Cuentos Infantiles
Cuentos Infantiles
Cuentos Infantiles
– “No sirve de nada”, – le decía la señora a la madre de Silvia, – “no le interesa aprender”. – Ya casi
estaba a punto de darse por vencida la profesora, cuando ocurrió lo inesperado.
Resulta que un día asistió al encuentro con Silvia, llevando a su hijo que era un poco mayor. El corazón
de Silvia latió fuerte al verlo y no supo nunca por qué, sus ojos brillaron de una manera que solo su
madre supo descifrar. Aquel día la niña prestó toda la atención que pudo, hasta que terminó el
encuentro y se dirigió al patio donde se encontraba el niño esperando.
– “Hola Silvia”– dijo el niño, –“¿cómo te fue hoy? Sé que mi mamá ha estado enseñándote a leer pero
dice que no quieres aprender”.
Pasaron los días y los niños se hicieron buenos amigos, montaban patines en el parque y disfrutaban
de lo lindo. Llegaron las vacaciones estivales y el niño tuvo que irse a casa de su papá, donde iba a
pasar el verano. Antes de irse prometió enviarle una postal y un regalo a Silvia.
Pasaron las semanas y Silvia cada vez se esforzaba más, para sorpresa de su madre. Un día llegó el
cartero con una caja en la que Silvia anhelaba que estuviese la postal prometida. Sobre ella se
encontraba rotulado “Para Silvia Mathew. Si puedes leer lo que dice en el exterior de esta caja,
entonces te puedes quedar con lo que contiene”. Y como Silvia pudo leer cada palabra con total
claridad y fluidez, pudo disfrutar de la postal que le enviaba su amigo, junto a la que se encontraban
unos hermosos patines.
El bizcocho de la abuela
Un año la abuela llegó emocionada pensando hacer un bizcocho de chocolate para sus nietos, pero
pronto se dio cuenta de que estos mostraban poco interés en ayudarla.
– “Abuela preferimos salir a jugar”,- dijo el nieto. “Sí, mis amigas me están esperando para que les
enseñe mi muñeca nueva”, – replicó la pequeña.
La abuela se sintió triste de que sus nietos no quisieran ayudarla, pero se propuso hacer el mejor
bizcocho que podía para sorprenderlos. Así fue como ideó una receta especial y se puso manos a la
obra. Comenzó a mezclar todos los ingredientes: azúcar, huevos, harina, aceite, yogur, levadura,
ralladura de limón, trocitos de nueces, chocolate y el ingrediente secreto, una dosis de mucho amor.
Luego de un par de horas el bizcocho comenzó a oler y los nietos que se encontraban en el salón, se
acercaron expectantes ante aquel dulce que olía tan bien. Estaban inquietos frente a la puerta cuando
vieron salir un impresionante bizcocho navideño.
Era un bizcocho inmenso, revestido de una capa verde de azúcar con la forma de un árbol de navidad.
Encima habían colocados todo tipo dulces que decoraban el árbol como si fuesen adornos navideños.
En el centro había un letrero de chocolate negro que decía: – “Para mis amados nietos por Navidad”.
Los nietos se sintieron muy apenados de no haber ayudado a su abuela y corrieron a darle un fuerte
abrazo. En lo adelante cada año la ayudarían a realizar un bizcocho como este, que fue declarado ese
año como el postre de la Navidad.
La sirena que se convirtió en sal
Entre la multitud distinguió un joven alto y apuesto, que la miraba con el mismo interés que ella lo
hacía. Para su sorpresa el joven la tomó de la mano y la invitó a bailar. Bailaron toda la noche sin
parar, a pesar de que la sirena nunca antes lo había hecho.
La cuarta noche la sirena acudió a la cita acordada, pero para su sorpresa el joven no apareció en el
muelle. La sirena preguntó desconsolada a todos los que encontraba a su paso, hasta que un anciano
pescador que había sido testigo de las citas de los enamorados le dijo: – “Ese joven era un príncipe
de una tierra lejana, su padre se lo llevó esta tarde con muchas prisas y no se sabe si regresará. Te
buscó durante horas”.
La sirena rompió a llorar, su corazón no podía aguantar la tristeza de no volverlo a ver. Sin darse
cuenta la luna comenzó a languidecer y el sol comenzó a anunciar el amanecer, hasta que fue
demasiado tarde. No le importó, se entregó a la calidez del astro rey que rompió el hechizo y la convirtió
en una preciosa estatua de sal, situada frente al mar. Ahí permanece todavía, esperando el regreso
de su amor algún día.
Las hormigas laboriosas
Mientras los adultos conversaban, los niños seguían corriendo y haciendo travesuras. De repente
llamó la atención de David una enorme fila de diminutas hormigas, que iban muy atareadas
transportando pequeñas cantidades de comida.
Se quedó mirando fijamente a las hormigas durante algunos segundos, hasta que agarró una para
verla más cerca y casi de inmediato intentó aplastarla entre sus dedos. Afortunadamente para la
hormiga, la madre lo llevaba observando un buen tiempo y en cuanto se dio cuenta de sus intenciones,
lo detuvo.
David miró a su madre con cara de desconcierto, al igual que los demás niños que habían presenciado
la escena y se agrupaban alrededor. La madre con tono dulce le dijo al niño:
– ¿Por qué las lastimas, acaso te han hecho daño? ¿No ves lo duro que están trabajando para
recolectar comida para el invierno? – La madre se volvió y dijo al resto de los niños que la miraban con
atención.
– Nunca debemos intentar dañar a un animal solo porque podemos. En cambio, debemos cuidarlos e
intentar aprender de ellos. Las hormigas, por ejemplo, a pesar de ser tan pequeñas, son de los insectos
más laboriosos y fuertes que existen en la naturaleza. ¿No ven cómo colaboran todas juntas para
transportar cargas mucho más grandes que su tamaño?
David de inmediato se sintió arrepentido por la mala acción que casi había cometido y prometió a su
mamá que nunca más intentaría dañar a un animal, por pequeño que este fuese. Sus amigos, al igual
que David, aprendieron aquel día una valiosa lección que recordarían toda la vida.
Cantos infantiles
LOS PATITOS
Todos los patitos
se fueron a nadar
y el más pequeñito
se quiso quedar
su mamá enfadada
le quiso regañar
y el pobre patito
se puso a llorar
¡Qué si!
¡qué no!
que caiga un chaparrón,
con azúcar y turrón,
que rompa los cristales de la estación.
¡Qué si!
¡qué no!
que caiga un chaparrón,
con azúcar y turrón,
que rompa los cristales de la estación.
ASERRÍN, ASERRÁN ASERRÍN ASERRÁN
Aserrín aserrán
los maderos de San Juan
piden pan no les dan
piden queso les dan hueso
y se les ¡atora en el pescuezo!
piden vino, si les dan
se marean y se van.
Aserrín, aserrán,
los maderos de San Juan,
piden pan, no les dan,
piden queso, les dan hueso
piden ají, y los botan así.
ESTRELLITA DONDE ESTÁS
En el cielo o en el mar
un diamante de verdad.
Estrellita dónde estás
me pregunto quién serás.
En el cielo o en el mar
un diamante de verdad.
Estrellita dónde estás
me pregunto quién serás.
POESIAS INFANTILES
LA BALLENA VIAJERA
a la isla la conduce
No le gustaba escuchar,
lo de 'érase una vez',
ni 'colorín colorado'
para terminar después.
La primera noche que lo tuvo en su casa organizó un festín y lo sacó para exhibirlo, cual preciado
tesoro. Le pidió que entonase un bello canto para amenizar el momento, pero para su molestia y
decepción, el animal permaneció en el más absoluto y férreo silencio.
Así fueron pasando los años y el hombre pensó que había malgastado dinero en la compra del cisne.
Sin embargo, cuando ya el bello animal se sentía viejo y a punto de partir para otra vida, entonó el
más bello canto que oídos humanos hayan escuchado.
-Que tonto fui cuando pedí a mi bello animal que cantara en aquel entonces. Si hubiera conocido lo
que el canto anuncia, la petición hubiese sido bien distinta.
De esta forma, el hombre y todos lo que le conocían comprendieron que las cosas en la vida, incluso
las más bellas y anheladas, no pueden apurarse. Todo llega en el momento oportuno.
EL LEÓN Y EL CIERVO
Temido por todos los animales de la selva un fiero león empezó a rugir con fuerza, sin conocerse el
motivo del barullo.
Un ciervo que pasaba por allí lo vio y manteniendo una distancia prudencial afirmó:
– ¡Pobre de nosotros los animales de esta selva, que ya cuando veíamos al león tranquilo y sereno le
temíamos! ¿Ahora qué haremos?
Tanto el ciervo como el resto de los animales comprendieron que siempre puede haber un mal mayor
y a partir de ese escándalo del león comenzaron a pensar mejor antes de quejarse por sus problemas
cotidianos. Asimismo, fueron lo bastante inteligentes como para mantenerse lo más a salvo posible
cada vez que el fiero animal se proyectaba de esa forma.
EL NIÑO Y LOS DULCES
Pedro no sabía de la avaricia o la ambición, ni de todo el daño que esto podía hacer a las personas.
Era un niño sano y juguetón como otro cualquiera, pero su glotonería y su afición por los dulces eran
los atributos por los que más se le conocía.
Un día descubrió un recipiente repleto de dulces y sin pensarlo ni averiguar de quién eran, introdujo
su mano y agarró tantas golosinas como pudo. Cuando trató de retirar su mano se dio cuenta que no
podía y como no quería dejar escapar ningún dulce de los que había cogido, lo cual le permitiría sacar
la mano, empezó a llorar desconsoladamente.
-Pedro, si te conformas con la mitad o un poco menos de lo que has tomado podrás sacar tu mano de
ahí y disfrutar algunos dulces. La avaricia no te permitirá hacer ni lo uno ni lo otro.
Así, Pedro siguió el consejo y disfrutó de sabrosos dulces. Desde ese día comprendió que la ambición
y la avaricia pueden ser verdaderamente dañinas y prohibitivas para el desarrollo y crecimiento de un
ser humano.
LA TORTUGA Y EL ÁGUILA
Había una vez una tortuga muy inconforme con la vida que le había tocado, y que en consecuencia no
hacía otra cosa que lamentarse.
Estaba realmente harta de andar lentamente por todo el mundo, con su caparazón a cuesta.
Su más profundo deseo era poder volar a gran velocidad y disfrutar de la tierra desde las alturas, tal y
como hacían otras criaturas.
Un día un águila la sobrevoló a muy baja altura y sin pensárselo dos veces la tortuga le pidió que la
elevara por los aires y la enseñase a volar.
Extrañada el águila accedió al pedido de lo que le pareció una extraña tortuga y la atrapó con sus
poderosas garras, para elevarla a la altura de las nubes.
La tortuga estaba maravillada con aquello. Era como si estuviese volando por sí misma y pensó que
debía estar maravillando y siendo la envidia del resto de los animales terrestres, que siempre la
miraban con cierta compasión por la lentitud de sus desplazamientos.
-Si pudiera hacerlo por mí misma –pensó. –Águila, vi cómo vuelas, ahora déjame hacerlo por mí misma
–le pidió al ave.
Más extrañada que al inicio el águila le explicó que una tortuga no estaba hecha para volar. No
obstante, tanta fue la insistencia de la tortuga, que el águila decidió soltarla, solo para ver cómo el
animal terrestre caía a gran velocidad y se hacía trizas contra una roca.
Mientras descendía, la tortuga había comprendido su error, pero ya era tarde. Desear y atreverse a
hacer algo que estaba más allá de sus capacidades le había costado la vida, una vida que vista desde
esa perspectiva ya no le parecía tan mala.
Ese mismo razonamiento fue hecho por el águila, que contrario a la tortuga se sentía muy satisfecha
y conforme con lo que la naturaleza le había dado.
leyendas
Hubo una vez, en unas lejanas llanuras, un árbol antiquísimo al que todos admiraban y que
encerraba montones de historias. De una de aquellas historias formaba parte un hada, que había
vivido en su interior durante años. Pero aquella hada se convirtió un día en una mujer que
mendigaba y pedía limosna al pie del mismo pino.
Muy cerca, vivía también un campesino (al que la gente consideraba tan rico como egoísta),
que tenía una criada. Aquella criada paseaba cada mañana junto al viejo pino y compartía con la
mujer mendiga todo el alimento que llevaba consigo. Pero cuando el campesino se enteró de que la
criada le daba el alimento a la señora que mendigaba, decidió no darle ya nada para comer para no
tener así que regalárselo a nadie.
Tiempo después, el campesino avaro acudió a una boda en la que tuvo la ocasión de comer y
beber casi hasta reventar cuando, regresando a casa, pasó cerca del pino y de la mujer que
mendigaba a sus pies. Pero en lugar de un árbol, el campesino vio un palacio precioso que brillaba a
más no poder. Animado aún por la boda, el campesino decidió entrar y unirse a lo que parecía otra
fiesta. Una vez dentro del palacio, el campesino vio a un hada rodeada por varios enanitos
disfrutando de un festín. Todos invitaron al campesino a compartir la mesa con ellos y no lo dudó dos
veces, a pesar de que había acabado muy lleno de la boda.
El campesino, ya sentado en la mesa, decidió meterse todo cuanto pudo en los bolsillos,
puesto que ya no le cabía nada en el estómago. Acabada la fiesta, el hada y los enanitos se fueron a
un salón de baile y el campesino decidió que era el momento de volver a casa. Cuando llegó, quiso
presumir de todo cuanto le había pasado ante su familia y sus criados y, para demostrarlo, sacó todo
cuando había metido en sus bolsillos. Pero, oh, oh…de los bolsillos no salió nada.
El campesino, enfurecido por las risas de todos, ordenó a la criada que se fuera de su casa y
que comprobara si quisiera cuanto le había contado. La pobre joven salió de la casa entristecida, y
acudió hasta los pies del pino. Pero, de pronto, poco antes de llegar, notó algo muy brillante en los
bolsillos de su delantal. Eran monedas de oro.
Tan contenta se puso la criada que decidió no regresar nunca más al hogar del campesino
egoísta, y fue a ver a la mujer que mendigaba en el pino para darle algunas monedas.
Tome señora, unas pocas monedas que tengo, seguro que le ayudarán. – Dijo la joven.
Hace mucho tiempo existieron unas extrañas y maravillosas criaturas que poseían el cuerpo
como los caballos más hermosos de la tierra, y además, un mágico cuerno en el centro de su frente.
Estas criaturas, llamadas unicornios, eran de color blanco y se cree que procedían de tierras indias.
Los unicornios debían albergar tanta magia, que no podía verlos cualquier persona que quisiera
sino que, al contrario, eran muy pocos los afortunados que tenían el privilegio de llegar a observarlos.
Aquellos que llegaban a hacerlo eran las personas que tenían un corazón bueno y puro, cualidades
que eran muy fácilmente rastreables por los unicornios.
Los cuernos de los unicornios tenían propiedades sanatorias y curativas, y eran tan poderosos
que se dice que podían llegar a curar enfermedades muy peligrosas y mortales. Incluso, muchos
llegaron a decir que contenían los ingredientes necesarios para alcanzar la eterna juventud.
Precisamente por todas aquellas razones, la existencia de un unicornio dependía en su totalidad
del mágico cuerno de su frente, y si llegaban a perderlo su destino era la muerte.
En la Edad Media, sabedores de las propiedades del cuerno de los unicornios, muchos
cazadores se adentraron en los bosques para dar caza a estos enigmáticos seres, con tan mala
fortuna, que terminaron abocando a los unicornios a su desaparición. Muy inteligentes, y como los
unicornios eran seres tan solitarios y solo dejaban verse por las personas buenas, aquellos temibles
cazadores se aprovechaban de las personas de corazón puro para capturar a los unicornios y
apresarles en busca de sus cuernos.
Tras su triste desaparición, la magnificencia y bondad de aquellos seres dejó en la historia su
recuerdo como símbolo de la fuerza, de la libertad, del valor, de la bondad y, sobre todo, del poder de
la magia que reside en las personas de gran corazón
LA ROCA INACCESIBLE
En el inicio de la civilización, cuando los hombres que habitaban la tierra tan sólo disponían de palos
y hachas de piedra para defenderse, existía una gran montaña que aquellos hombres divisaban a lo
lejos entusiasmados y soñadores. Aquella montaña se encontraba inundada de exuberante vegetación
que caía derramada hasta sus valles. No encontraban, sin embargo, la forma de acceder a la preciosa
montaña debido a la dificultad que añadía un caudaloso río y las escarpadas peñas de la misma.
Aquellos hombres primitivos hicieron lo imposible por acceder al camino situado más allá de la
montaña, para lo que levantaron sendos pilares con los que construir un puente con el cual poder
divisar lo que había al otro lado. Y finalmente, tras muchos días de inagotable esfuerzo, se dieron por
vencidos.
Cuando un día el mal tiempo derribó todos aquellos pilares que habían creado y levantado con tanto
esfuerzo, los primitivos hombres quedaron atemorizados pensando que la montaña tenía vida propia
y grandes poderes. Sin embargo, no llegaron a ir más allá ni a comprender nunca la verdadera causa
del derrumbe, y tal fue la incomprensión que, pasados muchos, muchos años, los hombres fueron
perdiendo el miedo y volvieron a desafiar y a enfrentarse a la misma tierra.
Y de este modo, cuando ya no vestían pieles ni manejaban hachas, continuaron desafiando a la Madre
Naturaleza, despojándola sin piedad de toda su riqueza y material precioso.
¡Qué roca inaccesible eran los humanos para el Universo!
EL PESCADOR Y LA DIOSA
Vivía en la isla griega de Lesbos, un muchacho llamado Faón, que se ganaba la vida transportando
viajeros y mercancías en su barca.
Estaba un día Faón junto al embarcadero de la isla, cansado de las faenas de la jornada, cuando
una pobre mendiga, desastrada y con evidentes muestras de no poder pagarle el viaje, le pidió que
la condujese hacia Asia Menor.
– Sube, mujer. Te llevaré de buen grado.
A Faón le había conmovido su aspecto y, olvidándose de su cansancio, hizo navegar su barca con
una ligereza asombrosa. De este modo, poco después llegaban a la costa de Asia. Una vez allí
Faón sacó de su bolsillo la mayor moneda que tenía y la entregó a la mendiga para que pudiera
continuar el viaje.
– Gracias, muchacho. Y para que veas mi agradecimiento, toma este obsequio.
Se trataba de un vaso del perfume más extraordinario que jamás había llegado a oler. Y con aquel
perfume misterioso en las manos, Faón quedó conmovido y atrapado por una fuerza que parecía
embriagarle el corazón. Y tras esto, el humilde pescador comprendió que había llevado en su barca
a la mismísima Venus, la diosa del amor.
RONDAS INFANTILES
LA GALLINA TURULECA
Yo conozco una vecina,
que ha comprado una gallina,
que parece una sardina enlatada.
Tiene las patas de alambre,
porque pasa mucha hambre,
y la pobre está todita desplumada.
Pone huevos en la sala, y también la cocina,
pero nunca los pone en el corral.
La gallina, turuleca, es un caso singular,
la gallina, turuleca, está loca de verdad.
La gallina turuleca,
ha puesto un huevo,
ha puesto dos,
ha puesto tres.
La gallina turuleca,
ha puesto cuatro,
ha puesto cinco,
ha puesto seis.
La gallina turuleca,
ha puesto siete,
ha puesto ocho,
ha puesto nueve.
¿Dónde está esa gallinita?
Déjala, la pobrecita,
déjala que ponga diez.
ARROZ CON LECHE
Con ésta sí, con ésta no, con esta señorita me caso yo.
UN ELEFANTE SE BALANCEABA
Un elefante se balanceaba
sobre la tela de una araña,
como veía que resistía
fue a llamar a otro elefante.
Dos elefantes se balanceaban
sobre la tela de una araña,
como veían que resistía
fueron a llamar a otro elefante.
Tres elefantes…
Cuatro elefantes…
Cinco elefantes…
Seis elefantes…
JUGUEMOS EN EL BOSQUE