El Parque Hondo PDF
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EL PARQUE HONDO
Por José Emilio PACHECO
Dibujos de Héctor XAVIER
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UNIVERSIDAD DE MEXICO
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-Miles de cosas ¿No te gusta armar aviones? Rafael alzó el fragmento, lo sostuvo por encima de su
-Nunca he armado ninguno. cabeza.
-Bueno, también puede servir para el cine o para alqui- -Cuento hasta tres y se la tiro. Ahí va. Uno ... dos ...
lar bicicletas, comer dulces o comprar anzuelos o ir a remar ... La gata sintió el peligro, de algún mod~. Su cuerp?
al lago. se hizo nuevamente flexible, y, de pronto, salto, se arran~~
-Sí, pero ¿cómo la matamos? de las manos de Arturo, cayó dos metros adelante y se perdlO
-Aquí pasan muchos coches. Cierra la bolsa, déjala en en un matorral.
medio de la calle, y nadie se da cuenta. -¡Qué bruto eres! No la agarraste.
-Pero va a sufrir mucho. Un día vi un perro ... -No pude. Se soltó.
- Tienes razón. Busca otra cosa. Rafael dejó caer el trozo y sentó en la tier.ra. Arturo ya
-¿Dársela a alguien? no supo qué hacer. Un minuto después, refleXIOnó:
-¿Para qué va a quererla? Pero, oye, ¿tirarla al agua? -Hay que buscarla. Está viva, va a regr~sa~ a casa.
-Creo que los gatos saben nadar. -Ahora sí la amolamos. Llámala a ver SI VIene.
-Mira, vamos al parque. A esta hora no hay nadie y alhí
-¿Tú crees que va a venir?
vemos qué se hace.
(No, no puede ser -pensó Arturo, dominando los golpes No supo cuánto tiempo buscaron, llamaron, abrieron cada
de su sangre, el frío que iba creciendo entre sus vértebras-o
mata; rastrearon cada rincán del parque. Buscaron, llamaron,
Rafael no siente nada; no puede tener miedo.) abrieron, rastrearon sólo escuchados por los grillos, las ramas,
La hondonada del parque estaba vacía. Descendieron has- los pájaros ... todos los ruidos de la noche que reverberaba,
ta la gran vereda. La humedad brotaba del estanque. Pro-
que ocultaba a l~ gata. . ., ., .
pagada a la hierba, cubría el pequeño bosque de una marea Deshecho, faogado, se despldlO de Rafael; VOlVlO a su
ele vaho. casa con el temor de encontrar a la gata en el sillón de siem-
Rafael saltó para alcanzar las ramas bajas; imitó una fu- pre (la gata, suave, elástica, inmortal, de siete vidas grises).
riosa cabalgata.
Florencia jugaba con las cartas cuando vio entrar a Ar-
-Vamos a ahorcarla - dijo. turo. El niño le explicó que había mucha gen~e con. el vete-
-Nunca. Va a sufrir mucho - repitió Arturo. Quiso es- rinario, que esperó el último turno. Floren~I~, atnbuy? ,la
trechar al animal entre los hilos de la bolsa. Salió el mau- consternación de Arturo a la dureza de la mlSlOn - mlSlOn
llido de la gata. que, acaso, ella misma debió haber cumplido.
-Se va a escapar - previno Rafael.
-No, ¿te imaginas si se escapa? Contadas en el reloj de la pared, las horas lo hallan des-
-Bueno, ya es hora de hacer algo. pierto, insomne, asfixiado en la transpiración, entre las sá-
Arturo cha~queó los dedos, se estremeció de frío. En- banas revueltas. A cada instante de esas horas cree escuchar
medio de los árboles, la luna daba a la espesura un contorno el regreso, los pasos de la gata. Todo-pequeño ruido le re-
de piedra. cuerda su andar o su silencio.
Rafael descubrió un trozo de concreto, casi cubierto por Se levanta, toma los veinte pesos y los rompe, lo~ de-
la maleza. Se aproximó y consiguió levantarlo. vuelve a la noche que respira fuera de la ventana; al VIento
-Sostén a la gata y yo le doy con esta piedra. de la noche que dispersa cuatro fragmentos de papel y no
-¿No hay otra forma? de~hace el miedo.
-No queda más remedio. Sentado en el borde de la cama quisiera hallar el sueño
Arturo sacó a la gata de la bolsa. Aferró el cuerpo laxo y o despertar de un sueño ... Florencia, en otro cuarto, abre
lo ciñó con las dos manos. Lento, terriblemente lento ~e fue los ojos y busca al lado de su cuerpo la huella ~e. otro peso,
acercando a Rafael. del cuerpo blando y recio que I;>ulían sus canClas.; lenta~,
-Date prisa. Esto pesa muchísimo. inútiles caricias con que FlorenCla se gastaba, se Iba OlVI-
-Ya. No me vayas a dar. dando de los días.
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