Lecciones de Octubre Trotsky
Lecciones de Octubre Trotsky
Lecciones de Octubre Trotsky
León Trotsky
Debemos estudiar la Revolución de Octubre
dos, dimanando de ahí el origen directo de choques y crisis. “Sucede harto a menu-
do” —escribía Lenin en julio de 1917— “que, ante un viraje brusco de la Historia,
los mismos partidos avanzados no puedan, por un tiempo más o menos largo, adap-
tarse a la nueva situación, y repitan consignas eficaces ayer que carecen hoy de sen-
tido, tanto más ‘súbitamente’ cuanto más súbito haya sido el viraje histórico”. De
donde se deduce un peligro: si el viraje ha sido demasiado brusco o inesperado, y si
el período anterior ha acumulado con exceso elementos de inercia y de conservadu-
rismo en los órganos dirigentes del partido, éste se muestra incapaz de ejercer la
dirección en el momento más grave, para el cual se había preparado durante varios
años o decenios. Lo corroe la crisis y el movimiento se efectúa sin finalidad, pre-
destinado a la derrota.
Un partido revolucionario está sometido a la presión de diferentes fuerzas políti-
cas. En cada período de su desarrollo elabora los medios de resistirlas y rechazarlas.
En los virajes tácticos que comportan reagrupamientos políticos y roces internos dis-
minuye su fuerza de resistencia. De ahí la posibilidad constante de que los agrupa-
mientos internos engendrados por la necesidad del viraje táctico se desarrollen
considerablemente y lleguen a ser la base de diferentes tendencias de clase. En resu-
men, un partido desvinculado de las tareas históricas de su clase se convierte, o corre
el riesgo de convertirse, en instrumento indirecto de las demás.
Si la observación que acabamos de hacer es justa respecto a cada viraje táctico
importante, con mayor razón lo será respecto a los grandes virajes estratégicos.
Entendemos por táctica en política —por analogía con la ciencia bélica— el arte de
conducir las operaciones aisladas; por estrategia, el arte de vencer, es decir, de apo-
derarse del mando. Antes de la guerra, en la época de la II Internacional, no hacía-
mos estos distingos; nos limitábamos al concepto de la táctica socialdemócrata. Y
no obedece al azar nuestra actitud. La socialdemocracia tenía una táctica parlamen-
taria, sindical, municipal, cooperativa, etc. En la época de la II Internacional no se
planteaba la cuestión de la combinación de todas las fuerzas y recursos, de todas las
armas, para obtener la victoria sobre el enemigo, porque aquélla no se asignaba la
misión de luchar por el poder. La revolución de 1905, después de un largo interva-
lo, renovó las cuestiones esenciales, las cuestiones estratégicas de la lucha proleta-
ria. De este modo aseguró inmensas ventajas a los revolucionarios socialdemócra-
tas rusos, es decir, a los bolcheviques.
La gran época de la estrategia revolucionaria comienza en 1917, primero en
Rusia y después en toda Europa. Es evidente que la estrategia no impide la táctica.
Las cuestiones del movimiento sindical, de la actividad parlamentaria, etcétera, no
desaparecen de nuestro campo visual, sino que adquieren una nueva importancia
como métodos subordinados de la lucha combinada por el poder. La táctica se
subordina a la estrategia5.
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visto forzados a situar su ala izquierda en la vanguardia, para estar en contacto con
los sóviets bolcheviques de las ciudades. Asimismo en tal caso el resultado directo
de la insurrección hubiera dependido ante todo del estado de ánimo y de la conduc-
ta del ejército, que estaba ligado a los campesinos.
Es imposible, y además inútil, tratar de adivinar ahora si el movimiento de 1914-
15 habría acarreado la victoria en caso de que no hubiera estallado la guerra. Pero
hay muchos indicios para suponer que si la revolución victoriosa se hubiera desa-
rrollado en el sentido en que se iniciaron los sucesos de julio de 1914, el derroca-
miento del zarismo habría ocasionado el advenimiento al poder de los sóviets obre-
ros revolucionarios, quienes, al principio a través de los narodniki de izquierda,
hubieran atraído a su órbita a las masas campesinas.
La guerra interrumpió el movimiento revolucionario que había empezado a
desarrollarse, lo aplazó antes de acelerarlo. Pero creó, en la forma de un ejército
de varios millones de hombres, una base excepcional, tanto política como organi-
zativa, para los partidos de la pequeña burguesía. De hecho, resulta difícil con-
vertir en tal base al campesinado. Los partidos de la pequeña burguesía se
imponían al proletariado y le oprimían en las redes del defensismo12, apoyándose
en la organización del ejército.
He aquí por qué desde un principio Lenin combatió encarnizadamente la vieja
consigna de “dictadura democrática del proletariado y del campesinado”, que,
dadas las nuevas condiciones, significaba la transformación del Partido
Bolchevique en el ala izquierda del bloque defensista. Para Lenin, la tarea princi-
pal estribaba en sacar de la ciénaga defensista a la vanguardia proletaria. Sólo con
esta condición, en la etapa siguiente, podría el proletariado llegar a ser el centro de
enlace de las masas trabajadoras del campo.
Pero, ¿qué actitud era menester adoptar frente a la revolución democrática, o,
dicho con más exactitud, frente a la “dictadura democrática del proletariado y del
campesinado”? Lenin increpa vigorosamente a los “viejos bolcheviques” que han
desempeñado ya varias veces —dice— un triste papel en la historia de nuestro par-
tido repitiendo sin inteligencia una fórmula “aprendida”, en vez de “estudiar” las par-
ticularidades de la nueva situación real:
“Hay que saber adaptar los esquemas a la vida, y no repetir palabras, que han per-
dido todo sentido, acerca de la ‘dictadura del proletariado y el campesinado’ en gene-
ral. (...). ¿Es abarcada la realidad por la vieja fórmula bolchevique del camarada
Kamenev13: ‘la revolución democrático-burguesa no ha llegado a su fin’? No, la fór-
mula ha envejecido. No sirve para nada. Es una fórmula muerta. Serán vanos los
esfuerzos hechos para resucitarla”.
Es verdad que Lenin señaló ocasionalmente que los sóviets de diputados obreros,
soldados y campesinos, en el primer período de la Revolución de Febrero, encarna-
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El artículo a que aludimos no supone una excepción, sino que expresa con exac-
titud la posición de Pravda hasta que regresó Lenin a Rusia. Así, en otro artículo,
Sobre la guerra (Pravda, nº 19, 16/3/17), que contiene, sin embargo, algunas obser-
vaciones críticas acerca del manifiesto a los pueblos, encontramos la siguiente decla-
ración: “No se puede menos que aclamar el llamamiento de ayer, con el que el Sóviet
de Petrogrado de Diputados Obreros y Soldados invita a los pueblos de todo el
mundo a forzar a sus gobiernos para que cese la carnicería”. ¿Cómo hallar una sali-
da a la guerra? El mismo artículo responde: “La salida consiste en una presión sobre
el Gobierno Provisional18 con el fin de hacerle declarar que accede a iniciar inme-
diatamente negociaciones de paz”.
Podríamos dar buen acopio de citas análogas de carácter defensivo y conciliador
más o menos disfrazado. En ese momento, Lenin, que no había conseguido aún salir
de Zurich, se pronunciaba con brío, en sus Cartas desde lejos19, contra toda sombra
de concesión a defensistas y conciliadores. “Es inadmisible, absolutamente inadmi-
sible,” —escribía el 8 de marzo— “disimularse y disimular al pueblo que este
gobierno quiere la continuación de la guerra imperialista, que es el agente del capi-
tal inglés, que persigue la restauración de la monarquía y la consolidación de la
dominación de los terratenientes, así como la de los capitalistas”. El 12 de marzo,
insiste: “Pedir que este Gobierno concluya una paz democrática equivale a predicar
virtud al proxeneta de un burdel”. Mientras Pravda exhorta a ejercer presión sobre
el Gobierno Provisional para obligarle a intervenir en pro de la paz ante “la demo-
cracia del mundo”, Lenin escribe: “Dirigirse al gobierno Gutchkov-Miliukov para
proponerle concluir cuanto antes una paz honrosa, democrática, es actuar como un
buen pope de aldea que propusiera a los terratenientes y a los mercaderes vivir
según la ley de Dios, amar a su prójimo y brindar la mejilla derecha cuando se les
abofetee la izquierda”.
El 7 de abril, unos días después de llegar a Petrogrado20, Lenin se manifestó
resueltamente contra la posición de Pravda en la cuestión de la guerra y la paz:
“Ningún apoyo al Gobierno Provisional; explicar la completa falsedad de todas sus
promesas, sobre todo de la renuncia a las anexiones. Desenmascarar a este gobierno,
que es un gobierno de capitalistas, en vez de propugnar la inadmisible e ilusoria ‘exi-
gencia’ de que deje de ser imperialista”*.
Huelga añadir cómo Lenin califica de “famoso” y “confuso” el llamamiento de
los conciliadores del 14 de marzo, acogido de tan favorable modo por Pravda.
Constituye una hipocresía imponderable invitar a los demás pueblos a romper con
sus banqueros y crear simultáneamente un gobierno de coalición con ellos. “Todos
* Las tareas del proletariado en la presente revolución, en Las tesis de abril, p. 4. Fundación Federico
Engels. Madrid, 1998. Subrayado en el original.
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los ‘centristas’ juran y perjuran” —dice Lenin en su proyecto de bases— “que ellos
son marxistas, internacionalistas, partidarios de la paz, que están dispuestos a ‘pre-
sionar’ por todos los medios a los gobiernos, dispuestos a ‘exigir’ de mil maneras su
propio gobierno que ‘consulte al pueblo para que éste exprese su voluntad de paz’,
propicios a mantener toda suerte de campañas a favor de la paz, de una paz sin ane-
xiones, etc., etc., y propicios también a sellar la paz con los socialchovinistas”*.
¿Pero acaso —podríase objetar desde luego— renuncia un partido revolucionario
a ejercer presión sobre la burguesía y su gobierno? Evidentemente, no. La presión
sobre el gobierno burgués es el camino de las reformas. Un partido marxista revolu-
cionario no renuncia a ellas, aunque éstas se refieran a cuestiones secundarias y no a
cuestiones esenciales. No se puede obtener el poder por medio de reformas ni se
puede, por medio de la presión, forzar a la burguesía a cambiar su política en una
cuestión de la que dependa su suerte. Precisamente por no haber dado lugar a una
presión reformista, la guerra creó una situación revolucionaria. Era necesario seguir
a la burguesía hasta el fin o sublevar a las masas contra ella para arrancarle el poder.
En el primer caso, podrían obtenerse ciertas concesiones de política interior, a con-
dición de apoyar sin reservas la política exterior del imperialismo. Por eso desde el
principio de la guerra el reformismo socialista se transformó abiertamente en socia-
limperialismo. Por eso se vieron obligados los elementos revolucionarios verdaderos
a crear una nueva Internacional.
El punto de vista de Pravda no era proletario-revolucionario, sino demócrata-
defensista, aunque equívoco en su defensismo. “Hemos derrocado el zarismo” —se
decía— “y ejercemos una presión sobre el Gobierno democrático. Éste debe propo-
ner la paz a los pueblos. Si la democracia alemana no puede pesar sobre su Gobierno,
defenderemos nuestra ‘patria’ hasta verter la última gota de nuestra sangre”. La rea-
lización de la paz no se había planteado como tarea exclusiva de la clase obrera —
tarea por llevar a cabo a pesar del Gobierno Provisional burgués—, porque la con-
quista del poder por el proletariado no se había planteado como tarea revolucionaria
práctica. Sin embargo, ambas cosas eran inseparables.
La Conferencia de Abril
* Las tareas del proletariado en nuestra revolución, en Las tesis de abril, p. 42. Fundación Federico
Engels. Madrid, 1998. Subrayado en el original.
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ce sin publicar la reseña de esa Conferencia. Sin embargo, quizá no haya en la his-
toria de nuestro partido congreso que tuviera una importancia tan grande y tan direc-
ta para la suerte de nuestra revolución.
Lucha irreductible contra el defensismo y los defensistas, conquista de la mayoría
en los sóviets, derrocamiento del Gobierno Provisional por medio de los sóviets,
política revolucionaria de paz, programa de revolución socialista en el interior y de
revolución internacional en el exterior; tal fue la postura de Lenin. Conforme se sabe,
la oposición propugnaba el perfeccionamiento de la revolución democrática por
medio de la presión sobre el Gobierno Provisional, debiendo permanecer los sóviets
como órganos de “inspección” cerca del poder burgués. De lo cual se desprende una
actitud más conciliadora con respecto al defensismo.
En la Conferencia de Abril uno de los adversarios de Lenin, Kámenev, argu-
mentó: “Hablamos de los sóviets de diputados obreros y soldados como de centros
organizadores de nuestras fuerzas y del poder (...). Por sí solo su nombre indica que
constituyen un bloque de fuerzas pertenecientes a la pequeña burguesía y al proleta-
riado, para quienes se impone la necesidad de rematar las tareas democráticas bur-
guesas. Si hubiera terminado la revolución democrático-burguesa, no podría existir
este bloque... y contra él orientaría el proletariado la lucha revolucionaria (...). Sin
perjuicio de lo anterior, reconocemos a esos sóviets la calidad de centros de organi-
zación de nuestras fuerzas (...). Así pues, aún no está acabada la revolución burgue-
sa, que no ha dado todo su rendimiento, y debemos reconocer que, si estuviera ter-
minada por completo, pasaría el poder a manos del proletariado”.
Es palmario el desdichado esquematismo de este razonamiento. Porque precisa-
mente la clave de la cuestión está en que para “terminar por completo” era necesario
que pasara el poder a otras manos. El autor del discurso citado ignora el eje verdadero
de la revolución, no deduce las tareas del partido del agrupamiento real de las fuer-
zas de clase, sino de una definición formal de la revolución, considerada burguesa o
democrático-burguesa. Según él, es menester formar bloque con la pequeña bur-
guesía e inspeccionar el poder burgués en tanto no esté perfeccionada la revolución
burguesa. Ello implica un claro esquema menchevique. Al limitar desde el punto de
vista doctrinal las tareas de la Revolución con el apelativo de ésta —revolución “bur-
guesa”—, había de llegarse fatalmente a la política de presionar al Gobierno
Provisional, a la reivindicación de un programa de paz sin anexiones, etc. ¡Por per-
feccionamiento de la revolución democrática se sobreentendía la realización de una
serie de reformas por medio de la Asamblea Constituyente23, donde el Partido
Bolchevique desempeñaría el papel de ala izquierda!
Así perdía cualquier significación efectiva la consigna de “Todo el poder a los
sóviets”. Esto fue lo que en la Conferencia de Abril declaró Noguin, más lógico que
sus compañeros de oposición: “En el curso evolutivo desaparecen las atribuciones
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más importantes de los sóviets, y una serie de sus funciones administrativas se trans-
mite a los municipios, a los zemstvos, etc. Consideremos el desarrollo ulterior de la
organización estatal. No podemos negar que habrá una Asamblea Constituyente, y en
consecuencia, un Parlamento. De ahí resulta que, progresivamente, se irá descargan-
do de sus principales funciones a los sóviets; pero no quiere ello decir que terminen
de una manera vergonzosa su existencia. Se limitarán a transmitir sus funciones. No
será con sóviets del tipo actual con los que llegue a realizarse entre nosotros la repú-
blica comunal”.
Por último, un tercer opositor abordó la cuestión desde el punto de vista de la
madurez de Rusia para el socialismo: “Al enarbolar la consigna de la revolución pro-
letaria, ¿podemos contar con el apoyo de las masas? No, porque Rusia es el país de
Europa donde más domina la pequeña burguesía. Si el partido adopta la plataforma
de la revolución socialista, se transformará en un círculo de propagandistas. Debe
desencadenarse la revolución desde Occidente (...). ¿Dónde saldrá el sol de la revo-
lución socialista? Dado el estado de cosas que reina entre nosotros, dada la prepon-
derancia de la pequeña burguesía, estimo que no nos incumbe tomar la iniciativa de
tal revolución. No disponemos de las fuerzas necesarias a este efecto, además de fal-
tarnos las condiciones objetivas. En Occidente se plantea la cuestión de la revolución
socialista poco más o menos como acá la del derrocamiento del zarismo”.
No todos los adversarios de Lenin sacaban en la Conferencia de Abril las con-
clusiones que Noguin; pero todos, por la lógica de las circunstancias, se vieron obli-
gados a aceptarlas unos meses más tarde, en vísperas de Octubre. Dirigir la revo-
lución proletaria o circunscribirse al papel de oposición en el Parlamento burgués era
la alternativa a la cual se hallaba reducido nuestro partido. La segunda posición era
menchevique, o, dicho más exactamente, era la posición que no tuvieron más reme-
dio que adoptar los mencheviques después de la Revolución de Febrero.
En efecto, durante años, los líderes mencheviques habían afirmado que la
revolución burguesa sólo podía llevar a cabo las aspiraciones de la burguesía, que
la socialdemocracia no podía asumir las tareas de la democracia burguesa y
debería, “sin dejar de impulsar a la burguesía hacia la izquierda”, confinarse a un
papel de oposición. En particular, Martínov24 no se había cansado de desarrollar
esta tesis. Con la Revolución de Febrero, los mencheviques se encontraron en el
Gobierno. De sus “principios” no conservaron más que la tesis relativa a que el
proletariado no debía adueñarse del poder. Así pues, aquellos bolcheviques que
condenaban el ministerialismo menchevique mientras se alzaban contra la toma
del poder por el proletariado, se atrincheraban de hecho en las posiciones prerre-
volucionarias de los mencheviques.
La revolución provocó desplazamientos políticos en dos sentidos: los reacciona-
rios se hicieron kadetes y los cadetes, republicanos (desplazamiento hacia la izquier-
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da); los eseristas y los mencheviques se hicieron partido burgués dirigente (despla-
zamiento hacia la derecha). Por procedimientos de este género era como intentaba la
sociedad burguesa crear una nueva armazón para su poder estatal, su estabilidad y su
orden. Pero, mientras los mencheviques abandonaban su socialismo formal por la
democracia vulgar, la derecha de los bolcheviques se pasaba al socialismo formal, o
sea, a la posición que ocupaban los mencheviques la víspera.
En la cuestión de la guerra se produjo el mismo reagrupamiento. Con excepción
de algunos doctrinarios, la burguesía —que, por cierto, apenas esperaba ya la vic-
toria militar— adoptó la fórmula de “ni anexiones ni indemnizaciones”. Los men-
cheviques y los eseristas zimmerwaldianos, que habían criticado a los socialistas
franceses porque defendían su patria republicana burguesa, se pasaron de la posi-
ción internacionalista pasiva al patrioterismo activo. Al propio tiempo, la derecha
bolchevique se deslizó al internacionalismo pasivo de “presión” sobre el Gobierno
Provisional, con miras a una paz democrática “sin anexiones ni indemnizaciones”.
De tal suerte, la fórmula de la dictadura democrática del proletariado y del campe-
sinado se disloca teórica y políticamente en la Conferencia de Abril y suscita dos
puntos de vista opuestos: el democrático, enmascarado con restricciones socialis-
tas formales, y el socialista revolucionario, el punto de vista auténticamente bol-
chevique y leninista.
pletamente nueva de nuestra revolución”. Pero vinieron las jornadas que marca-
ron un momento importante en el camino de la revolución y el desarrollo de las
divergencias dentro del partido.
En aquellas jornadas la presión espontánea de las masas de Petrogrado desem-
peñó un papel decisivo. Es indudable que Lenin entonces se preguntó si no habría lle-
gado el momento, si el estado de ánimo de las masas no habría traspuesto la supe-
restructura soviética y si, hipnotizados por la legalidad soviética, no correríamos el
riesgo de retrasarnos frente a las masas y apartarnos de ellas. Muy verosímil es que
durante las Jornadas de Julio tuvieran lugar ciertas operaciones de puro carácter mi-
litar por iniciativa de compañeros sinceramente convencidos de no estar en desa-
cuerdo con la apreciación que de la situación hacía Lenin. Más tarde, el propio Lenin
diría: “En julio hicimos bastantes tonterías”. En realidad, también a la sazón el asun-
to se redujo a un reconocimiento, aunque de mayor envergadura, y a una etapa más
avanzada del movimiento.
Tuvimos que batirnos en retirada. Al prepararse para la insurrección y para la
toma del poder, Lenin y el partido no vieron en la intervención de julio más que un
episodio donde habíamos pagado bastante caro el profundo reconocimiento efectua-
do entre las fuerzas enemigas, pero que no podría hacer desviar la línea general de
nuestra acción. Por el contrario, los compañeros hostiles a la política de tomar el
poder verían en el episodio una aventura perjudicial. Los elementos del ala de dere-
cha reforzaron su ofensiva, y su crítica se volvió más categórica. Por consiguiente,
cambió el tono de la réplica, y Lenin escribió: “Todas esas lamentaciones, todas esas
reflexiones que tienden a probar cómo no habría convenido intervenir, provienen de
renegados, si emanan de bolcheviques, o son manifestaciones del pavor y de la con-
fusión peculiares de los pequeño-burgueses”. El calificativo de renegados pronun-
ciado en tal momento proyectaba una luz trágica sobre las divergencias dentro del
partido. En lo sucesivo se repetiría con más frecuencia cada vez.
La actitud oportunista en la cuestión del poder y de la guerra predeterminaba, evi-
dentemente, una actitud análoga respecto a la Internacional. Los derechistas intenta-
ron hacer participar al partido en la Conferencia de Estocolmo25 de los socialpatrio-
tas. El 16 de agosto, Lenin escribió: “El discurso de Kámenev en el Consejo Central
Ejecutivo el 6 de agosto, con motivo de la Conferencia de Estocolmo, no puede
menos que ser reprobado por los bolcheviques fieles al partido y sus principios”. Más
adelante, glosando una frase sobre que sobre Estocolmo empezaba a ondear la ban-
dera revolucionaria, Lenin escribió: “Eso implica una declaración hueca en el espíri-
tu de Tchernov y Tsereteli, una mentira indignante. No es la bandera revolucionaria,
sino la bandera de las transacciones, de los acuerdos, de la amnistía de los socialim-
perialistas, de las negociaciones de los banqueros para el reparto de los territorios
anexionados la que empieza a ondear sobre Estocolmo”.
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En vísperas de la insurrección
importante de los soldados, pero es dudoso todo lo demás. Por ejemplo, estamos per-
suadidos de que, si se efectúan las elecciones a la Asamblea Constituyente, la mayoría
de los campesinos votará por los eseristas. ¿Se trata de un fenómeno fortuito?”.
Esta manera de plantear la cuestión comporta un error radical. No se comprende
que la masa campesina puede tener intereses revolucionarios poderosos y un deseo
intenso de satisfacerlos, pero no puede tener una posición política independiente. En
suma, ha de votar por la burguesía al dar sus votos a los eseristas, o ha de alinearse
de manera activa con el proletariado. Pues bien: de nuestra política dependía la rea-
lización de una u otra eventualidad. Si fuéramos al preparlamento para desempeñar
el papel de oposición en la Asamblea Constituyente, casi de modo automático
dejaríamos a los campesinos en trance de tener que buscar la satisfacción de sus inte-
reses por medio de la Asamblea Constituyente, o sea por medio de la mayoría en la
Asamblea, y no de la oposición. En cambio, la toma del poder por el proletariado cre-
aba inmediatamente el marco revolucionario para la lucha de los campesinos contra
los terratenientes y los funcionarios.
Para emplear nuestras expresiones corrientes, diré que en tal carta hay al mismo
tiempo una “subestimación” y una “sobrestimación” de la masa campesina: subesti-
mación de sus posibilidades revolucionarias (bajo la dirección del proletariado) y
sobrestimación de su independencia política. Esta doble falta dimana, a su vez, de
una subestimación de la fuerza proletaria y de su partido, o sea, de una concepción
socialdemócrata del proletariado. No hay en ello nada que sorprenda. Todos los mati-
ces del oportunismo se sustentan a la postre en una apreciación equivocada de las
fuerzas revolucionarias y de las posibilidades del proletariado.
Al combatir la idea de la toma del poder, los autores de la carta procuran asustar
al partido con las perspectivas de la guerra revolucionaria: “No nos sostiene la masa
de soldados por la consigna de la guerra, sino por la consigna de la paz (...). Si, des-
pués de tomar el poder, necesitáramos, dada la situación mundial, afrontar una gue-
rra revolucionaria, la masa de soldados se alejaría de nosotros. Claro que con noso-
tros permanecerían los mejores de los soldados jóvenes, pero la masa nos abando-
naría”. Esta argumentación es de lo más instructiva. En ella se hallan las razones fun-
damentales que militaron más tarde en favor de concertar la paz de Brest-Litovsk30,
aunque en aquel momento iban dirigidas contra la toma del poder. No cabe duda de
que la posición adoptada en tal carta favorecía singularmente, por cuenta de sus auto-
res y de sus partidarios, la aceptación de la paz de Brest. Nos queda por repetir aquí
lo que sobre el particular hemos dicho en otra parte: que no es la capitulación de
Brest por sí misma lo que caracteriza el genio político de Lenin, sino la alianza de
Octubre y de Brest. Conviene no olvidarlo.
La clase obrera lucha y madura con la conciencia de que su adversario es más
fuerte que ella. Así lo observa de continuo en la vida corriente. El adversario tiene
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riqueza, poder estatal, todos los medios de presión ideológica y todos los ins-
trumentos de represión. Forma parte integrante de la vida y de la actividad de un par-
tido revolucionario, en época preparatoria, la costumbre de pensar que el enemigo
nos aventaja en fuerza. Además, le recuerdan de modo brutal, a cada instante, la fuer-
za de su enemigo, las consecuencias de los actos imprudentes o prematuros a los cua-
les pueda dejarse llevar el partido. Pero llega un momento en que este hábito de con-
siderar más poderoso al adversario se convierte en el principal obstáculo para la vic-
toria. Hasta cierto punto, se disimula hoy la debilidad de la burguesía a la sombra de
su fuerza de ayer. “¡Subestimáis las fuerzas del enemigo!”. He aquí en lo que coin-
ciden todos los elementos hostiles a la insurrección armada. “Cuantos no quieran
simplemente disertar sobre la insurrección”, escribían los derechistas dos semanas
antes de la victoria, “deben sopesar con frialdad sus probabilidades. Y nosotros cre-
emos que es un deber decir que, sobre todo en el momento presente, subestimar las
fuerzas del adversario y sobrestimar las propias sería de lo más perjudicial. Las del
enemigo son mayores de lo que parecen. Petrogrado decidirá el resultado de la lucha.
Pero en Petrogrado han acumulado fuerzas considerables los enemigos del partido
proletario: cinco mil junkers muy bien armados y organizados a la perfección, que
saben batirse y lo desean con ardor; amén de ellos, el Estado Mayor, los destaca-
mentos de choque, los cosacos, una fracción importante de la guarnición y, por últi-
mo, gran parte de la artillería, dispuesta en abanico alrededor de la capital. Además,
con la ayuda del Comité Ejecutivo Central* casi de seguro intentarán nuestros adver-
sarios traer tropas del frente” (Acerca del momento actual).
En la guerra civil, por supuesto, cuando no se trata sencillamente de contar los
batallones, sino de evaluar su grado de conciencia, nunca es posible llegar a una
exactitud perfecta. El propio Lenin estimaba que el enemigo tendría fuerzas im-
portantes en Petrogrado, y proponía empezar la insurrección en Moscú, donde, según
él, debería realizarse sin derramamiento de sangre. Fallos de este tipo en las previ-
siones, aun en las condiciones más propicias, son inevitables, y siempre resulta más
racional afrontar la hipótesis menos grata. Pero lo que por el momento nos interesa
es el hecho de la formidable sobrestimación de las fuerzas del enemigo, la deforma-
ción completa de todas las proporciones, cuando el enemigo no disponía, en realidad,
de ninguna fuerza armada.
Conforme ha demostrado la experiencia en Alemania, esta cuestión tiene una
importancia inmensa. Para los dirigentes del partido comunista alemán la consigna
de la insurrección era principalmente, sino exclusivamente, un medio de agitación;
no pensaban en las fuerzas armadas del enemigo (ejército, destacamentos fascistas,
policía). Se les antojaba que el flujo revolucionario, que crecía sin cesar, resolvería
* Se refiere al CEC de los sóviets, dominado por los conciliadores. (N. de la E.).
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por sí solo la cuestión militar. Pero cuando se encontraron cara a cara frente al pro-
blema, los mismos compañeros que en cierto modo habían considerado inexistente la
fuerza armada del enemigo, cayeron de golpe en el otro extremo: comenzaron a acep-
tar de buena fe cuantas cifras se les suministraban acerca de las fuerzas armadas de
la burguesía, las sumaron con cuidado a las fuerzas del ejército y de la policía, redon-
dearon el total hasta llegar a más de medio millón, y así se encontraron con que ante
ellos tenían un ejército compacto, armado hasta los dientes, suficiente para paralizar
sus esfuerzos.
Resulta incontestable que las fuerzas de la contrarrevolución alemana eran más
considerables, y en cualquier caso estaban mejor organizadas y mejor preparadas que
las de nuestros kornilovianos y semikornilovianos, pero también las fuerzas activas
de la revolución alemana eran diferentes de las nuestras. El proletariado en Alemania
representa la mayoría aplastante de la población. Entre nosotros, al menos en la etapa
inicial, decidían la cuestión Petrogrado y Moscú. En Alemania, la insurrección habría
tenido al menos diez poderosos hogares proletarios. Si hubieran pensado en esto los
dirigentes del partido comunista alemán, las fuerzas armadas del enemigo les habrían
parecido mucho menos importantes que en sus evaluaciones estadísticas, infladas
hasta la hipérbole. De todos modos, conviene rechazar categóricamente las evalua-
ciones tendenciosas que se han hecho y continúan haciéndose después del fracaso de
octubre en Alemania, con objeto de justificar la política que condujo a él.
A tal respecto, tiene una importancia excepcional nuestro ejemplo ruso. Dos
semanas antes de nuestra victoria sin efusión de sangre en Petrogrado —victoria que
de igual forma podíamos haber conseguido dos semanas antes—, expertos políticos
del partido veían erguirse frente a nosotros una multitud de enemigos: los junkers que
sabían y deseaban batirse, los batallones de choque, los cosacos, una parte conside-
rable de la guarnición, la artillería dispuesta en abanico alrededor de la capital, las
tropas traídas del frente. En realidad no había nada, nada en absoluto. Supongamos
ahora por un instante que los adversarios de la insurrección hubieran tenido la supre-
macía en el partido y el Comité Central. Si Lenin no hubiera apelado al partido con-
tra el Comité Central, lo cual se disponía a hacer y de seguro hubiese hecho con
éxito, entonces la Revolución habría estado condenada a la ruina. Pero no todos los
partidos tendrán a su disposición un Lenin cuando se encuentren frente a una situa-
ción análoga. No es difícil figurarse cómo se habría escrito la historia si hubiera
triunfado en el Comité Central la tendencia a eludir la batalla. A no dudar, los histo-
riadores oficiales hubiesen representado la situación de modo que mostrara hasta qué
punto habría sido una locura la insurrección de octubre de 1917, sirviendo al lector
estadísticas fantásticas sobre el número de junkers, cosacos, destacamentos de cho-
que, artillería “dispuesta en abanico” y cuerpos de Ejército procedentes del frente.
Sin haberlas comprobado realmente durante la insurrección, esas fuerzas parecerían
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mucho más amenazadoras de lo que en realidad eran. ¡He aquí la lección que con-
viene incrustar a fondo en la conciencia de cada revolucionario!
La presión insistente, continua, incansable, de Lenin sobre el Comité Central, a
lo largo de septiembre y octubre, obedeció al temor de que dejáramos pasar el
momento. “¡Bah! Así aumentará nuestra influencia”, contestaban los derechistas.
¿Quién tenía razón? ¿Y qué significa dejar pasar el momento? Ahora abordamos la
cuestión en que la apreciación bolchevique, activa, estratégica, de las vías y los méto-
dos de la revolución está en más clara pugna con la apreciación socialdemócrata,
menchevique, impregnada de fatalismo. ¿Qué significa dejar pasar el momento?
Evidentemente, el momento cuando más nos favorece la correlación de fuerzas es
también el más favorable para la insurrección. Huelga matizar que se trata de la
correlación de fuerzas en el terreno de la conciencia, es decir, de la superestructura
política, y no de la base que se puede considerar más o menos constante para toda la
época de la revolución. Sobre una sola y misma base económica, con la misma dife-
renciación de clases de la sociedad, la correlación de fuerzas varía según el estado de
ánimo de las masas proletarias, el derrumbe de sus ilusiones, la acumulación de expe-
riencia política, la pérdida de confianza de las clases y grupos intermedios en el
poder estatal o el debilitamiento de la confianza que en sí mismo tenga el citado
poder. En tiempos de revolución estos procesos se producen con rapidez. Todo el arte
de la táctica consiste en aprovechar el momento en que la combinación de condicio-
nes sea más propicia. El intento de golpe de Estado de Kornílov había preparado, en
definitiva, tales condiciones. Las masas habían visto con sus propios ojos el peligro
de la contrarrevolución y —habiendo perdido la confianza en los partidos mayorita-
rios en el Sóviet— consideraron que le tocaba el turno a los bolcheviques de buscar
una salida a la situación. La disgregación del poder estatal y la afluencia espontánea
de confianza impaciente y exigente de las masas a los bolcheviques no durarían
mucho. La crisis debía resolverse de una manera u otra.
“¡Ahora o nunca!”, repetía Lenin, a lo que los derechistas replicaban: “Es un pro-
fundo error histórico plantear la cuestión del paso del poder a las manos del partido
proletario con el dilema de ‘ahora o nunca’. Porque el partido del proletariado
aumentará, y su programa se volverá cada vez más claro para masas cada vez más
numerosas (...). Tomando la iniciativa de la insurrección en las circunstancias actua-
les, podría interrumpirse la serie de sus éxitos (...). Os ponemos en guardia contra
esta política funesta” (Acerca del momento actual).
Este optimismo fatalista exige un estudio atento. No tiene nada de nacional,
menos aún de personal. Sin ir más lejos, el año pasado observamos en Alemania la
misma tendencia. En el fondo, son la irresolución e incluso la incapacidad de acción
las que se disimulan tras este fatalismo expectante; pero se enmascaran con un
pronóstico consolador, arguyendo que nos volvemos más influyentes cada vez, que
LECCIONES DE OCTUBRE 201
nuestra fuerza aumenta con el tiempo. Craso error. La fuerza de un partido revolucio-
nario sólo se acrecienta hasta un momento dado, después del cual puede declinar.
Ante la pasividad del partido, las esperanzas de las masas dan paso a la desilusión,
de la que saca ventaja el enemigo, que entretanto se repone de su pánico. A un tal
cambio hemos asistido en Alemania en octubre de 1923. Tampoco en Rusia estuvi-
mos muy lejos de él en el otoño de 1917. Para que se materializase, quizá habrían
bastado algunas semanas. Tenía razón Lenin: “¡Ahora o nunca!”.
“Pero”, decían los adversarios de la insurrección, formulando así su último y
principal argumento, “la cuestión decisiva está en saber si el estado de ánimo de los
obreros y soldados de la capital llega de veras al extremo de que éstos ya no vean
más salvación que la batalla callejera, de que la quieran a todo trance. Y no existe tal
estado de ánimo (...). La existencia de un estado de ánimo combativo que incitara a
echarse a la calle a las masas de la población pobre de la capital sería una garantía de
que, si estas masas tomaran la iniciativa de la intervención, arrastrasen consigo orga-
nismos más considerables y más importantes (sindicato de ferroviarios, de Correos y
Telégrafos, etc.), en los cuales la influencia de nuestro partido es débil. Pero, como
ni siquiera existe tal estado de ánimo en las fábricas y los cuarteles, constituiría un
engaño utilizarlo de base para edificar planes” (Acerca del momento actual).
Estas líneas, escritas el 11 de octubre, adquieren una importancia de excepcio-
nal actualidad si se recuerda que, para explicar la retirada sin combate del año pasa-
do, también los compañeros alemanes que dirigían el partido alegaron que las masas
no querían batirse. Pero hay que comprender que, en general, la victoria de la insu-
rrección está más asegurada cuando las masas ya son lo bastante expertas como para
no lanzarse a tontas y locas a la batalla, y aguardan, exigen, una dirección combati-
va, resuelta e inteligente. En octubre de 1917, instruidas por la intervención de abril,
las Jornadas de Julio y la sublevación de Kornílov, las masas obreras, o al menos
su vanguardia, comprendían perfectamente que ya no se trataba de protestas
espontáneas parciales ni de reconocimientos, sino de la insurrección decisiva para
la toma del poder. Por ende, su estado de ánimo se había vuelto más reconcentrado,
más crítico, más razonado.
El tránsito de la espontaneidad confiada y llena de ilusiones a una conciencia más
crítica engendra inevitablemente una crisis revolucionaria. Esta crisis progresiva en
el estado de ánimo de las masas no puede superarse a no ser con una política apro-
piada del partido, lo cual equivale a decir con su deseo y su capacidad verdadera de
dirigir la insurrección del proletariado. Por el contrario, un partido que durante largo
tiempo ha conducido una agitación revolucionaria, arrancando poco a poco al prole-
tariado de la influencia de los conciliadores, si comienza a titubear, a buscar subter-
fugios, a tergiversar y a dar rodeos después de que la confianza de las masas le ha
constreñido al camino de los hechos, provoca en éstas la decepción y la desorgani-
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Ahora que hemos caracterizado la esencia de las cuestiones políticas ligadas a la pre-
paración de la Revolución de Octubre y que hemos intentado esclarecer el sentido
profundo de las divergencias en nuestro partido, nos resta examinar brevemente los
momentos más importantes de la lucha que dentro del mismo se produjo en el trans-
curso de las últimas semanas, de las semanas decisivas.
El Comité Central aprobó, el 10 de octubre, la decisión de proceder a la insu-
rrección armada. El 11 se envió a las principales organizaciones del partido la carta
Acerca del momento actual. Una semana antes de la revolución, Kámenev publicó
otra carta en Novaya Zhizn. “No sólo Zinóviev y yo, sino una porción de compa-
ñeros, estimamos que sería un acto inadmisible, funesto para el proletariado y la
revolución, tomar la iniciativa de la insurrección armada en el momento presente,
con la correlación actual de fuerzas, independientemente del Congreso de los Sóviets
y días antes de su convocatoria” (Novaya Zhizn, 18/10/17). El 25 de octubre el poder
estaba conquistado y el gobierno soviético constituido en San Petersburgo.
El 4 de noviembre, varios militantes eminentes presentaron su dimisión del
Comité Central y del Consejo de Comisarios del Pueblo [gobierno soviético; N. de
la E.], exigiendo la creación de un gobierno de coalición entre todos los partidos del
Sóviet y contra “el mantenimiento de un gobierno puramente bolchevique a través
del terror político”. Y añadían en otro documento de la misma fecha: “No podemos
asumir la responsabilidad de la funesta política practicada por el Comité Central con-
tra la voluntad de una parte inmensa del proletariado y de los soldados, que desean
cese lo más pronto posible la efusión de sangre entre las diferentes fracciones de la
democracia. Por eso presentamos nuestra dimisión como miembros del Comité
Central, para tener derecho a exponer sinceramente nuestra opinión a la masa de
obreros y soldados, y a exhortarlos a suscribir nuestra divisa: ‘¡Viva el gobierno de
todos los partidos del Sóviet! ¡Acuerdo inmediato sobre esta base!” (Insurrección de
Octubre, Archivos de la Revolución, 1917).
Así pues, quienes habían combatido la insurrección armada y la conquista del
poder como una aventura, intervinieron, después de la victoria de la insurrección,
para que se le restituyese el poder a aquellos partidos a los que se lo arrebató el pro-
letariado. ¿Por qué razón debiera el Partido Bolchevique victorioso devolver el poder
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—ya que de una restitución del poder se trataba— a los mencheviques y a los ese-
ristas? La oposición respondía: “Consideramos necesaria la creación de tal gobierno
para prevenir toda ulterior efusión de sangre, el hambre amenazadora, el aplasta-
miento de la Revolución por los partidarios de Kaledin; para garantizar la convoca-
toria de la Asamblea Constituyente en la fecha fijada y la realización efectiva del pro-
grama de paz adoptado por el Congreso Panruso de los Sóviets de Diputados Obreros
y Soldados”. En otras palabras, se trataba de salir por la puerta soviética hacia el
camino del parlamentarismo burgués. Después de haberse negado la Revolución a
pasar por el preparlamento y de haberse afianzado merced a Octubre, se imponía la
tarea de salvarla de la dictadura, según la oposición, canalizándola en el régimen bur-
gués con el concurso de los mencheviques y los eseristas. Se trataba, ni más ni
menos, que de la liquidación de Octubre. Evidentemente, ni hablar de un acuerdo en
tales condiciones.
Al día siguiente, 5 de noviembre, aún apareció otra carta donde se reflejaba la
misma tendencia: “No puedo, en nombre de la disciplina de partido, callar cuando,
en contra del buen sentido y a despecho de la situación, unos marxistas no quieren
tener en cuenta las condiciones efectivas que nos dictan imperiosamente el acuerdo
con todos los partidos socialistas (...). No puedo, en nombre de la disciplina de par-
tido, entregarme al culto a la personalidad, hacer depender de la participación ante-
rior de tal o cual persona en el ministerio un acuerdo político con todos los partidos
socialistas, acuerdo que consolidaría nuestras reivindicaciones fundamentales, y pro-
longar así, aunque no sea más que por un instante, la efusión de sangre” (Rabochaya
Gazeta, 5/11/17). El autor de esta carta, Lozovsky, concluye proclamando la necesi-
dad de luchar por un congreso del partido a fin de decidir “si el Partido Obrero
Socialdemócrata de Rusia (bolchevique) seguirá siendo el partido marxista de la
clase obrera, o si se adentrará en definitiva por una vía sin nada en común con el mar-
xismo revolucionario”.
En efecto, la situación parecía desesperada. No sólo la burguesía y los propieta-
rios rurales, no sólo la “democracia revolucionaria*”, en cuyas manos se hallaban
todavía numerosos organismos (Sóviet Panruso de Ferroviarios, sóviets de soldados,
de funcionarios, etc.), sino también los militantes más influyentes de nuestro propio
partido, miembros del Comité Central y del Consejo de Comisarios del Pueblo, con-
denaban públicamente la tentativa del partido de permanecer en el poder para reali-
zar su programa. En un examen superficial la situación podía parecer desesperada.
Aceptar las reivindicaciones de la oposición significaba liquidar Octubre. Pero
entonces no valía la pena haber llevado a cabo la Revolución. Sólo había un camino:
seguir adelante, contando con la voluntad revolucionaria de las masas.
Pedro y Pablo, detener al Estado Mayor y al Gobierno, enviar contra los cadetes mili-
tares y la División Salvaje destacamentos decididos a sacrificarse hasta el último
hombre antes que dejar penetrar al enemigo en los sitios céntricos de la ciudad; debe-
mos movilizar a los obreros armados, convocarlos a la batalla suprema, ocupar
simultáneamente el telégrafo y el teléfono, instalar nuestro Estado Mayor Insurrecto
en la estación telefónica central, comunicarlo telefónicamente con todas las fábricas,
con todos los regimientos, con todos los puntos donde se desarrolla la lucha armada,
etc. Claro que todo ello no es más que aproximativo; pero insisto en probar cómo no
se podría en el momento actual permanecer fiel al marxismo y a la revolución sin tra-
tar la insurrección como un arte”.
Esta manera de juzgar las cosas presuponía la preparación y la ejecución del
movimiento insurreccional por medio del partido y bajo su dirección, debiendo luego
sancionar la victoria el Congreso de los Sóviets. El Comité Central no aceptó tal pro-
puesta. Se ligó la insurrección al II Congreso de los Sóviets. Esta divergencia exige
una explicación especial. Naturalmente no es una cuestión de principios, sino una
mera cuestión técnica, aunque de gran importancia práctica.
Ya hemos dicho cuánto temía Lenin dejar pasar la oportunidad de la insurrec-
ción. Ante los titubeos que se manifestaban por parte de las eminencias del partido,
ligar formalmente la insurrección a la convocatoria del II Congreso de Sóviets le
parecía un retraso inadmisible, una concesión a la vacilación y a los vacilantes, una
pérdida de tiempo, un verdadero crimen. Desde finales de septiembre reitera
muchas veces este pensamiento.
El 29 de septiembre escribe: “Existe en el Comité Central y entre los dirigentes
del partido una tendencia, una corriente, a favor de esperar al Congreso de los Sóviets
y contra la toma inmediata del poder, contra la insurrección inmediata. Es menester
combatir esta tendencia, esta corriente”. A comienzos de octubre, aún escribe:
“Esperar es un crimen; aguardar al Congreso de los Sóviets es un formalismo infan-
til y absurdo, una traición a la revolución”. En sus tesis para la Conferencia de
Petrogrado del 8 de octubre aduce: “Hay que luchar contra las ilusiones constitucio-
nalistas y las esperanzas en el Congreso de los Sóviets; hay que renunciar a la inten-
ción de aguardar, cueste lo que cueste, a ese Congreso”. El 24 de octubre, en fin,
escribe: “Cualquier retraso en la insurrección equivale ahora a la muerte (...). La
Historia no perdonará un retraso a los revolucionarios que pueden vencer hoy (y ven-
cerán, seguro), pero que corren el riesgo de perderlo todo si aguardan a mañana”.
Todas estas cartas, donde cada frase estaba forjada sobre el yunque revolucio-
nario, presentan un interés excepcional para caracterizar a Lenin y apreciar el
momento. Las inspira el sentimiento de la indignación contra la actitud fatalista,
expectante, socialdemócrata, menchevique, respecto a la Revolución, considerada
una especie de película sin fin. Si en general el tiempo es un factor importante en
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pretexto para la insurrección armada, pretexto que para él era más ventajoso. No sólo
colocábamos al Gobierno Provisional en una situación política desventajosa, sino
que adormecíamos su desconfianza.
Los ministros creían seriamente que por nuestra parte se trataba del parlamen-
tarismo soviético, de un nuevo congreso donde se adoptaría una nueva resolución
acerca del poder, similar a las resoluciones de los sóviets de Petrogrado y Moscú,
después de lo cual, remitiéndose al preparlamento y a la próxima Asamblea
Constituyente, nos dejarían en ridículo. Tal era el pensamiento de los pequeño-
burgueses más razonables, y de ello tenemos una prueba incontestable en el
testimonio de Kerensky.
Cuenta éste en sus memorias la virulenta discusión que, en la noche del 24 al
25 de octubre, tuvo con Dan y otros respecto a la insurrección que estaba ya en
marcha: “Primero me dijo Dan que ellos estaban mucho mejor informados que yo,
que exageraba los acontecimientos bajo la influencia de las comunicaciones de mi
‘Estado Mayor reaccionario’. Luego me aseguró que la resolución de la mayoría
del Sóviet, resolución desagradable ‘para el amor propio del Gobierno’, contri-
buiría indiscutiblemente a un cambio favorable del estado de ánimo de las masas;
que ya se dejaba sentir su efecto, y que ahora ‘disminuirá con rapidez’ la influen-
cia de la propaganda bolchevique.
“Por otra parte, según él, los bolcheviques, en sus negociaciones con los líderes
de la mayoría soviética, se habían declarado dispuestos a ‘someterse a la voluntad de
la mayoría de los sóviets’ y a tomar ‘desde mañana’ todas las medidas para sofocar
la insurrección, que ‘ha estallado contra su deseo, sin su sanción’. Concluyó Dan
insistiendo en que ‘desde mañana’ (¡siempre mañana!) los bolcheviques disolverían
su Estado Mayor militar, y me declaró que todas las precauciones adoptadas por mí
sólo servían para ‘exasperar’ a las masas, porque, con mi ‘intromisión’, no hacía más
que impedir a los representantes de la mayoría de los sóviets triunfar en sus nego-
ciaciones con los bolcheviques sobre la liquidación de la insurrección.
“Pues bien; en el momento de hacerme Dan esta notable comunicación, los des-
tacamentos armados de la ‘guardia roja’ ocupaban sucesivamente los edificios guber-
namentales. Y casi a raíz de salir del Palacio de Invierno Dan y sus compañeros, fue
detenido en la Millionnaya el ministro de Cultos, Kartachev, que regresaba de la
sesión del Gobierno Provisional, y conducido al Instituto Smolny, adonde había vuel-
to Dan para proseguir sus entrevistas con los bolcheviques. Hay que reconocer que
éstos obraron entonces con una gran energía y una habilidad consumada. Mientras la
insurrección estaba en su apogeo y por toda la ciudad operaban las ‘tropas rojas’,
algunos líderes bolcheviques, especialmente afectos a esta tarea, se esforzaban, no
sin éxito, en engañar a los representantes de la ‘democracia revolucionaria’. Toda la
noche se la pasaron estos redomados discutiendo sin tregua las diferentes fórmulas
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que, al decir de ellos, debían servir de base para una reconciliación y para liquidar la
insurrección. Con este método de las ‘negociaciones’ ganaron los bolcheviques un
tiempo precioso en extremo para su causa. Y no se movilizaron a tiempo las fuerzas
combativas de los eseristas y de los mencheviques. Que es lo que se trataba de
demostrar” (A. Kerensky, Desde lejos).
Esto es lo que se trataba de demostrar, en efecto. Conforme se ve, los concilia-
dores se dejaron coger por completo en la celada de la legalidad soviética. En cam-
bio, es falsa la suposición de Kerensky según la cual unos bolcheviques especial-
mente encargados de esta misión inducían a error a mencheviques y eseristas res-
pecto a la liquidación próxima de la insurrección. En realidad, tomaron parte en las
negociaciones aquellos bolcheviques que de veras querían liquidar la insurrección y
constituir un Gobierno socialista por acuerdo entre los partidos. Pero, objetivamen-
te, esos parlamentarios prestaron a la insurrección un buen servicio alimentando con
sus ilusiones las del enemigo. No obstante, pudieron prestar este servicio a la revo-
lución sólo porque el partido, a despecho de sus consejos y advertencias, efectuaba
y remataba la insurrección con una energía infatigable.
Para el éxito de esta amplia maniobra envolvente se requería un concurso excep-
cional de circunstancias grandes y pequeñas. Ante todo, hacía falta un ejército que no
quisiera ya batirse. Muy otro hubiera sido el desarrollo total de la revolución, particu-
larmente en el primer período, si no hubiéramos tenido, al llegar el momento oportu-
no, un ejército campesino de varios millones de hombres vencido y descontento. Sólo
en estas condiciones era posible realizar de modo satisfactorio con la guarnición de
Petrogrado la experiencia que predeterminó la victoria de Octubre. No convendría eri-
gir en ley tal combinación especial de una insurrección tranquila, casi inadvertida, en
la defensa de la legalidad soviética contra los kornilovianos. Por el contrario, puede
afirmarse con certeza que nunca se repetirá semejante experiencia en ninguna parte
bajo la misma forma. Pero procede estudiarla con cuidado porque su estudio ensan-
chará el horizonte de cada revolucionario, desvelándole la diversidad de métodos y
medios susceptibles de ponerse en práctica, a condición de asignarse un móvil claro, de
tener una idea precisa de la situación y el propósito de llevar la lucha hasta el final.
En Moscú la insurrección se prolongó mucho más y causó más víctimas. Lo
explica hasta cierto punto el hecho de que la guarnición de la ciudad no hubiera sufri-
do una preparación revolucionaria, como la guarnición de Petrogrado, con el envío
de batallones al frente.
En Petrogrado, repetimos, se efectuó la insurrección armada dos veces: la prime-
ra quincena de octubre, cuando los regimientos se negaron a cumplir la orden del
comandante en jefe, sometiéndose a la decisión del Sóviet, que respondía por com-
pleto a su estado de ánimo; y el 25 de octubre, cuando ya no se requería más que una
pequeña insurrección complementaria para abatir al Gobierno de Febrero.
LECCIONES DE OCTUBRE 211
que atañe a los demás países capitalistas, no tendrán esta ventaja, es decir, esta pro-
ximidad entre la revolución burguesa y la revolución proletaria. Hace mucho tiempo
que llevaron a cabo su Revolución de Febrero. Claro que en Inglaterra todavía que-
dan bastantes reminiscencias feudales, pero no hay probabilidades de una revolución
burguesa allí. En cuanto el proletariado inglés tome el poder, del primer escobazo
limpiará al país de monarquía, aristócratas, etc. La revolución proletaria en
Occidente tendrá que vérselas con un Estado burgués enteramente formado, aunque
esto no significa que sea estable, porque la posibilidad misma de la insurrección pro-
letaria presupone una descomposición bastante importante del Estado capitalista. Si
entre nosotros la Revolución de Octubre fue una lucha contra un aparato estatal que
aún no había tenido tiempo de formarse desde Febrero, en otros países la insurrec-
ción tendrá contra ella un aparato estatal en trance de dislocarse progresivamente.
Por regla general, como hemos dicho en el IV Congreso de la Internacional
Comunista, hay muchas razones para que en la Europa central y occidental al prole-
tariado le cueste más tomar el poder. Cabe suponer que la resistencia de la burguesía
sea mucho más fuerte que la que nosotros nos encontramos. Pero una vez que el pro-
letariado obtenga la victoria y se haga con el poder, tendrá las manos mucho más
libres que nosotros, la situación será mucho más firme, mucho más estable que la
nuestra. La guerra civil no se desarrolló de veras entre nosotros hasta después de la
toma del poder por el proletariado en los principales centros urbanos e industriales,
y duró los tres primeros años de existencia del poder soviético.
Evidentemente, estas conjeturas tienen forzosamente un carácter condicional. El
desenlace de los acontecimientos dependerá en gran medida del orden en que se pro-
duzca la revolución en los diferentes países de Europa, de las posibilidades de inter-
vención militar, de la fuerza económica y militar de la Unión Soviética en ese
momento. De cualquier modo, la eventualidad muy verosímil de que en Europa y
América la conquista del poder tropiece con una resistencia mucho más seria, mucho
más encarnizada y reflexiva de las clases dominantes que la que nos opusieron a
nosotros nos obliga a considerar la insurrección armada y la guerra civil en general
como un arte.
Porque, a pesar de la inmensa ventaja que ofrecen como organismos de la lucha por
el poder, es perfectamente posible que la insurrección se desarrolle en otra forma orgá-
nica (comités de fábrica, sindicatos) y que los sóviets como órgano del poder no sur-
jan hasta el momento de la insurrección o incluso después de la victoria.
Desde este punto de vista, resulta muy instructiva la lucha que emprendió Lenin
contra el fetichismo sovietista después de las Jornadas de Julio. Dado que en julio
los sóviets, dirigidos por eseristas y mencheviques, se convirtieron en organismos
que impulsaban francamente a los soldados a la ofensiva y perseguían a los bolche-
viques, se podía y debía buscar otros caminos para el movimiento revolucionario de
las masas obreras. Lenin señalaba los comités de fábrica como organismos de la
lucha por el poder (ver, por ejemplo, las memorias de Ordzhonikidze). Es muy pro-
bable que el movimiento hubiera tomado esta forma de no ser por la sublevación de
Kornílov, que obligó a los sóviets conciliadores a defenderse y permitió a los bol-
cheviques insuflarles de nuevo el espíritu revolucionario, ligándolos estrechamente a
las masas por medio de su izquierda, o sea, del bolchevismo.
Tal cuestión tiene una gran importancia internacional, según ha demostrado la
reciente experiencia de Alemania. En este país se crearon varias veces sóviets como
órganos de la insurrección, del poder... sin poder. En 1923 el movimiento de las
masas proletarias y semiproletarias comenzó a agruparse alrededor de los comités de
fábrica, que en el fondo cumplían las mismas funciones que las de nuestros sóviets
en el período anterior a la lucha directa por el poder. Sin embargo, en agosto y sep-
tiembre, algunos compañeros propusieron proceder inmediatamente a la creación de
sóviets en Alemania. Tras largos y ardientes debates la propuesta fue rechazada, y
con razón. Como los comités de fábrica ya se habían convertido en puntos efectivos
de concentración de las masas revolucionarias, los sóviets habrían desempeñado en
el período preparatorio un papel paralelo al de estos comités y no serían sino una
forma sin contenido. Así pues, no habrían hecho más que desviar la atención de las
tareas materiales de la insurrección (ejército, ferrocarriles, etc.) para volver a fijarlo
en una forma de organización autónoma.
Por otra parte, la creación de sóviets como tales antes de la insurrección impli-
caría una especie de proclamación de guerra sin efecto. El Gobierno, que estaba obli-
gado a tolerar los comités de fábrica porque agrupaban masas considerables, se
ensañaría contra los primeros sóviets por ser órganos que abiertamente intentarían
apoderarse del poder. Los comunistas se habrían visto obligados a defenderlos.
Entonces la lucha decisiva no tendría por móvil la conquista o la defensa de posicio-
nes materiales, ni se desarrollaría en el momento escogido por nosotros, cuando la
insurrección se desprendiera necesariamente del movimiento de las masas, sino que
estallaría, a causa de una forma orgánica, a causa de los sóviets, en el momento esco-
gido por el enemigo.
214 LECCIONES DE OCTUBRE
que, durante el período más crítico de la revolución —de febrero de 1917 a febrero
de 1918— adoptó en todas las cuestiones esenciales una postura socialdemócrata.
Para preservar de las consecuencias funestas de este estado de cosas al partido y
a la revolución, se requirió la influencia excepcional de Lenin. Esto es lo que no
puede olvidarse, si queremos que aprendan algo en nuestra escuela los partidos
comunistas de los demás países. La cuestión de la selección de los dirigentes reviste
una importancia excepcional para los partidos de Europa occidental. Así lo enseña,
entre otras, la experiencia del fracaso de octubre de 1923 en Alemania. Pero ha de
efectuarse tal selección con arreglo al principio de la acción revolucionaria.
En Alemania hemos tenido bastantes ocasiones de experimentar la valía de los
dirigentes del partido en el momento de las luchas directas. Sin esta prueba, no hay
elementos de juicio seguros. Durante el transcurso de estos últimos años, Francia ha
vivido muchas menos convulsiones revolucionarias. Sin embargo ha habido algunas
ligeras explosiones de guerra civil, en que la dirección del partido y los dirigentes
sindicales debían reaccionar en cuestiones urgentes e importantes, como el mitin san-
griento del 11 de enero de 1924. El estudio atento de episodios de este género nos
suministra datos inestimables que permiten apreciar las buenas cualidades de la
dirección del partido, la conducta de sus dirigentes y de sus diferentes órganos.
Irremisiblemente llevaría a la derrota no tener en cuenta estos datos a la hora de
seleccionar a los hombres, porque es imposible la victoria de la revolución proleta-
ria sin una dirección perspicaz, resuelta y valerosa.
Todo partido, incluso el más revolucionario, genera inevitablemente un conser-
vadurismo orgánico. De no hacerlo, carecería de la estabilidad necesaria. Pero a este
respecto todo es cuestión de grados. En un partido revolucionario debe combinarse
la dosis necesaria de conservadurismo con la ausencia total de rutina, la flexibilidad
de orientación y la audacia en la acción. Se comprueban mejor tales cualidades en los
virajes históricos. Hemos visto antes cómo decía Lenin que, cuando sobrevenía un
cambio brusco de situación —y por tanto de tareas—, los partidos, incluso los más
revolucionarios, continuaban a menudo en su postura anterior, y de ahí que se vol-
vieran, o amenazaran volverse, un freno para el desarrollo revolucionario. El conser-
vadurismo del partido, igual que su iniciativa revolucionaria, encuentra su expresión
más concentrada en los órganos dirigentes. Pues bien, los partidos comunistas euro-
peos todavía tienen que efectuar su giro más brusco, aquél por el cual pasarán del tra-
bajo preparatorio a la toma del poder. Tal giro es el que exige más cualidades, impo-
ne más responsabilidades y resulta más peligroso. Desperdiciar el momento oportu-
no implica para el partido el mayor desastre que pueda sufrir.
La experiencia de las batallas de los últimos años en Europa, y principalmente en
Alemania, nos enseña que hay dos categorías de dirigentes propensos a hacer retro-
ceder al partido en el momento en que le conviene dar el mayor salto adelante. Los
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unos tienden a ver más que nada las dificultades, los obstáculos, y a apreciar cada
situación con la idea preconcebida, inconsciente a veces, de esquivar la acción. En
ellos, el marxismo se vuelve un método que sirve para establecer la imposibilidad de
la acción revolucionaria. Los ejemplares más característicos de este tipo de dirigen-
tes eran los mencheviques rusos. Pero no se limita este tipo al menchevismo y, en el
momento más crítico, se revela dentro del partido más revolucionario, entre los mili-
tantes que ocupan los más altos cargos. Los representantes de la otra categoría son
agitadores superficiales. No ven los obstáculos mientras no tropiezan con ellos de
frente. Cuando llega el momento de la acción decisiva, transforman inevitablemente
en impotencia y pesimismo su costumbre de eludir las dificultades reales haciendo
juegos malabares de palabras.
Para el primer tipo, para el revolucionario mezquino que se contenta con ínfimas
ganancias, las dificultades de la conquista del poder no constituyen sino la acumula-
ción y la multiplicación de todas las que está habituado a hallar en su camino. Para
el segundo tipo, para el optimista superficial, siempre surgen repentinamente las difi-
cultades de la acción revolucionaria. En el período preparatorio estos dos hombres
observan conductas diferentes: el uno parece un escéptico con quien es imposible
contar firmemente desde el punto de vista revolucionario; por el contrario, el otro
puede parecer un revolucionario ardoroso. Pero en el momento decisivo ambos van
juntos de la mano para erguirse contra la insurrección. Sin embargo, todo el trabajo
preparatorio sólo tiene valor en la medida en que capacita al partido y sobre todo a
sus órganos dirigentes para determinar el momento de la insurrección y dirigirla.
Porque la tarea del partido comunista consiste en la toma del poder con objeto de pro-
ceder a la reconstrucción de la sociedad.
En estos tiempos se ha hablado y escrito con frecuencia respecto a la necesidad
de “bolchevizar” la Internacional Comunista. Se trata, en efecto, de una tarea urgen-
te, indispensable, cuya proclamada necesidad se hace sentir todavía de modo más
imperioso después de las terribles lecciones que el año pasado nos dio en Bulgaria y
Alemania. El bolchevismo no es una doctrina, o no es sólo una doctrina, sino que es
un método de educación revolucionaria para llevar a cabo la revolución proletaria.
¿Qué significa bolchevizar los partidos comunistas? Significa educarlos y seleccio-
nar en su seno un equipo dirigente, de modo que no flaqueen llegado el momento de
su Revolución de Octubre. “Esto es todo Hegel, la sabiduría de los libros y el signi-
ficado de toda filosofía...”.
Piechekonov, Tchernov y Dan; todos podían servir por igual para facilitar la trans-
misión del poder de la burguesía al proletariado. Quizá aquél conociera un poco
mejor la estadística y diese la impresión de ser un hombre algo más práctico que
Tsereteli o Tchernov. Una docena de Piechekonov equivalía a un Gobierno com-
puesto de representantes ordinarios de la pequeña burguesía democrática en vez del
Gobierno de coalición.
Cuando las masas petersburguesas, dirigidas por nuestro partido, adoptaron la
consigna “¡Abajo los diez ministros capitalistas!”, exigían de modo tácito que ocu-
pasen el lugar de éstos los mencheviques y los narodniki. “Apead a los kadetes y
tomad el poder, señores demócratas burgueses; poned en el Gobierno a doce
Piechekonov, y os prometemos desalojaros de vuestros puestos lo más pacíficamen-
te posible en cuanto suene la hora. Y no ha de tardar en sonar”. No cabe hablar enton-
ces de una línea política especial. Mi línea política era la formulada por Lenin en tan-
tas ocasiones.
Considero necesario subrayar la advertencia hecha por el camarada Lentsner, edi-
tor de este volumen. Como él mismo señala, la mayoría de los discursos contenidos
en este volumen no fueron tomados de versiones taquigráficas, sino de informes
suministrados por periodistas de la prensa conciliadora, semiignorantes y semimali-
ciosos. Un rápido examen de varios documentos de esta clase me hicieron rechazar
la decisión de corregirlos y complementarlos. Que permanezcan tal cual están. Son
también, a su manera, documentos de la época, aunque emanados de la otra parte.
Este volumen no hubiera aparecido sin la competente y cuidadosa labor del cama-
rada Lentsner —que recopiló también las notas— y de sus colaboradores, camaradas
Heller, Krijanovsky, Rovensky e I. Rumer.
Aprovecho la oportunidad para expresarles mi gratitud. Como así también para
destacar el enorme trabajo de preparación de este volumen, así como de otros libros,
realizados por mi más estrecho colaborador, M. S. Glazman*. Termino estas líneas
con el más profundo sentimiento de pesar ante la trágica desaparición de este magní-
fico camarada, hombre y trabajador.
* M. S. Glazman fue expulsado del Partido Comunista, bajo falsas acusaciones, suicidándose pos-
teriormente (N. de la E.).
NOtAs
1) Lecciones de Octubre apareció en octubre de 1924, como prólogo de Trotsky a los dos volúmenes
de recopilación de sus escritos del primer año de la revolución, que tenían por título 1917. Las ideas con-
tenidas en el prólogo habían sido expresadas muchas veces desde 1917, pero en vida de Lenin la firmeza
bolchevique de Trotsky jamás fue puesta en duda. La troika Stalin-Zinóviev-Kámenev, que se alzó con el
control del Partido Bolchevique, tomó como pretexto este prólogo para lanzar a los cuatro vientos el fan-
tasma del “trotskismo”. Cuando Zinóviev rompió con Stalin, admitió que, por exigencias de la lucha por
el poder, había sugerido ingeniosamente que se vincularan las diferencias concretas del momento con las
discusiones del pasado. Trotsky habría de ser acusado de intentar desfigurar el leninismo. En el transcur-
so del ataque a Lecciones de Octubre (que se conoció con el nombre de “discusión literaria”), Trotsky fue
acusado de pesimismo y aventurerismo, de desviación pequeño-burguesa y de subestimar al campesina-
do. Secretamente, Zinóviev y Kámenev propusieron que Trotsky fuera expulsado del partido. Pero,
actuando entonces con suma cautela, Stalin vetó la idea. Todo el aparato del Estado y de la Internacional
Comunista, sin embargo, fue puesto en movimiento para aislar a Trotsky y aterrorizar a sus partidarios. La
resolución oficial cerrando la “discusión” señalaba que debía realizarse en el partido una sistemática cam-
paña a fin de educarlo contra el carácter “pequeño-burgués” y “antibolchevique” del trotskismo, existen-
te desde 1903.
2) En junio de 1923, el Gobierno búlgaro del dirigente campesino Stambulisky fue derrocado mili-
tarmente por fuerzas reaccionarias encabezadas por Zankov, posteriormente jefe del fascismo búlgaro.
Caracterizando la situación como una lucha entre camarillas burguesas y olvidando tanto el problema
campesino como el nacional (la minoría macedonia), el Partido Comunista se declaró neutral. Una vez
triunfante, el régimen de Zankov sometió al partido a una feroz persecución, declarándolo ilegal. Kolarov,
representante de los comunistas búlgaros en Moscú, negó, sin embargo, que el partido hubiese sufrido una
derrota. En septiembre del mismo año, sin darse cuenta del cambio producido en la situación como resul-
tado de su pasividad en junio, los comunistas trataron de reivindicarse con un putch aventurero.
Naturalmente, fracasó por completo.
5) “La concepción de la estrategia revolucionaría tomó forma justo en los años posteriores al comien-
zo de la guerra, bajo la influencia de la terminología militar. Pero no nació por casualidad de este modo.
Antes de la guerra sólo hablábamos de la táctica del partido proletario; dicha concepción se adecuaba sufi-
cientemente a los métodos parlamentarios y sindicales, que no trascendían los límites de las tareas y rei-
vindicaciones cotidianas. Por táctica se entendía un sistema de medidas que sirvieran para una tarea ais-
lada o para una cuestión especial de la lucha de clases. La estrategia revolucionaria, por el contrario, com-
prende un sistema combinado de acciones que por su vinculación, crecimiento y consistencia deben con-
ducir al proletariado a la conquista del poder. Naturalmente, los principios fundamentales de la estrategia
revolucionaria fueron formulados en la época en que el marxismo proclamó la tarea de la conquista del
poder sobre la base de la lucha de clases” (Trotsky, Stalin, el gran organizador de derrotas).
6) El Grupo de Emancipación del Trabajo fue fundado por Plejánov, Axelrod, Vera Zasulich, Deutsch
e Ignatov, exilados rusos en Suiza, después de su ruptura con los narodniki en 1883. Fue la primera orga-
nización socialdemócrata rusa y se disolvió al fundarse el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia
(POSDR).
7) “Las leyes de la historia no tienen nada de común con el esquematismo pedantesco. El desarrollo
desigual, que es la ley más general del proceso histórico, no se nos revela en parte alguna con la eviden-
cia y la complejidad con que lo patentiza el destino de los países atrasados. Azotados por el látigo de las
necesidades materiales, los países atrasados se ven obligados a avanzar a saltos. De esta ley universal del
desarrollo desigual de la cultura se deriva otra que, a falta de nombre más adecuado, calificaremos de ley
del desarrollo combinado, aludiendo a la aproximación de las distintas etapas del camino, a la combina-
ción de las distintas fases y a la amalgama de formas arcaicas y modernas” (Trotsky, Historia de la
Revolución Rusa).
8) Observaciones de Lenin sobre el doble poder: “La cuestión fundamental en toda revolución es la
del poder estatal. Mientras no se comprenda bien esto, nadie puede pretender participar inteligentemente
en la revolución y mucho menos dirigirla (...). ¿Qué es la dualidad de poderes? Consiste en el hecho de
que al lado del Gobierno Provisional, del gobierno de la burguesía, se ha desarrollado otro, aún débil,
embrionario, pero indudablemente un gobierno real y que crece: el Sóviets de Diputados Obreros y
Soldados (...). Este poder es del tipo de la Comuna de París, de 1871. Las características fundamentales
de este tipo de poder son: 1) su origen no está en las leyes previamente consideradas y aprobadas por el
parlamento, sino en la iniciativa directa de las masas, en la toma directa del poder, para usar una expre-
sión popular; 2) en lugar de la policía y del ejército, instituciones separadas del pueblo y opuestas al pue-
blo, existe el armamento directo del pueblo entero; el orden gubernamental está asegurado así por los pro-
pios obreros y campesinos armados, por el propio pueblo armado; 3) la burocracia oficial también es des-
plazada por el gobierno directo del pueblo, o, al menos, puesta bajo control especial; no solamente se con-
vierten en funcionarios elegidos por el pueblo, sino que están sometidos a la confirmación por el pueblo,
son reducidos a la categoría de representantes directos; de capa privilegiada, con suculentos ingresos, se
transforman en obreros cualificados que manejan ciertas herramientas, recibiendo salarios que no exce-
den del que perciben los obreros cualificados comunes”. Lenin, Obras Completas.
9) Los mencheviques eran la tendencia minoritaria surgida en el Congreso de 1903 del POSDR, en
contraposición a la mayoría bolchevique. Vinculados ideológicamente a los dirigentes reformistas de la II
Internacional, defendían la inevitabilidad de un largo período de dominio capitalista en Rusia antes de que
el proletariado pudiera plantearse la toma del poder. Las contradicciones entre la burguesía y la autocra-
cia zarista llevarían a la realización de una revolución democrático-burguesa clásica, y el papel del parti-
do obrero sería el de ser la oposición de la burguesía. Estas posturas se pusieron en evidencia durante la
Revolución Rusa, cuando los capitalistas demostraron su incapacidad para resolver las tareas democráti-
NOTAS 223
cas, y llevaron a los mencheviques a convertirse en uno de los principales apoyos del Gobierno
Provisional. Se opusieron abiertamente a la insurrección de Octubre.
10) También llamados socialrevolucionarios. Miembros del Partido Socialista Revolucionario, que
tenía sus antecedentes en los narodniki. Su programa llamaba a la “constitución de un Gobierno popular
libre, nacionalización de la tierra y nacionalización de todas las grandes industrias”. Su diversidad ide-
ológica interna era un reflejo de la enorme heterogeneidad del campesinado y de su falta de independen-
cia política. El sector de derechas, mayoritario, se convirtió en el perro faldero de la burguesía, partici-
pando en el Gobierno Provisional. El ala izquierda se escindió y participó con los bolcheviques en el
gobierno soviético surgido de Octubre hasta la firma de la paz de Brest-Litovsk, que los llevó a pasar a la
oposición.
11) Los narodniki o populistas tuvieron considerable influencia a fines del siglo pasado. Eran inte-
lectuales de la pequeña burguesía que depositaban su esperanza para acabar con el zarismo en el campe-
sinado ruso, por considerarlo la clase revolucionaria. Creían que el mir (comunidad campesina) era la
forma embrionaria del comunismo. Se esforzaron por difundir sus ideas “yendo al pueblo”, es decir, via-
jando a las zonas rurales para politizar al campesinado. También lucharon contra el zarismo mediante la
“propaganda por los hechos”, o sea, con los métodos del terrorismo individual.
13) Lev Kámenev (1883-1936). Se unió al POSDR en 1901, siendo estudiante en Moscú. Arrestado
durante una manifestación en marzo de 1902, expulsado de la Universidad y puesto bajo vigilancia, huyó
a París en el otoño de 1902. Se adhirió a los bolcheviques en 1903. De vuelta en Rusia, participa en la
revolución de 1905 en Petrogrado; arrestado nuevamente en 1908, se vuelve a exiliar. Retorna a Rusia en
1914 a instancias del Comité Central para actuar como director de Pravda y dirigir la fracción del parti-
do en la Duma. Arrestado con toda la fracción de la Duma ese mismo año, vuelve a exiliarse. Miembro
del Comité Central desde la Conferencia de abril de 1917 hasta 1927. Presidente del Comité Ejecutivo
Central de los Sóviets en el II Congreso. Suplente de Lenin en la presidencia del Buró Político bolchevi-
que. Miembro de la delegación a Brest-Litovsk. Presidente del Sóviet de Moscú de 1916 a 1926. Miembro
del Consejo de Comisarios del Pueblo (Gobierno soviético) hasta 1922. Embajador en Italia en 1927.
Se separó de Stalin en 1925, luego de haber formado parte de la troika con él y con Zinóviev, y se
acercó a las posiciones de Trotsky. Expulsado del partido en 1927, capituló poco después y fue readmiti-
do en 1928. Expulsado de nuevo del partido y exiliado en octubre de 1932. Capituló y volvió a Moscú en
mayo de 1933. Principal acusado, con Zinóviev, del primer juicio de Moscú (1936), en el que se procesó
y condenó a muerte a toda la vieja guardia bolchevique.
14) La Conferencia de Abril de los bolcheviques se celebró en Petrogrado del 24 al 29 de dicho mes.
El orden del día incluía: la situación política (perspectivas de la revolución rusa), la guerra, la labor pre-
paratoria para la formación de la III Internacional, la cuestión agraria, el programa y la cuestión nacional.
224 LECCIONES DE OCTUBRE
De los debates se tomaron muy pocas notas, pero fue probablemente la conferencia más decisiva en la his-
toria del partido. La línea seguida por Stalin y Kámenev, antes del retorno de Lenin a Rusia, fue decisi-
vamente reemplazada por la estrategia que conducía a la toma del poder. Stalin había considerado la dife-
rencia entre los sóviets y el Gobierno Provisional simplemente como una división del trabajo. Consideraba
al Gobierno Provisional, de acuerdo a sus propias palabras, como una entidad que debía “ratificar las con-
quistas del pueblo revolucionario”. Defendía, además, la reunificación con los mencheviques. “Debemos
hacerlo. Es necesario definir nuestra posición como base para una unión; la unión es posible sobre la base
de Zimmerwald-Kienthal (...). Dejaremos de lado los pequeños desacuerdos dentro del partido”. Las tesis
de Lenin fueron una nota discordante. “Hasta nuestros bolcheviques demuestran cierta confianza en el
gobierno. Esto sólo se explica por la intoxicación de la revolución. Es la muerte del socialismo.
Compañeros, vosotros tenéis una actitud confiada hacia el gobierno. Si eso es así, nuestros caminos se
separan. Prefiero permanecer en minoría”.
15) El economismo fue una variante rusa del sindicalismo. Sostenía que la lucha por reivindicaciones
económicas era suficiente para desarrollar espontáneamente el movimiento de masas, su conciencia polí-
tica y una dirección revolucionaria. Lenin lo atacó en su libro ¿Qué hacer? porque lo consideró peligro-
so, por idealizar el atraso de la clase obrera, subestimando las tareas políticas y la necesidad de la crea-
ción de un partido revolucionario.
17) El 14 de marzo el Comité Ejecutivo Central de los Sóviets lanzó un manifiesto para una paz
democrática sin anexiones ni indemnizaciones. “Ha llegado la hora”, decía, “de que el pueblo tome en sus
propias manos la decisión sobre la guerra y la paz”. El manifiesto podía ser aceptado perfectamente por
el presidente británico Lloyd George y no difería en nada de la retórica del estadounidense Woodrow
Wilson. El verdadero control de la política exterior lo tenía el político burgués Miliukov, que perseguían
los antiguos objetivos imperialistas de la Rusia zarista.
18) El zar fue arrestado en febrero de 1917, abdicando en favor del gran duque Miguel, como regen-
te. Este último, sin embargo, prudentemente, prefirió renunciar. El Comité Provisional de la Duma
Imperial, con el asentimiento del Comité Ejecutivo del Sóviet de Petrogrado, formó un Gobierno
Provisional encabezado por el príncipe Lvov. El líder de la burguesía liberal, Miliukov, tenía la cartera de
Relaciones Exteriores. Gutchkov era ministro de Guerra y Kerensky, de Justicia. El Gobierno Provisional
continuó la política imperialista del zar. Miliukov se declaró a favor de la anexión de Constantinopla y de
llevar la guerra hasta el triunfo final. El resentimiento de las masas se manifestó en las manifestaciones de
abril en Petrogrado, exigiendo la renuncia de Miliukov. Pero, dirigidos por los conciliadores menchevi-
ques y eseristas, el Sóviet intentó frenar a las masas. Sintiendo, sin embargo, que el terreno temblaba bajo
sus pies, el Gobierno Provisional invitó al Comité Ejecutivo Central de los Sóviets a formar un Gobierno
de coalición. Con la oposición de los bolcheviques, el Comité Ejecutivo aceptó. Miliukov y otros renun-
ciaron. El 18 de mayo se formó el segundo Gobierno Provisional (primera coalición), con Kerensky como
ministro de Guerra. Viktor Chernov, eserista, fue designado ministro de Agricultura; los mencheviques
Skobelev y Tsereteli, de Trabajo y Correos y Telégrafos respectivamente; el populista Riajanov, de
Alimentación. El Ejecutivo de los Sóviets justificó la coalición con el argumento de que se llegaría a la
paz y se consolidaría la democracia. En realidad, la coalición continuó la guerra y alentó a la reacción. El
gobierno no podía representar a la vez los intereses de clases en conflicto. La crisis se recrudecía y la bur-
guesía saboteaba la producción. Cinco ministros kadetes (burgueses liberales) dimitieron. La resolución
de las cuestiones importantes fue postergada para la Asamblea Constituyente, que a su vez fue aplazada.
El 20 de julio, el príncipe Lvov renunció y Kerensky ocupó su puesto de primer ministro, manteniendo la
cartera de Guerra.
NOTAS 225
19) Lenin escribió las Cartas desde lejos en Suiza, entre el 2 y el 8 de abril de 1917. Únicamente la
primera llegó a Petrogrado, para ser publicada en los números 14 y 15 de Pravda (La primera etapa de la
primera revolución). Las restantes aparecieron por primera vez en 1924, en el segundo volumen de sus
obras completas (edición rusa). La quinta carta (Problemas de la organización proletaria revolucionaria
del Estado), comenzada el 8 de abril, día de la partida de Lenin de Suiza, nunca fue terminada.
20) Lenin llegó a Petrogrado la noche del 3 de abril de 1917. Al día siguiente, Zinóviev informó al
Comité Ejecutivo del Sóviet de Petrogrado sobre las circunstancias del viaje desde Suiza, a través de
Alemania, en el famoso tren blindado. Treinta y dos emigrados políticos pertenecientes a distintos parti-
dos hicieron el viaje. Fritz Platten, socialista suizo, se encargó de los trámites. Se llegó a un acuerdo por
escrito con e1 embajador alemán en Suiza, cuyos principales puntos fueron los siguientes: 1) Todos los
emigrados, cualquiera que fuese su opinión sobre la guerra, tendrían derecho a viajar, 2) El vagón ferro-
viario ocupado por los emigrados tendría el privilegio de la extraterritorialidad; nadie tendría derecho a
entrar en él sin permiso de Platten; no habría ningún control sobre pasaportes o equipajes, 3) Los viajeros
se comprometieron a intentar la devolución de un número igual de prisioneros de guerra austro-húngaros
y alemanes en Rusia.
21) Manifestación armada espontánea de 25.000 soldados apoyados por obreros, con la consigna:
“Dimisión de Miliukov” (responsable de la prolongación de la guerra). El 21 de abril, el Comité de
Petrogrado de los bolcheviques llamó a la realización de otra manifestación. Los kadetes llamaron por su
parte a sus partidarios a “unirse alrededor del Gobierno Provisional y apoyarlo”. Los elementos burgue-
ses patrioteros chocaron con los obreros y se produjeron escaramuzas sangrientas. El Comité Central bol-
chevique —relató Trotsky— declaró que la prohibición de la manifestación por parte del Sóviet era
correcta y debía ser acatada incondicionalmente. Su resolución decía: “La consigna ‘Abajo el Gobierno
Provisional’ es en este momento incorrecta porque sin un sólido (es decir, consciente y organizado) apoyo
de la mayoría de la población a la revolución proletaria, semejante consigna o es una frase vacía o con-
duce a tentativas de carácter aventurero”. La resolución también establecía que la tarea del momento con-
sistía en una labor de crítica y de propaganda, así como en ganar la mayoría en los sóviets, como antesa-
la de la toma del poder.
22) Augusto Blanqui (1805-81), revolucionario y representante del comunismo utópico francés, abo-
gaba por la toma del poder mediante un complot. El marxismo considera, al igual que el blanquismo, que
la insurrección es un arte, pero difiere de él en las condiciones en que debe realizarse. “Para tener éxito”,
escribió Lenin, “la insurrección debe basarse, no en una conspiración, no en un partido, sino en una clase
avanzada. Ése es el primer punto. La insurrección debe basarse en el levantamiento revolucionario del
pueblo. Ése es el segundo punto. La insurrección debe plantearse en el momento crucial e histórico en que
la revolución madure, cuando la actividad de la vanguardia del pueblo esté en su culminación, cuando las
vacilaciones en las filas del enemigo y en las filas de los amigos débiles, indecisos y confundidos de la
revolución estén en su punto más alto. Ése es el tercer punto. En estas tres condiciones de la insurrección
es en lo que el marxismo difiere del blanquismo”.
23) “La demanda de la reunión de una Asamblea Constituyente formaba parte en el pasado, con per-
fecto derecho, del programa de la socialdemocracia revolucionaria, porque en una república burguesa la
Asamblea Constituyente constituye la forma más elevada de democracia” escribía Lenin en su Tesis sobre
la Asamblea Constituyente, el 8 de enero de 1918. Pero mientras insistían en que la Asamblea
Constituyente debía reunirse, los bolcheviques señalaban que una república de los sóviets era una forma
más elevada de democracia que la república burguesa. Después de que los sóviets consiguieron todo el
poder en Octubre, la Asamblea Constituyente perdió su significación. Cuando se reunió el 18 de enero,
duró un solo día. Su composición, mayoritariamente de eseristas de derecha, fue un reflejo de la situación
226 LECCIONES DE OCTUBRE
política previa al deslizamiento de las masas hacia las posiciones del bolchevismo. Después de leer una
declaración, denunciando como contrarrevolucionaria a la mayoría de la Asamblea, los bolcheviques y los
eseristas de izquierda abandonaron la sesión. El mismo día la Asamblea se dispersó y el 19 de enero el
gobierno soviético la disolvió oficialmente.
24) Martinov es uno de los elementos típicos y característicos del proceso de burocratización poste-
rior a la muerte de Lenin. Entra en 1880 al partido de los narodniki cuando se había iniciado ya su
descomposición. Ingresa en la socialdemocracia y lidera el sector de los socialdemócratas que abrazan la
posición del economismo. Se incorpora al grupo de Iskra (La Chispa) cuando ésta cae en manos de los
adversarios de Lenin. Con su libro Dos dictaduras proporciona una plataforma ideológica a los menche-
viques durante la revolución de 1905. Redactor en las revistas mencheviques en el período de reacción
zarista (1906-12). En 1923, después de haberse opuesto encarnizadamente a la Revolución de Octubre y
al poder de los sóviets, reaparece escribiendo un artículo en la revista Krasnaia Nov de Moscú, y logra afi-
liarse al Partido Comunista. Comienza entonces a ascender su estrella política en el seno de la burocracia
soviética, estrechamente ligado a su papel de especialista antitrotskista. En 1927 es el inspirador de la polí-
tica de subordinación del proletariado chino al Kuomitang (partido burgués) de Changa Kai-chek. Se con-
vierte en uno de los más destacados teóricos de la Internacional Comunista en su primer período de dege-
neración estalinista, cuando la pistola de la GPU aún no había sustituido a las armas teóricas de Stalin.
25) En apoyo de un comité conjunto de los partidos socialistas escandinavos, el director del Social
Demokraten, Borgbjer, envió una invitación al Comité Ejecutivo de los Sóviets para asistir a una confe-
rencia internacional de la paz, a realizar en Estocolmo. Los mencheviques y eseristas aceptaron acudir, al
igual que los socialdemócratas alemanes Hase, Kautsky y Ledebour. Los socialistas franceses y británicos
rechazaron la invitación por razones patrióticas. La Conferencia de Abril de los bolcheviques rechazó el
proyecto a propuesta de Lenin, porque se trataba de una maniobra política del imperialismo alemán, hecha
a través de gobiernos socialistas, para obtener condiciones de paz más ventajosas. Únicamente Kámenev
apoyó la participación.
26) Después de la Conferencia de Estado de Moscú el 26 de agosto de 1917, convocada por Kerensky
como parte de su política bonapartista de “ampliar la base” del Gobierno Provisional, los elementos más
reaccionarios del país prepararon un golpe de Estado contra los sóviets. En su composición, la Conferencia
fue profundamente contrarrevolucionaria. Su posición era que el Gobierno Provisional carecía de poder
suficiente, implicando por ende que los sóviets tenían demasiado. Las cosas se precipitaron cuando el 2
de septiembre los alemanes desencadenaron su ofensiva en el frente de Dvina y capturaron Riga. Se probó
que el frente ruso había sido desguarnecido por Kornilov para crear un ambiente de pánico, favoreciendo
la atmósfera necesaria para el golpe militar. El plan consistía en que Kornilov marchara sobre Petrogrado
y los cosacos desarmaran a las masas. Pero el Sóviet obligó a Kerensky a que dictara una orden de arres-
to contra Kornilov. Éste marchó sobre Petrogrado a fin de establecer una dictadura militar. Las masas se
movilizaron inmediatamente y Kornilov fue derrotado. El prestigio de los bolcheviques creció y Trotsky
fue elegido presidente del Sóviet de Petrogrado.
27) La Conferencia Democrática fue decidida en los días de la sublevación de Kornílov con el obje-
to de apuntalar la decreciente autoridad de la “democracia”. Fue ideada por Tsereteli como un medio para
escindir a los bolcheviques y con la esperanza de que sirviera como contrapeso a los sóviets. En la
Conferencia, los bolcheviques estaban en minoría, dado que los representantes fueron cuidadosamente
seleccionados en los zemstvos y otras instituciones burguesas. Los delegados de los sóviets no tenían
ningún peso. En una reunión de estos últimos, Trotsky propuso que se transfiriera todo el poder a los
sóviets, pero fue derrotado. Antes de disolverse, la Conferencia designó una permanente constituida por
el quince por ciento de los representantes de cada grupo, para formar un Consejo de la República o pre-
NOTAS 227
parlamento, que funcionaría hasta que se reuniese la Asamblea Constituyente. En una reunión de los dele-
gados bolcheviques, Trotsky propuso que boicotearlo porque no representaba la verdadera correlación de
fuerzas y era una forma de poner en jaque a los sóviets. No consiguió la mayoría, pero Lenin, que estaba
en la clandestinidad, participó de su posición, expresando que el preparlamento era una “farsa”. Fue cuan-
do Lenin escribió: “Trotsky está por el boicot. ¡Bravo, camarada Trotsky!”. En la primera sesión del pre-
parlamento, Trotsky declaró que éste estaba en manos de la burguesía y contra la revolución. Finalmente
los bolcheviques lo abandonaron, después de leer una declaración, y decidieron convocar el Congreso de
los Sóviets.
28) Gregory E. Zinóviev nació en 1883. Se unió a los bolcheviques a los 20 años, inmediatamente
después del segundo congreso del POSDR, en 1903. Durante la revolución de 1905 actuó en Petrogrado,
exiliándose luego. En el V Congreso del partido (1907) fue elegido miembro del Comité Central. Redactor
y miembro del comité de redacción de los periódicos bolcheviques Proletari y Socialdemócrata. Durante
la guerra de 1914-18 fue un estrecho colaborador de Lenin, participante en las conferencias de
Zimmerwald y Kienthal, miembro del secretariado de la izquierda zimmerwaldiana y coautor, con Lenin,
de Contra la corriente, escribiendo en la misma época otro libro, El imperialismo. Regresó a Rusia des-
pués de la revolución de Febrero, en el tren blindado. En octubre de 1917, en compañía de Kámenev, se
opuso a la toma del poder en su conocida carta Acerca del momento actual. Presidente del Sóviet de
Petrogrado después de la conquista del poder. Presidente de la Tercera Internacional en la época de Lenin.
Después de la muerte de éste, formó parte de la troika (triunvirato), con Kámenev y Stalin. Rompió con
Stalin en 1925, acercándose a la Oposición de Izquierdas, dirigida por Trotsky. En noviembre de 1927 fue
expulsado del partido junto a la Oposición. Capituló ante Stalin en 1928 y fue readmitido. Expulsado nue-
vamente en 1932, volvió a capitular. En enero de 1935, después del asesinato de Kirov, burócrata de
Leningrado, fue sentenciado a 10 años de prisión. Finalmente fue uno de los más destacados acusados en
el primero de los tres procesos de Moscú. Fue ejecutado inmediatamente después del proceso.
30) La Paz de Brest-Litovsk (1918) puso fin a la guerra entre la Rusia revolucionaria y la Alemania
imperialista. Aunque más de la mitad de los delegados al Congreso Panruso de los Sóviets se resistieron
a ella, la férrea lógica de Lenin se impuso finalmente y los términos del general alemán Hoffman fueron
aceptados. Rusia tuvo que pagar indemnizaciones y abandonar una gran porción de su territorio.
31) En 1910, la Organización Interdistritos de Socialdemócratas Unidos agrupaba a unos 4.000 miem-
bros en Petrogrado y a 1.000 en las organizaciones militares. Entre sus más destacados representantes figu-
raban, junto a Trotsky, hombres como Lunacharsky, Volodarsky, Uritsky, Joffe, Manuilski, Karajan,
Riazánov, Pokrovsky y Uren. Publicaban un órgano ilegal: Vpériod (Adelante). La fusión con los bolche-
viques se produjo en el VI Congreso de éstos, celebrado del 8 al 16 de agosto de 1917. Sverdlov informó
de que Trotsky ya había sido incorporado al comité de redacción de la Pravda, pero que no actuaba como
tal miembro por su encarcelamiento.
Apéndice
Camarada Trotsky: Le envío una carta de Krestinsky1. Escriba cuanto antes si está de
acuerdo; batallaré en el pleno por el monopolio.
¿Y usted?
Suyo, Lenin
P. S. Sería mejor responder pronto
A M. I. Frumkin y B. s. stomonyakov
1.- N. N. Krestinsky, representante de la URSS en Alemania escribió sobre la necesidad del manteni-
miento del monopolio del Estado sobre el comercio exterior.
232 LAS ÚLTIMAS CARTAS DE LENIN
A L. D. trotsky
Camarada Trotsky:
He recibido su opinión respecto a la carta de Krestinsky y a los planes de
Avanésov. Me parece que usted y yo estamos de acuerdo en grado máximo y creo
que la cuestión de la Comisión del Plan del Estado tal como está planteada excluye
(o posterga) la disputa acerca de si dicha Comisión necesita tener derechos adminis-
trativos.
En todo caso le ruego mucho que se encargue de defender en el próximo pleno
nuestro punto de vista común sobre la necesidad absoluta de mantener y afianzar el
monopolio del comercio exterior. Como quiera que el pleno anterior adoptó al res-
pecto una resolución enteramente contraria al monopolio del comercio exterior, y
puesto que no se puede ceder en este caso, creo, y lo digo en la carta a Frumkin y Sto-
moniakov, que si sufrimos una derrota en esta cuestión, deberemos someterla al
Congreso del Partido. Para ello será necesario exponer en breve nuestras discordias
ante el grupo partidista del próximo Congreso de los Soviets. Escribiré esa exposición
si no me falta tiempo, y celebraría mucho que usted hiciera lo mismo. La vacilación
sobre este particular nos causa un daño inaudito, y los argumentos en contra se redu-
cen enteramente a las acusaciones de imperfección del aparato. Pero nuestro aparato
se distingue por su imperfección en todas las partes, y renunciar al monopolio por ser
imperfecto el aparato significaría tirar de la bañera al niño con el agua sucia.
13 de diciembre de 1922.
LAS ÚLTIMAS CARTAS DE LENIN 233
A L. D. trotsky
Camarada Trotsky:
Supongo que nos hemos puesto de acuerdo enteramente. Le ruego declarar en el
pleno nuestra solidaridad. Espero que será aprobaba nuestra resolución, ya que una
parte de quienes votaron en contra en octubre se pasan ahora, parcial o enteramente,
a nuestro lado.
Si contrariamente a lo que esperamos nuestra resolución no es aprobada, nos diri-
giremos al grupo del Congreso de los Soviets y anunciaremos la sumisión del asun-
to al Congreso del Partido.
Avíseme entonces para que envíe mi declaración.
Suyo, Lenin
P. S. Si esa cuestión se viera retirada del pleno actual (no lo espero, y usted, claro
está, deberá protestar de la manera más enérgica contra ello en nuestro nombre
común), creo que también entonces sería necesario dirigirse al grupo del Congreso
de los Soviets y exigir la transferencia de la cuestión al Congreso del Partido, porque
es absolutamente inadmisible seguir vacilando.
Todos los materiales que le he enviado pueden quedarse a su disposición hasta
después del pleno.
A L.D. trotsky
Camarada Trotsky:
Le transmito la carta del camarada Frumkin que he recibido hoy. Yo también con-
sidero absolutamente necesario acabar una vez para siempre esta cuestión. Si existe
el temor a que ella me conmueva e incluso pueda reflejarse en mi estado de salud,
creo que es del todo erróneo, pues me conmueve diez mil veces más la dilación que
hace completamente inestable nuestra política respecto a uno de los problemas car-
dinales. Por ello llamo su atención sobre la carta adjunta y ruego mucho pronunciar-
234 LAS ÚLTIMAS CARTAS DE LENIN
15 de diciembre de 1922
(Lenin, Obras Completas, tomo 54, pág. 368-9, Editorial Progreso, Moscú 1988, edi-
ción en castellano)
A L.D. trotsky
Parece que se ha logrado conquistar la posición sin un solo disparo por medio de una
simple maniobra. Propongo no detenernos y llevar adelante la ofensiva aprobando la
propuesta de planear en el Congreso del Partido la cuestión del afianzamiento del
comercio exterior y de las medidas quc puedan mejorar su realización. Dar a cono-
cerlo en el grupo partidista del Congreso de los Soviets. Espero que usted no ponga
objeciones ni se niegue a hacer un informe en el grupo.
21 de diciembre de 1922
(Lenin, Obras Completas, tomo 54, pág. 370, Editorial Progreso, Moscú 1988, edi-
ción en castellano)
A L. D. trotsky
Rigurosamente secreto
Privado
Estimado camarada Trotsky:
Le rogaría asumir la defensa del asunto georgiano en el CC del Partido. Este
asunto es actualmente objeto de “persecución” por parte de Stalin y Dzerzhinski, y
no puedo confiar en su imparcialidad. Más bien todo lo contrario. Si usted aceptara
encargarse de su defensa, yo podría estar tranquilo. Si no acepta por alguna razón,
devuélvame todo el asunto. Lo consideraré como indicio de su denegación.
Con los mejores saludos de camarada, Lenin
LAS ÚLTIMAS CARTAS DE LENIN 235
Al camarada stalin
Rigurosamente secreto
Privado. Copia a los camaradas Kámenev y Zinóvicv
Estimado camarada Stalin:
Usted tuvo la grosería de llamar al teléfono a mi esposa e injuriarla. Aunque ella
le dio su conformidad a olvidar lo dicho, se han informado no obstante de este caso,
por ella misma, Zinóviev y Kámenev. No estoy dispuesto a olvidar tan fácilmente lo
hecho contra mí, y huelga decir que considero lo hecho contra mi esposa como hecho
también contra mí. Le ruego, por tanto, piense si acepta retractarse de lo dicho y pre-
sentar sus excusas, o si prefiere romper las relaciones entre nosotros.
5 de marzo de 1923
(Lenin, Obras Completas, tomo 54, pág. 371-2, Editorial Progreso, Moscú 1988, edi-
ción en castellano)
Rigurosamente secreto
A los camaradas Mdivani, Majaradze y otros.
Copia a los camaradas Trotsky y Kámenev
Estimados camaradas:
Sigo con toda el alma su asunto. Estoy indignado por la brutalidad de
Ordzhonikidze y las indulgencias de Stalin y Dzerzhinski. Preparo para ustedes notas
y un discurso
Respetuosamente, Lenin
6 de marzo de 1923
(Lenin, Obras Completas, tomo 54, pág. 372, Editorial Progreso, Moscú 1988, edi-
ción en castellano)
236 LAS ÚLTIMAS CARTAS DE LENIN
Las siguientes cartas están tomadas del libro V. I. Lenin, Testamento político.
Ed. Anagrama, colección Cuadernos Anagrama, Barcelona 1975.
Carta al Congreso
I
Recomiendo con insistencia que se proceda, en este congreso, a una serie de cambios
en nuestro régimen político.
Quiero hacerles conocer algunas reflexiones que considero de particular impor-
tancia.
En primer lugar, propongo aumentar el número de los miembros del Comité
Central a varias decenas, o incluso a un centenar. Me parece que nuestro Comité
Central se vería amenazado por graves peligros si el curso de los acontecimientos no
nos fuese perfectamente favorable (y no podemos contar con eso), si no llevamos a
cabo esa reforma.
Luego pienso proponer al congreso que otorgue un carácter legislativo, en ciertas
condiciones, a las decisiones de la Comisión del Plan del Estado, accediendo en este
punto a los deseos del camarada Trotsky, en cierta medida y en determinadas condi-
ciones.
En lo que respecta al primer punto, es decir, al aumento del número de miembros
del Comité Central, pienso que es necesario tanto para elevar la autoridad del C.C.
como para mejorar a fondo núestro aparato, y también para impedir que los conflic-
tos de pequeños sectores del Comité Central adquieran una importancia demasiado
grande para los destinos del partido.
Me parece que nuestro partido puede muy bien pedir para el Comité Central 50 a
100 miembros de la clase obrera, y que ésta los proporcionará sin una tensión exce-
siva de sus fuerzas.
Semejante reforma aumentaría notablemente la solidez de nuestro partido y le
facilitaría la lucha en un ambiente de estados hostiles, lucha que en mi opinión puede
y debe agravarse enérgicamente en los años próximos. Me parece que la estabilidad
del partido será reforzada en enorme grado por la adopción de esa medida.
Lenin
23 de diciembre de 1922
II
Continuación de las notas
Cuando hablo de estabilidad del Comité me refiero a las medidas que hay que tomar
contra la escisión, hasta donde tales medidas pueden ser tomadas en general. Porque
LAS ÚLTIMAS CARTAS DE LENIN 237
es claro que el guardia blanco de Rúskaia Misl (creo que era S. F. Oldenburg) tenía
razón cuando, en el juego que esa gente desarrollaba contra la Rusia soviética, apos-
taba, en primer lugar, a una escisión en nuestro partido y cuando, en segundo térmi-
no, para esa escisión, apostaba a la existencia de graves divergencias dentro del par-
tido.
Nuestro partido se apoya en dos clases, por lo tanto su inestabilidad sería posible,
y su caída inevitable, si no pudiera establecerse el acuerdo entre las dos clases. En tal
eventualidad, sería vano tomar tales o cuales medidas, o discurrir en general sobre la
estabilidad de nuestro C.C. En ese caso, medida ninguna sería capaz de impedir la
escisión. Sin embargo, espero que todo eso pertenezca a un futuro demasiado aleja-
do y constituya un acontecimiento demasiado improbable para que haya que hablar
de él.
Me refiero a la estabilidad como garantía contra la escisión en un porvenir cerca-
no, y me propongo analizar aquí una serie de consideraciones de orden puramente
personal.
Pienso que, en ese sentido, el punto esencial en el problema de la estabilidad son
los miembros del Comité Central tales como Stalin y Trotsky. Las relaciones entre
ellos constituyen, en mi opinión, lo principal de ese peligro de escisión que se podría
evitar, para lo cual, entre otras cosas, serviría, creo yo, el aumento de los miembros
del Comité Central llevado a 50 ó 100 personas.
El camarada Stalin, convertido en secretario general, ha concentrado en sus
manos un poder ilimitado, y no estoy seguro de que siempre sepa utilizarlo con la
suficiente prudencia. Por otra parte, el camarada Trotsky, como ya lo demostró su
lucha contra el Comité Central en el problema del Comisariado del Pueblo para las
vías de Comunicación, no se destaca sólo por sus eminentes capacidades. Personal-
mente tal vez sea el hombre más capaz del actual C.C., pero también es presuntuoso
en exceso y se apasiona demasiado por los aspectos puramente administrativos del
trabajo.
Estas dos cualidades de dos líderes eminentes del Comité Central actual podrían
llevar incidentalmente a una escisión; y si nuestro partido no toma las medidas nece-
sarias para oponerse a ello, la escisión puede producirse de forma inesperada.
No seguiré caracterizando a los otros miembros del C.C. por sus cualidades per-
sonales. Me conformaré con recordar que el episodio de octubre, de Zinóviev y
Kámenev, no fue por cierto un hecho accidental, pero que no puede serle(s) imputa-
do como un delito personal, lo mismo que el no bolchevismo de Trotsky.
En lo que respecta a los miembros jóvenes del Comité Central, quiero decir unas
palabras sobre Bujarin y Piatákov. Son, en mi opinión, los hombres más sobresalien-
tes (entre los más jóvenes) y en relación con ellos no habrá que perder de vista lo
siguiente: Bujarin no es sólo el teórico más valioso y destacado del partido, sino que
238 LAS ÚLTIMAS CARTAS DE LENIN
A continuación, Piatákov, dotado sin duda alguna de una gran voluntad y de capaci-
dades eminentes, se deja sin embargo arrastrar demasiado por las prácticas de admi-
nistración y por el aspecto administrativo de las cosas como para que se pueda con-
fiar en él en un problema político serio.
Por cierto que ambas observaciones las hago sólo para el momento presente, en
la hipótesis de que estos dos militantes destacados y abnegados encontrarán la oca-
sión de completar sus conocimientos y de remediar sus insuficiencias.
25 de diciembre de 1922
III
Continuación de las notas
y tanto menor llegará a ser el peligro de una escisión debido a una imprudencia. La
incorporación de numerosos obreros al Comité Central ayudará a los obreros a
mejorar nuestro aparato, que es verdaderamente defectuoso. A decir verdad, lo
hemos heredado del antiguo régimen, y era absolutamente imposible modificarlo a
tan corto plazo, sobre todo en tiempos de guerra, durante el hambre, etc. Por consi-
guiente, a los “críticos” que, con su sonrisa de ironía o con malignidad, nos señalan
los defectos de nuestro aparato, podemos contestarles con tranquilidad que no
entienden en modo alguno las condiciones de la actual revolución. En términos
generales, es imposible modificar un aparato, en una medida suficiente, en cinco
años, dadas sobre todo las condiciones en que se realizó entre nosotros la revolu-
ción. Bástenos con haber creado en cinco años un Estado de nuevo tipo, en el que
los obreros marchan, a la cabeza de los campesinos, contra la burguesía, cosa que,
en la situación internacional hostil a nosotros es ya una obra gigantesca. Pero ese
sentimiento no debe hacernos olvidar de ninguna manera que en resumen hemos
tomado el viejo aparato al zar y a la burguesía, y que ahora, con el advenimiento de
la paz y con un mínimo de garantía contra el hambre, todos los esfuerzos deben ten-
der a mejorar el aparato.
Veo las cosas de la siguiente manera: algunas decenas de obreros que entra-
ran en el Comité Central podrían, mejor que nadie, dedicarse a verificar, mejorar
y modificar nuestro aparato. La Inspección Obrera y Campesina, que tenía esa
función al principio, ha demostrado ser incapaz de cumplirla; por lo tanto, sólo
puede servir, en ciertas condiciones, de “apéndice” o auxiliar de estos miembros
del Comité Central. Los obreros que formen parte del Comité Central no deben,
en mi opinión, ser reclutados principalmente entre los que han realizado un pro-
longado trabajo en el seno de los soviets (entre los obreros que designo en este
pasaje de mi carta ubico siempre también a los campesinos), porque entre esos
obreros se han creado ya ciertas tradiciones y prejuicios, que precisamente es
necesario combatir.
Entre los obreros miembros del Comité Central deben figurar con preferencia
los ubicados por debajo de la capa que en estos cinco años se ha incorporado a las
filas de los funcionarios soviéticos, y que pertenezcan más bien al número de los
simples obreros y campesinos, pero que no figuren, ni directa ni indirectamente, en
la categoría de los explotadores. Pienso que esos obreros, al asistir a todas las
sesiones del Comité Central, pueden formar cuadros de fieles partidarios del régi-
men soviético, capaces en primer lugar de dotar de estabilidad al propio Comité
Central, y después de trabajar con eficacia para la renovación y el mejoramiento
del aparato.
Lenin
26 de diciembre de 1922
240 LAS ÚLTIMAS CARTAS DE LENIN
Esta idea ha sido formulada desde hace tiempo, creo, por el camarada Trotsky. Yo me
pronuncié en contra de ella, porque opinaba que entonces se produciría una discor-
dia fundamental en el sistema de nuestra instituciones legislativas. Pero después de
un examen atento compruebo que en el fondo eso contiene una idea sana, a saber: la
Comisión del Plan del Estado se mantiene un tanto apartada de nuestras instituciones
legislativas, a pesar de que, como conjunto de personas competentes, de expertos, de
representantes de la ciencia y de la técnica, posee en realidad los mejores elementos
para juzgar con acierto las cosas.
Sin embargo, hasta ahora partíamos del punto de vista de que el Gosplán debe
proporcionar al Estado un material analizado con espíritu crítico, en tanto que las ins-
tituciones del Estado deben resolver los asuntos estatales. Pienso que en la situación
actual, en que los asuntos estatales se han complicado extraordinariamente, en que a
cada rato hay que resolver, mezclados, problemas que necesitan de la competencia
de los miembros del Gosplán, y otros que no la necesitan; y más aún, resolver asun-
tos, algunos de cuyos puntos requieren la experiencia del Gosplán, mezclados con
puntos que no la requieren, pienso que en el momento actual es preciso dar un paso
hacia la extensión de la competencia de la Comisión del Plan del Estado.
Concibo la medida de esta manera: las decisiones del Gosplán no podrán ser
anuladas por la vía ordinaria de los soviets, sino que su revisión requerirá un pro-
cedimiento especial, por ejemplo la remisión del problema a una sesión del Comité
Ejecutivo Central de Rusia, el estudio del problema por reconsiderar según sea una
instrucción especial que implique la redacción, sobre la base de reglas especiales,
de informes que permitan ponderar si tal decisión tiene que ser anulada; por últi-
mo, la fijación de un plazo determinado a fin de considerar el problema del
Gosplán, etc.
En ese sentido, pienso que se puede y se debe acceder al deseo del camarada
Trotsky, pero no en lo que se refiere a que presida la Comisión del Plan del Estado
una persona elegida entre nuestros líderes políticos o el presidente del Consejo
Superior de la Economía Nacional, etc. Me parece que aquí, en el momento
actual, el problema personal se mezcla demasiado estrechamente con el problema
de principio. Pienso que los ataques que se manifiestan hoy contra el presidente
del Gosplán, el camarada Krzhizhanovski, y su suplente, el camarada Piatákov,
ataques que van contra ambos, de modo que por una parte escuchamos acusacio-
nes de excesiva blandura, falta de independencia y de carácter, y por la otra acu-
saciones de tosquedad, de prepotencia, de insuficiente preparación científica, etc.;
pienso que tales ataques traducen dos aspectos del problema, pero exagerándolos
al extremo, y que en realidad necesitamos en el Gosplán una hábil combinación
LAS ÚLTIMAS CARTAS DE LENIN 241
de dos tipos de carácter, uno de los cuales puede ser ejemplificado por Piatákov y
el otro por Krzhizhanovski.
Creo que a la cabeza del Gosplán debe encontrarse una persona que tenga una
formación científica, especialmente en el dominio técnico o agrónomo, y que posea
una gran experiencia adquirida en el curso de varias decenas de años de trabajo prác-
tico, ya sea en el dominio de la técnica, ya sea en el de la agronomía. Opino que esa
persona debe poseer, no tanto cualidades de administrador como una amplia expe-
riencia y la capacidad de atraer a la gente.
Lenin
27 de diciembre de 1922
¿Es racional dividir las tareas del Gosplán en misiones parciales, o, por el contrario,
hay que tender a formar un grupo de especialistas permanentes, controlados sis-
temáticaménte por el presidium del Gosplán, capaces de resolver todo el conjunto de
los problemas que dependen de su competencia? Pienso que este último procedi-
miento sería más racional, y que hay que tender a disminuir la cantidad de las tareas
parciales, provisorias y urgentes.
Lenin
29 de diciembre de 1922
aparato, que no vale nada. Para ello tenemos que recurrir a los especialistas altamente
cualificados, y la tarea de proveer estos especialistas debe recaer en la Inspección
Obrera y Campesina.
¿Cómo asociar a esos especialistas del control, poseedores de conocimientos sufi-
cientes, y a esos nuevos miembros del Comité Central?
Ese problema debe ser solucionado en el plano práctico.
Me parece que la Inspección Obrera y Campesina (a raíz de su desarrollo y de
nuestro desconcierto provocado por éste) ha dado como resultado lo que observamos
ahora, a saber: un estado de transición de un Comisariado del Pueblo especial a una
función especial de los miembros del Comité Central; de un organismo que controla
todas las cosas a un conjunto numéricamente pequeño, pero de primer orden, de ins-
pectores que deben ser bien remunerados (esto es de particular necesidad en este
siglo en el que todo se paga, y cuando los inspectores se encuentran al servicio direc-
to de instituciones que los remuneran mejor).
Si los miembros del Comité Central son aumentados como se debe y siguen de
año en año un curso de dirección estatal con la ayuda de especialistas altamente cua-
lificados, y de miembros de la Inspección Obrera y Campesina que gocen de alta
autoridad, pienso que resolveremos con éxito esta tarea que durante tanto tiempo no
hemos podido solucionar.
Por lo tanto, para resumir: hasta 100 miembros en el Comité Central, con un
máximo de 400 a 500 auxiliares, miembros de la Inspección Obrera y Campesina,
para controlar según sus indicaciones.
Lenin
29 de dictembre de 1922
Creo que soy muy culpable, ante los obreros de Rusia, por no haber intervenido con
suficiente energía y rigor en el famoso problema de la autonomía, llamado oficial-
mente, a lo que parece, problema de la unión de las repúblicas socialistas soviéticas.
En el verano, en el momento en que surgió este problema, me encontraba
enfermo, en otoño deposité excesivas esperanzas en mi curación y en la posibili-
dad de que las sesiones plenarias de octubre y diciembre me permitirían interve-
nir en ese problema. Pero no pude asistir a la sesión de octubre (dedicada a este
problema) ni a la de diciembre; y así fue que la cuestión fue discutida por entero
sin mi participación.
244 LAS ÚLTIMAS CARTAS DE LENIN
* Derzhimorda, personaje de una ‘de las obras de Gogol, sinónimo de abuso y brutalidad, representado
por un policía [Ed.]
LAS ÚLTIMAS CARTAS DE LENIN 245
Yo he escrito, en mis obras sobre el problema nacional, que es en todo sentido vano
formular en abstracto el problema del nacionalismo en general. Es indispensable dis-
tinguir entre el nacionalismo de la nación opresora y el de la nación oprimida, entre
el nacionalismo de una gran nación y el de una pequeña.
En relación con el segundo nacionalismo, nosotros, los nacionales de una gran
nación nos hacemos casi siempre culpables, a través de la historia, de una infinidad
de coerciones, y aun llegamos a cometer una infinidad de violencias y de ultrajes, sin
advertirlo. Sólo tengo que evocar mis recuerdos del Volga, sobre la forma en que se
maltrata entre nosotros a la gente de otras nacionalidades: al polaco, al tártaro, al
ucraniano, al georgiano y a los otros alógenos del Cáucaso sólo se los llama con mo-
tes peyorativos tales como “poliachishka”, “kniaz”, “jojol”, “kapkari cheloviok”.
246 LAS ÚLTIMAS CARTAS DE LENIN
¿Cuáles son, entonces, las medidas prácticas que hay que tomar en la situación así
creada?
En primer lugar, hay que mantener y consolidar la unión de las repúblicas socia-
listas; no puede existir duda alguna en ese sentido. Esta medida nos es tan necesaria
como lo es para el proletariado mundial a fin de combatir contra la burguesía mun-
dial y para defenderse contra las intrigas de ésta.
En segundo término, es preciso mantener la unión de las repúblicas socialistas
en lo que concierne al aparato diplomático. De paso, éste es un aparato de excep-
ción dentro del conjunto de nuestro aparato de Estado. No hemos admitido en él a
una sola persona un tanto influyente del antiguo aparato zarista. En él, todo el per-
sonal de alguna autoridad está compuesto por comunistas. De tal modo, conquistó
ya (y bien podemos decirlo) el nombre de aparato comunista probado, infinitamen-
te más depurado de los elementos del antiguo aparato zarista, burgués y pequeño-
burgués que los aparatos con que nos vemos obligados a conformarnos en los otros
Comisariados del Pueblo.
En tercer lugar, hay que infligir un castigo ejemplar al camarada Ordzhonikidze
(lo digo con tanta más pena cuanto que me cuento entre sus amigos personales y
que milité con él en el extranjero, en la emigración), y también terminar de inves-
tigar o investigar de nuevo todos los materiales de la comisión Dzerzhinski, a fin
de corregir la enorme cantidad de irregularidades y de juicios parciales que induda-
blemente existen allí. Se entiende que Stalin y Dzerzhinski son quienes deben ser
hechos políticamente responsables de esa campaña nacionalista, de auténtica
característica gran rusa.
En cuarto lugar, es necesario introducir las reglas más rigurosas en cuanto al
empleo de los idiomas nacionales en las repúblicas no rusas que forman parte de
nuestra Unión, y verificar esas reglas con el máximo cuidado. No es dudoso que,
con el pretexto de la unidad de los servicios ferroviarios, con el pretexto de la uni-
dad fiscal, etc., surgirán entre nosotros, con nuestro aparato actual, una infinidad de
abusos auténticamente rusos. Para luchar contra dichos abusos hace falta una inven-
tiva muy especial, sin hablar ya de la especial sinceridad de los que emprenden esa
lucha. Será necesario un código minucioso, y sólo los nacionales que habitan la
república serán capaces de elaborarlo con algún éxito. Por lo demás, de ninguna
manera hay que jurar de antemano que después de todo ese trabajo no se opere, en
el próximo Congreso de los Soviets, un retroceso debido a que no mantenemos la
unión de las repúblicas socialistas soviéticas sólo en el plano militar y diplomático,
y a que no restablecemos en todos los demás aspectos la total independencia de los
diferentes Comisariados del Pueblo.
248 LAS ÚLTIMAS CARTAS DE LENIN
No hay que olvidar que la división de los Comisariados del Pueblo y la falta de
coordinación de su funcionamiento con Moscú y otros centros pueden ser suficien-
temente neutralizadas por la autoridad del partido, si ésta se ejerce con bastante cau-
tela e imparcialidad; el perjuicio que puede causar a nuestro Estado la falta de apa-
ratos nacionales unificados con el aparato ruso es infinito, pero bastante menor que
el daño que resulta, no sólo para nosotros, sino también para toda la Internacional,
para los centenares de millones de hombres de los pueblos de Asia, que aparecerán,
después de nosotros, en el porvenir cercano, en el primer plano de la historia. Sería
un oportunismo imperdonable el que, en vísperas de esa intervención del Oriente y
al comienzo de su despertar, socavásemos entre ellos nuestro prestigio con la menor
grosería o injusticia hacia los pueblos de otras nacionalidades que habitan nuestro
país. Una cosa es la necesidad de unirse contra los imperialistas de Occidente, defen-
sores del mundo capitalista. Ahí no cabe duda alguna, y resulta superfluo decir que
apruebo totalmente estas medidas. Otra cosa es cuando nosotros mismos nos vemos
colocados, aunque sólo sea en cuestiones de detalle, en relaciones imperialistas res-
pecto de las nacionalidades oprimidas, sacavando así por completo la sinceridad de
nuestros principios, nuestra justificación primordial de la lucha contra el imperialis-
mo. Ahora bien, la jornada de mañana, en la historia mundial, será justamente la del
despertar definitivo de los pueblos oprimidos por el imperialismo y la del comienzo
de una larga y áspera batalla decisiva por su liberación.
Lenin
31 de diciembre de 1922
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Fundación Federico Engels
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En el filo de la navaja
Perspectivas para la economía mundial
El séptimo número de Marxismo Hoy está dedicada a dos
extensos trabajos realizados por Alan Woods y Ted Grant,
teóricos marxistas británicos. El primero es un análisis
profundo de la situación económica mundial con una tesis
central: el capitalismo se encamina hacia una dura
recesión; el segundo traza un cuadro de las relaciones
internacionales en el umbral del siglo XXI: las guerras de
Kosovo y Chechenia, las contradicciones entre las
potencias imperialistas, la lucha despiadada por cada
trozo de mercado...
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