Historia Del Tango LL
Historia Del Tango LL
Historia Del Tango LL
Breve introducción.
Buenos Aires fue, y es, la indiscutida capital del tango, la Meca de todo joven
que dibujaba notas sobre un pentagrama, que transmita su sentir poético al
papel o, que apronte la garganta para cantar, aunque la creatividad de esa vida
que bullía entre criollos, tanos, gallegos y gauchos desplazados era, y es,
compartida por hermanas menores como Montevideo, Rosario, Córdoba y
Mendoza, entre otras. Porque las esperanzas y los problemas eran, y son,
iguales en todas las grandes ciudades de la región. En todas ellas estaba, y
está, el mismo caldo de cultivo.
El tango como tal, sin embargo, tuvo desde el principio vocación de gran
torrente y buscó los espacios abiertos hasta alcanzar la universalización.
Prudencio Aragón con El talar (1895), Rosendo Mendizábal con El
Entrerriano (1897), Ernesto Ponzio con Don Juan (1898) y Manuel
Campoamor con El sargento Cabral (l899), autores de los primeros "tangazos"
de la historia, construyeron los cimientos sobre los que se asentaría el nuevo y
recién nacido edificio musical. Su independencia, su personalidad, está dada
por la coincidencia de cómo cada uno de ellos calificó, su respectiva obra:
"Tango criollo para piano".
La Poesía Tanguera
Tras destacar que éste "es uno de los temas menos tratados, aunque quizá el
más cautivante", Vidart afirma que en las letras "se esconde todo un mundo
desechado casi siempre, que constituye la clave profunda de su ser y su
quehacer en la cultura rioplatense. Clasificarlas es naturalmente limitarlas,
coartar su espontaneidad anárquica, su camaleonismo circunstancial. Pero
puede intentarse una ordenación, previniendo que en este sentido no hay
recetas infalibles ni criterios absolutos porque, a la postre, lo que interesa es la
calidad del pensamiento interpretativo y no el preciosismo del andamiaje
formalista".
Sobre esta base, el autor orienta su estudio hacia cuatro aspectos diferentes de
las letras: el lenguaje, el estilo, la elocución y los temas. A su vez distingue
cuatro tipos de lenguaje empleados en la creación de las letras de tango: el
popular, el lunfardo y el culto.
EL LENGUAJE POPULAR
Si bien hay expresiones lunfardas adoptadas por el idioma orillero, ellas son
en realidad una forma de comunicación entre delincuentes, practicada solo por
los iniciados. En Idioma nacional rioplatense, Vicente Rossi, citado por
Vidart, sostiene que el lenguaje orillero es el habla caprichosa del criollo de
los barrios periféricos. "Y no es cualquier cosa ese humilde nativo -afirma
Rossi- ni tan malo, ni tan compadre, ni tan payaso como el sainetero lo
presenta; es un hábil juglar en léxico espontáneo, inspirado en su ambiente
cargado de giros criollos y de los patúas del continente europeo que hacen allí
su primera etapa en la conquista de América, la de la conquista del pan. El
lenguaje del orillero es de su particular inventiva; siempre gráfico, exacto en
la alusión; metafórico y onomatopéyico meritísimo, siempre inclemente en la
ironía; y siempre novedoso porque ese orillero es un incansable renovador de
su pintoresco léxico".
EL LENGUAJE LUNFARDO
EL LENGUAJE CULTO
Vidart recuerda que los lingüistas llaman lenguaje culto al que usan los
estratos superiores de la sociedad, con lo que se otorga a la cultura un énfasis
clasista. Por eso estima que la denominación es poco acertada y que debería
hablarse de lenguaje de las elites, de la inteligencia, "pues la cultura en su
sentido amplio abarca todas las manifestaciones ideológicas y todos los
estratos sociales de una nación".
Con ese significado equívoco, "el lenguaje 'culto' no es cosa frecuente en las
letras del tango. Trascendida la etapa ingenua de los peringundines y superado
el ciclo lunfardesco, del cabaret, el tango se convierte en el amplio receptáculo
de la inspiración popular. El lenguaje, pese a ciertas recaídas herméticas se
aclara; los temas se multiplican; el funcionalismo cultural se va precisando
con definido sesgo. Como el conido mexicano, el tango es ahora un comodín
que expresa las alegrías, las tristezas, las inquietudes, las chabacanerias y los
prejuicios del pueblo. Las letras cantan a todas las instancias de la
complejidad vital; la civilización de masas asoma en ellas su proa maciza y
plasma, de modo sumario pero total, una ética, una estética, una sociología,
una axiología y una metafísica populares".
El tango nació como danza. Como una forma distinta de bailar lo conocido
hasta entonces: habaneras, mazurcas, chottis, milongas... Un producto popular
propio del arrabal, el escenario donde al principio fue a devenir el gaucho
convertido en compadre, y enseguida el compadrito y los negros libertos que
ya encontraban espacio en la ciudad. El escenario facilitó el hallazgo. En el
prostíbulo era posible abrazar a la pareja, ceñirse a su cuerpo: rostro contra
rostro, pecho contra pecho, vientre contra vientre, muslo contra muslo, pulso
contra pulso. Horacio Ferrer ha creído ver en ese fugitivo instante en que se
abrazan la pupila y el compadrito un soplo de divinidad.
"Macho y hembra -dijo- atados en nombre de la belleza, se elevan sin querer
sobre su propia bazofia. Y ungidos artistas, intentan el purísimo ejercicio de la
soledad entre dos. Bailan y bailan creando lo que nunca jamás ha bailado
nadie". Se considera un bizantinismo sin sentido, totalmente irreal, pretender
esquematizar una coreografía del tango y sus figuras. El tango de los
comienzos fue, a su juicio, "la más desgarrada o improvisada y repentina
creación coreográfica para una pareja que superará, a estos respectos, a las
creaciones del barroco popular español o al alto alemán vals".
Para este autor el tango nació como un baile popular, y antes de que
cristalizaran "sus características sonoras en el machacón dos por cuatro, ya
existían en el Río de la Plata, tanto en Montevideo como en Buenos Aires, los
personajes y los escenarios desde donde partió a la conquista del mundo".
Apareció la danza - afìrma Vidart- sin otras connotaciones que las de la danza
misma, al margen del lupanar que luego lo prohijaría gozosamente. "Las
academias montevideanas y las casas de baile corraleras porteñas -escribe- el
prestigioso investigador- son los primeros alambiques donde se destila su
coreografía. En Montevideo, las orquestas, puro ritmo visceral, no tenían
acordeón; en los peringundines porteños herederos de las casas de baile, la
inmigración italiana impuso los organitos y los acordeones, y con ellos el
tango empezó a llorar, a prepararle el camino a las letras lacrimosas, a las
elegías con cornudos y minas espiantadas."
Seguramente, éste es uno de los pocos casos en los que Vidart, que ha hecho
extraordinarias aportes al estudio de la música popular, se equivoca. Porque
aunque parezca absurdo, en tanto danza de parejas, el tango comenzó siendo
bailado entre hombres. Ya Evaristo Carriego, el primer gran poeta de los
barrios populares de Buenos Aires, lo testifica, alrededor de 1906, en su
poema El alma del suburbio: En la calle la buena gente derrocha/ sus
guarangos decires mas lisonjeros, /porque al compás de un tango que es "La
morocha / lucen ágiles cortes dos orilleros.
Pero el tango como danza no quedaba limitado a los bajos fondos o a sus
ambientes cercanos. Se extenderá a los barrios proletarios y seria la alegría de
bodas, cumpleaños y fiestas de todo tipo.
Introducción a la Milonga
Horacio Ferrer menciona que entre las milongas que se conocían rn las
dos márgenes del Río de la Plata a fines del siglo XlX destaca La Estrella, de
Antonio Domingo Podestá, interpretada en las obras criollas que él y sus
hermanos representaban en los circos.
Hugo García Robles, citado por Horacio Ferrer, afirma por su parte en El
folklore musical de Argentina y Uruguay, que "hacia mediados del siglo
pasado está gestándose ya la Milonga en el Uruguay y en torno a 1870 está ya
presente. A fines del siglo XlX llenaba tres funciones: 1) acompañaba el
incipiente baile de pareja tomada independiente, subclase de abrazada que
conduciría a una verdadera revolución coreográfica que compartiría con el
tango; 2) es payada de contrapunto, después de haber desplazado en esta
misión a la cifra, y 3) es canción criolla que se canta con diferentes modales
de estrofa (cuartetas, sextinas, octavillas o décimas) "
La Música prostibularia
A fines del siglo XIX y comienzos del XX, los habitantes de los centros
urbanos, la aristocracia y los escritores que no se acercaban a las periferias, o
que si lo hacían mantenían una actitud hipócrita, consideraban al tango como
un producto del lupanar.
Los hermanos Héctor y Luis Bates, en su Historia del tango, sostienen que
"el tango vivió su infancia y buena parte de su pubertad -permítasenos la
expresión- en casas de baile de muy segundo orden, en 'peringundines' y
lupanares. Las letras no hicieron más que reflejar el ambiente que les daba
vida. Obscenas, procaces, indecibles en un medio, no diremos ya de altura o
de hogar, sino aun en boca de personas de cierta educación, quedaron
circunscriptas a los muros que ocultaban la vergüenza de la ciudad".
Esas letras que escandalizaban a los Bates, al punto que las transcriben
modificadas sin su salsa original, no eran todavía letras de tango.
Además, y muy relacionada con la música de los prostibulos, nació una
poesía propia de rufianes, compadritos y malevos, cuyo personaje central es el
canfinflero, el cafiolo o proxeneta, o que sin llegar a serlo vive gracias a una
mujer que ejerce la prostitución.
Suburbio y arrabal
La mala fama del tango se convirtio en una leyenda negra. Era la música y
la danza de las prostitutas y de los malevos. Al respecto, muchos autores
insisten machaconamente con la vinculación del género con el hampa y el
prostíbulo que, según ellos, contagia a la soldadesca y a locales de diversión
frecuentados por delincuentes.
El tango son los compadritos que dirimen sus diferencias en duelo criollo
en una solitaria esquina, la prepotencia del más fuerte y el amor que se vende
al mejor postor. Incluso escritores como Jorge Luis Borges vieron el origen de
la coreografía del tango en los movimientos de los duelistas, esquivando y
tirando puñaladas.
"Por todo lo contrario de suburbio -afirma el autor-, tiene esta palabra una
misteriosa potencia fonética. Algo así como una oscura pólvora acústica que
se gatilla en la erre, pega tres sordos estampidos en las aes, y fulgura como
matando en la ele final: ¡Arrabai! Y hay que escribirla con mayúscula y entre
signos de admiración, porque así lo exige su sonoridad: Arrabal nombra,
claro, el bajo urbano de la mala vida."
Los suburbios, entonces, eran los conventillos, los cuartos de pensión, las
casas humildes donde se amontonaban varias familias, los lugares donde las
madres cocinaban y lavaban la ropa y los padres tenían un estrecho lugar para
echarse después del trabajo o de pasarse horas y horas buscando conchabo y
dónde los niños se reunían a jugar en las calles o los patios por falta de
espacio. Era en los suburbios donde vivía el inmigrante recién llegado pero
dispuesto a hacer fortuna, y donde encontraba alojamiento el criollo
trasladado a la capital. Eran Boedo, la Boca, la Concepción y Montserrat en
Buenos Aires, y Goes, Palermo, Aguada y la Unión en Montevideo. Y las
zonas portuarias en general de ambas ciudades, por supuesto.
Introducción a la Milonga
Horacio Ferrer menciona que entre las milongas que se conocían rn las
dos márgenes del Río de la Plata a fines del siglo XlX destaca La Estrella, de
Antonio Domingo Podestá, interpretada en las obras criollas que él y sus
hermanos representaban en los circos.
Hugo García Robles, citado por Horacio Ferrer, afirma por su parte en El
folklore musical de Argentina y Uruguay, que "hacia mediados del siglo
pasado está gestándose ya la Milonga en el Uruguay y en torno a 1870 está ya
presente. A fines del siglo XlX llenaba tres funciones: 1) acompañaba el
incipiente baile de pareja tomada independiente, subclase de abrazada que
conduciría a una verdadera revolución coreográfica que compartiría con el
tango; 2) es payada de contrapunto, después de haber desplazado en esta
misión a la cifra, y 3) es canción criolla que se canta con diferentes modales
de estrofa (cuartetas, sextinas, octavillas o décimas) "
A fines del siglo XIX y comienzos del XX, los habitantes de los centros
urbanos, la aristocracia y los escritores que no se acercaban a las periferias, o
que si lo hacían mantenían una actitud hipócrita, consideraban al tango como
un producto del lupanar.
Los hermanos Héctor y Luis Bates, en su Historia del tango, sostienen que
"el tango vivió su infancia y buena parte de su pubertad -permítasenos la
expresión- en casas de baile de muy segundo orden, en 'peringundines' y
lupanares. Las letras no hicieron más que reflejar el ambiente que les daba
vida. Obscenas, procaces, indecibles en un medio, no diremos ya de altura o
de hogar, sino aun en boca de personas de cierta educación, quedaron
circunscriptas a los muros que ocultaban la vergüenza de la ciudad".
Esas letras que escandalizaban a los Bates, al punto que las transcriben
modificadas sin su salsa original, no eran todavía letras de tango.
Suburbio y arrabal
La mala fama del tango se convirtió en una leyenda negra. Era la música y
la danza de las prostitutas y de los malevos. Al respecto, muchos autores
insisten machaconamente con la vinculación del género con el hampa y el
prostíbulo que, según ellos, contagia a la soldadesca y a locales de diversión
frecuentados por delincuentes.
El tango son los compadritos que dirimen sus diferencias en duelo criollo
en una solitaria esquina, la prepotencia del más fuerte y el amor que se vende
al mejor postor. Incluso escritores como Jorge Luís Borges vieron el origen de
la coreografía del tango en los movimientos de los duelistas, esquivando y
tirando puñaladas.
"Por todo lo contrario de suburbio -afirma el autor-, tiene esta palabra una
misteriosa potencia fonética. Algo así como una oscura pólvora acústica que
se gatilla en la erre, pega tres sordos estampidos en las aes, y fulgura como
matando en la ele final: ¡Arrabai! Y hay que escribirla con mayúscula y entre
signos de admiración, porque así lo exige su sonoridad: Arrabal nombra,
claro, el bajo urbano de la mala vida."
Los suburbios, entonces, eran los conventillos, los cuartos de pensión, las
casas humildes donde se amontonaban varias familias, los lugares donde las
madres cocinaban y lavaban la ropa y los padres tenían un estrecho lugar para
echarse después del trabajo o de pasarse horas y horas buscando conchabo y
dónde los niños se reunían a jugar en las calles o los patios por falta de
espacio. Era en los suburbios donde vivía el inmigrante recién llegado pero
dispuesto a hacer fortuna, y donde encontraba alojamiento el criollo
trasladado a la capital. Eran Boedo, la Boca, la Concepción y Montserrat en
Buenos Aires, y Goes, Palermo, Aguada y la Unión en Montevideo. Y las
zonas portuarias en general de ambas ciudades, por supuesto.