Ponce de León PDF
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1988
Va.
Á7
EL CRISTO INVISIBLE
JOSE M. PONCE DE LEON, S. J.
EL CRISTO INVISIBLE
DE
RICARDO ROJAS
Tó cpóog év Tf\ (r/,oxía cpaívei,
xai 1] oxoTÍa avxb ov KOiéXa^ev.
La luz se manifiesta ai las tinieblas,
y las tinieblas tw pudieron envolverla.
Ev. San Juan, 1, 5.
SEGUNDA EDICION
ALSINA, 840
1928
•mUOTFCA AMERICANA
ENRIQUE TQMASICK
Nihil obstat
Imprimí potest
Bueno3 Aires, 27 de febrero de 1928
Raimundus IvLOBEROLA, s. j.
Praep. Prov. Argent.-Chil.
Imprimatur
Buenos Aires, 7 martii 1928
— —5
personas menos cultas, acrecentar en el vulgo la indife-
rencia para con toda religión positiva, y extenuar en las
conciencias débiles y en los corazones maleados, el amor,
la reverencia y estima a Nuestro Señor Jesucristo.
Difícil es asir con exactitud las ideas del señor Rojas,
no por su profundidad, ni por la mayor libertad de ex-
posición que admite la forma dialogada, sino porque pue-
de hacerse extensivo a mayor parte del libro y a sus
la
—6—
!
nónica ;
pero si una figura cambiante, libre como la vida
del Espíritu, que Jesús encarnó, pasajeramente, en su
cuerpo de carne.»
Prescindamos por ahora del concepto herético acerca
de la Encarnación, insinuado al final. Del valor arbi-
trario que el autor atribuye a la falta de un retrato au-
téntico de Cristo deduce dos consecuencias falsísimas:
1) la fe en la existencia de Cristo, como personaje his-
—8—
! :
— 12 ^
B. — Rechaza la idea de un Dios personal y extra-
cósmico, y sobre todo el Dios de la teología católica.
Su Dios es el principio universal de donde procede todo
y adonde todo retorna, identificándose la Deidad con la
Aegri somnia!
E. — A. Besant, una de las pitonisas de la teosofía,
distingue el Cristo histórico, el Cristo mítico y el Cristo
místico ;
pues, según ella, la historia, la leyenda y el mis-
ticismo son los tres hilos de que se teje la narración
evangélica.
El Cristo histórico. Los anales ocultos del pasado
a)
descubrieron a H. P. Blavatsky (en la teosofía siempre
son hembras las que dirigen la danza!) la siguiente su-
— 16 —
trañas de la especie para su redención» (324). Las aco-
taciones son nuestras, pero en conformidad con la doc-
trina del autor.
Acerca del verdadero Cristo, recojamos en un pequeño
haz sus principales negaciones.
1) Niega el verdadero misterio de la Encarnación.
Cristo no es sino el Espíritu que encarnó pasajeramente
en Jesús ... La personalidad divina encarnada en la per-
sona de Jesús (págs. 70-75). Esto es, el compuesto de
Jesús, el hombre segúnla carne, y de Cristo, Dios según
— 17 —
. !
— 20 —
;
6. La religión única.
— 21 —
ción, no de carácter disciplinario, sino espiritual, esoté-
rico, invisible ... en templo que es cada hombre, y
el
— 23
2) Que si Dios se digna hablar al hombre y mani-
— 24 —
;
II
LA EFIGIE DE CRISTO
— 25 —
ser, pueden darse varias y diferentes representaciones y
todas verdaderas. Como enseña profunda y galanamen-
te fray Luis de León y en sus diálogos Los nombres de
Cristo, las cosas además del ser real que tienen en si,
— 26 —
ras y comparaciones del lenguaje, signos reconocidos
por verdaderos.
Esto supuesto, ¿cómo demuestra Rojas que las imá-
genes de la divinidad han cambiado con cambios que
arguyan mudanza en la fe de la Iglesia? Con una tela
2. El retrato de Jesucristo.
— 31 —
eos es que la Iglesia primitiva no poseyó el verdadero re-
trato de Cristo. En cuanto hombre verdadero, su cuerpo
fué substancialmente igual al nuestro, aunque libre de
las miserias eimpurezas que provienen del pecado y de
toda tendencia y movimiento que arguya desorden o in-
duzca al pecado. Podemos rastrear por la actividad que
desplegó en su vida pública, que fué sano y vigoroso,
ajeno a las enfermedades y a los achaques comunes.
Pasible si, y de exquisita sensibilidad como víctima mo-
delada por el Espíritu Santo para expiar con el sacrifi-
— 32 —
y sumo decoro en cualquier varón santo, y le con-
es de
ciliaamor y reverencia, sobre todo cuando moderada
por los trabajos y aflicciones corporales, por sí misma
muestra proceder de natural y perfecta conformación,
y no de curiosidad vana o afectación.»
Consérvanse tres descripciones del cuerpo del Señor.
Una se contiene en la carta que San Juan Damasceno
dirigió al Emperador Teófilo sobre las sagradas imá-
genes; otra, en la Historia Eclesiástica de Nicéforo Ca-
lixto ; la tercera es la atribuida a Publio Léntulo, la más
completa y conocida. [Cf. Migne P. G. 95, 350; 145,
747, 748; Fillion, Vida de J. C. II, 69.]
La primera de estas descripciones es del siglo viii;
la segunda, del xiv ; la tercera no es anterior al xii. Por
su semejanza denuncian una fuente común más anti-
gua, hoy desconocida. San Juan Damasceno alude a des-
cripciones de antiguos historiadores, pero sin designar
sus nombres.
En las catacumbas, ya desde el primer siglo, aparecen
pintadas o esculpidas imágenes variadísimas de Cristo;
pero son producto de la imaginación, conformes al ideal
— 34 —
3. Fundamento de la fe en Cristo como personaje
histórico.
— 35 —
biréis la virtud del Espíritu Santo que descenderá sobre
vosotros y me serviréis de testigos en Jerusalén y en toda
la Judea y Samaria y hasta los confines del mundo.»
(Act. 1, 8.)
Esta fué la misión de los Apóstoles: dar testimonio
de la resurrección de Jesucristo, de su doctrina y de sus
obras, para fundar su Iglesia. Por esta razón, cuando
San Pedro quiere un nuevo apóstol, que substi-
elegir
tuya al traidor Judas, dice a los hermanos congregados
en el Cenáculo: «Es menester que de los varones que
anduvieron en nuestra compañía todo el tiempo que en-
tró y salió entre nosotros el Señor Jesús uno sea . . .
— 37 —
singular, porque no se funda en puntillos de filologías
semíticas, ni de exégesis bíblica, ni de crítica histórica,
sino en una ilusión pueril que padeció siendo niño, y no
ha logrado disipar siendo artista romántico, y místico
teosófico.Su caso tiene más parecido con el de Eduardo
von Hartmann, racionalista blasfemo que denigró fu-
riosamente la dignidad moral de Jesucristo. Hartmann
tuvo fe en Cristo, pero renegó de ella porque en un via-
je a la Palestina observóque las calles y caminos esta-
ban mal trazados y peor conservados. Este hecho le de-
mostró con evidencia ( !) que Jesús no había sido un
hombre eminente, pues no había ideado medios de con-
servar en su patria las vías de comunicación ! ! ! En es-
tos abismos de necedad permite Dios que se hunda la
— 40 —
vinieron a ser los acontecimientos salientes del Jesús de
las Iglesias, por habérsele considerado como una divi-
nidad encarnada.
Ahora bien, como Cristo es un mito del dios Sol,
asi también lo es el Apolo de la Mitología; y esta con-
veniencia explicaría las creaciones de los Cristos apolí-
neos, las cuales perduran en el arte cristiano hasta la so-
berbia creación del Cristo-Apolo en el Juicio Final de
Miguel Angel. Rojas nos despacha este descubrimiento
como visión suya, alcanzada en una contemplación de
la misa, donde se le revelaron profundos significados
místicos. La hostia, redonda como un sol, le trajo a las
mientes mito solar que simbolizan Apolo y Cristo,
el
y eso no se demostrará.
— 42 —
:
— 43 —
como adorno, otros como símbolos. Las figuras huma-
nas, las de seres irracionales, y aun las de objetos ina-
nimados, se convierten en puros signos ideográficos.
El arte pagano había representado ciertos animales, pero
sin atribuirles significación precisa, exceptuando el pavo
real, símbolo de la inmortalidad; mientras que el arte
cristiano conservó este mismo símbolo e introdujo otros
nuevos, como el pez, la paloma, el cordero, el ancla y
la cruz.
— 44 —
brota el agua de la gracia hasta el Bautismo, y la Peni-
tencia, y la Eucaristía. Para explicar este simbolismo,
Wilpert recurrió a su confrontación con las oraciones
— 45 —
6. Proceder de la Iglesia con respecto a las imáge-
nes de Cristo.
imagen.
San Agustín, en su libro acerca de la Trinidad, trae
una explicación que viene como anillo al dedo para ilus-
trar lo que vamos Cuando nuestra fe, dice, se
diciendo.
relaciona con objetos corporales que no hemos visto con
nuestros ojos, por necesidad psicológica forjamos en
— 46 —
nuestra imaginación una imagen sensible de los mismos.
Esta imagen podrá no ser exacta y real y aun cuando ;
— 47 —
divinidad.Luego las imágenes que representan a Cris-
to,Dios y hombre verdadero, no son ídolos; ni el culto
con que las honramos, puede calificarse de idolatría.
Ya Padres del Concilio Niceno II decían a los ico-
los
7. Conclusión.
— 48 —
III
LA PALABRA DE CRISTO
— 52 —
(Adv. haer. 3, 11) en el siglo ii; y desde entonces se
generalizó el uso de la palabra Evangelio para signifi-
car también los escritos que nos han conservado el anun-
cio dichoso de nuestra salvación por Cristo.
Aun en vida de los Apóstoles, muchos fieles pusieron
por escrito la catcquesis de sus maestros (Le. 1, 1) ;
— 53 —
Apóstol que inculcar, por razón de los judaizantes, que
Cristo era igualmente Salvador de todos, circuncisos e
incircuncisos, y que en el Evangelio todos igualmente
tenían el camino abierto para la vida eterna. Este mismo
propósito se refleja en Lucas, y por eso añade nuevos
actos y enseñanzas que ponen de manifiesto la infinita
misericordia de Cristo para con todos los hombres. San
Juan escribió su Evangelio a ruegos de los obispos de
Asia, contra Cerinto y los herejes ebionitas que negaban
la preexistencia eterna de Cristo. Los tres primeros
Evangelistas tuvieron el propósito de confirmar en la
fe recibida a los catecúmenos recién convertidos; San
Juan, armar a las Iglesias adultas de Asia contra los
errores que las cercaban, los cuales, aunque muy opues-
tos entre sí, convenían en negar la divinidad de Cristo.
Por esta razón insiste el apóstol en inculcar esta ver-
dad valiéndose de las palabras del Señor, y de las pro-
fesiones de fe de los Apóstoles y de otros fieles.
Ningún Evangelista se propuso componer una bio-
grafía propiamente dicha, o la narración completa de la
vida de Jesús. De San Juan consta esto por confesión
explícita del mismo; de los otros tres, colígese de las
— 54 —
camente esa aparición de una fuerza divina. Y en cuanto
a las enseñanzas del Mesías, pudieron ciertamente los
Evangelistas ser más explicitos; pero una exposición
más minuciosa no hubiera agotado la sustancia de la
nueva doctrina, ni su carácter divino.»
El título que llevan los Evangelios —según San Ma-
teo, según San Marcos, etc. — no es de los Evangelis-
tas; pero aparece ya en el fragmento de Muratori, de
mediados del siglo ii, en San Ireneo (Adv. haer. 3, 11),
y en más antiguos códices de donde críticos racio-
los ;
— 56 --
merables quejas y reclamaciones de amigos y enemigos,
como sucedería en nuestros tiempos.
c) Los Evangelistas narran lo que vieron o lo que
oyeron a testigos oculares, completamente dignos de fe.
— 59 —
—
ción en la que cree haber dado un golpe de segur a la
raíz misma de la fe, el testaferro de su interlocutor se
desata en ponderaciones como la siguiente : «Las cues-
tiones que planteáis son intrincadas y de muy prolija
solución» (129).
Aquí no hay cuestión intrincada, ni cosa que se le pa-
rezca. Sino hay mala fe (juicio que dejo a Dios, es-
cudriñador de los corazones), hay sí, ignorancia ma-
yúscula de documentos que debía haber estudiado el se-
— 60 —
En favor de la Tradición, baste citar:
A
San Ignacio mártir, en su epístola Ad Trallianos
(Funck Patr. Apost. I pg. 249). A Tertuliano (Migne,
P. L. 2, 743). A San Ireneo (Migne, P. G. 7, 1208).
La exposición teológica de este dogma puede verse
en Suárez, In III Divi Thomae, q. 52, disp. 43, s. 2.
— 61 —
coger tradiciones inciertas e inventar prodigios y mi-
lagros de todo género, de donde nacieron nuevos Evan-
gelios apócrifos. Todos estos pueden distribuirse en dos
grupos: 1) los que refieren el nacimiento e infancia de
Cristo, entre los cuales pueden figurar los que narran
la historia Santísima Virgen y de San José; 2)
de la
vocabulario gnóstico.
Entre las obras más importantes del último grupo,
está el llamado Evangelio de Nicodemus, compuesto de
dos libros muy diferentes : Hechos de Pilatos, Bajada
de Cristo a los infiernos. Los códices griegos más an-
tiguos no contienen sino el primer libro; los códices la-
(pág. 133-159).
Sin duda el señor Rojas habla de inspiración artís-
tica, la cual aquí no monta nada. La inspiración sobre-
natural, el impulso y asistencia del Espíritu Santo para
que el Evangelista escribiera, sin error ni falsedad, to-
do y sólo aquello que Dios quería que escribiese; esta
inspiración en todos fué igual.
¿Qué deduce usted de todas esas diferencias, siglos
ha puestas de manifiesto por los católicos?
«
— Que el texto canónico actual autorizado por la
Iglesia, nos ofrece cuatro interpretaciones de Cristo que
difieren entre sí» (pág. 145).
«Los cuatro difieren fundamentalmente» (pág. 146).
— Permítame negarle la consecuencia, señor Rector.
Los Evangelios son narraciones históricas, donde usted
no ha podido notar sino diferencias accidentales —de
orden, plan, estilo, propósito — ¿con qué lógica conclu-
ye usted : luego son interpretaciones que difieren fun-
damentalmente?
—Replicará usted : según Renán difieren.
—Renán dijo un atajo de necedades en su ya muerta
teoría acerca del origen de los Evangelios. Y para que
no me acuse usted, como diría Valera, de irrespetuoso
con los hombres de fama, y para que usted se emancipe
de la tutela del exseminarista francés, oiga como le juz-
gan sus maestros, los racionalistas alemanes. De la Vi-
da de Jesús dice Ewald: «La obra tal como está com-
puesta, hace poco honor al país que la ha producido.» Y
Keim «El : libro del señor Renán es ante todo un libro
parisién, un producto superficial, una nulidad para el
— 64 --
definitivo de la Iglesia, aunque antes se las creyó tres
— 69 —
i
— 70 —
tervención de la omnipotencia de Dios en confirmación
de la misión de su Hijo. Si yo después de veinte o vein-
te mil siglos alcanzo conocimiento cierto de la existen-
cia, de ese signo, el mismo valor tiene para mi, que el
— 72 —
:
— 74 —
mismas profecías han servido de faro para conducir a
muchos judíos al puerto de la Iglesia.
El resto de la dificultad, es una prueba más de la falta
de preparación del señor Rojas en estas materias. Los
profetas anuncian un Mesías Rey que dominará de mar
a mar, cuyo reino, por confines, tendrá los confines de
la tierra; Rey a quien prestarán vasallaje todos los pue-
blos, y que colmará de paz y de abundancia de bienes
espirituales a todas las gentes. Así nos lo describe Jacob
al bendecir a Judá ; así lo celebra el real profeta en los
salmos 2 y 71. Y
Daniel nos dibuja el reino del Mesías
levantándose sobre las ruinas de los tronos que erigiera
la soberbia humana, como reino que subsistirá eterna-
mente. Todo lo cual significa un Mesías universal.
Con los mismos caracteres nos presentan los Evange-
listas a Cristo. Dios Padre lo ha mandado al mundo para
13. Conclusión.
IV
EL ESPIRITU DE CRISTO
— 78 —
:
(pág. 326).
Esa consigna «el Espíritu de Cristo la propagará, y
la definiremos los hombres mismos, cuando hayamos
definido a Cristo según las necesidades de nuestra épo-
ca» (pág. 327). Risum teneatis, amici!
cio y sensatez.
Estamos casi al final de la obra, y aún le queda al
— 81 —
;
hijo suyo para que juzgue almundo, sino para que por
él mundo. Quien cree en él, no es condena-
sea salvo el
— 88 —
dice Rojas, «comienza por crear un Dios vivo, afirman-
do en su ser la individualidad divina y universal del
hombre, desvinculado {¿quién? el hombre, el Dios vivo,
o el cristianismo?) desvinculado de accidentes físicos o
sociales, aunque al difundirse en la humanidad, no pu-
diese prescindir del paisaje ni de la historia. Así tomó
de los hebreos el profetismo y el mesianismo; de los
(pág. 280).
Este parra fito debería someterse primero al juicio
— 89 —
;
— 90 —
ma autoridad, para la consecución de la bienaventuranza
eterna. Es decir, quedaban constituidos en sociedad pues :
— 91 —
cual vive como incorporada la religión, y por medio de
la cual se conserva y pone en ejercicio.
La religión de Cristo comprende: 1) la doctrina que
hemos de creer; 2) los ritos sagrados que hemos de
Dios y para santificarnos.
practicar, para glorificar a
Pues por voluntad expresa de Cristo, sólo a los pastores
de la Iglesia corresponde la potestad de enseñar la doc-
y de administrar los ritos sagrados con
trina de la fe,
que honramos a Dios y nos santificamos.
Al ejercicio de la religión corresponde : la predicación
y la profesión de la doctrina de Cristo; la celebración
del santo sacrificio, la administración de los sacramen-
tos, la conformación de la vida a las leyes divinas y a
la perfección evangélica. Pues este ejercicio, por volun-
tad expresa de Cristo, procede del influjo activo del mi-
nisterio eclesiástico, y tiene por término la santificación
de los miembros de la Iglesia. No podemos alcanzar la
vida sobrenatural de la fe y de la gracia, y permanecer
en ella, sino profesando la doctrina que enseña el ma-
gisterio eclesiástico, participando de los sacramentos que
celebra el sacerdocio eclesiástico, y obedeciendo a las
leyes que dicta la autoridad eclesiástica.
Si, pues, el cristianismo verdadero, en concreto, no es
y ésta fué instituida por Cristo
sino la Iglesia de Cristo,
en forma de verdadera sociedad, externa y sensible, co-
mo son sensibles los vínculos que unen sus miembros, y
el ministerio social que los rige; la idea de un cristia-
— 93 —
!
mo libre.»
— 95 —
!
— 96 —
hubieran pisado las playas de Inglaterra, antes de que
los francos hubieran pasado el Rhin, cuando la elocuen-
cia griega estaba floreciente aún en Antioquía. bien . .
— 97 —
los católicos (una muestra de ello son los Congresos
eucarísticos internacionales) ;
y propaga por
se enciende
los pueblos civilizados el espíritu misional, con tan her-
mosos frutos como han podido apreciarse en la Exposi-
ción misional Vaticana; ocupan ambos cleros, el secular
y el regular, puestos distinguidos en la república de las
— 98 —
;
Cismáticos 158 »
Animistas 158 »
Budistas 138 »
Shintoistas 24 »
Judíos 13 »
Católicos 6.687.829
Catecúmenos 700.000
Señor Rojas:
Los muertos que vos matáis
Gozan de buena salud.
Bastan estas cifras para comprobar que la Iglesia Ro-
mana continúa siendo católica. Está ampliamente di-
fundida por todo el orbe; en ambos hemisferios cuenta
con una multitud copiosa y brillante de miembros, de
modo que se la pueda distinguir de todas las sectas y
falsas religiones. No significa otra cosa la catolicidad
de la Iglesia.
— 100 —
: .
— 101 —
sia en su seno hombres ilustres por su sabiduría. En los
primeros siglos, la historia de los Padres de la Iglesia
es la historia de los sabios de primer orden, en Europa,
en Africa y en Asia después de la irrupción de los bár-
;
espíritu humano . . .
¿ Qué imán secreto tiene en sus ma-
nos el Sumo Pontífice para que él pueda hacer lo que
no ha podido otro hombre? Los que inclinan respetuo-
samente su frente al oír la palabra salida del Vaticano,
los que abandonan su propio parecer para sujetarse a lo
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.
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— :
INDICE
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