El Pecado de Nadab y Abiú

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El pecado de Nadab y Abiú: obedeced siempre a Dios

(Estudio bíblico)
mayo 15, 2011 in Uncategorized

Como hoy es domingo, y la anterior entrada simplemente ha sido un documental,


vamos a comentar brevemente un texto bíblico. Y como, en las iglesias cristianas, lo
normal en las tardes dominicales es el estudio bíblico, pues uno vamos a tener ahora,
sobre un pasaje del Antiguo Testamento. Es un tema muy interesante, aunque
posiblemente quien no sea cristiano no entenderá casi nada. Esta entrada está, por
tanto, destinada a lectores cristianos casi exclusivamente.

Si leemos la Biblia “de tapa a tapa”, el tercer libro con el que nos encontraremos es
Levítico. Tradicionalmente, es un libro muy difícil cuando se le intenta “hincar el
diente” por primera vez. Leemos Génesis, la historia de la creación, de la elección de
Abraham, Isaac y Jacob, el relato de la vida de José, seguidamente Éxodo, la salida de
los israelitas de Egipto, el paso del mar Rojo y el pacto de Dios con Israel,
materializado en la entrega de la Ley a Moisés en el monte Sinaí. Pero llegamos a
Levítico y ahí muchos se encuentran con una pared difícil de superar para seguir
leyendo el resto de la Biblia, un texto sumamente árido a la hora de leer. Es un libro,
ante todo muy minucioso, en el que se describen con todo detalle los distintos
sacrificios de animales, ofrendas y normas sacerdotales que Dios prescribió a Israel.
Muchísimas normas pueden parecer completamente absurdas pero hay que saber leer
y entender su significado. Dios requería dos cosas a Israel: ser un pueblo distinto a
todos los demás, un pueblo santificado, y que, como tal, le obedecieran.

Este es el mensaje fundamental de Levítico: OBEDIENCIA.

El Pueblo de Dios debe obedecer a Dios y a nadie más que a Dios.

Dios ha elegido a Su Pueblo y lo ha redimido NO POR SER SANTOS, sino PARA SER
SANTOS.

Los israelitas habían estado cuatro siglos bajo el cautiverio en Egipto y era necesario
instruirlos para guiarles en su relación con Él, puesto que el concepto de Dios que
tenían había sido distorsionado por el politeísmo y paganismo de los egipcios. Pues de
la misma manera, los cristianos, pese a haber sido redimidos en Cristo Rey, sin ningún
mérito por parte de ellos, han estado durante mucho tiempo bajo el cautiverio del
pecado y el paganismo de este mundo y necesitan ser instruidos para deshacerse de
ello y acercarse a la santidad. Israel debía diferenciarse de los paganos de su época
igual que nosotros debemos diferenciarnos del mundo.

Hoy día podemos dar gracias infinitamente a Dios porque por la muerte de Jesús por
nosotros, ya no tenemos que ofrecer sacrificios de animales. Todo el tema de Levítico
es sobre la sustitución. La muerte de los animales era un castigo sustitutivo por
aquellos que habían pecado. De la misma manera, pero de forma infinitamente mejor,
el sacrificio de Jesús en la cruz fue el pago sustitutivo por nuestros pecados. Ahora
podemos comparecer sin temor ante un Dios de santidad absoluta, porque Él ve en
nosotros la justicia de Cristo.

Dios no se toma en broma para nada la desobediencia de Su Pueblo. Dios toma muy en
serio Su santidad. Sin embargo, la tendencia en la iglesia postmodernista es crear un
Dios a nuestra imagen, dándole los atributos que nos gustaría que tuviera, en lugar de
los que describe Su Palabra.

Leamos Levítico 10:1-11:


“Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario, y pusieron en ellos
fuego, sobre el cual pusieron incienso, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño,
que él nunca les mandó. Y salió fuego de delante de Jehová y los quemó, y murieron
delante de Jehová. Entonces dijo Moisés a Aarón: Esto es lo que habló Jehová,
diciendo: En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo
seré glorificado. Y Aarón calló. Y llamó Moisés a Misael y a Elzafán, hijos de Uziel tío de
Aarón, y les dijo: Acercaos y sacad a vuestros hermanos de delante del santuario,
fuera del campamento. Y ellos se acercaron y los sacaron con sus túnicas fuera del
campamento, como dijo Moisés. Entonces Moisés dijo a Aarón, y a Eleazar e Itamar sus
hijos: No descubráis vuestras cabezas, ni rasguéis vuestros vestidos en señal de duelo,
para que no muráis, ni se levante la ira sobre toda la congregación; pero vuestros
hermanos, toda la casa de Israel, sí lamentarán por el incendio que Jehová ha hecho.
Ni saldréis de la puerta del tabernáculo de reunión, porque moriréis; por cuanto el
aceite de la unción de Jehová está sobre vosotros. Y ellos hicieron conforme al dicho
de Moisés. Y Jehová habló a Aarón, diciendo: Tú, y tus hijos contigo, no beberéis vino
ni sidra cuando entréis en el tabernáculo de reunión, para que no muráis; estatuto
perpetuo será para vuestras generaciones, para poder discernir entre lo santo y lo
profano, y entre lo inmundo y lo limpio, y para enseñar a los hijos de Israel todos los
estatutos que Jehová les ha dicho por medio de Moisés”. AMÉN.

¡DIOS!, pero ¿QUÉ HICIERON ESOS JÓVENES PARA MERECER TAN ATROZ CASTIGO?

En los versículos anteriores de Levítico se describe la ordenación como sacerdotes de


Aaron, hermano de Moisés, y de sus hijos. Ser sacerdote de Dios implicaba una
especial responsabilidad. Ser revestido de las ropas sacerdotales y poder presentarse
ante Dios en el Tabernáculo no era cualquier cosa, igual que no lo es estar revestidos
de la justicia de Cristo para poder presentarnos ante Dios como si no tuviésemos
mancha. “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo
adquirido; para que anunciéis las virtudes de Aquel que os llamó de las tinieblas a su
luz admirable” (1 Pedro 2:9): lo que el apóstol Pedro nos dice es que fuimos elegidos y
adquiridos por Dios para “anunciar sus virtudes” OBEDECIÉNDOLE.

Pronto empezaban, sin embargo, Nadab y Abiú a desobedecer a Dios. Se tomaron la


libertad de entrar en el Tabernáculo cuando les dio la real gana, no cuando les había
prescrito Dios, y ofreciendo “fuego extraño” en los incensarios, fuego que Dios “nunca
les mandó”. Según Éxodo 30:9, una norma que había que cumplir en el altar para
quemar el incienso era que “No ofreceréis sobre él incienso extraño”. Y en Levítico
16:12 se dice: “Después tomará un incensario lleno de brasas de fuego del altar de
delante de Jehová”. No sabemos de dónde obtuvieran su fuego Nadab y Abiú, pero es
claro que desobedecieron a Dios. Su pecado fue la presunción y la soberbia. ¿Cuántos
“cristianos” nos dicen hoy día “yo creo en Dios a mi manera? ¿O con cuántos católicos
romanos nos tropezamos día a día que nos dicen “yo voy a ir al Cielo porque soy muy
bueno y creo en Dios”?

El pecado de Nadab y Abiú fue el mismo que quienes pretenden montarse una religión
a su medida, una religión en que los hombres mismos deciden qué clase de culto o
servicio rinden al Señor. Fue el error principal de los judíos del tiempo de Cristo: “Pues
en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres” (Mateo
15:9). Pero la misma práctica ha infiltrado toda religión que profesa ser de Cristo. El
hombre, desde tiempos inmemoriales, ha estado intentando construir religiones con
las que intentar llegar a Dios, en lugar de a través del seguimiento de Su Palabra. Toda
religión es la construcción por el propio hombre de un sistema teológico, de poner
ladrillos y más ladrillos con los que convertirse en un obrero de su propia salvación y
gloriarse a sí mismo. Esto lo hace de la forma que bien le parezca. Pero el hombre está
separado espiritualmente de Dios y solamente puede reencontrarse con Dios a través
de los caminos que Él provea, no de los que el hombre se construya para sí mismo. Al
hombre le encanta introducir las prácticas de culto que más le gusten o agraden a él,
al margen de lo que demande Dios, por algo es un ser religioso por naturaleza.
Pero Dios será santificado, ya sea por medio de la obediencia del hombre o por medio
de sus juicios sobre los rebeldes y los que sean desobedientes. Tarde o temprano, la
rebelión de los impíos contra Dios finalizará. Por eso, sobre aquello dicho por Dios,
esto es lo que Moisés transmite a Aaron tras la muerte de Nadab y Abiú: “En los que a
mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado”.

En Santiago 1:22, el apóstol nos recuerda que: “Pero sed hacedores de la palabra, y no
tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos”.

En Jeremias 21:8, el profeta nos dice: “Y a este pueblo dirás: Así ha dicho Jehová: He
aquí pongo delante de vosotros camino de vida y camino de muerte”. La expresión “los
que a mí se acercan” se refería especialmente a los sacerdotes levitas. Estos eran los
sacerdotes de Dios dentro de Israel. Pero hay que recordar que actualmente los
cristianos somos los sacerdotes de Dios y nos acercamos a El por medio de Cristo
(Hebreos 4:15, Santiago 4:8). Somos “sacerdocio real”, RECORDEMOS (1 Pedro 2:9).

El Evangelio de Jesucristo es la piedra de salvación o de tropiezo, de vida o de muerte


eterna. Cristo nos da oferta de salvación a través del Evangelio: acéptala o recházala,
es tu libertad, pero asume las responsabilidades en el segundo caso. En esta vida o
después de la muerte estarás sujeto al juicio de Dios.

EL CAMINO DE VIDA ES JESUCRISTO, NO LO QUE A NOSOTROS NOS PAREZCA.

Gracias a Dios y su misericordia, ya no estamos atados por las ceremonias y ritos,


como los israelitas, pues Jesucristo fue el cumplimiento de la Ley ceremonial. Pero
debemos tener claro que hemos de seguir los caminos que nos marca.

¡NO SEÁIS COMO NADAB Y ABIÚ!

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