Novena Santa Ana
Novena Santa Ana
Novena Santa Ana
DÍA PRIMERO
PRIMER GOZO: SER ESCOGIDA PARA SER MADRE DE “LA MADRE DE DIOS”
Considera, alma mía, cuán grande sería el gozo que tuvo Santa Ana, cuando, después de tan larga esterilidad como padecía, tuvo celestial
revelación de que sus oraciones eran oídas, y que, por tanto, sería madre de la mejor hija que hubo en el mundo, sería madre de la Madre de
Dios.
¿Has visto un campo, después de un largo y triste invierno, reverdecer en la primavera tan vistoso que parece estarse riendo y recibiendo
alegría? ¿Pues cual no sería el gozo de aquella dama, cuando, en el invierno de su edad, conoció que ella reverdecería fecunda a pesar de su
envejecida esterilidad? ¡Cómo alabaría al Altísimo! ¡Cómo le ofrecería ya desde entonces el fruto de su vientre! ¡Cómo se olvidaría ya de su
oprobio que el cielo remediaba con tal fruto de bendición y de santidad! Sería la madre de la Santísima Virgen María, ¡Ella sería su hija!
Admitid, santa gloriosa, mi alegría por vuestro gozo. Hacedme participante de él, alcanzando fecundidad a mi alma, fecundidad en buenas
obras y en el servicio a Dios Nuestro Señor Jesucristo. Alcanzad también fecundidad a todas las esposas para que puedan tener niños, muchos
niños, y que por toda nuestra Patria se vean un sinnúmero de Familias Numerosas.
ORACIÓN FINAL
Omnipotente y misericordioso Dios, que, proporcionando siempre a los hombres los medios de salvación y de consuelo, llenasteis de tanta
gracia, dulzura y suavidad los nombres de Jesús, María y José, Joaquín y Ana, a favor de los que, por reverencia a tan soberanos nombres, os
pidiesen el remedio de sus necesidades y el consuelo en sus aflicciones: Os suplicamos rendidos que a todos los que con Fe, amor y devoción,
invocaren tan augustos nombres, les concedáis en esta vida los dulces consuelos de tu divina gracia, y en la otra reciban el Cielo como premio.
Por Cristo Señor Nuestro. Amén.
DÍA SEGUNDO
-Adoración a la Santísima Trinidad y acto de contrición como en el día primero, y luego:
DÍA TERCERO
-Adoración a la Santísima Trinidad y acto de contrición como en el día primero, y luego:
DÍA QUINTO
-Adoración a la Santísima Trinidad y acto de contrición como en el día primero, y luego:
DÍA SÉPTIMO
-Adoración a la Santísima Trinidad y acto de contrición como en el día primero, y luego:
SÉPTIMO GOZO: VER POR PRIMERA VEZ A SU NIETO, DIOS NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Considera, alma mía, cuán incomparable sería el gozo de Santa Ana cuando, por primera vez, vio a su nieto benditísimo, ya fuese aún en vida
-como lo sientan graves autores-, ya fuese después de su muerte cuando Nuestro Señor bajó al Seno de Abraham.
Dice Aristóteles que entre abuelos y nietos acostumbra naturalmente ser más excesivo el amor. Yo no puedo decir que Nuestro Señor amara
más a Santa Ana que a su Madre, o que Cristo haya sido más amado por su abuela que por su Madre Santísima. Pero de cualquier manera, bien
se ve el grandísimo amor de Santa Ana hacia Jesús. ¡Llamar “nieto” al mismo Dios, y oír de su boca el amoroso nombre de “abuela”! ¡Oh
ternura, oh consolación!
Suponiendo que Santa Ana haya visto a su nieto luego de la Cruz, aquella subterránea cárcel del Limbo de Abraham cómo parecería ya un
Cielo abierto con la visita del alma del Redentor.
Cuando en el día de la Resurrección, con la confianza de abuela, ella tocase las llagas de sus pies y de sus manos, y bebiese en la dulzura de su
costado, ¡cómo daría entonces por bien empleado el tiempo del oprobio de su esterilidad y la aflicción de su dilatada esperanza de ser madre!
Y si lo vio aún en vida, Cristo era el ardiente deseo no sólo de los collados eternos, sino de todas las gentes, y por eso fue necesario que Él,
¡hasta de su abuela, Santa Ana, fuese deseado con prolongada esperanza! Más por fin llegó el día, y la esperanza se convirtió en realidad, la
pena en júbilo y la aflicción en gozo: El nacimiento del Redentor.
Mil parabienes os doy, matrona santa, por vuestra buena fortuna. Y ya que estáis tan favorecida, como próxima a vuestro nieto santísimo,
acordaos de los que a vos recurren, y emplead vuestro poder en amparar a vuestros devotos y otorgarles vuestras gracias.
OCTAVA VIRTUD: HUMILDAD PROFUNDA. Pondera cuán profunda fue la humildad de nuestra santa. Era descendiente de la casa real
de David, y se trataba a sí misma como persona muy común. Tenía dones muy especiales de Dios Nuestro Señor, y soportaba, con
conocimiento profundo de su vileza, la opinión que corría en el pueblo de que por su esterilidad era reprobada del mismo Dios. ¿Veis aquí
por qué el Señor la levantó a tan alta gloria y cómo abatió a los soberbios que de ella mal pensaban? Por eso, Dios se allegó tan cerca de nuestra
santa que se hizo no sólo pariente suyo, sino su mismísimo nieto. Bien se cumplió en ella aquello de que los humildes son ensalzados, porque,
por su humildad, nuestra santa fue exaltada y elevada a tan alto grado, y fue llevada al Cielo junto al mismo Cristo. Oh poder grande de la
virtud de la humildad que atraéis a Dios hacia el humilde, siendo Dios tan alto, y que levantáis al humilde hasta Dios, siendo el hombre tan bajo.
Y tú, alma mía, ¿cómo te ensoberbeces a vista de tanta humildad? Si un monte tan elevado como Santa Ana se abate tanto delante de Dios y
de los hombres, el polvillo rastrero de la tierra que eres tú ¿cómo presume subirse y levantarse?
Ayudad, santa humildísima, a éste mi propio conocimiento, el conocimiento de mi nada, para que de allí pase a tener humildad en mis
acciones, y así no venga yo a perder por la soberbia vuestro favor y patrocinio, y menos aun el de Dios.
NOVENA VIRTUD: MORTIFICACIÓN Y PENITENCIA RELIGIOSA. Pondera cómo la gloriosa Santa Ana fue rigurosa en su
mortificación y en su penitencia.
Cuántas y cuán continuas son las ocasiones en que una madre de familia, en el gobierno de sus cosas domésticas, tiene mucho que sufrir,
y tiene así que llevar la Cruz, los esfuerzos para que marchen sus hijos y su casa. Pondera, además, cómo una santa mujer, en el trato con los
extraños que ayudan en la vida doméstica, se mantiene seria, pura y recatada, siempre irreprensible. Todas estas cualidades las tenía Santa
Ana. Y, fuera de esto, dice San Vicente Ferrer que los ayunos de nuestra santa eran muy frecuentes, sus vigilias muy continuas, no pocas sus
visitas al Santo Templo de Jerusalén con los pies descalzos desde Nazaret.
Qué no tendrá esta vida de atribulada y miserable, pero lo cierto es que, de este modo y por este camino, Santa Ana consiguió toda
esa gloria que hemos meditado. Tal mortificación y penitencia fueron el arado que, abriendo la tierra de su cuerpo, lo prepararon para sembrar
en él simiente de tan gloriosa felicidad y santidad: la semilla de María. No se consigue premio grande, sin trabajo grande. Y quien
más se mortifica en esta vida, logra mayor bienaventuranza en la otra.
¡Oh feliz campo de Santa Ana!, yo me acomodo en él, esto es: ahora he de mortificarme por el breve tiempo de la vida presente,
para después descansar allí por los interminables espacios de la eternidad.
Vos, santa gloriosa, ayudadme con vuestra intercesión, para que el amor propio y la soberbia no puedan más que este propósito que tengo, y
que me importa más que todo: alcanzar la Salvación Eterna y llegar a compartir con vos las bienaventuranzas del Cielo.