Teméis El Calentamiento Global
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Por supuesto, este tipo de cosas es el sueño de un propagandista, pero en la vida real,
donde prevalecen (a veces) más cabezas racionales, deben considerarse los costes de
cualquier acción pública propuesta frente a los costes de las alternativas.
Sin embargo, no es sorprendente que incluso personas que simpatizan con las
advertencias acerca del calentamiento global (y que no son precisamente libertarios
opuestos a toda forma de intervención pública) han considerado esta aproximación muy
poco constructiva.
El mes pasado, Scientific American publicaba “Should We Chill Out About Global
Warming?”, de John Horgan, que investiga la idea “de que el progreso continuo en las
ciencias y otros ámbitos nos ayudarán a superar los problemas medioambientales”.
En concreto, Horgan analiza dos escritores recientes sobre el tema, Steven Pinker y Will
Boisvert.
Boisvert continúa señalando que asuntos como las altas temperaturas, las sequías y el
desplazamiento de poblaciones desde áreas inundadas son todos problemas que se tratan
mejor mediante innovación tecnológica, del tipo que la gente ya está buscando.
Las sociedades más ricas y más basadas en el mercado son más capaces de tratar estos
problemas y otros. Después de todo, no es una coincidencia que los regímenes
comunistas del siglo XX estuvieran entre los regímenes más desastrosos
ecológicamente que ha conocido el mundo. La riqueza trae tanto el deseo de un
medioambiente más limpio como los medios para alcanzarlo.
Pinker dedica buena parte de su artículo a ilustrar con datos empíricos el hecho de que,
sí, las sociedades más ricas son sociedades más limpias y con más conciencia ecológica.
Las partes del mundo más caracterizadas por sistemas basados en el mercado son las
partes del mundo más conscientes del mantenimiento y la limpieza medioambiental. Ya
podemos ver en los datos de pobreza del mundo que el saneamiento, el hambre y
la pobreza extrema han disminuido en décadas recientes, al mismo tiempo que se han
expandido los mercados globales.
Estas dos últimas frases son especialmente importantes. No son las regulaciones o
regímenes globales nuevos, especiales y rehacedores del mundo los que mantendrán la
prosperidad de la humanidad en un mundo afectado por el calentamiento global. Es el
“desarrollo normal” (impulsado por un deseo cotidiano de una mejor calidad de vida) el
que creará las tecnologías esenciales para tratar los problemas medioambientales.
Esto significa, contrariamente a lo que dicen los radicales del calentamiento global, que
no es necesario aplastar el capitalismo, adoptar estilos de vida primitivos o revolucionar
la sociedad humana bajo la imagen del panificador centralizado. En realidad, la gente ya
quiere todas las cosas que harían su vida al mismo tiempo tolerable y disfrutable en un
mundo posterior al calentamiento. Ya están en marcha los incentivos necesarios. La
gente ya quiere tecnologías que aumenten la eficiencia energética, un aire más limpio y
playas sin restos de petróleo. Sin embargo, lo que muchos ecologistas rechazan admitir
es que los mercados son la fuerza motriz detrás de las tecnologías que nos traerán estas
soluciones.
Así que volvamos a nuestras preguntas anteriores que planteamos al inicio de este
artículo. ¿Cuál es el coste de implantar un plan climático global que perjudicaría los
mercados e impondría un nivel de vida más “sostenible” (es decir, más bajo) para la
población global? Si tienen razón Pinker y Boisvert, nos vemos obligados a concluir
que los costes serían extremadamente altos. Si se adoptaran nuevas regulaciones
medioambientales radicales, es probable que la innovación basada en el mercado y la
formación de capital se vieran afectadas de una manera muy negativa. Aunque los
anticapitalistas pueden alabar esto, el resultado probable es una destrucción de las
mismas cosas que necesitamos para tratar los desafíos medioambientales a los que nos
enfrentaremos.