Davies Paul - La Frontera Del Infinito PDF
Davies Paul - La Frontera Del Infinito PDF
Davies Paul - La Frontera Del Infinito PDF
DAVIES
SALVAT
Versión española de la obra original inglesa
The Edge of Infinity de Paul Davies
y publicada por J. M Dent & Sons Ltd. de Londres
Traducción: Manuel Sanromá
Escaneado: thedoctorwho1967.blogspot.com.ar
Edición digital: Sargont (2018)
© Texto: Paul Davies
© Figuras: J. M. Dent & Sons Ltd. de Londres
© 1985 Salvat Editores. S. A., Barcelona
ISBN: 0-460- 04490- 7 Versión original
ISBN: 84-345-8246-5 Obra completa
ISBN: 84-345-8367-4
Depósito legal. NA-1301 -85
Publicado por Salvat Editores. S. A., Mallorca. 41-49 – Barcelona
Impreso por Gráficas Estella. Estella (Navarra)
Printed in Spain
PREFACIO
Siempre que ha sido posible, se han utilizado unidades métricas. Para las
distancias astronómicas el año luz es habitualmente la más adecuada. Esta
distancia es la que recorre la luz en un año (no es una medida de tiempo) y
equivale a 9,5 billones de kilómetros, o bien seis billones de millas. La luz viaja
a 300.000 kilómetros por segundo. En ocasiones se mencionan las frecuencias de
radio que se miden en “megahertz”, abreviado MHz, siendo un megahertz
equivalente a un millón de ciclos por segundo.
El concepto de masa aparece frecuentemente en este libro. En la Tierra los
conceptos de masa y peso se usan a menudo indistintamente, pero esto puede
inducir a confusión. Es mejor pensar en la masa como cantidad de materia. En
algunos casos se utiliza también como medida de poder gravitatorio. Cuando se
utiliza el término “cuerpos masivos”, ello no implica que sean cuerpos grandes,
sino que tienen una gran masa. Así una estrella de neutrones tiene solamente,
unos pocos kilómetros de diámetro, pero es muchísimo más masiva que la
Tierra, que contiene mucho menos material y ejerce una atracción gravitatoria
más débil.
ÍNDICE DE CAPÍTULOS
1. LA CONEXIÓN CÓSMICA
2. LA MEDICIÓN DEL INFINITO
3. LA CRISIS DEL ESPACIO Y DEL TIEMPO
4. HACIA EL BORDE DEL INFINITO
5. LOS AGUJEROS NEGROS Y EL CENSOR CÓSMICO
6. LA SINGULARIDAD DESNUDA AL DESCUBIERTO
7. FRENTE A LO DESCONOCIDO
8. LA CREACIÓN DEL UNIVERSO
9. MÁS ALLÁ DEL INFINITO
1. LA CONEXIÓN CÓSMICA
Fig. 1. La Ley del inverso del cuadrado de la distancia. La gráfica muestra la fuerza gravitatoria del Sol
sobre un planeta como la Tierra en función de la distancia al Sol en unidades del radio orbital de la Tierra.
La fuerza crece rápidamente a medida que nos acercamos al Sol.
De forma similar, el objeto que está en la base del rombo está siempre un
poco más cerca de la Tierra que sus vecinos, de manera que según la ley del
inverso del cuadrado de la distancia la gravedad que actúa sobre el objeto
inferior es un poco mayor que la que actúa sobre los otros. En consecuencia, cae
ligeramente más rápido. Por otra parte, el objeto situado en la parte superior del
rombo queda rezagado detrás de los otros. El resultado final de todas estas
pequeñas, pero crucialmente significativas diferencias, es que el rombo se va
alargando a medida que cae hasta que, en el centro de la Tierra, se aplana
totalmente al tocarse las “caras”.
Estos pequeños efectos se deben a una ligera variación de la gravedad de la
Tierra de un lugar a otro. En caída libre, los cuerpos quedan completamente
libres de la sensación de gravedad, salvo esas pequeñas variaciones. Para un
cuerpo que cae la gravedad solamente se manifiesta por los pequeños cambios de
posición causados por las partículas ingrávidas que se juntan o se separan.
Además, dado que todos los cuerpos, sean ligeros o pesados y con independencia
del material de que estén hechos, están sujetos a las mismas experiencias
(recuérdese el experimento de Galileo), la “fuerza de la gravedad”, de la que a
menudo se habla muy a la ligera, comienza a no parecer en absoluto una fuerza.
De hecho, para un cuerpo que cae la gravedad se reduce a una gradual distorsión
de formas. Dejemos caer un rombo y tomará una forma alargada; dejemos caer
un anillo flexible y se aplanará tomando una forma oval.
Todas estas observaciones sugieren que deberíamos olvidarnos de nuestras
reflexiones sobre la “fuerza de la gravedad” y utilizar en cambio el lenguaje de
la geometría, para hablar de efectos gravitatorios. Ésta fue la gran idea de
Einstein. Se puede suprimir la gravedad como fuerza y reemplazarla por
geometría. La gravedad es geometría. Es una concepción audaz, radical, pero la
teoría detallada de la gravedad como geometría ha sido experimentada una y otra
vez. Ninguna otra teoría alternativa que no utilice esta idea central ha resistido al
riguroso escrutinio de los modernos experimentos.
¿Entonces qué es la deformación del espacio? El rombo que cae se deforma,
su forma se distorsiona. Este fenómeno no es una propiedad del propio rombo,
ya que se lograría una distorsión similar con cualquier otro objeto en su caída.
Debe ser considerado como una propiedad del espacio. Es el espacio el que se
distorsiona; el rombo sólo se desliza libremente por un espacio curvado.
Podemos empezar ya a vislumbrar la idea de la deformación del espacio,
aunque ésta parezca todavía descabellada. ¿Cómo puede doblarse el espacio? El
espacio es el vacío; el vacío no puede tener forma. Una analogía inmediata
puede ayudar a arrojar un poco más de luz sobre lo que se quiere decir al hablar
de espacio curvado.
Consideremos dos aviones que están en el Ecuador separados por una
distancia de diez kilómetros. A los pilotos se les dan las instrucciones de volar
exactamente hacia el norte. Los aviones emprenden rutas paralelas y los
pasajeros se acomodan para un largo viaje. Al cabo de un rato se dan cuenta de
que los aviones parecen estar ligeramente más cerca de lo que estaban antes.
Esto es desconcertante, ya que comenzaron el vuelo exactamente en paralelo, y
cada piloto vuela de forma precisa hacia el norte, sin ninguna desviación. Sin
embargo, a medida que transcurre el tiempo los aviones se acercan más y más
hasta que, en el Polo Norte, ocurre el desastre: los aviones chocan. Cualquier
error de los pilotos queda descartado, ya que ambos volaron siempre
exactamente hacia el norte. ¿Qué es lo que ha ocurrido?
La respuesta no está, desde luego, en ninguna fuerza que atraiga los aviones
el uno hacia otro, sino en la curvatura de la superficie terrestre (véase figura 3).
A pesar de que las líneas de longitud son exactamente paralelas en el Ecuador,
hacia el Polo Norte no siguen siéndolo, sino que convergen lentamente. En el
Polo Norte estas líneas inicialmente “paralelas" se cruzan. Volando por estas
paralelas, los pilotos estaban abocados al desastre polar. En una superficie
curvada las líneas paralelas pueden cortarse.
Fig. 4. La topología de la taza y de la rosquilla es la misma, ya que sus figuras pueden deformarse de una a
otra de forma continua sin cortar ni juntar.
Fig. 6. Los siete puentes de Königsberg. ¿Es posible cruzarlos uno tras otro en un paseo continuo sin pasar
dos veces por ninguno de ellos? Este problema clásico de topología fue resuelto por Euler en el siglo
XVIII: es imposible.
Fig. 7. A medida que aumentamos el número de lados, la forma del polígono inscrito se va aproximando a
la de un círculo. En el límite de una figura de infinitos lados, el polígono y el círculo coinciden.
Fig. 9. Infinito x infinito = infinito. Puede verse que esta desconcertante ecuación es verdadera siguiendo el
camino en zigzag por la infinita malla de camas. Podemos contar cada cama (1,2, 3, ...) y emparejarlas una
por una solamente con las camas de la fila inferior, por ejemplo. Para cada cama de la malla, hay un
compañero que se encuentra en la fila inferior. Conclusión: no hay mayor número de camas en toda la malla
infinitamente alta de las que hay en una sola de sus filas.
Para ver que ello es así sólo debemos echar una ojeada a la figura 9 (ii).
Sigamos el camino de la flecha en zigzag. Obviamente ésta llegará a cualquier
cama de la malla. A medida que pasamos por cada una de ellas vamos marcando
una de las camas de la fila de abajo. Una por una las camas de la malla se van
emparejando con las camas de la fila inferior. Ninguna cama de la malla quedará
desparejada, de forma que, necesariamente, habrá tantas camas en toda la malla
como en la fila inferior de la misma. ¡Qué resultado tan extraordinariamente
opuesto a la intuición! La fila de camas inferior parece única y exclusivamente
una minúscula (en realidad infinitesimal) fracción de toda la vasta malla que se
extiende verticalmente hasta el infinito. Y sin embargo la lógica más estricta nos
dice que la malla infinita no es mayor que una de las infinitas partes que la
componen. Por otro lado, el resultado se puede extender a una malla cúbica o
incluso más. De hecho, por muchas veces que multipliquemos el infinito por sí
mismo, no conseguiremos de ninguna manera hacerlo crecer.
Si parece sorprendente que juntando todos los números pares con los impares
no hagamos mayor el infinito, lo parecerá más todavía descubrir que el resultado
sigue siendo igualmente cierto incluso si juntamos también todos los números
fraccionarios. En el colegio aprendimos a escribir las fracciones como cocientes
de números enteros, como por ejemplo 3/5, 91/217, 10514/69393. Al igual que
los números no tienen límite ni se acaban nunca, lo mismo ocurre con las
fracciones que formamos con ellos. Pero más aún, porque hay legiones enteras
de infinidades de fracciones. Ello es así debido a que entre dos fracciones
cualquiera, por muy próximos que sean sus valores, hay todavía infinitas
fracciones. Por ejemplo, tomemos dos fracciones próximas como 1/250 y 1/251.
Entre ellas dos hay otras fracciones como 2/501 y 4/1001. Entre estas dos se
hallan otras y así sucesivamente, sin ningún límite.
También se puede entender esta propiedad en forma visual, estableciendo una
correspondencia entre los números y los puntos de una línea uno a uno, como
cuando usamos una cinta métrica marcada con números. En la figura 10 hemos
marcado sobre una línea los puntos 0, 1/4, 1/2, 3/4 y 1, representando la
distancia del punto al extremo izquierdo de la línea. Supondremos aquí que un
“punto" implica una posición sobre la línea sin tamaño o extensión de ningún
tipo: algo que no tiene área, pensemos en un punto que se encoge hasta que sus
bordes se desvanezcan. Naturalmente una entidad de este tipo no la podríamos
representar en la figura 10, de forma que hemos utilizado una simple señal para
indicar su posición aproximada.
Fig. 10. Una línea continua puede subdividirse sin límite. Cada segmento puede ser aumentado de forma
que muestre una secuencia infinita de subsegmentos en su interior, cada uno de los cuales está lleno de
fracciones apiñadas con densidad infinita. Y sin embargo no hay más fracciones que números naturales 1,2.
3...
que es doble del número entero m2. Pero si n2 es par, también ha de serlo n (un
número impar elevado al cuadrado da otro número impar). Aquí es donde
empezamos a ver qué está pasando algo peculiar, dado que todos los números
pares son el doble de otro número entero, y por lo tanto podemos escribir n como
2p, donde p es algún otro número entero. Haciendo esto, vemos n2 = 4p2, y en
consecuencia nuestra ecuación n2 = 2m2 es ahora 4p2 = 2m2, o m2 = 2p2. Pero
ahora podemos razonar de nuevo que m2 (y por tanto m) ha de ser un número par,
por ser el doble del número entero p2. La conclusión de este razonamiento es que
n y m son pares, en evidente contradicción con el hecho de que no tiene ningún
divisor en común: ambos son divisibles por 2.
Los griegos hallaron otros ejemplos de números de “hueco”. Uno de estos,
llamado π, es el cociente entre la longitud de la circunferencia y el diámetro del
círculo. La sospecha en estos números no fraccionarios les valió el apelativo de
“irracionales", siendo el resto, los genuinos, los números enteros y fraccionarios
descritos como “racionales”. Con el fin de simbolizar todo el gran aparato que
forman los números racionales e irracionales se debe utilizar el sistema decimal.
Si bien se puede expresar toda fracción como un número decimal, el inverso no
es cierto. Algunas fracciones, como 1/4, tienen una forma decimal finita (0,25),
mientras que otras, como 1/3, necesitan de una forma decimal infinita
(0,3333...). Todos los números irracionales, como π, precisan de infinitos
decimales.
El gran hallazgo de Cantor fue que el conjunto de todos los decimales (es
decir, los racionales y los irracionales) constituyen un infinito mayor que el
conjunto de las fracciones (es decir, solamente los números racionales). Estas
cuestiones pueden parecer sutilezas matemáticas, pero tienen un alcance muy
profundo. Detrás del trabajo de Cantor y de tantos otros para llegar a entender al
infinito como concepto real y concreto hay siglos de intentos para alcanzar una
comprensión del tiempo, del espacio, del orden, de los números y de la
topología. Algunas de las mentes más preclaras en la historia del género humano
han fracasado en el tema del infinito. Pocas ideas ha habido que hayan desafiado
tanto al intelecto del hombre.
La esencia de la demostración de Cantor es que, si los decimales fueran
solamente tan numerosos como las fracciones, que a su vez lo son tanto como
los números naturales (como ya hemos visto), entonces sería posible contar o
marcar a todos los decimales uno por uno con los números enteros, 1, 2, 3, ...
Esto significa que si escribimos todos los decimales en una columna infinita, uno
debajo del otro, podríamos irlos marcando con 1, 2. 3... (véase figura 11). El
orden concreto no importa, y la figura 11 muestra uno cualquiera elegido al azar.
Cantor indicó cómo se puede construir otro decimal que no estará presente en
ningún lugar de la columna, contradiciendo así el supuesto de que se puede ir
numerando todos los decimales uno por uno.
0,2 8 3 0 7 1 4 9 ...
0,9 1 5 2 1 9 3 2 ...
0,8 8 4 7 5 6 2 8 ...
0,3 1 0 7 8 4 5 4 ...
0,2 9 1 3 9 2 6 6 ...
0,7 6 8 4 2 0 3 1 ...
0,4 1 9 8 6 6 5 3 ...
0,6 0 0 2 7 9 3 8 ...
Fig. 11. Los decimales entre 0 y 1 no se pueden contar, incluso con los infinitos números naturales 1, 2, 3.
Si a cada digito en negrita se le cambia en una unidad el decimal resultante en la diagonal no puede estar en
la lista original, por muchos decimales que haya en ella. Conclusión: hay más números decimales entre 0 y
1 que todas las fracciones.
Fig. 12. Dos órdenes de infinito. Imaginemos que intentamos desmembrar una línea continua tomando
puntos de la línea, uno por uno, empezando por la izquierda y disponiéndolos individualmente en una fila
como se muestra. Incluso tras sacar infinitos puntos de la línea no ha disminuido su tamaño en lo más
mínimo, ya que los puntos aislados, cada uno de longitud cero, nunca pueden llegar a sumar ninguna
longitud medible. De forma similar, infinitos puntos aislados que se apiñen ilimitadamente, nunca pueden
llegar a llenar una línea continua, por muy corta que ésta sea.
Fig. 13. Las dos líneas, aunque de longitud diferente, tienen el mismo número de puntos, ya que cada punto
P de la línea oblicua puede emparejarse de forma única con un punto Q de la línea vertical.
De la observación de que hay igual número de puntos en una línea corta que
en una larga, al hecho de que no hay mayor número de puntos en una línea
infinitamente larga sólo media un pequeño paso. En el dibujo de la figura 14,
cada punto del círculo se une con un punto de la línea recta, que debemos
imaginar que se extiende sin fin. Y todavía más: de igual forma que podemos
“elevar al cuadrado” un infinito discreto y no tener mayor número de puntos
(véase figura 9), igualmente podemos “elevar al cuadrado” una línea para
obtener una superficie o plano, infinitamente extenso, sin que nuestro infinito
continúo se haga mayor. Podemos incluso “elevar al cubo” nuestra línea y
considerar el volumen entero de espacio infinito. ¡Este Universo sin fin no tiene
más puntos que la pequeña línea de la figura 12!
Fig. 14. El círculo contiene tantos puntos como la línea (que suponemos que se extiende por ambos lados
hasta el infinito). Cada punto del círculo, como el P, se puede emparejar uno a uno con un punto Q de la
línea. (El punto superior del círculo requiere una consideración especial.)
Fig. 15. El conjunto de Cantor. Borrando sucesivamente el tercio central de cada segmento de línea, nos
acercamos a una colección de fragmentos de línea de longitud total cero, a pesar de que sus puntos son tan
numerosos como todo el Universo. En la figura se muestra la tercera fase de la secuencia.
“No hay nada que me desconcierte tanto como el tiempo y el espacio; y sin embargo, nada me
desconcierta menos, ya que nunca pienso en ellos.”
(CHARLES LAMB, 1775-1834)
Esta frase del notable ensayista inglés expresa en forma concisa la reacción
instintiva de la mayoría de la gente cuando se habla del espacio o del tiempo.
Son cosas que damos por supuestas. Su proximidad desalienta cualquier análisis
profundo, ya que nos hace sentir incómodos. El espacio y el tiempo simplemente
están ahí ―un escenario en el que el mundo interpreta su interminable drama―
permanente, seguro e inmutable.
Cuando Einstein comenzó a meterse con las familiares y queridas creencias
sobre el espacio y el tiempo, los científicos no tuvieron más remedio que volver
a examinar los modelos tradicionales. El tiempo había sido considerado
tradicionalmente como un flujo continuo, una especie de corriente, que se
extendía hacia el infinito en el pasado y en el futuro. Por encima de todo el
tiempo era uniforme y universal, sin titubeos, sin cambios; el regulador de la
actividad que abarcaba a toda la naturaleza. Aristóteles nos decía que “el paso de
la corriente del tiempo es igual en todas partes”. Los cambios en las cosas
materiales, seguía diciendo, “pueden ser rápidos o lentos; pero no así el tiempo”.
Newton era también explícito en cuanto a la naturaleza absoluta y universal del
tiempo: “El tiempo absoluto, verdadero y matemático... transcurre
uniformemente sin relación con nada externo.” Por encima de todo, mantenía la
tradición, las duraciones temporales son independientes de los cuerpos
materiales o de la posición y el comportamiento del observador que las mide.
También el espacio fue considerado durante siglos como fijo e inmutable. De
nuevo Newton era explícito en esto: “El espacio absoluto, por su propia
naturaleza, sin relación con nada externo, permanece siempre igual e
inamovible”. En el siglo XIX, James Clerk Maxwell, escribiendo sobre la
materia y el movimiento, consideraba el espacio absoluto "como siempre igual a
sí mismo e inamovible”. Que el espacio se moviera, razonaba, equivaldría a que
un lugar se alejase de sí mismo.
Veremos lo equivocadas que resultaron ser estas primitivas ideas. No sólo
estas entidades no son universales y absolutas, sino que están sujetas a cambios,
y pueden moverse con una violencia superior a la de todas las otras fuerzas de la
naturaleza.
A comienzos de este siglo las cosas comenzaron a ir mal para el perfecto
esquema de un espacio y un tiempo universales e inalterables. La crisis central
tuvo que ver con el movimiento de las señales de luz, tema que se demuestra de
tal importancia en el desarrollo de este libro que debe ser considerado con algún
detalle.
Para concentrarnos en las peculiaridades implícitas del tema, imaginemos dos
observadores, A y B, separados por una gran distancia. Se fijan la tarea de medir
la velocidad de la luz (que es considerable, unos 300.000 kilómetros por
segundo) cronometrando el paso de pulsos de luz entre ellos. Supongamos que
su separación es de 300.000 kilómetros y que sincronizan cuidadosamente sus
relojes al comienzo del experimento. A envía un pulso de luz a B en un instante
preestablecido, y un segundo después B observa un destello: la llegada del pulso.
Ésta fue la técnica utilizada en 1675 por Olaus Roemer, quien midió la velocidad
de la luz cronometrando la duración de su viaje desde Júpiter a través del sistema
solar, que es de aproximadamente una hora. Como es natural, no tenía al
servicial ayudante A, sino que utilizó en su lugar el movimiento de los satélites
de Júpiter, cuyas posiciones podía calcular de antemano. Desde la Tierra parecía
que los satélites llegaban siempre tarde a sus posiciones calculadas, debido al
hecho de que la luz ha de llegar hasta nosotros desde Júpiter a través del espacio
intermedio. Conociendo la distancia a Júpiter, la medida del retraso proporcionó
un valor razonablemente exacto de la velocidad de la luz.
Supongamos ahora que tenemos un experimento un poco más sofisticado.
Los observadores A y B quieren comprobar si la velocidad de la luz varía desde
un lugar a otro. Para averiguarlo, cada uno mide no solamente el tiempo que
emplea la luz en ir de uno a otro, sino también el tiempo que los mismos pulsos
de la luz tardan en recorrer un tubo de un metro situado en uno y otro lugar. Esta
última medida requiere de una electrónica sofisticada, dado que el tiempo que
tarda la luz en recorrer el tubo es menor que una cienmillonésima de segundo.
Después de algunas pruebas, A y B llegan finalmente a la conclusión de que no
solamente es igual la velocidad de los pulsos de luz en los tubos de A y de B sino
que además esta velocidad es exactamente la misma que la velocidad media
tomada en todo el trayecto.
Ahora cambiamos un poco el experimento. En lugar de que A y B
permanezcan en reposo, B se moverá hacia A. Como quiera que se acerca a los
pulsos de luz que le llegan, B espera lógicamente que estos pulsos, a su llegada,
recorrerán el tubo que él lleva algo más rápidamente que en el experimento
anterior. Para asombro suyo la velocidad no cambia. Le pide a A que compruebe
si la velocidad de salida ha cambiado y A responde que todo está igual, nada ha
cambiado en su posición. Y aún más, la velocidad deducida por cronometraje del
tiempo que han tardado los pulsos en ir de A a B queda de manifiesto que es la
misma que antes.
En plena consternación. B coge un potente cohete y vuela hacia A a toda
máquina. B corre hacia A cada vez más deprisa en un intento de dar cada vez
más rápidamente con los pulsos que llegan, pero la velocidad local medida “en el
tubo” permanece obstinadamente constante. B alcanza pronto la mitad de la
velocidad de la luz y observa que los pulsos que llegan parecen ahora muy
azules. Este es un fenómeno conocido. B se percata de que la luz azul es luz de
alta frecuencia y recuerda que las ondas sonoras también corren hacia
frecuencias mayores cuando la fuente y el observador se precipitan el uno hacia
el otro. El efecto se llama corrimiento Doppler y es perceptible en el tono más
agudo del ruido del motor de un coche que se acerca rápidamente. Las ondas
sonoras se “apelotonan” delante del coche que se acerca.
A pesar del corrimiento Doppler, B no registra ningún cambio en la
velocidad de la luz. Viaja ya al 99% de la velocidad de la luz, derecho hacia los
pulsos, pero éstos siguen llegando a él a sólo 300.000 kilómetros por segundo. B
le pide a A que haga una comprobación final de que no está enviando pulsos de
luz lentos, pero A responde que sus pulsos son lanzados a toda velocidad
―300.000 kilómetros por segundo―. Los dos observadores comienzan a darse
cuenta de que algo muy extraño está pasando.
Para cerciorarse de estos extraordinarios resultados, B da la vuelta al cohete y
vuela a toda máquina en dirección contraria, corriendo delante de los pulsos de
luz. Observa ahora que la luz es muy roja, las ondas se alargan como cuando un
coche pasa y se aleja y el ruido de su motor toma un tono más grave. Pronto B se
está alejando de A al 99% de la velocidad de la luz. Piensa que la luz llegará
hasta él, solamente a un uno por ciento de la velocidad “normal” (es decir, a
3.000 kilómetros por segundo). ¡Pero nada de eso! Los pulsos siguen llegando
todavía a la misma velocidad que cuando B corría hacia ellos. Su tremendo
cambio de velocidad, en casi dos veces la velocidad de la luz, no ha cambiado la
velocidad de los pulsos ni en un solo kilómetro por hora. Por última vez B le
pregunta a A si está disparando los pulsos más rápidamente, pero A mide
exactamente la misma velocidad de los pulsos que B, aunque estén moviéndose
velozmente el uno respecto al otro.
Todavía se hace un último y desesperado intento por salir del atolladero. B
anuncia que pondrá en marcha el motor especial del cohete y que dejará atrás a
los pulsos. Evidentemente, viajando más rápido que la luz, los pulsos no podrán
ya alcanzarle. En algún punto entre el 99 y el 101% de la velocidad de la luz, los
pulsos tendrán que ir más despacio y quedarán atrás. Mientras se realiza esta
parte del experimento, A observa que B se va acercando lentamente a la
velocidad de la luz, pero que cuanto más se acerca, mayor potencia necesita para
acelerar. Las necesidades de potencia parecen crecer sin límite. Incluso con toda
la energía del mundo, B no puede arañar el último incremento necesario para
romper la barrera de la luz. Parece que cuanto más cerca está B de la velocidad
de la luz, más pesado se vuelve el cohete. Necesita más y más potencia para
acelerar sólo un poco. La energía extra parece emplearse totalmente para
incrementar más y más la masa, no la velocidad. Y los pulsos siguen llegando a
la misma velocidad que al comienzo del experimento. Finalmente, acabado el
combustible, los observadores abandonan todo intento de variar la velocidad de
la luz de 300.000 kilómetros por segundo medida localmente.
Esta pequeña historia es una versión moderna de los experimentos reales que
se realizaron a finales del siglo XIX y que se han venido repitiendo desde
entonces de formas variadas en multitud de ocasiones. Pone de manifiesto la casi
paradójica naturaleza de la propagación de la luz, pues A y B miden la misma
velocidad de la luz, incluso cuando se mueven rápidamente el uno con respecto
al otro. Einstein dio la explicación en su llamada teoría especial de la relatividad,
publicada en 1905. Einstein propuso que la velocidad de la luz es siempre la
misma para todo observador, independientemente de su estado de movimiento y
de cómo se mueve la fuente de luz. Para que esta restricción tenga sentido es
necesario suponer que quienes cambian con el movimiento son el espacio y el
tiempo y no la velocidad de la luz. Por ejemplo, cuando B corre hacia A. la
distancia de A a B, medida por B. se contrae. Si B observa objetos conocidos que
rodean a A los ve aplanados. Desde luego para A estos objetos siguen siendo
perfectamente normales.
Además de la peculiar contracción del espacio, el movimiento de B tiene un
extraordinario efecto sobre el tiempo. B observa que el reloj de A se mueve más
lentamente que el suyo, mientras A observa que es el reloj de B el que va más
lento. No solamente sus imágenes de las distancias espaciales son diferentes,
sino también sus escalas temporales. En realidad, cuando A y B se reúnen
finalmente al acabar el experimento, B descubre que su reloj está retrasado en
muchas horas respecto al de A. debido a su movimiento. La secuencia de
sucesos desde el principio hasta el final del experimento ha durado mucho más
para A de lo que la misma secuencia de sucesos ha tardado para B.
Qué ideas más extraordinarias; desafían totalmente a las concepciones del
espacio y del tiempo mantenidas durante siglos y que hemos descrito al inicio
del capítulo. Desde que se aceptó la teoría de Einstein, y se han confirmado sus
predicciones experimento tras experimento, las distorsiones del espacio y del
tiempo causadas por el movimiento no han dejado de estar en candelero. Los
libros de divulgación científica han tratado extensamente sobre las
particularidades del viaje espacial ultrarrápido, en relación con los astronautas
que vuelven de sus breves viajes por el Cosmos y encuentran que en su planeta
han pasado miles de años. Lo que hace que estos hechos sean tan misteriosos es
que se apartan de la imagen del mundo que nos proporciona el sentido común,
imagen en la que el espacio y el tiempo ―distancia y duración― son fijos para
todos los observadores, cualquiera que sea su tipo de movimiento. En la teoría
de Einstein, en cambio, la velocidad de la luz es fija, deja que el espacio y el
tiempo cambien según el movimiento del observador de tal manera que esta
velocidad sea siempre la misma.
De lo anterior se deduce que por mucho que acelere el cohete, o cualquier
otro cuerpo material, no logrará sobrepasar la velocidad de la luz. El espacio y el
tiempo se irán distorsionando indefinidamente de tal manera que la barrera de la
luz seguirá sin poderse romper. En los modernos aceleradores de partículas se
hacen girar los fragmentos atómicos hasta alcanzar velocidades que solamente
difieren de la velocidad de la luz en un 0,01%. Se observa que estos fragmentos
se vuelven docenas de veces más pesados que cuando están en reposo, lo que
hace que cada vez sea más costoso incrementar su velocidad. Y no es sólo la
materia, sino que ninguna señal puede viajar de un sitio a otro más rápidamente
que la luz. Esto destruye el supuesto, utilizado casi unánimemente por los
escritores de ciencia ficción, de que la comunicación en la era espacial puede ser
instantánea en todo el Universo.
Fig. 17. Diagrama de espacio-tiempo. El tiempo se mide verticalmente, el espacio horizontalmente. Las
líneas se pueden considerar como trayectorias de las partículas en el espacio-tiempo, o simplemente como
una gráfica que muestra dónde están las partículas en sucesivos instantes. Un punto como el E se llama un
suceso. Los rayos de luz que salen de este suceso viajan por el espacio a velocidad constante, de forma que
se dibujan en el diagrama como líneas rectas.
Fig. 18. Este diagrama de espacio-tiempo muestra dos dimensiones del espacio.
Las secciones horizontales representan todo el espacio en un instante. La hélice
es la línea de universo de una partícula que se mueve en círculo. El cono está
formado por todas las trayectorias de los rayos de luz que salen del suceso E y
se alejan a velocidad constante en todas direcciones. Los círculos que se
obtienen cortando horizontalmente la superficie del cono se deben considerar
como esferas de luz emitidas por E que se expanden hacia fuera.
Fig. 19. Los objetos tridimensionales dan secciones bidimensionales al ser cortados.
Fig. 20. Los dos pulsos de luz, que viajan a la misma velocidad, vistos desde el cohete llegan a los extremos
del mismo simultáneamente. Pero vistos desde la Tierra, los pulsos también viajan a la misma velocidad, de
manera que el de la izquierda llega antes al extremo que se acerca hacia él.
Una forma sencilla de entender el problema consiste en imaginar un cohete
que viaja al 99% de la velocidad de la luz y pase cerca de la Tierra (véase figura
20). En el centro exacto del cohete hay un mecanismo que envía un pulso de luz
corto en ambas direcciones a lo largo del cohete. Naturalmente, un observador
en el cohete verá que los pulsos de luz llegan simultáneamente a las paredes de
los extremos, porque ambos pulsos viajan a la misma velocidad: la velocidad de
la luz. Pero la situación, vista desde la Tierra es diferente. De acuerdo con la
teoría de la relatividad, la velocidad de la luz es la misma cuando la mide el
observador terrestre. En particular, los dos pulsos de luz viajan a la misma
velocidad respecto a la Tierra. Por lo tanto, y dado que el observador terrestre ve
el cohete volando hacia adelante al 99% de la velocidad de la luz, los pulsos no
llegarán simultáneamente. En su lugar, el terrestre ve que la pared posterior del
cohete avanza rápidamente al encuentro del pulso, mientras que la pared
delantera se aleja del pulso. En el tiempo que emplea la luz para viajar por el
cohete, éste se habrá movido hacia adelante de forma apreciable y el pulso
posterior llegará a la pared antes que el otro llegue a la parte frontal del cohete.
Lo que para el observador del cohete eran sucesos simultáneos parecen sucesos
separados temporalmente vistos desde la Tierra. La conclusión es que la
simultaneidad es relativa al estado del movimiento. No hay un acuerdo universal
y absoluto en lo que es “el mismo instante’’ en lugares separados.
Los problemas que aparecen cuando los sucesos simultáneos ya no son
considerados como tales por otra persona consisten en que ya no podemos llegar
a un acuerdo sobre la definición de “instantáneo”. Una señal que viaje
“instantáneamente” desde el frente a la cola del cohete (por ejemplo “ha llegado
el pulso de luz”) desde el punto de vista del observador del cohete, será
considerada por un observador terrestre como una señal que se propaga hacia
atrás en el tiempo. Como desde la Tierra vemos que el pulso de luz alcanza a la
pared anterior después que a la posterior, la aparentemente “instantánea” señal
del frente a la cola parece desde la Tierra que es una señal desde un suceso
posterior a otro anterior.
Las paradojas que pueden presentarse cuando las señales pueden viajar hacia
atrás en el tiempo son de sobras conocidas. Consideremos, por ejemplo, una
máquina que lleva programadas en su ordenador las siguientes instrucciones. A
las tres emite una señal hacia el pasado. La señal se refleja en algún lugar lejano
y llega de vuelta a la máquina a la una. Al recibir esta señal, el programa de la
máquina le ordena a ésta que se autodestruya a las dos. Esta secuencia de
sucesos carece de sentido, ya que la destrucción a las dos impediría la
transmisión a las tres, la recepción a la una, y por lo tanto no desencadenaría el
mecanismo de autodestrucción, en contradicción con el supuesto original.
Dado que la transmisión de señales más rápidas que la luz está descartada por
motivos causales, es evidente que ciertos sucesos no podrán influir, o ser
influidos, por otros sucesos. Esto se ilustra en la figura 21, que muestra el cono
de luz que sale de un suceso E. También se muestra el cono de luz hacia atrás,
extendiéndose hacia el pasado. Esto representa una superficie esférica de luz que
converge hacia el suceso desde el espacio lejano. De acuerdo con el principio de
que ninguna señal puede sobrepasar la velocidad de la luz, sucesos como el E',
fuera del cono de luz de E no pueden de ninguna forma ser influidos, o influir en
E. Por el contrario, sucesos (como el E") en el interior o sobre el cono de luz
futuro pueden ser influidos por lo que ocurra en E. También los sucesos en el
interior o sobre el cono de luz pasado pueden influir sobre lo que ocurre en E.
Por este motivo llamamos a estas regiones futuro absoluto, pasado absoluto y
“otras partes”. Estas relaciones causales entre los sucesos son, como veremos, un
ingrediente fundamental en la investigación de la existencia de singularidades
desnudas.
El hecho de que todos los cuerpos materiales deban viajar a menos velocidad
que la luz significa que a todo lo largo de la línea de universo de un cuerpo, el
cono de luz se extiende a su alrededor. La situación que se muestra en la figura
22, en la que una línea de universo atraviesa su propio cono de luz, está
estrictamente prohibida, ya que correspondería a un cuerpo que adelanta a un
pulso de luz. Naturalmente la línea de universo de una partícula puede atravesar
el cono de luz de otra. La figura 23 muestra cómo los conos de luz que salen de
sucesivos instantes a lo largo de una línea de universo cortan a otra cercana,
proporcionando información sobre los sucesos El, E2, E3... Antes de que estos
conos de luz lo intersecten ningún cuerpo puede obtener información sobre estos
sucesos.
Fig. 22. La línea de universo de un cuerpo no puede atravesar su propio cono de luz
(cono superior), ya que ello supondría adelantar a un pulso de luz.
Fig. 24. Tiempo cerrado. Si el espacio-tiempo fuera como la superficie de este cilindro, el pasado seria
también el futuro, y el tiempo seria de duración limitada. Un suceso como el E está en el interior del cono
de luz futuro de E, pero si extendemos hacia atrás el cono pasado alrededor del cilindro, también incluirá a
E'. (Para representar esta situación sólo hemos dibujado una dimension espacial, de manera que '‘cono”
quiere decir dos líneas en forma de V.)
El comportamiento de los conos de luz se torna mucho más interesante
cuando se toma en cuenta la gravedad. Se conocen los efectos de la gravedad
sobre la luz desde que Einstein formuló su llamada teoría general de la
relatividad, publicada en 1915. La gravedad afecta a la luz de dos maneras
importantes. Una es la curvatura de los rayos de luz por un campo gravitatorio,
como se ilustra en la figura 25. Un rayo de luz de una estrella a su paso cerca del
Sol se desvía o curva hacia éste de la forma que se muestra. Tal como hemos
dicho en el capítulo 1, la existencia de este efecto se puede comprobar midiendo
cuidadosamente la posición de una estrella cuando el Sol está lejos de la línea de
visión dirigida hacia ella, y viendo cómo varía esta posición al desplazarse el
Sol, en su movimiento anual a través de las constelaciones del Zodíaco, hacia
donde está situada la estrella sobre la esfera celeste. Hoy en día se puede
comprobar esto utilizando el radar en lugar de la luz (todas las ondas
electromagnéticas viajan a la velocidad de la luz) haciendo rebotar pulsos de
radar sobre otros planetas del sistema solar cuando en su órbita están situados en
el punto más alejado del Sol.
Fig. 25. La gravedad curva los rayos de luz provenientes de una estrella. Una estrella cuya posición real es
A parece estar en B cuando se interpone el Sol. El efecto está muy exagerado en la figura. La observación
se puede realizar durante un eclipse solar para evitar el resplandor del Sol.
Fig. 26. Cuando un objeto masivo A (tal como una estrella) está presente, su gravedad arrastra a la luz hacia
él. El efecto en nuestro diagrama de espacio-tiempo es la inclinación de los conos de luz en la dirección de
A. Los conos más cercanos a A son los más afectados. Mirando los conos desde arriba vemos el borde como
un círculo y su vórtice como un punto. En (i) no hay gravedad y los puntos están en el centro de los círculos
(conos superiores). En (ii) la inclinación de los conos causa un desplazamiento de tos círculos. Esta
distorsión equivale a una curvatura del espacio-tiempo.
Fig. 28. La situación de la figura 27 vista desde arriba. Los lados de los conos más alejados de la estrella
tratan de alejar la luz del centro gravitatorio, pero dentro del radio de Schwarzschild el efecto de arrastre de
la gravedad es tan fuerte que incluso este borde del cono se inclina hacia adentro, arrastrando a la luz hacia
la estrella. Entonces, un suceso tal como el E no puede enviar información hacia el exterior.
Fig. 31. Luz atrapada. El anillo ondulado T representa una superficie bidimensional cerrada en el espacio,
la cual emite luz. La luz dirigida hacia adentro cae hacia el foco por la superficie cuasi-cónica S1, y la luz
dirigida hacia afuera también cae hacia el foco por S2. En consecuencia, estas superficies de luz cierran
completamente la región del espacio-tiempo entre S1 y S2.
Para que no le queden todavía al lector dudas sobre este punto, describiremos
otro aspecto de la dificultad. La figura 34(i) muestra un mapamundi ordinario en
la proyección de Mercator. Consideremos la trayectoria de un explorador ártico
que sale del Canadá. En el mapa esta trayectoria se acerca al borde superior que
representa al Polo Norte, Cuando llega al borde hay dos posibilidades: o bien la
trayectoria termina ahí, o bien reaparecerá en algún lugar del borde, moviéndose
hacia dentro a partir de él. Dado que un explorador ártico no deja de existir
cuando llega al Polo Norte, la última alternativa es la que corresponde a la
realidad. En la figura 34 el explorador se acerca al Polo Norte por el meridiano
de Greenwich y, siguiendo en un camino recto, aparece evidentemente
alejándose del Polo según el meridiano de 180°. Cuando se muestra sobre la
superficie de la esfera (figura 34[ii]) la trayectoria es, obviamente, continua.
Sólo sobre el mapa con bordes aparece este corte curioso y artificial.
Fig. 34. Dos representaciones de un itinerario ártico, (i) La ruta del explorador parece dar un salto brusco
en el Polo Norte, (ii) El camino en realidad es continuo.
La única forma de reflejar una esfera sobre un mapa plano con bordes de
forma totalmente exacta es hacer un agujero en algún lugar de la esfera.
Supongamos que la Tierra fuera hueca y que hubiera un agujero en el Polo
Norte. La Tierra ya no tendría entonces la topología de una esfera, ya que habría
un agujero en ella. De hecho, una superficie esférica con un solo agujero tiene la
misma topología que una hoja limitada, tal como se puede ver fácilmente si
imaginamos que la esfera está hecha de una membrana muy flexible. Si se
estiran los bordes del agujero, podemos “desplegar” la esfera, y si la extendemos
sobre una hoja plana, tendrá por límite el borde de lo que empezó siendo el
pequeño agujero (véase figura 35).
Fig. 35. Cómo se extiende una esfera. Cuando ésta tiene un agujero, por pequeño que sea, su topología
resulta ser la de una hoja limitada, como puede verse abriéndola. El borde del agujero se convierte en el
borde de la hoja.
Fig. 36. Agujero negro y singularidad desnuda, (i) Una estrella colapsa hasta k una singularidad. La luz
cercana no puede escapar al ser curvada por la gravedad. La luz que está más lejos escapa, no sin dificultad.
La luz que "se queda" a una distancia fija de la singularidad forma una superficie tubular, llamada horizonte
de sucesos, que tapa a la singularidad, evitando que sucesos como el E sean vistos por un observador lejano.
Por lo tanto, la región interior del horizonte es negra, un agujero negro.
(ii) Si no se forma un horizonte, la luz puede escapar ―tal vez en trayectorias enroscadas, curvadas y
retorcidas debido a la intensa gravedad― y ser vista por un observador lejano. La singularidad está
desnuda.
Fig. 38. Cómo aumentar la rotación de un agujero negro. Se deja caer un cuerpo
que gire sobre sí mismo al interior del agujero en rotación de forma que incremente
la velocidad de rotación de éste. Sin embargo, la gravedad adicional del cuerpo
utilizado sobrepasa la ganancia en la rotación.
¿Quiere esto decir que el colapso gravitatorio del Sol originaría una
singularidad desnuda? Ello sería imposible por el siguiente motivo. A medida
que el Sol se fuera contrayendo y creciera su velocidad de rotación, la fuerza
centrífuga en su ecuador crecería más y más hasta llegar a un punto en el que
incluso la creciente gravedad en la superficie de la masa en contracción sería
incapaz de retener al material de la periferia. Las distorsionadas regiones
ecuatoriales serían materialmente lanzadas al espacio, llevándose con ellas
mucha energía de rotación. Los cálculos matemáticos muestran que la condición
para que se forme un agujero negro corresponde a la condición de que la fuerza
centrífuga sea menor que la fuerza de atracción gravitatoria. Por lo tanto, el Sol
en contracción iría expulsando material hasta que su velocidad de rotación
disminuyera hasta el valor en el cual se formaría un agujero negro y no una
singularidad desnuda. El censor cósmico ha vuelto a ganar.
Algo similar ocurre con la carga eléctrica. Una bola de materia eléctrica
experimenta una fuerza de gravedad que intenta contraería y una fuerza eléctrica
repulsiva que intenta hacerla estallar. La condición para que se forme un agujero
negro en lugar de una singularidad desnuda es que la repulsión eléctrica no
supere a la atracción gravitatoria. En consecuencia, para que se origine una
singularidad desnuda a partir del colapso gravitatorio de una bola de materia
muy cargada se tiene que conseguir una bola en la cual la repulsión eléctrica
supere a la atracción gravitatoria. Pero en tal caso la bola tendería a
expansionarse en lugar de contraerse. El colapso de todos modos tampoco
tendría lugar.
Si bien los efectos de la rotación y de la carga eléctrica son de tipo repulsivo,
se podría imaginar un escenario alternativo. En lugar del colapso de una estrella
cargada o en rotación, podríamos empezar con un agujero negro cargado o en
rotación, e ir aumentando los valores de estas cantidades hasta superar el límite a
partir del cual no puede existir un agujero negro. Podría ser, entonces que de esta
manera el agujero negro se “transformara” en una singularidad desnuda.
Supongamos que el agujero girara tan rápidamente que estuviera cerca del
límite en el cual el horizonte de sucesos desaparecería y la singularidad quedaría
al descubierto. ¿Cómo podríamos aumentar, aunque sólo fuera ligeramente, la
velocidad de rotación? Un método consistiría en arrojar al interior del agujero,
en la dirección del eje de rotación del mismo, un cuerpo que girara, de manera
que suministrase una rotación adicional al agujero (véase figura 38). Esto
aumentaría la velocidad de giro del mismo, pero también lo haría más pesado,
incrementando por lo tanto su poder gravitatorio. Cuando se investiga en detalle
la situación, resulta que el incremento gravitatorio compensa con creces el
incremento “centrífugo”. El valor crítico de la rotación necesaria para producir
una singularidad desnuda crece más deprisa que el incremento real que se
adquiere con el cuerpo que arrojamos.
La estrategia más favorable consistiría en depositar la mayor cantidad de
rotación con la menor cantidad de masa posible, ya que ello produciría el mayor
incremento de fuerza centrífuga a expensas de la menor gravedad adicional
posible. Una buena posibilidad sería utilizar un fotón de luz en lugar de un
cuerpo material. Los fotones tienen una cierta rotación (aunque pequeña) y una
cierta energía, que se sumaría a la masa del agujero. Pero la rotación del electrón
es siempre la misma, mientras que la energía disminuye al aumentar la longitud
de onda. Si tomamos fotones de longitud de onda cada vez mayor,
disminuiremos la energía tanto como queramos. Este hecho parece que nos
proporciona la posibilidad de crear una singularidad desnuda, ya que solamente
habría que ir arrojando al interior del agujero, en la dirección de su eje de
rotación, fotones de longitud de onda muy larga. No obstante, la naturaleza (a
modo de censor cósmico) nos sale al paso. Cuando se hacen los cálculos para
determinar la longitud de onda que deben tener los fotones para que el agujero
adquiera más rotación que masa-energía (y por tanto gravedad), el resultado
llega a ser sorprendente. La longitud de onda debería ser al menos tan grande
como el propio agujero negro. Desgraciadamente, una onda tan grande no
penetrará fácilmente en el agujero, sino que tenderá más bien a dispersarse hacia
el exterior del mismo e ir a otra parte.
Los mismos problemas se presentan si se intenta cargar un agujero negro por
encima del valor crítico a partir del cual desaparece el horizonte de sucesos. Si el
agujero tiene ya mucha carga, cualquier carga adicional deberá vencer la fuerza
eléctrica. Si esta carga adicional se arroja al interior del agujero,
proporcionándole una gran velocidad, la energía suplementaria que se le
suministra para que pueda entrar incrementa la masa del agujero (y por tanto su
gravedad) en mayor medida que lo que la carga incremente la fuerza eléctrica.
Una vez más gana el censor cósmico.
Es posible que el lector tenga la impresión de que no hay manera de que se
forme una singularidad desnuda a partir del colapso gravitatorio de un cuerpo.
No obstante, hay modelos matemáticos que sugieren cómo pueden llegar a
formarse las singularidades desnudas. Uno de estos modelos lo descubrió E. P. T.
Liang, de la Universidad de Texas. Liang consideró el colapso de un cilindro de
materia infinitamente largo rodeado por el espacio vacío. Este sistema colapsará
hasta una singularidad desnuda de densidad infinita, pero el material no estará
concentrado en un solo punto. En su lugar, el cilindro se contraerá
transversalmente, hasta una línea infinitamente larga de densidad infinita, una
singularidad lineal.
Si bien no se pone en duda este resultado, la pregunta que se presenta es si
los cálculos de Liang son realistas o no. ¿No sería posible que un cilindro muy
largo, pero al fin y al cabo finito, se comportara de forma diferente que el
modelo idealizado de un cilindro infinitamente largo? Tal vez cuando se tengan
en cuenta los efectos de las ondas gravitatorias que salen del cilindro en colapso
la singularidad quede tapada por un horizonte de sucesos y en consecuencia
desaparezca en un agujero negro. No se conoce la respuesta, pero incluso si se
supiera, aún quedaría el problema de extraer conclusiones a partir de un modelo
matemático idealizado, como veremos en el ejemplo de un caso similar.
Imaginemos que colocamos un lápiz cilíndrico con una punta perfectamente
afilada, verticalmente sobre una superficie horizontal. Esto se puede lograr
fácilmente colocándolo sobre su extremo plano (véase figura 39). El estudio
matemático del problema nos muestra que ésta es una solución posible. El lápiz
no caerá debido a que su forma cilíndrica es simétrica. No hay motivo alguno
para que caiga en una dirección y no en otra. Pero hay una situación alternativa
completamente simétrica que corresponde a colocar el lápiz en equilibrio sobre
su punta. También hay una simetría perfecta y por lo tanto el lápiz no debería
caer.
Fig. 39. Estabilidad, (i) El lápiz apoyado sobre su extremo plano está en una situación razonablemente
estable.
(ii) Cuando lo apoyamos sobre su punta afilada, el lápiz no permanecerá vertical, aunque matemáticamente
se pueda describir esta situación.
En este segundo caso el sentido común nos dice que el lápiz se caerá. Si bien
un matemático podría predecir una situación en la cual el lápiz estaría
equilibrado sobre su punta, sabemos que en la práctica esto no puede ocurrir (a
menos que la punta estuviera muy aplastada). Un estudio matemático más
general revela por qué una solución (el lápiz sobre el extremo plano) es realista
mientras que la otra (el lápiz sobre la punta) no lo es. El motivo tiene que ver
con la cuestión de la estabilidad. Cuando está sobre el extremo plano podemos
hacer caer el lápiz fácilmente con un pequeño golpe, pero mientras la
perturbación extrema sea razonablemente pequeña permanecerá en equilibrio.
De igual manera, si el lápiz no es exactamente cilíndrico sino que su superficie
tiene pequeñas irregularidades, el equilibrio no será perturbado, a no ser que
estos efectos sean muy importantes. Decimos que el lápiz está en equilibrio
estable cuando reposa sobre su extremo plano.
Por el contrario, el lápiz colocado sobre su punta está claramente en
equilibrio inestable. Cualquier perturbación externa o cualquier desviación de la
estricta simetría cilíndrica, por pequeña que sea, desequilibrará al lápiz
(suponiendo que su punta esté perfectamente afilada). Por lo tanto, la solución
matemática que describe al lápiz en esta configuración inestable no tiene ningún
efecto práctico como descripción del mundo real. Es solamente una idealización
sin ninguna correspondencia con la realidad. Estas consideraciones indican que
debemos ir con cuidado al extraer conclusiones sobre el mundo real a partir de
modelos matemáticos idealizados. A veces funcionan y a veces no.
Para decidir si hay que considerar seriamente el modelo de Liang, o cualquier
otro, debemos considerar pequeñas desviaciones de la simetría y de otros
aspectos del modelo y ver si se mantiene la singularidad desnuda. Si ello no es
así, la victoria sobre el censor cósmico estará vacía de contenido.
Desgraciadamente, la teoría general de la relatividad es tan compleja que un
estudio completo de la estabilidad de la singularidad desnuda de Liang supondría
una tarea inmensa.
Otro modelo matemático de singularidad desnuda es el propuesto por H.
Muller zum Hagen y sus colegas de la Universidad de Hamburgo. Contemplan el
caso de un colapso esférico de una clase muy especial. En su modelo, las capas
externas de una bola de material en colapso inician una implosión más rápida
que las capas internas, con el resultado de que la bola intenta, por así decirlo,
pasar de dentro afuera y viceversa. En algún punto las capas externas cruzan y
adelantan a las internas. Si esto ocurre de una manera determinada se originará
una capa de densidad infinita, que dará origen a una singularidad desnuda, no en
el centro de la bola sino en el punto de cruce de las capas.
Se ha criticado a este modelo por varios motivos. Por ejemplo, los autores
suponen que la bola de materia no ejerce presión, que de otra forma rompería el
sistema cuando la densidad del material se hiciera infinitamente elevada, si bien
incluso este punto no está del todo claro.
Otro ejemplo de un modelo matemático que predice una singularidad
desnuda se debe a M. Demianski y J. P. Lasota. Los autores consideran un
cuerpo esférico que colapsa de forma normal, pero ahora éste emite luz, o
cualquier otra radiación, de forma tal que la masa de la “estrella” va
disminuyendo a un ritmo apreciable. Ahora bien, el radio del agujero negro
esférico es proporcional a su masa, de manera que si la estrella pierde masa
aumenta el grado de contracción que deberá experimentar para convertirse en un
agujero negro. Con un flujo de energía suficiente se puede conseguir que este
radio crítico para la formación del agujero decrezca más rápidamente que la
propia “estrella”. La bola de materia sigue su colapso, hasta radio cero, sin
cruzar nunca el horizonte de sucesos necesario para formar un agujero negro. El
resultado final es una singularidad desnuda, pero sin masa, ya que toda ella ha
sido emitida. En el próximo, y último, ejemplo, veremos un resultado similar.
En un agujero negro la singularidad está rodeada por un horizonte de sucesos
que impide que aquélla sea vista desde el exterior. Se puede considerar al propio
horizonte de sucesos como el límite del agujero negro. El radio del horizonte es,
como ya hemos dicho, proporcional a la masa del agujero negro en el caso de
Schwarzschild. Si pudiéramos encontrar alguna forma de disminuir la masa del
agujero, entonces éste se contraería, el horizonte se encogería y se acercaría a la
singularidad. Si este proceso pudiera proseguir hasta haber extraído toda la masa
del agujero, entonces el horizonte se contraería hasta la nada y la singularidad
quedaría al descubierto.
Hacia 1970 muchos físicos comenzaron a investigar sobre la posibilidad de
extraer masa (y por tanto energía) de los agujeros negros. Roger Penrose
descubrió un posible mecanismo. Cuando un agujero negro está en rotación,
establece una especie de torbellino invisible cuyo efecto arrastra hacia él a los
cuerpos en caída (incluso a la luz). Este efecto puede ser muy pronunciado cerca
del horizonte de sucesos. Cuando un cuerpo cae en un agujero negro que no gira,
al llegar al horizonte de sucesos está cayendo, en cierto sentido, a la velocidad de
la luz. Si el agujero está en rotación, entonces, además de su caída radial, la
partícula adquirirá también cierta velocidad transversal. En consecuencia, es
posible que estas dos velocidades ―la de caída radial y la de arrastre lateral― se
combinen produciendo una velocidad neta superior a la de la luz. La partícula,
que está todavía fuera del horizonte, viaja, en cierto sentido, más rápidamente
que la luz con respecto a un observador que diste mucho del agujero.
La región en la parte exterior del horizonte donde ocurre este extraño efecto
ha sido bautizada como “la ergosfera", y tiene algunas propiedades peculiares.
Una partícula puede moverse en la ergosfera con menor energía que la que
tendría a gran distancia, incluida la energía propia de su masa. Por lo tanto, esta
partícula tendrá masa-energía negativa, como la cavorita del capítulo 4. Sin
embargo, esta energía negativa es un efecto global, es decir, no es una propiedad
localizada en la partícula, sino en el sistema como un todo. Un observador cerca
de la propia partícula no notaría nada anormal.
No obstante, como observó Penrose, esta masa negativa se puede utilizar
para reducir la masa del agujero negro y en consecuencia extraer energía del
mismo. La forma en que esto podría suceder sería la caída de una partícula
normal (es decir, de masa positiva) en el interior de la ergosfera. Como la masa-
energía se conserva siempre, seguirá teniendo masa positiva mientras esté en la
ergosfera. Por otro lado, si durante su viaje la partícula explotara en dos trozos,
entonces sería posible que uno de estos trozos cayera siguiendo una de las
órbitas de masa negativa. Cuando el trozo cae al interior del agujero, reduce la
masa del mismo. La energía que se libera aparece en el fragmento restante, el
cual es emitido desde la ergosfera de vuelta al espacio con una mayor masa-
energía que la que tenía al principio la partícula original.
A primera vista podría parecer que, siguiendo con este proceso, se podría
reducir la masa del agujero negro hasta cero, quedando la singularidad al
descubierto. Pero de nuevo entra en acción el censor cósmico. Por cada cantidad
de masa que se extraiga, disminuirá también la rotación del agujero en una parte.
Esto hará que la ergosfera se contraiga, de manera que cada vez es más difícil
que se produzca el proceso de Penrose. AI final desaparecerá la ergosfera y con
ello se perderá la oportunidad de extraer más energía. El agujero quedará con
una gran parte de la masa original.
Stephen Hawking llevó a cabo algunas investigaciones muy generales y
demostró un importante teorema sobre la cantidad de energía que se puede
extraer de los agujeros negros mediante cualquier procedimiento. Básicamente,
el teorema dice que cualquier cosa que se haga con un agujero negro hará que
éste crezca, en el sentido de que el área total del horizonte de sucesos se hará
cada vez mayor. Así, aunque el proceso de Penrose saca masa del agujero, no lo
hace menor, lo cual era nuestro objetivo original. El motivo es que el radio del
horizonte de sucesos que rodea al agujero en rotación no es solamente
proporcional a la masa, como en el caso sin rotación (es decir, Schwarzschild),
sino que depende, de forma complicada, de la masa y de la velocidad de rotación
(de hecho no es ni siquiera esférico). Cuando se añade la carga eléctrica, la
fórmula es aún más complicada. Durante el proceso de Penrose, tanto la masa
como la rotación disminuyen, y siempre de manera tal que el área del agujero
crece en lugar de disminuir.
El teorema del área de Hawking se aplica también a muchos otros procesos.
Por ejemplo, si chocan dos agujeros negros, caerán el uno en el interior del otro
y se fundirán. El teorema nos dice que al final del proceso, el área del agujero
negro resultante será siempre mayor que la suma de las áreas de los dos agujeros
originales. En consecuencia, por medio de choques de agujeros negros no
podemos hacer menor a ninguno de ellos.
El teorema de Hawking se basa en dos supuestos fundamentales. En primer
lugar, que las singularidades desnudas no existen y, en segundo lugar, que la
energía y la masa siempre son positivas. El resultado tiene una íntima relación
con una ley fundamental de la física ―la segunda ley de la termodinámica― tal
como se discute en mi libro El Universo desbocado, que en una de sus
formulaciones establece la imposibilidad del llamado perpetuum mobile. Este
proyecto supondría un medio de reutilizar la energía degenerada; por ejemplo,
cuando el fuego ha disipado calor en su entorno, la energía está allí todavía, pero
de forma desordenada e inutilizable. La segunda ley nos impide la reutilización
de la misma sin que para conseguirlo sea necesario gastar al menos tanta energía
como la que pudiéramos extraer. Durante mucho tiempo estuvo de moda entre
los inventores el intento de violar esta ley y hallar una máquina que funcionara
siempre sin necesidad de combustible. Si existen las singularidades desnudas,
entonces sería posible violar el teorema de Hawking y podría existir un
perpetuum mobile. ¡Las singularidades desnudas podrían ser la solución a la
crisis de la energía!
Si consideramos la otra suposición implícita en el teorema, que la masa o
energía negativas son imposibles, parece ser que está bien fundamentada
mientras consideremos materia o energía ordinarias. Pero en 1974 el propio
Hawking descubrió que cuando consideramos materia o energía subatómicas, el
asunto cambia radicalmente. Por aquel entonces, el interés fundamental de
Hawking estaba relacionado con los agujeros negros microscópicos que algunos
suponen que se formaron durante la gran explosión (véase el final del capítulo
5). Agujeros con masas de mil millones de toneladas (un kilómetro cúbico de
agua) tendrían tamaños comparables al del núcleo de un átomo pequeño, de
manera que no podemos ignorar los efectos subatómicos.
La teoría que trata de los procesos subatómicos se denomina mecánica
cuántica y en mi libro Otros mundos la explico con detalle. La mecánica cuántica
describe, entre otras cosas, procesos en los cuales se pueden crear y destruir
partículas subatómicas incluyendo fotones de luz. Por ejemplo, la mecánica
cuántica proporciona una descripción completa de la forma en que un átomo
excitado puede desexcitarse y emitir un fotón, lo cual ocurre continuamente en
una lámpara eléctrica.
Cuando se aplica la mecánica cuántica a los agujeros negros se obtiene un
resultado extraordinario y totalmente inesperado. Incluso no habiendo átomos en
el agujero (la materia se ha contraído totalmente en la singularidad) se crean
partículas, más o menos a partir del espacio vacío. De la región que rodea el
agujero salen electrones, protones, mesones, fotones, neutrinos (de hecho
cualquier tipo posible de partícula y antipartícula subatómicas). Y aún más
extraordinario que la aparición de estas partículas es el hecho de que sus energías
corresponden exactamente a las que serían emitidas por un cuerpo que estuviera
en equilibrio térmico en su entorno. Ello implica que hay una temperatura
característica asociada al agujero, y en el caso de los miniagujeros esta
temperatura no es despreciable, alrededor de cien mil millones de grados.
Ciertamente los agujeros negros no son totalmente negros y de hecho los
miniagujeros están tan calientes que es como si fueran blancos.
El descubrimiento de que los agujeros negros pequeños radian como hornos
dio una dimensión totalmente nueva a la cuestión de las singularidades desnudas
y al teorema del área de Hawking. Si el agujero radia energía en forma de
partículas subatómicas debe pagar un precio perdiendo masa de alguna forma.
¿Pero cómo? Las partículas mismas no salen del agujero, ya que nada puede salir
de un agujero negro. Un examen más detallado revela que el mismo concepto de
posición de una partícula subatómica pierde su sentido para dimensiones tan
minúsculas.
Las investigaciones posteriores aclararon cómo pierden masa los agujeros
negros. Las propiedades peculiares de la materia y la energía cuánticas permiten
que aparezca masa-energía negativa en lugares muy determinados. La energía
negativa en los alrededores del agujero negro es producida por la intensa
gravedad, y aquélla atraviesa el horizonte de sucesos entrando en el agujero. En
consecuencia, la masa de éste disminuye, no porque haya escapado materia, sino
porque ha entrado masa negativa. Como consecuencia del flujo de masa negativa
hacia el interior del agujero, se violan las condiciones necesarias para que se
cumpla el teorema del área de Hawking y el área del agujero negro disminuye.
En resumen, a medida que el agujero negro radia energía calorífica hacia su
entorno, disminuye lentamente su tamaño.
Una de las particularidades del agujero negro cuántico es que la temperatura
del agujero crece a medida que disminuye la masa. Esto significa que para un
agujero negro grande, como el originado por el colapso de una estrella, esta
temperatura es minúscula, alrededor de una diezmillonésima de grado por
encima del cero absoluto. Estos agujeros negros son casi completamente negros,
y su pequeña radiación cuántica sería prácticamente indetectable. Pero en los
miniagujeros el panorama cambia. A una temperatura de cien mil millones de
grados radian intensamente hacia su entorno y pierden energía a un ritmo
tremendo. Además, a medida que pierden energía, y por tanto masa, su
temperatura crece, al revés que los sistemas normales, que se enfrían cuando
pierden calor. El proceso de radiación es, pues, inestable y se dispara, al
calentarse más y más el agujero negro e ir perdiendo calor de forma cada vez
más rápida. Siguiendo este proceso, el agujero negro va perdiendo calor de
forma cada vez más rápida, se va evaporando gradualmente.
En contraste con el colapso casi instantáneo de la materia, que en primer
término origina un agujero negro, la evaporación cuántica es extremadamente
lenta. A pesar de la enorme temperatura del agujero, sus reservas totales de
masa-energía son colosales. Nuestro agujero de mil millones de toneladas tiene
energía suficiente como para satisfacer el consumo total de energía en todo el
mundo durante cientos de millones de años, y está contenido en un tamaño
menor que un núcleo atómico. Transcurren miles de millones de años antes de
que la radiación cuántica tenga ningún efecto radial.
Pero cuando finalmente se acaban las reservas de energía el resultado es
espectacular. La temperatura se dispara más allá de cualquier valor
experimentado directamente por la ciencia, y el ritmo de evaporación escapa a
todo control. Al agujero negro le sobreviene una tremenda crisis. El horizonte
empieza a contraerse de forma apreciable en años, después en días y más tarde
en segundos y en microsegundos. Al disminuir las últimas reservas de masa, la
evaporación del agujero se convierte en explosión y se produce en un instante un
gran estallido de energía. El propio agujero negro se ha contraído aparentemente
hasta la nada y el horizonte de sucesos se ha ido aplastando hasta llegar a la
singularidad. Toda la masa ha abandonado el agujero dejando... ¿qué? ¿Una
singularidad desnuda? Si se considera de forma estricta el proceso de
evaporación del agujero negro, parece que conduce inevitablemente a una
singularidad desnuda sin masa. Qué aspecto tendría un objeto así es algo que
nadie sabe, si bien ha habido mucha especulación al respecto (véase el próximo
capítulo).
La evaporación de un agujero negro hasta formar una singularidad desnuda
parece estar basada en fundamentos más firmes que los otros supuestos que
producen singularidades desnudas y que hemos visto en este capítulo. Esto se
debe en parte a que todos los agujeros negros experimentarán la evaporación,
independientemente de que estén girando o tengan carga eléctrica; en realidad,
uno de los efectos de la radiación es la reducción de ambas cosas. Por lo tanto,
no encontramos la objeción de que el resultado se basa en la clase de
idealizaciones matemáticas que hemos discutido más arriba, como en el caso de
los lápices en equilibrio sobre sus extremos. Si se evapora un agujero negro
ideal, también lo hace uno que no lo sea. Otro motivo para confiar en el
resultado de Hawking es que la calidad de la radiación emitida por el agujero sea
de un tipo muy especial, como asociada a un cuerpo en equilibrio térmico. Ya
hemos mencionado que la segunda ley de la termodinámica guarda una analogía
muy estrecha con el teorema del área de Hawking. Ahora vemos que los
agujeros negros cuánticos se comportan talmente como cuerpos térmicos. Esto
parece que es más que una coincidencia y sugiere una relación muy estrecha
entre los agujeros negros y la termodinámica. Por este motivo nos vemos
inclinados a considerar seriamente el proceso de la evaporación de un agujero
negro.
El tema del equilibrio térmico es tan fundamental que vale la pena que lo
consideremos con algún detalle. Durante el invierno de 1859-1860, el físico
alemán Gustav Kirchhoff dirigió su atención hacia la siguiente propiedad del
calor radiante. Si calentamos súbitamente una parte de un trozo de material,
parte del calor tenderá a esparcirse por el material, mientras que otra parte será
radiada por la superficie del mismo hacia su entorno. Dado que hay partes del
cuerpo y del entorno que están calientes, y partes que no lo están tanto, el calor
radiado se repartirá al azar entre las diferentes longitudes de onda. Las partes
más calientes tenderán a radiar en longitudes de onda más cortas que las partes
más frías.
Si en lugar de un trozo de material examinamos una cavidad completamente
encerrada por paredes protegidas para que el calor no pueda escapar hacia
afuera, entonces al cabo de un cierto tiempo las paredes de la cavidad alcanzarán
una temperatura uniforme a medida que el calor se vaya distribuyendo
progresivamente por todo el material. Parte del calor radiado hacia el interior de
la cavidad será reabsorbido por la cara opuesta de la misma, de manera que no
varía el equilibrio térmico que mantiene a todo el sistema a una temperatura
constante.
El examen de una porción de superficie del interior de la cavidad muestra
que aquélla irradia energía calorífica a la misma velocidad con la que absorbe el
calor radiante que proviene de la cara opuesta. Esto ha de ser así, ya que de otra
forma no se mantendría el equilibrio. Consideremos, por lo tanto, un haz de
radiación calorífica de una determinada longitud de onda. Cuando llegue a la
porción de superficie que estudiamos, parte de la radiación calorífica será
absorbida y parte dispersada, o reflejada, otra vez hacia la cavidad. La
proporción exacta del calor absorbido y reflejado dependerá de la naturaleza del
material que forme las paredes. El metal, por ejemplo, es muy reflectante,
mientras que la pintura negra absorbe muy bien el calor. Sea como fuere,
cualquiera que sea la proporción que absorba el material, ha de ser exactamente
igual a la cantidad de calor que la misma porción de superficie radia hacia la
cavidad en el mismo intervalo, ya que de otra manera se rompería la estabilidad
entre la emisión y la absorción que caracteriza al equilibrio térmico.
De este sencillo argumento se deduce que la cantidad de energía calorífica
radiante que hay en la cavidad para una determinada longitud de onda
permanece invariable. Pero dado que la cavidad está a una temperatura uniforme
y la radiación calorífica va rebotando de forma prácticamente aleatoria, tiene que
haber la misma cantidad de calor radiante por toda la cavidad, incluso en las
regiones en las que las paredes tienen propiedades reflectoras diferentes. (Por
ejemplo, podríamos pintar de negro algunos trozos de una superficie metálica.)
Según Kirchhoff, si la cantidad de calor es la misma en las cercanías de todos los
materiales, entonces ha de ser independiente de cualquier material del cual estén
hechas las paredes. Es decir, la energía del calor radiante para una determinada
longitud de onda solamente depende de la temperatura del sistema y no de la
clase de cavidad considerada.
El razonamiento de Kirchhoff está estrictamente ligado al supuesto del
equilibrio térmico. Nos muestra que, por muy complicada que sea, para un trozo
de material emisor, la distribución de la energía calorífica entre las diferentes
longitudes de onda, cuando esté en equilibrio con su entorno, radiará siempre el
mismo espectro calorífico para una temperatura dada. Si algún material de la
cavidad absorbe totalmente la radiación calorífica que incide sobre él, deberá,
para mantener el equilibrio, radiar exactamente el mismo espectro característico.
Por este motivo, la radiación especial emitida por un cuerpo en equilibrio
térmico se llama radiación del “cuerpo negro”. Así pues, los agujeros negros de
Hawking radian exactamente igual que los cuerpos negros de Kirchhoff. Es,
indudablemente, una conexión misteriosa.
En el caso de que Hawking esté en lo cierto, ¿se puede esperar que en la
actualidad estén explotando miniagujeros negros en el espacio dando origen a
singularidades desnudas? Los cálculos muestran que la energía liberada en la
última décima de segundo de su desaparición equivale a una bomba de un millón
de megatones, lo cual puede resultar impresionante, pero para los estándares
astronómicos es una explosión insignificante. Gran parte de la energía será
liberada en forma de rayos gamma de alta energía. Se han colocado detectores
(telescopios) de rayos gamma a bordo de satélites y algunos de ellos han
detectado explosiones de rayos gamma, si bien ninguna con las características
esperadas en la explosión de un agujero negro.
Un análisis más detallado revela los formidables problemas que se presentan
con los intentos de detectar agujeros negros utilizando telescopios de rayos
gamma. No puede haber más que unos pocos miniagujeros por cada mil billones
de billones (1027) de kilómetros cúbicos, ya que de otra forma contribuirían a la
masa del Universo más que las galaxias; en este caso deberíamos observar sus
efectos gravitatorios. Y hay todavía una limitación más estricta, debida al hecho
de que la acumulación de rayos gamma originados por todas las explosiones de
agujeros negros en todo el Universo no ha sido registrada por los instrumentos.
De ello se deduce que no puede haber más que unas pocas docenas de estos
objetos en cada año de luz cúbico. Por lo tanto, incluso tomando una estimación
optimista, la próxima explosión que ocurriría durante un mes de observación se
produciría a unos diez años luz de distancia, lo cual es excesivamente lejos como
para esperar que podamos detectar una modesta explosión de proporciones
nucleares.
A pesar de estas estimaciones pesimistas, existe la posibilidad, apuntada por
Martin Rees, de la Universidad de Cambridge, de que efectos secundarios de
estas explosiones podrían ser detectables a una distancia muy grande. El agujero,
en sus instantes finales, alcanza una temperatura tan alta que no sólo se producen
rayos gamma. También se emiten toda clase de fragmentos subatómicos:
electrones, positrones, neutrones, mesones, etc... Muchas de estas partículas
microscópicas tienen carga eléctrica, con lo cual aparece la posibilidad de que se
produzcan poderosas perturbaciones electromagnéticas a partir de la emisión
explosiva de estos restos. En particular, un agujero que explote en nuestras
proximidades estará inmerso en el débil campo magnético de nuestra galaxia, la
Vía Láctea. Cuando estalla la lluvia de partículas eléctricas en el seno del campo
magnético ambiental, la perturbación producida en este campo se propaga en
forma de onda electromagnética, fundamentalmente como una onda de radio en
la banda de frecuencia entre 100 y 1.000 Mhz. Dado que los radiotelescopios son
mucho más sensibles que los telescopios de rayos gamma, y además tienen la
ventaja de poder estar en la superficie de la Tierra, mediante una búsqueda
sencilla utilizando instrumentación ya existente deberíamos ser capaces de
detectar explosiones de agujeros negros en cualquier lugar de la galaxia. Si la
idea de Rees es correcta, el hecho de que los radioastrónomos no hayan
descubierto agujeros negros en explosión implica que es muy probable que no
haya más de una explosión de miniagujeros por cada millón de años luz cúbicos
y por año. Con un esfuerzo bien dirigido, deberíamos ser capaces de detectar
incluso densidades de hasta un millón de veces menores que ésta.
Si bien es cierto que la búsqueda de los miniagujeros primordiales es
extremadamente dificultosa, la compensación es importante. No solamente se
confirmaría una de las predicciones científicas más espectaculares del siglo ―en
un campo en el que hay poquísimas restricciones experimentales para la
imaginación científica―, sino que acrecentaríamos enormemente nuestro
conocimiento sobre el Cosmos primitivo. Los miniagujeros en explosión
constituyen una reliquia del período cósmico más antiguo imaginable que
podamos llegar a examinar en la práctica (véase capítulo 8).
Los agujeros en explosión proporcionarían, además de una poderosa base
observacional en el área de la física gravitatoria y la cosmología, una
oportunidad inigualable para que los físicos estudiaran directamente el
comportamiento de la materia extremadamente energética, a temperaturas que
difícilmente se conseguirán por otros medios. Incluso en los aceleradores de
partículas más potentes del mundo, las energías liberadas corresponden a una
temperatura de sólo unos mil billones (1015) de grados. Durante los últimos años
de su vida, un agujero negro en evaporación alcanza una temperatura mucho más
elevada que la mencionada y crecerá rápidamente. La clase de partículas
subatómicas que aparecen a estas temperaturas tan extraordinarias han estado
ausentes del Universo desde su origen. Su estudio podría ser de inestimable
valor para la comprensión de las fuerzas fundamentales de la naturaleza.
El agujero negro en evaporación y la ausencia de una prueba definitiva sobre
la existencia de la censura cósmica sugieren que la singularidad desnuda es una
posibilidad muy real. Si ello es así ―y muchos físicos son reacios a aceptarlo―,
la naturaleza estaría amenazada por la anarquía. Cuando aparece una
singularidad en el Universo, la organización racional del Cosmos está
amenazada de destrucción.
7. FRENTE A LO DESCONOCIDO
Fig. 40. (i) Si representamos el espacio-tiempo como una hoja podemos imaginar líneas paralelas de
"longitud" y "latitud" (llamadas coordenadas) para señalizar la situación de los sucesos.
(ii) Cuando está presente la gravedad son imposibles las coordenadas paralelas en todas partes, ya que se
distorsiona el espacio-tiempo.
Fig. 44. Modelo equivocado de la Gran explosión (Big bang). Un inmenso trozo
inicial explota y los fragmentos se expansionan llenando el espacio disponible en el
Universo cilíndrico.
Fig. 45. Modelo correcto de la Gran explosión. Las galaxias no se mueven, sino
que es el espacio el que se expansiona a partir de la nada. Los vacíos
intergalácticos se expansionan en el transcurso del tiempo, produciendo el efecto
de que las galaxias se alejan.
Fig. 50. Espacio anti-De Sitter. Este modelo de Universo es similar en forma al de De Sitter, pero con el
hiperboloide sobre su lado. El espacio (cortes horizontales) es ahora infinito, pero el tiempo (cortes
verticales) es circular, es decir, de duración finita.
En el espacio anti-De Sitter las “tiras” todavía tienen el papel de rayos de luz,
pero su relación con las líneas de universo galácticas es diferente dado que ahora
dan la vuelta al círculo de la hoja. Evidentemente, todo rayo de luz intersectará
en algún lugar a toda la galaxia, ya que las líneas de universo de las galaxias
también dan la vuelta a la superficie. Por lo tanto, no hay horizonte de sucesos.
La sorpresa aparece cuando consideramos todo el espacio en un instante de
tiempo, lo cual se representa mediante un corte horizontal. La línea hiperbólica
resultante se extiende infinitamente en ambas direcciones (izquierda y derecha
en el diagrama), pero a pesar de esto habrá algunos rayos de luz que no
intersectan esta línea hiperbólica. En el espacio de De Sitter, las hipérbolas son
líneas de universo galácticas, y los círculos representan el espacio en un instante
dado. Allí son las líneas de universo las que “no encuentran” a algunos rayos de
luz, y esto lleva a un horizonte de sucesos. En el espacio anti-De Sitter, los
papeles del espacio y del tiempo están intercambiados, de manera que ahora son
las secciones espaciales las que “no encuentran” a los rayos de luz.
Fig. 51. Colapso de causa y efecto. El suceso E2 ( por ejemplo, la pulverización de un observador por los
pulsos de luz L) no debe su origen a ningún suceso, en ningún lugar del espacio, en el primer instante en
que el observador toma simultáneamente a E1. El origen de los pulsos de luz debe buscarse “más allá del
espacio infinito”.
Fig. 52. Gran explosión y pequeñas explosiones. La creación del Universo pudo haber sido una
singularidad desnuda compleja que debe ser considerada como un límite pasado o borde del tiempo. Los
picos constituyen una especie de sucesos creativos retardados: pequeñas explosiones. Se muestra un suceso
P que está en el futuro de la Gran explosión, pero también en el pasado de una pequeña explosión, de
manera que un observador podría viajar desde P (línea quebrada) hasta el borde ("hasta la creación").
Es indudable que, en el Universo real, la singularidad de la Gran explosión
constituye un tema tremendamente complicado y confuso. La cuestión estriba en
si su complicada forma dejó “agujeros” a través de los cuales el espacio-tiempo
podría continuar sin llegar a un borde. ¿No sería posible que, si bien existió
algún tipo de singularidad en el pasado, no creara la totalidad el espacio-tiempo,
sino solamente una parte? ¿Creó solamente una parte de la materia o no la creó
en absoluto? ¿Ha existido siempre el Universo, de una u otra forma, de tal
manera que la Gran explosión representa solamente un intermedio
extraordinariamente violento en una historia cósmica sin singularidades?
Algunos cosmólogos han desarrollado complicados modelos matemáticos del
Universo para averiguar si una singularidad como la de la Gran explosión podría
dejar lugar a un Universo de edad infinita. Si bien estos modelos contienen un
alto grado de idealización, permiten no obstante desviaciones de la uniformidad
perfecta como las que a buen seguro existen en realidad. La conclusión de estos
trabajos es que es perfectamente posible tener Universos infinitamente viejos en
los cuales la Gran explosión no es más que una fase transitoria que lleva
aparejada un tipo de singularidad bastante débil y de poco efecto.
Nadie tiene la menor idea de si los modelos de un Cosmos infinitamente
viejo o aquellos que conllevan una singularidad que corta al espacio-tiempo en
una creación universal se acercan más a la realidad. Sin embargo, hay algunas
evidencias bastante generales en contra de un Universo infinitamente viejo.
Estas evidencias tienen que ver con los agujeros negros.
En el capítulo 3 explicamos cómo, una vez desaparecida la materia en el
interior de un agujero negro, no puede volver a salir. Esto implica que la
formación de un agujero negro es un proceso irreversible que, dejando de lado
por el momento el efecto de evaporación de Hawking, implica que el número y
el tamaño de los agujeros negros van aumentando con el tiempo. Si el Universo
fuera infinitamente viejo, deberíamos esperar que, en términos generales, casi
toda la materia del Universo hubiera desaparecido en el interior de los agujeros
negros, y que el Universo sería completamente diferente de lo que observamos
en la actualidad.
Desgraciadamente una conclusión tan sencilla se ve complicada por un cierto
número de consideraciones. Si el Universo que se expansionó a partir de la Gran
explosión hubiera existido antes de ésta, hubo de contraerse antes de esta época.
No puede haber permanecido estático y después explotar, ya que no hubiera
habido forma en la que el material pudiera evitar su caída debido a la gravedad.
Si el Universo se estuvo contrayendo antes de la Gran explosión, entonces, a
medida que vamos hacia el pasado infinito, el material cósmico debió de estar
infinitamente disperso. La pregunta es entonces si se agrupó formando galaxias o
unidades menores, o bien si se dispersó uniformemente, tal vez en átomos
individuales. En el primer caso es difícil imaginar cómo, con el tiempo infinito
disponible, pudo el material en cada unidad evitar la caída formando agujeros
negros que, después de un inmenso período de tiempo, se habrían evaporado
dejando un Universo compuesto fundamentalmente por radiación, con muy poca
materia. Es posible compatibilizar una fase anterior a la Gran explosión
dominada por este tipo de radiación con el Universo observado en la actualidad,
postulando la conversión de parte de esta radiación en materia durante la gran
explosión.
Este supuesto tiene la dificultad adicional de que la nueva materia creada iría
acompañada (a menos que sean correctas algunas teorías especulativas recientes
sobre las fuerzas subatómicas) por una cantidad igual que la llamada antimateria.
No hay ningún problema con la antimateria, excepto que si entra en contacto con
la materia ordinaria ambas se aniquilan originando de nuevo radiación. Por lo
tanto, es necesario encontrar un mecanismo que separe a la materia de la
antimateria, tal vez formando agrupaciones diferentes que comprendan cúmulos
enteros de galaxias. Si bien no sabemos si otras galaxias están hechas de materia
o de antimateria, se sabe que se produce muy poca mezcla de ambas, ya que de
otra forma los rayos gamma que se producirían en su mutua aniquilación serían
detectables. Si bien algunos cosmólogos han inventado varias teorías que
explican de alguna forma cómo se pueden separar la materia y la antimateria,
todavía no se conoce ningún mecanismo convincente. En consecuencia, los
intentos de elaborar modelos del Universo siguiendo este camino se pierden
bastante en tecnicismos. Desde luego, se podría postular ad hoc que la
singularidad de la Gran explosión produce la cantidad precisa de materia para
obtener la relación observada entre materia y radiación, pero ésta no es una
explicación adecuada.
Si el material del Universo en contracción anterior a la Gran explosión
empezó estando disperso en átomos individuales, entonces se podía haber
evitado el colapso en agujeros negros hasta que la densidad del material creciera
tanto como para que las perturbaciones gravitatorias locales tomaran
importancia. Esto querría decir que el Universo se contrajo tranquilamente
durante un tiempo infinito hasta que, al acercarse la Gran explosión, el material
comenzó a agruparse formando galaxias, estrellas y unos cuantos agujeros
negros. El Universo alcanzó entonces un estado de máxima compresión,
destruyendo todas las estrellas (no los agujeros negros), tras lo cual “rebotó” de
alguna forma que no entendemos, y se produjo la Gran explosión.
Evidentemente, parte de la materia, y quizá también algunos agujeros negros,
tuvieron que evitar la singularidad que sabemos que debió de producirse. Si bien
no podemos determinarlo, este escenario conlleva de alguna manera un origen
del Universo aún más extraordinario que la súbita y singular creación de todo lo
que contiene. ¿Es posible creer que, en el infinito pasado del Universo, los
átomos individuales de materia estaban tan espaciados que ni siquiera durante el
infinito tiempo disponible no se formaron grandes cuerpos bajo la acción de la
gravedad?
En realidad, hay de hecho otro escenario posible de un Universo de edad
infinita. Ya hemos dicho que la fuerza de la gravedad que actúa entre las galaxias
limita su libre alejamiento, y hace que la velocidad de dispersión disminuya con
el tiempo. Si el Universo contiene suficiente cantidad de materia, esta fuerza
reductora será lo bastante grande como para detener totalmente la expansión y
convertirla en colapso, arrastrando de nuevo a las galaxias las unas hacia las
otras en una especie de Gran implosión, el inverso en el tiempo de la Gran
explosión. Los teoremas sobre singularidades de Hawking-Penrose predicen que
se producirá una singularidad al final del colapso, y la mayoría de los
cosmólogos suponen que esto conlleva la aniquilación total del Universo: un
futuro final del espacio, del tiempo y de la materia. Podemos representarlo en
nuestro diagrama de espacio-tiempo por un corte horizontal en la parte superior.
Un Universo que tiene singularidades espaciales en el pasado y en el futuro no
tiene más que una duración finita, por ejemplo, de cien mil millones de años. En
realidad, el propio tiempo sólo tendría una duración de cien mil millones de
años.
Si especulamos sobre la existencia del Universo antes de la Gran explosión,
también podríamos suponer que sobrevivirá a la Gran implosión y que rebotará
de nuevo en una fase de expansión. A su vez la expansión se detendría y habría
una nueva contracción, llevando a otra implosión-explosión y así sucesivamente.
Un Cosmos así tiene un comportamiento cíclico, oscilando entre un máximo al
final de la expansión y un mínimo en la implosión-explosión. Cada ciclo
individual tiene una duración finita, pero la historia del Universo es infinita. Las
observaciones actuales revelan que la materia luminosa (las estrellas y el gas)
constituyen sólo aproximadamente el uno por ciento de la cantidad de materia
necesaria para que la expansión cosmológica llegue a invertirse produciendo una
implosión. No obstante, es posible que haya inmensas cantidades de masa no
observable en forma de agujeros negros, gas intergaláctico, partículas
subatómicas que interactúen débilmente u ondas gravitatorias. No podemos
desechar de entrada esta idea.
El Universo cíclico también padece el problema de la acumulación de
agujeros negros. Durante las épocas de implosión-explosión es difícil imaginar
cómo la materia podría evitar la caída formando más y más agujeros negros en
cada ciclo. Es difícil que haya habido infinitos ciclos antes del nuestro, ya que
probablemente quedaría muy poca materia. Prácticamente todo el Universo
estaría hecho de agujeros negros, lo cual es completamente incompatible con las
observaciones.
Aparte de todos estos problemas, los físicos se resisten a creer que el
Universo existiera antes de la Gran explosión por el simple hecho de que ello
implicaría aceptar la peor clase de singularidad desnuda. Dado que los teoremas
de Hawking-Penrose predicen una singularidad en la Gran explosión en alguna
parte del Universo, el lugar más aceptable para ella es el comienzo del tiempo,
donde de alguna forma se acaba instantáneamente. Si no hay un comienzo del
tiempo, ello implica o bien que la singularidad siempre está presente, desnuda, o
bien que se formará probablemente una nueva singularidad cada vez que colapse
el Universo, durando sólo un corto espacio de tiempo y desapareciendo. En este
caso podríamos, en principio, construir un modelo del colapso cósmico, con una
singularidad desnuda parecida, en un minicolapso localizado. Esta es la situación
misma que, como vimos en el capítulo anterior, los científicos consideran
anatema.
Entonces, ¿qué ocurrió antes de la Gran explosión? La respuesta más sencilla
es “nada”, ya que no había un “antes”. Si aceptamos que la singularidad de la
Gran explosión es un límite temporal total de Universo físico, entonces el tiempo
mismo comenzó a existir en la Gran explosión. No tiene ningún sentido hablar
de “antes”. De igual forma carece de sentido preguntar qué es lo que originó la
Gran explosión, ya que la causalidad conlleva la idea de tiempo; no hubo
sucesos anteriores a la singularidad.
La incómoda cuestión de si es posible, o si tiene sentido, que el tiempo tenga
un principio o un final ha sido debatida por los filósofos durante más de dos mil
años. Aristóteles opinaba que el Universo es infinitamente viejo, pero la
tradición judeocristiana, con su dogma central de la creación, entró en conflicto
con esta opinión. Más tarde Leibniz especuló con que Dios “o bien no creó nada,
o... creó el mundo antes de ningún tiempo, es decir... el mundo es eterno”,
conclusión que se deriva de la creencia de que “Dios no hace nada sin algún
motivo y no hay motivo alguno para que no creara antes el mundo”. No obstante,
Leibniz se inclinó más bien por el punto de vista contrario sobre la creación, por
motivos teológicos.
El filósofo del siglo XVIII Immanuel Kant abordó estos temas en su Crítica
de la razón pura, publicada en 1781. Considerando la proposición de que el
Universo no había tenido un inicio temporal, Kant llegó a la conclusión de que
ello implicaría que cualquier instante en el tiempo tendría infinidad de instantes
precedentes. Por lo tanto, se habrían producido infinitos estados o condiciones
del mundo. Dado que Kant creía que una serie infinita de estados no podía
“completarse por síntesis sucesivas” (es decir, que el infinito no puede
alcanzarse), dedujo que la idea de un Universo eterno era falsa. Por otro lado,
razonaba Kant, si el Universo fue creado hace una determinada cantidad de
tiempo, entonces debió de haber un tiempo en que el Universo no existía. Y al
argumentar que nada puede originarse a partir de un instante en que nada existe
concluía que “el mundo no puede tener un principio”. De este modo llegó a una
contradicción.
Hoy en día podemos ver la ingenuidad del razonamiento de Kant, ya que la
creación del Universo hace una determinada cantidad de tiempo no precisa del
supuesto de que hubiera un tiempo en que nada existía. El propio tiempo pudo
ser creado, idea que parece que ya anticipó San Agustín cuando escribió “el
mundo fue hecho con el tiempo y no en el tiempo”.
Parece que para Kant y otros fue un problema la ambigua condición lógica
del concepto de un instante inicial. Si el Universo no es infinitamente viejo,
parece que debe haber habido un instante inicial del tiempo. Los filósofos
modernos mantienen firmemente que un primer suceso no puede ser de la misma
clase que los posteriores. Pero muchos olvidan el hecho de que una creación
ocurrida hace quince mil millones de años no implica necesariamente un primer
suceso. Esta afirmación aparentemente paradójica puede ser verificada
recordando algunas de las extrañas propiedades de los conjuntos infinitos que
discutimos en el capítulo 2. Si el Universo se originó en una singularidad,
entonces no podemos considerar que la propia singularidad permanezca en el
espacio-tiempo; representa, como hemos discutido extensamente en los capítulos
anteriores, el hundimiento del mismo concepto de espacio-tiempo. Si la
singularidad no forma parte del espacio-tiempo no es un suceso, y no “sucedió”
en un “instante”. Pero si la singularidad no es el primer suceso, ¿cuál fue el
primer instante después de la singularidad?
Esto es lo mismo que preguntar cuál es el menor número mayor que cero:
¿una millonésima, una billonésima? Evidentemente, por muy pequeño que sea el
número que elijamos, podemos dividirlo por dos. No existe un número menor
que todos los demás. Igualmente, no hay un instante inicial, incluso teniendo en
cuenta que el pasado es finito. Esta posibilidad, apuntada en la obra de Tom
Stoppard Jumpers, alivia muchos de los problemas filosóficos que conlleva la
aceptación de la finitud del pasado.
En la imagen religiosa tradicional de la creación, Dios es el responsable de la
creación del orden cósmico extraordinariamente elaborado que observamos a
nuestro alrededor. Vivimos en un Cosmos tan organizado, repleto de estructura y
actividad tan interesantes, que mucha gente encuentra imposible creer que se ha
originado por suerte a partir de una disposición aleatoria. La organización más
elaborada la constituyen el cuerpo y la mente humanos, pero miremos donde
miremos la naturaleza se nos muestra tan organizada que es muy fácil creer que
todo el Universo es el fruto de una manipulación inteligente.
El identificar a Dios con la fuerza organizativa no es, desde luego, una
explicación, sino una definición. Hoy en día la mayoría de los teólogos pueden
aceptar que el Universo se desenvuelve sin necesidad de la continuada
supervisión de la divinidad. En su lugar, las leyes de la naturaleza son capaces de
regular todas las actividades naturales sin necesidad de intervención
sobrenatural. No obstante, se recurre de nuevo a Dios para poner al sistema en
movimiento al comienzo. En lenguaje científico Dios manifiesta sus poderes a
través de la singularidad desnuda que marca el inicio de la Gran explosión.
En realidad no hay incompatibilidad alguna entre estas ideas teológicas y la
versión científica, ya que la singularidad, por definición, trasciende las leyes de
la naturaleza. Es el lugar del Universo donde tiene cabida, incluso para los
materialistas más empedernidos, admitir la idea de Dios. Pero desde luego, un
Dios que está más allá del borde mismo del espacio-tiempo es una triste sombra
de la divinidad que desearía la mayoría. En estos temas fascinantes donde la
ciencia se entremezcla con la religión y la filosofía es necesario llevar a la
ciencia hasta sus últimos límites. ¿Puede nuestro conocimiento acerca de las
singularidades, aunque limitado, revelarnos algo sobre la naturaleza del Dios que
creó el Universo, utilizando un lenguaje técnico? ¿Son las propiedades de las
singularidades desnudas compatibles con la idea de un Dios que inició toda
actividad creando la estructura altamente organizada que llamamos Universo,
dejándolo desenvolverse luego por sí mismo de acuerdo con las leyes de la
naturaleza?
En el capítulo anterior explicamos cómo las singularidades podrían ser de un
tipo caótico o bien organizativo. Evidentemente, podemos imaginar una
singularidad desnuda que emite sistemas ya confeccionados altamente
organizados. En realidad, podríamos pensar en una singularidad desnuda que
simplemente emite planetas y estrellas enteras con sus habitantes incluidos.
Especulaciones tan absurdas son solamente la expresión del hecho de que las
leyes de la naturaleza quedan en suspenso en la singularidad. La imagen más
creíble es la de la singularidad caótica, donde la suspensión de la ley lleva a la
aleatoriedad total, de manera que el material y las influencias que aparecen no
tienen ninguna organización en absoluto. Cualquier estructura que aparezca es
puramente accidental y extraordinariamente improbable.
¿Que evidencia nos ofrecen nuestras observaciones del Universo primitivo de
que la singularidad de la Gran explosión fuera responsable de la creación del alto
grado de orden que observamos actualmente en el Universo? Cuando se
examinan las condiciones físicas en la Gran explosión parece que la
organización cósmica observada en la actualidad no existía en absoluto al
principio. No había galaxias, ni estrellas, ni planetas, ni gente, ni átomos, ni
siquiera núcleos atómicos. Cualquier intento de explicar el Universo, tan
elaboradamente organizado y de un funcionamiento tan maravilloso, que
habitamos actualmente, debe basarse en el examen de lo que ha ocurrido después
de la Gran explosión. El Universo primitivo estaba prácticamente, por lo que
sabemos, en el caos total.
La mejor evidencia de un principio extremadamente caótico y desordenado
está en las observaciones del fondo de radiación cósmica en microondas que
mencionamos con anterioridad en este capítulo, como reliquia del calor
primitivo. Como ya señalamos, el espectro de energía de esta radiación es
prácticamente igual que el que emitiría un cuerpo que hubiera alcanzado el
equilibrio térmico (conocido como espectro del cuerpo negro). A finales del
siglo pasado los físicos comenzaron a investigar el significado del equilibrio
térmico a la luz de la teoría atómica de la materia. Descubrieron que el estado de
equilibrio corresponde al estado de mayor desorden atómico, que se produce
cuando los átomos que constituyen un cuerpo están dispuestos de la forma más
aleatoria posible. Los restos del calor primitivo que todavía bañan el Universo
llevan consigo la inconfundible impronta del caos atómico en la forma de su
espectro de energía. Según esto el Universo se inició con el desorden atómico
total. La forma en la cual ha surgido el orden cósmico a partir del caos primitivo
puede entenderse en detalle examinando los procesos nucleares que se
produjeron en los primeros minutos tras el inicio de la Gran explosión.
Aparentemente no hay necesidad de un organizador sobrenatural ―las propias
leyes de la naturaleza son capaces de generar el actual grado de estructura y
organización que hace que el Universo sea tan interesante―. Estos temas están
tratados en detalle en mi libro El Universo desbocado.
Todas estas consideraciones nos llevan a creer que, al menos en el caso de la
singularidad de la Gran explosión, las influencias que aparecieron fueron
totalmente desordenadas y caóticas. Es posible que esta conclusión se modifique
a la luz de futuros desarrollos en astronomía y física fundamental, pero hay que
admitir que, en el actual estado de comprensión de las cosas, la ciencia no apoya
la imagen religiosa de un creador que dio origen a una organización cósmica
preestablecida. La vieja idea de una especie de “Universo global” establecido
con esplendor cósmico no está de acuerdo con las evidencias que poseemos. La
organización ha ido apareciendo lenta y automáticamente a partir de un
comienzo violento.
Esta conclusión completa la sistemática retirada que ha experimentado el
concepto de una divinidad organizadora y ejecutora, concepto que surgió hace
unos dos o tres mil años. Nuestros antepasados, que invocaban acciones
sobrenaturales siempre que sucedía algo inexplicable, aprendieron
progresivamente a reemplazar las interferencias sobrenaturales ad hoc por las
disciplinadas leyes de la naturaleza. El modelo del mundo sufrió una lenta
metamorfosis desde el simple juguete de unos dioses caprichosos hasta un
sistema ordenado y acorde con las leyes, casi una especie de aparato mecánico.
El dominio de lo sobrenatural fue erosionándose gradualmente a medida que los
fenómenos iban siendo explicados a base de principios científicos. En el siglo
pasado las únicas “áreas de operación” legítimas de la divinidad eran la creación
del hombre y la creación del Universo. Hoy en día sabemos cómo apareció el
hombre sobre la Tierra e incluso (en líneas generales) cómo lo hizo la vida.
Ahora estamos empezando a comprender la creación del propio Universo,
incluyendo la creación del espacio y del tiempo. El Dios organizador y ejecutor
ha sido dejado atrás en el tiempo, incluso fuera del límite del tiempo, relegado a
un campo más allá del mundo natural. Y además vemos que en el lugar donde se
encuentran el mundo natural y el sobrenatural ―la singularidad― tampoco se
necesita un Dios organizador. El Cosmos ordenado que conocemos ha surgido
automáticamente del caos primitivo.
Es realmente notable que la gente religiosa no haya aprendido la lección
histórica de que la naturaleza puede ordenar sus propios asuntos. El gran error de
la teología consiste en aferrarse a una creencia prehistórica en una divinidad
organizadora y ejecutora. Parece que desde el principio ignoran que el verdadero
esplendor del Cosmos no está en el comienzo de la organización, sino en las
leyes de la naturaleza que nutren y mantienen esta organización, haciendo que el
sistema cósmico funcione de manera ordenada. ¿Dónde está la excelencia de un
Dios que está más allá del borde del infinito y que no forma parte de la belleza
impresionante contenida en las leyes matemáticas de la naturaleza? Si nos
concentramos en la causalidad no encontraremos ningún fin a la creación, ya que
sabemos que causa y efecto son temas complicados y delicados cuando tenemos
en cuenta la estructura del espacio-tiempo. Sólo un Dios que trascienda al
espacio-tiempo, que esté por encima de la causalidad y la pura ejecución de
actos, puede tener alguna relevancia para la actividad natural que resplandece a
nuestro alrededor.
9. MÁS ALLÁ DEL INFINITO