Envejecimiento y Nutrición

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Envejecimiento y nutrición

El mejor de los manjares es el que te quita el hambre, más vale lo poco que basta que lo mucho que no
alcanza.

LAS MIL Y UNA NOCHES

¡Mantenerse joven y nunca envejecer! parece ser la consigna. La inmortalidad ha sido negada a los hombres,
sólo los dioses permanecen siempre. Querer acercarse a tal condición ha provocado no pocas desgracias; sin
embargo, es un anhelo al que es difícil renunciar. Desde tiempos remotos se han buscado fórmulas mágicas,
no en realidad para alcanzar la inmortalidad, pero sí para prolongar la vida. Pueden recordarse la poción
maravillosa descrita hacia el año 1000 a.C. en Egipto en el Libro para transformar un viejo en joven, el
gerovital de la doctora Ana Aslan en la segunda mitad del siglo XX o los viejos alquimistas que buscaron el
elixir vitae, un brebaje que garantiza al que lo posee la eterna juventud. ¿Quién no ha sido tentado por la
propaganda de los nuevos y maravillosos métodos para detener el proceso de envejecimiento?, ¿cuántas
recetas existen para mantenerse joven?

Prácticamente en todas las culturas existen recomendaciones para conservar y prolongar la vida y muchas de
ellas tienen una relación directa con la nutrición; la dieta es el componente más importante para retrasar o
acelerar el proceso del envejecimiento. Los consejos son diversos, desde mantener una alimentación libre de
grasas y con abundantes frutas y verduras hasta las dietas más extravagantes, como la de consumir ajos y 14
onzas de vino diariamente, incluidos la moderación en todas las cosas, el consumo de un brebaje durante 12
días seguidos (“Toma cuatro onzas de calx auri disuelto filosóficamente, lignum aloes y de tres arenarias,
aljófares…”) o el ayuno prolongado como forma de limpieza y purificación, entre muchos otros. Existen
múltiples referencias anecdóticas acerca de los beneficios que brinda consumir determinado grupo de
alimentos. En su tiempo, Benjamin Franklin aconsejaba “comer para vivir y no vivir para comer”, es decir,
limitar la cantidad de comida para mantener la salud. En el siglo XVIII, en un tratado de geriatría, se sugería
a las personas mayores evitar el azúcar y los productos adobados, además de consumir grandes cantidades de
frutas y verduras y limitar la ingestión de cualquier tipo de carne. En el siglo XIX, algunos médicos atribuían
el envejecimiento a la acumulación de toxinas producidas en el intestino grueso que el organismo absorbía,
razón por la cual proponían la ingestión de bacilos productores de ácido para destruir a los microorganismos
que invadían el colon. Éste es también origen del consejo de aplicar enemas para tratar algunas
enfermedades (llamadas también lavativas). En la actualidad se utiliza el concepto de translocación
bacteriana, que puede observarse en pacientes con enfermedades graves y ayuno prolongado.

Si de longevidad se trata, habría que recordar el Génesis, en el que se habla de la vida de los 10 patriarcas:
Enoch, 375 años; Matusalén, 979 años; Noé, 955 años; Abraham, 175; Isaac, 180; Jacob, 140; José, 110.
También se alude al límite que Dios impuso a la edad de los hombres: 120 años. Al igual que muchos mitos
y leyendas, la búsqueda de personas longevas en lugares desconocidos ha sido una aventura constante: la Isla
Trinidad descubierta por Colón o el Jardín del Edén, por citar sólo algunos ejemplos. Existen poblaciones
que parecen tener un promedio de vida más largo, como los hunzas en Pakistán, los habitantes de Georgia en
Rusia y los de Vicabamba en Ecuador. Aunque la información acerca de la edad cronológica muchas veces
no es real, sí es evidente que la población tiene una gran cantidad de personas mayores de 80 años, activos y
sanos. En Pakistán y Ecuador, la dieta se basa en vegetales; en Georgia suele ser mixta, a partir de carne y
productos lácteos. La fuente de energía en las tres poblaciones son los carbohidratos y todos mantienen un
gran consumo de fibra. Además, tienen una actividad física intensa dado que la mayoría de los ancianos
trabaja en labores agrícolas. El consumo de grasas es bajo y el nivel de colesterol oscila entre 1 200 y 1 500
mg/100 ml. Las calorías totales varían de 1 200 a 1 700 kilocalorías por día. El equilibrio entre los
requerimientos y la utilización de calorías es negativo, ya que el gasto energético requerido suele ser mayor
a la ingestión real, por el tipo de actividad física desarrollada. También se han estudiado poblaciones en las
que los individuos son homogéneos, desde el punto de vista genético, y el tipo de alimentación es similar.
Esta clase de población se encuentra en China. La dieta contiene sobre todo calorías de origen vegetal, con
un promedio de consumo de proteína animal de 15% del total de las calorías totales. Casi no se ingieren
productos lácteos y el porcentaje de grasa ingerido no es mayor de 15%. La frecuencia de enfermedades
degenerativas es menor en comparación con la población de otros países, en los cuales el consumo de
proteínas y grasa es mayor. Sin embargo, no se ha podido demostrar que la dieta sea el único factor que se
relacione con el aumento de la longevidad. Es bien conocida la relación que existe entre la calidad de la dieta
y la morbilidad. Se disponen de grandes estudios realizados por la FDA y otras instituciones, en los cuales se
establece la influencia de un tipo específico de nutriente en relación con la presencia de diversas
enfermedades. Asimismo, también se ha podido demostrar el efecto deletéreo que tiene sobre la salud la
carencia de determinados micronutrientes o macronutrientes. También son conocidos los estudios
relacionados con la nutrición y el cáncer; por ejemplo, la relación del consumo de grandes cantidades de
alcohol con el cáncer de lengua, faringe, esófago e hígado y la función protectora de la ingestión de frutas y
verduras para el cáncer de esófago, pulmón, estómago y colon; la probable relación entre la vitamina C y la
disminución del riesgo de cáncer de pulmón, colon y estómago; y el posible factor protector de los
carotenoides y la vitamina E para el cáncer de esófago, colon, recto, útero y mama.

En algunos estudios realizados en fecha reciente, los determinantes de la longevidad se atribuyeron a


factores genéticos, ambientales y nutricionales; los primeros tienen sin duda un gran peso. El fenómeno
llamado selección demográfica se relaciona con la presencia de determinados genes, por ejemplo, el alelo de
la apolipoproteína E4 vinculado con enfermedades cardiovasculares y la enfermedad de Alzheimer; este
alelo es raro en individuos centenarios, en los que más bien predomina el alelo E2. En consecuencia, la
longevidad se explica por una mayor susceptibilidad a las enfermedades relacionadas con el envejecimiento.

Algunos estudios bien conocidos en animales señalan que la restricción de la ingestión de calorías aumenta
la duración de la vida. Es ya un clásico el estudio de McKay realizado durante el decenio de 1930, en el cual
se establece que la disminución del consumo de calorías totales reduce el ritmo de crecimiento y controla el
desarrollo y el proceso de envejecimiento en ratas sometidas a restricción dietética. Este investigador
demostró que al aportar una mayor cantidad de kilocalorías a ratas previamente alimentadas con una
cantidad suficiente de proteínas, vitaminas y minerales, se producía un aumento de la maduración y
desarrollo de estos animales, lo que traía como consecuencia una disminución de la longevidad. El
experimento se ha repetido varias veces y en casi todas ellas se reproducen los resultados observados por
McKay. El método original se ha modificado para tratar de identificar los mecanismos que intervienen en
alargar la vida de los hámsters (cricetos) y ratones. El objetivo es conocer el tipo de nutriente cuya función
es retardar el crecimiento, aunque hasta ahora esto no se ha logrado. En los estudios posteriores se mantiene
una alimentación normal (al gusto) durante las primeras seis semanas para evitar daños en el sistema
nervioso central producidos por la desnutrición en las etapas tempranas de la vida. Los animales con dietas
restrictivas reciben 60% de las calorías consumidas por el grupo testigo, el cual tiene libre acceso a la
comida. Las dietas con restricción calórica poseen una cantidad suficiente de proteínas, minerales y
vitaminas. Más de la mitad de los animales sometidos a restricción calórica siguió con vida cuando el último
de los que recibió dieta libre falleció. El promedio de vida de las ratas alimentadas a libre demanda fue de
950 días y el de las alimentadas bajo régimen de restricción fue de 1 400 días. En los animales estudiados, la
restricción de calorías retrasó el desarrollo y los cambios observados durante el proceso de envejecimiento
en los diferentes órganos. Asimismo, disminuyó la presencia de enfermedades cardiovasculares y renales, las
cuales fueron la causa más frecuente de muerte en las ratas del grupo de alimentación libre.

Algunos de los efectos vinculados con la cantidad y calidad de la nutrición guardan relación con los cambios
que se producen en el metabolismo, regulados a su vez por procesos neuroendocrinos, incluidos también los
mecanismos encargados del crecimiento y desarrollo. La desnutrición crónica produce, entre otras
anomalías, alteración de la función neuroendocrina, pérdida de peso, disminución del apetito y menor
secreción de hormona del crecimiento, tiroides, suprarrenales y hormonas estimulantes de la función
gonadal. Es probable que el aumento de la longevidad se relacione con la buena nutrición, más que la
desnutrición crónica. También se ha sugerido que un mayor ritmo de crecimiento y un nivel alto de grasa
corporal son factores que aceleran el proceso del envejecimiento. Otra hipótesis se enfoca en el descenso de
la tasa metabólica como resultado de la restricción calórica, ya que puede haber un incremento de la eficacia
de los mecanismos que regulan el metabolismo.

Las porciones relativas de proteínas, grasas y carbohidratos pueden tener influencia en la aparición de
enfermedades degenerativas y, por lo tanto, en la duración de la vida. En animales de experimentación, las
dietas ricas en proteínas dan lugar a un rápido crecimiento, aumento del peso corporal y una disminución de
la longevidad. Por el contrario, la restricción de proteínas de la dieta se acompaña de un menor deterioro de
la función renal, pero no produce una mayor duración de la vida, a menos que también se reduzca la
ingestión total de calorías. Un consumo elevado de grasas guarda relación con una menor longevidad.

Existen cuando menos tres estudios realizados en primates (monos rhesus y sqirrel), aún sin publicación de
los resultados finales, que indican hasta ahora que los animales del grupo de restricción calórica son más
ligeros e improductivos y, desde el punto de vista metabólico, tienen niveles más bajos de glucosa, insulina y
glucocorticoides, así como menor temperatura corporal hasta de 0.5°C, en comparación con los del grupo de
alimentación no restringida. Roy Walford, biogerontólogo de la Universidad de California, afirma que
cuanto mayor es la restricción calórica más viven los animales; este investigador ha iniciado un programa de
restricción calórica y al parecer ha logrado su objetivo de vivir más tiempo, tiene más de 100 años; sin
embargo, se trata de una experiencia aislada, que si bien no puede soslayarse tampoco puede tomarse como
confirmación de la hipótesis antes señalada. Por ahora puede aseverarse que la alimentación excesiva
incrementa la mortalidad, más que el incremento de la longevidad se atribuya a una dieta al borde de la
inanición.

Los hallazgos en modelos experimentales en animales no han podido extrapolarse a los seres humanos; no
obstante, sí se han demostrado los efectos de ciertos nutrimentos en el proceso del envejecimiento y la
aparición de enfermedades que aceleran el deterioro de ciertos órganos. Además, no se conocen aún los
efectos de la inanición sobre el conocimiento.
Un estudio prospectivo realizado en Nueva York reveló que la dieta baja en calorías y grasas disminuye en
grado notable el riesgo de padecer las enfermedades de Alzheimer y Parkinson. La correlación resultó ser
más significativa en cuanto a las calorías totales y menos en relación con la medida del índice de masa
corporal; esto sugiere un efecto beneficioso de la restricción calórica, a pesar del estado previo. En modelos
animales también existe evidencia de que la ingestión aumentada de calorías puede relacionarse con la
aparición de enfermedades neurodegenerativas. Asimismo, se ha documentado que las concentraciones
elevadas de homocisteína incrementan el riesgo de desarrollar enfermedad vascular, cardiopatía isquémica y
apoplejía. El estudio Framingham revela que las altas concentraciones de homocisteína (>10 mmol/L) en
suero incrementan el riesgo de enfermedad de Alzheimer. Las enzimas que metabolizan la homocisteína
utilizan ácido fólico, cobalamina y pirodixina como cofactores. La deficiencia de ácido fólico ocasiona
hiperhomocisteinemia, un hallazgo frecuente en los pacientes desnutridos con enfermedad de Alzheimer.
Las concentraciones elevadas de homocisteína aumentan la degeneración neuronal del hipocampo y hacen
más vulnerable al tejido cerebral con el estrés oxidativo. El suplemento de ácido fólico (400 mg/día)
disminuye la concentración de homocisteína de 2 a 5 mmol/L. Las modificaciones en la dieta pueden ser en
particular útiles en personas con predisposición genética para desarrollar enfermedad neurodegenerativa; por
ejemplo, los individuos portadores del alelo 4 de la apolipoproteína E. Desde luego, se necesitan estudios
prospectivos y longitudinales para establecer, cuando menos, las cantidades de calorías que deben ingerirse
para atenuar el riesgo de desarrollar morbilidad cardiovascular y neurológica, además de establecer nuevas
recomendaciones relacionadas con los micronutrientes, como el ácido fólico y otros, que pueden prevenir o
retrasar la aparición de diversas anomalías, desde la enfermedad de Alzheimer hasta algún tipo de cáncer.

La calorimetría indirecta ha mostrado que las necesidades de calorías en personas mayores de 65 años son
menores a las calculadas con las fórmulas comunes. Es posible, cuando se habla de restricción dietética, que
sólo se refiera a la que podría considerarse como dieta normal y suficiente. Es necesario precisar que, hasta
este momento, no existe evidencia suficiente de que la restricción dietética o los suplementos de ácido fólico
mejoren los síntomas en los pacientes con enfermedad de Alzheimer.

El envejecimiento individual depende fundamentalmente de la constitución genética, el estilo de vida y el


ambiente. A pesar del énfasis que han conferido muchos investigadores para conocer la razón que explica
por qué cierto tipo de nutriente retrasa el proceso de envejecimiento, no se ha demostrado que el consumo de
un tipo determinado de alimento aumente por sí mismo la longevidad. En cambio, se ha demostrado que
algunos hábitos alimentarios y determinadas costumbres suelen retrasar la dependencia, y en consecuencia
disminuyen la morbimortalidad. El objetivo actual es evitar o retrasar la aparición de enfermedades que
ocasionen incapacidad y dependencia, más que aumentar la cantidad de años a la vida. Encontrar el
equilibrio entre abuso y desnutrición, sin perder de vista la constitución genética y las enfermedades
concomitantes para facilitar la selección de alimentos, resulta más útil que recomendar fórmulas
extravagantes para traspasar los límites que marca el destino.

Hasta este momento no hay pruebas inobjetables de que alguna sustancia, régimen dietético o algún
programa específico de ejercicio alteren de forma directa los procesos fundamentales del envejecimiento
humano. Sí es seguro que la manera más directa de aumentar la esperanza de vida consiste en retrasar o
eliminar las causas de la muerte y, dado que las tres principales causas de muerte en las personas longevas
son aún las vasculopatías, la demencia y el cáncer, todo intento encaminado a retrasar o tratar estas
afectaciones aumentará la sobrevivida.

¡Cuando la fragilidad asoma, el miedo obliga! Muchas personas que se encuentran en los límites de la
llamada tercera edad desean disminuir el riesgo de dependencia e incapacidad, razón por la cual están
dispuestos a cambiar muchos de sus hábitos y abandonar las ya bien conocidas prácticas nocivas para la
salud, como el consumo de tabaco, alcohol, grasas y sal. Sin embargo, muchos de ellos son blanco fácil de la
publicidad que promueve los beneficios de infinidad de productos comerciales que ayudan supuestamente a
mantenerse joven y sano. Muchos de estos productos están elaborados a base de multivitaminas y extractos
de proteínas. Algunos otros contienen ciertos estimulantes como el ginseng o sustancias vasodilatadoras
como la ginkgobiloba. El peligro de estos productos radica en que algunos no están regulados de modo
adecuado o se expenden sólo como suplementos nutricionales, lo que los hace menos susceptibles a la
regulación sanitaria.

Existen estudios bien controlados que analizan la utilidad de los antioxidantes, como las vitaminas E y C, en
vasculopatías, y cuya conclusión es que, cuando menos hasta ahora, no existe evidencia suficiente para
recomendar estos productos como una medida preventiva eficaz. Es por ello que la American Heart
Association (AHA) publicó en la revista Circulation (2204;110:637-641) lo siguiente: “la evidencia de
beneficios cardiovasculares de los suplementos vitamínicos antioxidantes es muy escasa, e incluso en
algunos casos ha tenido efecto contrario”. También la World Cancer Research Found y el American Institute
of Cancer Research han patrocinado protocolos en los que se analizan los constituyentes de la dieta
(carbohidratos, proteínas, vitaminas, oligoelementos y otras sustancias bioactivas) en relación con el
tratamiento y la prevención del cáncer; estas instituciones han emitido después una serie de
recomendaciones: a) consumir una cantidad adecuada de nutrimentos (ya conocida) derivados esencialmente
de plantas, frutas y lácteos, sin incluir en lo posible productos procesados; b) mantener un índice de masa
corporal entre 21 y 23; c) realizar ejercicio aeróbico cuando menos tres veces a la semana durante 30
minutos; d) consumir sólo 10% del total de la energía procedente de azúcar refinada; e) limitar el consumo
de bebidas alcohólicas a 5% del total de energía (dos copas al día para los varones y una para las mujeres); f)
las carnes no deben representar más de 10% del total de energía: 80 g, tres onzas por día, de preferencia
pescado o pollo; g) el total de grasas y aceites no debe ser mayor de 30% del total de energía y debe
limitarse el consumo de grasas de origen animal; h) consumir menos de 6 g por día de sal y, si es posible,
utilizar sustitutos de sal para preparar los alimentos; i) no ingerir alimentos que se encuentren durante mucho
tiempo a temperatura ambiente, ya que pueden contaminarse de hongos; j) evitar los alimentos fritos o
carbonizados, y k) disminuir el consumo de tabaco.

La prevención y el tratamiento de diversas enfermedades a través de la nutrición se practican desde tiempos


inmemoriales. En la actualidad se desarrollan infinidad de estudios clínicos para establecer el supuesto
beneficio de la dieta y otros suplementos o agregados. Existen algunas recomendaciones generales de
la Food and Agriculture Organization (FAO) de las Naciones Unidas; sobresalen las siguientes: establecer
los requerimientos de energía de manera individual y con base en esa valoración planear la dieta, la cual
debe contener un gran porcentaje de frutas, verduras y cereales.

En relación con la energía, debe recordarse que la producción de frutas y vegetales consume mucho menos
energía que la producción de carnes y otros alimentos de origen animal, así como también reduce el efecto
ecológico de la industrialización, problema que se ha tornado prioritario a escala mundial. Las dietas con un
buen aporte de frutas y verduras contienen la mayor parte de las vitaminas, fibra y minerales recomendados,
además de que previenen enfermedades cardiovasculares y gastrointestinales. Uno de los problemas, sobre
todo en países como éste, es la contaminación por pesticidas y otros residuos químicos que no siempre se
eliminan con el lavado habitual, por lo que es necesario establecer medidas más eficaces de vigilancia y
regulación sanitaria. No se recomienda la dieta vegetariana estricta en todos los adultos mayores ya que,
como se verá más adelante, el aporte de calcio y otros nutrientes se incrementa, lo que obliga al consumo de
leche y sus derivados.

Aunque los alimentos son fundamentales para mantener la salud, no siempre son suficientes. Un ejemplo es
la declaración de la Fundación para la Artritis de 1981: “La posible relación entre dieta y artritis se ha
estudiado extensa y científicamente. El hecho simple y probado es que ninguna comida tiene ninguna
relación con la causa de la artritis y ninguna comida es efectiva en la curación de ésta”. En general, los
tratamientos nutricionales se orientan a individualizar la dieta, tras valorar el estado individual, las
enfermedades concomitantes, las preferencias, la cultura, el modo de preparación y el nivel de ingresos. A
continuación se describen algunos tipos de dieta y algunas conclusiones de estudios clínicos relacionados
con la utilización de suplementos nutricionales. La finalidad es contar con un panorama general y
proporcionar algunas recomendaciones a los pacientes:

Utilización de vitaminas antioxidantes. Existen referencias de algunos países, como Cuba, donde se usan
junto con otros tipos de tratamiento para algunas enfermedades y como medida para retrasar los efectos del
envejecimiento. En el año 2002 se publicaron varios estudios referentes al empleo de productos derivados de
plantas y suplementos con vitaminas: el Heart Protection Study of Antioxidant Vitamin Supplementation,
estudio realizado en 20 356 pacientes de 40 y 80 años, doble ciego, en pacientes con cardiopatía isquémica y
diabetes mellitus, los cuales recibieron suplementos de vitaminas antioxidantes (E, 600 mg; C, 250 mg;
caroteno β, 20 mg) o placebo. Después de cinco años, los sujetos que recibieron los suplementos tenían
concentraciones elevadas en plasma de vitaminas E, C y caroteno β, pero la morbimortalidad fue
prácticamente respecto del grupo con placebo. En otro protocolo, llevado a cabo en mujeres
posmenopáusicas con cardiopatía isquémica, el número de muertes y episodios cardiovasculares agudos fue
mayor en el grupo que recibió tratamiento antioxidante en comparación con el grupo control. Otro más,
doble ciego, efectuado en 652 pacientes mayores de 60 años (media de 73 años), en el cual un grupo de
individuos recibió vitamina E (200 mg/24 h), otro suplementos de vitaminas y minerales y otro placebo,
demostró una ligera disminución de la frecuencia de infecciones, en el grupo con tratamiento, pero no así la
gravedad del episodio, que fue mayor en el grupo que tomó vitamina E.

Existen muchas publicaciones relacionadas con la reumatología y la nutrición. Según estos informes: el
ayuno mejoró los síntomas en algunos pacientes, si bien el efecto es de corta duración y es difícil que se
repitan. La mejoría observada durante el ayuno se acompañó de una menor velocidad de sedimentación y la
rigidez matutina en el caso de la artritis reumatoide (AR). La mejoría se atribuyó a desnutrición, la cual
puede suprimir la inmunidad por reducción de la permeabilidad gastrointestinal, disminución de la función
de neutrófilos, reducción de la respuesta linfocitaria a mitógenos o aumento de las concentraciones de
cortisol. En cuanto a las dietas de exclusión o eliminación, en las que no se consumen alimentos que causan
al parecer algún tipo de alergia y que por ese motivo agravan la enfermedad, no han mostrado efectos
beneficiosos de manera consistente. La nutrición basada en una dieta elemental ha mostrado beneficios sobre
algunos de los síntomas de los pacientes con AR, quizá debido a la reducción de la carga antigénica
alimentaria del intestino. Los ácidos grasos de los que se derivan las prostaglandinas y los eicosanoides,
mediadores del proceso inflamatorio, también se han utilizado con el objeto de modular la respuesta del
huésped. En particular, se han usado ácidos grasos omega 3, derivados de los peces (eicosapentaenoico,
20:5; ácido docosahexaenoico, 22:6) que se incorporan a la membrana celular e inhiben la acción de
prostaglandinas y leucotrienos. También deben mencionarse los ácidos grasos poliinsaturados de lípidos
vegetales, como el omega 6 (ácido linoleico, 18:2; ácido linolénico, 18:3). Este tipo de dietas funciona como
antiinflamatorio en varios modelos animales experimentales. En seres humanos se ha demostrado que el
aceite de pescado y el aceite de semillas mejoran la rigidez matutina y el dolor articular en pacientes con AR
y artritis soriásica; sin embargo, es difícil establecer una relación dosis-efecto y precisar cuál de los
componentes de dichos aceites es el más efectivo.

Las dietas vegetarianas combinadas (cuando se incluyen productos lácteos y suplementos de vitamina B12)
pueden contener una cantidad suficiente de todos los nutrientes necesarios. En algunos estudios se ha
comunicado una mejoría de los síntomas de AR y la hipótesis planteada para explicar tal fenómeno es la
remoción de posibles alergenos alimentarios y grasas saturadas. Otros estudios relacionados con
antioxidantes demostraron mejoría sintomática, sobre todo el dolor, en pacientes que ingerían megadosis de
vitamina E en comparación con placebo; pese a ello, no se modifican otros parámetros de la enfermedad. La
dieta macrobiótica zen estricta (la de 10 fases progresivas, en las que se eliminan alimentos de manera
paulatina) puede ocasionar desnutrición y por tanto puede ser especialmente peligrosa en personas con
riesgo de desnutrición o diversas afectaciones, en las cuales las necesidades nutricionales suelen modificarse.
Existen también dietas similares cuya finalidad es excluir alimentos de la familia de las solanáceas
(belladona), como tomate, papas, berenjena y pimientos, ya que estos alimentos contienen en teoría
sustancias proinflamatorias, o bien dietas que eliminan de modo gradual las carnes rojas, conservadores,
aditivos y alcohol. En ambos casos parecen mejorar los síntomas, sobre todo en relación con el dolor y la
movilidad, aunque el efecto es de corta duración. Existen informes de las propiedades antiinflamatorias del
jengibre, una sustancia utilizada en la medicina tradicional de la India.

La dehidroepiandrosterona, hormona esteroidea androgénica producida por las glándulas suprarrenales y


convertida en estrógeno y testosterona, se ha estudiado ampliamente en diversas enfermedades y se emplea
como sustancia para tratar diversas enfermedades que pueden relacionarse con la disminución de los niveles
séricos de esteroides. Las hipótesis relacionadas con los hallazgos de concentraciones bajas de esteroides
sexuales presuponen que al aumentar las cifras séricas de esta sustancia, mejoran todas las funciones
relacionadas con dichas hormonas, incluida gran parte de la fisiología. Existe cuando menos un ensayo
clínico doble ciego en el que se administró DHEA a pacientes mayores de 60 años con AR: seis mujeres y
cinco varones (media de 72 años) recibieron 200 mg de DHEA oral durante 16 semanas. A las cuatro
semanas se reconoció un aumento de la concentración sérica de DHEA, pero no mejoró ninguno de los
parámetros clínicos. Se sabe que la administración de DHEA implica algunos riesgos: en una publicación del
Instituto Nacional del Envejecimiento de Estados Unidos se alertó acerca de que la administración de esta
sustancia podía producir graves efectos secundarios, como crecimiento prostático y agravación de los
síntomas del cáncer de próstata, hepatotoxicidad, aumento del riesgo de cardiopatía, hiperglucemia,
progresión del cáncer de mama y otros tipos de cáncer dependientes de hormona. Por todo lo anterior,
además de no contar con estudios clínicos prospectivos, con asignación al azar y controlados, se recomienda
no administrar esta sustancia como medida antienvejecimiento (medida que nunca se ha probado) ni como
tratamiento para todas las enfermedades que presumiblemente mejora.

Los patrones y los hábitos dietéticos tienen una gran variación entre los países y aun entre los individuos.
Los nutrimentos esenciales están dispersos en la naturaleza, lo que obliga a combinarlos todos para lograr el
aporte suficiente de los micronutrientes y macronutrientes.

La moderación en todos los ámbitos es una sabia recomendación; deben reconocerse las propias necesidades
y ambiciones y tener siempre en cuenta la influencia que pueden tener sobre el clínico y el paciente el
consumismo y la propaganda.

Existen muchas publicaciones en relación con los objetivos de la nutrición y todas tienen muchos puntos en
común. Los objetivos para las personas mayores de 60 años son a) disminuir el ingreso de calorías respecto
de las personas más jóvenes y aumentar el consumo de frutas, verduras, granos enteros y productos
lácteos; b) reducir el consumo de carnes rojas e incrementar de manera proporcional el pescado, y c) ingerir
menos productos ricos en grasas saturadas, menos azúcar y poca sal. Estos objetivos dietéticos deben
aplicarse al elaborar planes de nutrición individuales, que dependen de la presencia de enfermedades o
factores de riesgo para el desarrollo de otras. No siempre es fácil elaborar un plan que abarque todos los
objetivos, ya que cambiar los hábitos nutricionales es más complicado de lo que parece, dado que interviene
una infinidad de circunstancias en la selección, preparación y consumo de alimentos.

Dentro de las medidas para mejorar la salud en general figura la obtención de una verdadera información
nutricional que sirva de contrapeso a la abrumadora publicidad de los medios de comunicación masiva. Al
conocer las preferencias de los pacientes es posible adecuar el plan de nutrición; por ejemplo, si alguien es
vegetariano estricto pueden proponerse alimentos ricos en vitamina B12 y calcio. Si el paciente no puede
comer carne y la cantidad de proteínas de la dieta es insuficiente para satisfacer sus necesidades, se puede
recomendar un aporte de proteínas a base de caseinato de calcio, dieta polimérica, leche, nueces o frijoles
secos. Por fortuna, existe una gran cantidad de recetas y otros incentivos para mejorar las formas de
alimentarse. Lo que constituye un grave problema es la desnutrición, que es todavía un problema de salud
pública y de difícil resolución a pesar de los avances de la ciencia, ya que su origen es multifactorial: la
pobreza y la desigualdad son los principales factores de riesgo.

Aparato digestivo
La disminución del número y la funcionalidad de las piezas dentales reducen la eficacia de la
masticación; esto, junto con una menor secreción de saliva, dificulta la formación del bolo
alimenticio. Se produce atrofia de las papilas gustativas; se altera la motilidad esofágica, con
disminución de la amplitud de las ondas peristálticas, presencia de ondas polifásicas, relajación
esofágica y relajación incompleta del cardias. La mucosa gástrica es más susceptible a la lesión
inducida por el jugo gástrico debido a una menor cantidad y eficacia de la capa de gel secretada
por las células gástricas, una menor síntesis celular de prostaglandinas citoprotectoras y la
disminución de la capacidad de reparación de las lesiones, derivada de una menor capacidad
proliferativa del epitelio. Existe propensión a la atrofia de la mucosa, con menor secreción de
ácido clorhídrico y, con la consiguiente menor absorción de hierro y calcio, también hay una
reducción de la secreción gástrica del factor intrínseco necesario para la absorción de vitamina
B12 en el intestino delgado. La incidencia de úlceras pépticas se incrementa con la edad.

Se han descrito cambios a nivel motor en el intestino delgado con el envejecimiento. Esto incluye
relativamente un menor efecto en el intestino delgado de los patrones manométricos con
disminución de la frecuencia de contracciones después de comer. La absorción de nutrientes por
el tracto gastrointestinal depende de varios factores. Los compuestos lipofílicos como la vitamina
A muestran un incremento de su absorción mientras que la vitamina D está disminuida. La
absorción de grasa decrece, mientras que se incrementa la absorción del colesterol.

En el intestino grueso varios factores favorecen la aparición de divertículos: menor motilidad


colónica con aumento del tiempo de tránsito por pérdida de neuronas del plexo mioentérico;
mayor consistencia de las heces secundaria a un menor consumo de fibra e incremento de la
absorción de agua debido al aumento del tiempo de tránsito y la colágena en la pared del colon.

El hígado y el páncreas experimentan pocos cambios; esto, unido a su gran reserva funcional,
permite que ambos órganos mantengan intactas unas posibilidades funcionales que superan las
expectativas de vida máxima. El tamaño del hígado disminuye en 45% con la edad, en relación
con una declinación del flujo sanguíneo. La fase I del metabolismo hepático se ve afectada, con
una reducción de la actividad enzimática, en especial el sistema P450. Los factores que pueden
contribuir a la alteración de la depuración hepática son el tamaño del hígado, su capacidad para
metabolizar sustancias y la disminución del flujo sanguíneo en relación con la edad. Se ha
demostrado que los ancianos presentan una menor depuración de los fármacos cuyo
metabolismo depende del flujo sanguíneo, dato que se debe considerar para ajustar la dosis
cuando se indican fármacos en esta población. También disminuyen otras funciones del hígado
con la edad, como la producción de albúmina, factores de coagulación y metabolismo de la
glucosa.

Piel
La piel es el órgano más grande del cuerpo. Entre sus funciones más importantes figuran ser
barrera mecánica, regular la temperatura, iniciar la función inmunológica, transmitir el estímulo
externo al cuerpo, además de proteger contra los efectos ultravioletas de la luz. Se compone de
tres capas: la epidermis, la dermis y la hipodermis; los cambios más frecuentes son los siguientes:
en la epidermis aparecen fenómenos atróficos, la capa basal se hiperpigmenta y existe algún
grado de hiperqueratosis. En la dermis también se evidencia cierta atrofia y degeneración de la
colágena, que da lugar a elastosis del anciano y degeneración actínica, junto con dilatación de los
vasos y roturas vasculares que, ante traumatismos insignificantes, produce púrpura senil. Son
comunes la atrofia e hipertrofia del tejido subcutáneo en los viejos.

El grosor de la piel tiende a disminuir después de la séptima década, además de mostrar también
incremento de la respuesta vasoconstrictora y disminución de los agentes vasodilatadores y
vasoprotectores. Se ve alterada la función reparadora de la piel con alteraciones de la curación de
heridas, que puede contribuir a la formación de úlceras y su cronicidad.

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