Cómo Reinventar Las Fiestas Populares de Noviembre - 2003
Cómo Reinventar Las Fiestas Populares de Noviembre - 2003
Cómo Reinventar Las Fiestas Populares de Noviembre - 2003
POPULARES DE NOVIEMBRE?
En el foro participaron como ponentes los investigadores Edgar Rey Sinning, Edgar Gutiérrez y
Enrique Muñoz, y la gestora cultural Astrid Torres.
Para los conferencistas, el origen de las Fiestas de Independencia (hay consenso entre los
expositores en que deben llamarse así, y no Fiestas de Noviembre) tiene un hilo conductor que
define la forma de recrear y reconstruir las fiestas en la actualidad: el carácter político, de libertad
frente al yugo español, una fiesta anticolonial que, según el investigador Edgar Gutiérrez, "fue la
celebración de un nuevo orden, uno propio, pero que en la actualidad constituye la construcción
de lo republicano".
Para este investigador, algunas de las preguntas esenciales a responder son: ¿Cuáles eran los
imaginarios del pasado, aquellos imaginarios cívicos, patrióticos o republicanos, como sus
correspondientes imaginarios festivos y carnavalescos? ¿Cómo es esa estrecha relación entre
historia y ficción, realidad y memoria, realidad y utopía? ¿Cómo fue la participación de las élites de
aquellas épocas y de los sectores populares? ¿Cuáles eran los referentes festivos?
Hay, según Gutiérrez, diferencias sustanciales en las formas de expresión de lo festivo, que van de
la diversidad emancipadora expuesta a principios del siglo XX, hasta la pérdida de importancia de
lo lúdico-musical en los años recientes. "Antes existían trajes como el mayorazgo, el indio Pielroja,
los arlequines, las susanas, que posteriormente son sustituidos por los cabezones, por el capuchón
(por ironía a las injusticias de la Inquisición). Hasta 1930 no hay mención del capuchón en las
fiestas locales, pero también estaban los carros charros que representaban simbólicamente desde
un juego de béisbol hasta una fiesta íntima. O más recientemente un camión con fandango a
bordo que alegraba las madrugadas y esperas".
Para Gutiérrez, ha habido una transformación de los elementos distintivos del proceso
independentista que han sido incorporados a la celebración de la fiesta. "El bando de guerra, que
es diferente al bando colonial, y que caracteriza lo republicano, es reemplazado por el bando
festivo; los simulacros bélicos que representaban los enfrentamientos entre patriotas y españoles
son reemplazados por las extinguidas batallas de flores, batallas navales, y las hoy controvertidas
batallas de buscapié".
Por otra parte, para el investigador musical Enrique Muñoz, quien basó su intervención en el
trabajo “Cartagena festiva, la mascarada carnavalesca”, las Fiestas de Independencia del 11 de
noviembre de 1811 tuvieron un origen eminentemente político, pero posteriormente "la tradición
de los carnavales de Cartagena se tragó la rigidez de la celebración patria".
Según Muñoz, el mundo festivo del 11 de noviembre, del cual el arte hace parte, "debe ser una de
las primeras tareas esenciales para restaurar la tradición festiva de Cartagena" por lo que, desde
esa óptica, el incremento poblacional de las últimas décadas es un elemento propiciador de
espacios festivos.
En ese orden de ideas, la mirada de la tradición festiva de Cartagena debe ser amplia y debe,
incluso, tener en cuenta lo paradójico, que se expresa, según Muñoz, en que la fiestas del 11 de
noviembre, que implican transgresión, rebelión y confrontación bélica, reivindicaron el toreo, una
de las grandes tradiciones hispánicas. "En el Parque de Bolívar, quizá el principal escenario de
celebración de las festividades, era donde se hacían las corridas de toros".
Este sentido de lo paradójico, agrega Muñoz, hace que cuando se desarrollen los discursos festivos
dentro de la tradición patriótica, se reclamen ya no el paisaje como aquella mirada nostálgica del
país, sino nuevos imaginarios políticos desde una óptica libertaria. Es por esto que en el espacio de
la simbología de lo patriótico, que recorre casi todo el siglo XIX y las tres primeras décadas del XX,
todos los bandos, discusiones y discursos de la época se refieren a la gesta emancipadora como un
acto sagrado, en el que se eleva la patria a la dignidad de casi una divinidad.
De allí que, para Muñoz, las fiestas tuvieran un rigor político pero al mismo tiempo estuvieran
cruzadas por una tradición carnavalesca que tiene su mejor preludio en la festividad religiosa de
Nuestra Señora de la Candelaria. "Este escenario de lo festivo también era pregonado desde la
óptica de la historia a partir de los catecismos políticos. Si catecismo -explica Muñoz- significa
repetir en voz alta el discurso que se quiere pregonar, entonces lo que se quería repetir y pregonar
era el acto patriótico".
Para este investigador, la pérdida del rumbo de lo patriótico de las festividades del 11 de
noviembre, entre otras razones caracterizado por la degradación y la ignorancia de la clase política
local, es uno de los hechos que más claramente explican el hundimiento de las Fiestas de
Independencia: en la actualidad se carece por completo de un sentido de la organización, y las
iniciativas son más individuales que con un sentido de la planificación integral. "Desde el siglo XIX y
hasta la segunda mitad de 1950, las fiestas tenían 6 meses de preparación. Eso sin contar el
periodo de la celebración de los 100 años, cuando la ciudad se preparó durante cinco años para
celebrar unas fiestas que duraron 19 días consecutivos con sus respectivas prórrogas", explicó.
Gran parte de la decadencia de las fiestas se observa contrastando la participación de los distintos
estamentos sociales y económicos de Cartagena. "Un retrato de esa época diría que todo el
comercio se volcaba sobre las festividades, al igual que la Universidad de Cartagena y los gremios
de artesanos, que jugaban un papel protagónico en el aspecto organizativo". Las relaciones y los
espacios de integración social a los que Muñoz se refiere, se manifestaban en el contrapunteo
entre carros alegóricos y charros, que eran de la clase más pobre de la ciudad.
Para el investigador y sociólogo Edgar Rey Sinning, actual gerente de Telecaribe, las fiestas “deben
ser sometidas a una revisión detenida con la participación de todos sus actores. Es indiscutible que
la fiesta está en crisis. Una ojeada espontánea o informada nos hace ver que los cartageneros
tienen una fiesta popular débil. Se produce la siguiente escena con características dramáticas: la
fiesta no alcanza a tomarse la ciudad, no la abarca, no la influye por completo. Es una fiesta que se
desarrolla en tramos y parcialmente. Y la ciudad tampoco se toma a la fiesta”. Rey indica que “el
ciudadano cartagenero no parece entender el carácter de toma integral que la fiesta significa en el
espíritu de una ciudad. No entiende que no sólo es el tiempo del gozo y el disfraz, que puede
disfrazarse él, pero también puede disfrazar desde el perro hasta la casa. Ya en el carnaval de
Barranquilla hay concurso de la casa con mejor disfraz”.
Según Astrid Torres y Jesús Taborda, el carácter cívico-popular de las Fiestas de Independencia -
"que conjugan un ritual de códigos y valores simbólicos que buscan perpetuar un orden social y
cultural", según Torres- ha sido absorbido por las actividades del Concurso Nacional de Belleza, al
punto que hoy se tiene una mirada hacia este evento como si fuera la esencia misma de la Fiesta
de Independencia. Esto, de acuerdo con Torres, ha llevado a la larga al desconocimiento del
trabajo de algunas ONG y comités culturales que se han dado a la tarea de recuperar las
costumbres de casi dos siglos.
Por su parte, Muñoz afirma que si bien el Concurso Nacional de la Belleza, en la medida que toma
fuerza, afecta lo que el pueblo cartagenero y su tradición festiva venían conmemorando, éste no
es la lápida que sepulta el cadáver de las festividades. "Sí es un obstáculo pero no es el único
culpable". Por el contrario, sostiene que el deterioro de la festividades es antiguo y está asociado a
la indiferencia de los hacedores de la política. "En 1967, cuando se presenta una de las mayores
crisis de las festividades, ya se observa cómo el Concejo de Cartagena hacía trizas la Licorera de
Bolívar. Desde entonces no hay un elemento nuevo que articule una mirada crítica a las fiestas, los
discursos anuales son repetitivos, siempre se invoca el acta de proclamación de independencia
que firmaron los García Toledo y los Gutiérrez de Piñeres, pero hasta ahí".
Esta visión de Muñoz es complementada por Jorge García Usta, para quien la pregunta central a
resolver es por qué, al tiempo que el Concurso Nacional de la Belleza se fortalece y gana espacios
en la ciudad y en el país, se deterioran las fiestas populares. Sin embargo, de allí a plantear que se
acabe con el concurso -"lo cual es socialmente imposible", dice-, para que las fiestas populares
recuperen su vitalidad, es una estrategia equivocada.
Por su parte Gutiérrez, quien comparte el argumento expuesto por Muñoz, señala que la
problemática contemporánea de las fiestas supera en complejidad la intervención del mismo
concurso, y expone antecedentes históricos de las festividades que demuestran, por un lado, la
existencia de las reinas como elemento importante de las celebraciones y, por el otro, el sentido
de lo patriótico, como semilla original a recuperar, que tenían las puestas en escena en donde
éstas participaban. "Antes se hacían representaciones en las que había un palacio real y estaban
todas las cortes con sus reyes y sus reinas, y entonces la multitud empezaba a quejarse de las
injusticias de estas cortes, y posteriormente entraban los republicanos, sacaban a la corte y
elegían a un presidente".
Para Edgar Gutiérrez, la propuesta de recuperación de las festividades populares debe ser el
resultado "del diálogo de múltiples voces, del hacer festivo de varias manos, de tal forma que
puedan integrarse pluralmente los fragmentos urbanos, del tejido social y cultural de la ciudad".
Enrique Muñoz afirma, por su parte, que mientras las fiestas no retomen lo popular, "lo
eminentemente creador" a su juicio, serán un fracaso, y todo intento de recuperarlas será fallido.
Al respecto, manifestó que hay que reorganizar a los diferentes actores y protagonistas de las
fiestas, y entender que el aumento de la población debe permitir repensar el primer día de la
celebración, con la lectura del bando en el desfile con reinas y carrozas.
Según Astrid Torres, la celebración organizada de las fiestas debe ir de la mano del estímulo al
espíritu creador popular, no sin antes incorporar el estudio y la vivencia de las festividades en los
centros de educación de la ciudad. "La importancia de la Independencia de Cartagena se logrará
brindando herramientas metodológicas para la investigación, la recuperación y la proyección de
las fiestas, generando mecanismos de participación y propiciando la libre expresión que dan un
bagaje cultural suficiente y un reconocimiento de lo nuestro".
Edgar Rey indica que “un problema fundamental es cómo asumir la fiesta desde lo popular. En
este sentido, los actores de la fiesta deben desarrollar iniciativas y dinámicas encaminadas a
enriquecer la fiesta. La gente no puede estar esperando siempre lo que el Estado puede hacer por
ella en la apropiación de la fiesta”. El sociólogo anota que “las relaciones entre actores festivos y
Estado debe ser cordial, fecunda y darse durante gran parte del año. Y el Instituto de Patrimonio y
Cultura de Cartagena puede ser el interlocutor entre los hacedores de las políticas culturales y los
actores protagónicos de las fiestas”.
Finalmente, Rey sostiene que las fiestas son “una ocasión extraordinaria para construir ciudad,
pero también representan un mecanismo de producción material. Un momento en el cual la
producción artística puede servir como medio subsistencia material. La fiesta es un movilizador
económico. La fiesta, además de todos sus significados simbólicos, genera empleo”.
Según Gutiérrez, no se puede olvidar el carácter público que tiene la celebración de las Fiestas de
Independencia, pues se trata de una efeméride que es patrimonio simbólico de toda la ciudad.
Esta visión reivindica los orígenes de las festividades, cuya celebración "es una clara muestra,
irrebatible, de los elementos colectivos, de las experiencias dramáticas de solidaridad, de
fraternidad, de interés común y participación en los destinos de la construcción de nuestra crítica
y amada ciudad".
Esto le permite llegar a conclusiones sobre el carácter público-festivo de las celebraciones: "las
expresiones festivas no se hacen a través de unas exclusivas voces autorizadas, sino de muchas, de
múltiples voces, pero lo más significativo es que esa multiplicidad, de su multiculturalidad, es que
se manifiesta con completa libertad". Sobre el terreno de lo público, dice Gutiérrez, se debe
afirmar el deber cívico para construir o reconstruir nuestra memoria, porque lo público y lo cívico
son dos ramas del mismo árbol de nuestra historia, y ratifica esa esfera social llamada sociedad
civil, es decir, la expresión social de nuestra convivencia solidaria para la reinvención de nuestra
memoria festiva como proyecto de expresión de una cultura de paz en nuestra nación".
Tanto para los conferencistas invitados como para buena parte del público asistente, gran parte de
la tradición festiva del 11 de noviembre se encuentra en los grupos musicales que la alimentan. De
allí que cuando se habla de difundir los programas festivos, se está hablando de una estrategia
adecuada para recuperar el sentido de lo social-popular de las fiestas. En tal sentido, Muñoz
plantea la necesidad de cerrar la brecha abismal de cobertura entre las emisores de la banda AM y
FM.
Un punto de común acuerdo entre los participantes fue la ausencia histórica -palpable desde
mediados del siglo XX- de las administraciones de la ciudad. En el caso del cabildo de Getsemaní, la
celebración de las fiestas no ha recibido el apoyo gubernamental suficiente, y ésta ha sido más
bien el resultado del esfuerzo de los habitantes del barrio.
Al respecto, Jorge García Usta plantea la necesidad de precisar el sentido práctico de lo que se ha
denominado 'voluntad política'. "Hay que resolver el asunto de si a la administración de la ciudad
le interesan las fiestas como una política de ciudad, de enriquecimiento de la vida de todos”.
García Usta señala algunas de lo que él considera como "paradojas descomunales" que rodean la
política de las festividades novembrinas de Cartagena. "El presupuesto de nuestras fiestas es 30
veces menor que el del Carnaval de Barranquilla, y hay una oleada de dirigentes locales que va a la
Gran Parada, suspiran, y vienen diciendo cuándo tendremos un carnaval como aquel. Lo curioso es
que el resto del año no hacen lo que deberían hacer para que tengamos unas fiestas de esa
magnitud o en vías de enriquecimiento". García Usta concluye que una política de fiestas debe
estar respaldada en una política integral de ciudad.
Sin duda, un elemento de consenso entre los asistentes es rescatar el papel que el sector
educativo tiene en la recuperación de la memoria de las fiestas. "Lo popular pasó a la academia, lo
cual implica que se debe incorporar a la enseñanza", manifiesta Juan Gutiérrez, en concordancia
con Astrid Torres, quien habló de la investigación como parte de la recuperación de la memoria
festiva, y como factor generador de mejores políticas culturales. Por su parte, Muñoz plantea que
estudiando la tradición pueden rescatarse otros protagonistas que pueden alimentar el proceso de
crecimiento de las celebraciones. "Es cierto que hubo problemas en aquellos tiempos, pero sin
duda los protagonistas de esa época fueron superiores a sus retos. Eso lo dejan claro los
documentos históricos". De hecho, desde el siglo XIX las instituciones escolares hicieron parte de
la celebración de las fiestas, por lo que, en ese contexto, "es algo alentador el cabildo de La
Normal, el carnavalito de El Socorro, el cabildo de Getsemaní, el carnaval de San Diego, porque en
la medida en que la ciudad se expande, los barrios son los llamados a hacerla visible".
Para Muñoz, desde ese microespacio de los barrios debe retomarse el sentido de recuperación de
las fiestas, puesto que la ciudad ni sus actores son los mismos de antes. "Para entender la historia
de Cartagena, son fundamentales dos fenómenos festivos: la Virgen de la Candelaria de la Popa y
el 11 de Noviembre. Y sobre todo la participación popular en estas celebraciones".
El gestor cultural Jesús Taborda señaló la necesidad de realizar una discusión sobre las fiestas,
paralela a la celebración de las mismas, en tanto que el teatrero Jorge Naisir sugirió una
participación más activa de los teatreros de la ciudad: "Los teatreros no han hecho parte de las
fiestas, y pueden hacer un gran aporte a través de casetas itinerantes, que muestren en todos los
espacios festivos las obras que se preparen, de tal forma que lo lúdico se enriquezca con una útil
conceptualización para el rescate de la tradición festiva.
Por su parte, Edgar Rey aprovechó el foro convocado por la revista Noventaynueve, para anunciar
que “desde Telecaribe una de las primeras ideas que trataremos de realizar es la definición de un
calendario festivo representativo del Caribe colombiano con el fin de procurar su transmisión o su
captación como memoria documental. Entre esas fiestas, desde luego, cumplen un papel
fundamental las fiestas populares de Cartagena, cuya transmisión este año revisaremos y haremos
a fin de captar sobre todo sus resonancias populares”.
CONCLUSIONES Y RECOMENDACIONES
1. Las fiestas populares novembrinas de Cartagena padecen una crisis crónica producida por
diversas razones políticas, sociales, culturales y económicas. La recuperación del mundo
festivo del 11 de noviembre debe ser una de las primeras tareas esenciales para restaurar
la tradición festiva general de Cartagena. Y es un elemento básico en la recuperación del
tejido social urbano, en la creación de espacios de encuentro ciudadano y en el estímulo a
la creatividad popular y la convivencia urbana.
2. En la pérdida del sentido patriótico de las fiestas cabe responsabilidad a una clase
dirigente que ignora el desarrollo histórico local y desconoce la importancia del mundo
festivo. La recuperación y reinvención de las festividades populares novembrinas debe ser
el resultado del diálogo de múltiples voces, del hacer festivo de varias manos, de tal forma
que puedan integrarse pluralmente los fragmentos urbanos, del tejido social y cultural de
la ciudad. Reinas y reinados han existido como elemento importante de las celebraciones
y, el sentido de lo patriótico debe ser un elemento por recuperar, con puestas en escena
en donde salga a relucir todo el sentido paródico y transgresor de las fiestas. La fiesta es,
además de un escenario simbólico primordial, un mecanismo de progreso económico. Una
política de fiestas para la administración local implica contar con una política integral de
ciudad, en la que lo cultural sea una dimensión fundamental.
3. Desde el siglo XIX y hasta la segunda mitad de 1950, las fiestas tenían 6 meses de
programación. Eso sin contar el periodo de la celebración de los 100 años, cuando la
ciudad se preparó durante cinco años para celebrar unas fiestas que duraron 19 días
consecutivos con sus respectivas prórrogas. Es decir, la fiesta tenía una clara significación
en la articulación social de la ciudad, en sus formas de cohesión y participación en su vida
cotidiana y en su memoria cultural. La pérdida de la riqueza y la importancia de las fiestas
implica la pérdida de espacios para las relaciones y negociación sociales.
4. La tradición carnavalesca cartagenera modificó la rigidez de la celebración patria. Varios
elementos distintivos del proceso independentista han sido incorporados a la celebración
de la fiesta. El bando de guerra, que es diferente al bando colonial, y que caracteriza lo
republicano, fue reemplazado por el bando festivo, y los simulacros bélicos que
representaban los enfrentamientos entre patriotas y españoles fueron reemplazados por
las extinguidas batallas de flores, batallas navales, y las hoy controvertidas batallas de
buscapié.
La investigación y la divulgación sobre las fiestas deben explicar los imaginarios cívicos,
patrióticos o republicanos, como sus correspondientes imaginarios festivos y
carnavalescos; señalar cómo es la relación entre historia y ficción, realidad y memoria,
realidad y utopía, y de qué manera se presentó la participación de las élites de aquellas
épocas y de los sectores populares y cuáles eran sus referentes festivos.
Las fiestas deben retomar los elementos que constituyen lo popular y lo creativo, y
proponerlo como su eje. Es imperiosa la organización de los sectores protagónicos de las
fiestas, como músicos, danzarines, artesanos, etc. Gran parte de la tradición festiva del 11
de noviembre se encuentra en los grupos musicales que la alimentan.