Melgar Mariano Poesc3ada de Independencia

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Mariano Melgar

( 1790- 1815 )

atractiva como la de Mariano Melgar se nos oculta hoy un


U n a f ig u r a
tanto en más o menos gratuitas disputas sobre si fue un romántico antes
de tiempo, o si es ya un poeta "de la mujer” . . ., o en consideraciones
sobre su trágico fin.
Apoyándonos en datos concretos, no cabe duda de que su temprana
muerte impidió una producción más extensa, producción que, al mismo
tiempo, permitía esperar quizás frutos más maduros del autor de la Carta
a Silvia. Lo de “ quizás” es aquí obligatorio, puesto que si Melgar anticipa
algunos rasgos románticos (cosa que aceptamos), también pudo parecerse
en la breve vida que caracteriza a tantos poetas románticos. Breve vida,
aunque la de Melgar fue tronchada por la lucha revolucionaria, y no por
la enfermedad.
Mariano Melgar nació en Arequipa en 1790 (y no, en 1791, como se
creyó mucho tiempo). Estudió en el Seminario de su ciudad natal, y allí
tomó las órdenes menores en 1810. Igualmente, fue catedrático en el
Seminario de Arequipa a partir de ese mismo año. De esta época procede,
sin duda, no sólo su formación general, sino también su afición a las
letras clásicas (especialmente hacia Virgilio y Ovidio).
Viajó después a Lima y en la capital tuvo oportunidad de admirar a
Baquíjano y Carrillo, a quien dedica un poema (Oda Al Conde de Vista
Florida, o Ilustre Americano, según los textos). Se conoce el nombre verda­
dero de la “Silvia” que llena una parte de sus versos. Se llamaba María
Santos del Corral.
Iniciada la lucha emancipadora, Melgar se incorporó al movimiento
rebelde de El Cuzco, encabezado, en 1814, por el indio Mateo García
Pumaccahua. Melgar figuró entre los insurrectos de Arequipa. Fue tomado
prisionero y ejecutado en Umachiri el 12 de marzo de 1815. Sus restos
fueron llevados a su ciudad natal, pero se desconoce hoy su paradero.
Durante muchos años la edición de las Poesías de Melgar, hecha en
1878 (con pie de imprenta en Lima, pero impresa en Nancy) fue el repo­
sitorio en que se basó el conocimiento del poeta peruano. Traía sólo 31
composiciones. Desde hace poco esa edición se ha superado con la publi­
cación de las Poesías completas de Mariano Melgar hecha por la Academia
Peruana de la Lengua (Clásicos Peruanos, 1, Lima, 1971), edición en la
que intervinieron varios estudiosos. Este tomo acrece considerablemente
el caudal de 187tí, al recoger 181 composiciones. No hay un cambio radical
en el valor de su obra, si bien es justo declarar que constituye un repertorio
más completo que el anterior.
Yo veo en Melgar, como en una buena parte de los escritores de este
momento, al poeta afirmado hacia atrás, pero también proyectado hacia
adelante. Mejor dicho, el signo de los mejores aparece, en cada uno, teñido
por una especial situación de transición o pugna. A tal rasgo Melgar suma
otras resonancias dignas de recuerdo. Tales el peso que tiene en él la
tradición indígena (esa tradición de la cual era parte y que quiere reflejar
literariamente) y un sentimiento que percibimos diferente del inconfundible
sentimiento neoclásico.
Claro que en Melgar lo neoclásico tiene aún indudable significación.
Como que era el resultado de una educación entonces corriente, sobre
todo tratándose de un seminarista. De las aulas nació su admiración hacia
Virgilio, Ovidio y Anacreonte. De igual manera, corresponden a una exten­
dida moda de la época las fábulas escritas por Melgar.
Más importancia ofrece el análisis de los Yaravíes, donde confluyen,
curiosamente, raíces indígenas y clasicistas. En efecto, y sin desconocer lo
que el metro breve puede acercar, yo encuentro en los Yaravíes de Melgar
ecos claros de cierto tipo de poesía corriente a fines del siglo X V III y
comienzos del XIX, en especial de las poesías “ musicales” y de las ana­
creónticas de Meléndez Valdés. Mejor dicho: Considero que dentro del
ritmo característico del yaraví indígena, el poeta introduce a menudo ele­
mentos inconfundibles de la poesía culta de su tiempo.
Eso sí, opino igualmente, que los yaravíes no pasan de medianas poe­
sías y que el nivel más alto en la obra de Melgar, y, en consecuencia, su
mejor tributo, lo constituyen las Elegías y algún soneto. Por encima de su
Carta a Silvia, quizás su más recordado poema, de cierta extensión, y donde
los aciertos se diluyen entre nutridos versos. Pienso, sobre todo, en las
Elegías primera y segunda, y en el soneto A Silvia.
A Melgar lo vemos con cierta nitidez en este momento de las letras
hispanoamericanas. Momento marcado por ansias de despegues, si bien lo
más notorio es el avance tímido o poco pronunciado, ante la fuerza o
vigencia de ideales estéticos que vienen de atrás y que no se resignan a
morir.
En fin, más allá de esa perspectiva (a menudo, falsa perspectiva) que
identifica, sin más ni más, señales prerrománticas y rotundas muestras de
valor, me parece que debe preocuparnos, mejor, el reconocimiento de que
Melgar es una de las figuras destacadas de aquel principio del siglo. Para
serlo, no necesitó una producción muy extensa, sino unas pocas poesías
recordables, que son las que he subrayado. Y si episodios biográficos
agregan a su fama nuevas resonancias, especialmente en su patria, esos
episodios no tienen mayor peso en el lugar que aquí le asignamos. El
medido análisis que hemos hecho de su obra es la clara prueba de tal
intención.

BIBLIO G RA FIA

T extos :

M ariano M elgar , Poesías (Lima, 1878. Publicadas por Manuel Mos-


coso Melgar, con una introducción de F. García Calderón).
M ariano M elgar, Poesías completas (Lima, 1971. Edición a cargo de
Aurelio Miró Quesada, Estuardo Núñez, Antonio Cornejo Polar, En­
rique Bailón Aguirre y Raúl Bueno Chávez).

E studios :

F. G arcía Calderón , Introducción a Melgar, Poesías (Lima, 1878).


Jua n M aría G utiérrez , Colección de poesías americanas antiguas y
modernas, impresas, manuscritas y autógrafas, II, págs. 1-46 (en la
Biblioteca del Congreso Argentino).
A. B allón Landa , Recordando a Melgar (en Peruanidad, de Lima, 1942,
II, N? 9, págs. 759-760).
Luís F a bio X a m m a r , El Perú y los románticos (en Historia, Lima, 1 9 44,
I I , N? 6, págs. 9 1 -1 0 6 ).
L u is A lberto Sánch ez , La literatura peruana (V, ed. de Buenos Aires,
1951, págs. 17-19).
A c a d e m ia P e r u a n a d e la L e n g u a , Presentación y Apéndices a Melgar,"
Poesías Completas (Lim a, 1971).
¿POR QUE A VERTE VOLVI, SILVIA QUERIDA?
(ELEGIA I)
¿ p o r q u é a verte volví, Silvia querida?
¡Ay triste! ¿para qué? ¡Para trocarse
mi dolor en más triste despedida!

Quiere en mi mal mi suerte deleitarse;


me presenta más dulce el bien que pierdo:
¡Ay! ¡Bien que va tan pronto a disiparse!

¡Oh, memoria infeliz! ¡Triste recuerdo!


Te vi. . . ¡qué gloria! pero ¡dura pena!
Ya sufro el daño de que no hice acuerdo.

Mi amor ansioso, mi fatal cadena,


a ti me trajo con influjo fuerte.
Dije: “ Ya soy feliz, mi dicha es plena” .

Pero ¡ay! de ti me arranca cruda suerte;


este es mi gran dolor, este es mi duelo;
en verte busqué vida y hallo muerte.

Mejor hubiera sido que este cielo


no volviera a mirar y sólo el llanto
fuese en mi ausencia todo mi consuelo.

Cerca del ancho mar, ya mi quebranto


en lágrimas deshizo el triste pecho;
ya pené, ya gemí, ya lloré tanto. . .

¿Para qué, pues, por verme satisfecho


vine a hacer más agudos mis dolores
y a herir de nuevo el corazón deshecho?

De mi ciego deseo los ardores


volcánicos crecieron, de manera
que víctima soy ya de sus furores.

¡Encumbradas montañas! ¿Quién me diera


la dicha de que al lado de mi dueño,
cual vosotras inmóvil, subsistiera?

¡Triste de mí! Torrentes, con mal ceño


romped todos los pasos de la tierra,
¡piadosos acabad mi ansioso empeño!
Acaba, bravo mar, tu fuerte guerra;
isla sin puerto vuelve las ciudades;
y en una sola a mí con Silvia encierra.

¡Favor tinieblas, vientos, tempestades!


pero vil globo, profanado suelo,
¿es imposible que de mí te apiades?

¡Silvia! Silvia, tú, dime ¿a quién apelo?


no puede ser cruel quien todo cría;
pongamos nuestras quejas en el cielo.

El solo queda en tan horrible día,


único asilo nuestro en tal tormento,
él solo nos miró sin tiranía.

Si es necesario que el fatal momento


llegue. . . ¡Piadoso Cielo! en mi partida
benigno mitigad mi sentimiento.

Lloro. . . no puedo m ás. . . Silvia querida,


déjame que en torrentes de amargura
saque del pecho mío el alma herida.

El negro luto de la noche oscura


sea en mi llanto el solo compañero,
ya que no resta más a mi ternura.

Tú, Cielo Santo, que mi amor sincero


miras y mi dolor, dame esperanza
de que veré otra vez el bien que quiero.

En sola tu piedad tiene confianza


mi perseguido amor. . . Silvia amorosa.
El Cielo nuestras dichas afianza.

Lloro, sí, pero mi alma así llorosa,


unida a ti con plácida cadena,
en la dulce esperanza se reposa,
y ya presiente el fin de nuestra pena.
OH, D O LO R ! ¿COMO, COMO T A N D IST A N T E .

(ELEGIA II)

¡o h dolor! ¿Cómo, cómo tan distante


de mi querida Silvia aquí me veo?
¿Cómo he perdido todo en un instante?

Perdí en Silvia mi dicha y mi recreo;


consentí en ello ¡ciego desvarío. . .!
consentí contra todo mi deseo.

Y ved, aquí conozco el yerro mío,


ya cuando repararlo no es posible,
y es fuerza sufra mi dolor impío.

Así el nuevo piloto al mar terrible


se arroja sin saber lo que le espera,
y ármase luego la tormenta horrible.

En negra noche envuelta ya la esfera,


pierde el valor, el rumbo y el acierto;
y a todos lados ve la parca fiera.

Pero al fin él verá su ansiado puerto,


o acabaránse pronto sus tormentos;
bien presto ha de mirarse libre o muerto.

Y aún en medio del mar ¿qué sentimientos


puede tener cuando en luchar se emplea
contra las fuertes ondas y los vientos?

Solo yo. . . yo he perdido hasta la idea


de un débil esperar: no hallo consuelo. . .
¡Ay Silvia. . . no es posible que te vea!

Ni morir pronto espero; ni mi anhelo


puede agitarme tanto, que ocupada
no sufra mi alma el peso de su duelo.

En una calma triste y desastrada,


fijos tengo los ojos en mi pena,
sin lograr más que verla duplicada.
En derredor de mí tan sólo suena
el eco de los míseros gemidos
con que mi triste pecho el aire llena.

Sólo el dolor por todos mis sentidos


entra hasta el corazón: todo es quebranto
que el alma abate en golpes repetidos.

¡Ay Silvia! Si a lo menos tú, mi llanto


pudieras atender y mis sollozos. . .
¡Ah! mi acerbo dolor no fuera tanto.

Silvia, Silvia, os dijera: “ Ojos hermosos,


mirad mi situación, ved mi tormento” ;
y al instante, mirándome piadosos,

Desvanecieran todo el mal que siento.


Acabadas por ti mis aflicciones,
a tu piedad deudor de mi contento.

Corriera ardiendo a ti: mis expresiones


fueran dulce llorar. . . ¡Con qué ternura
te estrech ara...! ¡Ay! ¡Funestas ilusiones!

No, Silvia, no: la pena, la amargura


es todo lo que encuentra mi deseo:
cuanto alcanzo a mirar es noche oscura.

BIE N PU ED E EL M U N D O ENTERO C O N JU R A R SE

SONETO A SILVIA

b ie npuede el mundo entero conjurarse


contra mi dulce amor y mi ternura,
y el odio infame y tiranía dura
de todo su rigor contra mí armarse;

Bien puede el tiempo rápido cebarse


en la gracia y primor de su hermosura,
para que cual si fuese llama impura
pueda el fuego de amor en mí acabarse; ,,
Bien puede en fin la suerte vacilante,
que eleva, abate, ensalza y atropella,
alzarme o abatirme en un instante; *

Que al mundo, al tiempo y a mi varia estrella,


más fino cada vez y más constante,
les diré: “ Silvia es mía y yo soy de ella”

YA MI TRISTE DESVENTURA

(YARAVI V III)

ya m i triste desventura
no deja
Esperanza de tener
alivio;
y el buscarlo sólo sirve
de darme
el tormento de mirar
lo perdido.

En vano huiré buscando


regiones
donde olvidar a mi dueño
querido:
con la distancia tendrá
mi pecho
sus recelos y su amor
más fijos.

Lloraré cuando estén lejos


mis males;
y emitiré los más tristes
gemidos;
y no tendré el consuelo
de verte,
ni de que sepas mis crueles
martirios.

Decidme, querido dueño:


¿qué causa
pudo mudar ese pecho
tan fino?
¿no te mueve a compasión
el verme 30
que huyendo de tus crueldades
expiro?

¿Con qué corazón oyeras


decir
que por ti murió quien firme 35
te quiso?
no seas, amada prenda,
no seas,
de mi desdichada vida
cuchillo. 40

(Mariano Melgar, Poesías completas, ed. de Aurelio Miró


Quesada, Estuardo Núñez, Antonio Cornejo Polar, Enrique Bailón
Aguirre y Raúl Bueno Chávez; Lima, 1971).

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