ley natural, impresa por Dios
Creador en todas y cada una de sus criaturas (cf. Rm 2,14-15) e iluminada escatológicamente
por Jesucristo.
54 Jesucristo revela que « Dios es amor » (1 Jn 4,8) y nos enseña que « la ley fundamental
de la perfección humana, y, por tanto, de la transformación del mundo, es el mandamiento
nuevo del amor. Así, pues, a los que creen en la caridad divina les da la certeza de que abrir a
todos los hombres los caminos del amor y esforzarse por instaurar la fraternidad universal no
son cosas inútiles ».66 Esta ley está llamada a convertirse en medida y regla última de todas
las dinámicas conforme a las que se desarrollan las relaciones humanas. En síntesis, es el
mismo misterio de Dios, el Amor trinitario, que funda el significado y el valor de la persona,
de la sociabilidad y del actuar del hombre en el mundo, en cuanto que ha sido revelado y
participado a la humanidad, por medio de Jesucristo, en su Espíritu.
57 Los bienes, como la dignidad del hombre, la fraternidad y la libertad, todos los frutos
buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad, difundidos por la tierra en el Espíritu del
Señor y según su precepto, purificados de toda mancha, iluminados y transfigurados,
pertenecen al Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de
paz que Cristo entregará al Padre y donde nosotros los volveremos a encontrar. Entonces
resonarán para todos, con toda su solemne verdad, las palabras de Cristo: « Venid, benditos
de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del
mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era
forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la
cárcel, y vinisteis a verme ... en verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos
míos más pequeños, a mí me lo hicisteis » (Mt 25,34-36.40).
Al conformarse con Cristo Redentor, el hombre se percibe como criatura querida por Dios y
eternamente elegida por Él, llamada a la gracia y a la gloria, en toda la plenitud del
misterio del que se ha vuelto partícipe en Jesucristo.69 La configuración con Cristo y la
contemplación de su rostro 70 infunden en el cristiano un insuprimible anhelo por anticipar en
este mundo, en el ámbito de las relaciones humanas, lo que será realidad en el definitivo,
ocupándose en dar de comer, de beber, de vestir, una casa, el cuidado, la acogida y la
compañía al Señor que llama a la puerta
(cf. Mt 25, 35-37).
CAPÍTULO SEGUNDO
60 La Iglesia, partícipe de los gozos y de las esperanzas, de las angustias y de las tristezas
de los hombres, es solidaria con cada hombre y cada mujer, de cualquier lugar y tiempo, y
les lleva la alegre noticia del Reino de Dios, que con Jesucristo ha venido y viene en medio
de ellos.73 En la humanidad y en el mundo, la Iglesia es el sacramento del amor de Dios y,
por ello, de la esperanza más grande, que activa y sostiene todo proyecto y empeño de
auténtica liberación y promoción humana. La Iglesia es entre los hombres la tienda del
encuentro con Dios —« la morada de Dios con los hombres » (Ap 21,3)—, de modo que el
hombre no está solo, perdido o temeroso en su esfuerzo por humanizar el mundo, sino que
encuentra apoyo en el amor redentor de Cristo. La Iglesia es servidora de la salvación no en
abstracto o en sentido meramente espiritual, sino en el contexto de la historia y del mundo en
que el hombre vive,74 donde lo encuentra el amor de Dios y la vocación de corresponder al
proyecto divino.
63 Con su doctrina social, la Iglesia se hace cargo del anuncio que el Señor le ha confiado.
Actualiza en los acontecimientos históricos el mensaje de liberación y redención de Cristo,
el Evangelio del Reino. La Iglesia, anunciando el Evangelio, « enseña al hombre, en nombre
de Cristo, su dignidad propia y su vocación a la comunión de las personas; y le descubre las
exigencias de la justicia y de la paz, conformes a la sabiduría divina ».80
En cuanto Evangelio que resuena mediante la Iglesia en el hoy del hombre,81 la doctrina
social es palabra que libera. Esto significa que posee la eficacia de verdad y de gracia del
Espíritu de Dios, que penetra los corazones, disponiéndolos a cultivar pensamientos y
proyectos de amor, de justicia, de libertad y de paz. Evangelizar el ámbito social significa
infundir en el corazón de los hombres la carga de significado y de liberación del Evangelio,
para promover así una sociedad a medida del hombre en cuanto que es a medida de Cristo: es
construir una ciudad del hombre más humana porque es más conforme al Reino de Dios.
64 La Iglesia, con su doctrina social, no sólo no se aleja de la propia misión, sino que es
estrictamente fiel a ella. La redención realizada por Cristo y confiada a la misión salvífica de
la Iglesia es ciertamente de orden sobrenatural. Esta dimensión no es expresión limitativa,
sino integral de la salvación.82 Lo sobrenatural no debe ser concebido como una entidad o un
espacio que comienza donde termina lo natural, sino como la elevación de éste, de tal
manera que nada del orden de la creación y de lo humano es extraño o queda excluido del
orden sobrenatural y teologal de la fe y de la gracia, sino más bien es en él reconocido,
asumido y elevado. « En Jesucristo, el mundo visible, creado por Dios para el hombre
(cf. Gn 1,26-30) —el mundo que, entrando el pecado, está sujeto a la vanidad (Rm 8,20;
cf. ibíd., 8,19-22)—, adquiere nuevamente el vínculo original con la misma fuente divina de
la Sabiduría y del Amor. En efecto, “tanto amó Dios al mundo que le dio su unigénito Hijo
(Jn 3,16)”. Así como en el hombre-Adán este vínculo quedó roto, así en el Hombre-Cristo ha
quedado unido de nuevo (cf. Rm 5,12-21) ».83
65 La Redención comienza con la Encarnación, con la que el Hijo de Dios asume todo lo
humano, excepto el pecado, según la solidaridad instituida por la divina Sabiduría
creadora, y todo lo alcanza en su don de Amor redentor. El hombre recibe este Amor en la
totalidad de su ser: corporal y espiritual, en relación solidaria con los demás. Todo el hombre
—no un alma separada o un ser cerrado en su individualidad, sino la persona y la sociedad
de las personas— está implicado en la economía salvífica del Evangelio. Portadora del
mensaje de Encarnación y de Redención del Evangelio, la Iglesia no puede recorrer otra vía:
con su doctrina social y con la acción eficaz que de ella deriva, no sólo no diluye su rostro y
su misión, sino que es fiel a Cristo y se revela a los hombres como « sacramento universal de
salvación ».84 Lo cual es particularmente cierto en una época como la nuestra, caracterizada
por una creciente interdependencia y por una mundialización de las cuestiones sociales.
68 La Iglesia no se hace cargo de la vida en sociedad bajo todos sus aspectos, sino con su
competencia propia, que es la del anuncio de Cristo Redentor: 91 « La misión propia que
Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico o social. El fin que le asignó es
de orden religioso. Pero precisamente de esta misma misión religiosa derivan funciones,
luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según
la ley divina ».92 Esto quiere decir que la Iglesia, con su doctrina social, no entra en
cuestiones técnicas y no instituye ni propone sistemas o modelos de organización
social: 93ello no corresponde a la misión que Cristo le ha confiado. La Iglesia tiene la
competencia que le viene del Evangelio: del mensaje de liberación del hombre anunciado y
testimoniado por el Hijo de Dios hecho hombre.
70 La Iglesia tiene el derecho de ser para el hombre maestra de la verdad de fe; no sólo de
la verdad del dogma, sino también de la verdad moral que brota de la misma naturaleza
humana y del Evangelio.95 El anuncio del Evangelio, en efecto, no es sólo para escucharlo,
sino también para ponerlo en práctica (cf. Mt 7,24; Lc 6,46-47; Jn 14,21.23-24; St 1,22): la
coherencia del comportamiento manifiesta la adhesión del creyente y no se circunscribe al
ámbito estrictamente eclesial y espiritual, puesto que abarca al hombre en toda su vida y
según todas sus responsabilidades. Aunque sean seculares, éstas tienen como sujeto al
hombre, es decir, a aquel que Dios llama, mediante la Iglesia, a participar de su don salvífico.
Al don de la salvación, el hombre debe corresponder no sólo con una adhesión parcial,
abstracta o de palabra, sino con toda su vida, según todas las relaciones que la connotan, en
modo de no abandonar nada a un ámbito profano y mundano, irrelevante o extraño a la
salvación. Por esto la doctrina social no es para la Iglesia un privilegio, una digresión, una
ventaja o una injerencia: es su derecho a evangelizar el ámbito social, es decir, a hacer
resonar la palabra liberadora del Evangelio en el complejo mundo de la producción, del
trabajo, de la empresa, de la finanza, del comercio, de la política, de la jurisprudencia, de la
cultura, de las comunicaciones sociales, en el que el hombre vive.
71 Este derecho es al mismo tiempo un deber, porque la Iglesia no puede renunciar a él sin
negarse a sí misma y su fidelidad a Cristo: « ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio! » (1
Co9,16). La amonestación que San Pablo se dirige a sí mismo resuena en la conciencia de la
Iglesia como un llamado a recorrer todas las vías de la evangelización; no sólo aquellas que
atañen a las conciencias individuales, sino también aquellas que se refieren a las
instituciones públicas: por un lado no se debe « reducir erróneamente el hecho religioso a la
esfera meramente privada »,96 por otro lado no se puede orientar el mensaje cristiano hacia
una salvación puramente ultraterrena, incapaz de iluminar su presencia en la tierra.97
Por la relevancia pública del Evangelio y de la fe y por los efectos perversos de la injusticia,
es decir del pecado, la Iglesia no puede permanecer indiferente ante las vicisitudes
sociales:98 « es tarea de la Iglesia anunciar siempre y en todas partes los principios morales
acerca del orden social, así como pronunciar un juicio sobre cualquier realidad humana, en
cuanto lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas ».99
La fe, que acoge la palabra divina y la pone en práctica, interacciona eficazmente con la
razón. La inteligencia de la fe, en particular de la fe orientada a la praxis, es estructurada por
la razón y se sirve de todas las aportaciones que ésta le ofrece. También la doctrina social, en
cuanto saber aplicado a la contingencia y a la historicidad de la praxis, conjuga a la vez
«fides et ratio » 105 y es expresión elocuente de su fecunda relación.
75 La fe y la razón constituyen las dos vías cognoscitivas de la doctrina social, siendo dos
las fuentes de las que se nutre: la Revelación y la naturaleza humana. El conocimiento de fe
comprende y dirige la vida del hombre a la luz del misterio histórico-salvífico, del revelarse
y donarse de Dios en Cristo por nosotros los hombres. La inteligencia de la fe incluye la
razón, mediante la cual ésta, dentro de sus límites, explica y comprende la verdad revelada y
la integra con la verdad de la naturaleza humana, según el proyecto divino expresado por la
creación,106 es decir,
la verdad integral de la persona en cuanto ser espiritual y corpóreo, en relación con Dios,
con los demás seres humanos y con las demás criaturas.107
La centralidad del misterio de Cristo, por tanto, no debilita ni excluye el papel de la razón y
por lo mismo no priva a la doctrina social de la Iglesia de plausibilidad racional y, por
tanto, de su destinación universal. Ya que el misterio de Cristo ilumina el misterio del
hombre, la razón da plenitud de sentido a la comprensión de la dignidad humana y de las
exigencias morales que la tutelan. La doctrina social es un conocimiento iluminado por la
fe,que —precisamente porque es tal— expresa una mayor capacidad de entendimiento. Da
razón a todos de las verdades que afirma y de los deberes que comporta: puede hallar
acogida y ser compartida por todos.
Afirmar que la doctrina social debe encuadrarse en la teología más que en la filosofía, no
significa ignorar o subestimar la función y el aporte filosófico. La filosofía, en efecto, es un
instrumento idóneo e indispensable para una correcta comprensión de los conceptos básicos
de la doctrina social —como la persona, la sociedad, la libertad, la conciencia, la ética, el
derecho, la justicia, el bien común, la solidaridad, la subsidiaridad, el Estado—, una
comprensión tal que inspire una convivencia social armónica. Además, la filosofía hace
resaltar la plausibilidad racional de la luz que el Evangelio proyecta sobre la sociedad y
solicita la apertura y el asentimiento a la verdad de toda inteligencia y conciencia.
Este diálogo interdisciplinar solicita también a las ciencias a acoger las perspectivas de
significado, de valor y de empeño que la doctrina social manifiesta y « a abrirse a horizontes
más amplios al servicio de cada persona, conocida y amada en la plenitud de su vocación
».111
Las aportaciones múltiples y multiformes —que son también expresión del « sentido
sobrenatural de la fe de todo el pueblo » 112 — son asumidas, interpretadas y unificadas por
el Magisterio, que promulga la enseñanza social como doctrina de la Iglesia. El Magisterio
compete, en la Iglesia, a quienes están investidos del « munus docendi », es decir, del
ministerio de enseñar en el campo de la fe y de la moral con la autoridad recibida de Cristo.
La doctrina social no es sólo fruto del pensamiento y de la obra de personas cualificadas,
sino que es el pensamiento de la Iglesia, en cuanto obra del Magisterio, que enseña con la
autoridad que Cristo ha conferido a los Apóstoles y a sus sucesores: el Papa y los Obispos en
comunión con él.113
Ante todo, el anuncio de lo que la Iglesia posee como propio: « una visión global del hombre
y de la humanidad »,118 no sólo en el nivel teórico, sino práctico. La doctrina social, en
efecto, no ofrece solamente significados, valores y criterios de juicio, sino también las
normas y las directrices de acción que de ellos derivan. 119 Con esta doctrina, la Iglesia no
persigue fines de estructuración y organización de la sociedad, sino de exigencia, dirección y
formación de las conciencias.
La doctrina social comporta también una tarea de denuncia, en presencia del pecado: es el
pecado de injusticia y de violencia que de diversos modos afecta la sociedad y en ella toma
cuerpo.120 Esta denuncia se hace juicio y defensa de los derechos ignorados y violados,
especialmente de los derechos de los pobres, de los pequeños, de los débiles. 121 Esta
denuncia es tanto más necesaria cuanto más se extiendan las injusticias y las violencias, que
abarcan categorías enteras de personas y amplias áreas geográficas del mundo, y dan lugar
acuestiones sociales, es decir, a abusos y desequilibrios que agitan las sociedades. Gran parte
de la enseñanza social de la Iglesia, es requerida y determinada por las grandes cuestiones
sociales, para las que quiere ser una respuesta de justicia social.
Esta doctrina manifiesta ante todo la continuidad de una enseñanza que se fundamenta en los
valores universales que derivan de la Revelación y de la naturaleza humana. Por tal motivo,
la doctrina social no depende de las diversas culturas, de las diferentes ideologías, de las
distintas opiniones: es una enseñanza constante, que « se mantiene idéntica en su inspiración
de fondo, en sus “principios de reflexión”, en sus fundamentales “directrices de acción”,
sobre todo, en su unión vital con el Evangelio del Señor ».134 En este núcleo portante y
permanente, la doctrina social de la Iglesia recorre la historia sin sufrir sus
condicionamientos, ni correr el riesgo de la disolución.
Por otra parte, en su constante atención a la historia, dejándose interpelar por los eventos que
en ella se producen, la doctrina social de la Iglesia manifiesta una capacidad de renovación
continua. La firmeza en los principios no la convierte en un sistema rígido de enseñanzas, es,
más bien, un Magisterio en condiciones de abrirse a las cosas nuevas, sin diluirse en
ellas:135 una enseñanza « sometida a las necesarias y oportunas adaptaciones sugeridas por la
variación de las condiciones históricas así como por el constante flujo de los acontecimientos
en que se mueve la vida de los hombres y de las sociedades ».136
89 Como respuesta a la primera gran cuestión social, León XIII promulga la primera
encíclica social, la « Rerum novarum ».143 Esta examina la condición de los trabajadores
asalariados, especialmente penosa para los obreros de la industria, afligidos por una indigna
miseria. La cuestión obrera es tratada de acuerdo con su amplitud real: es estudiada en todas
sus articulaciones sociales y políticas, para ser evaluada adecuadamente a la luz de los
principios doctrinales fundados en la Revelación, en la ley y en la moral naturales.
La « Rerum novarum » enumera los errores que provocan el mal social, excluye el
socialismo como remedio y expone, precisándola y actualizándola, « la doctrina social sobre
el trabajo, sobre el derecho de propiedad, sobre el principio de colaboración contrapuesto a la
lucha de clases como medio fundamental para el cambio social, sobre el derecho de los
débiles, sobre la dignidad de los pobres y sobre las obligaciones de los ricos, sobre el
perfeccionamiento de la justicia por la caridad, sobre el derecho a tener asociaciones
profesionales ».144
91 A comienzos de los años Treinta, a breve distancia de la grave crisis económica de 1929,
Pío XI publica la encíclica « Quadragesimo anno »,152 para conmemorar los cuarenta años de
la « Rerum novarum ». El Papa relee el pasado a la luz de una situación económico-social en
la que a la industrialización se había unido la expansión del poder de los grupos financieros,
en ámbito nacional e internacional. Era el período posbélico, en el que estaban afirmándose
en Europa los regímenes totalitarios, mientras se exasperaba la lucha de clases. La Encíclica
advierte la falta de respeto a la libertad de asociación y confirma los principios de solidaridad
y de colaboración para superar las antinomias sociales. Las relaciones entre capital y trabajo
deben estar bajo el signo de la cooperación.153
92 Pío XI no dejó de hacer oír su voz contra los regímenes totalitarios que se afianzaron en
Europa durante su Pontificado. Ya el 29 de junio de 1931 había protestado contra los
atropellos del régimen fascista en Italia con la encíclica « Non abbiamo bisogno ».155 En
1937 publicó la encíclica « Mit brennender Sorge »,156 sobre la situación de la Iglesia católica
en el Reich alemán. El texto de la « Mit brennender Sorge » fue leído desde el púlpito de
todas las iglesias católicas en Alemania, tras haber sido difundido con la máxima reserva. La
encíclica llegaba después de años de abusos y violencias y había sido expresamente
solicitada a Pío XI por los Obispos alemanes, a causa de las medidas cada vez más
coercitivas y represivas adoptadas por el Reich en 1936, en particular con respecto a los
jóvenes, obligados a inscribirse en la « Juventud hitleriana ». El Papa se dirige a los
sacerdotes, a los religiosos y a los fieles laicos, para animarlos y llamarlos a la resistencia,
mientras no se restablezca una verdadera paz entre la Iglesia y el Estado. En 1938, ante la
difusión del antisemitismo, Pío XI afirmó: « Somos espiritualmente semitas ».157
Con la encíclica « Divini Redemptoris »,158 sobre el comunismo ateo y sobre la doctrina
social cristiana, Pío XI criticó de modo sistemático el comunismo, definido «intrínsecamente
malo »,159 e indicó como medios principales para poner remedio a los males producidos por
éste, la renovación de la vida cristiana, el ejercicio de la caridad evangélica, el cumplimiento
de los deberes de justicia a nivel interpersonal y social en orden al bien común, la
institucionalización de cuerpos profesionales e interprofesionales.
Una de las características de las intervenciones de Pío XII es el relieve dado a la relación
entre moral y derecho. El Papa insiste en la noción de derecho natural, como alma del
ordenamiento que debe instaurarse en el plano nacional e internacional. Otro aspecto
importante de la enseñanza de Pío XII es su atención a las agrupaciones profesionales y
empresariales, llamadas a participar de modo especial en la consecución del bien común: «
Por su sensibilidad e inteligencia para captar “los signos de los tiempos”, Pío XII puede ser
considerado como el precursor inmediato del Concilio Vaticano II y de la enseñanza social
de los Papas que le han sucedido ».162
Juan XXIII, en la encíclica « Mater et magistra »,164 « trata de actualizar los documentos ya
conocidos y dar un nuevo paso adelante en el proceso de compromiso de toda la comunidad
cristiana ».165 Las palabras clave de la encíclica son comunidad y socialización: 166 la Iglesia
está llamada a colaborar con todos los hombres en la verdad, en la justicia y en el amor, para
construir una auténtica comunión. Por esta vía, el crecimiento económico no se limitará a
satisfacer las necesidades de los hombres, sino que podrá promover también su dignidad.
95 Con la encíclica « Pacem in terris »,167 Juan XXIII pone de relieve el tema de la paz, en
una época marcada por la proliferación nuclear. La « Pacem in terris » contiene, además, la
primera reflexión a fondo de la Iglesia sobre los derechos humanos; es la encíclica de la paz
y de la dignidad de las personas. Continúa y completa el discurso de la « Mater et magistra
»y, en la dirección indicada por León XIII, subraya la importancia de la colaboración entre
todos: es la primera vez que un documento de la Iglesia se dirige también « a todos los
hombres de buena voluntad »,168 llamados a una tarea inmensa: « la de establecer un nuevo
sistema de relaciones en la sociedad humana, bajo el magisterio y la égida de la verdad, la
justicia, la caridad y la libertad ».169 La « Pacem in terris » se detiene sobre los poderes
públicos de la comunidad mundial, llamados a « examinar y resolver los problemas
relacionados con el bien común universal en el orden económico, social, político o cultural
».170 En el décimo aniversario de la « Pacem in terris », el Cardenal Maurice Roy, Presidente
de la Pontificia Comisión « Iustitia et Pax », envió a Pablo VI una carta, acompañada de un
documento con un serie de reflexiones sobre el valor de la enseñanza de la encíclica del Papa
Juan para iluminar los nuevos problemas vinculados con la promoción de la paz.171
96 La Constitución pastoral « Gaudium et spes »172 del Concilio Vaticano II, constituye una
significativa respuesta de la Iglesia a las expectativas del mundo contemporáneo. En esta
Constitución, « en sintonía con la renovación eclesiológica, se refleja una nueva concepción
de ser comunidad de creyentes y pueblo de Dios. Y suscitó entonces nuevo interés por la
doctrina contenida en los documentos anteriores respecto del testimonio y la vida de los
cristianos, como medios auténticos para hacer visible la presencia de Dios en el mundo
».173La « Gaudium et spes » delinea el rostro de una Iglesia « íntima y realmente solidaria del
género humano y de su historia », 174 que camina con toda la humanidad y está sujeta,
juntamente con el mundo, a la misma suerte terrena, pero que al mismo tiempo es « como
fermento y como alma de la sociedad, que debe renovarse en Cristo y transformarse en
familia de Dios ».175
101 Al cumplirse los noventa años de la « Rerum novarum », Juan Pablo II dedica la
encíclica « Laborem exercens » 187 al trabajo, como bien fundamental para la persona, factor
primario de la actividad económica y clave de toda la cuestión social. La « Laborem
exercens» delinea una espiritualidad y una ética del trabajo, en el contexto de una profunda
reflexión teológica y filosófica. El trabajo debe ser entendido no sólo en sentido objetivo y
material; es necesario también tener en cuenta su dimensión subjetiva, en cuanto actividad
que es siempre expresión de la persona. Además de ser un paradigma decisivo de la vida
social, el trabajo tiene la dignidad propia de un ámbito en el que debe realizarse la vocación
natural y sobrenatural de la persona.
102 Con la encíclica « Sollicitudo rei socialis »,188 Juan Pablo II conmemora el vigésimo
aniversario de la « Populorum progressio » y trata nuevamente el tema del desarrollo bajo un
doble aspecto: « el primero, la situación dramática del mundo contemporáneo, bajo el perfil
del desarrollo fallido del Tercer Mundo, y el segundo, el sentido, las condiciones y las
exigencias de un desarrollo digno del hombre ».189 La encíclica introduce la distinción entre
progreso y desarrollo, y afirma que « el verdadero desarrollo no puede limitarse a la
multiplicación de los bienes y servicios, esto es, a lo que se posee, sino que debe contribuir a
la plenitud del “ser” del hombre. De este modo, pretende señalar con claridad el carácter
moral del verdadero desarrollo ».190 Juan Pablo II, evocando el lema del pontificado de Pío
XII, « Opus iustitiae pax », la paz como fruto de la justicia, comenta: « Hoy se podría decir,
con la misma exactitud y análoga fuerza de inspiración bíblica (cf. Is 32,17; St 3,18), Opus
solidaritatis pax, la paz como fruto de la solidaridad ».191
104 Los documentos aquí evocados constituyen los hitos principales del camino de la
doctrina social desde los tiempos de León XIII hasta nuestros días. Esta sintética reseña se
alargaría considerablemente si tuviese cuenta de todas las intervenciones motivadas por un
tema específico, que tienen su origen en « la preocupación pastoral por proponer a la
comunidad cristiana y a todos los hombres de buena voluntad los principios fundamentales,
los criterios universales y las orientaciones capaces de sugerir las opciones de fondo y la
praxis coherente para cada situación concreta ».194
CAPÍTULO TERCERO
105 La Iglesia ve en el hombre, en cada hombre, la imagen viva de Dios mismo; imagen que
encuentra, y está llamada a descubrir cada vez más profundamente, su plena razón de ser en
el misterio de Cristo, Imagen perfecta de Dios, Revelador de Dios al hombre y del hombre a
sí mismo. A este hombre, que ha recibido de Dios mismo una incomparable e inalienable
dignidad, es a quien la Iglesia se dirige y le presta el servicio más alto y singular
recordándole constantemente su altísima vocación, para que sea cada vez más consciente y
digno de ella. Cristo, Hijo de Dios, « con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con
todo hombre »; 197 por ello, la Iglesia reconoce como su tarea principal hacer que esta unión
pueda actuarse y renovarse continuamente. En Cristo Señor, la Iglesia señala y desea recorrer
ella misma el camino del hombre,198 e invita a reconocer en todos, cercanos o lejanos,
conocidos o desconocidos, y sobre todo en el pobre y en el que sufre, un hermano « por
quien murió Cristo » (1 Co 8,11; Rm 14,15).199
109 La semejanza con Dios revela que la esencia y la existencia del hombre están
constitutivamente relacionadas con Él del modo más profundo.205 Es una relación que existe
por sí misma y no llega, por tanto, en un segundo momento ni se añade desde fuera. Toda la
vida del hombre es una pregunta y una búsqueda de Dios. Esta relación con Dios puede ser
ignorada, olvidada o removida, pero jamás puede ser eliminada. Entre todas las criaturas del
mundo visible, en efecto, sólo el hombre es « “capaz” de Dios » (« homo est Dei
capax»).206 La persona humana es un ser personal creado por Dios para la relación con Él,
que sólo en esta relación puede vivir y expresarse, y que tiende naturalmente hacia Él.207
111 El hombre y la mujer tienen la misma dignidad y son de igual valor,211 no sólo porque
ambos, en su diversidad, son imagen de Dios, sino, más profundamente aún, porque el
dinamismo de reciprocidad que anima el « nosotros » de la pareja humana es imagen de
Dios.212 En la relación de comunión recíproca, el hombre y la mujer se realizan
profundamente a sí mismos reencontrándose como personas a través del don sincero de sí
mismos.213 Su pacto de unión es presentado en la Sagrada Escritura como una imagen del
Pacto de Dios con los hombres (cf. Os 1-3; Is 54; Ef 5,21- 33) y, al mismo tiempo, como un
servicio a la vida.214 La pareja humana puede participar, en efecto, de la creatividad de Dios:
« Y los bendijo Dios y les dijo: “Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra” » (Gn 1,28).
112 El hombre y la mujer están en relación con los demás ante todo como custodios de sus
vidas: 215 « a todos y a cada uno reclamaré el alma humana » (Gn 9,5), confirma Dios a Noé
después del diluvio. Desde esta perspectiva, la relación con Dios exige que se considere la
vida del hombre sagrada e inviolable.216 El quinto mandamiento: « No matarás »
(Ex 20,13;Dt 5,17) tiene valor porque sólo Dios es Señor de la vida y de la muerte. 217 El
respeto debido a la inviolabilidad y a la integridad de la vida física tiene su culmen en el
mandamiento positivo: « Amarás a tu prójimo como a ti mismo » (Lv 19,18), con el cual
Jesucristo obliga a hacerse cargo del prójimo (cf. Mt 22,37-40; Mc 12,29-31; Lc 10,27-28).
113 Con esta particular vocación a la vida, el hombre y la mujer se encuentran también
frente a todas las demás criaturas. Ellos pueden y deben someterlas a su servicio y gozar de
ellas, pero su dominio sobre el mundo requiere el ejercicio de la responsabilidad, no es una
libertad de explotación arbitraria y egoísta. Toda la creación, en efecto, tiene el valor de «
cosa buena » (cf. Gn 1,10.12.18.21.25) ante la mirada de Dios, que es su Autor. El hombre
debe descubrir y respetar este valor: es éste un desafío maravilloso para su inteligencia, que
lo debe elevar como un ala 218 hacia la contemplación de la verdad de todas las criaturas, es
decir, de lo que Dios ve de bueno en ellas. El libro del Génesis enseña, en efecto, que el
dominio del hombre sobre el mundo consiste en dar un nombre a las cosas (cf. Gn 2,19-20):
con la denominación, el hombre debe reconocer las cosas por lo que son y establecer para
con cada una de ellas una relación de responsabilidad.219
114 El hombre está también en relación consigo mismo y puede reflexionar sobre sí mismo.
La Sagrada Escritura habla a este respecto del corazón del hombre. El corazón designa
precisamente la interioridad espiritual del hombre, es decir, cuanto lo distingue de cualquier
otra criatura: Dios « ha hecho todas las cosas apropiadas a su tiempo; también ha puesto el
afán en sus corazones, sin que el hombre llegue a descubrir la obra que Dios ha hecho de
principio a fin » (Qo 3,11). El corazón indica, en definitiva, las facultades espirituales
propias del hombre, sus prerrogativas en cuanto creado a imagen de su Creador: la razón, el
discernimiento del bien y del mal, la voluntad libre. 220 Cuando escucha la aspiración
profunda de su corazón, todo hombre no puede dejar de hacer propias las palabras de verdad
expresadas por San Agustín: « Tú lo estimulas para que encuentre deleite en tu alabanza; nos
creaste para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti ».221
115 La admirable visión de la creación del hombre por parte de Dios es inseparable del
dramático cuadro del pecado de los orígenes. Con una afirmación lapidaria el apóstol Pablo
sintetiza la narración de la caída del hombre contenida en las primeras páginas de la Biblia: «
por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte » (Rm 5,12). El
hombre, contra la prohibición de Dios, se deja seducir por la serpiente y extiende sus manos
al árbol de la vida, cayendo en poder de la muerte. Con este gesto el hombre intenta forzar su
límite de criatura, desafiando a Dios, su único Señor y fuente de la vida. Es un pecado de
desobediencia (cf. Rm 5,19) que separa al hombre de Dios.222
116 En la raíz de las laceraciones personales y sociales, que ofenden en modo diverso el
valor y la dignidad de la persona humana, se halla una herida en lo íntimo del hombre: «
Nosotros, a la luz de la fe, la llamamos pecado; comenzando por el pecado original que cada
uno lleva desde su nacimiento como una herencia recibida de sus progenitores, hasta el
pecado que cada uno comete, abusando de su propia libertad ». 224 La consecuencia del
pecado, en cuanto acto de separación de Dios, es precisamente la alienación, es decir la
división del hombre no sólo de Dios, sino también de sí mismo, de los demás hombres y del
mundo circundante: « la ruptura con Dios desemboca dramáticamente en la división entre los
hermanos. En la descripción del “primer pecado”, la ruptura con Yahveh rompe al mismo
tiempo el hilo de la amistad que unía a la familia humana, de tal manera que las páginas
siguientes del Génesis nos muestran al hombre y a la mujer como si apuntaran su dedo
acusando el uno hacia el otro (cf. Gn 3,12;); y más adelante el hermano que, hostil a su
hermano, termina por arrebatarle la vida (cf. Gn 4,2-16). Según la narración de los hechos de
Babel, la consecuencia del pecado es la desunión de la familia humana, ya iniciada con el
primer pecado, y que llega ahora al extremo en su forma social ». 225 Reflexionando sobre el
misterio del pecado es necesario tener en cuenta esta trágica concatenación de causa y efecto.
117 El misterio del pecado comporta una doble herida, la que el pecador abre en su propio
flanco y en su relación con el prójimo. Por ello se puede hablar de pecado personal y social:
todo pecado es personal bajo un aspecto; bajo otro aspecto, todo pecado es social, en cuanto
tiene también consecuencias sociales. El pecado, en sentido verdadero y propio, es siempre
un acto de la persona, porque es un acto de libertad de un hombre en particular, y no
propiamente de un grupo o de una comunidad, pero a cada pecado se le puede atribuir
indiscutiblemente el carácter de pecado social, teniendo en cuenta que « en virtud de una
solidaridad humana tan misteriosa e imperceptible como real y concreta, el pecado de cada
uno repercute en cierta manera en los demás ». 226 No es, por tanto, legítima y aceptable una
acepción del pecado social que, más o menos conscientemente, lleve a difuminar y casi a
cancelar el elemento personal, para admitir sólo culpas y responsabilidades sociales. En el
fondo de toda situación de pecado se encuentra siempre la persona que peca.
118 Algunos pecados, además, constituyen, por su objeto mismo, una agresión directa al
prójimo. Estos pecados, en particular, se califican como pecados sociales. Es social todo
pecado cometido contra la justicia en las relaciones entre persona y persona, entre la persona
y la comunidad, y entre la comunidad y la persona. Es social todo pecado contra los derechos
de la persona humana, comenzando por el derecho a la vida, incluido el del no-nacido, o
contra la integridad física de alguien; todo pecado contra la libertad de los demás,
especialmente contra la libertad de creer en Dios y de adorarlo; todo pecado contra la
dignidad y el honor del prójimo. Es social todo pecado contra el bien común y contra sus
exigencias, en toda la amplia esfera de los derechos y deberes de los ciudadanos. En fin, es
social el pecado que « se refiere a las relaciones entre las distintas comunidades humanas.
Estas relaciones no están siempre en sintonía con el designio de Dios, que quiere en el
mundo justicia, libertad y paz entre los individuos, los grupos y los pueblos ».227
119 Las consecuencias del pecado alimentan las estructuras de pecado. Estas tienen su raíz
en el pecado personal y, por tanto, están siempre relacionadas con actos concretos de las
personas, que las originan, las consolidan y las hacen difíciles de eliminar. Es así como se
fortalecen, se difunden, se convierten en fuente de otros pecados y condicionan la conducta
de los hombres.228 Se trata de condicionamientos y obstáculos, que duran mucho más que las
acciones realizadas en el breve arco de la vida de un individuo y que interfieren también en
el proceso del desarrollo de los pueblos, cuyo retraso y lentitud han de ser juzgados también
bajo este aspecto.229 Las acciones y las posturas opuestas a la voluntad de Dios y al bien del
prójimo y las estructuras que éstas generan, parecen ser hoy sobre todo dos: « el afán de
ganancia exclusiva, por una parte; y por otra, la sed de poder, con el propósito de imponer a
los demás la propia voluntad. A cada una de estas actitudes podría añadirse, para
caracterizarlas aún mejor, la expresión: “a cualquier precio” ».230
c) Universalidad del pecado y universalidad de la salvación
120 La doctrina del pecado original, que enseña la universalidad del pecado, tiene una
importancia fundamental: « Si decimos: “No tenemos pecado”, nos engañamos y la verdad
no está en nosotros » (1 Jn 1,8). Esta doctrina induce al hombre a no permanecer en la culpa
y a no tomarla a la ligera, buscando continuamente chivos expiatorios en los demás y
justificaciones en el ambiente, la herencia, las instituciones, las estructuras y las relaciones.
Se trata de una enseñanza que desenmascara tales engaños.
121 El realismo cristiano ve los abismos del pecado, pero lo hace a la luz de la esperanza,
más grande de todo mal, donada por la acción redentora de Jesucristo, que ha destruido el
pecado y la muerte (cf. Rm 5,18-21; 1 Co 15,56-57): « En Él, Dios ha reconciliado al hombre
consigo mismo ».231 Cristo, imagen de Dios (cf. 2 Co 4,4; Col 1,15), es Aquel que ilumina
plenamente y lleva a cumplimiento la imagen y semejanza de Dios en el hombre. La Palabra
que se hizo hombre en Jesucristo es desde siempre la vida y la luz del hombre, luz que
ilumina a todo hombre (cf. Jn 1,4.9). Dios quiere en el único mediador, Jesucristo su Hijo, la
salvación de todos los hombres (cf. 1 Tm 2,4-5). Jesús es al mismo tiempo el Hijo de Dios y
el nuevo Adán, es decir, el hombre nuevo (cf. 1 Co 15, 47-49; Rm 5,14): « Cristo, el nuevo
Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el
hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación ». 232 En Él, Dios nos «
predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos
hermanos » (Rm 8,29).
124 Iluminada por el admirable mensaje bíblico, la doctrina social de la Iglesia se detiene,
ante todo, en los aspectos principales e inseparables de la persona humana para captar las
facetas más importantes de su misterio y de su dignidad. En efecto, no han faltado en el
pasado, y aún se asoman dramáticamente a la escena de la historia actual, múltiples
concepciones reductivas, de carácter ideológico o simplemente debidas a formas difusas de
costumbres y pensamiento, que se refieren al hombre, a su vida y su destino. Estas
concepciones tienen en común el hecho de ofuscar la imagen del hombre acentuando sólo
alguna de sus características, con perjuicio de todas las demás.233
126 La fe cristiana, que invita a buscar en todas partes cuanto haya de bueno y digno del
hombre (cf. 1 Ts 5,21), « es muy superior a estas ideologías y queda situada a veces en
posición totalmente contraria a ellas, en la medida en que reconoce a Dios, trascendente y
creador, que interpela, a través de todos los niveles de lo creado, al hombre como libertad
responsable ».236
La doctrina social se hace cargo de las diferentes dimensiones del misterio del hombre, que
exige ser considerado « en la plena verdad de su existencia, de su ser personal y a la vez de
su ser comunitario y social »,237 con una atención específica, de modo que le pueda consentir
la valoración más exacta.
A) LA UNIDAD DE LA PERSONA
127 El hombre ha sido creado por Dios como unidad de alma y cuerpo: 238 « El alma
espiritual e inmortal es el principio de unidad del ser humano, es aquello por lo cual éste
existe como un todo —“corpore et anima unus”— en cuanto persona. Estas definiciones no
indican solamente que el cuerpo, para el cual ha sido prometida la resurrección, participará
de la gloria; recuerdan igualmente el vínculo de la razón y de la libre voluntad con todas las
facultades corpóreas y sensibles. La persona —incluido el cuerpo— está confiada
enteramente a sí misma, y es en la unidad de alma y cuerpo donde ella es el sujeto de sus
propios actos morales ».239
128 Mediante su corporeidad, el hombre unifica en sí mismo los elementos del mundo
material, « el cual alcanza por medio del hombre su más alta cima y alza la voz para la libre
alabanza del Creador ».240 Esta dimensión le permite al hombre su inserción en el mundo
material, lugar de su realización y de su libertad, no como en una prisión o en un exilio. No
es lícito despreciar la vida corporal; el hombre, al contrario, « debe tener por bueno y honrar
a su propio cuerpo, como criatura de Dios que ha de resucitar en el último día ». 241 La
dimensión corporal, sin embargo, a causa de la herida del pecado, hace experimentar al
hombre las rebeliones del cuerpo y las inclinaciones perversas del corazón, sobre las que
debe siempre vigilar para no dejarse esclavizar y para no permanecer víctima de una visión
puramente terrena de su vida.
129 El hombre, por tanto, tiene dos características diversas: es un ser material, vinculado a
este mundo mediante su cuerpo, y un ser espiritual, abierto a la trascendencia y al
descubrimiento de « una verdad más profunda », a causa de su inteligencia, que lo hace «
participante de la luz de la inteligencia divina ».243 La Iglesia afirma: « La unidad del alma y
del cuerpo es tan profunda que se debe considerar al alma como la “forma” del cuerpo, es
decir, gracias al alma espiritual, la materia que integra el cuerpo es un cuerpo humano y
viviente; en el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su
unión constituye una única naturaleza ».244 Ni el espiritualismo que desprecia la realidad del
cuerpo, ni el materialismo que considera el espíritu una mera manifestación de la materia,
dan razón de la complejidad, de la totalidad y de la unidad del ser humano.
a) Abierta a la trascendencia
La persona está abierta a la totalidad del ser, al horizonte ilimitado del ser. Tiene en sí la
capacidad de trascender los objetos particulares que conoce, gracias a su apertura al ser sin
fronteras. El alma humana es en un cierto sentido, por su dimensión cognoscitiva, todas las
cosas: « todas las cosas inmateriales gozan de una cierta infinidad, en cuanto abrazan todo, o
porque se trata de la esencia de una realidad espiritual que funge de modelo y semejanza de
todo, como es en el caso de Dios, o bien porque posee la semejanza de toda cosa o en acto
como en los Ángeles o en potencia como en las almas ».245
b) Única e irrepetible
131 El hombre existe como ser único e irrepetible, existe como un « yo », capaz de
autocomprenderse, autoposeerse y autodeterminarse. La persona humana es un ser
inteligente y consciente, capaz de reflexionar sobre sí mismo y, por tanto, de tener conciencia
de sí y de sus propios actos. Sin embargo, no son la inteligencia, la conciencia y la libertad
las que definen a la persona, sino que es la persona quien está en la base de los actos de
inteligencia, de conciencia y de libertad. Estos actos pueden faltar, sin que por ello el hombre
deje de ser persona.
132 Una sociedad justa puede ser realizada solamente en el respeto de la dignidad
trascendente de la persona humana. Ésta representa el fin último de la sociedad, que está a
ella ordenada: « El orden social, pues, y su progresivo desarrollo deben en todo momento
subordinarse al bien de la persona, ya que el orden real debe someterse al orden personal, y
no al contrario ».246 El respeto de la dignidad humana no puede absolutamente prescindir de
la obediencia al principio de « considerar al prójimo como otro yo, cuidando en primer lugar
de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente ». 247 Es preciso que todos los
programas sociales, científicos y culturales, estén presididos por la conciencia del primado
de cada ser humano.248
133 En ningún caso la persona humana puede ser instrumentalizada para fines ajenos a su
mismo desarrollo, que puede realizar plena y definitivamente sólo en Dios y en su proyecto
salvífico: el hombre, en efecto, en su interioridad, trasciende el universo y es la única criatura
que Dios ha amado por sí misma.249 Por esta razón, ni su vida, ni el desarrollo de su
pensamiento, ni sus bienes, ni cuantos comparten sus vicisitudes personales y familiares
pueden ser sometidos a injustas restricciones en el ejercicio de sus derechos y de su libertad.
134 Los auténticos cambios sociales son efectivos y duraderos solo si están fundados sobre
un cambio decidido de la conducta personal. No será posible jamás una auténtica
moralización de la vida social si no es a partir de las personas y en referencia a ellas: en
efecto, « el ejercicio de la vida moral proclama la dignidad de la persona humana ». 250 A las
personas compete, evidentemente, el desarrollo de las actitudes morales, fundamentales en
toda convivencia verdaderamente humana (justicia, honradez, veracidad, etc.), que de
ninguna manera se puede esperar de otros o delegar en las instituciones. A todos,
particularmente a quienes de diversas maneras están investidos de responsabilidad política,
jurídica o profesional frente a los demás, corresponde ser conciencia vigilante de la sociedad
y primeros testigos de una convivencia civil y digna del hombre.
C) LA LIBERTAD DE LA PERSONA
135 El hombre puede dirigirse hacia el bien sólo en la libertad, que Dios le ha dado como
signo eminente de su imagen: 251 « Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia
decisión (cf. Si 15,14), para que así busque espontáneamente a su Creador y, adhiriéndose
libremente a éste, alcance la plena y bienaventurada perfección. La dignidad humana
requiere, por tanto, que el hombre actúe según su conciencia y libre elección, es decir,
movido e inducido por convicción interna personal y no bajo la presión de un ciego impulso
interior o de la mera coacción externa ».252
El hombre justamente aprecia la libertad y la busca con pasión: justamente quiere —y debe
—, formar y guiar por su libre iniciativa su vida personal y social, asumiendo personalmente
su responsabilidad.253 La libertad, en efecto, no sólo permite al hombre cambiar
convenientemente el estado de las cosas exterior a él, sino que determina su crecimiento
como persona, mediante opciones conformes al bien verdadero: 254 de este modo, el hombre
se genera a sí mismo, es padre de su propio ser 255 y construye el orden social.256
137 El recto ejercicio de la libertad personal exige unas determinadas condiciones de orden
económico, social, jurídico, político y cultural que son, « con demasiada frecuencia,
desconocidas y violadas. Estas situaciones de ceguera y de injusticia gravan la vida moral y
colocan tanto a los fuertes como a los débiles en la tentación de pecar contra la caridad. Al
apartarse de la ley moral, el hombre atenta contra su propia libertad, se encadena a sí mismo,
rompe la fraternidad con sus semejantes y se rebela contra la verdad divina ». 259 La
liberación de las injusticias promueve la libertad y la dignidad humana: no obstante, « ante
todo, hay que apelar a las capacidades espirituales y morales de la persona y a la exigencia
permanente de la conversión interior si se quieren obtener cambios económicos y sociales
que estén verdaderamente al servicio del hombre ».260
138 En el ejercicio de la libertad, el hombre realiza actos moralmente buenos, que edifican
su persona y la sociedad, cuando obedece a la verdad, es decir, cuando no pretende ser
creador y dueño absoluto de ésta y de las normas éticas.261 La libertad, en efecto, « no tiene
su origen absoluto e incondicionado en sí misma, sino en la existencia en la que se encuentra
y para la cual representa, al mismo tiempo, un límite y una posibilidad. Es la libertad de una
criatura, o sea, una libertad donada, que se ha de acoger como un germen y hacer madurar
con responsabilidad ».262 En caso contrario, muere como libertad y destruye al hombre y a la
sociedad.263
139 La verdad sobre el bien y el mal se reconoce en modo práctico y concreto en el juicio de
la conciencia, que lleva a asumir la responsabilidad del bien cumplido o del mal cometido. «
Así, en el juicio práctico de la conciencia, que impone a la persona la obligación de realizar
un determinado acto, se manifiesta el vínculo de la libertad con la verdad. Precisamente por
esto la conciencia se expresa con actos de “juicio”, que reflejan la verdad sobre el bien, y no
como “decisiones” arbitrarias. La madurez y responsabilidad de estos juicios —y, en
definitiva, del hombre, que es su sujeto— se demuestran no con la liberación de la
conciencia de la verdad objetiva, en favor de una presunta autonomía de las propias
decisiones, sino, al contrario, con una apremiante búsqueda de la verdad y con dejarse guiar
por ella en el obrar ».264
140 El ejercicio de la libertad implica la referencia a una ley moral natural, de carácter
universal, que precede y aúna todos los derechos y deberes.265 La ley natural « no es otra
cosa que la luz de la inteligencia infundida en nosotros por Dios. Gracias a ella conocemos lo
que se debe hacer y lo que se debe evitar. Esta luz o esta ley Dios la ha donado a la creación
» 266 y consiste en la participación en su ley eterna, la cual se identifica con Dios
mismo.267Esta ley se llama natural porque la razón que la promulga es propia de la naturaleza
humana. Es universal, se extiende a todos los hombres en cuanto establecida por la razón. En
sus preceptos principales, la ley divina y natural está expuesta en el Decálogo e indica las
normas primeras y esenciales que regulan la vida moral.268 Se sustenta en la tendencia y la
sumisión a Dios, fuente y juez de todo bien, y en el sentido de igualdad de los seres humanos
entre sí. La ley natural expresa la dignidad de la persona y pone la base de sus derechos y de
sus deberes fundamentales.269
141 En la diversidad de las culturas, la ley natural une a los hombres entre sí, imponiendo
principios comunes. Aunque su aplicación requiera adaptaciones a la multiplicidad de las
condiciones de vida, según los lugares, las épocas y las circunstancias, 270 la ley natural es
inmutable, « subsiste bajo el flujo de ideas y costumbres y sostiene su progreso... Incluso
cuando se llega a renegar de sus principios, no se la puede destruir ni arrancar del corazón
del hombre. Resurge siempre en la vida de individuos y sociedades ».271
Sus preceptos, sin embargo, no son percibidos por todos con claridad e inmediatez. Las
verdades religiosas y morales pueden ser conocidas « de todos y sin dificultad, con una firme
certeza y sin mezcla de error »,272 sólo con la ayuda de la Gracia y de la Revelación. La ley
natural ofrece un fundamento preparado por Dios a la ley revelada y a la Gracia, en plena
armonía con la obra del Espíritu.273
142 La ley natural, que es ley de Dios, no puede ser cancelada por la maldad
humana.274Esta Ley es el fundamento moral indispensable para edificar la comunidad de los
hombres y para elaborar la ley civil, que infiere las consecuencias de carácter concreto y
contingente a partir de los principios de la ley natural. 275 Si se oscurece la percepción de la
universalidad de la ley moral natural, no se puede edificar una comunión real y duradera con
el otro, porque cuando falta la convergencia hacia la verdad y el bien, « cuando nuestros
actos desconocen o ignoran la ley, de manera imputable o no, perjudican la comunión de las
personas, causando daño ».276 En efecto, sólo una libertad que radica en la naturaleza común
puede hacer a todos los hombres responsables y es capaz de justificar la moral pública.
Quien se autoproclama medida única de las cosas y de la verdad no puede convivir
pacíficamente ni colaborar con sus semejantes.277
144 « Dios no hace acepción de personas (Hch 10,34;cf. Rm 2,11; Gn 2,6; Ef 6,9), porque
todos los hombres tienen la misma dignidad de criaturas a su imagen y semejanza.281 La
Encarnación del Hijo de Dios manifiesta la igualdad de todas las personas en cuanto a
dignidad: « Ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos
vosotros sois uno en Cristo Jesús » (Ga 3,28; cf. Rm 10,12; 1 Co 12,13; Col 3,11).
Puesto que en el rostro de cada hombre resplandece algo de la gloria de Dios, la dignidad
de todo hombre ante Dios es el fundamento de la dignidad del hombre ante los demás
hombres.282 Esto es, además, el fundamento último de la radical igualdad y fraternidad entre
los hombres, independientemente de su raza, Nación, sexo, origen, cultura y clase.
También en las relaciones entre pueblos y Estados, las condiciones de equidad y paridad son
el presupuesto para un progreso auténtico de la comunidad internacional.284 No obstante los
avances en esta dirección, es necesario no olvidar que aún existen demasiadas desigualdades
y formas de dependencia.285
146 « Masculino » y « femenino » diferencian a dos individuos de igual dignidad, que, sin
embargo, no poseen una igualdad estática, porque lo específico femenino es diverso de lo
específico masculino. Esta diversidad en la igualdad es enriquecedora e indispensable para
una armoniosa convivencia humana: « La condición para asegurar la justa presencia de la
mujer en la Iglesia y en la sociedad es una más penetrante y cuidadosa consideración de los
fundamentos antropológicos de la condición masculina y femenina, destinada a precisar la
identidad personal propia de la mujer en su relación de diversidad y de recíproca
complementariedad con el hombre, no sólo por lo que se refiere a los papeles a asumir y las
funciones a desempeñar, sino también y más profundamente, por lo que se refiere a su
significado personal ».287
148 Las personas minusválidas son sujetos plenamente humanos, titulares de derechos y
deberes: « A pesar de las limitaciones y los sufrimientos grabados en sus cuerpos y en sus
facultades, ponen más de relieve la dignidad y grandeza del hombre ». 291 Puesto que la
persona minusválida es un sujeto con todos sus derechos, ha de ser ayudada a participar en la
vida familiar y social en todas las dimensiones y en todos los niveles accesibles a sus
posibilidades.
E) LA SOCIABILIDAD HUMANA
149 La persona es constitutivamente un ser social,294 porque así la ha querido Dios que la
ha creado.295 La naturaleza del hombre se manifiesta, en efecto, como naturaleza de un ser
que responde a sus propias necesidades sobre la base de una subjetividad relacional, es decir,
como un ser libre y responsable, que reconoce la necesidad de integrarse y de colaborar con
sus semejantes y que es capaz de comunión con ellos en el orden del conocimiento y del
amor: « Una sociedad es un conjunto de personas ligadas de manera orgánica por un
principio de unidad que supera a cada una de ellas. Asamblea a la vez visible y espiritual,
una sociedad perdura en el tiempo: recoge el pasado y prepara el porvenir ».296
Es necesario, por tanto, destacar que la vida comunitaria es una característica natural que
distingue al hombre del resto de las criaturas terrenas. La actuación social comporta de suyo
un signo particular del hombre y de la humanidad, el de una persona que obra en una
comunidad de personas: este signo determina su calificación interior y constituye, en cierto
sentido, su misma naturaleza.297 Esta característica relacional adquiere, a la luz de la fe, un
sentido más profundo y estable. Creada a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26), y
constituida en el universo visible para vivir en sociedad (cf. Gn 2,20.23) y dominar la tierra
(cf. Gn 1,26.28-30), la persona humana está llamada desde el comienzo a la vida social: «
Dios no ha creado al hombre como un “ser solitario”, sino que lo ha querido como “ser
social”. La vida social no es, por tanto, exterior al hombre, el cual no puede crecer y realizar
su vocación si no es en relación con los otros ».298
151 La sociabilidad humana no es uniforme, sino que reviste múltiples expresiones. El bien
común depende, en efecto, de un sano pluralismo social. Las diversas sociedades están
llamadas a constituir un tejido unitario y armónico, en cuyo seno sea posible a cada una
conservar y desarrollar su propia fisonomía y autonomía. Algunas sociedades, como la
familia, la comunidad civil y la comunidad religiosa, corresponden más inmediatamente a la
íntima naturaleza del hombre, otras proceden más bien de la libre voluntad: « Con el fin de
favorecer la participación del mayor número de personas en la vida social, es preciso
impulsar, alentar la creación de asociaciones e instituciones de libre iniciativa “para fines
económicos, sociales, culturales, recreativos, deportivos, profesionales y políticos, tanto
dentro de cada una de las Naciones como en el plano mundial”. Esta “socialización” expresa
igualmente la tendencia natural que impulsa a los seres humanos a asociarse con el fin de
alcanzar objetivos que exceden las capacidades individuales. Desarrolla las cualidades de la
persona, en particular, su sentido de iniciativa y de responsabilidad. Ayuda a garantizar sus
derechos ».301
153 La raíz de los derechos del hombre se debe buscar en la dignidad que pertenece a todo
ser humano.305 Esta dignidad, connatural a la vida humana e igual en toda persona, se
descubre y se comprende, ante todo, con la razón. El fundamento natural de los derechos
aparece aún más sólido si, a la luz de la fe, se considera que la dignidad humana, después de
haber sido otorgada por Dios y herida profundamente por el pecado, fue asumida y redimida
por Jesucristo mediante su encarnación, muerte y resurrección.306
La fuente última de los derechos humanos no se encuentra en la mera voluntad de los seres
humanos,307 en la realidad del Estado o en los poderes públicos, sino en el hombre mismo y
en Dios su Creador. Estos derechos son « universales e inviolables y no pueden renunciarse
por ningún concepto ».308 Universales, porque están presentes en todos los seres humanos,
sin excepción alguna de tiempo, de lugar o de sujeto. Inviolables, en cuanto « inherentes a la
persona humana y a su dignidad » 309 y porque « sería vano proclamar los derechos, si al
mismo tiempo no se realizase todo esfuerzo para que sea debidamente asegurado su respeto
por parte de todos, en todas partes y con referencia a quien sea ». 310 Inalienables, porque «
nadie puede privar legítimamente de estos derechos a uno sólo de sus semejantes, sea quien
sea, porque sería ir contra su propia naturaleza ».311
154 Los derechos del hombre exigen ser tutelados no sólo singularmente, sino en su
conjunto: una protección parcial de ellos equivaldría a una especie de falta de
reconocimiento. Estos derechos corresponden a las exigencias de la dignidad humana y
comportan, en primer lugar, la satisfacción de las necesidades esenciales —materiales y
espirituales— de la persona: « Tales derechos se refieren a todas las fases de la vida y en
cualquier contexto político, social, económico o cultural. Son un conjunto unitario, orientado
decididamente a la promoción de cada uno de los aspectos del bien de la persona y de la
sociedad... La promoción integral de todas las categorías de los derechos humanos es la
verdadera garantía del pleno respeto por cada uno de los derechos ». 312 Universalidad e
indivisibilidad son las líneas distintivas de los derechos humanos: « Son dos principios guía
que exigen siempre la necesidad de arraigar los derechos humanos en las diversas culturas,
así como de profundizar en su dimensión jurídica con el fin de asegurar su pleno respeto ».313
155 Las enseñanzas de Juan XXIII,314 del Concilio Vaticano II,315 de Pablo VI 316 han ofrecido
amplias indicaciones acerca de la concepción de los derechos humanos delineada por el
Magisterio. Juan Pablo II ha trazado una lista de ellos en la encíclica « Centesimus annus »:
« El derecho a la vida, del que forma parte integrante el derecho del hijo a crecer bajo el
corazón de la madre después de haber sido concebido; el derecho a vivir en una familia unida
y en un ambiente moral, favorable al desarrollo de la propia personalidad; el derecho a
madurar la propia inteligencia y la propia libertad a través de la búsqueda y el conocimiento
de la verdad; el derecho a participar en el trabajo para valorar los bienes de la tierra y recabar
del mismo el sustento propio y de los seres queridos; el derecho a fundar libremente una
familia, a acoger y educar a los hijos, haciendo uso responsable de la propia
sexualidad. Fuente y síntesis de estos derechos es, en cierto sentido, la libertad religiosa,
entendida como derecho a vivir en la verdad de la propia fe y en conformidad con la
dignidad trascendente de la propia persona ».317
c) Derechos y deberes
156 Inseparablemente unido al tema de los derechos se encuentra el relativo a los deberes
del hombre, que halla en las intervenciones del Magisterio una acentuación adecuada.
Frecuentemente se recuerda la recíproca complementariedad entre derechos y deberes,
indisolublemente unidos, en primer lugar en la persona humana que es su sujeto
titular.322Este vínculo presenta también una dimensión social: « En la sociedad humana, a un
determinado derecho natural de cada hombre corresponde en los demás el deber de
reconocerlo y respetarlo ».323 El Magisterio subraya la contradicción existente en una
afirmación de los derechos que no prevea una correlativa responsabilidad: « Por tanto,
quienes, al reivindicar sus derechos, olvidan por completo sus deberes o no les dan la
importancia debida, se asemejan a los que derriban con una mano lo que con la otra
construyen ».324
Los derechos de las Naciones no son sino « los “derechos humanos” considerados a este
específico nivel de la vida comunitaria ».329 La Nación tiene « un derecho fundamental a la
existencia »; a la « propia lengua y cultura, mediante las cuales un pueblo expresa y
promueve su “soberanía” espiritual »; a « modelar su vida según las propias tradiciones,
excluyendo, naturalmente, toda violación de los derechos humanos fundamentales y, en
particular, la opresión de las minorías »; a « construir el propio futuro proporcionando a las
generaciones más jóvenes una educación adecuada ».330 El orden internacional exige
unequilibrio entre particularidad y universalidad, a cuya realización están llamadas todas las
Naciones, para las cuales el primer deber sigue siendo el de vivir en paz, respeto y
solidaridad con las demás Naciones.
158 La solemne proclamación de los derechos del hombre se ve contradicha por una
dolorosa realidad de violaciones, guerras y violencias de todo tipo: en primer lugar los
genocidios y las deportaciones en masa; la difusión por doquier de nuevas formas de
esclavitud, como el tráfico de seres humanos, los niños soldados, la explotación de los
trabajadores, el tráfico de drogas, la prostitución: « También en los países donde están
vigentes formas de gobierno democrático no siempre son respetados totalmente estos
derechos ».331
Existe desgraciadamente una distancia entre la « letra » y el « espíritu » de los derechos del
hombre332 a los que se ha tributado frecuentemente un respeto puramente formal. La doctrina
social, considerando el privilegio que el Evangelio concede a los pobres, no cesa de
confirmar que « los más favorecidos deben renunciar a algunos de sus derechos para poner
con mayor liberalidad sus bienes al servicio de los demás » y que una afirmación excesiva de
igualdad « puede dar lugar a un individualismo donde cada uno reivindique sus derechos sin
querer hacerse responsable del bien común ».333
CAPÍTULO CUARTO
I. SIGNIFICADO Y UNIDAD
160 Los principios permanentes de la doctrina social de la Iglesia 341 constituyen los
verdaderos y propios puntos de apoyo de la enseñanza social católica: se trata del principio
de la dignidad de la persona humana —ya tratado en el capítulo precedente— en el que
cualquier otro principio y contenido de la doctrina social encuentra fundamento, 342 del bien
común, de la subsidiaridad y de la solidaridad. Estos principios, expresión de la verdad
íntegra sobre el hombre conocida a través de la razón y de la fe, brotan « del encuentro del
mensaje evangélico y de sus exigencias —comprendidas en el Mandamiento supremo del
amor a Dios y al prójimo y en la Justicia— con los problemas que surgen en la vida de la
sociedad ».343 La Iglesia, en el curso de la historia y a la luz del Espíritu, reflexionando
sabiamente sobre la propia tradición de fe, ha podido dar a tales principios una fundación y
configuración cada vez más exactas, clarificándolos progresivamente, en el esfuerzo de
responder con coherencia a las exigencias de los tiempos y a los continuos desarrollos de la
vida social.
162 Los principios de la doctrina social deben ser apreciados en su unidad, conexión y
articulación. Esta exigencia radica en el significado, que la Iglesia misma da a la propia
doctrina social, de « corpus » doctrinal unitario que interpreta las realidades sociales de
modo orgánico.344 La atención a cada uno de los principios en su especificidad no debe
conducir a su utilización parcial y errónea, como ocurriría si se invocase como un elemento
desarticulado y desconectado con respecto de todos los demás. La misma profundización
teórica y aplicación práctica de uno solo de los principios sociales, muestran con claridad su
mutua conexión, reciprocidad y complementariedad. Estos fundamentos de la doctrina de la
Iglesia representan un patrimonio permanente de reflexión, que es parte esencial del mensaje
cristiano; pero van mucho más allá, ya que indican a todos las vías posibles para edificar una
vida social buena, auténticamente renovada.345
164 De la dignidad, unidad e igualdad de todas las personas deriva, en primer lugar, el
principio del bien común, al que debe referirse todo aspecto de la vida social para
encontrar plenitud de sentido. Según una primera y vasta acepción, por bien común se
entiende « el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y
a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección ».346
El bien común no consiste en la simple suma de los bienes particulares de cada sujeto del
cuerpo social. Siendo de todos y de cada uno es y permanece común, porque es indivisible y
porque sólo juntos es posible alcanzarlo, acrecentarlo y custodiarlo, también en vistas al
futuro. Como el actuar moral del individuo se realiza en el cumplimiento del bien, así el
actuar social alcanza su plenitud en la realización del bien común. El bien común se puede
considerar como la dimensión social y comunitaria del bien moral.
165 Una sociedad que, en todos sus niveles, quiere positivamente estar al servicio del ser
humano es aquella que se propone como meta prioritaria el bien común, en cuanto bien de
todos los hombres y de todo el hombre.347 La persona no puede encontrar realización sólo en
sí misma, es decir, prescindir de su ser « con » y « para » los demás. Esta verdad le impone
no una simple convivencia en los diversos niveles de la vida social y relacional, sino también
la búsqueda incesante, de manera práctica y no sólo ideal, del bien, es decir, del sentido y de
la verdad que se encuentran en las formas de vida social existentes. Ninguna forma expresiva
de la sociabilidad —desde la familia, pasando por el grupo social intermedio, la asociación,
la empresa de carácter económico, la ciudad, la región, el Estado, hasta la misma comunidad
de los pueblos y de las Naciones— puede eludir la cuestión acerca del propio bien común,
que es constitutivo de su significado y auténtica razón de ser de su misma subsistencia.348
166 Las exigencias del bien común derivan de las condiciones sociales de cada época y
están estrechamente vinculadas al respeto y a la promoción integral de la persona y de sus
derechos fundamentales.349 Tales exigencias atañen, ante todo, al compromiso por la paz, a la
correcta organización de los poderes del Estado, a un sólido ordenamiento jurídico, a la
salvaguardia del ambiente, a la prestación de los servicios esenciales para las personas,
algunos de los cuales son, al mismo tiempo, derechos del hombre: alimentación, habitación,
trabajo, educación y acceso a la cultura, transporte, salud, libre circulación de las
informaciones y tutela de la libertad religiosa.350 Sin olvidar la contribución que cada Nación
tiene el deber de dar para establecer una verdadera cooperación internacional, en vistas del
bien común de la humanidad entera, teniendo en mente también las futuras generaciones.351
167 El bien común es un deber de todos los miembros de la sociedad: ninguno está exento de
colaborar, según las propias capacidades, en su consecución y desarrollo. 352 El bien común
exige ser servido plenamente, no según visiones reductivas subordinadas a las ventajas que
cada uno puede obtener, sino en base a una lógica que asume en toda su amplitud la
correlativa responsabilidad. El bien común corresponde a las inclinaciones más elevadas del
hombre,353 pero es un bien arduo de alcanzar, porque exige la capacidad y la búsqueda
constante del bien de los demás como si fuese el bien propio.
Todos tienen también derecho a gozar de las condiciones de vida social que resultan de la
búsqueda del bien común. Sigue siendo actual la enseñanza de Pío XI: es « necesario que la
partición de los bienes creados se revoque y se ajuste a las normas del bien común o de la
justicia social, pues cualquier persona sensata ve cuan gravísimo trastorno acarrea consigo
esta enorme diferencia actual entre unos pocos cargados de fabulosas riquezas y la
incontable multitud de los necesitados ».354
169 Para asegurar el bien común, el gobierno de cada país tiene el deber específico de
armonizar con justicia los diversos intereses sectoriales.358 La correcta conciliación de los
bienes particulares de grupos y de individuos es una de las funciones más delicadas del poder
público. En un Estado democrático, en el que las decisiones se toman ordinariamente por
mayoría entre los representantes de la voluntad popular, aquellos a quienes compete la
responsabilidad de gobierno están obligados a fomentar el bien común del país, no sólo
según las orientaciones de la mayoría, sino en la perspectiva del bien efectivo de todos los
miembros de la comunidad civil, incluidas las minorías.
170 El bien común de la sociedad no es un fin autárquico; tiene valor sólo en relación al
logro de los fines últimos de la persona y al bien común de toda la creación. Dios es el fin
último de sus criaturas y por ningún motivo puede privarse al bien común de su dimensión
trascendente, que excede y, al mismo tiempo, da cumplimiento a la dimensión
histórica.359Esta perspectiva alcanza su plenitud a la luz de la fe en la Pascua de Jesús, que
ilumina en plenitud la realización del verdadero bien común de la humanidad. Nuestra
historia —el esfuerzo personal y colectivo para elevar la condición humana— comienza y
culmina en Jesús: gracias a Él, por medio de Él y en vista de Él, toda realidad, incluida la
sociedad humana, puede ser conducida a su Bien supremo, a su cumplimiento. Una visión
puramente histórica y materialista terminaría por transformar el bien común en un
simple bienestar socioeconómico, carente de finalidad trascendente, es decir, de su más
profunda razón de ser.
a) Origen y significado
171 Entre las múltiples implicaciones del bien común, adquiere inmediato relieve el
principio del destino universal de los bienes: « Dios ha destinado la tierra y cuanto ella
contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados
deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la justicia y con la compañía de la
caridad ».360 Este principio se basa en el hecho que « el origen primigenio de todo lo que es
un bien es el acto mismo de Dios que ha creado al mundo y al hombre, y que ha dado a éste
la tierra para que la domine con su trabajo y goce de sus frutos (cf. Gn 1,28-29). Dios ha
dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin
excluir a nadie ni privilegiar a ninguno. He ahí, pues, la raíz primera del destino universal
de los bienes de la tierra. Ésta, por su misma fecundidad y capacidad de satisfacer las
necesidades del hombre, es el primer don de Dios para el sustento de la vida humana ». 361 La
persona, en efecto, no puede prescindir de los bienes materiales que responden a sus
necesidades primarias y constituyen las condiciones básicas para su existencia; estos bienes
le son absolutamente indispensables para alimentarse y crecer, para comunicarse, para
asociarse y para poder conseguir las más altas finalidades a que está llamada.362
172 El principio del destino universal de los bienes de la tierra está en la base del derecho
universal al uso de los bienes. Todo hombre debe tener la posibilidad de gozar del bienestar
necesario para su pleno desarrollo: el principio del uso común de los bienes, es el « primer
principio de todo el ordenamiento ético-social » 363 y « principio peculiar de la doctrina
social cristiana ».364 Por esta razón la Iglesia considera un deber precisar su naturaleza y sus
características. Se trata ante todo de un derecho natural, inscrito en la naturaleza del hombre,
y no sólo de un derecho positivo, ligado a la contingencia histórica; además este derecho es
«originario ».365 Es inherente a la persona concreta, a toda persona, y es prioritario respecto
a cualquier intervención humana sobre los bienes, a cualquier ordenamiento jurídico de los
mismos, a cualquier sistema y método socioeconómico: « Todos los demás derechos, sean
los que sean, comprendidos en ellos los de propiedad y comercio libre, a ello [destino
universal de los bienes] están subordinados: no deben estorbar, antes al contrario, facilitar su
realización, y es un deber social grave y urgente hacerlos volver a su finalidad primera ».366
173 La actuación concreta del principio del destino universal de los bienes, según los
diferentes contextos culturales y sociales, implica una precisa definición de los modos, de
los límites, de los objetos. Destino y uso universal no significan que todo esté a disposición
de cada uno o de todos, ni tampoco que la misma cosa sirva o pertenezca a cada uno o a
todos. Si bien es verdad que todos los hombres nacen con el derecho al uso de los bienes, no
lo es menos que, para asegurar un ejercicio justo y ordenado, son necesarias intervenciones
normativas, fruto de acuerdos nacionales e internacionales, y un ordenamiento jurídico que
determine y especifique tal ejercicio.
174 El principio del destino universal de los bienes invita a cultivar una visión de la
economía inspirada en valores morales que permitan tener siempre presente el origen y la
finalidad de tales bienes, para así realizar un mundo justo y solidario, en el que la creación
de la riqueza pueda asumir una función positiva. La riqueza, efectivamente, presenta esta
valencia, en la multiplicidad de las formas que pueden expresarla como resultado de un
proceso productivo de elaboración técnico-económica de los recursos disponibles, naturales
y derivados; es un proceso que debe estar guiado por la inventiva, por la capacidad de
proyección, por el trabajo de los hombres, y debe ser empleado como medio útil para
promover el bienestar de los hombres y de los pueblos y para impedir su exclusión y
explotación.
175 El destino universal de los bienes comporta un esfuerzo común dirigido a obtener para
cada persona y para todos los pueblos las condiciones necesarias de un desarrollo integral,
de manera que todos puedan contribuir a la promoción de un mundo más humano, « donde
cada uno pueda dar y recibir, y donde el progreso de unos no sea obstáculo para el desarrollo
de otros ni un pretexto para su servidumbre ».367 Este principio corresponde al llamado que el
Evangelio incesantemente dirige a las personas y a las sociedades de todo tiempo, siempre
expuestas a las tentaciones del deseo de poseer, a las que el mismo Señor Jesús quiso
someterse (cf. Mc 1,12-13; Mt 4,1-11; Lc 4,1-13) para enseñarnos el modo de superarlas con
su gracia.
179 La actual fase histórica, poniendo a disposición de la sociedad bienes nuevos, del todo
desconocidos hasta tiempos recientes, impone una relectura del principio del destino
universal de los bienes de la tierra, haciéndose necesaria una extensión que comprenda
también los frutos del reciente progreso económico y tecnológico. La propiedad de los
nuevos bienes, fruto del conocimiento, de la técnica y del saber, resulta cada vez más
decisiva, porque en ella « mucho más que en los recursos naturales, se funda la riqueza de las
Naciones industrializadas ».379
Los nuevos conocimientos técnicos y científicos deben ponerse al servicio de las necesidades
primarias del hombre, para que pueda aumentarse gradualmente el patrimonio común de la
humanidad. La plena actuación del principio del destino universal de los bienes requiere, por
tanto, acciones a nivel internacional e iniciativas programadas por parte de todos los países:
« Hay que romper las barreras y los monopolios que dejan a tantos pueblos al margen del
desarrollo, y asegurar a todos —individuos y Naciones— las condiciones básicas que
permitan participar en dicho desarrollo ».380
180 Si bien en el proceso de desarrollo económico y social adquieren notable relieve formas
de propiedad desconocidas en el pasado, no se pueden olvidar, sin embargo, las
tradicionales. La propiedad individual no es la única forma legítima de posesión. Reviste
particular importancia también la antigua forma de propiedad comunitaria que, presente
también en los países económicamente avanzados, caracteriza de modo peculiar la estructura
social de numerosos pueblos indígenas. Es una forma de propiedad que incide muy
profundamente en la vida económica, cultural y política de aquellos pueblos, hasta el punto
de constituir un elemento fundamental para su supervivencia y bienestar. La defensa y la
valoración de la propiedad comunitaria no deben excluir, sin embargo, la conciencia de que
también este tipo de propiedad está destinado a evolucionar. Si se actuase sólo para
garantizar su conservación, se correría el riesgo de anclarla al pasado y, de este modo,
ponerla en peligro.381
Sigue siendo vital, especialmente en los países en vías de desarrollo o que han salido de
sistemas colectivistas o de colonización, la justa distribución de la tierra. En las zonas
rurales, la posibilidad de acceder a la tierra mediante las oportunidades ofrecidas por los
mercados de trabajo y de crédito, es condición necesaria para el acceso a los demás bienes y
servicios; además de constituir un camino eficaz para la salvaguardia del ambiente, esta
posibilidad representa un sistema de seguridad social realizable también en los países que
tienen una estructura administrativa débil.382
181 De la propiedad deriva para el sujeto poseedor, sea éste un individuo o una comunidad,
una serie de ventajas objetivas: mejores condiciones de vida, seguridad para el futuro,
mayores oportunidades de elección. De la propiedad, por otro lado, puede proceder también
una serie de promesas ilusorias y tentadoras. El hombre o la sociedad que llegan al punto de
absolutizar el derecho de propiedad, terminan por experimentar la esclavitud más radical.
Ninguna posesión, en efecto, puede ser considerada indiferente por el influjo que ejerce,
tanto sobre los individuos, como sobre las instituciones; el poseedor que incautamente
idolatra sus bienes (cf. Mt 6,24; 19,21-26; Lc 16,13) resulta, más que nunca, poseído y
subyugado por ellos.383 Sólo reconociéndoles la dependencia de Dios creador y,
consecuentemente, orientándolos al bien común, es posible conferir a los bienes materiales la
función de instrumentos útiles para el crecimiento de los hombres y de los pueblos.
182 El principio del destino universal de los bienes exige que se vele con particular solicitud
por los pobres, por aquellos que se encuentran en situaciones de marginación y, en
cualquier caso, por las personas cuyas condiciones de vida les impiden un crecimiento
adecuado. A este propósito se debe reafirmar, con toda su fuerza, la opción preferencial por
los pobres:384 « Esta es una opción o una forma especial de primacía en el ejercicio de la
caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia. Se refiere a la vida
de cada cristiano, en cuanto imitador de la vida de Cristo, pero se aplica igualmente a
nuestras responsabilidades sociales y, consiguientemente, a nuestro modo de vivir y a las
decisiones que se deben tomar coherentemente sobre la propiedad y el uso de los bienes.
Pero hoy, vista la dimensión mundial que ha adquirido la cuestión social, este amor
preferencial, con las decisiones que nos inspira, no puede dejar de abarcar a las inmensas
muchedumbres de hambrientos, mendigos, sin techo, sin cuidados médicos y, sobre todo, sin
esperanza de un futuro mejor ».385
184 El amor de la Iglesia por los pobres se inspira en el Evangelio de las bienaventuranzas,
en la pobreza de Jesús y en su atención por los pobres. Este amor se refiere a la pobreza
material y también a las numerosas formas de pobreza cultural y religiosa.389 La Iglesia «
desde los orígenes, y a pesar de los fallos de muchos de sus miembros, no ha cesado de
trabajar para aliviarlos, defenderlos y liberarlos. Lo ha hecho mediante innumerables obras
de beneficencia, que siempre y en todo lugar continúan siendo indispensables ». 390 Inspirada
en el precepto evangélico: « De gracia lo recibisteis; dadlo de gracia » (Mt 10,8), la Iglesia
enseña a socorrer al prójimo en sus múltiples necesidades y prodiga en la comunidad
humana innumerables obras de misericordia corporales y espirituales: « Entre estas obras, la
limosna hecha a los pobres es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es
también una práctica de justicia que agrada a Dios », 391 aun cuando la práctica de la caridad
no se reduce a la limosna, sino que implica la atención a la dimensión social y política del
problema de la pobreza. Sobre esta relación entre caridad y justicia retorna constantemente la
enseñanza de la Iglesia: « Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les
hacemos liberalidades personales, sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que realizar
un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia ». 392 Los Padres
Conciliares recomiendan con fuerza que se cumpla este deber « para no dar como ayuda de
caridad lo que ya se debe por razón de justicia ». 393 El amor por los pobres es ciertamente «
incompatible con el amor desordenado de las riquezas o su uso egoísta » 394 (cf. St 5,1-6).
a) Origen y significado
Conforme a este principio, todas las sociedades de orden superior deben ponerse en una
actitud de ayuda (« subsidium ») —por tanto de apoyo, promoción, desarrollo— respecto a
las menores. De este modo, los cuerpos sociales intermedios pueden desarrollar
adecuadamente las funciones que les competen, sin deber cederlas injustamente a otras
agregaciones sociales de nivel superior, de las que terminarían por ser absorbidos y
sustituidos y por ver negada, en definitiva, su dignidad propia y su espacio vital.
b) Indicaciones concretas
187 El principio de subsidiaridad protege a las personas de los abusos de las instancias
sociales superiores e insta a estas últimas a ayudar a los particulares y a los cuerpos
intermedios a desarrollar sus tareas. Este principio se impone porque toda persona, familia
y cuerpo intermedio tiene algo de original que ofrecer a la comunidad. La experiencia
constata que la negación de la subsidiaridad, o su limitación en nombre de una pretendida
democratización o igualdad de todos en la sociedad, limita y a veces también anula, el
espíritu de libertad y de iniciativa.
188 Diversas circunstancias pueden aconsejar que el Estado ejercite una función de
suplencia.401 Piénsese, por ejemplo, en las situaciones donde es necesario que el Estado
mismo promueva la economía, a causa de la imposibilidad de que la sociedad civil asuma
autónomamente la iniciativa; piénsese también en las realidades de grave desequilibrio e
injusticia social, en las que sólo la intervención pública puede crear condiciones de mayor
igualdad, de justicia y de paz. A la luz del principio de subsidiaridad, sin embargo, esta
suplencia institucional no debe prolongarse y extenderse más allá de lo estrictamente
necesario, dado que encuentra justificación sólo en lo excepcional de la situación. En todo
caso, el bien común correctamente entendido, cuyas exigencias no deberán en modo alguno
estar en contraste con la tutela y la promoción del primado de la persona y de sus principales
expresiones sociales, deberá permanecer como el criterio de discernimiento acerca de la
aplicación del principio de subsidiaridad.
V. LA PARTICIPACIÓN
a) Significado y valor
b) Participación y democracia
191 La participación puede lograrse en todas las relaciones posibles entre el ciudadano y
las instituciones: para ello, se debe prestar particular atención a los contextos históricos y
sociales en los que la participación debería actuarse verdaderamente. La superación de los
obstáculos culturales, jurídicos y sociales que con frecuencia se interponen, como verdaderas
barreras, a la participación solidaria de los ciudadanos en los destinos de la propia
comunidad, requiere una obra informativa y educativa.409 Una consideración cuidadosa
merecen, en este sentido, todas las posturas que llevan al ciudadano a formas de
participación insuficientes o incorrectas, y al difundido desinterés por todo lo que concierne
a la esfera de la vida social y política: piénsese, por ejemplo, en los intentos de los
ciudadanos de « contratar » con las instituciones las condiciones más ventajosas para sí
mismos, casi como si éstas estuviesen al servicio de las necesidades egoístas; y en la praxis
de limitarse a la expresión de la opción electoral, llegando aun en muchos casos, a
abstenerse.410
a) Significado y valor
193 Las nuevas relaciones de interdependencia entre hombres y pueblos, que son, de hecho,
formas de solidaridad, deben transformarse en relaciones que tiendan hacia una verdadera
y propia solidaridad ético-social, que es la exigencia moral ínsita en todas las relaciones
humanas. La solidaridad se presenta, por tanto, bajo dos aspectos complementarios: como
principio social 415 y como virtud moral.416
La solidaridad debe captarse, ante todo, en su valor de principio social ordenador de las
instituciones, según el cual las « estructuras de pecado »,417 que dominan las relaciones entre
las personas y los pueblos, deben ser superadas y transformadas en estructuras de
solidaridad, mediante la creación o la oportuna modificación de leyes, reglas de mercado,
ordenamientos.
195 El principio de solidaridad implica que los hombres de nuestro tiempo cultiven aún más
la conciencia de la deuda que tienen con la sociedad en la cual están insertos: son deudores
de aquellas condiciones que facilitan la existencia humana, así como del patrimonio,
indivisible e indispensable, constituido por la cultura, el conocimiento científico y
tecnológico, los bienes materiales e inmateriales, y todo aquello que la actividad humana ha
producido. Semejante deuda se salda con las diversas manifestaciones de la actuación social,
de manera que el camino de los hombres no se interrumpa, sino que permanezca abierto para
las generaciones presentes y futuras, llamadas unas y otras a compartir, en la solidaridad, el
mismo don.
Jesús de Nazaret hace resplandecer ante los ojos de todos los hombres el nexo entre
solidaridad y caridad, iluminando todo su significado: 424 « A la luz de la fe, la solidaridad
tiende a superarse a sí misma, al revestirse de las dimensiones específicamente cristianas de
gratuidad total, perdón y reconciliación. Entonces el prójimo no es solamente un ser humano
con sus derechos y su igualdad fundamental con todos, sino que se convierte en la imagen
viva de Dios Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción permanente
del Espíritu Santo. Por tanto, debe ser amado, aunque sea enemigo, con el mismo amor con
que le ama el Señor, y por él se debe estar dispuesto al sacrificio, incluso extremo: “dar la
vida por los hermanos” (cf. Jn 15,13) ».425
197 La doctrina social de la Iglesia, además de los principios que deben presidir la
edificación de una sociedad digna del hombre, indica también valores fundamentales. La
relación entre principios y valores es indudablemente de reciprocidad, en cuanto que los
valores sociales expresan el aprecio que se debe atribuir a aquellos determinados aspectos
del bien moral que los principios se proponen conseguir, ofreciéndose como puntos de
referencia para la estructuración oportuna y la conducción ordenada de la vida social. Los
valores requieren, por consiguiente, tanto la práctica de los principios fundamentales de la
vida social, como el ejercicio personal de las virtudes y, por ende, las actitudes morales
correspondientes a los valores mismos.426
Todos los valores sociales son inherentes a la dignidad de la persona humana, cuyo
auténtico desarrollo favorecen; son esencialmente: la verdad, la libertad, la justicia, el
amor.427 Su práctica es el camino seguro y necesario para alcanzar la perfección personal y
una convivencia social más humana; constituyen la referencia imprescindible para los
responsables de la vida pública, llamados a realizar « las reformas sustanciales de las
estructuras económicas, políticas, culturales y tecnológicas, y los cambios necesarios en las
instituciones ».428 El respeto de la legítima autonomía de las realidades terrenas lleva a la
Iglesia a no asumir competencias específicas de orden técnico y temporal, 429 pero no le
impide intervenir para mostrar cómo, en las diferentes opciones del hombre, estos valores
son afirmados o, por el contrario, negados.430
b) La verdad
198 Los hombres tienen una especial obligación de tender continuamente hacia la verdad,
respetarla y atestiguarla responsablemente.431 Vivir en la verdad tiene un importante
significado en las relaciones sociales: la convivencia de los seres humanos dentro de una
comunidad, en efecto, es ordenada, fecunda y conforme a su dignidad de personas, cuando se
funda en la verdad.432 Las personas y los grupos sociales cuanto más se esfuerzan por
resolver los problemas sociales según la verdad, tanto más se alejan del arbitrio y se adecúan
a las exigencias objetivas de la moralidad.
c) La libertad
199 La libertad es, en el hombre, signo eminente de la imagen divina y, como consecuencia,
signo de la sublime dignidad de cada persona humana: 435 « La libertad se ejercita en las
relaciones entre los seres humanos. Toda persona humana, creada a imagen de Dios, tiene el
derecho natural de ser reconocida como un ser libre y responsable. Todo hombre debe prestar
a cada cual el respeto al que éste tiene derecho. El derecho al ejercicio de la libertad es una
exigencia inseparable de la dignidad de la persona humana ». 436 No se debe restringir el
significado de la libertad, considerándola desde una perspectiva puramente individualista y
reduciéndola a un ejercicio arbitrario e incontrolado de la propia autonomía personal: «
Lejos de perfeccionarse en una total autarquía del yo y en la ausencia de relaciones, la
libertad existe verdaderamente sólo cuando los lazos recíprocos, regulados por la verdad y la
justicia, unen a las personas ».437 La comprensión de la libertad se vuelve profunda y amplia
cuando ésta es tutelada, también a nivel social, en la totalidad de sus dimensiones.
La libertad, por otra parte, debe ejercerse también como capacidad de rechazar lo que es
moralmente negativo, cualquiera que sea la forma en que se presente,439 como capacidad de
desapego efectivo de todo lo que puede obstaculizar el crecimiento personal, familiar y
social. La plenitud de la libertad consiste en la capacidad de disponer de sí mismo con vistas
al auténtico bien, en el horizonte del bien común universal.440
d) La justicia
203 La plena verdad sobre el hombre permite superar la visión contractual de la justicia,
que es una visión limitada, y abrirla al horizonte de la solidaridad y del amor: « Por sí sola,
la justicia no basta. Más aún, puede llegar a negarse a sí misma, si no se abre a la fuerza más
profunda que es el amor ».448 En efecto, junto al valor de la justicia, la doctrina social coloca
el de la solidaridad, en cuanto vía privilegiada de la paz. Si la paz es fruto de la justicia, «
hoy se podría decir, con la misma exactitud y análoga fuerza de inspiración bíblica
(cf. Is32,17; St 32,17), Opus solidaritatis pax, la paz como fruto de la solidaridad ». 449 La
meta de la paz, en efecto, « sólo se alcanzará con la realización de la justicia social e
internacional, y además con la práctica de las virtudes que favorecen la convivencia y nos
enseñan a vivir unidos, para construir juntos, dando y recibiendo, una sociedad nueva y un
mundo mejor ».450
204 Entre las virtudes en su conjunto y, especialmente entre las virtudes, los valores sociales
y la caridad, existe un vínculo profundo que debe ser reconocido cada vez más
profundamente. La caridad, a menudo limitada al ámbito de las relaciones de proximidad, o
circunscrita únicamente a los aspectos meramente subjetivos de la actuación en favor del
otro, debe ser reconsiderada en su auténtico valor de criterio supremo y universal de toda la
ética social. De todas las vías, incluidas las que se buscan y recorren para afrontar las formas
siempre nuevas de la actual cuestión social, la « más excelente » (1 Co 12,31) es la vía
trazada por la caridad.
SEGUNDA PARTE
CAPÍTULO QUINTO
LA FAMILIA
CÉLULA VITAL DE LA SOCIEDAD
210 En la familia se aprende a conocer el amor y la fidelidad del Señor, así como la
necesidad de corresponderle (cf. Ex 12,25-27; 13,8.14-15; Dt 6,20- 25; 13,7-11; 1 S 3,13);
los hijos aprenden las primeras y más decisivas lecciones de la sabiduría práctica a las que
van unidas las virtudes (cf. Pr 1,8-9; 4,1-4; 6,20-21; Si 3,1-16; 7,27-28). Por todo ello, el
Señor se hace garante del amor y de la fidelidad conyugales (cf. Ml 2,14-15).
Jesús nació y vivió en una familia concreta aceptando todas sus características propias 461 y
dio así una excelsa dignidad a la institución matrimonial, constituyéndola como sacramento
de la nueva alianza (cf. Mt 19,3-9). En esta perspectiva, la pareja encuentra su plena dignidad
y la familia su solidez.
211 Iluminada por la luz del mensaje bíblico, la Iglesia considera la familia como la
primera sociedad natural, titular de derechos propios y originarios, y la sitúa en el centro de
la vida social: relegar la familia « a un papel subalterno y secundario, excluyéndola del lugar
que le compete en la sociedad, significa causar un grave daño al auténtico crecimiento de
todo el cuerpo social ».462 La familia, ciertamente, nacida de la íntima comunión de vida y de
amor conyugal fundada sobre el matrimonio entre un hombre y una mujer, 463 posee una
específica y original dimensión social, en cuanto lugar primario de relaciones
interpersonales, célula primera y vital de la sociedad: 464 es una institución divina,
fundamento de la vida de las personas y prototipo de toda organización social.
212 La familia es importante y central en relación a la persona. En esta cuna de la vida y del
amor, el hombre nace y crece. Cuando nace un niño, la sociedad recibe el regalo de una
nueva persona, que está « llamada, desde lo más íntimo de sí a la comunión con los demás y
a la entrega a los demás ».465 En la familia, por tanto, la entrega recíproca del hombre y de la
mujer unidos en matrimonio, crea un ambiente de vida en el cual el niño puede « desarrollar
sus potencialidades, hacerse consciente de su dignidad y prepararse a afrontar su destino
único e irrepetible ».466
En el clima de afecto natural que une a los miembros de una comunidad familiar, las
personas son reconocidas y responsabilizadas en su integridad: « La primera estructura
fundamental a favor de la “ecología humana” es la familia, en cuyo seno el hombre recibe las
primeras nociones sobre la verdad y el bien; aprende qué quiere decir amar y ser amado y,
por consiguiente, qué quiere decir en concreto ser una persona ». 467 Las obligaciones de sus
miembros no están limitadas por los términos de un contrato, sino que derivan de la esencia
misma de la familia, fundada sobre un pacto conyugal irrevocable y estructurada por las
relaciones que derivan de la generación o adopción de los hijos.
Todo modelo social que busque el bien del hombre no puede prescindir de la centralidad y
de la responsabilidad social de la familia. La sociedad y el Estado, en sus relaciones con la
familia, tienen la obligación de atenerse al principio de subsidiaridad. En virtud de este
principio, las autoridades públicas no deben sustraer a la familia las tareas que puede
desempeñar sola o libremente asociada con otras familias; por otra parte, las mismas
autoridades tienen el deber de auxiliar a la familia, asegurándole las ayudas que necesita para
asumir de forma adecuada todas sus responsabilidades.472
217 El matrimonio tiene como rasgos característicos: la totalidad, en razón de la cual los
cónyuges se entregan recíprocamente en todos los aspectos de la persona, físicos y
espirituales; la unidad que los hace « una sola carne » (Gn 2,24); la indisolubilidad y la
fidelidad que exige la donación recíproca y definitiva; la fecundidad a la que naturalmente
está abierto.479 El sabio designio de Dios sobre el matrimonio —designio accesible a la razón
humana, no obstante las dificultades debidas a la dureza del corazón (cf. Mt 19,8; Mc10,5)—
no puede ser juzgado exclusivamente a la luz de los comportamientos de hecho y de las
situaciones concretas que se alejan de él. La poligamia es una negación radical del designio
original de Dios, « porque es contraria a la igual dignidad personal del hombre y de la mujer,
que en el matrimonio se dan con un amor total y por lo mismo único y exclusivo ».480
219 Los bautizados, por institución de Cristo, viven la realidad humana y original del
matrimonio, en la forma sobrenatural del sacramento, signo e instrumento de Gracia. La
historia de la salvación está atravesada por el tema de la alianza esponsal, expresión
significativa de la comunión de amor entre Dios y los hombres y clave simbólica para
comprender las etapas de la alianza entre Dios y su pueblo. 485 El centro de la revelación del
proyecto de amor divino es el don que Dios hace a la humanidad de su Hijo Jesucristo, « el
Esposo que ama y se da como Salvador de la humanidad, uniéndola a sí como su cuerpo. El
revela la verdad original del matrimonio, la verdad del “principio” (cf. Gn 2,24; Mt 19,5) y,
liberando al hombre de la dureza del corazón, lo hace capaz de realizarla plenamente ». 486Del
amor esponsal de Cristo por la Iglesia, cuya plenitud se manifiesta en la entrega consumada
en la Cruz, brota la sacramentalidad del matrimonio, cuya Gracia conforma el amor de los
esposos con el Amor de Cristo por la Iglesia. El matrimonio, en cuanto sacramento, es una
alianza de un hombre y una mujer en el amor.487
220 El sacramento del matrimonio asume la realidad humana del amor conyugal con todas
las implicaciones y « capacita y compromete a los esposos y a los padres cristianos a vivir su
vocación de laicos, y, por consiguiente, a “buscar el Reino de Dios gestionando los asuntos
temporales y ordenándolos según Dios” ».488 Íntimamente unida a la Iglesia por el vínculo
sacramental que la hace Iglesia doméstica o pequeña Iglesia, la familia cristiana está llamada
« a ser signo de unidad para el mundo y a ejercer de ese modo su función profética, dando
testimonio del Reino y de la paz de Cristo, hacia el cual el mundo entero está en camino ».489
La caridad conyugal, que brota de la caridad misma de Cristo, ofrecida por medio del
Sacramento, hace a los cónyuges cristianos testigos de una sociabilidad nueva, inspirada por
el Evangelio y por el Misterio pascual. La dimensión natural de su amor es constantemente
purificada, consolidada y elevada por la gracia sacramental. De esta manera, los cónyuges
cristianos, además de ayudarse recíprocamente en el camino de la santificación, son en el
mundo signo e instrumento de la caridad de Cristo. Con su misma vida, están llamados a ser
testigos y anunciadores del sentido religioso del matrimonio, que la sociedad actual reconoce
cada vez con mayor dificultad, especialmente cuando acepta visiones relativistas del mismo
fundamento natural de la institución matrimonial.
221 La familia se presenta como espacio de comunión —tan necesaria en una sociedad cada
vez más individualista—, que debe desarrollarse como una auténtica comunidad de
personas 490 gracias al incesante dinamismo del amor, dimensión fundamental de la
experiencia humana, cuyo lugar privilegiado para manifestarse es precisamente la familia: «
El amor hace que el hombre se realice mediante la entrega sincera de sí mismo. Amar
significa dar y recibir lo que no se puede comprar ni vender, sino sólo regalar libre y
recíprocamente ».491
Gracias al amor, realidad esencial para definir el matrimonio y la familia, cada persona,
hombre y mujer, es reconocida, aceptada y respetada en su dignidad. Del amor nacen
relaciones vividas como entrega gratuita, que « respetando y favoreciendo en todos y cada
uno la dignidad personal como único título de valor, se hace acogida cordial, encuentro y
diálogo, disponibilidad desinteresada, servicio generoso y solidaridad profunda ». 492 La
existencia de familias que viven con este espíritu pone al descubierto las carencias y
contradicciones de una sociedad que tiende a privilegiar relaciones basadas principalmente,
cuando no exclusivamente, en criterios de eficiencia y funcionalidad. La familia que vive
construyendo cada día una red de relaciones interpersonales, internas y externas, se convierte
en la « primera e insustituible escuela de socialidad, ejemplo y estímulo para las relaciones
comunitarias más amplias en un clima de respeto, justicia, diálogo y amor ».493
222 El amor se expresa también mediante la atención esmerada de los ancianos que viven
en la familia: su presencia supone un gran valor. Son un ejemplo de vinculación entre
generaciones, un recurso para el bienestar de la familia y de toda la sociedad: « No sólo
pueden dar testimonio de que hay aspectos de la vida, como los valores humanos y
culturales, morales y sociales, que no se miden en términos económicos o funcionales, sino
ofrecer también una aportación eficaz en el ámbito laboral y en el de la responsabilidad. Se
trata, en fin, no sólo de hacer algo por los ancianos, sino de aceptar también a estas personas
como colaboradores responsables, con modalidades que lo hagan realmente posible, como
agentes de proyectos compartidos, bien en fase de programación, de diálogo o de actuación
».494 Como dice la Sagrada Escritura, las personas « todavía en la vejez tienen fruto »
(Sal92,15). Los ancianos constituyen una importante escuela de vida, capaz de transmitir
valores y tradiciones y de favorecer el crecimiento de los más jóvenes: estos aprenden así a
buscar no sólo el propio bien, sino también el de los demás. Si los ancianos se hallan en una
situación de sufrimiento y dependencia, no sólo necesitan cuidados médicos y asistencia
adecuada, sino, sobre todo, ser tratados con amor.
223 El ser humano ha sido creado para amar y no puede vivir sin amor. El amor, cuando se
manifiesta en el don total de dos personas en su complementariedad, no puede limitarse a
emociones o sentimientos, y mucho menos a la mera expresión sexual. Una sociedad que
tiende a relativizar y a banalizar cada vez más la experiencia del amor y de la sexualidad,
exalta los aspectos efímeros de la vida y oscurece los valores fundamentales. Se hace más
urgente que nunca anunciar y testimoniar que la verdad del amor y de la sexualidad conyugal
se encuentra allí donde se realiza la entrega plena y total de las personas con las
características de la unidad y de la fidelidad.495 Esta verdad, fuente de alegría, esperanza y
vida, resulta impenetrable e inalcanzable mientras se permanezca encerrados en el
relativismo y en el escepticismo.
224 En relación a las teorías que consideran la identidad de género como un mero producto
cultural y social derivado de la interacción entre la comunidad y el individuo, con
independencia de la identidad sexual personal y del verdadero significado de la sexualidad,
la Iglesia no se cansará de ofrecer la propia enseñanza: « Corresponde a cada uno, hombre
y mujer, reconocer y aceptar su identidad sexual. La diferencia y
la complementariedadfísicas, morales y espirituales, están orientadas a los bienes del
matrimonio y al desarrollo de la vida familiar. La armonía de la pareja humana y de la
sociedad depende en parte de la manera en que son vividas entre los sexos la
complementariedad, la necesidad y el apoyo mutuos ».496 Esta perspectiva lleva a considerar
necesaria la adecuación del derecho positivo a la ley natural, según la cual la identidad
sexual es indiscutible, porque es la condición objetiva para formar una pareja en el
matrimonio.
226 La Iglesia no abandona a su suerte aquellos que, tras un divorcio, han vuelto a contraer
matrimonio. La Iglesia ora por ellos, los anima en las dificultades de orden espiritual que se
les presentan y los sostiene en la fe y en la esperanza. Por su parte, estas personas, en cuanto
bautizados, pueden y deben participar en la vida de la Iglesia: se les exhorta a escuchar la
Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la Misa, a perseverar en la oración, a
incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad a favor de la justicia y de
la paz, a educar a los hijos en la fe, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para
implorar así, día a día, la gracia de Dios.
Actuando así, la Iglesia profesa su propia fidelidad a Cristo y a su verdad; al mismo tiempo,
se comporta con ánimo materno para con estos hijos suyos, especialmente con aquellos que
sin culpa suya, han sido abandonados por su cónyuge legítimo. La Iglesia cree con firme
convicción que incluso cuantos se han apartado del mandamiento del Señor y persisten en
ese estado, podrán obtener de Dios la gracia de la conversión y de la salvación si perseveran
en la oración, en la penitencia y en la caridad.500
227 Las uniones de hecho, cuyo número ha ido progresivamente aumentando, se basan
sobre un falso concepto de la libertad de elección de los individuos 501 y sobre una
concepción privada del matrimonio y de la familia. El matrimonio no es un simple pacto de
convivencia, sino una relación con una dimensión social única respecto a las demás, ya que
la familia, con el cuidado y la educación de los hijos, se configura como el instrumento
principal e insustituible para el crecimiento integral de toda persona y para su positiva
inserción en la vida social.
230 El amor conyugal está por su naturaleza abierto a la acogida de la vida.512 En la tarea
procreadora se revela de forma eminente la dignidad del ser humano, llamado a hacerse
intérprete de la bondad y de la fecundidad que proviene de Dios: « La paternidad y la
maternidad humanas, aún siendo biológicamente parecidas a las de otros seres de la
naturaleza, tienen en sí mismas, de manera esencial y exclusiva, una “semejanza” con Dios,
sobre la que se funda la familia, entendida como comunidad de vida humana, como
comunidad de personas unidas en el amor (communio personarum) ».513
Las familias cristianas tienen, en virtud del sacramento recibido, la peculiar misión de ser
testigos y anunciadoras del Evangelio de la vida. Es un compromiso que adquiere, en la
sociedad, el valor de verdadera y valiente profecía. Por este motivo, « servir el Evangelio de
la vida supone que las familias, participando especialmente en asociaciones familiares,
trabajan para que las leyes e instituciones del Estado no violen de ningún modo el derecho a
la vida, desde la concepción hasta la muerte natural, sino que la defiendan y promuevan ».518
232 La familia contribuye de modo eminente al bien social por medio de la paternidad y la
maternidad responsables, formas peculiares de la especial participación de los cónyuges en
la obra creadora de Dios.519 La carga que conlleva esta responsabilidad, no se puede invocar
para justificar posturas egoístas, sino que debe guiar las opciones de los cónyuges hacia una
generosa acogida de la vida: « En relación con las condiciones físicas, económicas,
psicológicas y sociales, la paternidad responsable se pone en práctica, ya sea con la
deliberación ponderada y generosa de tener una familia numerosa, ya sea con la decisión,
tomada por graves motivos y en el respeto de la ley moral, de evitar un nuevo nacimiento
durante
algún tiempo o por tiempo indefinido ». 520 Las motivaciones que deben guiar a los esposos
en el ejercicio responsable de la paternidad y de la maternidad, derivan del pleno
reconocimiento de los propios deberes hacia Dios, hacia sí mismos, hacia la familia y hacia
la sociedad, en una justa jerarquía de valores.
233 En cuanto a los « medios » para la procreación responsable, se han de rechazar como
moralmente ilícitos tanto la esterilización como el aborto.521 Este último, en particular, es un
delito abominable y constituye siempre un desorden moral particularmente grave; 522lejos de
ser un derecho, es más bien un triste fenómeno que contribuye gravemente a la difusión de
una mentalidad contra la vida, amenazando peligrosamente la convivencia social justa y
democrática.523
234 El juicio acerca del intervalo entre los nacimientos y el número de los hijos corresponde
solamente a los esposos. Este es uno de sus derechos inalienables, que ejercen ante Dios,
considerando los deberes para consigo mismos, con los hijos ya nacidos, la familia y la
sociedad.528 La intervención del poder público, en el ámbito de su competencia, para la
difusión de una información apropiada y la adopción de oportunas medidas demográficas,
debe cumplirse respetando las personas y la libertad de las parejas: no puede jamás sustituir
sus decisiones; 529 tanto menos lo pueden hacer las diversas organizaciones que trabajan en
este campo.
236 Una cuestión de particular importancia social y cultural, por las múltiples y graves
implicaciones morales que presenta, es la clonación humana, término que, de por sí, en
sentido general, significa reproducción de una entidad biológica genéticamente idéntica a la
originante. La clonación ha adquirido, tanto en el pensamiento como en la praxis
experimental, diversos significados que suponen, a su vez, procedimientos diversos desde el
punto de vista de las modalidades técnicas de realización, así como finalidades diferentes.
Puede significar la simple replicación en laboratorio de células o de porciones de ADN. Pero
hoy específicamente se entiende por clonación la reproducción de individuos, en estado
embrional, con modalidades diversas de la fecundación natural y en modo que sean
genéticamente idénticos al individuo del que se originan. Este tipo de clonación puede tener
una finalidad reproductiva de embriones humanos o una finalidad, llamada terapéutica, que
tiende a utilizar estos embriones para fines de investigación científica o, más
específicamente, para la producción de células estaminales.
Desde el punto de vista ético, la simple replicación de células normales o de porciones del
ADN no presenta problemas particulares. Muy diferente es el juicio del Magisterio acerca de
la clonación propiamente dicha. Ésta es contraria a la dignidad de la procreación humana
porque se realiza en ausencia total del acto de amor personal entre los esposos, tratándose de
una reproducción agámica y asexual.534 En segundo lugar, este tipo de reproducción
representa una forma de dominio total sobre el individuo reproducido por parte de quien lo
reproduce.535 El hecho que la clonación se realice para reproducir embriones de los cuales
extraer células que puedan usarse con fines terapéuticos no atenúa la gravedad moral, porque
además para extraer tales células el embrión primero debe ser producido y después
eliminado.536
237 Los padres, como ministros de la vida, nunca deben olvidar que la dimensión espiritual
de la procreación merece una consideración superior a la reservada a cualquier otro
aspecto: « La paternidad y la maternidad representan un cometido de naturaleza no
simplemente física, sino espiritual; en efecto, por ellas pasa la genealogía de la persona, que
tiene su inicio eterno en Dios y que debe conducir a Él ». 537 Acogiendo la vida humana en la
unidad de sus dimensiones, físicas y espirituales, las familias contribuyen a la « comunión de
las generaciones », y dan así una contribución esencial e insustituible al desarrollo de la
sociedad. Por esta razón, « la familia tiene derecho a la asistencia de la sociedad en lo
referente a sus deberes en la procreación y educación de los hijos. Las parejas casadas con
familia numerosa, tienen derecho a una ayuda adecuada y no deben ser discriminadas ».538
c) La tarea educativa
238 Con la obra educativa, la familia forma al hombre en la plenitud de su dignidad, según
todas sus dimensiones, comprendida la social. La familia constituye « una comunidad de
amor y de solidaridad, insustituible para la enseñanza y transmisión de los valores culturales,
éticos, sociales, espirituales y religiosos, esenciales para el desarrollo y bienestar de sus
propios miembros y de la sociedad ».539 Cumpliendo con su misión educativa, la familia
contribuye al bien común y constituye la primera escuela de virtudes sociales, de la que
todas las sociedades tienen necesidad.540 La familia ayuda a que las personas desarrollen su
libertad y su responsabilidad, premisas indispensables para asumir cualquier tarea en la
sociedad. Además, con la educación se comunican algunos valores fundamentales, que deben
ser asimilados por cada persona, necesarios para ser ciudadanos libres, honestos y
responsables.541
239 La familia tiene una función original e insustituible en la educación de los hijos.542 El
amor de los padres, que se pone al servicio de los hijos para ayudarles a extraer de ellos («e-
ducere») lo mejor de sí mismos, encuentra su plena realización precisamente en la tarea
educativa: « El amor de los padres se transforma de fuente en alma y, por consiguiente,
ennorma que inspira y guía toda la acción educativa concreta, enriqueciéndola con los
valores de dulzura, constancia, bondad, servicio, desinterés, espíritu de sacrificio, que son el
fruto más precioso del amor ».543
240 Los padres son los primeros, pero no los únicos, educadores de sus hijos. Corresponde a
ellos, por tanto, ejercer con sentido de responsabilidad, la labor educativa en estrecha y
vigilante colaboración con los organismos civiles y eclesiales: « La misma dimensión
comunitaria, civil y eclesial, del hombre exige y conduce a una acción más amplia y
articulada, fruto de la colaboración ordenada de las diversas fuerzas educativas. Éstas son
necesarias, aunque cada una puede y debe intervenir con su competencia y con su
contribución propias ».546 Los padres tienen el derecho a elegir los instrumentos formativos
conformes a sus propias convicciones y a buscar los medios que puedan ayudarles mejor en
su misión educativa, incluso en el ámbito espiritual y religioso. Las autoridades públicas
tienen la obligación de garantizar este derecho y de asegurar las condiciones concretas que
permitan su ejercicio.547 En este contexto, se sitúa el tema de la colaboración entre familia e
institución escolar.
241 Los padres tienen el derecho de fundar y sostener instituciones educativas. Por su parte,
las autoridades públicas deben cuidar que « las subvenciones estatales se repartan de tal
manera que los padres sean verdaderamente libres para ejercer su derecho, sin tener que
soportar cargas injustas. Los padres no deben soportar, directa o indirectamente, aquellas
cargas suplementarias que impiden o limitan injustamente el ejercicio de esta libertad ». 548Ha
de considerarse una injusticia el rechazo de apoyo económico público a las escuelas no
estatales que tengan necesidad de él y ofrezcan un servicio a la sociedad civil: « Cuando el
Estado reivindica el monopolio escolar, va más allá de sus derechos y conculca la justicia...
El Estado no puede, sin cometer injusticia, limitarse a tolerar las escuelas llamadas privadas.
Éstas presentan un servicio público y tienen, por consiguiente, el derecho a ser ayudadas
económicamente ».549
243 Los padres tienen una particular responsabilidad en la esfera de la educación sexual. Es
de fundamental importancia, para un crecimiento armónico, que los hijos aprendan de modo
ordenado y progresivo el significado de la sexualidad y aprendan a apreciar los valores
humanos y morales a ella asociados: « Por los vínculos estrechos que hay entre la dimensión
sexual de la persona y sus valores éticos, esta educación debe llevar a los hijos a conocer y
estimar las normas morales como garantía necesaria y preciosa para un crecimiento personal
y responsable en la sexualidad humana ».553 Los padres tienen la obligación de verificar las
modalidades en que se imparte la educación sexual en las instituciones educativas, con el fin
de controlar que un tema tan importante y delicado sea tratado en forma apropiada.
Los derechos de los niños deben ser protegidos por los ordenamientos jurídicos. Es
necesario, sobre todo, el reconocimiento público en todos los países del valor social de la
infancia: « Ningún país del mundo, ningún sistema político, puede pensar en el propio futuro
de modo diverso si no es a través de la imagen de estas nuevas generaciones, que tomarán de
sus padres el múltiple patrimonio de los valores, de los deberes, de las aspiraciones de la
Nación a la que pertenecen, junto con el de toda la familia humana ». 555 El primer derecho
del niño es « a nacer en una familia verdadera »,556 un derecho cuyo respeto ha sido siempre
problemático y que hoy conoce nuevas formas de violación debidas al desarrollo de las
técnicas genéticas.
245 La situación de gran parte de los niños en el mundo dista mucho de ser satisfactoria,
por la falta de condiciones que favorezcan su desarrollo integral, a pesar de la existencia de
un específico instrumento jurídico internacional para tutelar los derechos del
niño,557ratificado por la casi totalidad de los miembros de la comunidad internacional. Se
trata de condiciones vinculadas a la carencia de servicios de salud, de una alimentación
adecuada, de posibilidades de recibir un mínimo de formación escolar y de una casa. Siguen
sin resolverse además algunos problemas gravísimos: el tráfico de niños, el trabajo infantil,
el fenómeno de los « niños de la calle », el uso de niños en conflictos armados, el
matrimonio de las niñas, la utilización de niños para el comercio de material pornográfico,
incluso a través de los más modernos y sofisticados instrumentos de comunicación social. Es
indispensable combatir, a nivel nacional e internacional, las violaciones de la dignidad de los
niños y de las niñas causadas por la explotación sexual, por las personas dedicadas a la
pedofilia y por las violencias de todo tipo infligidas a estas personas humanas, las más
indefensas.558 Se trata de actos delictivos que deben ser combatidos eficazmente con
adecuadas medidas preventivas y penales, mediante una acción firme por parte de las
diversas autoridades.
a) Solidaridad familiar
246 La subjetividad social de las familias, tanto individualmente como asociadas, se expresa
también con manifestaciones de solidaridad y ayuda mutua, no sólo entre las mismas
familias, sino también mediante diversas formas de participación en la vida social y política.
Se trata de la consecuencia de la realidad familiar fundada en el amor: naciendo del amor y
creciendo en él, la solidaridad pertenece a la familia como elemento constitutivo y
estructural.
Es una solidaridad que puede asumir el rostro del servicio y de la atención a cuantos viven en
la pobreza y en la indigencia, a los huérfanos, a los minusválidos, a los enfermos, a los
ancianos, a quien está de luto, a cuantos viven en la confusión, en la soledad o en el
abandono; una solidaridad que se abre a la acogida, a la tutela o a la adopción; que sabe
hacerse voz ante las instituciones de cualquier situación de carencia, para que intervengan
según sus finalidades específicas.
247 Las familias, lejos de ser sólo objeto de la acción política, pueden y deben ser sujeto de
esta actividad, movilizándose para « procurar que las leyes y las instituciones del Estado no
sólo no ofendan, sino que sostengan y defiendan positivamente los derechos y deberes de la
familia. En este sentido, las familias deben crecer en la conciencia de ser “protagonistas” de
la llamada “política familiar” y asumir la responsabilidad de transformar la sociedad ». 559Con
este fin, se ha de reforzar el asociacionismo familiar: « Las familias tienen el derecho de
formar asociaciones con otras familias e instituciones, con el fin de cumplir la tarea familiar
de manera apropiada y eficaz, así como defender los derechos, fomentar el bien y representar
los intereses de la familia. En el orden económico, social, jurídico y cultural, las familias y
las asociaciones familiares deben ver reconocido su propio papel en la planificación y el
desarrollo de programas que afectan a la vida familiar ».560
249 Una relación muy particular une a la familia con el trabajo: « La familia constituye uno
de los puntos de referencia más importantes, según los cuales debe formarse el orden socio-
ético del trabajo humano ».561 Esta relación hunde sus raíces en la conexión que existe entre
la persona y su derecho a poseer el fruto de su trabajo y atañe no sólo a la persona como
individuo, sino también como miembro de una familia, entendida como « sociedad
doméstica ».562
La aportación que la familia puede ofrecer a la realidad del trabajo es preciosa, y por
muchas razones, insustituible. Se trata de una contribución que se expresa tanto en términos
económicos como a través de los vastos recursos de solidaridad que la familia posee. Estos
últimos constituyen un apoyo importante para quien, en la familia, se encuentra sin trabajo o
está buscando una ocupación. Pero más radicalmente aún, es una contribución que se realiza
con la educación al sentido del trabajo y mediante el ofrecimiento de orientaciones y apoyos
ante las mismas decisiones profesionales.
250 Para tutelar esta relación entre familia y trabajo, un elemento importante que se ha de
apreciar y salvaguardar es el salario familiar, es decir, un salario suficiente que permita
mantener y vivir dignamente a la familia.564 Este salario debe permitir un cierto ahorro que
favorezca la adquisición de alguna forma de propiedad, como garantía de libertad. El
derecho a la propiedad se encuentra estrechamente ligado a la existencia de la familia, que se
protege de las necesidades gracias también al ahorro y a la creación de una propiedad
familiar.565Diversas pueden ser las formas de llevar a efecto el salario familiar. Contribuyen a
determinarlo algunas medidas sociales importantes, como los subsidios familiares y otras
prestaciones por las personas a cargo, así como la remuneración del trabajo en el hogar de
uno de los padres.566
251 En la relación entre la familia y el trabajo, una atención especial se reserva al trabajo
de la mujer en la familia, o labores de cuidado familiar, que implica también las
responsabilidades del hombre como marido y padre. Las labores de cuidado familiar,
comenzando por las de la madre, precisamente porque están orientadas y dedicadas al
servicio de la calidad de la vida, constituyen un tipo de actividad laboral eminentemente
personal y personalizante, que debe ser socialmente reconocida y valorada,567 incluso
mediante una retribución económica al menos semejante a la de otras labores. 568 Al mismo
tiempo, es necesario que se eliminen todos los obstáculos que impiden a los esposos ejercer
libremente su responsabilidad procreativa y, en especial, los que impiden a la mujer
desarrollar plenamente sus funciones maternas.569
252 El punto de partida para una relación correcta y constructiva entre la familia y la
sociedad es el reconocimiento de la subjetividad y de la prioridad social de la familia. Esta
íntima relación entre las dos « impone también que la sociedad no deje de cumplir su deber
fundamental de respetar y promover la familia misma ». 570 La sociedad y, en especial, las
instituciones estatales, —respetando la prioridad y « preeminencia » de la familia— están
llamadas a garantizar y favorecer la genuina identidad de la vida familiar y a evitar y
combatir todo lo que la altera y daña. Esto exige que la acción política y legislativa
salvaguarde los valores de la familia, desde la promoción de la intimidad y la convivencia
familiar, hasta el respeto de la vida naciente y la efectiva libertad de elección en la educación
de los hijos. La sociedad y el Estado no pueden, por tanto, ni absorber ni sustituir, ni reducir
la dimensión social de la familia; más bien deben honrarla, reconocerla, respetarla y
promoverla según el principio de subsidiaridad.571
254 El reconocimiento, por parte de las instituciones civiles y del Estado, de la prioridad de
la familia sobre cualquier otra comunidad y sobre la misma realidad estatal, comporta
superar las concepciones meramente individualistas y asumir la dimensión familiar como
perspectiva cultural y política, irrenunciable en la consideración de las personas. Ello no se
coloca como alternativa de los derechos que las personas poseen individualmente, sino más
bien como su apoyo y tutela. Esta perspectiva hace posible elaborar criterios normativos para
una solución correcta de los diversos problemas sociales, porque las personas no deben ser
consideradas sólo singularmente, sino también en relación a sus propios núcleos familiares,
cuyos valores específicos y exigencias han de ser tenidos en cuenta.
CAPÍTULO SEXTO
EL TRABAJO HUMANO
I. ASPECTOS BÍBLICOS
255 El Antiguo Testamento presenta a Dios como Creador omnipotente (cf. Gn 2,2; Jb 38-
41; Sal 104; Sal 147), que plasma al hombre a su imagen y lo invita a trabajar la
tierra (cf.Gn 2,5-6), y a custodiar el jardín del Edén en donde lo ha puesto (cf. Gn 2,15).
Dios confía a la primera pareja humana la tarea de someter la tierra y de dominar todo ser
viviente (cf. Gn1,28). El dominio del hombre sobre los demás seres vivos, sin embargo, no
debe ser despótico e irracional; al contrario, él debe « cultivar y custodiar » (cf. Gn 2,15) los
bienes creados por Dios: bienes que el hombre no ha creado sino que ha recibido como un
don precioso, confiado a su responsabilidad por el Creador. Cultivar la tierra significa no
abandonarla a sí misma; dominarla es tener cuidado de ella, así como un rey sabio cuida de
su pueblo y un pastor de su grey.
En el designio del Creador, las realidades creadas, buenas en sí mismas, existen en función
del hombre. El asombro ante el misterio de la grandeza del hombre hace exclamar al
salmista: « ¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, el hijo de Adán, para que de él te
cuides? Apenas inferior a un dios le hiciste, coronándole de gloria y de esplendor; le hiciste
señor de las obras de tus manos, todo fue puesto por ti bajo sus pies » (Sal 8,5-7).
256 El trabajo pertenece a la condición originaria del hombre y precede a su caída; no es,
por ello, ni un castigo ni una maldición. Se convierte en fatiga y pena a causa del pecado de
Adán y Eva, que rompen su relación confiada y armoniosa con Dios (cf. Gn 3, 6-8). La
prohibición de comer « del árbol de la ciencia del bien y del mal » (Gn 2,17) recuerda al
hombre que ha recibido todo como don y que sigue siendo una criatura y no el Creador. El
pecado de Adán y Eva fue provocado precisamente por esta tentación: « seréis como dioses »
(Gn 3,5). Quisieron tener el dominio absoluto sobre todas las cosas, sin someterse a la
voluntad del Creador. Desde entonces, el suelo se ha vuelto avaro, ingrato, sordamente hostil
(cf. Gn 4,12); sólo con el sudor de la frente será posible obtener el alimento (cf. Gn 3,17.19).
Sin embargo, a pesar del pecado de los primeros padres, el designio del Creador, el sentido
de sus criaturas y, entre estas, del hombre, llamado a ser cultivador y custodio de la creación,
permanecen inalterados.
257 El trabajo debe ser honrado porque es fuente de riqueza o, al menos, de condiciones
para una vida decorosa, y, en general, instrumento eficaz contra la
pobreza (cf. Pr 10,4).Pero no se debe ceder a la tentación de idolatrarlo, porque en él no se
puede encontrar el sentido último y definitivo de la vida. El trabajo es esencial, pero es
Dios, no el trabajo, la fuente de la vida y el fin del hombre. El principio fundamental de la
sabiduría es el temor del Señor; la exigencia de justicia, que de él deriva, precede a la del
beneficio: « Mejor es poco con temor de Yahvéh, que gran tesoro con inquietud » (Pr 15,16);
« Más vale poco, con justicia, que mucha renta sin equidad » (Pr 16,8).
260 En su predicación, Jesús enseña a los hombres a no dejarse dominar por el trabajo.
Deben, ante todo, preocuparse por su alma; ganar el mundo entero no es el objetivo de su
vida (cf. Mc 8,36). Los tesoros de la tierra se consumen, mientras los del cielo son
imperecederos: a estos debe apegar el hombre su corazón (cf. Mt 6,19-21). El trabajo no debe
afanar (cf. Mt 6,25.31.34): el hombre preocupado y agitado por muchas cosas, corre el
peligro de descuidar el Reino de Dios y su justicia (cf. Mt 6,33), del que tiene verdadera
necesidad; todo lo demás, incluido el trabajo, encuentra su lugar, su sentido y su valor, sólo
si está orientado a la única cosa necesaria, que no se le arrebatará jamás (cf. Lc 10,40-42).
263 El trabajo representa una dimensión fundamental de la existencia humana no sólo como
participación en la obra de la creación, sino también de la redención. Quien soporta la
penosa fatiga del trabajo en unión con Jesús coopera, en cierto sentido, con el Hijo de Dios
en su obra redentora y se muestra como discípulo de Cristo llevando la Cruz cada día, en la
actividad que está llamado a cumplir. Desde esta perspectiva, el trabajo puede ser
considerado como un medio de santificación y una animación de las realidades terrenas en el
Espíritu de Cristo.576 El trabajo, así presentado, es expresión de la plena humanidad del
hombre, en su condición histórica y en su orientación escatológica: su acción libre y
responsable muestra su íntima relación con el Creador y su potencial creativo, mientras
combate día a día la deformación del pecado, también al ganarse el pan con el sudor de su
frente.
c) El deber de trabajar
265 Los Padres de la Iglesia jamás consideran el trabajo como « opus servile », —como era
considerado, en cambio, en la cultura de su tiempo—, sino siempre como « opus humanum
», y tratan de honrarlo en todas sus expresiones. Mediante el trabajo, el hombre gobierna el
mundo colaborando con Dios; junto a Él, es señor y realiza obras buenas para sí mismo y
para los demás. El ocio perjudica el ser del hombre, mientras que la actividad es provechosa
para su cuerpo y su espíritu.577 El cristiano está obligado a trabajar no sólo para ganarse el
pan, sino también para atender al prójimo más pobre, a quien el Señor manda dar de comer,
de beber, vestirlo, acogerlo, cuidarlo y acompañarlo (cf. Mt 25,35-36).578 Cada trabajador,
afirma San Ambrosio, es la mano de Cristo que continúa creando y haciendo el bien.579
266 Con el trabajo y la laboriosidad, el hombre, partícipe del arte y de la sabiduría divina,
embellece la creación, el cosmos ya ordenado por el Padre; 580 suscita las energías sociales y
comunitarias que alimentan el bien común,581 en beneficio sobre todo de los más
necesitados. El trabajo humano, orientado hacia la caridad, se convierte en medio de
contemplación, se transforma en oración devota, en vigilante ascesis y en anhelante
esperanza del día que no tiene ocaso. « En esta visión superior, el trabajo, castigo y al mismo
tiempo premio de la actividad humana, comporta otra relación, esencialmente religiosa, que
ha expresado felizmente la fórmula benedictina: ¡Ora et labora! El hecho religioso confiere
al trabajo humano una espiritualidad animadora y redentora. Este parentesco entre trabajo y
religión refleja la alianza misteriosa, pero real, que media entre el actuar humano y el
providencial de Dios ».582
267 El curso de la historia está marcado por las profundas transformaciones y las grandes
conquistas del trabajo, pero también por la explotación de tantos trabajadores y las ofensas
a su dignidad. La revolución industrial planteó a la Iglesia un gran desafío, al que el
Magisterio social respondió con la fuerza profética, afirmando principios de validez
universal y de perenne actualidad, para bien del hombre que trabaja y de sus derechos.
268 La « Rerum novarum » es, ante todo, una apasionada defensa de la inalienable
dignidad de los trabajadores, a la cual se une la importancia del derecho de propiedad, del
principio de colaboración entre clases, de los derechos de los débiles y de los pobres, de las
obligaciones de los trabajadores y de los patronos, del derecho de asociación.
270 El trabajo humano tiene una doble dimensión: objetiva y subjetiva. En sentido
objetivo,es el conjunto de actividades, recursos, instrumentos y técnicas de las que el hombre
se sirve para producir, para dominar la tierra, según las palabras del libro del Génesis. El
trabajo ensentido subjetivo, es el actuar del hombre en cuanto ser dinámico, capaz de realizar
diversas acciones que pertenecen al proceso del trabajo y que corresponden a su vocación
personal: « El hombre debe someter la tierra, debe dominarla, porque, como “imagen de
Dios”, es una persona, es decir, un ser subjetivo capaz de obrar de manera programada y
racional, capaz de decidir acerca de sí y que tiende a realizarse a sí mismo. Como persona, el
hombre es, pues, sujeto del trabajo ».586
271 La subjetividad confiere al trabajo su peculiar dignidad, que impide considerarlo como
una simple mercancía o un elemento impersonal de la organización productiva. El trabajo,
independientemente de su mayor o menor valor objetivo, es expresión esencial de la persona,
es « actus personae ». Cualquier forma de materialismo y de economicismo que intentase
reducir el trabajador a un mero instrumento de producción, a simple fuerza-trabajo, a valor
exclusivamente material, acabaría por desnaturalizar irremediablemente la esencia del
trabajo, privándolo de su finalidad más noble y profundamente humana. La persona es la
medida de la dignidad del trabajo: « En efecto, no hay duda de que el trabajo humano tiene
un valor ético, el cual está vinculado completa y directamente al hecho de que quien lo lleva
a cabo es una persona ».587
La dimensión subjetiva del trabajo debe tener preeminencia sobre la objetiva, porque es la
del hombre mismo que realiza el trabajo, aquella que determina su calidad y su más alto
valor. Si falta esta conciencia o no se quiere reconocer esta verdad, el trabajo pierde su
significado más verdadero y profundo: en este caso, por desgracia frecuente y difundido, la
actividad laboral y las mismas técnicas utilizadas se consideran más importantes que el
hombre mismo y, de aliadas, se convierten en enemigas de su dignidad.
272 El trabajo humano no solamente procede de la persona, sino que está también
esencialmente ordenado y finalizado a ella. Independientemente de su contenido objetivo, el
trabajo debe estar orientado hacia el sujeto que lo realiza, porque la finalidad del trabajo, de
cualquier trabajo, es siempre el hombre. Aun cuando no se puede ignorar la importancia del
componente objetivo del trabajo desde el punto de vista de su calidad, esta componente, sin
embargo, está subordinada a la realización del hombre, y por ello a la dimensión subjetiva,
gracias a la cual es posible afirmar que el trabajo es para el hombre y no el hombre para el
trabajo y que « la finalidad del trabajo, de cualquier trabajo realizado por el hombre —
aunque fuera el trabajo “más corriente”, más monótono en la escala del modo común de
valorar, e incluso el que más margina—, sigue siendo siempre el hombre mismo ».588
273 El trabajo humano posee también una intrínseca dimensión social. El trabajo de un
hombre, en efecto, se vincula naturalmente con el de otros hombres: « Hoy, principalmente,
el trabajar es trabajar con otros y trabajar para otros: es un hacer algo para alguien
».589También los frutos del trabajo son ocasión de intercambio, de relaciones y de encuentro.
El trabajo, por tanto, no se puede valorar justamente si no se tiene en cuenta su naturaleza
social, « ya que, si no existe un verdadero cuerpo social y orgánico, si no hay un orden social
y jurídico que garantice el ejercicio del trabajo, si los diferentes oficios, dependientes unos
de otros, no colaboran y se completan entre sí y, lo que es más todavía, no se asocian y se
funden como en una unidad la inteligencia, el capital y el trabajo, la eficiencia humana no
será capaz de producir sus frutos. Luego el trabajo no puede ser valorado justamente ni
remunerado con equidad si no se tiene en cuenta su carácter social e individual ».590
274 El trabajo es también « una obligación, es decir, un deber ».591 El hombre debe trabajar,
ya sea porque el Creador se lo ha ordenado, ya sea porque debe responder a las exigencias de
mantenimiento y desarrollo de su misma humanidad. El trabajo se perfila como obligación
moral con respecto al prójimo, que es en primer lugar la propia familia, pero también la
sociedad a la que pertenece; la Nación de la cual se es hijo o hija; y toda la familia humana
de la que se es miembro: somos herederos del trabajo de generaciones y, a la vez, artífices
del futuro de todos los hombres que vivirán después de nosotros.
275 El trabajo confirma la profunda identidad del hombre creado a imagen y semejanza de
Dios: « Haciéndose —mediante su trabajo— cada vez más dueño de la tierra y confirmando
todavía —mediante el trabajo— su dominio sobre el mundo visible, el hombre, en cada caso
y en cada fase de este proceso, se coloca en la línea del plan original del Creador; lo cual está
necesaria e indisolublemente unido al hecho de que el hombre ha sido creado, varón y
hembra, “a imagen de Dios” ».592 Esto califica la actividad del hombre en el universo: no es
el dueño, sino el depositario, llamado a reflejar en su propio obrar la impronta de Aquel de
quien es imagen.
276 El trabajo, por su carácter subjetivo o personal, es superior a cualquier otro factor de
producción. Este principio vale, en particular, con respeto al capital. En la actualidad, el
término « capital » tiene diversas acepciones: en ciertas ocasiones indica los medios
materiales de producción de una empresa; en otras, los recursos financieros invertidos en una
iniciativa productiva o también, en operaciones de mercados bursátiles. Se habla también, de
modo no totalmente apropiado, de « capital humano », para significar los recursos humanos,
es decir las personas mismas, en cuanto son capaces de esfuerzo laboral, de conocimiento, de
creatividad, de intuición de las exigencias de sus semejantes, de acuerdo recíproco en cuanto
miembros de una organización. Se hace referencia al « capital social » cuando se quiere
indicar la capacidad de colaboración de una colectividad, fruto de la inversión en vínculos de
confianza recíproca. Esta multiplicidad de significados ofrece motivos ulteriores para
reflexionar acerca de qué pueda significar, en la actualidad, la relación entre trabajo y capital.
277 La doctrina social ha abordado las relaciones entre trabajo y capital destacando la
prioridad del primero sobre el segundo, así como su complementariedad.
El trabajo tiene una prioridad intrínseca con respecto al capital: « Este principio se refiere
directamente al proceso mismo de producción, respecto al cual el trabajo es siempre una
causa eficiente primaria, mientras el “capital”, siendo el conjunto de los medios de
producción, es sólo un instrumento o la causa instrumental. Este principio es una verdad
evidente, que se deduce de toda la experiencia histórica del hombre ». 593 Y « pertenece al
patrimonio estable de la doctrina de la Iglesia ».594
278 En la reflexión acerca de las relaciones entre trabajo y capital, sobre todo ante las
imponentes transformaciones de nuestro tiempo, se debe considerar que « el recurso
principal » y el « factor decisivo » 599 de que dispone el hombre es el hombre mismo y que «
el desarrollo integral de la persona humana en el trabajo no contradice, sino que favorece
más bien la mayor productividad y eficacia del trabajo mismo ».600 El mundo del trabajo, en
efecto, está descubriendo cada vez más que el valor del « capital humano » reside en los
conocimientos de los trabajadores, en su disponibilidad a establecer relaciones, en la
creatividad, en el carácter emprendedor de sí mismos, en la capacidad de afrontar
conscientemente lo nuevo, de trabajar juntos y de saber perseguir objetivos comunes. Se trata
de cualidades genuinamente personales, que pertenecen al sujeto del trabajo más que a los
aspectos objetivos, técnicos u operativos del trabajo mismo. Todo esto conlleva un cambio
de perspectiva en las relaciones entre trabajo y capital: se puede afirmar que, a diferencia de
cuanto sucedía en la antigua organización del trabajo, donde el sujeto acababa por
equipararse al objeto, a la máquina, hoy, en cambio, la dimensión subjetiva del trabajo tiende
a ser más decisiva e importante que la objetiva.
279 La relación entre trabajo y capital presenta, a menudo, los rasgos del conflicto, que
adquiere caracteres nuevos con los cambios en el contexto social y económico. Ayer, el
conflicto entre capital y trabajo se originaba, sobre todo, « por el hecho de que los
trabajadores, ofreciendo sus fuerzas para el trabajo, las ponían a disposición del grupo de los
empresarios, y que éste, guiado por el principio del máximo rendimiento, trataba de
establecer el salario más bajo posible para el trabajo realizado por los obreros
».601Actualmente, el conflicto presenta aspectos nuevos y, tal vez, más preocupantes: los
progresos científicos y tecnológicos y la mundialización de los mercados, de por sí fuente de
desarrollo y de progreso, exponen a los trabajadores al riesgo de ser explotados por los
engranajes de la economía y por la búsqueda desenfrenada de productividad.602
281 La relación entre trabajo y capital se realiza también mediante la participación de los
trabajadores en la propiedad, en su gestión y en sus frutos. Esta es una exigencia
frecuentemente olvidada, que es necesario, por tanto, valorar mejor: debe procurarse que «
toda persona, basándose en su propio trabajo, tenga pleno título a considerarse, al mismo
tiempo, “copropietario” de esa especie de gran taller de trabajo en el que se compromete con
todos. Un camino para conseguir esa meta podría ser la de asociar, en cuanto sea posible, el
trabajo a la propiedad del capital y dar vida a una rica gama de cuerpos intermedios con
finalidades económicas, sociales, culturales: cuerpos que gocen de una autonomía efectiva
respecto a los poderes públicos, que persigan sus objetivos específicos manteniendo
relaciones de colaboración leal y mutua, con subordinación a las exigencias del bien común,
y que ofrezcan forma y naturaleza de comunidades vivas, es decir, que los miembros
respectivos sean considerados y tratados como personas y sean estimulados a tomar parte
activa en la vida de dichas comunidades ».604 La nueva organización del trabajo, en la que el
saber cuenta más que la sola propiedad de los medios de producción, confirma de forma
concreta que el trabajo, por su carácter subjetivo, es título de participación: es indispensable
aceptar firmemente esta realidad para valorar la justa posición del trabajo en el proceso
productivo y para encontrar modalidades de participación conformes a la subjetividad del
trabajo en la peculiaridad de las diversas situaciones concretas.605
282 El Magisterio social de la Iglesia estructura la relación entre trabajo y capital también
respecto a la institución de la propiedad privada, al derecho y al uso de ésta. El derecho a la
propiedad privada está subordinado al principio del destino universal de los bienes y no debe
constituir motivo de impedimento al trabajo y al desarrollo de otros. La propiedad, que se
adquiere sobre todo mediante el trabajo, debe servir al trabajo. Esto vale de modo particular
para la propiedad de los medios de producción; pero el principio concierne también a los
bienes propios del mundo financiero, técnico, intelectual y personal.
Los medios de producción « no pueden ser poseídos contra el trabajo, no pueden ser ni
siquiera poseídos para poseer ».606 Su posesión se vuelve ilegítima « cuando o sirve para
impedir el trabajo de los demás u obtener unas ganancias que no son fruto de la expansión
global del trabajo y de la riqueza social, sino más bien de su limitación, de la explotación
ilícita, de la especulación y de la ruptura de la solidaridad en el mundo laboral ».607
283 La propiedad privada y pública, así como los diversos mecanismos del sistema
económico, deben estar predispuestas para garantizar una economía al servicio del hombre,
de manera que contribuyan a poner en práctica el principio del destino universal de los
bienes. En esta perspectiva adquiere gran importancia la cuestión relativa a la propiedad y al
uso de las nuevas tecnologías y conocimientos que constituyen, en nuestro tiempo, una
forma particular de propiedad, no menos importante que la propiedad de la tierra y del
capital.608Estos recursos, como todos los demás bienes, tienen un destino universal; por lo
tanto deben también insertarse en un contexto de normas jurídicas y de reglas sociales que
garanticen su uso inspirado en criterios de justicia, equidad y respeto de los derechos del
hombre. Los nuevos conocimientos y tecnologías, gracias a sus enormes potencialidades,
pueden contribuir en modo decisivo a la promoción del progreso social, pero pueden
convertirse en factor de desempleo y ensanchamiento de la distancia entre zonas
desarrolladas y subdesarrolladas, si permanecen concentrados en los países más ricos o en
manos de grupos reducidos de poder.
e) El descanso festivo
284 El descanso festivo es un derecho.609 « El día séptimo cesó Dios de toda la tarea que
había hecho » (Gn 2,2): también los hombres, creados a su imagen, deben gozar del descanso
y tiempo libre para poder atender la vida familiar, cultural, social y religiosa. 610 A esto
contribuye la institución del día del Señor.611 Los creyentes, durante el domingo y en los
demás días festivos de precepto, deben abstenerse de « trabajos o actividades que impidan el
culto debido a Dios, la alegría propia del día del Señor, la práctica de las obras de
misericordia y el descanso necesario del espíritu y del cuerpo ». 612 Necesidades familiares o
exigencias de utilidad social pueden legítimamente eximir del descanso dominical, pero no
deben crear costumbres perjudiciales para la religión, la vida familiar y la salud.
285 El domingo es un día que se debe santificar mediante una caridad efectiva, dedicando
especial atención a la familia y a los parientes, así como también a los enfermos y a los
ancianos. Tampoco se debe olvidar a los « hermanos que tienen las misma necesidades y los
mismos derechos y no pueden descansar a causa de la pobreza y la miseria ». 613 Es además
un tiempo propicio para la reflexión, el silencio y el estudio, que favorecen el crecimiento de
la vida interior y cristiana. Los creyentes deberán distinguirse, también en este día, por su
moderación, evitando todos los excesos y las violencias que frecuentemente caracterizan las
diversiones masivas.614 El día del Señor debe vivirse siempre como el día de la liberación,
que lleva a participar en « la reunión solemne y asamblea de los primogénitos inscritos en los
cielos » (Hb 12,22-23) y anticipa la celebración de la Pascua definitiva en la gloria del
cielo.615
286 Las autoridades públicas tienen el deber de vigilar para que los ciudadanos no se vean
privados, por motivos de productividad económica, de un tiempo destinado al descanso y al
culto divino. Los patronos tienen una obligación análoga con respecto a sus empleados. 616Los
cristianos deben esforzarse, respetando la libertad religiosa y el bien común de todos, para
que las leyes reconozcan el domingo y las demás solemnidades litúrgicas como días festivos:
« Deben dar a todos un ejemplo público de oración, de respeto y de alegría, y defender sus
tradiciones como una contribución preciosa a la vida espiritual de la sociedad humana
».617 Todo cristiano deberá « evitar imponer sin necesidad a otro lo que le impediría guardar
el día del Señor ».618
a) El trabajo es necesario
287 El trabajo es un derecho fundamental y un bien para el hombre: 619 un bien útil, digno de
él, porque es idóneo para expresar y acrecentar la dignidad humana. La Iglesia enseña el
valor del trabajo no sólo porque es siempre personal, sino también por el carácter de
necesidad.620 El trabajo es necesario para formar y mantener una familia, 621 adquirir el
derecho
a la propiedad 622 y contribuir al bien común de la familia humana. 623 La consideración de las
implicaciones morales que la cuestión del trabajo comporta en la vida social, lleva a la
Iglesia a indicar la desocupación como una « verdadera calamidad social », 624 sobre todo en
relación con las jóvenes generaciones.
288 El trabajo es un bien de todos, que debe estar disponible para todos aquellos capaces
de él. La « plena ocupación » es, por tanto, un objetivo obligado para todo ordenamiento
económico orientado a la justicia y al bien común. Una sociedad donde el derecho al trabajo
sea anulado o sistemáticamente negado y donde las medidas de política económica no
permitan a los trabajadores alcanzar niveles satisfactorios de ocupación, « no puede
conseguir su legitimación ética ni la justa paz social ». 625 Una función importante y, por ello,
una responsabilidad específica y grave, tienen en este ámbito los « empresarios indirectos
»,626 es decir aquellos sujetos —personas o instituciones de diverso tipo— que son capaces
de orientar, a nivel nacional o internacional, la política del
trabajo y de la economía.
289 La capacidad propulsora de una sociedad orientada hacia el bien común y proyectada
hacia el futuro se mide también, y sobre todo, a partir de las perspectivas de trabajo que
puede ofrecer. El alto índice de desempleo, la presencia de sistemas de instrucción obsoletos
y la persistencia de dificultades para acceder a la formación y al mercado de trabajo
constituyen para muchos, sobre todo jóvenes, un grave obstáculo en el camino de la
realización humana y profesional. Quien está desempleado o subempleado padece, en efecto,
las consecuencias profundamente negativas que esta condición produce en la personalidad y
corre el riesgo de quedar al margen de la sociedad y de convertirse en víctima de la exclusión
social.627 Además de a los jóvenes, este drama afecta, por lo general, a las mujeres, a los
trabajadores menos especializados, a los minusválidos, a los inmigrantes, a los ex-reclusos, a
los analfabetos, personas todas que encuentran mayores dificultades en la búsqueda de una
colocación en el mundo del trabajo.
290 La conservación del empleo depende cada vez más de las capacidades
profesionales.628El sistema de instrucción y de educación no debe descuidar la formación
humana y técnica, necesaria para desarrollar con provecho las tareas requeridas. La
necesidad cada vez más difundida de cambiar varias veces de empleo a lo largo de la vida,
impone al sistema educativo favorecer la disponibilidad de las personas a una actualización
permanente y una reiterada cualifica. Los jóvenes deben aprender a actuar autónomamente, a
hacerse capaces de asumir responsablemente la tarea de afrontar con la competencia
adecuada los riesgos vinculados a un contexto económico cambiante y frecuentemente
imprevisible en sus escenarios de evolución.629 Es igualmente indispensable ofrecer
ocasiones formativas oportunas a los adultos que buscan una nueva cualificación, así como a
los desempleados. En general, la vida laboral de las personas debe encontrar nuevas y
concretas formas de apoyo, comenzando precisamente por el sistema formativo, de manera
que sea menos difícil atravesar etapas de cambio, de incertidumbre y de precariedad.
291 Los problemas de la ocupación reclaman las responsabilidades del Estado, al cual
compete el deber de promover políticas que activen el empleo, es decir, que favorezcan la
creación de oportunidades de trabajo en el territorio nacional, incentivando para ello el
mundo productivo. El deber del Estado no consiste tanto en asegurar directamente el derecho
al trabajo de todos los ciudadanos, constriñendo toda la vida económica y sofocando la libre
iniciativa de las personas, cuanto sobre todo en « secundar la actividad de las empresas,
creando condiciones que aseguren oportunidades de trabajo, estimulándola donde sea
insuficiente o sosteniéndola en momentos de crisis ».630
292 Teniendo en cuenta las dimensiones planetarias que han asumido vertiginosamente las
relaciones económico-financieras y el mercado de trabajo, se debe promover una
colaboración internacional eficaz entre los Estados, mediante tratados, acuerdos y planes de
acción comunes que salvaguarden el derecho al trabajo, incluso en las fases más críticas del
ciclo económico, a nivel nacional e internacional. Hay que ser conscientes de que el trabajo
humano es un derecho del que depende directamente la promoción de la justicia social y de
la paz civil. Tareas importantes en esta dirección corresponden a las Organizaciones
Internacionales, así como a las sindicales: uniéndose en las formas más oportunas, deben
esforzarse, ante todo, en el establecimiento de « una trama cada vez más compacta de
disposiciones jurídicas que protejan el trabajo de los hombres, de las mujeres, de los jóvenes,
y les aseguren una conveniente retribución ».631
293 Para la promoción del derecho al trabajo es importante, hoy como en tiempos de la «
Rerum novarum », que exista realmente un « libre proceso de auto-organización de la
sociedad ».632 Se pueden encontrar significativos testimonios y ejemplos de auto-
organización en las numerosas iniciativas, privadas y sociales, caracterizadas por formas de
participación, de cooperación y de autogestión, que revelan la fusión de energías solidarias.
Estas iniciativas se ofrecen al mercado como un variado sector de actividades laborales que
se distinguen por una atención particular al aspecto relacional de los bienes producidos y de
los servicios prestados en diversos ámbitos: educación, cuidado de la salud, servicios
sociales básicos, cultura. Las iniciativas del así llamado « tercer sector » constituyen una
oportunidad cada vez más relevante de desarrollo del trabajo y de la economía.
c) La familia y el derecho al trabajo
295 El genio femenino es necesario en todas las expresiones de la vida social; por ello se ha
de garantizar la presencia de las mujeres también en el ámbito laboral. El primer e
indispensable paso en esta dirección es la posibilidad concreta de acceso a la formación
profesional. El reconocimiento y la tutela de los derechos de las mujeres en este ámbito
dependen, en general, de la organización del trabajo, que debe tener en cuenta la dignidad y
la vocación de la mujer, cuya « verdadera promoción... exige que el trabajo se estructure de
manera que no deba pagar su promoción con el abandono del carácter específico propio y en
perjuicio de la familia, en la que como madre tiene un papel insustituible ». 636 Es una
cuestión con la que se miden la cualidad de la sociedad y la efectiva tutela del derecho al
trabajo de las mujeres.
e) El trabajo infantil
Es verdad que, al menos por el momento, en ciertos países, la contribución de los niños con
su trabajo al presupuesto familiar y a las economías nacionales es irrenunciable y que, en
algún modo, ciertas formas de trabajo a tiempo parcial pueden ser provechosas para los
mismos niños; con todo ello, la doctrina social denuncia el aumento de la « explotación
laboral de los menores en condiciones de auténtica esclavitud ». 641 Esta explotación
constituye una grave violación de la dignidad humana de la que todo individuo es portador, «
prescindiendo de que sea pequeño o aparentemente insignificante en términos utilitarios ».642
f) La emigración y el trabajo
297 La inmigración puede ser un recurso más que un obstáculo para el desarrollo. En el
mundo actual, en el que el desequilibrio entre países ricos y países pobres se agrava y el
desarrollo de las comunicaciones reduce rápidamente las distancias, crece la emigración de
personas en busca de mejores condiciones de vida, procedentes de las zonas menos
favorecidas de la tierra; su llegada a los países desarrollados, a menudo es percibida como
una amenaza para los elevados niveles de bienestar, alcanzados gracias a decenios de
crecimiento económico. Los inmigrantes, sin embargo, en la mayoría de los casos, responden
a un requerimiento en la esfera del trabajo que de otra forma quedaría insatisfecho, en
sectores y territorios en los que la mano de obra local es insuficiente o no está dispuesta a
aportar su contribución laboral.
298 Las instituciones de los países que reciben inmigrantes deben vigilar cuidadosamente
para que no se difunda la tentación de explotar a los trabajadores extranjeros, privándoles
de los derechos garantizados a los trabajadores nacionales, que deben ser asegurados a
todos sin discriminaciones. La regulación de los flujos migratorios según criterios de
equidad y de equilibrio 643 es una de las condiciones indispensables para conseguir que la
inserción se realice con las garantías que exige la dignidad de la persona humana. Los
inmigrantes deben ser recibidos en cuanto personas y ayudados, junto con sus familias, a
integrarse en la vida social.644 En este sentido, se ha de respetar y promover el derecho a la
reunión de sus familias.645 Al mismo tiempo, en la medida de lo posible, han de favorecerse
todas aquellas condiciones que permiten mayores posibilidades de trabajo en sus lugares de
origen.646
299 El trabajo agrícola merece una especial atención, debido a la función social, cultural y
económica que desempeña en los sistemas económicos de muchos países, a los numerosos
problemas que debe afrontar en el contexto de una economía cada vez más globalizada, y a
su importancia creciente en la salvaguardia del ambiente natural: « Por consiguiente, en
muchas situaciones son necesarios cambios radicales y urgentes para volver a dar a la
agricultura —y a los hombres del campo— el justo valor como base de una sana economía,
en el conjunto del desarrollo de la comunidad social ».647
Los cambios profundos y radicales que se presentan actualmente en el ámbito social y
cultural, y que afectan también a la agricultura y, más en general, a todo el mundo rural,
precisan con urgencia una profunda reflexión sobre el significado del trabajo agrícola y sus
múltiples dimensiones. Se trata de un desafío de gran importancia, que debe afrontarse con
políticas agrícolas y ambientales capaces de superar una cierta concepción residual y
asistencial, y de elaborar nuevos procedimientos para lograr una agricultura moderna, que
esté en condiciones de desempeñar un papel significativo en la vida social y económica.
301 Los derechos de los trabajadores, como todos los demás derechos, se basan en la
naturaleza de la persona humana y en su dignidad trascendente. El Magisterio social de la
Iglesia ha considerado oportuno enunciar algunos de ellos, indicando la conveniencia de su
reconocimiento en los ordenamientos jurídicos: el derecho a una justa remuneración; 651 el
derecho al descanso; 652 el derecho « a ambientes de trabajo y a procesos productivos que no
comporten perjuicio a la salud física de los trabajadores y no dañen su integridad moral
»;653 el derecho a que sea salvaguardada la propia personalidad en el lugar de trabajo, sin que
sean « conculcados de ningún modo en la propia conciencia o en la propia dignidad »; 654 el
derecho a subsidios adecuados e indispensables para la subsistencia de los trabajadores
desocupados y de sus familias; 655 el derecho a la pensión, así como a la seguridad social para
la vejez, la enfermedad y en caso de accidentes relacionados con la prestación laboral; 656 el
derecho a previsiones sociales vinculadas a la maternidad; 657 el derecho a reunirse y a
asociarse.658 Estos derechos son frecuentemente desatendidos, como confirman los tristes
fenómenos del trabajo infraremunerado, sin garantías ni representación adecuadas. Con
frecuencia sucede que las condiciones de trabajo para hombres, mujeres y niños,
especialmente en los países en vías de desarrollo, son tan inhumanas que ofenden su
dignidad y dañan su salud.
c) El derecho de huelga
306 La doctrina social enseña que las relaciones en el mundo del trabajo se han de
caracterizar por la colaboración: el odio y la lucha por eliminar al otro, constituyen
métodos absolutamente inaceptables, porque en todo sistema social son indispensables al
proceso de producción tanto el trabajo como el capital. A la luz de esta concepción, la
doctrina social « no considera de ninguna manera que los sindicatos constituyan únicamente
el reflejo de la estructura “de clase”, de la sociedad ni que sean el exponente de la lucha de
clases que gobierna inevitablemente la vida social ».668 Los sindicatos son propiamente los
promotores de la lucha por la justicia social, por los derechos de los hombres del trabajo, en
sus profesiones específicas: « Esta “lucha” debe ser vista como una acción de defensa
normal “en favor” del justo bien; [...] no es una lucha “contra” los demás ». 669 El sindicato,
siendo ante todo un medio para la solidaridad y la justicia, no puede abusar de los
instrumentos de lucha; en razón de su vocación, debe vencer las tentaciones del
corporativismo, saberse autorregular y ponderar las consecuencias de sus opciones en
relación al bien común.670
Ante los cambios introducidos en el mundo del trabajo, la solidaridad se podrá recuperar, e
incluso fundarse mejor que en el pasado, si se actúa para volver a descubrir el valor
subjetivo del trabajo: « Hay que seguir preguntándose sobre el sujeto del trabajo y las
condiciones en las que vive ». Por ello, « son siempre necesarios nuevos movimientos de
solidaridad de los hombres del trabajo y de solidaridad con los hombres del trabajo ».674
310 Uno de los estímulos más significativos para el actual cambio de la organización del
trabajo procede del fenómeno de la globalización, que permite experimentar formas nuevas
de producción, trasladando las plantas de producción en áreas diferentes a aquellas en las
que se toman las decisiones estratégicas y lejanas de los mercados de consumo. Dos son los
factores que impulsan este fenómeno: la extraordinaria velocidad de comunicación sin
límites de espacio y tiempo, y la relativa facilidad para transportar mercancías y personas de
una parte a otra del planeta. Esto comporta una consecuencia fundamental sobre los procesos
productivos: la propiedad está cada vez más lejos, a menudo indiferente a los efectos sociales
de las opciones que realiza. Por otra parte, si es cierto que la globalización, a priori, no es ni
buena ni mala en sí misma, sino que depende del uso que el hombre hace de ella, 676 debe
afirmarse que es necesaria una globalización de la tutela, de los derechos mínimos
esenciales y de la equidad.
311 Una de las características más relevantes de la nueva organización del trabajo es la
fragmentación física del ciclo productivo, impulsada por el afán de conseguir una mayor
eficiencia y mayores beneficios. Desde este punto de vista, las tradicionales coordenadas
espacio-temporales, dentro de las que el ciclo productivo se definía, sufren una
transformación sin precedentes, que determina un cambio en la estructura misma del trabajo.
Todo ello tiene importantes consecuencias en la vida de las personas y de las comunidades,
sometidas a cambios radicales tanto en el ámbito de las condiciones materiales, cuanto en el
de la cultura y de los valores. Este fenómeno afecta, a nivel global y local, a millones de
personas, independientemente de la profesión que ejercen, de su condición social, o de su
preparación cultural. La reorganización del tiempo, su regularización y los cambios en curso
en el uso del espacio —comparables, por su entidad, a la primera revolución industrial, en
cuanto que implican a todos los sectores productivos, en todos los continentes,
independientemente de su grado de desarrollo— deben considerarse, por tanto, un desafío
decisivo, incluidos los aspectos ético y cultural, en el ámbito de la definición de un sistema
renovado de tutela del trabajo.
313 El trabajo, sobre todo en los sistemas económicos de los países más desarrollados,
atraviesa una fase que marca el paso de una economía de tipo industrial a una economía
esencialmente centrada en los servicios y en la innovación tecnológica. Los servicios y las
actividades caracterizados por un fuerte contenido informativo crecen de modo más rápido
que los tradicionales sectores primario y secundario, con consecuencias de gran alcance en la
organización de la producción y de los intercambios, en el contenido y la forma de las
prestaciones laborales y en los sistemas de protección social.
Gracias a las innovaciones tecnológicas, el mundo del trabajo se enriquece con nuevas
profesiones, mientras otras desaparecen. En la actual fase de transición se asiste, en efecto, a
un pasar continuo de empleados de la industria a los servicios. Mientras pierde terreno el
modelo económico y social vinculado a la grande fábrica y al trabajo de una clase obrera
homogénea, mejoran las perspectivas ocupacionales en el sector terciario y aumentan, en
particular, las actividades laborales en el ámbito de los servicios a la persona, de las
prestaciones a tiempo parcial, interinas y « atípicas », es decir, las formas de trabajo que no
se pueden encuadrar ni como trabajo dependiente ni como trabajo autónomo.
316 En los países en vías de desarrollo se ha difundido, en estos últimos años, el fenómeno
de la expansión de actividades económicas « informales » o « sumergidas », que representa
una señal de crecimiento económico prometedor, pero plantea problemas éticos y jurídicos.
El significativo aumento de los puestos de trabajo suscitado por tales actividades se debe, en
realidad, a la falta de especialización de gran parte de los trabajadores locales y al desarrollo
desordenado de los sectores económicos formales. Un elevado número de personas se ven
así obligadas a trabajar en condiciones de grave desazón y en un marco carente de las reglas
necesarias que protejan la dignidad del trabajador. Los niveles de productividad, renta y
tenor de vida, son extremamente bajos y con frecuencia se revelan insuficientes para
garantizar que los trabajadores y sus familias alcancen un nivel de subsistencia.
317 Ante las imponentes « res novae » del mundo del trabajo, la doctrina social de la Iglesia
recomienda, ante todo, evitar el error de considerar que los cambios en curso suceden de
modo determinista. El factor decisivo y « el árbitro » de esta compleja fase de cambio es una
vez más el hombre, que debe seguir siendo el verdadero protagonista de su trabajo. El
hombre puede y debe hacerse cargo, creativa y responsablemente, de las actuales
innovaciones y reorganizaciones, de manera que contribuyan al crecimiento de la persona, de
la familia, de la sociedad y de toda la familia humana. 677 Es importante para todos recordar el
significado de la dimensión subjetiva del trabajo, a la que la doctrina social de la Iglesia
enseña a dar la debida prioridad, porque el trabajo humano « procede directamente de
personas creadas a imagen de Dios y llamadas a prolongar, unidas y para mutuo beneficio, la
obra de la creación dominando la tierra ».678
319 Cambian las formas históricas en las que se expresa el trabajo humano, pero no deben
cambiar sus exigencias permanentes, que se resumen en el respeto de los derechos
inalienables del hombre que trabaja. Ante el riesgo de ver negados estos derechos, se deben
proyectar y construir nuevas formas de solidaridad, teniendo en cuenta la interdependencia
que une entre sí a los hombres del trabajo. Cuanto más profundos son los cambios, tanto más
firme debe ser el esfuerzo de la inteligencia y de la voluntad para tutelar la dignidad del
trabajo, reforzando, en los diversos niveles, las instituciones interesadas. Esta perspectiva
permite orientar mejor las actuales transformaciones en la dirección, tan necesaria, de la
complementariedad entre la dimensión económica local y la global; entre economía « vieja »
y « nueva »; entre la innovación tecnológica y la exigencia de salvaguardar el trabajo
humano; entre el crecimiento económico y la compatibilidad ambiental del desarrollo.
320 La solución de las vastas y complejas problemáticas del trabajo, que en algunas áreas
adquieren dimensiones dramáticas, exige la contribución específica de los científicos y los
hombres de cultura, que resulta particularmente importante para la elección de soluciones
justas. Es una responsabilidad que les debe llevar a señalar las ventajas y los riesgos que se
perfilan en los cambios y, sobre todo, a sugerir líneas de acción para orientar el cambio en el
sentido más favorable para el desarrollo de toda la familia humana. A ellos corresponde la
delicada tarea de leer e interpretar los fenómenos sociales con inteligencia y amor a la
verdad, sin preocupaciones dictadas por intereses de grupo o personales. Su contribución, en
efecto, precisamente por ser de naturaleza teórica, se convierte en una referencia esencial
para la actuación concreta de las políticas económicas.680
321 Los escenarios actuales de profunda transformación del trabajo humano hacen todavía
más urgente un desarrollo auténticamente global y solidario, capaz de alcanzar todas las
regiones del mundo, incluyendo las menos favorecidas. Para estas últimas, la puesta en
marcha de un proceso de desarrollo solidario de vasto alcance, no sólo aparece como una
posibilidad concreta de creación de nuevos puestos de trabajo, sino que también representa
una verdadera condición para la supervivencia de pueblos enteros: « Es preciso globalizar la
solidaridad ».681
322 Se hace cada vez más necesaria una consideración atenta de la nueva situación del
trabajo en el actual contexto de la globalización, desde una perspectiva que valore la
propensión natural de los hombres a establecer relaciones. A este propósito, se debe afirmar
que la universalidad es una dimensión del hombre, no de las cosas. La técnica podrá ser la
causa instrumental de la globalización, pero la universalidad de la familia humana es su
causa última. El trabajo, por tanto, también tiene una dimensión universal, en cuanto se
funda en el carácter relacional del hombre. Las técnicas, especialmente electrónicas, han
permitido ampliar este aspecto relacional del trabajo a todo el planeta, imprimiendo a la
globalización un ritmo particularmente acelerado. El fundamento último de este dinamismo
es el hombre que trabaja, es siempre el elemento subjetivo y no el objetivo. También el
trabajo globalizado tiene su origen, por tanto, en el fundamento antropológico de la
intrínseca dimensión relacional del trabajo. Los aspectos negativos de la globalización del
trabajo no deben dañar las posibilidades que se han abierto para todos de dar expresión a un
humanismo del trabajo a nivel planetario, a una solidaridad del mundo del trabajo a este
nivel, para que trabajando en un contexto semejante, dilatado e interconexo, el hombre
comprenda cada vez más su vocación unitaria y solidaria.
CAPÍTULO SÉPTIMO
LA VIDA ECONÓMICA
I. ASPECTOS BÍBLICOS
323 En el Antiguo Testamento se encuentra una doble postura frente a los bienes
económicos y la riqueza. Por un lado, de aprecio a la disponibilidad de bienes materiales
considerados necesarios para la vida: en ocasiones, la abundancia —pero no la riqueza o el
lujo— es vista como una bendición de Dios. En la literatura sapiencial, la pobreza se
describe como una consecuencia negativa del ocio y de la falta de laboriosidad (cf. Pr 10,4),
pero también como un hecho natural (cf. Pr 22,2). Por otro lado, los bienes económicos y la
riqueza no son condenados en sí mismos, sino por su mal uso. La tradición profética
estigmatiza las estafas, la usura, la explotación, las injusticias evidentes, especialmente con
respecto a los más pobres (cf. Is 58,3-11; Jr 7,4-7; Os 4,1-2; Am 2,6-7; Mi 2,1-2). Esta
tradición, si bien considera un mal la pobreza de los oprimidos, de los débiles, de los
indigentes, ve también en ella un símbolo de la situación del hombre delante de Dios; de Él
proviene todo bien como un don que hay que administrar y compartir.
324 Quien reconoce su pobreza ante Dios, en cualquier situación que viva, es objeto de una
atención particular por parte de Dios: cuando el pobre busca, el Señor responde; cuando
grita, Él lo escucha. A los pobres se dirigen las promesas divinas: ellos serán los herederos de
la alianza entre Dios y su pueblo. La intervención salvífica de Dios se actuará mediante un
nuevo David (cf. Ez 34,22-31), el cual, como y más que el rey David, será defensor de los
pobres y promotor de la justicia; Él establecerá una nueva alianza y escribirá una nueva ley
en el corazón de los creyentes (cf. Jr 31,31-34).
325 Jesús asume toda la tradición del Antiguo Testamento, también sobre los bienes
económicos, sobre la riqueza y la pobreza, confiriéndole una definitiva claridad y
plenitud (cf. Mt 6,24 y 13,22; Lc 6,20-24 y 12,15-21; Rm 14,6-8 y 1 Tm 4,4). Él, infundiendo
su Espíritu y cambiando los corazones, instaura el « Reino de Dios », que hace posible una
nueva convivencia en la justicia, en la fraternidad, en la solidaridad y en el compartir. El
Reino inaugurado por Cristo perfecciona la bondad originaria de la creación y de la actividad
humana, herida por el pecado. Liberado del mal y reincorporado en la comunión con Dios,
todo hombre puede continuar la obra de Jesús con la ayuda de su Espíritu: hacer justicia a los
pobres, liberar a los oprimidos, consolar a los afligidos, buscar activamente un nuevo orden
social, en el que se ofrezcan soluciones adecuadas a la pobreza material y se contrarresten
más eficazmente las fuerzas que obstaculizan los intentos de los más débiles para liberarse
de una condición de miseria y de esclavitud. Cuando esto sucede, el Reino de Dios se hace
ya presente sobre esta tierra, aun no perteneciendo a ella. En él encontrarán finalmente
cumplimiento las promesas de los Profetas.
328 Los bienes, aun cuando son poseídos legítimamente, conservan siempre un destino
universal. Toda forma de acumulación indebida es inmoral, porque se halla en abierta
contradicción con el destino universal que Dios creador asignó a todos los bienes. La
salvación cristiana es una liberación integral del hombre, liberación de la necesidad, pero
también de la posesión misma: « Porque la raíz de todos los males es el afán de dinero, y
algunos, por dejarse llevar de él, se extraviaron en la fe » (1 Tm 6,10). Los Padres de la
Iglesia insisten en la necesidad de la conversión y de la transformación de las conciencias de
los creyentes, más que en la exigencia de cambiar las estructuras sociales y políticas de su
tiempo, instando a quien desarrolla una actividad económica y posee bienes a considerarse
administrador de cuanto Dios le ha confiado.
329 Las riquezas realizan su función de servicio al hombre cuando son destinadas a
producir beneficios para los demás y para la sociedad: 685 « ¿Cómo podríamos hacer el bien
al prójimo —se pregunta Clemente de Alejandría— si nadie poseyese nada? ».686 En la visión
de San Juan Crisóstomo, las riquezas pertenecen a algunos para que estos puedan ganar
méritos compartiéndolas con los demás.687 Las riquezas son un bien que viene de Dios: quien
lo posee lo debe usar y hacer circular, de manera que también los necesitados puedan gozar
de él; el mal se encuentra en el apego desordenado a las riquezas, en el deseo de acapararlas.
San Basilio el Grande invita a los ricos a abrir las puertas de sus almacenes y exclama: « Un
gran río se vierte, en mil canales, sobre el terreno fértil: así, por mil caminos, tú haces llegar
la riqueza a las casas de los pobres ». 688 La riqueza, explica San Basilio, es como el agua que
brota cada vez más pura de la fuente si se bebe de ella con frecuencia, mientras que se pudre
si la fuente permanece inutilizada.689 El rico, dirá más tarde San Gregorio Magno, no es sino
un administrador de lo que posee; dar lo necesario a quien carece de ello es una obra que hay
que cumplir con humildad, porque los bienes no pertenecen a quien los distribuye. Quien
tiene las riquezas sólo para sí no es inocente; darlas a quien tiene necesidad significa pagar
una deuda.690
II. MORAL Y ECONOMÍA
330 La doctrina social de la Iglesia insiste en la connotación moral de la economía. Pío XI,
en un texto de la encíclica Quadragesimo anno, recuerda la relación entre la economía y la
moral: « Aun cuando la economía y la disciplina moral, cada cual en su ámbito, tienen
principios propios, a pesar de ello es erróneo que el orden económico y el moral estén tan
distanciados y ajenos entre sí, que bajo ningún aspecto dependa aquél de éste. Las leyes
llamadas económicas, fundadas sobre la naturaleza de las cosas y en la índole del cuerpo y
del alma humanos, establecen, desde luego, con toda certeza qué fines no y cuáles sí, y con
qué medios, puede alcanzar la actividad humana dentro del orden económico; pero la razón
también, apoyándose igualmente en la naturaleza de las cosas y del hombre, individual y
socialmente considerado, demuestra claramente que a ese orden económico en su totalidad le
ha sido prescrito un fin por Dios Creador. Una y la misma es, efectivamente, la ley moral que
nos manda buscar, así como directamente en la totalidad de nuestras acciones nuestro fin
supremo y último, así también en cada uno de los órdenes particulares esos fines que
entendemos que la naturaleza o, mejor dicho, el autor de la naturaleza, Dios, ha fijado a cada
orden de cosas factibles, y someterlos subordinadamente a aquél ».691
El objetivo de la empresa se debe llevar a cabo en términos y con criterios económicos, pero
sin descuidar los valores auténticos que permiten el desarrollo concreto de la persona y de
la sociedad. En esta visión personalista y comunitaria, « la empresa no puede considerarse
únicamente como una “sociedad de capitales”; es, al mismo tiempo, una “sociedad de
personas”, en la que entran a formar parte de manera diversa y con responsabilidades
específicas los que aportan el capital necesario para su actividad y los que colaboran con su
trabajo ».707
339 Los componentes de la empresa deben ser conscientes de que la comunidad en la que
trabajan representa un bien para todos y no una estructura que permite satisfacer
exclusivamente los intereses personales de alguno. Sólo esta conciencia permite llegar a
construir una economía verdaderamente al servicio del hombre y elaborar un proyecto de
cooperación real entre las partes sociales.
340 La doctrina social reconoce la justa función del beneficio, como primer indicador del
buen funcionamiento de la empresa: « Cuando una empresa da beneficios significa que los
factores productivos han sido utilizados adecuadamente ».709 Esto no puede hacer olvidar el
hecho que no siempre el beneficio indica que la empresa esté sirviendo adecuadamente a la
sociedad.710 Es posible, por ejemplo, « que los balances económicos sean correctos y que al
mismo tiempo los hombres, que constituyen el patrimonio más valioso de la empresa, sean
humillados y ofendidos en su dignidad ».711 Esto sucede cuando la empresa opera en sistemas
socioculturales caracterizados por la explotación de las personas, propensos a rehuir las
obligaciones de justicia social y a violar los derechos de los trabajadores.
344 El papel del empresario y del dirigente revisten una importancia central desde el punto
de vista social, porque se sitúan en el corazón de la red de vínculos técnicos, comerciales,
financieros y culturales, que caracterizan la moderna realidad de la empresa. Puesto que las
decisiones empresariales producen, en razón de la complejidad creciente de la actividad
empresarial, múltiples efectos conjuntos de gran relevancia no sólo económica, sino también
social, el ejercicio de las responsabilidades empresariales y directivas exige, además de un
esfuerzo continuo de actualización específica, una constante reflexión sobre los valores
morales que deben guiar las opciones personales de quien está investido de tales funciones.
346 Una de las cuestiones prioritarias en economía es el empleo de los recursos,725 es decir,
de todos aquellos bienes y servicios a los que los sujetos económicos, productores y
consumidores, privados y públicos, atribuyen un valor debido a su inherente utilidad en el
campo de la producción y del consumo. Los recursos son cuantitativamente escasos en la
naturaleza, lo que implica, necesariamente, que el sujeto económico particular, así como la
sociedad, tengan que inventar alguna estrategia para emplearlos del modo más racional
posible, siguiendo una lógica dictada por el principio de economicidad. De esto dependen
tanto la efectiva solución del problema económico más general, y fundamental, de la
limitación de los medios con respecto a las necesidades individuales y sociales, privadas y
públicas, cuanto la eficiencia global, estructural y funcional, del entero sistema económico.
Tal eficiencia apela directamente a la responsabilidad y la capacidad de diversos sujetos,
como el mercado, el Estado y los cuerpos sociales intermedios.
348 El libre mercado no puede juzgarse prescindiendo de los fines que persigue y de los
valores que transmite a nivel social. El mercado, en efecto, no puede encontrar en sí mismo
el principio de la propia legitimación. Pertenece a la conciencia individual y a la
responsabilidad pública establecer una justa relación entre medios y fines. 728 La utilidad
individual del agente económico, aunque legítima, no debe jamás convertirse en el único
objetivo. Al lado de ésta, existe otra, igualmente fundamental y superior, la utilidad
social,que debe procurarse no en contraste, sino en coherencia con la lógica de mercado.
Cuando realiza las importantes funciones antes recordadas, el libre mercado se orienta al
bien común y al desarrollo integral del hombre, mientras que la inversión de la relación entre
medios y fines puede hacerlo degenerar en una institución inhumana y alienante, con
repercusiones incontrolables.
350 El mercado asume una función social relevante en las sociedades contemporáneas, por
lo cual es importante identificar sus mejores potencialidades y crear condiciones que
permitan su concreto desarrollo. Los agentes deben ser efectivamente libres para comparar,
evaluar y elegir entre las diversas opciones. Sin embargo la libertad, en ámbito económico,
debe estar regulada por un apropiado marco jurídico, capaz de ponerla al servicio de la
libertad humana integral: « La libertad económica es solamente un elemento de la libertad
humana. Cuando aquélla se vuelve autónoma, es decir, cuando el hombre es considerado más
como un productor o un consumidor de bienes que como un sujeto que produce y consume
para vivir, entonces pierde su necesaria relación con la persona humana y termina por
alienarla y oprimirla ».732
351 La acción del Estado y de los demás poderes públicos debe conformarse al principio de
subsidiaridad y crear situaciones favorables al libre ejercicio de la actividad económica;
debe también inspirarse en el principio de solidaridad y establecer los límites a la
autonomía de las partes para defender a la más débil.733 La solidaridad sin subsidiaridad
puede degenerar fácilmente en asistencialismo, mientras que la subsidiaridad sin solidaridad
corre el peligro de alimentar formas de localismo egoísta. Para respetar estos dos principios
fundamentales, la intervención del Estado en ámbito económico no debe ser ni ilimitada, ni
insuficiente, sino proporcionada a las exigencias reales de la sociedad: « El Estado tiene el
deber de secundar la actividad de las empresas, creando condiciones que aseguren
oportunidades de trabajo, estimulándola donde sea insuficiente o sosteniéndola en momentos
de crisis. El Estado tiene, además, el derecho a intervenir, cuando situaciones particulares de
monopolio creen rémoras u obstáculos al desarrollo. Pero, aparte de estas incumbencias de
armonización y dirección del desarrollo, el Estado puede ejercer funciones de suplencia en
situaciones excepcionales ».734
352 La tarea fundamental del Estado en ámbito económico es definir un marco jurídico apto
para regular las relaciones económicas, con el fin de « salvaguardar... las condiciones
fundamentales de una economía libre, que presupone una cierta igualdad entre las partes, no
sea que una de ellas supere talmente en poder a la otra que la pueda reducir prácticamente a
esclavitud ».735 La actividad económica, sobre todo en un contexto de libre mercado, no
puede desarrollarse en un vacío institucional, jurídico y político: « Por el contrario, supone
una seguridad que garantiza la libertad individual y la propiedad, además de un sistema
monetario estable y servicios públicos eficientes ». 736 Para llevar a cabo su tarea, el Estado
debe elaborar una oportuna legislación, pero también dirigir con circunspección las políticas
económicas y sociales, sin ocasionar un menoscabo en las diversas actividades de mercado,
cuyo desarrollo debe permanecer libre de superestructuras y constricciones autoritarias o,
peor aún, totalitarias.
354 El Estado puede instar a los ciudadanos y a las empresas para que promuevan el bien
común, disponiendo y practicando una política económica que favorezca la participación de
todos sus ciudadanos en las actividades productivas. El respeto del principio de
subsidiaridad debe impulsar a las autoridades públicas a buscar las condiciones favorables al
desarrollo de las capacidades de iniciativa individuales, de la autonomía y de la
responsabilidad personales de los ciudadanos, absteniéndose de cualquier intervención que
pueda constituir un condicionamiento indebido de las fuerzas empresariales.
En orden al bien común, proponerse con una constante determinación el objetivo del justo
equilibrio entre la libertad privada y la acción pública, entendida como intervención directa
en la economía o como actividad de apoyo al desarrollo económico. En cualquier caso, la
intervención pública deberá atenerse a criterios de equidad, racionalidad y eficiencia, sin
sustituir la acción de los particulares, contrariando su derecho a la libertad de iniciativa
económica. El Estado, en este caso, resulta nocivo para la sociedad: una intervención directa
demasiado amplia termina por anular la responsabilidad de los ciudadanos y produce un
aumento excesivo de los aparatos públicos, guiados más por lógicas burocráticas que por el
objetivo de satisfacer las necesidades de las personas.738
355 Los ingresos fiscales y el gasto público asumen una importancia económica crucial
para la comunidad civil y política: el objetivo hacia el cual se debe tender es lograr una
finanza pública capaz de ser instrumento de desarrollo y de solidaridad. Una Hacienda
pública justa, eficiente y eficaz, produce efectos virtuosos en la economía, porque logra
favorecer el crecimiento de la ocupación, sostener las actividades empresariales y las
iniciativas sin fines de lucro, y contribuye a acrecentar la credibilidad del Estado como
garante de los sistemas de previsión y de protección social, destinados en modo particular a
proteger a los más débiles.
357 Las organizaciones privadas sin fines de lucro tienen su espacio específico en el ámbito
económico. Estas organizaciones se caracterizan por el valeroso intento de conjugar
armónicamente eficiencia productiva y solidaridad. Normalmente, se constituyen en base a
un pacto asociativo y son expresión de la tensión hacia un ideal común de los sujetos que
libremente deciden su adhesión. El Estado debe respetar la naturaleza de estas
organizaciones y valorar sus características, aplicando concretamente el principio de
subsidiaridad, que postula precisamente el respeto y la promoción de la dignidad y de la
autónoma responsabilidad del sujeto « subsidiado ».
d) Ahorro y consumo
358 Los consumidores, que en muchos casos disponen de amplios márgenes de poder
adquisitivo, muy superiores al umbral de subsistencia, pueden influir notablemente en la
realidad económica con su libre elección entre consumo y ahorro. En efecto, la posibilidad
de influir sobre las opciones del sistema económico está en manos de quien debe decidir
sobre el destino de los propios recursos financieros. Hoy, más que en el pasado, es posible
evaluar las alternativas disponibles, no sólo en base al rendimiento previsto o a su grado de
riesgo, sino también expresando un juicio de valor sobre los proyectos de inversión que los
recursos financiarán, conscientes de que « la opción de invertir en un lugar y no en otro, en
un sector productivo en vez de en otro, es siempre una opción moral y cultural ».744
359 La utilización del propio poder adquisitivo debe ejercitarse en el contexto de las
exigencias morales de la justicia y de la solidaridad, y de responsabilidades sociales
precisas: no se debe olvidar « el deber de la caridad, esto es, el deber de ayudar con lo propio
“superfluo” y, a veces, incluso con lo propio “necesario”, para dar al pobre lo indispensable
para vivir ».745 Esta responsabilidad confiere a los consumidores la posibilidad de orientar,
gracias a la mayor circulación de las informaciones, el comportamiento de los productores,
mediante la decisión —individual o colectiva— de preferir los productos de unas empresas
en vez de otras, teniendo en cuenta no sólo los precios y la calidad de los productos, sino
también la existencia de condiciones correctas de trabajo en las empresas, el empeño por
tutelar el ambiente natural que las circunda, etc.
360 El fenómeno del consumismo produce una orientación persistente hacia el « tener » en
vez de hacia el « ser ». El consumismo impide « distinguir correctamente las nuevas y más
elevadas formas de satisfacción de las nuevas necesidades humanas, que son un obstáculo
para la formación de una personalidad madura ». 746 Para contrastar este fenómeno es
necesario esforzarse por construir « estilos de vida, a tenor de los cuales la búsqueda de la
verdad, de la belleza y del bien, así como la comunión con los demás hombres para un
crecimiento común sean los elementos que determinen las opciones del consumo, de los
ahorros y de las inversiones ».747 Es innegable que las influencias del contexto social sobre
los estilos de vida son notables: por ello el desafío cultural, que hoy presenta el consumismo,
debe ser afrontado en forma más incisiva, sobre todo si se piensa en las generaciones futuras,
que corren el riesgo de tener que vivir en un ambiente natural esquilmado a causa de un
consumo excesivo y desordenado.748
361 Nuestro tiempo está marcado por el complejo fenómeno de la globalización económico-
financiera, esto es, por un proceso de creciente integración de las economías nacionales, en
el plano del comercio de bienes y servicios y de las transacciones financieras, en el que un
número cada vez mayor de operadores asume un horizonte global para las decisiones que
debe realizar en función de las oportunidades de crecimiento y de beneficio. El nuevo
horizonte de la sociedad global no se da tanto por la presencia simplemente de vínculos
económicos y financieros entre agentes nacionales que operan en países diversos —que, por
otra parte, siempre han existido—, sino más bien por la expansión y naturaleza
absolutamente inéditas del sistema de relaciones que se está desarrollando. Resulta cada vez
más decisivo y central el papel de los mercados financieros, cuyas dimensiones, a
consecuencia de la liberalización del comercio y de la circulación de los capitales, se han
acrecentado enormemente con una velocidad impresionante, al punto de consentir a los
operadores desplazar « en tiempo real », de una parte a la otra del planeta, grandes
cantidades de capital. Se trata de una realidad multiforme y no fácil de descifrar, ya que se
desarrolla en varios niveles y evoluciona continuamente, según trayectorias difícilmente
previsibles.
363 El crecimiento del bien común exige aprovechar las nuevas ocasiones de redistribución
de la riqueza entre las diversas áreas del planeta, a favor de las más necesitados, hasta
ahora excluidas o marginadas del progreso social y económico: 750 « En definitiva, el desafío
consiste en asegurar una globalización en la solidaridad, una globalización sin dejar a nadie
al margen ».751 El mismo progreso tecnológico corre el riesgo de repartir injustamente entre
los países los propios efectos positivos. Las innovaciones, en efecto, pueden penetrar y
difundirse en una colectividad determinada, si sus potenciales beneficiarios alcanzan un
grado mínimo de saber y de recursos financieros: es evidente que, en presencia de fuertes
disparidades entre los países en el acceso a los conocimientos técnico-científicos y a los más
recientes productos tecnológicos, el proceso de globalización termina por dilatar, más que
reducir, las desigualdades entre los países en términos de desarrollo económico y social.
Dada la naturaleza de las dinámicas en curso, la libre circulación de capitales no basta por sí
sola para favorecer el acercamiento de los países en vías de desarrollo a los países más
avanzados.
365 Una solidaridad adecuada a la era de la globalización exige la defensa de los derechos
humanos. A este respecto, el Magisterio señala que la presencia « de una autoridad pública
internacional al servicio de los derechos humanos, de la libertad y de la paz, no sólo no se ha
logrado aún completamente, sino que se debe constatar, por desgracia, la frecuente
indecisión de la comunidad internacional sobre el deber de respetar y aplicar los derechos
humanos. Este deber atañe a todos los derechos fundamentales y no permite decisiones
arbitrarias que acabarían en formas de discriminación e injusticia. Al mismo tiempo, somos
testigos del incremento de una preocupante divergencia entre una serie de nuevos “derechos”
promovidos en las sociedades tecnológicamente avanzadas y derechos humanos elementales
que todavía no son respetados en situaciones de subdesarrollo: pienso, por ejemplo, en el
derecho a la alimentación, al agua potable, a la vivienda, a la autodeterminación y a la
independencia ».755
367 En la época de la globalización, se debe subrayar con fuerza la solidaridad entre las
generaciones: « Antes, la solidaridad entre las generaciones era en numerosos países una
actitud natural por parte de la familia; ahora se ha convertido también en un deber de la
comunidad ».758 Es lógico que esta solidaridad se siga promoviendo en las comunidades
políticas nacionales, pero hoy el problema se plantea también en la comunidad política
global, a fin de que la mundialización no se lleve a cabo a expensas de los más débiles y
necesitados. La solidaridad entre las generaciones exige que en la planificación global se
actúe según el principio del destino universal de los bienes, que hace moralmente ilícito y
económicamente contraproducente descargar los costos actuales sobre las futuras
generaciones: moralmente ilícito, porque significa no asumir las debidas responsabilidades,
económicamente contraproducente porque la corrección de los daños es más costosa que la
prevención. Este principio se ha de aplicar, sobre todo, —aunque no sólo— en el campo de
los recursos de la tierra y de la salvaguardia de la creación, que resulta particularmente
delicado por la globalización, la cual interesa a todo el planeta entendido como único
ecosistema.759
368 Los mercados financieros no son ciertamente una novedad de nuestra época: desde
hace ya mucho tiempo, de diversas formas, se ocuparon de responder a la exigencia de
financiar actividades productivas. La experiencia histórica enseña que en ausencia de
sistemas financieros adecuados no habría sido posible el crecimiento económico. Las
inversiones a gran escala, típicas de las modernas economías de mercado, no se habrían
realizado sin el papel fundamental de intermediario llevado a cabo por los mercados
financieros, que ha permitido, entre otras cosas, apreciar las funciones positivas del ahorro
para el desarrollo del sistema económico y social. Si la creación de lo que ha sido definido «
el mercado global de capitales » ha producido efectos benéficos, gracias a que la mayor
movilidad de los capitales ha facilitado la disponibilidad de recursos a las actividades
productivas, el acrecentamiento de la movilidad, por otra parte, ha aumentado también el
riesgo de crisis financieras. El desarrollo de las finanzas, cuyas transacciones han superado
considerablemente en volumen, a las reales, corre el riesgo de seguir una lógica cada vez
más autoreferencial, sin conexión con la base real de la economía.
369 Una economía financiera con fin en sí misma está destinada a contradecir sus
finalidades, ya que se priva de sus raíces y de su razón constitutiva, es decir, de su papel
originario y esencial de servicio a la economía real y, en definitiva, de desarrollo de las
personas y de las comunidades humanas. El cuadro global resulta aún más preocupante a la
luz de la configuración fuertemente asimétrica que caracteriza al sistema financiero
internacional: los procesos de innovación y desregulación de los mercados financieros
tienden efectivamente a consolidarse sólo en algunas partes del planeta. Lo cual es fuente de
graves preocupaciones de naturaleza ética, porque los países excluidos de los procesos
descritos, aun no gozando de los beneficios de estos productos, no están sin embargo
protegidos contra eventuales consecuencias negativas de inestabilidad financiera en sus
sistemas económicos reales, sobre todo si son frágiles y poco desarrollados.760
370 La pérdida de centralidad por parte de los actores estatales debe coincidir con un
mayor compromiso de la comunidad internacional en el ejercicio de una decidida función de
dirección económica y financiera. Una importante consecuencia del proceso de
globalización, en efecto, consiste en la gradual pérdida de eficacia del Estado Nación en la
guía de las dinámicas económico-financieras nacionales. Los gobiernos de cada uno de los
países ven la propia acción en campo económico y social condicionada cada vez con mayor
fuerza por las expectativas de los mercados internacionales de capital y por la insistente
demanda de credibilidad provenientes del mundo financiero. A causa de los nuevos vínculos
entre los operadores globales, las tradicionales medidas defensivas de los Estados aparecen
condenadas al fracaso y, frente a las nuevas áreas de atribuciones, la noción misma de
mercado nacional pasa a un segundo plano.
372 También la política, al igual que la economía, debe saber extender su radio de acción
más allá de los confines nacionales, adquiriendo rápidamente una dimensión operativa
mundial que le permita dirigir los procesos en curso a la luz de parámetros no sólo
económicos, sino también morales. El objetivo de fondo será guiar estos procesos
asegurando el respeto de la dignidad del hombre y el desarrollo completo de su personalidad,
en el horizonte del bien común.762 Asumir semejante tarea, conlleva la responsabilidad de
acelerar la consolidación de las instituciones existentes, así como la creación de nuevos
organismos a los cuales confiar esta responsabilidad.763 El desarrollo económico, en efecto,
puede ser duradero si se realiza en un marco claro y definido de normas y en un amplio
proyecto de crecimiento moral, civil y cultural de toda la familia humana.
374 Un desarrollo más humano y solidario ayudará también a los mismos países
ricos. Estos países « advierten a menudo una especie de extravío existencial, una incapacidad
de vivir y de gozar rectamente el sentido de la vida, aun en medio de la abundancia de bienes
materiales, una alienación y pérdida de la propia humanidad en muchas personas, que se
sienten reducidas al papel de engranajes en el mecanismo de la producción y del consumo y
no encuentran el modo de afirmar la propia dignidad de hombres, creados a imagen y
semejanza de Dios ».768 Los países ricos han demostrado tener la capacidad de crear
bienestar material, pero a menudo lo han hecho a costa del hombre y de las clases sociales
más débiles: « No se puede ignorar que las fronteras de la riqueza y de la pobreza atraviesan
en su interior las mismas sociedades tanto desarrolladas como en vías de desarrollo. Pues, al
igual que existen desigualdades sociales hasta llegar a los niveles de miseria en los países
ricos, también, de forma paralela, en los países menos desarrollados se ven a menudo
manifestaciones de egoísmo y ostentación desconcertantes y escandalosas ».769
CAPÍTULO OCTAVO
LA COMUNIDAD POLÍTICA
I. ASPECTOS BÍBLICOS
a) El señorío de Dios
377 El pueblo de Israel, en la fase inicial de su historia, no tiene rey, como los otros
pueblos, porque reconoce solamente el señorío de Yahvéh. Dios interviene en la historia a
través de hombres carismáticos, como atestigua el Libro de los Jueces. Al último de estos
hombres, Samuel, juez y profeta, el pueblo le pedirá un rey (cf. 1 S 8,5; 10,18-19). Samuel
advierte a los israelitas las consecuencias de un ejercicio despótico de la realeza (cf. 1 S 8,11-
18). El poder real, sin embargo, también se puede experimentar como un don de Yahvéh que
viene en auxilio de su pueblo (cf. 1 S 9,16). Al final, Saúl recibirá la unción real (cf. 1
S 10,1-2). El acontecimiento subraya las tensiones que llevaron a Israel a una concepción de
la realeza diferente de la de los pueblos vecinos: el rey, elegido por Yahvéh (cf. Dt 17,15; 1
S 9,16) y por él consagrado (cf. 1 S 16,12-13), será visto como su hijo (cf. Sal 2,7) y deberá
hacer visible su señorío y su diseño de salvación (cf. Sal 72). Deberá, por tanto, hacerse
defensor de los débiles y asegurar al pueblo la justicia: las denuncias de los profetas se
dirigirán precisamente a los extravíos de los reyes (cf. 1R 21; Is 10, 1-4; Am 2,6-8; 8,4-
8; Mi 3,1-4).
378 El prototipo de rey elegido por Yahvéh es David, cuya condición humilde es subrayada
con satisfacción por la narración bíblica (cf. 1 S 16,1- 13). David es el depositario de la
promesa (cf. 2 S 7,13-16; Sal 89,2-38; 132,11-18), que lo hace iniciador de una especial
tradición real, la tradición « mesiánica ». Ésta, a pesar de todos los pecados y las
infidelidades del mismo David y de sus sucesores, culmina en Jesucristo, el « ungido de
Yahvéh » (es decir, « consagrado del Señor »: cf. 1 S 2,35; 24,7.11; 26,9.16; ver
también Ex30,22-32) por excelencia, hijo de David (cf. la genealogía en: Mt 1,1-17
y Lc 3,23-38; ver también Rm 1,3).
379 Jesús rechaza el poder opresivo y despótico de los jefes sobre las
Naciones (cf. Mc10,42) y su pretensión de hacerse llamar benefactores (cf. Lc 22,25), pero
jamás rechaza directamente las autoridades de su tiempo. En la diatriba sobre el pago del
tributo al César (cf. Mc 12,13-17; Mt 22,15-22; Lc 20,20-26), afirma que es necesario dar a
Dios lo que es de Dios, condenando implícitamente cualquier intento de divinizar y de
absolutizar el poder temporal: sólo Dios puede exigir todo del hombre. Al mismo tiempo, el
poder temporal tiene derecho a aquello que le es debido: Jesús no considera injusto el tributo
al César.
380 La sumisión, no pasiva, sino por razones de conciencia (cf. Rm 13,5), al poder
constituido responde al orden establecido por Dios. San Pablo define las relaciones y los
deberes de los cristianos hacia las autoridades (cf. Rm 13,1-7). Insiste en el deber cívico de
pagar los tributos: « Dad a cada cual lo que se le debe: a quien impuestos, impuestos; a quien
tributo, tributo; a quien respeto, respeto; a quien honor, honor » (Rm 13,7). El Apóstol no
intenta ciertamente legitimar todo poder, sino más bien ayudar a los cristianos a « procurar
el bien ante todos los hombres » (Rm 12,17), incluidas las relaciones con la autoridad, en
cuanto está al servicio de Dios para el bien de la persona (cf. Rm 13,4; 1 Tm 2,1-2; Tt 3,1) y
« para hacer justicia y castigar al que obra el mal » (Rm 13,4).
San Pedro exhorta a los cristianos a permanecer sometidos « a causa del Señor, a toda
institución humana » (1 P 2,13). El rey y sus gobernantes están para el « castigo de los que
obran el mal y alabanza de los que obran el bien » (1 P 2,14). Su autoridad debe ser «
honrada » (cf. 1 P 2,17), es decir reconocida, porque Dios exige un comportamiento recto,
que cierre « la boca a los ignorantes insensatos » (1 P 2,15). La libertad no puede ser usada
para cubrir la propia maldad, sino para servir a Dios (cf. 1 P 2,16). Se trata entonces de una
obediencia libre y responsable a una autoridad que hace respetar la justicia, asegurando el
bien común.
381 La oración por los gobernantes, recomendada por San Pablo durante las
persecuciones, señala explícitamente lo que debe garantizar la autoridad política: una vida
pacífica y tranquila, que transcurra con toda piedad y dignidad (1Tm 2,1-2). Los cristianos
deben estar « prontos para toda obra buena » (Tt 3,1), « mostrando una perfecta
mansedumbre con todos los hombres » (Tt 3,2), conscientes de haber sido salvados no por
sus obras, sino por la misericordia de Dios. Sin el « baño de regeneración y de renovación
del Espíritu Santo, que él derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo
nuestro Salvador » (Tt 3,5-6), todos los hombres son « insensatos, desobedientes,
descarriados, esclavos de toda suerte de pasiones y placeres, viviendo en malicia y envidia,
aborrecibles y aborreciéndonos unos a otros » (Tt 3,3). No se debe olvidar la miseria de la
condición humana, marcada por el pecado y rescatada por el amor de Dios.
382 Cuando el poder humano se extralimita del orden querido por Dios, se auto-diviniza y
reclama absoluta sumisión: se convierte entonces en la Bestia del Apocalipsis, imagen del
poder imperial perseguidor, ebrio de « la sangre de los santos y la sangre de los mártires de
Jesús » (Ap 17,6). La Bestia tiene a su servicio al « falso profeta » (Ap 19,20), que mueve a
los hombres a adorarla con portentos que seducen. Esta visión señala proféticamente todas
las insidias usadas por Satanás para gobernar a los hombres, insinuándose en su espíritu con
la mentira. Pero Cristo es el Cordero Vencedor de todo poder que en el curso de la historia
humana se absolutiza. Frente a este poder, San Juan recomienda la resistencia de los
mártires: de este modo los creyentes dan testimonio de que el poder corrupto y satánico ha
sido vencido, porque no tiene ninguna influencia sobre ellos.
383 La Iglesia anuncia que Cristo, vencedor de la muerte, reina sobre el universo que Él
mismo ha rescatado. Su Reino incluye también el tiempo presente y terminará sólo cuando
todo será consignado al Padre y la historia humana se concluirá con el juicio final (cf. 1
Co15,20-28). Cristo revela a la autoridad humana, siempre tentada por el dominio, que su
significado auténtico y pleno es de servicio. Dios es Padre único y Cristo único maestro para
todos los hombres, que son hermanos. La soberanía pertenece a Dios. El Señor, sin embargo,
« no ha querido retener para Él solo el ejercicio de todos los poderes. Entrega a cada criatura
las funciones que es capaz de ejercer, según las capacidades de su naturaleza. Este modo de
gobierno debe ser imitado en la vida social. El comportamiento de Dios en el gobierno del
mundo, que manifiesta tanto respeto a la libertad humana, debe inspirar la sabiduría de los
que gobiernan las comunidades humanas. Estos deben comportarse como ministros de la
providencia divina ».773
386 Lo que caracteriza en primer lugar a un pueblo es el hecho de compartir la vida y los
valores, fuente de comunión espiritual y moral: « La sociedad humana... tiene que ser
considerada, ante todo, como una realidad de orden principalmente espiritual: que impulse a
los hombres, iluminados por la verdad, a comunicarse entre sí los más diversos
conocimientos; a defender sus derechos y cumplir sus deberes; a desear los bienes del
espíritu; a disfrutar en común del justo placer de la belleza en todas sus manifestaciones; a
sentirse inclinados continuamente a compartir con los demás lo mejor de sí mismos; a
asimilar con afán, en provecho propio, los bienes espirituales del prójimo. Todos estos
valores informan y, al mismo tiempo, dirigen las manifestaciones de la cultura, de la
economía, de la convivencia social, del progreso y del orden político, del ordenamiento
jurídico y, finalmente, de cuantos elementos constituyen la expresión externa de la
comunidad humana en su incesante desarrollo ».783
387 A cada pueblo corresponde normalmente una Nación, pero, por diversas razones, no
siempre los confines nacionales coinciden con los étnicos.784 Surge así la cuestión de las
minorías, que históricamente han dado lugar a no pocos conflictos. El Magisterio afirma
que las minorías constituyen grupos con específicos derechos y deberes. En primer lugar, un
grupo minoritario tiene derecho a la propia existencia: « Este derecho puede no ser tenido en
cuenta de modos diversos, pudiendo llegar hasta el extremo de ser negado mediante formas
evidentes o indirectas de genocidio ».785 Además, las minorías tienen derecho a mantener su
cultura, incluida la lengua, así como sus convicciones religiosas, incluida la celebración del
culto. En la legítima reivindicación de sus derechos, las minorías pueden verse empujadas a
buscar una mayor autonomía o incluso la independencia: en estas delicadas circunstancias, el
diálogo y la negociación son el camino para alcanzar la paz. En todo caso, el recurso al
terrorismo es injustificable y dañaría la causa que se pretende defender. Las minorías tienen
también deberes que cumplir, entre los cuales se encuentra, sobre todo, la cooperación al
bien común del Estado en que se hallan insertos. En particular, « el grupo minoritario tiene el
deber de promover la libertad y la dignidad de cada uno de sus miembros y de respetar las
decisiones de cada individuo, incluso cuando uno de ellos decidiera pasar a la cultura
mayoritaria ».786
389 La comunidad política tiende al bien común cuando actúa a favor de la creación de un
ambiente humano en el que se ofrezca a los ciudadanos la posibilidad del ejercicio real de
los derechos humanos y del cumplimiento pleno de los respectivos deberes: « De hecho, la
experiencia enseña que, cuando falta una acción apropiada de los poderes públicos en lo
económico, lo político o lo cultural, se produce entre los ciudadanos, sobre todo en nuestra
época, un mayor número de desigualdades en sectores cada vez más amplios, resultando así
que los derechos y deberes de la persona humana carecen de toda eficacia práctica ».788
La plena realización del bien común requiere que la comunidad política desarrolle, en el
ámbito de los derechos humanos, una doble y complementaria acción, de defensa y de
promoción: debe « evitar, por un lado, que la preferencia dada a los derechos de algunos
particulares o de determinados grupos venga a ser origen de una posición de privilegio en la
Nación, y para soslayar, por otro, el peligro de que, por defender los derechos de todos,
incurran en la absurda posición de impedir el pleno desarrollo de los derechos de cada uno
».789
391 Una comunidad está sólidamente fundada cuando tiende a la promoción integral de la
persona y del bien común. En este caso, el derecho se define, se respeta y se vive también
según las modalidades de la solidaridad y la dedicación al prójimo. La justicia requiere que
cada uno pueda gozar de sus propios bienes, de sus propios derechos, y puede ser
considerada como la medida mínima del amor. 794 La convivencia es tanto más humana
cuanto más está caracterizada por el esfuerzo hacia una conciencia más madura del ideal al
que ella debe tender, que es la « civilización del amor ».795
392 El precepto evangélico de la caridad ilumina a los cristianos sobre el significado más
profundo de la convivencia política. La mejor manera de hacerla verdaderamente humana «
es fomentar el sentido interior de la justicia, de la benevolencia y del servicio al bien común
y robustecer las convicciones fundamentales en lo que toca a la naturaleza verdadera de la
comunidad política y al fin, recto ejercicio y límites de los poderes públicos ». 798 El objetivo
que los creyentes deben proponerse es la realización de relaciones comunitarias entre las
personas. La visión cristiana de la sociedad política otorga la máxima importancia al valor
de la comunidad, ya sea como modelo organizativo de la convivencia, ya sea como estilo de
vida cotidiana.
394 La autoridad política debe garantizar la vida ordenada y recta de la comunidad, sin
suplantar la libre actividad de los personas y de los grupos, sino disciplinándola y
orientándola hacia la realización del bien común, respetando y tutelando la independencia
de los sujetos individuales y sociales. La autoridad política es el instrumento de coordinación
y de dirección mediante el cual los particulares y los cuerpos intermedios se deben orientar
hacia un orden cuyas relaciones, instituciones y procedimientos estén al servicio del
crecimiento humano integral. El ejercicio de la autoridad política, en efecto, « así en la
comunidad en cuanto tal como en las instituciones representativas, debe realizarse siempre
dentro de los límites del orden moral para procurar el bien común —concebido
dinámicamente— según el orden jurídico legítimamente establecido o por establecer. Es
entonces cuando los ciudadanos están obligados en conciencia a obedecer ».802
396 La autoridad debe dejarse guiar por la ley moral: toda su dignidad deriva de ejercitarla
en el ámbito del orden moral,804 « que tiene a Dios como primer principio y último fin ».805En
razón de la necesaria referencia a este orden, que la precede y la funda, de sus finalidades y
destinatarios, la autoridad no puede ser entendida como una fuerza determinada por criterios
de carácter puramente sociológico e histórico: « Hay, en efecto, quienes osan negar la
existencia de una ley moral objetiva, superior a la realidad externa y al hombre mismo,
absolutamente necesaria y universal y, por último, igual para todos. Por esto, al no reconocer
los hombres una única ley de justicia con valor universal, no pueden llegar en nada a un
acuerdo pleno y seguro ».806 En este orden, « si se niega la idea de Dios, esos preceptos
necesariamente se desintegran por completo ».807 Precisamente de este orden proceden la
fuerza que la autoridad tiene para obligar 808 y su legitimidad moral; 809 no del arbitrio o de la
voluntad de poder,810 y tiene el deber de traducir este orden en acciones concretas para
alcanzar el bien común.811
397 La autoridad debe reconocer, respetar y promover los valores humanos y morales
esenciales. Estos son innatos, « derivan de la verdad misma del ser humano y expresan y
tutelan la dignidad de la persona. Son valores, por tanto, que ningún individuo, ninguna
mayoría y ningún Estado nunca pueden crear, modificar o destruir ». 812 Estos valores no se
fundan en « mayorías » de opinión, provisionales y mudables, sino que deben ser
simplemente reconocidos, respetados y promovidos como elementos de una ley moral
objetiva, ley natural inscrita en el corazón del hombre (cf. Rm 2,15), y punto de referencia
normativo de la misma ley civil.813 Si, a causa de un trágico oscurecimiento de la conciencia
colectiva, el escepticismo lograse poner en duda los principios fundamentales de la ley
moral,814 el mismo ordenamiento estatal quedaría desprovisto de sus fundamentos,
reduciéndose a un puro mecanismo de regulación pragmática de los diversos y contrapuestos
intereses.815
398 La autoridad debe emitir leyes justas, es decir, conformes a la dignidad de la persona
humana y a los dictámenes de la recta razón: « En tanto la ley humana es tal en cuanto es
conforme a la recta razón y por tanto deriva de la ley eterna. Cuando por el contrario una ley
está en contraste con la razón, se le denomina ley inicua; en tal caso cesa de ser ley y se
convierte más bien en un acto de violencia ». 816 La autoridad que gobierna según la razón
pone al ciudadano en relación no tanto de sometimiento con respecto a otro hombre, cuanto
más bien de obediencia al orden moral y, por tanto, a Dios mismo que es su fuente
última.817Quien rechaza obedecer a la autoridad que actúa según el orden moral « se rebela
contra el orden divino » (Rm 13,2).818 Análogamente la autoridad pública, que tiene su
fundamento en la naturaleza humana y pertenece al orden preestablecido por Dios, 819 si no
actúa en orden al bien común, desatiende su fin propio y por ello mismo se hace ilegítima.
d) El derecho de resistencia
400 Reconocer que el derecho natural funda y limita el derecho positivo significa admitir
que es legítimo resistir a la autoridad en caso de que ésta viole grave y repetidamente los
principios del derecho natural. Santo Tomás de Aquino escribe que « se está obligado a
obedecer ... por cuanto lo exige el orden de la justicia ». 823 El fundamento del derecho de
resistencia es, pues, el derecho de naturaleza.
Las expresiones concretas que la realización de este derecho puede adoptar son diversas.
También pueden ser diversos los fines perseguidos. La resistencia a la autoridad se propone
confirmar la validez de una visión diferente de las cosas, ya sea cuando se busca obtener un
cambio parcial, por ejemplo, modificando algunas leyes, ya sea cuando se lucha por un
cambio radical de la situación.
401 La doctrina social indica los criterios para el ejercicio del derecho de resistencia: «
Laresistencia a la opresión de quienes gobiernan no podrá recurrir legítimamente a las armas
sino cuando se reúnan las condiciones siguientes: 1) en caso de violaciones ciertas, graves y
prolongadas de los derechos fundamentales; 2) después de haber agotado todos los otros
recursos; 3) sin provocar desórdenes peores; 4) que haya esperanza fundada de éxito; 5) si es
imposible prever razonablemente soluciones mejores ».824 La lucha armada debe
considerarse un remedio extremo para poner fin a una « tiranía evidente y prolongada que
atentase gravemente a los derechos fundamentales de la persona y dañase peligrosamente el
bien común del país ».825 La gravedad de los peligros que el recurso a la violencia comporta
hoy evidencia que es siempre preferible el camino de la resistencia pasiva, « más conforme
con los principios morales y no menos prometedor del éxito ».826
402 Para tutelar el bien común, la autoridad pública legítima tiene el derecho y el deber de
conminar penas proporcionadas a la gravedad de los delitos.827 El Estado tiene la doble tarea
de reprimir los comportamientos lesivos de los derechos del hombre y de las reglas
fundamentales de la convivencia civil, y remediar, mediante el sistema de las penas, el
desorden causado por la acción delictiva. En el Estado de Derecho, el poder de infligir penas
queda justamente confiado a la Magistratura: « Las Constituciones de los Estados modernos,
al definir las relaciones que deben existir entre los poderes legislativo, ejecutivo y judicial,
garantizan a este último la independencia necesaria en el ámbito de la ley ».828
403 La pena no sirve únicamente para defender el orden público y garantizar la seguridad
de las personas; ésta se convierte, además, en instrumento de corrección del culpable, una
corrección que asume también el valor moral de expiación cuando el culpable acepta
voluntariamente su pena.829 La finalidad a la que tiende es doble: por una parte, favorecer la
reinserción de las personas condenadas; por otra parte, promover una justicia
reconciliadora, capaz de restaurar las relaciones de convivencia armoniosa rotas por el acto
criminal.
En este campo, es importante la actividad que los capellanes de las cárceles están llamados
a desempeñar, no sólo desde el punto de vista específicamente religioso, sino también en
defensa de la dignidad de las personas detenidas. Lamentablemente, las condiciones en que
éstas cumplen su pena no favorecen siempre el respeto de su dignidad. Con frecuencia las
prisiones se convierten incluso en escenario de nuevos crímenes. El ambiente de los
Institutos Penitenciarios ofrece, sin embargo, un terreno privilegiado para dar testimonio, una
vez más, de la solicitud cristiana en el campo social: « Estaba... en la cárcel y vinisteis a
verme » (Mt 25,35-36).
Queda excluido además « el recurso a una detención motivada sólo por el intento de obtener
noticias significativas para el proceso ».831 También, se ha de asegurar « la rapidez de los
procesos: una duración excesiva de los mismos resulta intolerable para los ciudadanos y
termina por convertirse en una verdadera injusticia ».832
405 La Iglesia ve como un signo de esperanza « la aversión cada vez más difundida en la
opinión pública a la pena de muerte, incluso como instrumento de “legítima defensa” social,
al considerar las posibilidades con las que cuenta una sociedad moderna para reprimir
eficazmente el crimen de modo que, neutralizando a quien lo ha cometido, no se le prive
definitivamente de la posibilidad de redimirse ».833 Aun cuando la enseñanza tradicional de la
Iglesia no excluya —supuesta la plena comprobación de la identidad y de la responsabilidad
del culpable— la pena de muerte « si esta fuera el único camino posible para defender
eficazmente del agresor injusto las vidas humanas »,834 los métodos incruentos de represión y
castigo son preferibles, ya que « corresponden mejor a las condiciones concretas del bien
común y son más conformes con la dignidad de la persona humana ». 835 El número creciente
de países que adoptan disposiciones para abolir la pena de muerte o para suspender su
aplicación es también una prueba de que los casos en los cuales es absolutamente necesario
eliminar al reo « son ya muy raros, por no decir prácticamente inexistentes ». 836La creciente
aversión de la opinión pública a la pena de muerte y las diversas disposiciones que tienden a
su abolición o a la suspensión de su aplicación, constituyen manifestaciones visibles de una
mayor sensibilidad moral.
407 Una auténtica democracia no es sólo el resultado de un respeto formal de las reglas,
sino que es el fruto de la aceptación convencida de los valores que inspiran los
procedimientos democráticos: la dignidad de toda persona humana, el respeto de los
derechos del hombre, la asunción del « bien común » como fin y criterio regulador de la
vida política. Si no existe un consenso general sobre estos valores, se pierde el significado de
la democracia y se compromete su estabilidad.
La doctrina social individúa uno de los mayores riesgos para las democracias actuales en el
relativismo ético, que induce a considerar inexistente un criterio objetivo y universal para
establecer el fundamento y la correcta jerarquía de valores: « Hoy se tiende a afirmar que el
agnosticismo y el relativismo escéptico son la filosofía y la actitud fundamental
correspondientes a las formas políticas democráticas, y que cuantos están convencidos de
conocer la verdad y se adhieren a ella con firmeza no son fiables desde el punto de vista
democrático, al no aceptar que la verdad sea determinada por la mayoría o que sea variable
según los diversos equilibrios políticos. A este propósito, hay que observar que, si no existe
una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las
convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una
democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto,
como demuestra la historia ».838 La democracia es fundamentalmente « un “ordenamiento” y,
como tal, un instrumento y no un fin. Su carácter “moral” no es automático, sino que
depende de su conformidad con la ley moral a la que, como cualquier otro comportamiento
humano, debe someterse; esto es, depende de la moralidad de los fines que persigue y de los
medios de que se sirve ».839
b) Instituciones y democracia
411 Entre las deformaciones del sistema democrático, la corrupción política es una de las
más graves 843 porque traiciona al mismo tiempo los principios de la moral y las normas de
la justicia social; compromete el correcto funcionamiento del Estado, influyendo
negativamente en la relación entre gobernantes y gobernados; introduce una creciente
desconfianza respecto a las instituciones públicas, causando un progresivo menosprecio de
los ciudadanos por la política y sus representantes, con el consiguiente debilitamiento de las
instituciones. La corrupción distorsiona de raíz el papel de las instituciones representativas,
porque las usa como terreno de intercambio político entre peticiones clientelistas y
prestaciones de los gobernantes. De este modo, las opciones políticas favorecen los objetivos
limitados de quienes poseen los medios para influenciarlas e impiden la realización del bien
común de todos los ciudadanos.
413 Los partidos políticos tienen la tarea de favorecer una amplia participación y el acceso
de todos a las responsabilidades públicas. Los partidos están llamados a interpretar las
aspiraciones de la sociedad civil orientándolas al bien común,846 ofreciendo a los ciudadanos
la posibilidad efectiva de concurrir a la formación de las opciones políticas. Los partidos
deben ser democráticos en su estructura interna, capaces de síntesis política y con visión de
futuro.
e) Información y democracia
415 Los medios de comunicación social se deben utilizar para edificar y sostener la
comunidad humana, en los diversos sectores, económico, político, cultural, educativo,
religioso: 848 « La información de estos medios es un servicio del bien común. La sociedad
tiene derecho a una información fundada en la verdad, la libertad, la justicia y la solidaridad
».849
En estas tres áreas —el mensaje, el proceso, las cuestiones estructurales— se debe aplicar
un principio moral fundamental: la persona y la comunidad humana son el fin y la medida
del uso de los medios de comunicación social. Un segundo principio es complementario del
primero: el bien de las personas no se puede realizar independientemente del bien común de
las comunidades a las que pertenecen.851 Es necesaria una participación en el proceso de la
toma de decisiones acerca de la política de las comunicaciones. Esta participación, de forma
pública, debe ser auténticamente representativa y no dirigida a favorecer grupos particulares,
cuando los medios de comunicación social persiguen fines de lucro.852
417 La comunidad política se constituye para servir a la sociedad civil, de la cual deriva. La
Iglesia ha contribuido a establecer la distinción entre comunidad política y sociedad civil,
sobre todo con su visión del hombre, entendido como ser autónomo, relacional, abierto a la
Trascendencia: esta visión contrasta tanto con las ideologías políticas de carácter
individualista, cuanto con las totalitarias que tienden a absorber la sociedad civil en la esfera
del Estado. El empeño de la Iglesia en favor del pluralismo social se propone conseguir una
realización más adecuada del bien común y de la misma democracia, según los principios de
la solidaridad, la subsidiaridad y la justicia.
418 La comunidad política y la sociedad civil, aun cuando estén recíprocamente vinculadas
y sean interdependientes, no son iguales en la jerarquía de los fines. La comunidad política
está esencialmente al servicio de la sociedad civil y, en último análisis, de las personas y de
los grupos que la componen.854 La sociedad civil, por tanto, no puede considerarse un mero
apéndice o una variable de la comunidad política: al contrario, ella tiene la preeminencia, ya
que es precisamente la sociedad civil la que justifica la existencia de la comunidad política.
El Estado debe aportar un marco jurídico adecuado para el libre ejercicio de la actividades
de los sujetos sociales y estar preparado a intervenir, cuando sea necesario y respetando el
principio de subsidiaridad, para orientar al bien común la dialéctica entre las libres
asociaciones activas en la vida democrática. La sociedad civil es heterogénea y fragmentaria,
no carente de ambigüedades y contradicciones: es también lugar de enfrentamiento entre
intereses diversos, con el riesgo de que el más fuerte prevalezca sobre el más indefenso.
419 La comunidad política debe regular sus relaciones con la sociedad civil según el
principio de subsidiaridad: 855 es esencial que el crecimiento de la vida democrática
comience en el tejido social. Las actividades de la sociedad civil —sobre todo
devoluntariado y cooperación en el ámbito privado-social, sintéticamente definido « tercer
sector » para distinguirlo de los ámbitos del Estado y del mercado— constituyen las
modalidades más adecuadas para desarrollar la dimensión social de la persona, que en tales
actividades puede encontrar espacio para su plena manifestación. La progresiva expansión de
las iniciativas sociales fuera de la esfera estatal crea nuevos espacios para la presencia activa
y para la acción directa de los ciudadanos, integrando las funciones desarrolladas por el
Estado. Este importante fenómeno con frecuencia se ha realizado por caminos y con
instrumentos informales, dando vida a modalidades nuevas y positivas de ejercicio de los
derechos de la persona que enriquecen cualitativamente la vida democrática.
420 La cooperación, incluso en sus formas menos estructuradas, se delinea como una de las
respuestas más fuertes a la lógica del conflicto y de la competencia sin límites, que hoy
aparece como predominante. Las relaciones que se instauran en un clima de cooperación y
solidaridad superan las divisiones ideológicas, impulsando a la búsqueda de lo que une más
allá de lo que divide.
423 En razón de sus vínculos históricos y culturales con una Nación, una comunidad
religiosa puede recibir un especial reconocimiento por parte del Estado: este
reconocimiento no debe, en modo alguno, generar una discriminación de orden civil o social
respecto a otros grupos religiosos.864 La visión de las relaciones entre los Estados y las
organizaciones religiosas, promovida por el Concilio Vaticano II, corresponde a las
exigencias del Estado de derecho y a las normas del derecho internacional. 865 La Iglesia es
perfectamente consciente de que no todos comparten esta visión: por desgracia, « numerosos
Estados violan este derecho [a la libertad religiosa], hasta tal punto que dar, hacer dar la
catequesis o recibirla llega a ser un delito susceptible de sanción ».866
a) Autonomía e independencia
b) Colaboración
427 Con el fin de prevenir y atenuar posibles conflictos entre la Iglesia y la comunidad
política, la experiencia jurídica de la Iglesia y del Estado ha delineado diversas formas
estables de relación e instrumentos aptos para garantizar relaciones armónicas. Esta
experiencia es un punto de referencia esencial para los casos en que el Estado pretende
invadir el campo de acción de la Iglesia, obstaculizando su libre actividad, incluso hasta
perseguirla abiertamente o, viceversa, en los casos en que las organizaciones eclesiales no
actúen correctamente con respecto al Estado.
CAPÍTULO NOVENO
LA COMUNIDAD INTERNACIONAL
I. ASPECTOS BÍBLICOS
428 Las narraciones bíblicas sobre los orígenes muestran la unidad del género humano y
enseñan que el Dios de Israel es el Señor de la historia y del cosmos: su acción abarca todo
el mundo y la entera familia humana, a la cual está destinada la obra de la creación. La
decisión de Dios de hacer al hombre a su imagen y semejanza (cf. Gn 1,26-27) confiere a la
criatura humana una dignidad única, que se extiende a todas las generaciones (cf. Gn 5) y
sobre toda la tierra (cf. Gn 10). El libro del Génesis muestra, además, que el ser humano no
ha sido creado aislado, sino dentro de un contexto del cual son parte integrante el espacio
vital, que le asegura la libertad (el jardín), la disponibilidad de alimentos (los árboles del
jardín), el trabajo (el mandato de cultivar) y sobre todo la comunidad (el don de la ayuda de
alguien semejante a él) (cf. Gn 2,8-24). Las condiciones que aseguran plenitud a la vida
humana son, en todo el Antiguo Testamento, objeto de la bendición divina. Dios quiere
garantizar al hombre los bienes necesarios para su crecimiento, la posibilidad de expresarse
libremente, el resultado positivo del trabajo, la riqueza de relaciones entre seres semejantes.
429 La alianza de Dios con Noé (cf. Gn 9,1-17), y en él con toda la humanidad, después de
la destrucción causada por el diluvio, manifiesta que Dios quiere mantener para la
comunidad humana la bendición de la fecundidad, la tarea de dominar la creación y la
absoluta dignidad e intangibilidad de la vida humana que habían caracterizado la primera
creación, no obstante que en ella se haya introducido, con el pecado, la degeneración de la
violencia y de la injusticia, castigada con el diluvio. El libro del Génesis presenta con
admiración la variedad de los pueblos, obra de la acción creadora de Dios (cf. Gn 10,1-32) y,
al mismo tiempo, estigmatiza el rechazo por parte del hombre de su condición de criatura, en
el episodio de la torre de Babel (cf. Gn 11,1-9). Todos los pueblos, en el plan divino, tenían «
un mismo lenguaje e idénticas palabras » (Gn 11,1), pero los hombres se dividen, dando la
espalda al Creador (cf. Gn 11,4).
430 La alianza establecida por Dios con Abraham, elegido como « padre de una
muchedumbre de pueblos » (Gn 17,4), abre el camino para la reunificación de la familia
humana con su Creador. La historia de salvación induce al pueblo de Israel a pensar que la
acción divina esté limitada a su tierra. Sin embargo, poco a poco, se va consolidando la
convicción que Dios actúa también entre las otras Naciones (cf. Is 19,18-25). Los Profetas
anunciarán para el tiempo escatológico la peregrinación de los pueblos al templo del Señor y
una era de paz entre las Naciones (cf. Is 2,2-5; 66,18-23). Israel, disperso en el exilio, tomará
definitivamente conciencia de su papel de testigo del único Dios (cf. Is 44,6-8), Señor del
mundo y de la historia de los pueblos (cf. Is 44,24-28).
432 El mensaje cristiano ofrece una visión universal de la vida de los hombres y de los
pueblos sobre la tierra,874 que hace comprender la unidad de la familia humana.875 Esta
unidad no se construye con la fuerza de las armas, del terror o de la prepotencia; es más bien
el resultado de aquel « supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en
tres personas... que los cristianos expresamos con la palabra “comunión” »,876 y una
conquista de la fuerza moral y cultural de la libertad.877 El mensaje cristiano ha sido decisivo
para hacer entender a la humanidad que los pueblos tienden a unirse no sólo en razón de
formas de organización, de vicisitudes políticas, de proyectos económicos o en nombre de un
internacionalismo abstracto e ideológico, sino porque libremente se orientan hacia la
cooperación, conscientes de « pertenecer como miembros vivos a la gran comunidad
mundial ».878 La comunidad mundial debe proponerse cada vez más y mejor como figura
concreta de la unidad querida por el Creador: « Ninguna época podrá borrar la unidad social
de los hombres, puesto que consta de individuos que poseen con igual derecho una misma
dignidad natural. Por esta causa, será siempre necesario, por imperativos de la misma
naturaleza, atender debidamente al bien universal, es decir, al que afecta a toda la familia
humana ».879
La convivencia entre las Naciones se funda en los mismos valores que deben orientar la de
los seres humanos entre sí: la verdad, la justicia, la solidaridad y la libertad882. La enseñanza
de la Iglesia en el ámbito de los principios constitutivos de la Comunidad Internacional,
exhorta a las relaciones entre los pueblos y las comunidades políticas encuentren su justa
regulación en la razón, la equidad, el derecho, la negociación, al tiempo que excluye el
recurso a la violencia y a la guerra, a formas de discriminación, de intimidación y de
engaño.883
La soberanía nacional no es, sin embargo, un absoluto. Las Naciones pueden renunciar
libremente al ejercicio de algunos de sus derechos, en orden a lograr un objetivo común, con
la conciencia de formar una « familia », 892 donde deben reinar la confianza recíproca, el
apoyo y respeto mutuos. En esta perspectiva, merece una atenta consideración la ausencia de
un acuerdo internacional que vele adecuadamente por « los derechos de las Naciones
»,893cuya preparación podría resolver de manera oportuna las cuestiones relacionadas con la
justicia y la libertad en el mundo contemporáneo.
436 Para realizar y consolidar un orden internacional que garantice eficazmente la pacífica
convivencia entre los pueblos, la misma ley moral que rige la vida de los hombres debe
regular también las relaciones entre los Estados: « Ley moral, cuya observancia debe ser
inculcada y promovida por la opinión pública de todas las Naciones y de todos los Estados
con tal unanimidad de voz y de fuerza, que ninguno pueda osar ponerla en duda o atenuar su
vínculo obligante ».894 Es necesario que la ley moral universal, escrita en el corazón del
hombre, sea considerada efectiva e inderogable cual viva expresión de la conciencia que la
humanidad tiene en común, una « gramática » 895 capaz de orientar el diálogo sobre el futuro
del mundo.
437 El respeto universal de los principios que inspiran una « ordenación jurídica del
Estado, la cual responde a las normas de la moral » 896 es condición necesaria para la
estabilidad de la vida internacional. La búsqueda de tal estabilidad ha propiciado la
gradual elaboración de un derecho de gentes 897 « ius gentium », que puede considerarse
como el « antepasado del derecho internacional ». 898 La reflexión jurídica y teológica,
vinculada al derecho natural, ha formulado « principios universales que son anteriores y
superiores al derecho interno de los Estados »,899 como son la unidad del género humano, la
igual dignidad de todos los pueblos, el rechazo de la guerra para superar las controversias, la
obligación de cooperar al bien común, la exigencia de mantener los acuerdos suscritos
(«pacta sunt servanda »). Este último principio se debe subrayar especialmente a fin de
evitar « la tentación de apelar al derecho de la fuerza más que a la fuerza del derecho ».900
438 Para resolver los conflictos que surgen entre las diversas comunidades políticas y que
comprometen la estabilidad de las Naciones y la seguridad internacional, es indispensable
pactar reglas comunes derivadas del diálogo, renunciando definitivamente a la idea de
buscar la justicia mediante el recurso a la guerra: 901 « La guerra puede terminar, sin
vencedores ni vencidos, en un suicidio de la humanidad; por lo cual hay que repudiar la
lógica que conduce a ella, la idea de que la lucha por la destrucción del adversario, la
contradicción y la guerra misma sean factores de progreso y de avance de la historia ».902
La Carta de las Naciones Unidas repudia no sólo el recurso a la fuerza, sino también la
misma amenaza de emplearla: 903 esta disposición nació de la trágica experiencia de la
Segunda Guerra Mundial. El Magisterio no había dejado de señalar, durante aquel conflicto,
algunos factores indispensables para edificar un nuevo orden internacional: la libertad y la
integridad territorial de cada Nación; la tutela de los derechos de las minorías; un reparto
equitativo de los bienes de la tierra; el rechazo de la guerra y la puesta en práctica del
desarme; la observancia de los pactos acordados; el cese de la persecución religiosa.904
439 Para consolidar el primado del derecho, es importante ante todo consolidar el principio
de la confianza recíproca.905 En esta perspectiva, es necesario remozar los instrumentos
normativos para la solución pacífica de las controversias de modo que se refuercen su
alcance y su obligatoriedad. Las instituciones de la negociación, la mediación, la
conciliación y el arbitraje, que son expresión de la legalidad internacional, deben apoyarse en
la creación de « una autoridad judicial totalmente efectiva en un mundo en paz ».906 Un
progreso en esta dirección permitirá a la Comunidad Internacional presentarse no ya como
un simple momento de agrupación de la vida de los Estados, sino como una estructura en la
que los conflictos pueden resolverse pacíficamente: « Así como dentro de cada Estado (...) el
sistema de la venganza privada y de la represalia ha sido sustituido por el imperio de la ley,
así también es urgente ahora que semejante progreso tenga lugar en la Comunidad
internacional ».907 En definitiva, el derecho internacional « debe evitar que prevalezca la ley
del más fuerte ».908
440 La Iglesia favorece el camino hacia una auténtica « comunidad » internacional, que ha
asumido una dirección precisa mediante la institución de la Organización de las Naciones
Unidas en 1945. Esta organización « ha contribuido a promover notablemente el respeto de
la dignidad humana, la libertad de los pueblos y la exigencia del desarrollo, preparando el
terreno cultural e institucional sobre el cual construir la paz ». 909 La doctrina social, en
general, considera positivo el papel de las Organizaciones intergubernamentales, en
particular de las que actúan en sectores específicos,910 si bien ha expresado reservas cuando
afrontan los problemas de forma incorrecta.911 El Magisterio recomienda que la acción de los
Organismos internacionales responda a las necesidades humanas en la vida social y en los
ambientes relevantes para la convivencia pacífica y ordenada de las Naciones y de los
pueblos.912
441 La solicitud por lograr una ordenada y pacífica convivencia de la familia humana
impulsa al Magisterio a destacar la exigencia de instituir « una autoridad pública universal
reconocida por todos, con poder eficaz para garantizar la seguridad, el cumplimiento de la
justicia y el respeto de los derechos ».913 En el curso de la historia, no obstante los cambios
de perspectiva de las diversas épocas, se ha advertido constantemente la necesidad de una
autoridad semejante para responder a los problemas de dimensión mundial que presenta la
búsqueda del bien común: es esencial que esta autoridad sea el fruto de un acuerdo y no de
una imposición, y no se entienda como un « super-estado global ».914
442 Una política internacional que tienda al objetivo de la paz y del desarrollo mediante la
adopción de medidas coordinadas,916 es más que nunca necesaria a causa de la
globalización de los problemas. El Magisterio subraya que la interdependencia entre los
hombres y entre las Naciones adquiere una dimensión moral y determina las relaciones del
mundo actual en el ámbito económico, cultural, político y religioso. En este contexto es de
desear una revisión de las Organizaciones internacionales; es éste un proceso que « supone la
superación de las rivalidades políticas y la renuncia a la voluntad de instrumentalizar dichas
organizaciones, cuya razón única debe ser el bien común »,917 con el objetivo de conseguir
«un grado superior de ordenamiento internacional ».918
443 El Magisterio valora positivamente el papel de las agrupaciones que se han ido creando
en la sociedad civil para desarrollar una importante función de formación y sensibilización
de la opinión pública en los diversos aspectos de la vida internacional, con una especial
atención por el respeto de los derechos del hombre, como lo demuestra « el número de
asociaciones privadas, algunas de alcance mundial, de reciente creación, y casi todas
comprometidas en seguir con extremo cuidado y loable objetividad los acontecimientos
internacionales en un campo tan delicado ».921
Los Gobiernos deberían sentirse animados a la vista de este esfuerzo, que busca poner en
práctica los ideales que inspiran la comunidad internacional, « especialmente a través de los
gestos concretos de solidaridad y de paz de tantas personas que trabajan en
lasOrganizaciones No Gubernativas y en los Movimientos en favor de los derechos humanos
».922
444 La Santa Sede —o Sede Apostólica— 923 goza de plena subjetividad internacional, en
cuanto autoridad soberana que realiza actos jurídicamente propios. Ejerce una soberanía
externa, reconocida en el marco de la Comunidad Internacional, que refleja la ejercida
dentro de la Iglesia y que se caracteriza por la unidad organizativa y la independencia. La
Iglesia se sirve de las modalidades jurídicas que son necesarias o útiles para el desempeño de
su misión.
445 El servicio diplomático de la Santa Sede, fruto de una praxis antigua y consolidada, es
un instrumento que actúa no sólo para la « libertas Ecclesiae », sino también para la
defensa y la promoción de la dignidad humana, así como para establecer un orden social
basado en los valores de la justicia, la verdad, la libertad y el amor: « Por un nativo derecho
inherente a nuestra misma misión espiritual, favorecido por un secular desarrollo de
acontecimientos históricos, también Nos enviamos nuestros legados a las supremas
autoridades de los Estados en los que está radicada o presente de alguna manera la Iglesia
Católica. Es cierto que las finalidades de la Iglesia y del Estado son de orden diferente, y que
ambas son sociedades perfectas, dotadas, por tanto, de medios propios, y son independientes
en la propia esfera de acción; pero es también cierto que una y otra actúan en beneficio de un
sujeto común, el hombre, llamado por Dios a la salvación eterna y colocado en la tierra para
permitirle, con la ayuda de la gracia, obtenerla mediante una vida de trabajo, que le
proporcione bienestar en una convivencia pacífica ».924 El bien de las personas y de las
comunidades humanas resulta favorecido cuando existe un diálogo constructivo y articulado
entre la Iglesia y las autoridades civiles, que se expresa también mediante la estipulación de
acuerdos recíprocos. Este diálogo tiende a establecer o reforzar relaciones de recíproca
comprensión y colaboración, así como a prevenir o a sanar eventuales tensiones, con el fin
de contribuir al progreso de cada pueblo y de toda la humanidad en la justicia y en la paz.
446 La solución al problema del desarrollo requiere la cooperación entre las comunidades
políticas particulares: « Las Naciones, al hallarse necesitadas las unas de ayudas
complementarias y las otras de ulteriores perfeccionamientos, sólo podrán atender a su
propia utilidad mirando simultáneamente al provecho de los demás. Por lo cual es de todo
punto preciso que los Estados se entiendan bien y se presten ayuda mutua ». 925 El
subdesarrollo parece una situación imposible de eliminar, casi una condena fatal, si se
considera que éste no es sólo fruto de decisiones humanas equivocadas, sino también
resultado de « mecanismos económicos, financieros y sociales » 926 y de « estructuras de
pecado » 927 que impiden el pleno desarrollo de los hombres y de los pueblos.
Estas dificultades, sin embargo, deben ser afrontadas con determinación firme y
perseverante, porque el desarrollo no es sólo una aspiración, sino un derecho 928 que, como
todo derecho, implica una obligación: « La cooperación al desarrollo de todo el hombre y de
cada hombre es un deber de todos para con todos y, al mismo tiempo, debe ser común a las
cuatro partes del mundo: Este y Oeste, Norte y Sur ». 929 En la visión del Magisterio, el
derecho al desarrollo se funda en los siguientes principios: unidad de origen y destino
común de la familia humana; igualdad entre todas las personas y entre todas las
comunidades, basada en la dignidad humana; destino universal de los bienes de la tierra;
integridad de la noción de desarrollo; centralidad de la persona humana; solidaridad.
448 El espíritu de cooperación internacional requiere que, por encima de la estrecha lógica
del mercado, se desarrolle la conciencia del deber de solidaridad, de justicia social y de
caridad universal,932 porque existe « algo que es debido al hombre porque es hombre, en
virtud de su eminente dignidad ».933 La cooperación es la vía en la que la Comunidad
Internacional en su conjunto debe comprometerse y recorrer « según una concepción
adecuada del bien común con referencia a toda la familia humana ». 934 De ella derivarán
efectos muy positivos, por ejemplo, un aumento de confianza en las potencialidades de las
personas pobres y, por tanto, de los países pobres y una equitativa distribución de los bienes.
449 Al comienzo del nuevo milenio, la pobreza de miles de millones de hombres y mujeres es
« la cuestión que, más que cualquier otra, interpela nuestra conciencia humana y cristiana
».935 La pobreza manifiesta un dramático problema de justicia: la pobreza, en sus diversas
formas y consecuencias, se caracteriza por un crecimiento desigual y no reconoce a cada
pueblo el « igual derecho a “sentarse a la mesa del banquete común” ». 936 Esta pobreza hace
imposible la realización de aquel humanismo pleno que la Iglesia auspicia y propone, a fin
de que las personas y los pueblos puedan « ser más » 937 y vivir en « condiciones más
humanas ».938
c) La deuda externa
450 El derecho al desarrollo debe tenerse en cuenta en las cuestiones vinculadas a la crisis
deudora de muchos países pobres.944 Esta crisis tiene en su origen causas complejas de
naturaleza diversa, tanto de carácter internacional —fluctuación de los cambios,
especulación financiera, neocolonialismo económico— como internas a los países
endeudados —corrupción, mala gestión del dinero público, utilización distorsionada de los
préstamos recibidos—. Los mayores sufrimientos, atribuibles a cuestiones estructurales pero
también a comportamientos personales, recaen sobre la población de los países endeudados y
pobres, que no tiene culpa alguna. La comunidad internacional no puede desentenderse de
semejante situación: incluso reafirmando el principio de que la deuda adquirida debe ser
saldada, es necesario encontrar los caminos para no comprometer el « derecho fundamental
de los pueblos a la subsistencia y al progreso ».945
CAPÍTULO DÉCIMO
I. ASPECTOS BÍBLICOS
453 La salvación definitiva que Dios ofrece a toda la humanidad por medio de su propio
Hijo, no se realiza fuera de este mundo. Aun herido por el pecado, el mundo está destinado
a conocer una purificación radical (cf. 2 P 3,10) de la que saldrá renovado (cf. Is 65,17;
66,22;Ap 21,1), convirtiéndose por fin en el lugar donde establemente « habite la justicia »
(2 P3,13).
455 No sólo la interioridad del hombre ha sido sanada, también su corporeidad ha sido
elevada por la fuerza redentora de Cristo; toda la creación toma parte en la renovación que
brota de la Pascua del Señor, aun gimiendo con dolores de parto (cf. Rm 8,19-23), en espera
de dar a luz « un nuevo cielo y una tierra nueva » (Ap 21,1) que son el don del fin de los
tiempos, de la salvación cumplida. Mientras tanto, nada es extraño a esta salvación: en
cualquier condición de vida, el cristiano está llamado a servir a Cristo, a vivir según su
Espíritu, dejándose guiar por el amor, principio de una vida nueva, que reporta el mundo y el
hombre al proyecto de sus orígenes: « El mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro,
todo es vuestro; y vosotros, de Cristo y Cristo, de Dios » (1 Co 3,22-23).
456 La visión bíblica inspira las actitudes de los cristianos con respecto al uso de la tierra,
y al desarrollo de la ciencia y de la técnica. El Concilio Vaticano II declara que « tiene razón
el hombre, participante de la luz de la inteligencia divina, cuando afirma que por virtud de su
inteligencia es superior al universo material ».946 Los Padres Conciliares reconocen los
progresos realizados gracias a la aplicación incesante del ingenio humano a lo largo de los
siglos, en las ciencias empíricas, en la técnica y en las disciplinas liberales. 947 El hombre « en
nuestros días, gracias a la ciencia y la técnica, ha logrado dilatar y sigue dilatando el campo
de su dominio sobre casi toda la naturaleza ».948
Puesto que el hombre, « creado a imagen de Dios, recibió el mandato de gobernar el mundo
en justicia y santidad, sometiendo a sí la tierra y cuanto en ella se contiene, y de orientar a
Dios la propia persona y el universo entero, reconociendo a Dios como Creador de todo, de
modo que con el sometimiento de todas las cosas al hombre sea admirable el nombre de Dios
en el mundo », el Concilio enseña que « la actividad humana, individual y colectiva o el
conjunto ingente de esfuerzos realizados por el hombre a lo largo de los siglos para lograr
mejores condiciones de vida, considerado en sí mismo, responde a la voluntad de Dios ».949
457 Los resultados de la ciencia y de la técnica son, en sí mismos, positivos: los cristianos «
lejos de pensar que las conquistas logradas por el hombre se oponen al poder de Dios y que
la criatura racional pretende rivalizar con el Creador, están, por el contrario persuadidos de
que las victorias del hombre son signo de la grandeza de Dios y consecuencia de su inefable
designio ».950 Los Padres Conciliares subrayan también el hecho de que « cuanto más se
acrecienta el poder del hombre, más amplia es su responsabilidad individual y colectiva
»,951y que toda la actividad humana debe encaminarse, según el designio de Dios y su
voluntad, al bien de la humanidad.952 En esta perspectiva, el Magisterio ha subrayado
frecuentemente que la Iglesia católica no se opone en modo alguno al progreso, 953 al
contrario, considera « la ciencia y la tecnología... un maravilloso producto de la creatividad
humana donada por Dios, ellas nos han proporcionado estupendas posibilidades y nos hemos
beneficiado de ellas agradecidamente ».954 Por eso, « como creyentes en Dios, que ha
juzgado “buena” la naturaleza creada por Él, nosotros gozamos de los progresos técnicos y
económicos que el hombre con su inteligencia logra realizar ».955
459 Punto central de referencia para toda aplicación científica y técnica es el respeto del
hombre, que debe ir acompañado por una necesaria actitud de respeto hacia las demás
criaturas vivientes. Incluso cuando se plantea una alteración de éstas, « conviene tener en
cuenta la naturaleza de cada ser y su mutua conexión en un sistema ordenado ».962 En este
sentido, las formidables posibilidades de la investigación biológica suscitan profunda
inquietud, ya que « no se ha llegado aún a calcular las alteraciones provocadas en la
naturaleza por una indiscriminada manipulación genética y por el desarrollo irreflexivo de
nuevas especies de plantas y formas de vida animal, por no hablar de inaceptables
intervenciones sobre los orígenes de la misma vida humana ». 963 De hecho, « se ha
constatado que la aplicación de algunos descubrimientos en el campo industrial y agrícola
produce, a largo plazo, efectos negativos. Todo esto ha demostrado crudamente cómo toda
intervención en una área del ecosistema debe considerar sus consecuencias en otras áreas y,
en general, en el bienestar de las generaciones futuras ».964
Si el hombre interviene sobre la naturaleza sin abusar de ella ni dañarla, se puede decir que «
interviene no para modificar la naturaleza, sino para ayudarla a desarrollarse en su línea, la
de la creación, la querida por Dios. Trabajando en este campo, sin duda delicado, el
investigador se adhiere al designio de Dios. Dios ha querido que el hombre sea el rey de la
creación ».968 En el fondo, es Dios mismo quien ofrece al hombre el honor de cooperar con
todas las fuerzas de su inteligencia en la obra de la creación.
462 La naturaleza aparece como un instrumento en las manos del hombre, una realidad que
él debe manipular constantemente, especialmente mediante la tecnología. A partir del
presupuesto, que se ha revelado errado, de que existe una cantidad ilimitada de energía y de
recursos utilizables, que su regeneración inmediata es posible y que los efectos negativos de
las manipulaciones de la naturaleza pueden ser fácilmente absorbidos, se ha difundido y
prevalece una concepción reductiva que entiende el mundo natural en clave mecanicista y el
desarrollo en clave consumista. El primado atribuido al hacer y al tener más que al ser, es
causa de graves formas de alienación humana.972
463 Una correcta concepción del medio ambiente, si por una parte no puede reducir
utilitariamente la naturaleza a un mero objeto de manipulación y explotación, por otra
parte, tampoco debe absolutizarla y colocarla, en dignidad, por encima de la misma
persona humana. En este último caso, se llega a divinizar la naturaleza o la tierra, como
puede fácilmente verse en algunos movimientos ecologistas que piden se otorgue un
reconocimiento institucional internacionalmente garantizado a sus ideas.973
464 Una visión del hombre y de las cosas desligada de toda referencia a la trascendencia ha
llevado a rechazar el concepto de creación y a atribuir al hombre y a la naturaleza una
existencia completamente autónoma. El vínculo que une el mundo con Dios ha sido así roto:
esta ruptura ha acabado desvinculando también al hombre de la tierra y, más radicalmente, ha
empobrecido su misma identidad. El ser humano ha llegado a considerarse extraño al
contexto ambiental en el que vive. La consecuencia que deriva de todo ello es muy clara: «
La relación que el hombre tiene con Dios determina la relación del hombre con sus
semejantes y con su ambiente. Por eso la cultura cristiana ha reconocido siempre en las
criaturas que rodean al hombre otros tantos dones de Dios que se han de cultivar y custodiar
con sentido de gratitud hacia el Creador. En particular, la espiritualidad benedictina y la
franciscana han testimoniado esta especie de parentesco del hombre con el medio ambiente,
alimentando en él una actitud de respeto a toda realidad del mundo que lo rodea ». 975 Debe
darse un mayor relieve a la profunda conexión que existe entre ecología ambiental y
«ecología humana ».976
466 La tutela del medio ambiente constituye un desafío para la entera humanidad: se trata
del deber, común y universal, de respetar un bien colectivo,979 destinado a todos, impidiendo
que se puedan « utilizar impunemente las diversas categorías de seres, vivos o inanimados —
animales, plantas, elementos naturales—, como mejor apetezca, según las propias exigencias
».980 Es una responsabilidad que debe crecer, teniendo en cuenta la globalidad de la actual
crisis ecológica y la consiguiente necesidad de afrontarla globalmente, ya que todos los seres
dependen unos de otros en el orden universal establecido por el Creador: « Conviene tener en
cuenta la naturaleza de cada ser y su mutua conexión en un sistema ordenado, que es
precisamente el cosmos ».981
Esta perspectiva adquiere una importancia particular cuando se considera, en el contexto de
los estrechos vínculos que unen entre sí a los diversos ecosistemas, el valor ambiental de la
biodiversidad, que se ha de tratar con sentido de responsabilidad y proteger adecuadamente,
porque constituye una riqueza extraordinaria para toda la humanidad. Al respecto, cada uno
puede advertir con facilidad, por ejemplo, la importancia de la región de amazónica, « uno
de los espacios naturales más apreciados en el mundo por su diversidad biológica, siendo
vital para el equilibrio ambiental de todo el planeta ». 982 Los bosques contribuyen a mantener
los esenciales equilibrios naturales, indispensables para la vida. 983 Su destrucción, incluida la
causada por los irrazonables incendios dolosos, acelera los procesos de desertificación con
peligrosas consecuencias para las reservas de agua y pone en peligro la vida de muchos
pueblos indígenas y el bienestar de las futuras generaciones. Todos, personas y sujetos
institucionales, deben sentirse comprometidos en la protección del patrimonio forestal y,
donde sea necesario, promover programas adecuados de reforestación.
El contenido jurídico del « derecho a un ambiente natural seguro y saludable » 987 será el
fruto de una gradual elaboración, solicitada por la opinión pública, preocupada por
disciplinar el uso de los bienes de la creación según las exigencias del bien común y con una
voluntad común de instituir sanciones para quienes contaminan. Las normas jurídicas, sin
embargo, no bastan por sí solas; 988 junto a ellas deben madurar un firme sentido de
responsabilidad y un cambio efectivo en la mentalidad y en los estilos de vida.
469 Las autoridades llamadas a tomar decisiones para hacer frente a los riesgos contra la
salud y el medio ambiente, a menudo se encuentran ante situaciones en las que los datos
científicos disponibles son contradictorios o cuantitativamente escasos: puede ser oportuno
entonces hacer una valoración según el « principio de precaución », que no comporta la
aplicación de una regla, sino una orientación para gestionar situaciones de incertidumbre.
Este principio evidencia la necesidad de tomar una decisión provisional, que podrá ser
modificada en base a nuevos conocimientos que eventualmente se logren. La decisión debe
ser proporcionada a las medidas ya en acto para otros riesgos. Las políticas preventivas,
basadas sobre el principio de precaución, exigen que las decisiones se basen en una
comparación entre los riesgos y los beneficios hipotéticos que comporta cada decisión
alternativa posible, incluida la decisión de no intervenir. A este planteamiento precaucional
está vinculada la exigencia de promover seriamente la adquisición de conocimientos más
profundos, aun sabiendo que la ciencia puede no llegar rápidamente a la conclusión de una
ausencia de riesgos. Las circunstancias de incertidumbre y provisionalidad hacen
especialmente importante la transparencia en el proceso de toma de decisiones.
Una economía que respete el medio ambiente no buscará únicamente el objetivo del máximo
beneficio, porque la protección ambiental no puede asegurarse sólo en base al cálculo
financiero de costos y beneficios. El ambiente es uno de esos bienes que los mecanismos del
mercado no son capaces de defender o de promover adecuadamente.993 Todos los países, en
particular los desarrollados, deben advertir la urgente obligación de reconsiderar las
modalidades de uso de los bienes naturales. La investigación en el campo de las
innovaciones que pueden reducir el impacto sobre el medio ambiente provocado por la
producción y el consumo, deberá incentivarse eficazmente.
471 La relación que los pueblos indígenas tienen con su tierra y sus recursos merece una
consideración especial: se trata de una expresión fundamental de su identidad.996 Muchos
pueblos han perdido o corren el riesgo de perder las tierras en que viven, 997 a las que está
vinculado el sentido de su existencia, a causa de poderosos intereses agrícolas e industriales,
o condicionados por procesos de asimilación y de urbanización. 998 Los derechos de los
pueblos indígenas deben ser tutelados oportunamente. 999 Estos pueblos ofrecen un ejemplo
de vida en armonía con el medio ambiente, que han aprendido a conocer y a preservar: 1000su
extraordinaria experiencia, que es una riqueza insustituible para toda la humanidad, corre el
peligro de perderse junto con el medio ambiente en que surgió.
472 En los últimos años se ha impuesto con fuerza la cuestión del uso de las nuevas
biotecnologías con finalidades ligadas a la agricultura, la zootecnia, la medicina y la
protección del medio ambiente. Las nuevas posibilidades que ofrecen las actuales técnicas
biológicas y biogenéticas suscitan, por una parte, esperanzas y entusiasmos y, por otra,
alarma y hostilidad. Las aplicaciones de las biotecnologías, su licitud desde el punto de vista
moral, sus consecuencias para la salud del hombre, su impacto sobre el medio ambiente y la
economía, son objeto de profundo estudio y de animado debate. Se trata de cuestiones
controvertidas que afectan a científicos e investigadores, políticos y legisladores,
economistas y ambientalistas, productores y consumidores. Los cristianos no son
indiferentes a estos problemas, conscientes de la importancia de los valores que están en
juego.1001
473 La visión cristiana de la creación conlleva un juicio positivo sobre la licitud de las
intervenciones del hombre en la naturaleza, sin excluir los demás seres vivos, y, al mismo
tiempo, comporta una enérgica llamada al sentido de la responsabilidad.1002 La naturaleza,
en efecto, no es una realidad sagrada o divina, vedada a la acción humana. Es, más bien, un
don entregado por el Creador a la comunidad humana, confiado a la inteligencia y a la
responsabilidad moral del hombre. Por ello, el hombre no comete un acto ilícito cuando,
respetando el orden, la belleza y la utilidad de cada ser vivo y de su función en el ecosistema,
interviene modificando algunas de las características y propiedades de estos. Si bien, las
intervenciones del hombre que dañan los seres vivos o el medio ambiente son deplorables,
son en cambio encomiables las que se traducen en una mejora de aquéllos. La licitud del uso
de las técnicas biológicas y biogenéticas no agota toda la problemática ética: como en
cualquier comportamiento humano, es necesario valorar cuidadosamente su utilidad real y
sus posibles consecuencias, también en términos de riesgo. En el ámbito de las
intervenciones técnico-científicas que poseen una amplia y profunda repercusión sobre los
organismos vivos, con la posibilidad de consecuencias notables a largo plazo, no es lícito
actuar con irresponsabilidad ni a la ligera.
474 Las modernas biotecnologías tienen un fuerte impacto social, económico y político, en
el plano local, nacional e internacional: se han de valorar según los criterios éticos que
deben orientar siempre las actividades y las relaciones humanas en el ámbito
socioeconómico y político.1003 Es necesario tener presentes, sobre todo, los criterios de
justicia y solidaridad, a los que deben sujetarse, en primer lugar, los individuos y grupos que
trabajan en la investigación y la comercialización en el campo de las biotecnologías. En
cualquier caso, no se debe caer en el error de creer que la sola difusión de los beneficios
vinculados a las nuevas biotecnologías pueda resolver todos los apremiantes problemas de
pobreza y subdesarrollo que subyugan aún a tantos países del mundo.
476 La solidaridad implica también una llamada a la responsabilidad que tienen los países
en vías de desarrollo y, particularmente sus autoridades políticas, en la promoción de una
política comercial favorable a sus pueblos y del intercambio de tecnologías que puedan
mejorar sus condiciones de alimentación y salud. En estos países debe crecer la inversión en
investigación, con especial atención a las características y a las necesidades particulares del
propio territorio y de la propia población, sobre todo teniendo en cuenta que algunas
investigaciones en el campo de las biotecnologías, potencialmente beneficiosas, requieren
inversiones relativamente modestas. Con tal fin, sería útil crear Organismos nacionales
dedicados a la protección del bien común mediante una gestión inteligente de los riesgos.
477 Los científicos y los técnicos que operan en el sector de las biotecnologías deben
trabajar con inteligencia y perseverancia en la búsqueda de las mejores soluciones para los
graves y urgentes problemas de la alimentación y de la salud. No han de olvidar que sus
actividades atañen a materiales, vivos o inanimados, que son parte del patrimonio de la
humanidad, destinado también a las generaciones futuras; para los creyentes, se trata de un
don recibido del Creador, confiado a la inteligencia y la libertad humanas, que son también
éstas un don del Altísimo. Los científicos han de saber empeñar sus energías y capacidades
en una investigación apasionada, guiada por una conciencia limpia y honesta.1004
478 Los empresarios y los responsables de los entes públicos que se ocupan de la
investigación, la producción y el comercio de los productos derivados de las nuevas
biotecnologías deben tener en cuenta no sólo el legítimo beneficio, sino también el bien
común. Este principio, que vale para toda actividad económica, resulta particularmente
importante cuando se trata de actividades relacionadas con la alimentación, la medicina, la
protección del medio ambiente y el cuidado de la salud. Los empresarios y los responsables
de los entes públicos interesados pueden orientar, con sus decisiones, el sector de las
biotecnologías hacia metas con un importante impacto en lo que se refiere a la lucha contra
el hambre, especialmente en los países más pobres, la lucha contra las enfermedades y la
lucha por salvaguardar el ecosistema, patrimonio de todos.
479 Los políticos, los legisladores y los administradores públicos tienen la responsabilidad
de valorar las potencialidades, las ventajas y los eventuales riesgos vinculados al uso de las
biotecnologías. Es inaceptable que sus decisiones, a nivel nacional o internacional, estén
dictadas por presiones procedentes de intereses particulares. Las autoridades públicas deben
favorecer también una correcta información de la opinión pública y saber tomar las
decisiones más convenientes para el bien común.
480 Los responsables de la información tienen también una tarea importante en este ámbito,
que han de ejercer con prudencia y objetividad. La sociedad espera de ellos una información
completa y objetiva, que ayude a los ciudadanos a formarse una opinión correcta sobre los
productos biotecnológicos, porque se trata de algo que les concierne en primera persona, en
cuantos posibles consumidores. Se debe evitar, por tanto, caer en la tentación de una
información superficial, alimentada por fáciles entusiasmos o por alarmismos injustificados.
481 También en el campo de la ecología la doctrina social invita a tener presente que los
bienes de la tierra han sido creados por Dios para ser sabiamente usados por todos: estos
bienes deben ser equitativamente compartidos, según la justicia y la caridad. Se trata
fundamentalmente de impedir la injusticia de un acaparamiento de los recursos: la avidez, ya
sea individual o colectiva, es contraria al orden de la creación. 1005 Los actuales problemas
ecológicos, de carácter planetario, pueden ser afrontados eficazmente sólo gracias a una
cooperación internacional capaz de garantizar una mayor coordinación en el uso de los
recursos de la tierra
482 El principio del destino universal de los bienes ofrece una orientación fundamental,
moral y cultural, para deshacer el complejo y dramático nexo que une la crisis ambiental
con la pobreza. La actual crisis ambiental afecta particularmente a los más pobres, bien
porque viven en tierras sujetas a la erosión y a la desertización, están implicados en
conflictos armados o son obligados a migraciones forzadas, bien porque no disponen de los
medios económicos y tecnológicos para protegerse de las calamidades.
Téngase presente, además, la situación de los países penalizados por las reglas de un
comercio internacional injusto, en los que la persistente escasez de capitales se agrava, con
frecuencia, por el peso de la deuda externa: en estos casos, el hambre y la pobreza hacen casi
inevitable una explotación intensiva y excesiva del medio ambiente.
483 El estrecho vínculo que existe entre el desarrollo de los países más pobres, los cambios
demográficos y un uso sostenible del ambiente, no debe utilizarse como pretexto para
decisiones políticas y económicas poco conformes a la dignidad de la persona humana. En
el Norte del planeta se asiste a una « caída de la tasa de natalidad, con repercusiones en el
envejecimiento de la población, incapaz incluso de renovarse biológicamente »,1006 mientras
que en el Sur la situación es diversa. Si bien es cierto que la desigual distribución de la
población y de los recursos disponibles crean obstáculos al desarrollo y al uso sostenible del
ambiente, debe reconocerse que el crecimiento demográfico es plenamente compatible con
un desarrollo integral y solidario: 1007 « Todos están de acuerdo en que la política
demográfica representa sólo una parte de una estrategia global de desarrollo. Así pues, es
importante que cualquier discusión sobre políticas demográficas tenga en cuenta el
desarrollo actual y futuro de las Naciones y las zonas. Al mismo tiempo, es imposible no
considerar la verdadera naturaleza de lo que significa el término "desarrollo". Todo
desarrollo digno de este nombre ha de ser integral, es decir, ha de buscar el verdadero bien de
toda persona y de toda la persona ».1008
484 El principio del destino universal de los bienes, naturalmente, se aplica también al
agua, considerada en la Sagrada Escritura símbolo de purificación (cf. Sal 51,4; Jn 13,8) y
de vida (cf. Jn 3,5; Ga 3,27): « Como don de Dios, el agua es instrumento vital,
imprescindible para la supervivencia y, por tanto, un derecho de todos ». 1009 La utilización
del agua y de los servicios a ella vinculados debe estar orientada a satisfacer las necesidades
de todos y sobre todo de las personas que viven en la pobreza. El acceso limitado al agua
potable repercute sobre el bienestar de un número enorme de personas y es con frecuencia
causa de enfermedades, sufrimientos, conflictos, pobreza e incluso de muerte: para resolver
adecuadamente esta cuestión, « se debe enfocar de forma que se establezcan criterios
morales basados precisamente en el valor de la vida y en el respeto de los derechos humanos
y de la dignidad de todos los seres humanos ».1010
485 El agua, por su misma naturaleza, no puede ser tratada como una simple mercancía
más entre las otras, y su uso debe ser racional y solidario. Su distribución forma parte,
tradicionalmente, de las responsabilidades de los entes públicos, porque el agua ha sido
considerada siempre como un bien público, una característica que debe mantenerse, aun
cuando la gestión fuese confiada al sector privado. El derecho al agua, 1011 como todos los
derechos del hombre, se basa en la dignidad humana y no en valoraciones de tipo meramente
cuantitativo, que consideran el agua sólo como un bien económico. Sin agua, la vida está
amenazada. Por tanto, el derecho al agua es un derecho universal e inalienable.
486 Los graves problemas ecológicos requieren un efectivo cambio de mentalidad que lleve
a adoptar nuevos estilos de vida,1012 « a tenor de los cuales la búsqueda de la verdad, de la
belleza y del bien, así como la comunión con los demás hombres para un desarrollo común,
sean los elementos que determinen las opciones del consumo, de los ahorros y de las
inversiones ».1013 Tales estilos de vida deben estar presididos por la sobriedad, la templanza,
la autodisciplina, tanto a nivel personal como social. Es necesario abandonar la lógica del
mero consumo y promover formas de producción agrícola e industrial que respeten el orden
de la creación y satisfagan las necesidades primarias de todos. Una actitud semejante,
favorecida por la renovada conciencia de la interdependencia que une entre sí a todos los
habitantes de la tierra, contribuye a eliminar diversas causas de desastres ecológicos y
garantiza una capacidad de pronta respuesta cuando estos percances afectan a pueblos y
territorios.1014 La cuestión ecológica no debe ser afrontada únicamente en razón de las
terribles perspectivas que presagia la degradación ambiental: tal cuestión debe ser,
principalmente, una vigorosa motivación para promover una auténtica solidaridad de
dimensión mundial.
LA PROMOCIÓN DE LA PAZ
I. ASPECTOS BÍBLICOS
488 Antes que un don de Dios al hombre y un proyecto humano conforme al designio divino,
la paz es, ante todo, un atributo esencial de Dios: « Yahveh- Paz » (Jc 6,24). La creación,
que es un reflejo de la gloria divina, aspira a la paz. Dios crea todas las cosas y todo lo
creado forma un conjunto armónico, bueno en todas sus partes (cf. Gn 1,4.10.12.18.
21.25.31).
La paz se funda en la relación primaria entre todo ser creado y Dios mismo, una relación
marcada por la rectitud (cf. Gn 17,1). Como consecuencia del acto voluntario con el cual el
hombre altera el orden divino, el mundo conoce el derramamiento de sangre y la división: la
violencia se manifiesta en las relaciones interpersonales (cf. Gn 4,1-16) y en las sociales
(cf.Gn 11,1-9). La paz y la violencia no pueden habitar juntas, donde hay violencia no puede
estar Dios (cf. 1 Cro 22,8-9).
489 En la Revelación bíblica, la paz es mucho más que la simple ausencia de guerra:
representa la plenitud de la vida (cf. Ml 2,5); más que una construcción humana, es un sumo
don divino ofrecido a todos los hombres, que comporta la obediencia al plan de Dios. La paz
es el efecto de la bendición de Dios sobre su pueblo: « Yahveh te muestre su rostro y te
conceda la paz » (Nm 6,26). Esta paz genera fecundidad (cf. Is 48,19), bienestar (cf. Is48,18),
prosperidad (cf. Is 54,13), ausencia de temor (cf. Lv 26,6) y alegría profunda (cf. Pr12,20).
491 La promesa de paz, que recorre todo el Antiguo Testamento, halla su cumplimiento en la
Persona de Jesús. La paz es el bien mesiánico por excelencia, que engloba todos los demás
bienes salvíficos. La palabra hebrea « shalom », en el sentido etimológico de « entereza »,
expresa el concepto de « paz » en la plenitud de su significado (cf. Is 9,5s.; Mi 5,1-4). El
reino del Mesías es precisamente el reino de la paz (cf. Jb 25,2; Sal 29,11; 37,11; 72,3.7;
85,9.11; 119,165; 125,5; 128,6; 147,14; Ct 8,10; Is 26,3.12; 32,17s; 52,7; 54,10; 57,19;
60,17; 66,12; Ag 2,9; Zc 9,10 et alibi). Jesús « es nuestra paz » (Ef 2,14), Él ha derribado el
muro de la enemistad entre los hombres, reconciliándoles con Dios (cf. Ef 2,14-16). De este
modo, San Pablo, con eficaz sencillez, indica la razón fundamental que impulsa a los
cristianos hacia una vida y una misión de paz.
492 La paz de Cristo es, ante todo, la reconciliación con el Padre, que se realiza mediante la
misión apostólica confiada por Jesús a sus discípulos y que comienza con un anuncio de
paz: « En la casa en que entréis, decid primero: “Paz a esta casa” » (Lc 10,5-6;
cf. Rm 1,7). La paz es además reconciliación con los hermanos, porque Jesús, en la oración
que nos enseñó, el « Padre nuestro », asocia el perdón pedido a Dios con el que damos a los
hermanos: « Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros
deudores » (Mt6,12). Con esta doble reconciliación, el cristiano puede convertirse en artífice
de paz y, por tanto, partícipe del Reino de Dios, según lo que Jesús mismo proclama: «
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios »
(Mt 5,9).
493 La acción por la paz nunca está separada del anuncio del Evangelio, que es ciertamente
« la Buena Nueva de la paz » (Hch 10,36; cf. Ef 6,15) dirigida a todos los hombres. En el
centro del « Evangelio de paz » (Ef 6,15) se encuentra el misterio de la Cruz, porque la paz
es inseparable del sacrificio de Cristo (cf. Is 53,5: « El soportó el castigo que nos trae la paz,
y con sus cardenales hemos sido curados »): Jesús crucificado ha anulado la división,
instaurando la paz y la reconciliación precisamente « por medio de la cruz, dando en sí
mismo muerte a la Enemistad » (Ef 2,16) y donando a los hombres la salvación de la
Resurrección.
494 La paz es un valor 1015 y un deber universal; 1016 halla su fundamento en el orden
racional y moral de la sociedad que tiene sus raíces en Dios mismo, « fuente primaria del
ser, verdad esencial y bien supremo ».1017 La paz no es simplemente ausencia de guerra, ni
siquiera un equilibrio estable entre fuerzas adversarias,1018 sino que se funda sobre una
correcta concepción de la persona humana 1019 y requiere la edificación de un orden según
la justicia y la caridad.
La paz es fruto de la justicia (cf. Is 32,17),1020 entendida en sentido amplio, como el respeto
del equilibrio de todas las dimensiones de la persona humana. La paz peligra cuando al
hombre no se le reconoce aquello que le es debido en cuanto hombre, cuando no se respeta
su dignidad y cuando la convivencia no está orientada hacia el bien común. Para construir
una sociedad pacífica y lograr el desarrollo integral de los individuos, pueblos y Naciones,
resulta esencial la defensa y la promoción de los derechos humanos.1021
La paz también es fruto del amor: « La verdadera paz tiene más de caridad que de justicia,
porque a la justicia corresponde sólo quitar los impedimentos de la paz: la ofensa y el daño;
pero la paz misma es un acto propio y específico de caridad ».1022
495 La paz se construye día a día en la búsqueda del orden querido por Dios 1023 y sólo
puede florecer cuando cada uno reconoce la propia responsabilidad para
promoverla.1024Para prevenir conflictos y violencias, es absolutamente necesario que la paz
comience a vivirse como un valor en el interior de cada persona: así podrá extenderse a las
familias y a las diversas formas de agregación social, hasta alcanzar a toda la comunidad
política.1025 En un dilatado clima de concordia y respeto de la justicia, puede madurar una
auténtica cultura de paz,1026 capaz de extenderse también a la Comunidad Internacional. La
paz es, por tanto, « el fruto del orden plantado en la sociedad humana por su divino
Fundador, y que los hombres, sedientos siempre de una justicia más perfecta, han de llevar a
cabo ».1027 Este ideal de paz « no se puede lograr si no se asegura el bien de las personas y la
comunicación espontánea entre los hombres de sus riquezas de orden intelectual y espiritual
».1028
496 La violencia no constituye jamás una respuesta justa. La Iglesia proclama, con la
convicción de su fe en Cristo y con la conciencia de su misión, « que la violencia es un mal,
que la violencia es inaceptable como solución de los problemas, que la violencia es indigna
del hombre. La violencia es una mentira, porque va contra la verdad de nuestra fe, la verdad
de nuestra humanidad. La violencia destruye lo que pretende defender: la dignidad, la vida,
la libertad del ser humano ».1029
497 El Magisterio condena « la crueldad de la guerra » 1032 y pide que sea considerada con
una perspectiva completamente nueva: 1033 « En nuestra época, que se jacta de poseer la
energía atómica, resulta un absurdo sostener que la guerra es un medio apto para resarcir el
derecho violado ».1034 La guerra es un « flagelo » 1035 y no representa jamás un medio idóneo
para resolver los problemas que surgen entre las Naciones: « No lo ha sido nunca y no lo será
jamás »,1036 porque genera nuevos y más complejos conflictos.1037 Cuando estalla, la guerra se
convierte en « una matanza inútil »,1038 « aventura sin retorno »,1039 que amenaza el presente y
pone en peligro el futuro de la humanidad: « Nada se pierde con la paz; todo puede perderse
con la guerra ».1040 Los daños causados por un conflicto armado no son solamente
materiales, sino también morales.1041 La guerra es, en definitiva, « el fracaso de todo
auténtico humanismo »,1042 « siempre es una derrota de la humanidad »:1043 « nunca más los
unos contra los otros, ¡nunca más! ... ¡nunca más la guerra, nunca más la guerra! ».1044
498 La búsqueda de soluciones alternativas a la guerra para resolver los conflictos
internacionales ha adquirido hoy un carácter de dramática urgencia, ya que « el ingente
poder de los medios de destrucción, accesibles incluso a las medias y pequeñas potencias, y
la conexión cada vez más estrecha entre los pueblos de toda la tierra, hacen muy arduo o
prácticamente imposible limitar las consecuencias de un conflicto ».1045 Es, pues, esencial la
búsqueda de las causas que originan un conflicto bélico, ante todo las relacionadas con
situaciones estructurales de injusticia, de miseria y de explotación, sobre las que hay que
intervenir con el objeto de eliminarlas: « Por eso, el otro nombre de la paz es el desarrollo.
Igual que existe la responsabilidad colectiva de evitar la guerra, también existe la
responsabilidad colectiva de promover el desarrollo ».1046
499 Los Estados no siempre disponen de los instrumentos adecuados para proveer
eficazmente a su defensa: de ahí la necesidad y la importancia de las Organizaciones
internacionales y regionales, que deben ser capaces de colaborar para hacer frente a los
conflictos y fomentar la paz, instaurando relaciones de confianza recíproca, que hagan
impensable el recurso a la guerra.1047 « Cabe esperar que los pueblos, por medio de relaciones
y contactos institucionalizados, lleguen a conocer mejor los vínculos sociales con que la
naturaleza humana los une entre sí y a comprender con claridad creciente que entre los
principales deberes de la común naturaleza humana hay que colocar el de que las relaciones
individuales e internacionales obedezcan al amor y no al temor, porque ante todo es propio
del amor llevar a los hombres a una sincera y múltiple colaboración material y espiritual, de
la que tantos bienes pueden derivarse para ellos ».1048
a) La legítima defensa
500 Una guerra de agresión es intrínsecamente inmoral. En el trágico caso que estalle la
guerra, los responsables del Estado agredido tienen el derecho y el deber de organizar la
defensa, incluso usando la fuerza de las armas.1049 Para que sea lícito el uso de la fuerza, se
deben cumplir simultáneamente unas condiciones rigurosas: « —que el daño causado por el
agresor a la Nación o a la comunidad de las naciones sea duradero, grave y cierto; —que
todos los demás medios para poner fin a la agresión hayan resultado impracticables o
ineficaces; —que se reúnan las condiciones serias de éxito; —que el empleo de las armas no
entrañe males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar. El poder de los
medios modernos de destrucción obliga a una prudencia extrema en la apreciación de esta
condición. Estos son los elementos tradicionales enumerados en la doctrina llamada de la
“guerra justa”. La apreciación de estas condiciones de legitimidad moral pertenece al juicio
prudente de quienes están a cargo del bien común ».1050
Una acción bélica preventiva, emprendida sin pruebas evidentes de que una agresión está
por desencadenarse, no deja de plantear graves interrogantes de tipo moral y jurídico. Por
tanto, sólo una decisión de los organismos competentes, basada en averiguaciones
exhaustivas y con fundados motivos, puede otorgar legitimación internacional al uso de la
fuerza armada, autorizando una injerencia en la esfera de la soberanía propia de un Estado,
en cuanto identifica determinadas situaciones como una amenaza para la paz.
b) Defender la paz
502 Las exigencias de la legítima defensa justifican la existencia de las fuerzas armadas en
los Estados, cuya acción debe estar al servicio de la paz: quienes custodian con ese espíritu
la seguridad y la libertad de un país, dan una auténtica contribución a la paz.1054 Las
personas que prestan su servicio en las fuerzas armadas, tienen el deber específico de
defender el bien, la verdad y la justicia en el mundo; no son pocos los que en este contexto
han sacrificado la propia vida por estos valores y por defender vidas inocentes. El número
creciente de militares que trabajan en fuerzas multinacionales, en el ámbito de las « misiones
humanitarias y de paz », promovidas por las Naciones Unidas, es un hecho significativo.1055
503 Los miembros de las fuerzas armadas están moralmente obligados a oponerse a las
órdenes que prescriben cumplir crímenes contra el derecho de gentes y sus principios
universales.1056 Los militares son plenamente responsables de los actos que realizan violando
los derechos de las personas y de los pueblos o las normas del derecho internacional
humanitario. Estos actos no se pueden justificar con el motivo de la obediencia a órdenes
superiores.
Los objetores de conciencia, que rechazan por principio la prestación del servicio militar en
los casos en que sea obligatorio, porque su conciencia les lleva a rechazar cualquier uso de
la fuerza, o bien la participación en un determinado conflicto, deben estar disponibles a
prestar otras formas de servicio: « Parece razonable que las leyes tengan en cuenta, con
sentido humano, el caso de los que se niegan a tomar las armas por motivo de conciencia y
aceptan al mismo tiempo servir a la comunidad humana de otra forma ».1057
504 El derecho al uso de la fuerza en legítima defensa está asociado al deber de proteger y
ayudar a las víctimas inocentes que no pueden defenderse de la agresión. En los conflictos
de la era moderna, frecuentemente al interno de un mismo Estado, también deben ser
plenamente respetadas las disposiciones del derecho internacional humanitario. Con mucha
frecuencia la población civil es atacada, a veces incluso como objetivo bélico. En algunos
casos es brutalmente asesinada o erradicada de sus casas y de la propia tierra con
emigraciones forzadas, bajo el pretexto de una « limpieza étnica » 1058 inaceptable. En estas
trágicas circunstancias, es necesario que las ayudas humanitarias lleguen a la población civil
y que nunca sean utilizadas para condicionar a los beneficiarios: el bien de la persona
humana debe tener la precedencia sobre los intereses de las partes en conflicto.
Una categoría especial de víctimas de la guerra son los refugiados, que a causa de los
combates se ven obligados a huir de los lugares donde viven habitualmente, hasta encontrar
protección en países diferentes de donde nacieron. La Iglesia muestra por ellos un especial
cuidado, no sólo con la presencia pastoral y el socorro material, sino también con el
compromiso de defender su dignidad humana: « La solicitud por los refugiados nos debe
estimular a reafirmar y subrayar los derechos humanos, universalmente reconocidos, y a
pedir que también para ellos sean efectivamente aplicados ».1060
506 Los conatos de eliminar enteros grupos nacionales, étnicos, religiosos o lingüísticos son
delitos contra Dios y contra la misma humanidad, y los autores de estos crímenes deben
responder ante la justicia.1061 El siglo XX se ha caracterizado trágicamente por diversos
genocidios: el de los armenios, los ucranios, los camboyanos, los acaecidos en África y en
los Balcanes. Entre ellos sobresale el holocausto del pueblo hebreo, la Shoah: « Los días de
la shoah han marcado una verdadera noche en la historia, registrando crímenes inauditos
contra Dios y contra el hombre ».1062
e) El desarme
509 Las armas de destrucción masiva —biológicas, químicas y nucleares— representan una
amenaza particularmente grave; quienes las poseen tienen una enorme responsabilidad
delante de Dios y de la humanidad entera.1071 El principio de la no-proliferación de armas
nucleares, junto con las medidas para el desarme nuclear, así como la prohibición de pruebas
nucleares, constituyen objetivos estrechamente unidos entre sí, que deben alcanzarse en el
menor tiempo posible por medio de controles eficaces a nivel internacional. 1072 La
prohibición de desarrollar, producir, acumular y emplear armas químicas y biológicas, así
como las medidas que exigen su destrucción, completan el cuadro normativo internacional
para proscribir estas armas nefastas,1073 cuyo uso ha sido explícitamente reprobado por el
Magisterio: « Toda acción bélica que tiende indiscriminadamente a la destrucción de
ciudades enteras o de extensas regiones junto con sus habitantes, es un crimen contra Dios y
la humanidad que hay que condenar con firmeza y sin vacilaciones ».1074
510 El desarme debe extenderse a la interdicción de armas que infligen efectos traumáticos
excesivos o que golpean indiscriminadamente, así como las minas antipersona, un tipo de
pequeños artefactos, inhumanamente insidiosos, porque siguen dañando durante mucho
tiempo después del fin de las hostilidades: los Estados que las producen, comercializan o las
usan todavía, deben cargar con la responsabilidad de retrasar gravemente la total eliminación
de estos instrumentos mortíferos.1075 La Comunidad Internacional debe continuar
empeñándose en la limpieza de campos minados, promoviendo una eficaz cooperación,
incluida la formación técnica, con los países que no disponen de medios propios aptos para
efectuar esta urgente labor de sanear sus territorios y que no están en condiciones de
proporcionar una asistencia adecuada a las víctimas de las minas.
511 Es necesario que se adopten las medidas apropiadas para el control de la producción,
la venta, la importación y la exportación de armas ligeras e individuales, que favorecen
muchas manifestaciones de violencia. La venta y el tráfico de estas armas constituyen una
seria amenaza para la paz: son las que matan un mayor número de personas y las más usadas
en los conflictos no internacionales; su disponibilidad aumenta el riesgo de nuevos conflictos
y la intensidad de aquellos en curso. La actitud de los Estados que aplican rígidos controles
al tráfico internacional de armas pesadas, mientras que no prevén nunca, o sólo en raras
ocasiones, restricciones al comercio de armas ligeras e individuales, es una contradicción
inaceptable. Es indispensable y urgente que los Gobiernos adopten medidas apropiadas para
controlar la producción, acumulación, venta y tráfico de estas armas, 1076 con el fin de
contrarrestar su creciente difusión, en gran parte entre grupos de combatientes que no
pertenecen a las fuerzas armadas de un Estado.
513 El terrorismo es una de las formas más brutales de violencia que actualmente perturba
a la Comunidad Internacional, pues siembra odio, muerte, deseo de venganza y de
represalia.1078 De estrategia subversiva, típica sólo de algunas organizaciones extremistas,
dirigida a la destrucción de las cosas y al asesinato de las personas, el terrorismo se ha
transformado en una red oscura de complicidades políticas, que utiliza también sofisticados
medios técnicos, se vale frecuentemente de ingentes cantidades de recursos financieros y
elabora estrategias a gran escala, atacando personas totalmente inocentes, víctimas casuales
de las acciones terroristas.1079 Los objetivos de los ataques terroristas son, en general, los
lugares de la vida cotidiana y no objetivos militares en el contexto de una guerra declarada.
El terrorismo actúa y golpea a ciegas, fuera de las reglas con las que los hombres han tratado
de regular sus conflictos, por ejemplo mediante el derecho internacional humanitario: « En
muchos casos se admite como nuevo sistema de guerra el uso de los métodos del terrorismo
».1080 No se deben desatender las causas que originan esta inaceptable forma de
reivindicación. La lucha contra el terrorismo presupone el deber moral de contribuir a crear
las condiciones para que no nazca ni se desarrolle.
515 Es una profanación y una blasfemia proclamarse terroristas en nombre de Dios: 1086 de
ese modo se instrumentaliza, no sólo al hombre, sino también a Dios, al creer que se posee
totalmente su verdad, en vez de querer ser poseídos por ella. Definir « mártires » a quienes
mueren cumpliendo actos terroristas es subvertir el concepto de martirio, ya que éste es un
testimonio de quien se deja matar por no renunciar a Dios y a su amor, no de quien asesina
en nombre de Dios.
Ninguna religión puede tolerar el terrorismo ni, menos aún, predicarlo.1087 Las religiones
están más bien comprometidas en colaborar para eliminar las causas del terrorismo y
promover la amistad entre los pueblos.1088
518 El perdón recíproco no debe anular las exigencias de la justicia, ni mucho menos
impedir el camino que conduce a la verdad: justicia y verdad representan, en cambio, los
requisitos concretos de la reconciliación. Resultan oportunas las iniciativas que tienden a
instituir Organismos judiciales internacionales. Semejantes Organismos, valiéndose del
principio de jurisdicción universal y apoyados en procedimientos adecuados, respetuosos de
los derechos de los imputados y de las víctimas, pueden encontrar la verdad sobre los
crímenes perpetrados durante los conflictos armados. 1095 Es necesario, sin embargo, ir más
allá de la determinación de los comportamientos delictivos, ya sean de acción o de omisión,
y de las decisiones sobre los procedimientos de reparación, para llegar al restablecimiento de
relaciones de recíproco entendimiento entre los pueblos divididos, en nombre de la
reconciliación.1096 Es necesario, además, promover el respeto del derecho a la paz: este
derecho « favorece la construcción de una sociedad en cuyo seno las relaciones de fuerza se
sustituyen por relaciones de colaboración con vistas al bien común ».1097
519 La Iglesia lucha por la paz con la oración. La oración abre el corazón, no sólo a una
profunda relación con Dios, sino también al encuentro con el prójimo inspirado por
sentimientos de respeto, confianza, comprensión, estima y amor. 1098 La oración infunde valor
y sostiene a « los verdaderos amigos de la paz », 1099 a los que tratan de promoverla en las
diversas circunstancias en que viven. La oración litúrgica es « la cumbre a la cual tiende la
actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza »; 1100en
particular la celebración eucarística, « fuente y cumbre de toda la vida cristiana », 1101 es el
manantial inagotable de todo auténtico compromiso cristiano por la paz.1102
520 Las Jornadas Mundiales de la Paz son celebraciones de especial intensidad para orar
invocando la paz y para comprometerse a construir un mundo de paz. El Papa Pablo VI las
instituyó con el fin de « dedicar a los pensamientos y a los propósitos de la Paz, una
celebración particular en el día primero del año civil ». 1103 Los Mensajes Pontificios para
esta ocasión anual constituyen una rica fuente de actualización y desarrollo de la doctrina
social, e indican la constante acción pastoral de la Iglesia en favor de la paz: « La Paz se
afianza solamente con la paz; la paz no separada de los deberes de justicia, sino alimentada
por el propio sacrificio, por la clemencia, por la misericordia, por la caridad ».1104
TERCERA PARTE
CAPÍTULO DUODÉCIMO
521 Consciente de la fuerza renovadora del cristianismo también en sus relaciones con la
cultura y la realidad social,1105 la Iglesia ofrece la contribución de su enseñanza para la
construcción de la comunidad de los hombres, mostrando el significado social del
Evangelio.1106 A finales del siglo XIX, el Magisterio de la Iglesia afrontó orgánicamente las
graves cuestiones sociales de la época, estableciendo « un paradigma permanente para la
Iglesia. Ésta, en efecto, hace oír su voz ante determinadas situaciones humanas, individuales
y comunitarias, nacionales e internacionales, para las cuales formula una verdadera doctrina,
un corpus, que le permite analizar las realidades sociales, pronunciarse sobre ellas y dar
orientaciones para la justa solución de los problemas derivados de las mismas ». 1107 La
intervención de León XIII en la realidad socio-política de su tiempo con la encíclica
« Rerum novarum » « confiere a la Iglesia una especie de “carta de ciudadanía” respecto a
las realidades cambiantes de la vida pública, y esto se corroboraría aún más posteriormente
».1108
522 La Iglesia, con su doctrina social, ofrece sobre todo una visión integral y una plena
comprensión del hombre, en su dimensión personal y social. La antropología cristiana,
manifestando la dignidad inviolable de la persona, introduce las realidades del trabajo, de la
economía y de la política en una perspectiva original, que ilumina los auténticos valores
humanos e inspira y sostiene el compromiso del testimonio cristiano en los múltiples ámbitos
de la vida personal, cultural y social. Gracias a las « primicias del Espíritu » (Rm 8,23), el
cristiano es capaz de « cumplir la ley nueva del amor (cf. Rm 8,1-11). Por medio de este
Espíritu, que es prenda de la herencia (Ef 1,14), se restaura internamente todo el hombre
hasta que llegue la redención del cuerpo (Rm 8,23) ».1109 En este sentido, la doctrina social
subraya cómo el fundamento de la moralidad de toda actuación social consiste en el
desarrollo humano de la persona e individúa la norma de la acción social en su
correspondencia con el verdadero bien de la humanidad y en el compromiso tendiente a crear
condiciones que permitan a cada hombre realizar su vocación integral.
525 El mensaje social del Evangelio debe orientar la Iglesia a desarrollar una doble tarea
pastoral: ayudar a los hombres a descubrir la verdad y elegir el camino a seguir; y animar
el compromiso de los cristianos de testimoniar, con solícito servicio, el Evangelio en campo
social: « Hoy más que nunca, la Palabra de Dios no podrá ser proclamada ni escuchada si no
va acompañada del testimonio de la potencia del Espíritu Santo, operante en la acción de los
cristianos al servicio de sus hermanos, en los puntos donde se juegan éstos su existencia y su
porvenir ».1115 La necesidad de una nueva evangelización hace comprender a la Iglesia « que
su mensaje social se hará creíble por el testimonio de las obras, antes que por su coherencia
y lógica interna ».1116
526 La doctrina social dicta los criterios fundamentales de la acción pastoral en campo
social: anunciar el Evangelio; confrontar el mensaje evangélico con las realidades sociales;
proyectar acciones cuya finalidad sea la renovación de tales realidades, conformándolas a
las exigencias de la moral cristiana. Una nueva evangelización de la vida social requiere
ante todo el anuncio del Evangelio: Dios en Jesucristo salva a todos los hombres y a todo el
hombre. Este anuncio revela el hombre a sí mismo y debe ser el principio de interpretación
de las realidades sociales. En el anuncio del Evangelio, la dimensión social es esencial e
ineludible, aun no siendo la única. Ésta debe mostrar la inagotable fecundidad de la
salvación cristiana, si bien una conformación perfecta y definitiva de las realidades sociales
con el Evangelio no podrá realizarse en la historia: ningún resultado, ni aun el más perfecto,
puede eludir las limitaciones de la libertad humana y la tensión escatológica de toda realidad
creada.1117
527 La acción pastoral de la Iglesia en el ámbito social debe testimoniar ante todo la
verdad sobre el hombre. La antropología cristiana permite un discernimiento de los
problemas sociales, para los que no se puede hallar una solución correcta si no se tutela el
carácter trascendente de la persona humana, plenamente revelado en la fe. 1118 La acción
social de los cristianos debe inspirarse en el principio fundamental de la centralidad del
hombre.1119 De la exigencia de promover la identidad integral del hombre brota la propuesta
de los grandes valores que presiden una convivencia ordenada y fecunda: verdad, justicia,
amor, libertad.1120 La pastoral social se esfuerza para que la renovación de la vida pública
esté ligada a un efectivo respeto de estos valores. De ese modo, la Iglesia, mediante su
multiforme testimonio evangélico, promueve la conciencia de que el bien de todos y de cada
uno es el recurso inagotable para desarrollar toda la vida social.
528 La doctrina social es un punto de referencia indispensable para una formación cristiana
completa. La insistencia del Magisterio al proponer esta doctrina como fuente inspiradora del
apostolado y de la acción social nace de la persuasión de que ésta constituye un
extraordinario recurso formativo: « Es absolutamente indispensable —sobre todo para los
fieles laicos comprometidos de diversos modos en el campo social y político— un
conocimiento más exacto de la doctrina social de la Iglesia ».1121 Este patrimonio doctrinal
no se enseña ni se conoce adecuadamente: esta es una de las razones por las que no se
traduce pertinentemente en un comportamiento concreto.
529 El valor formativo de la doctrina social debe estar más presente en la actividad
catequética.1122 La catequesis es la enseñanza orgánica y sistemática de la doctrina cristiana,
impartida con el fin de iniciar a los creyentes en la plenitud de la vida evangélica. 1123 El fin
último de la catequesis « es poner a uno no sólo en contacto, sino en comunión, en intimidad
con Jesucristo »,1124 para que así pueda reconocer la acción del Espíritu Santo, del cual
proviene el don de la vida nueva en Cristo.1125 Con esta perspectiva de fondo, en su servicio
de educación en la fe, la catequesis no debe omitir, « sino iluminar como es debido...
realidades como la acción del hombre por su liberación integral, la búsqueda de una sociedad
más solidaria y fraterna, las luchas por la justicia y la construcción de la paz ». 1126 Para este
fin, es necesario procurar una presentación integral del Magisterio social, en su historia, en
sus contenidos y en sus metodologías. Una lectura directa de las encíclicas sociales, realizada
en el contexto eclesial, enriquece su recepción y su aplicación, gracias a la aportación de las
diversas competencias y conocimientos profesionales presentes en la comunidad.
532 Las instituciones educativas católicas pueden y deben prestar un precioso servicio
formativo, aplicándose con especial solicitud en la inculturación del mensaje cristiano, es
decir, el encuentro fecundo entre el Evangelio y los distintos saberes. La doctrina social es un
instrumento necesario para una eficaz educación cristiana al amor, la justicia, la paz, así
como para madurar la conciencia de los deberes morales y sociales en el ámbito de las
diversas competencias culturales y profesionales.
d) Promover el diálogo
534 La doctrina social es un instrumento eficaz de diálogo entre las comunidades cristianas
y la comunidad civil y política, un instrumento idóneo para promover e inspirar actitudes de
correcta y fecunda colaboración, según las modalidades adecuadas a las circunstancias. El
compromiso de las autoridades civiles y políticas, llamadas a servir a la vocación personal y
social del hombre, según su propia competencia y con sus propios medios, puede encontrar
en la doctrina social de la Iglesia un importante apoyo y una rica fuente de inspiración.
535 La doctrina social es un terreno fecundo para cultivar el diálogo y la colaboración en
campo ecuménico, que hoy día se realizan en diversos ámbitos a gran escala: en la defensa
de la dignidad de las personas humanas; en la promoción de la paz; en la lucha concreta y
eficaz contra las miserias de nuestro tiempo, como el hambre y la indigencia, el
analfabetismo, la injusta distribución de los bienes y la falta de vivienda. Esta multiforme
cooperación aumenta la conciencia de la fraternidad en Cristo y facilita el camino
ecuménico.
536 En la común tradición del Antiguo Testamento, la Iglesia católica sabe que puede
dialogar con sus hermanos Hebreos, también mediante su doctrina social, para construir
juntos un futuro de justicia y de paz para todos los hombres, hijos del único Dios. El común
patrimonio espiritual favorece el conocimiento mutuo y la estima recíproca, 1133 sobre cuya
base puede crecer el entendimiento para superar cualquier discriminación y defender la
dignidad humana.
537 La doctrina social se caracteriza también por una llamada constante al diálogo entre
todos los creyentes de las religiones del mundo, a fin de que sepan compartir la búsqueda de
las formas más oportunas de colaboración: las religiones tienen un papel importante en la
consecución de la paz, que depende del compromiso común por el desarrollo integral del
hombre.1134 Con el espíritu de los Encuentros de oración que se realizaron en Asís,1135 la
Iglesia sigue invitando a los creyentes de otras religiones al diálogo y a favorecer, en todo
lugar, un testimonio eficaz de los valores comunes
a toda la familia humana.
También la acción pastoral en el ámbito social está destinada a todos los cristianos,
llamados a ser sujetos activos en el testimonio de la doctrina social y a injertarse plenamente
en la tradición consolidada de « la actividad fecunda de millones y millones de hombres,
quienes a impulsos del magisterio social se han esforzado por inspirarse en él con miras al
propio compromiso con el mundo ».1137 Los cristianos de hoy, actuando individualmente o
bien coordinados en grupos, asociaciones y movimientos, deben saberse presentar como «
ungran movimiento para la defensa de la persona humana y para la tutela de su dignidad
».1138
540 La acción pastoral en el campo social se sirve también de la obra de las personas
consagradas, de acuerdo con su carisma; su testimonio luminoso, particularmente en las
situaciones de mayor pobreza, constituye para todos una llamada a vivir los valores de la
santidad y del servicio generoso al prójimo. El don total de sí de los religiosos se ofrece a la
reflexión común también como un signo emblemático y profético de la doctrina social:
poniéndose totalmente al servicio del misterio de la caridad de Cristo por el hombre y por el
mundo, los religiosos anticipan y muestran en su vida algunos rasgos de la humanidad nueva
que la doctrina social quiere propiciar. Las personas consagradas en la castidad, la pobreza y
la obediencia se ponen al servicio de la caridad pastoral, sobre todo con la oración, gracias a
la cual contemplan el proyecto de Dios sobre el mundo, suplican al Señor a fin de que abra el
corazón de cada hombre para que acoja dentro de sí el don de la humanidad nueva, precio del
sacrificio de Cristo.
a) El fiel laico
541 La connotación esencial de los fieles laicos que trabajan en la viña del
Señor (cf. Mt20,1-16), es la índole secular de su seguimiento de Cristo, que se realiza
precisamente en el mundo: « A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener
el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios
».1139 Mediante el Bautismo, los laicos son injertados en Cristo y hechos partícipes de su vida
y de su misión, según su peculiar identidad: « Con el nombre de laicos se designan aquí
todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado
religioso aprobado por la Iglesia. Es decir, los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por
el bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función
sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el
pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde ».1140
542 La identidad del fiel laico nace y se alimenta de los sacramentos: del Bautismo, la
Confirmación y la Eucaristía. El Bautismo configura con Cristo, Hijo del Padre, primogénito
de toda criatura, enviado como Maestro y Redentor a todos los hombres. La Confirmación
configura con Cristo, enviado para vivificar la creación y cada ser con la efusión de su
Espíritu. La Eucaristía hace al creyente partícipe del único y perfecto sacrificio que Cristo ha
ofrecido al Padre, en su carne, para la salvación del mundo.
El fiel laico es discípulo de Cristo a partir de los sacramentos y en virtud de ellos, es decir,
en virtud de todo lo que Dios ha obrado en él imprimiéndole la imagen misma de su Hijo,
Jesucristo. De este don divino de gracia, y no de concesiones humanas, nace el triple
«munus » (don y tarea), que cualifica al laico como profeta, sacerdote y rey, según su índole
secular.
543 Es tarea propia del fiel laico anunciar el Evangelio con el testimonio de una vida
ejemplar, enraizada en Cristo y vivida en las realidades temporales: la familia; el
compromiso profesional en el ámbito del trabajo, de la cultura, de la ciencia y de la
investigación; el ejercicio de las responsabilidades sociales, económicas, políticas. Todas las
realidades humanas seculares, personales y sociales, ambientes y situaciones históricas,
estructuras e instituciones, son el lugar propio del vivir y actuar de los cristianos laicos. Estas
realidades son destinatarias del amor de Dios; el compromiso de los fieles laicos debe
corresponder a esta visión y cualificarse como expresión de la caridad evangélica: « El ser y
el actuar en el mundo son para los fieles laicos no sólo una realidad antropológica y
sociológica, sino también, y específicamente, una realidad teológica y eclesial ».1141
544 El testimonio del fiel laico nace de un don de gracia, reconocido, cultivado y llevado a
su madurez.1142 Ésta es la motivación que hace significativo su compromiso en el mundo y lo
sitúa en las antípodas de la mística de la acción, propia del humanismo ateo, carente de
fundamento último y circunscrita a una perspectiva puramente temporal. El horizonte
escatológico es la clave que permite comprender correctamente las realidades humanas:
desde la perspectiva de los bienes definitivos, el fiel laico es capaz de orientar con
autenticidad su actividad terrena. El nivel de vida y la mayor productividad económica, no
son los únicos indicadores válidos para medir la realización plena del hombre en esta vida, y
valen aún menos si se refieren a la futura: « El hombre, en efecto, no se limita al solo
horizonte temporal, sino que, sujeto de la historia humana, mantiene íntegramente su
vocación eterna ».1143
545 Los fieles laicos están llamados a cultivar una auténtica espiritualidad laical, que los
regenere como hombres y mujeres nuevos, inmersos en el misterio de Dios e incorporados
en la sociedad, santos y santificadores. Esta espiritualidad edifica el mundo según el Espíritu
de Jesús: hace capaces de mirar más allá de la historia, sin alejarse de ella; de cultivar un
amor apasionado por Dios, sin apartar la mirada de los hermanos, a quienes más bien se
logra mirar como los ve el Señor y amar como Él los ama. Es una espiritualidad que rehuye
tantoel espiritualismo intimista como el activismo social y sabe expresarse en una síntesis
vital que confiere unidad, significado y esperanza a la existencia, por tantas y diversas
razones contradictoria y fragmentada. Animados por esta espiritualidad, los fieles laicos
pueden contribuir, « desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico...
a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento. Y así hagan manifiesto
a Cristo ante los demás, primordialmente mediante el testimonio de su vida ».1144
546 Los fieles laicos deben fortalecer su vida espiritual y moral, madurando las
capacidades requeridas para el cumplimiento de sus deberes sociales. La profundización de
las motivaciones interiores y la adquisición de un estilo adecuado al compromiso en campo
social y político, son fruto de un empeño dinámico y permanente de formación, orientado
sobre todo a armonizar la vida, en su totalidad, y la fe. En la experiencia del creyente, en
efecto, « no puede haber dos vidas paralelas: por una parte, la denominada vida “espiritual”,
con sus valores y exigencias; y por otra, la denominada vida “secular”, es decir, la vida de
familia, del trabajo, de las relaciones sociales, del compromiso político y de la cultura ».1145
La síntesis entre fe y vida requiere un camino regulado sabiamente por los elementos que
caracterizan el itinerario cristiano: la adhesión a la Palabra de Dios; la celebración litúrgica
del misterio cristiano; la oración personal; la experiencia eclesial auténtica, enriquecida por
el particular servicio formativo de prudentes guías espirituales; el ejercicio de las virtudes
sociales y el perseverante compromiso de formación cultural y profesional.
547 El fiel laico debe actuar según las exigencias dictadas por la prudencia: es ésta la
virtud que dispone para discernir en cada circunstancia el verdadero bien y elegir los
medios adecuados para llevarlo a cabo. Gracias a ella se aplican correctamente los
principios morales a los casos particulares. La prudencia se articula en tres momentos:
clarifica la situación y la valora; inspira la decisión y da impulso a la acción. El primer
momento se caracteriza por la reflexión y la consulta para estudiar la cuestión, pidiendo el
consejo necesario; el segundo momento es el momento valorativo del análisis y del juicio de
la realidad a la luz del proyecto de Dios; el tercer momento, el de la decisión, se basa en las
fases precedentes, que hacen posible el discernimiento entre las acciones que se deben llevar
a cabo.
548 La prudencia capacita para tomar decisiones coherentes, con realismo y sentido de
responsabilidad respecto a las consecuencias de las propias acciones. La visión, muy
difundida, que identifica la prudencia con la astucia, el calculo utilitarista, la desconfianza, o
incluso con la timidez y la indecisión, está muy lejos de la recta concepción de esta virtud,
propia de la razón práctica, que ayuda a decidir con sensatez y valentía las acciones a
realizar, convirtiéndose en medida de las demás virtudes. La prudencia ratifica el bien como
deber y muestra el modo en el que la persona se determina a cumplirlo. 1146 Es, en definitiva,
una virtud que exige el ejercicio maduro del pensamiento y de la responsabilidad, con un
conocimiento objetivo de la situación y una recta voluntad que guía la decisión.1147
549 La doctrina social de la Iglesia debe entrar, como parte integrante, en el camino
formativo del fiel laico. La experiencia demuestra que el trabajo de formación es posible,
normalmente, en los grupos eclesiales de laicos, que responden a criterios precisos de
eclesialidad: 1148 « También los grupos, las asociaciones y los movimientos tienen su lugar en
la formación de los fieles laicos. Tienen, en efecto, la posibilidad, cada uno con sus propios
métodos, de ofrecer una formación profundamente injertada en la misma experiencia de vida
apostólica, como también la oportunidad de completar, concretar y especificar la formación
que sus miembros reciben
550 La doctrina social de la Iglesia es de suma importancia para los grupos eclesiales que
tienen como objetivo de su compromiso la acción pastoral en ámbito social. Estos
constituyen un punto de referencia privilegiado, ya que operan en la vida social conforme a
su fisonomía eclesial y demuestran, de este modo, lo relevante que es el valor de la oración,
de la reflexión y del diálogo para comprender las realidades sociales y mejorarlas. En todo
caso vale la distinción « entre la acción que los cristianos, aislada o asociadamente, llevan a
cabo a título personal, como ciudadanos de acuerdo con su conciencia cristiana, y la acción
que realizan, en nombre de la Iglesia, en comunión con sus pastores ».1152
551 La presencia del fiel laico en campo social se caracteriza por el servicio, signo y
expresión de la caridad, que se manifiesta en la vida familiar, cultural, laboral, económica,
política, según perfiles específicos: obedeciendo a las diversas exigencias de su ámbito
particular de compromiso, los fieles laicos expresan la verdad de su fe y, al mismo tiempo, la
verdad de la doctrina social de la Iglesia, que encuentra su plena realización cuando se vive
concretamente para solucionar los problemas sociales. La credibilidad misma de la doctrina
social reside, en efecto, en el testimonio de las obras, antes que en su coherencia y lógica
interna.1153
Adentrados en el tercer milenio de la era cristiana, los fieles laicos se orientarán con su
testimonio a todos los hombres con los que colaborarán para resolver las cuestiones más
urgentes de nuestro tiempo: « Todo lo que, extraído del tesoro doctrinal de la Iglesia, ha
propuesto el Concilio, pretende ayudar a todos los hombres de nuestros días, a los que creen
en Dios y a los que no creen en Él de forma explícita, a fin de que, con la más clara
percepción de su entera vocación, ajusten mejor el mundo a la superior dignidad del hombre,
tiendan a una fraternidad universal más profundamente arraigada y, bajo el impulso del amor,
con esfuerzo generoso y unido, respondan a las urgentes exigencias de nuestra edad ».1154
552 Entre los ámbitos del compromiso social de los fieles laicos emerge, ante todo, el
servicio a la persona humana: la promoción de la dignidad de la persona, el bien más
precioso que el hombre posee, es « una tarea esencial; es más, en cierto sentido es la tarea
central y unificante del servicio que la Iglesia, y en ella los fieles laicos, están llamados a
prestar a la familia humana ».1155
La primera forma de llevar a cabo esta tarea consiste en el compromiso y en el esfuerzo por
la propia renovación interior, porque la historia de la humanidad no está dirigida por un
determinismo impersonal, sino por una constelación de sujetos, de cuyos actos libres
depende el orden social. Las instituciones sociales no garantizan por sí mismas, casi
mecánicamente, el bien de todos: « La renovación interior del espíritu cristiano » 1156 debe
preceder el compromiso de mejorar la sociedad « según el espíritu de la Iglesia, afianzando
la justicia y la caridad sociales ».1157
De la conversión del corazón brota la solicitud por el hombre amado como un hermano.
Esta solicitud lleva a comprender como una obligación el compromiso de sanar las
instituciones, las estructuras y las condiciones de vida contrarias a la dignidad humana. Los
fieles laicos deben, por tanto, trabajar a la vez por la conversión de los corazones y por el
mejoramiento de las estructuras, teniendo en cuenta la situación histórica y usando medios
lícitos, con el fin de obtener instituciones en las que la dignidad de todos los hombres sea
verdaderamente respetada y promovida.
553 La promoción de la dignidad humana implica, ante todo, la afirmación del inviolable
derecho a la vida, desde la concepción hasta la muerte natural, el primero entre todos y
condición para todos los demás derechos de la persona.1158 El respeto de la dignidad personal
exige, además, el reconocimiento de la dimensión religiosa del hombre, que no es « una
exigencia simplemente “confesional”, sino más bien una exigencia que encuentra su raíz
inextirpable en la realidad misma del hombre ». 1159 El reconocimiento efectivo del derecho a
la libertad de conciencia y a la libertad religiosa es uno de los bienes más elevados y de los
deberes más graves de todo pueblo que quiera verdaderamente asegurar el bien de la persona
y de la sociedad.1160 En el actual contexto cultural, adquiere especial urgencia el compromiso
de defender el matrimonio y la familia, que puede cumplirse adecuadamente sólo con la
convicción del valor único e insustituible de estas realidades en orden al auténtico desarrollo
de la convivencia humana.1161
2. El servicio a la cultura
556 La perfección integral de la persona y el bien de toda la sociedad son los fines
esenciales de la cultura: 1165 la dimensión ética de la cultura es, por tanto, una prioridad en
la acción social y política de los fieles laicos. El descuido de esta dimensión transforma
fácilmente la cultura en un instrumento de empobrecimiento de la humanidad. Una cultura
puede volverse estéril y encaminarse a la decadencia, cuando « se encierra en sí misma y
trata de perpetuar formas de vida anticuadas, rechazando cualquier cambio y confrontación
sobre la verdad del hombre ».1166 La formación de una cultura capaz de enriquecer al hombre
requiere por el contrario un empeño pleno de la persona, que despliega en ella toda su
creatividad, su inteligencia, su conocimiento del mundo y de los hombres, y ahí emplea,
además, su capacidad de autodominio, de sacrificio personal, de solidaridad y de
disponibilidad para promover el bien común.1167
557 El compromiso social y político del fiel laico en ámbito cultural comporta actualmente
algunas direcciones precisas. La primera es la que busca asegurar a todos y cada uno el
derecho a una cultura humana y civil, « exigido por la dignidad de la persona, sin distinción
de raza, sexo, nacionalidad, religión o condición social ». 1168 Este derecho implica el derecho
de las familias y de las personas a una escuela libre y abierta; la libertad de acceso a los
medios de comunicación social, para lo cual se debe evitar cualquier forma de monopolio y
de control ideológico; la libertad de investigación, de divulgación del pensamiento, de debate
y de confrontación. En la raíz de la pobreza de tantos pueblos se hallan también formas
diversas de indigencia cultural y de derechos culturales no reconocidos. El compromiso por
la educación y la formación de la persona constituye, en todo momento, la primera solicitud
de la acción social de los cristianos.
558 El segundo desafío para el compromiso del cristiano laico se refiere al contenido de la
cultura, es decir, a la verdad. La cuestión de la verdad es esencial para la cultura, porque
todos los hombres tienen « el deber de conservar la estructura de toda la persona humana, en
la que destacan los valores de la inteligencia, voluntad, conciencia y fraternidad ». 1169 Una
correcta antropología es el criterio que ilumina y verifica las diversas formas culturales
históricas. El compromiso del cristiano en ámbito cultural se opone a todas las visiones
reductivas e ideológicas del hombre y de la vida. El dinamismo de apertura a la verdad está
garantizado ante todo por el hecho que « las culturas de las diversas Naciones son, en el
fondo, otras tantas maneras diversas de plantear la pregunta acerca del sentido de la
existencia personal ».1170
559 Los cristianos deben trabajar generosamente para dar su pleno valor a la dimensión
religiosa de la cultura: esta tarea, es sumamente importante y urgente para lograr la
calidad de la vida humana, en el plano social e individual. La pregunta que proviene del
misterio de la vida y remite al misterio más grande, el de Dios, está, en efecto, en el centro
de toda cultura; cancelar este ámbito comporta la corrupción de la cultura y de la vida moral
de las Naciones.1171 La auténtica dimensión religiosa es constitutiva del hombre y le permite
captar en sus diversas actividades el horizonte en el que ellas encuentran significado y
dirección. La religiosidad o espiritualidad del hombre se manifiesta en las formas de la
cultura, a las que da vitalidad e inspiración. De ello dan testimonio innumerables obras de
arte de todos los tiempos. Cuando se niega la dimensión religiosa de una persona o de un
pueblo, la misma cultura se deteriora; llegando, en ocasiones, hasta el punto de hacerla
desaparecer.
560 En la promoción de una auténtica cultura, los fieles laicos darán gran relieve a los
medios de comunicación social, considerando sobre todo los contenidos de las innumerables
decisiones realizadas por las personas: todas estas decisiones, si bien varían de un grupo a
otro y de persona a persona, tienen un peso moral, y deben ser evaluadas bajo este perfil.
Para elegir correctamente, es necesario conocer las normas de orden moral y aplicarlas
fielmente.1172 La Iglesia ofrece una extensa tradición de sabiduría,
561 Los fieles laicos considerarán los medios de comunicación como posibles y potentes
instrumentos de solidaridad: « La solidaridad aparece como una consecuencia de una
información verdadera y justa, y de la libre circulación de las ideas, que favorecen el
conocimiento y el respeto del prójimo ».1176 Esto no sucede si los medios de comunicación
social se usan para edificar y sostener sistemas económicos al servicio de la avidez y de la
ambición. La decisión de ignorar completamente algunos aspectos del sufrimiento humano
ocasionado por graves injusticias supone una elección indefendible. 1177 Las estructuras y las
políticas de comunicación y distribución de la tecnología son factores que contribuyen a que
algunas personas sean « ricas » de información y otras « pobres » de información, en una
época en que la prosperidad y hasta la supervivencia dependen de la información. De este
modo los medios de comunicación social contribuyen a las injusticias y desequilibrios que
causan ese mismo dolor que después reportan como información. Las tecnologías de la
comunicación y de la información, junto a la formación en su uso, deben apuntar a eliminar
estas injusticias y desequilibrios.
562 Los profesionales de estos medios no son los únicos que tienen deberes éticos. También
los usuarios tienen obligaciones. Los operadores que intentan asumir sus responsabilidades
merecen un público consciente de las propias. El primer deber de los usuarios de las
comunicaciones sociales consiste en el discernimiento y la selección. Los padres, las familias
y la Iglesia tienen responsabilidades precisas e irrenunciables. Cuantos se relacionan en
formas diversas con el campo de las comunicaciones sociales, deben tener en cuenta la
amonestación fuerte y clara de San Pablo: « Por tanto, desechando la mentira, hablad con
verdad cada cual con su prójimo, pues somos miembros los unos de los otros... No salga de
vuestra boca palabra dañosa, sino la que sea conveniente para edificar según la necesidad y
hacer el bien a los que os escuchen » (Ef 4,25.29). Las exigencias éticas esenciales de los
medios de comunicación social son, el servicio a la persona mediante la edificación de una
comunidad humana basada en la solidaridad, en la justicia y en el amor y la difusión de la
verdad sobre la vida humana y su realización final en Dios. 1178 A la luz de la fe, la
comunicación humana se debe considerar un recorrido de Babel a Pentecostés, es decir, el
compromiso, personal y social, de superar el colapso de la comunicación (cf. Gn 11,4-8)
abriéndose al don de lenguas (cf. Hch 2,5-11), a la comunicación restablecida con la fuerza
del Espíritu, enviado por el Hijo.
3. El servicio a la economía
563 Ante la complejidad del contexto económico contemporáneo, el fiel laico se deberá
orientar su acción por los principios del Magisterio social. Es necesario que estos principios
sean conocidos y acogidos en la actividad económica misma: cuando se descuidan estos
principios, empezando por la centralidad de la persona humana, se pone en peligro la calidad
de la actividad económica.1179
564 Los estudiosos de la ciencia económica, los trabajadores del sector y los responsables
políticos deben advertir la urgencia de replantear la economía, considerando, por una parte,
la dramática pobreza material de miles de millones de personas y, por la otra, el hecho de que
« a las actuales estructuras económicas, sociales y culturales les cuesta hacerse cargo de las
exigencias de un auténtico desarrollo ».1181 Las legítimas exigencias de la eficiencia
económica deben armonizarse mejor con las de la participación política y de la justicia
social. Esto significa, en concreto, impregnar de solidaridad las redes de la interdependencia
económica, política y social, que los procesos de globalización en curso tienden a
acrecentar.1182 En este esfuerzo de replanteamiento, que se perfila articulado y está destinado
a incidir en las concepciones de la realidad económica, resultan de gran valor las
asociaciones de inspiración cristiana que se mueven en el ámbito económico: asociaciones
de trabajadores, de empresarios, de economistas.
4. El servicio a la política
565 Para los fieles laicos, el compromiso político es una expresión cualificada y exigente del
empeño cristiano al servicio de los demás.1183 La búsqueda del bien común con espíritu de
servicio; el desarrollo de la justicia con atención particular a las situaciones de pobreza y
sufrimiento; el respeto de la autonomía de las realidades terrenas; el principio de
subsidiaridad; la promoción del diálogo y de la paz en el horizonte de la solidaridad: éstas
son las orientaciones que deben inspirar la acción política de los cristianos laicos. Todos los
creyentes, en cuanto titulares de derechos y deberes cívicos, están obligados a respetar estas
orientaciones; quienes desempeñan tareas directas e institucionales en la gestión de las
complejas problemáticas de los asuntos públicos, ya sea en las administraciones locales o en
las instituciones nacionales e internacionales, deberán tenerlas especialmente en cuenta.
567 En el contexto del compromiso político del fiel laico, requiere un cuidado particular, la
preparación para el ejercicio del poder, que los creyentes deben asumir, especialmente
cuando sus conciudadanos les confían este encargo, según las reglas democráticas. Los
cristianos aprecian el sistema democrático, « en la medida en que asegura la participación de
los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir
y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera
pacífica »,1186 y rechazan los grupos ocultos de poder que buscan condicionar o subvertir el
funcionamiento de las instituciones legítimas. El ejercicio de la autoridad debe asumir el
carácter de servicio, se ha de desarrollar siempre en el ámbito de la ley moral para lograr el
bien común: 1187 quien ejerce la autoridad política debe hacer converger las energías de todos
los ciudadanos hacia este objetivo, no de forma autoritaria, sino valiéndose de la fuerza
moral alimentada por la libertad.
568 El fiel laico está llamado a identificar, en las situaciones políticas concretas, las
acciones realmente posibles para poner en práctica los principios y los valores morales
propios de la vida social. Ello exige un método de discernimiento,1188 personal y comunitario,
articulado en torno a algunos puntos claves: el conocimiento de las situaciones, analizadas
con la ayuda de las ciencias sociales y de instrumentos adecuados; la reflexión sistemática
sobre la realidad, a la luz del mensaje inmutable del Evangelio y de la enseñanza social de la
Iglesia; la individuación de las opciones orientadas a hacer evolucionar en sentido positivo la
situación presente. De la profundidad de la escucha y de la interpretación de la realidad
derivan las opciones operativas concretas y eficaces; a las que, sin embargo, no se les debe
atribuir nunca un valor absoluto, porque ningún problema puede ser resuelto de modo
definitivo: « La fe nunca ha pretendido encerrar los contenidos socio-políticos en un
esquema rígido, consciente de que la dimensión histórica en la que el hombre vive, impone
verificar la presencia de situaciones imperfectas y a menudo rápidamente mutables ».1189
En el caso que no haya sido posible evitar la puesta en práctica de tales programas políticos,
o impedir o abrogar tales leyes, el Magisterio enseña que un parlamentario, cuya oposición
personal a las mismas sea absoluta, clara, y de todos conocida, podría lícitamente ofrecer su
apoyo a propuestas encaminadas a limitar los daños de dichas leyes y programas, y a
disminuir sus efectos negativos en el campo de la cultura y de la moralidad pública. Es
emblemático al respecto, el caso de una ley abortista. 1192 Su voto, en todo caso, no puede ser
interpretado como adhesión a una ley inicua, sino sólo como una contribución para reducir
las consecuencias negativas de una resolución legislativa, cuya total responsabilidad recae
sobre quien la ha procurado.
Téngase presente que, en las múltiples situaciones en las que están en juego exigencias
morales fundamentales e irrenunciables, el testimonio cristiano debe ser considerado como
un deber fundamental que puede llegar incluso al sacrificio de la vida, al martirio, en
nombre de la caridad y de la dignidad humana.1193 La historia de veinte siglos, incluida la del
último, está valiosamente poblada de mártires de la verdad cristiana, testigos de fe, de
esperanza y de caridad evangélicas. El martirio es el testimonio de la propia conformación
personal con Cristo Crucificado, cuya expresión llega hasta la forma suprema del
derramamiento de la propia sangre, según la enseñanza evangélica: « Si el grano de trigo no
cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto » (Jn 12,24).
571 El compromiso político de los católicos con frecuencia se pone en relación con la «
laicidad », es decir, la distinción entre la esfera política y la esfera religiosa.1194 Esta
distinción « es un valor adquirido y reconocido por la Iglesia, y pertenece al patrimonio de
civilización alcanzado ».1195 La doctrina moral católica, sin embargo, excluye netamente la
perspectiva de una laicidad entendida como autonomía respecto a la ley moral: « En efecto,
la “laicidad” indica en primer lugar la actitud de quien respeta las verdades que emanan del
conocimiento natural sobre el hombre que vive en sociedad, aunque tales verdades sean
enseñadas al mismo tiempo por una religión específica, pues la verdad es una ». 1196 Buscar
sinceramente la verdad, promover y defender con medios lícitos las verdades morales que se
refieren a la vida social —la justicia, la libertad, el respeto de la vida y de los demás
derechos de la persona— es un derecho y un deber de todos los miembros de una comunidad
social y política.
572 El principio de laicidad conlleva el respeto de cualquier confesión religiosa por parte
del Estado, « que asegura el libre ejercicio de las actividades del culto, espirituales,
culturales y caritativas de las comunidades de creyentes. En una sociedad pluralista, la
laicidad es un lugar de comunicación entre las diversas tradiciones espirituales y la Nación
».1198 Por desgracia todavía permanecen, también en las sociedades democráticas,
expresiones de un laicismo intolerante, que obstaculizan todo tipo de relevancia política y
cultural de la fe, buscando descalificar el compromiso social y político de los cristianos sólo
porque estos se reconocen en las verdades que la Iglesia enseña y obedecen al deber moral de
ser coherentes con la propia conciencia; se llega incluso a la negación más radical de la
misma ética natural. Esta negación, que deja prever una condición de anarquía moral, cuya
consecuencia obvia es la opresión del más fuerte sobre el débil, no puede ser acogida por
ninguna forma de pluralismo legítimo, porque mina las bases mismas de la convivencia
humana. A la luz de este estado de cosas, « la marginalización del Cristianismo... no
favorecería ciertamente el futuro de proyecto alguno de sociedad ni la concordia entre los
pueblos, sino que pondría más bien en peligro los mismos fundamentos espirituales y
culturales de la civilización ».1199
573 Un ámbito especial de discernimiento para los fieles laicos concierne a la elección de
los instrumentos políticos, o la adhesión a un partido y a las demás expresiones de la
participación política. Es necesario efectuar una opción coherente con los valores, teniendo
en cuenta las circunstancias reales. En cualquier caso, toda elección debe siempre enraizarse
en la caridad y tender a la búsqueda del bien común.1200 Las instancias de la fe cristiana
difícilmente se pueden encontrar en una única posición política: pretender que un partido o
una formación política correspondan completamente a las exigencias de la fe y de la vida
cristiana genera equívocos peligrosos. El cristiano no puede encontrar un partido político que
responda plenamente a las exigencias éticas que nacen de la fe y de la pertenencia a la
Iglesia: su adhesión a una formación política no será nunca ideológica, sino siempre crítica, a
fin de que el partido y su proyecto político resulten estimulados a realizar formas cada vez
más atentas a lograr el bien común, incluido el fin espiritual del hombre.1201
574 La distinción, por un lado, entre instancias de la fe y opciones socio- políticas y, por el
otro, entre las opciones particulares de los cristianos y las realizadas por la comunidad
cristiana en cuanto tal, comporta que la adhesión a un partido o formación política sea
considerada una decisión a título personal, legítima al menos en los límites de partidos y
posiciones no incompatibles con la fe y los valores cristianos.1202 La elección del partido, de
la formación política, de las personas a las cuales confiar la vida pública, aun cuando
compromete la conciencia de cada uno, no podrá ser una elección exclusivamente individual:
« Incumbe a las comunidades cristianas analizar con objetividad la situación propia de su
país, esclarecerla mediante la luz de la palabra inalterable del Evangelio, deducir principios
de reflexión, normas de juicio y directrices de acción según las enseñanzas sociales de la
Iglesia ».1203 En cualquier caso, « a nadie le está permitido reivindicar en exclusiva a favor de
su parecer la autoridad de la Iglesia »: 1204 los creyentes deben procurar más bien « hacerse
luz mutuamente con un diálogo sincero, guardando la mutua caridad y la solicitud primordial
por el bien común ».1205
CONCLUSIÓN
576 A las preguntas de fondo sobre el sentido y el fin de la aventura humana, la Iglesia
responde con el anuncio del Evangelio de Cristo, que rescata la dignidad de la persona
humana del vaivén de las opiniones, asegurando la libertad del hombre como ninguna ley
humana puede hacerlo. El Concilio Vaticano II indica que la misión de la Iglesia en el
mundo contemporáneo consiste en ayudar a cada ser humano a descubrir en Dios el
significado último de su existencia: la Iglesia sabe bien que « sólo Dios, al que ella sirve,
responde a las aspiraciones más profundas del corazón humano, el cual nunca se sacia
plenamente con solos los alimentos terrenos ».1208 Sólo Dios, que ha creado el hombre a su
imagen y lo ha redimido del pecado, puede ofrecer a los interrogantes humanos más
radicales una respuesta plenamente adecuada por medio de la Revelación realizada en su
Hijo hecho hombre: el Evangelio, en efecto, « anuncia y proclama la libertad de los hijos de
Dios, rechaza todas las esclavitudes, que derivan en última instancia, del pecado; respeta
santamente la dignidad de la conciencia y su libre decisión; advierte sin cesar que todo
talento humano debe redundar en servicio de Dios y bien de la humanidad; encomienda,
finalmente, a todos a la caridad de todos ».1209
577 La fe en Dios y en Jesucristo ilumina los principios morales que son « el único e
insustituible fundamento de estable tranquilidad en que se apoya el orden interno y externo
de la vida privada y pública, que es el único que puede engendrar y salvaguardar la
prosperidad de los Estados ».1210 La vida social se debe ajustar al designio divino: « La
dimensión teológica se hace necesaria para interpretar y resolver los actuales problemas de la
convivencia humana ».1211 Ante las graves formas de explotación y de injusticia social « se
difunde y agudiza cada vez más la necesidad de una radical renovación personal y social
capaz de asegurar justicia, solidaridad, honestidad y transparencia. Ciertamente es largo y
fatigoso el camino que hay que recorrer; muchos y grandes son los esfuerzos por realizar
para que pueda darse semejante renovación, incluso por las causas múltiples y graves que
generan y favorecen las situaciones de injusticia presentes hoy en el mundo. Pero, como
enseñan la experiencia y la historia de cada uno, no es difícil encontrar, al origen de estas
situaciones, causas propiamente “culturales”, relacionadas con una determinada visión del
hombre, de la sociedad y del mundo. En realidad, en el centro de la cuestión cultural está
elsentido moral, que a su vez se fundamenta y se realiza en el sentido
religioso ».1212 También en lo que respecta a la « cuestión social » se debe evitar « la ingenua
convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No,
no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos
infunde: ¡Yo estoy con vosotros!No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El
programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se
centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él
la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén
celeste ».1213
578 La Iglesia enseña al hombre que Dios le ofrece la posibilidad real de superar el mal y
de alcanzar el bien. El Señor ha redimido al hombre, lo ha rescatado a caro precio (cf. 1
Co6,20). El sentido y el fundamento del compromiso cristiano en el mundo derivan de esta
certeza, capaz de encender la esperanza, a pesar del pecado que marca profundamente la
historia humana: la promesa divina garantiza que el mundo no permanece encerrado en sí
mismo, sino abierto al Reino de Dios. La Iglesia conoce los efectos del « misterio de la
impiedad » (2 Ts 2,7), pero sabe también que « hay en la persona humana suficientes
cualidades y energías, y hay una “bondad” fundamental (cf. Gn 1,31), porque es imagen de
su Creador, puesta bajo el influjo redentor de Cristo, “cercano a todo hombre”, y porque la
acción eficaz del Espíritu Santo “llena la tierra” (Sb 1,7) ».1214
Este principio está iluminado por el primado de la caridad « que es signo distintivo de los
discípulos de Cristo (cf. Jn 13,35) ».1218 Jesús « nos enseña que la ley fundamental de la
perfección humana, y, por tanto, de la transformación del mundo, es el mandamiento nuevo
del amor » 1219 (cf. Mt 22,40; Jn 15,12; Col 3,14; St 2,8). El comportamiento de la persona es
plenamente humano cuando nace del amor, manifiesta el amor y está ordenado al amor. Esta
verdad vale también en el ámbito social: es necesario que los cristianos sean testigos
profundamente convencidos y sepan mostrar, con sus vidas, que el amor es la única fuerza
(cf. 1 Co 12,31-14,1) que puede conducir a la perfección personal y social y mover la
historia hacia el bien.
581 El amor debe estar presente y penetrar todas las relaciones sociales: 1220 especialmente
aquellos que tienen el deber de proveer al bien de los pueblos « se afanen por conservar en sí
mismos e inculcar en los demás, desde los más altos hasta los más humildes, la caridad,
señora y reina de todas las virtudes. Ya que la ansiada solución se ha de esperar
principalmente de la caridad, de la caridad cristiana entendemos, que compendia en sí toda la
ley del Evangelio, y que, dispuesta en todo momento a entregarse por el bien de los demás,
es el antídoto más seguro contra la insolvencia y el egoísmo del mundo ». 1221 Este amor
puede ser llamado « caridad social » 1222 o « caridad política » 1223 y se debe extender a todo
el género humano.1224 El « amor social » 1225 se sitúa en las antípodas del egoísmo y del
individualismo: sin absolutizar la vida social, como sucede en las visiones horizontalistas
que se quedan en una lectura exclusivamente sociológica, no se puede olvidar que el
desarrollo integral de la persona y el crecimiento social se condicionan mutuamente. El
egoísmo, por tanto, es el enemigo más deletéreo de una sociedad ordenada: la historia
muestra la devastación que se produce en los corazones cuando el hombre no es capaz de
reconocer otro valor y otra realidad efectiva que de los bienes materiales, cuya búsqueda
obsesiva sofoca e impide su capacidad de entrega.
582 Para plasmar una sociedad más humana, más digna de la persona, es necesario
revalorizar el amor en la vida social —a nivel político, económico, cultural—, haciéndolo la
norma constante y suprema de la acción. Si la justicia « es de por sí apta para servir de
“árbitro” entre los hombres en la recíproca repartición de los bienes objetivos según una
medida adecuada, el amor en cambio, y solamente el amor (también ese amor benigno que
llamamos “misericordia”), es capaz de restituir el hombre a sí mismo ». 1226 No se pueden
regular las relaciones humanas únicamente con la medida de la justicia: « El cristiano sabe
que el amor es el motivo por el cual Dios entra en relación con el hombre. Es también el
amor lo que Él espera como respuesta del hombre. Por eso el amor es la forma más alta y
más noble de relación de los seres humanos entre sí. El amor debe animar, pues, todos los
ámbitos de la vida humana, extendiéndose igualmente al orden internacional. Sólo una
humanidad en la que reine la “civilización del amor” podrá gozar de una paz auténtica y
duradera ».1227 En este sentido, el Magisterio recomienda encarecidamente la solidaridad
porque está en condiciones de garantizar el bien común, en cuanto favorece el desarrollo
integral de las personas: la caridad « te hace ver en el prójimo a ti mismo ».1228