Derecho Concursal
Derecho Concursal
Derecho Concursal
El DERECHO CONCURSAL es la rama del Derecho mercantil formada por las normas
sustantivas y procesales que tienen por objeto la regulación del concurso de acreedores (Gallego
Sánchez, 2014, p. 351). Su finalidad es buscar una solución a la situación de insolvencia de un
deudor respecto a varios de sus acreedores, para que el primero pueda finalmente cumplir con
sus obligaciones.
El CONCURSO1, a su vez, es “un proceso jurisdiccional que, como todos los procesos, sirve de
cauce para que los Tribunales de Justicia juzguen sobre la procedencia en Derecho de prestar
una tutela jurisdiccional a un sujeto que la solicita frente a otro u otros sujetos y, en caso de
resultar procedente, concedan y hagan efectiva dicha tutela”.
La tutela jurisdiccional cuya prestación es objeto del proceso concursal parte de la situación
de insolvencia de un deudor. Ante esta situación, el ordenamiento protege, por un lado, a los
ACREEDORES para quienes la insolvencia supone un riesgo de trato desigual respecto de otros
acreedores y, por otro lado, al propio DEUDOR que quiera evitar que la insolvencia conduzca a la
total consunción de sus activos patrimoniales con el consiguiente cese de la actividad empresarial
o profesional que lleve a cabo.
Desde esta perspectiva son dos las finalidades que suelen asociarse al proceso concursal:
1º Lograr la máxima satisfacción de los acreedores con respeto del principio de igualdad2,
de manera que el eventual quebranto económico que lleve aparejada la insolvencia del
deudor común se reparta de manera proporcional entre todos los acreedores.
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El concurso, en términos generales, puede definirse como la participación en un mismo acto de diversas
personas que se hallan interesadas en él. Ej.: es necesario el concurso de todos los condominios de un
inmueble para la validez de los actos relativos a éste. V. CAPITAN, Henri, Vocabulario Jurídico, Ediciones
Depalma, Buenos Aires, 1986, Pág. 138
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Este principio de igualdad en el derecho concursal se conoce, también, como la “par condicio creditorum”,
locución latina que significa “igual condición de crédito”, y supone la paridad de tratamiento, en igualdad de
condiciones, para los acreedores. Su objeto es la satisfacción a prorrata (proporcional) de los derechos de
los acreedores, respetando la respectiva posición preferencial que tengan los mismos en virtud de la ley (por
ejemplo, un acreedor hipotecario).
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Debe tenerse presente, sin embargo, que la concreción del “principio de conservación de la empresa”,
como un mecanismo de salvataje empresarial, debe derivarse del análisis racional de la viabilidad del
patrimonio del deudor, en el que la opción liquidatoria no debe descartarse a priori, pues la mantención de
una empresa debe adecuarse no solo a los intereses del deudor y la masa de acreedores, sino de todos los
1
La primera finalidad mira a la tutela de los intereses de aquellos acreedores a quienes la
insolvencia coloca en situación de desigualdad; la segunda, mira a la tutela del propio deudor
insolvente.
En nuestro país la Ley N° 20.720, de 09 de enero de 2014, que entrara a regir el 10 de octubre
de 2014, de Insolvencia y Reemprendimiento, al definir su “Ámbito de aplicación”, en su artículo
1°, señala que aquella “[…] establece el régimen general de los procedimientos concursales
destinados a reorganizar y/o liquidar los pasivos y activos de una Empresa Deudora, y a repactar
los pasivos y/o liquidar los activos de una Persona Deudora”.
Este concepto, sin embargo, amén de restringido, pues sólo resulta aplicable a quienes se
dedican a la actividad mercantil, termina por mutar, pasando a definirse, ahora, desde una
perspectiva procesal, como: “Un proceso ejecutivo patrimonial de orden público, de carácter
universal y colectivo, que persigue mediante la administración y/o liquidación de los bienes del
insolvente, el pago a los acreedores conforme la graduación legal” (Juan Esteban Puga).
actores que puedan verse relacionados, ya sea directa o indirectamente a su operatividad en el mercado
(QUIJANO, Camila). A este respecto, el primer informe de la Comisión de Economía ante el Senado, en su
primer trámite constitucional, señalaba que “[…] el Proyecto de Ley que se presenta a vuestro conocimiento
se basa en fomentar o estimular, en primer lugar, la reorganización efectiva de empresas viables, es decir,
permitir que un emprendimiento dotado de posibilidades de subsistir y prosperar pueda superar las
dificultades transitorias en que se encuentra, con ayuda de sus acreedores y con miras a permanecer como
unidad productiva en el tiempo. Asimismo, y en segundo lugar, …entregar las herramientas idóneas para
asegurar que aquellos emprendimientos que simplemente carezcan de la entidad necesaria para perseverar
puedan ser liquidados en breve tiempo, estimulando el resurgimiento del emprendedor a través de nuevas
iniciativas”.
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viables, lo que se identifica doctrinalmente con el “principio de conservación o continuidad de la
empresa”. En este orden de ideas, la figura que toma protagonismo en el sistema concursal
chileno es el Acuerdo de Reorganización, pactado entre deudor y su masa de acreedores, cuyo
objeto es la reestructuración de los activos y pasivos del primero, negociado otras formas o
condiciones de pago, para evitar la liquidación (antigua quiebra) de la empresa, pudiendo el
deudor en ese tiempo, bajo ciertas condiciones, enajenar o vender bienes propios de su giro o que
resulten estrictamente necesarios para el normal desenvolvimiento de su actividad, cuyo
cumplimiento no solo permitiría satisfacer los créditos adeudados, sino, además, evitar la
eliminación de la empresa del mercado.
Los concursos, sin embargo, admiten diversas clasificaciones; entre las más importantes, las
siguientes:
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forma de solucionar el pasivo del deudor, cumpliendo las solemnidades
legales y que tiene por fin impedir o alzar la quiebra (liquidación) y que
obliga al deudor y a todos sus acreedores, salvo excepciones legales”. El
saneamiento del patrimonio del deudor queda entregado al “principio de
autonomía de la voluntad” (PUGA VIAL)
El origen de la quiebra se remonta a los tiempos del derecho romano, que a través de los
años desarrollo una serie de procedimientos para combatir un patrimonio en crisis.
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A decir de esta disposición “Si un banco cesa en el pago el gerente dará aviso inmediato al
Superintendente, quien deberá determinar si la solvencia de la institución subsiste y, en caso contrario,
adoptará las medidas que corresponda aplicar de acuerdo con la ley”.
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c) La Missio in Bona. Esta institución inicia un mecanismo procesal que permite transmitir el
patrimonio del deudor a la comunidad de acreedores, los que podían enajenarlo en
bloque a otra persona. Los acreedores se subrogaban en los derechos y obligaciones del
deudor (misio in possessionem rei servandae causa: concesión de la posesión del
patrimonio del deudor a los acreedores en caso de insolvencia, rebeldía o indefensión).
d) La Distractio Bonorum. Supone la venta al detalle de los bienes del deudor fallido, siendo
la figura más similar a los actuales procedimientos en vigor, ya que se nombraba a un
curador llamado curator bonorum, quien administraba el patrimonio del deudor a fin de ir
pagando a los acreedores (bonorum emptor: adquirente en masa de los bienes de un
deudor fallido).
Todos estos procedimientos romanos eran de orden privado, dirigidos por los propios
acreedores. Sólo en la Edad Media (S. XIII y XIV) surge –especialmente en las comunas italianas- la
noción publicista de la ejecución colectiva, interviniendo los tribunales de justicia en la
administración de los bienes y en la dirección de la ejecución. En el derecho de la ciudad de
Venecia, en el siglo XIII, se creó la oficina que recibió el nombre de Sopraconsoli, la cual tenía por
función apoderarse de los bienes del fallido y adjudicárselos a los acreedores; fue el origen de la
sindicatura.
La quiebra en Chile y los procedimientos a que da lugar, por su vez, siguen -por una parte- la
tradición hispana y -por otra- la corriente francesa que se inspira en el fenómeno de la
codificación, común en los países de la América Hispana.
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establecieron un sistema concursal aplicable únicamente a los comerciantes con Síndicos
compromisarios elegidos por los acreedores.
Todas estas reglas se inspiran en las Partidas y rigen en Chile desde 1795 hasta 1865, año
en que se promulga el Código de Comercio.
Al mismo tiempo, abriga la esperanza que la nueva legislación “disminuirá el número de las
quiebras, dificultando el buen éxito de las maquinaciones dolosas que, a la aproximación
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del momento fatal sugiere la perspectiva de la miseria, o el punible deseo de enriquecerse
con la fortuna ajena”.
Durante este período se dictan diversas otras normar referidas a esta materia
(codificación), a saber: (1) El Código Penal, promulgado en 1874, regula en el párrafo “De
las defraudaciones” las penas correspondientes a los deudores declarados en quiebra (los
derogados Arts. 463,464 y 465, que distinguían entre insolvencia culpable y fraudulenta), y
las penas aplicables al deudor no comerciante que comete el delito de insolvencia punible;
(2) El Código de Procedimiento Civil, que entra en vigencia el año 1902, en su Título III,
reglamentó el “concurso de acreedores”, como una formula destinada a resolver un
conflicto de intereses entre acreedores, distinguiendo ( Art. 572) entre el concurso
“voluntario” ( Art.584) promovido por el deudor que había hecho cesión de bienes pero
que el Tribunal declaraba que no estaban obligados a admitirla, y el denominado concurso
“necesario” (Art.691) , promovido cuando existían en contra del deudor, tres o más títulos
ejecutivos e iniciadas dos o más ejecuciones, no presentando bienes para satisfacer sus
obligaciones; y (3) El Código de Procedimiento Penal, de 1906, dispuso que las cuestiones
relativas a la calificación de la quiebra serían juzgadas en forma previa por el Tribunal a
que se sujetaba el conocimiento de ella antes de iniciar la acción penal, que en la práctica
era el Juzgado de Comercio conforme a lo dispuesto en el Art. 1.341 del Código de
Comercio.
La nueva legislación se apartó del principio tradicional latino o francés para acercarse
más al modelo anglosajón, ampliando la institución de la quiebra a personas que no son
comerciantes (Art. 1°), acabando así con la dualidad de disposiciones relativas a las
quiebras tratadas en el Libro IV del Código de Comercio y en el Título III del Código de
Procedimiento Civil.
La nueva ley, sin embargo, mantiene en “todo su rigor el principio según el cual el
comerciante que ha cesado en el pago de una obligación mercantil se encuentra en
estado de ser declarado en quiebra”. Se aleja sin embargo del sistema del “estado de
cesación de pagos“ existente en el Código de Comercio, postulando en su lugar, un
sistema más exigente de enumeración taxativa de las causales que la habilitan que la
hacen procedente, acercándose también con ello al modelo casuista anglosajón, con lo
que se busca evitar dejar librado únicamente al juez de la causa, el criterio de apreciar los
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hechos que fuesen demostrativos y tuvieren el mérito de revelar cuál era exactamente el
estado de crisis patrimonial del deudor para provocar su declaración de quiebra.
La Ley de Quiebras del año 1929, reaccionó contra el sistema imperante e innovó
sustancialmente en lo que dice relación con el órgano concursal ya que suprimió los
Síndicos Privados y en su lugar, los estatizó, creando a la Sindicatura General de Quiebras,
esto es un sistema público del Estado de administración de las quiebras, con carácter de
servicio público estatal que en adelante actuaría como órgano auxiliar de los Tribunales de
Justicia, a quien le correspondería la administración de las quiebras, la fijación de la fecha
de la cesación de pagos, la liquidación del activo y el pago del pasivo y demás funciones
que le encomendaba esa ley (Art.10 Ley 4.558).
Por último, la Ley 4.558 introdujo el convenio extrajudicial- recogiendo lo que ya era una
costumbre en el comercio- pero deja fuera el convenio preventivo el que sólo se
incorporó a partir del Decreto N° 248 del año 1931, pero confundió su reglamentación con
los convenios simplemente judiciales provocando numerosas interpretaciones
encontradas.
Este sistema fue el que rigió desde el año 1929, hasta la entrada en vigencia de la Ley
18.175, publicada en el Diario Oficial de 28 de octubre de 1982.
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f) Termina con la utilización de la quiebra como sucedáneo de la cobranza al impedir la
consignación del crédito del peticionario una vez declarada la quiebra y hace
obligatoria la consignación de inicial de cien unidades de fomento (unos tres mil
ochocientos dólares) para responder por los gastos de la tramitación en el caso que
esta sea solicitada por un acreedor.
La Ley N° 18.175, de 1982, fue el marco del derecho de quiebras vigente en el país por
más de treinta años, pero durante su vigencia experimentó una serie modificaciones, que
culminaron con la Ley N° 20.004, de 8 de marzo de 2005, y sobre todo con la Ley N° 20.073,
de 29 de noviembre de 2005, como asimismo con la reincorporación de las normas sobre
quiebra al Libro IV del Código de Comercio, dispuesta por la Ley 20.080, de 24 de
noviembre de 2005, que dejó en la Ley N° 18.175, sólo los aspectos institucionales de su
Título II, pasando a denominarse Ley Orgánica de la Superintendencia de Quiebras
(organismo que remplazara a la Fiscalía Nacional de Quiebras, por aplicación del artículo 7
de la Ley 19.806, de 31 de mayo de 2002, que fija normas adecuatorias del Sistema Legal
Chileno a la Reforma Procesal Penal).
Dentro de las modificaciones de período, cabe destacar la del régimen concursal del
sistema financiero, mediante la Ley 18.576, de 27 de noviembre de 1986, que contiene
medidas (Título XV de la Ley General de Bancos) destinadas a regularizar las situaciones
de las empresas bancarias, suprimiendo en Chile, la posibilidad de quiebra de un banco en
funcionamiento, disponiendo en cambio su liquidación forzosa.
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diversos estamentos de la sociedad, el Congreso despachó la nueva ley, que representa una
reforma sustancial a las normas en la materia, acorde a las exigencias del derecho, del
sistema financiero y, especialmente, a los requerimientos de la moderna actividad
económica.
En efecto, existía diversas falencias o vacíos en la anterior legislación, los que, con mayor o
menor éxito, la Ley N° 20.720 ha buscado solucionar. Entre los aspectos criticados a la
normativa contenida en el Libro IV del Código de Comercio, se pueden mencionar los
siguientes:
a) En materia de quiebras:
i. La aplicación de las mismas normas tanto a los deudores personas naturales, no
empresarias, como a las personas jurídicas y en general, a las empresas;
ii. Discusión respecto de la aplicabilidad de las normas concursales a las personas
jurídicas sin fines de lucro;
iii. Restricción al derecho a defensa del deudor respecto de quien solicita la quiebra;
iv. Procedimiento de enajenación muy extenso;
v. Asignación de un derecho a veto al fallido en materia de enajenación por venta
directa;
vi. Poca precisión en materia de acciones revocatorias concursales;
vii. Indeterminación de la fecha de cesación de pagos, para efectos del ejercicio de
las acciones revocatorias concursales;
viii. Discusión respecto de la causal de terminación de los contratos de trabajo, y
ix. Configuración de los delitos concursales basada en un sistema de presunciones.
b) En materia de convenios:
i. Desregulación de los convenios judiciales.
ii. Situación de los acreedores garantizados.
iii. Alto quórum de aprobación.
iv. Situación de desamparo financiero y comercial de la empresa durante el período
que media entre la presentación de las proposiciones de convenio judicial
preventivo y la junta deliberativa.
v. Financiamiento preferente hasta la votación del convenio.
vi. Tratamiento de los créditos relacionados.
Así las cosas, la Ley N° 20.720, presenta diversos aspectos novedosos respecto de la
normativa anterior, los que iremos desarrollando durante el curso. De momento, cabe
destacar la diferenciación entre los deudores que realiza la ley, a saber:
1º Diferente tratamiento normativo para las empresas deudoras y para las personas
naturales no empresarias, a partir de su diversa naturaleza y los efectos de los
procesos en su desenvolvimiento futuro:
a) Empresa deudora:
i. Respeto de la unidad económica y viabilidad del negocio.
ii. La liquidación puede hacer desaparecer la persona jurídica.
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b) Persona deudora:
i. No hay unidades económicas que respetar.
ii. Le renegociación y la liquidación deben reconocer que la persona
continuará con sus actividades económicas (V. Ley, Art. 268, inciso
3°).
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b) Procedimientos aplicables a las PERSONAS DEUDORAS:
i. Procedimiento Concursal de Renegociación de Deudas:
Supone un procedimiento administrativo y gratuito, facilitado por
la Superintendencia de Insolvencia y Reemprendimiento, a fin que
el deudor y los acreedores puedan llegar a un acuerdo de
renegociación o ejecución extrajudicial.
Este sistema, hoy, se reemplaza por un sistema de defensa objetiva por parte del deudor
frente a la solicitud de liquidación forzosa, estableciéndose en detalle el denominado
juicio de oposición (V. Ley Art. 121 y sgtes.).
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El principio de bilateralidad de la audiencia o del contradictorio expresa que, salvo excepciones limitadas, el juez no
podría actuar su poder de decisión sobre una pretensión (civil, lato sensu, o pena), si la persona contra quien aquélla ha
sido propuesta no ha tenido oportunidad de ser oída: auditur et altera pars.
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1.7.3. Celeridad.
Se pone fin al sistema de plazos no fatales, ambiguos y extensos, que dilatan
innecesariamente el procedimiento.
1.7.4. Publicidad.
Se reemplazan las publicaciones en el Diario Oficial y las notificaciones judiciales, por un
sistema público virtual, denominado el Boletín Concursal, de carácter gratuito (V. Ley Art.
2 N°7).
Este principio, por tanto, constituye una manifestación del interés del Derecho y
particularmente del Derecho Comercial de regir las relaciones que se suscitan en los
negocios. Plantea que el Derecho Concursal, al ser parte integrante del Derecho
Comercial, debe conjugar sus objetivos con aquellos que rigen la circulación e
intermediación de los bienes y servicios. Por ende, este principio, “es aquel que busca la
más adecuada utilización de las instituciones existentes en el derecho concursal y que
presenten la mejor oportunidad económica, a fin de obtener un óptimo aprovechamiento
de los recursos del fallido” (RODRÍGUEZ, Román).
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Por otra parte, como otra manifestación del mismo principio, ahora en los procesos de
liquidación, se considera esta situación como causal de terminación del contrato de
trabajo (V. Art. 163 Bis del Código del Trabajo: La fecha de término del contrato de trabajo
es la fecha de la dictación de la resolución de liquidación [V. Ley Art. 129]).
Por su parte, la competencia relativa está dada por el territorio, siendo competente el
Tribunal correspondiente al domicilio del deudor.
En todo caso, cabe tener presente para estos efectos, el Capítulo VII de la Ley N° 20.720,
denominado del Arbitraje Concursal, en el cual se establece, en el inciso 1° del artículo 295
que “podrán ser sometidos a arbitraje los Procedimientos Concursales de Reorganización
y Liquidación”.
Esta normativa, más allá de la aplicación efectiva que tenga, constituye una importante
novedad, ya que hace extensivo a los procedimientos de liquidación la posibilidad de un
arbitraje voluntario, lo que no se contemplaba en las anteriores leyes en la materia.
b) Apelación:
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Auto Acordado S/N, publicado en el Diario Oficial N° 40.973, de 03 de octubre de 2014 (Pág. 13). AUTO ACORDADO DE
LA CORTE DE APELACIONES DE CHILLÁN SOBRE DISTRIBUCIÓN DE PROCEDIMIENTOS CONCURSALES CONTEMPLADOS EN
LA LEY 20.720
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i. Procedencia: Sólo respecto de las resoluciones indicadas en la Ley N°
20.720.
ii. Plazo para interponerlo: Cinco (5) días desde la notificación de la
resolución recurrida.
iii. Efectos: Por regla general, se concede en el sólo efecto devolutivo.
iv. Preferencia: Se otorga preferencia para su inclusión de la causa en la tabla
y para su vista y fallo.
Etimológicamente la expresión solvencia proviene del latín “solvens”, estos es solventar, que
quiere decir arreglar cuentas, pagando. Por tanto, “insolvente” es aquel que no paga.
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1.9.1. El incumplimiento de las obligaciones. La ejecución individual.
Este derecho a ejecutar al deudor está regulado, en el derecho común, con un criterio
esencialmente INDIVIDUALISTA, que mira a proteger exclusivamente los intereses del acreedor,
que se traduce en el hecho de que puede embargar tal o cual bien y tramitar el procedimiento de
apremio en forma más o menos rápida, según sus intereses y deseos personales.
El pago de las acreencias depende de la diligencia, prontitud y decisión de cada uno de los
acreedores. En el derecho común, además, no puede ser de otra forma, porque parece justo que
cada uno vele por sus propios intereses de manera que la primacía de la celeridad se advierte
merecida; si un acreedor es más previsor, diligente o afortunado que los demás y logra llevar a
cabo su cobranza, la ley debe dejarlo hacer, a menos que actúe con fraude.
El interés particular del acreedor, por otra parte, a ser pagado de su crédito no es una
cuestión de orden general.
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El acreedor se sustrae de cumplir a su vez
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Las instituciones jurídicas se regulan por el
Tutelas o defensas jurídicas: legislador teniendo en cuenta una finalidad de
objetivo protección, de resguardo de ciertos BIENES
JURÍDICOS
Constatación = formalidades
Caducidad
Tutelas de la actuación jurídica. Todo medio que el derecho dispone para asegurar
Concepto. el cumplimiento de la orden contenida en la norma
y llamado a actuar en el caso que sea infringida.
Individuales y colectivas.
Clasificación de las tutelas de la
actuación jurídica
Preventivas y reparativas.
Tutelas
Colectivas: Cautelan las relaciones jurídico-
patrimoniales consideradas como un proceso
económico, es decir, la totalidad de los derechos
personales vinculados con el patrimonio en crisis.
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I. Tutelas individuales preventivas:
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salvaguardar la igualdad de los acreedores y
resguardar todos los intereses involucrados.
De ahí que, como apunta la doctrina, “el fenómeno de la insolvencia está presente siempre
en toda actividad económica y todos tratan de evitarla bajo todas las formas posibles y que
puedan crearse por quienes actúan en las actividades económicas. El temor a la insolvencia es el
punto neurálgico en la actividad financiera, en los inversionistas, en los contratos y en los
titulares de la empresa, pues la pérdida de ella implica o puede implicar la ruina o la generación
de perjuicios cuya gravedad dirá directa relación con la cuantía de los recursos involucrados por
quien vendió, otorgó el crédito o contrato con el fallido” (ROMÁN RODRÍGUEZ, JUANPABLO,
2006).
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persona natural o jurídica tiene, de hacer frente a sus obligaciones”; la segunda, “es
simplemente la incapacidad de un deudor, actual y efectiva, para pagar las deudas que van
venciendo”.
A la “CESACIÓN DE PAGOS” se llega, usando una expresión común, por problemas de caja,
por falta de dinero disponible, con independencia del monto a que lleguen los activos. Luego, la
insolvencia y la cesación de pagos son conceptos y situaciones económicas y jurídicas distintas.
Ha sido tradicional que se enseñe que “INSOLVENCIA” es la disminución del activo frente al
pasivo, en términos tales que las deudas son de mayor cuantía que los bienes. Esta idea puede
tener algo de verdad, pero peca de excesivo simplismo. En efecto, es corriente que no pocas
personas tengan efectivamente un pasivo mayor que su activo y aun así no sean calificables de
insolventes, tal sería el caso, por ejemplo, de aquel cuyo pasivo no obstante ser superior a su
activo, esté distribuido temporalmente hacia el futuro de modo que aún no sea exigible, en cuyo
caso lo importante será que el deudor pueda hacer frente a ese pasivo que lo grava a medida que
se produzca su exigibilidad, puesto que si cumple sus obligaciones ¿sería posible decir que cesa en
sus pagos o que es insolvente?. Otra alternativa sería también la de aquel sujeto cuyo activo es
muchas veces superior a su pasivo, pero, sin embargo, sufre una crisis de caja o liquidez que le
impide cumplir oportunamente sus obligaciones, no obstante tener un activo suficiente pero que
resulta ilíquido o de difícil realización en ese momento. En tal caso es posible que existan
incumplimientos efectivos de obligaciones, pero ¿se podría hablar de insolvencia?
Todo lo anterior explica que no sea únicamente el interés privado el que se ve afectado por la
insolvencia o cesación de pagos, sino que incluso es el interés público relativo al adecuado
funcionamiento de los mercados el que se encuentra en juego en estas materias.
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1.10.2. Teoría intermedia o ecléctica:
Según esta teoría existe cesación de pagos cuando existiendo incumplimientos efectivos
(falta de pago), ellos denotan o revelan la existencia de fondos de una situación
patrimonial crítica. En otras palabras, que el estado de impotencia patrimonial se exprese
en la falta de pagos. Así, una vez acreditada la interrupción en los pagos, el juez debería
convencerse que ellos obedecen a una situación de descalabro patrimonial.
En efecto, la Ley N° 20.720 adopta una aposición que podrías llamar “sui géneris” en
cuanto a que entiende por “cesación de pagos”. Por una parte, parece aceptar la “teoría
restringida”, cuando tratándose de la Liquidación Forzosa, en el Procedimiento Concursal
de Liquidación, admite que basta el sólo incumplimiento de una obligación mercantil
cuyo título sea ejecutivo, para que con ello sea posible demandar el inicio del
procedimiento Concursal de Liquidación de una Empresa Deudora (Ley Art. 177, Núm. 1).
En cambio, a la luz del mismo supuesto, ahora por aplicación del Art. 117 N° 3, advertimos
la aceptación de la “teoría amplia o moderna”, cuando admite demandar el inicio del
Procedimiento Concursal de Liquidación de una Empresa Deudora, cuando ésta “[…] o sus
administradores no sean habidos, y hayan dejado cerradas sus oficinas o
establecimientos sin haber nombrado mandatario con facultades suficientes para dar
cumplimiento a sus obligaciones y contestar nuevas demandas. En este caso, el
demandante podrá invocar como crédito incluso aquel que se encuentre sujeto a un
plazo o a una condición suspensiva”.
La doctrina, por su parte, refiriéndose al proyecto de la Ley N° 20.720, hacía notar que: “El
concepto de insolvencia como presupuesto de las soluciones concursales se nos ha
enseñado siempre como la contracara del mero incumplimiento, donde éste se preserva
en el ámbito de lo privado, y el interés de la acción correlativa sólo redunda en quienes
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son parte de ella (el demandante, el demandado y los terceros que se incorporen a ese
proceso), y aquél se extiende al ámbito de lo público, de lo extenso y de lo oponible a
todos quienes tengan un interés involucrado o comprometido, sin necesidad de su
apersonamiento al juicio (de allí que se caracterice a las soluciones concursales como de
carácter colectivo, donde muchos pueden concurrir –los concursales– aunque solo
algunos de ellos concurran efectivamente –los concurrentes–)”. Para, a continuación,
concluir que: “El Proyecto sí se hace cargo de la cuestión del procedimiento para
determinar la presencia de insolvencia en un patrimonio, y soluciona así las objeciones
que tradicionalmente se han presentado al debate de la defensa retardada. Ese es un
avance. Pero el Proyecto no innova en la cuestión de someter al juez al pobre –de
pobreza intelectual– análisis de la eventual existencia o configuración de causales de
quiebra o de hechos reveladores, como se ha empezado a decir desde Puga. Eso es
mantenernos en lo mismo” (ARAYA PAREDES y BOFILL GENZSCH, 2013).
Este concepto alude al desequilibrio entre el “activo liquidable” del deudor y su “pasivo
exigible”, con lo cual denota que la insolvencia no consiste en el simple exceso del pasivo respecto
del activo, a secas, sino que el pasivo actualmente exigible no puede ser satisfecha de modo
normal y corriente con el activo liquidable del deudor.
De lo anterior se sigue, que la insolvencia no puede ser una situación transitoria o pasajera.
Por el contrario, esta imposibilidad de cubrir el pasivo exigible con el activo liquidable, debe ser
más o menos estable en términos que el deudor, aun queriendo cumplir, ello le sea infructuoso,
dado que carece de recursos para dar cumplimiento oportuno y regular a sus obligaciones, sin
que sea previsible que dicha situación sea reversible a mediano plazo.
a) Generalidad:
La insolvencia no es el mero hecho del no pago de una obligación, sino el estado
global de impotencia para pagar el conjunto de obligaciones que gravan al deudor.
Este carácter distingue a la insolvencia del “mero incumplimiento” de una obligación,
efecto previsto y regulado por el Código Civil en el efecto de las obligaciones y que da
derecho a la ejecución individual del deudor por el acreedor (V. Art. 1545 a 1559 del
Código Civil, en relación al Art. 2465).
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b) Permanencia:
El estado de incompetencia patrimonial que referimos, debe ser eso, un estado, es
decir una situación de relativa estabilidad y no una simple coyuntura pasajera
subsanable en el corto plazo.
c) Objetividad:
Consiste en la posibilidad de evidenciar en los hechos el estado crítico del patrimonio
del deudor, cuestión que hará el Juez a través de la prueba que se le rinda y que sea
conducente a formar su convicción en orden a que el deudor padece de un
desequilibrio patrimonial efectivo y no aparente. Por ello, con razón, se ha criticado,
con ocasión del mal llamado “juicio de oposición”, que el deudor sólo pueda
ampararse en el Art. 464 del Código de Procedimiento Civil (V. Ley Art. 120 N° 2,
letra d), diciendo: “Esta es una verdadera aberración legislativa por el doble motivo
de que asimila la demanda de liquidación forzosa a un mero juicio ejecutivo
singular, olvidando que la liquidación concursal es un remedio contra la insolvencia
y no un modo de ejecutar títulos ejecutivos”, de ahí que se postule “[…] toda vez que
no exista insolvencia, ya sea porque no la hay o porque no se ha configurado la
causal , la excepción del Art. 464 del Código de Procedimiento Civil apropiada a la
ejecución universal será la del N° 7 de dicha disposición, en el sentido de que ese
título en particular carecerá del mérito ejecutivo no ya para la ejecución singular,
sino para la ejecución colectiva cuyo fundamento último no es el incumplimiento de
una obligación amparada en un título ejecutivo, que la insolvencia o cesación de
pagos” (PUGA VIAL, 2014).
d) Insalvabilidad:
Se trata de que la situación patrimonial que afronta el deudor insolvente es de tal
magnitud que no sea posible superar por sus propios medios la crisis patrimonial
por la que atraviesa.
La insolvencia es un hecho y como tal debe ser probado. El problema, es que dado el
carácter general y complejo que exhibe, resulta muy difícil ofrecer prueba directa acerca de su
existencia, particularmente, porque ello equivaldría a conocer con exactitud la situación
patrimonial del deudor que lo coloca en la imposibilidad de cumplir. Esta dificultad se agrava,
además, porque el sistema jurídico tiende a la protección de la información comercial o
económica de los agentes del mercado tal como lo demuestra el principio del secreto de la
contabilidad, el secreto bancario, el secreto tributario, etc. Esto, que tiene por fin garantizar la
libre participación económica de los agentes en un plano de competencia leal, constituye un
ejemplo de las trabas probatorias que deben enfrentar los acreedores a la hora de intentar probar
que su deudor está impedido de cumplir regularmente sus obligaciones. Entonces ¿cómo acreditar
que efectivamente hay cesación de pagos?
Para dar respuesta a esta interrogante, hemos de considerar que si probar la insolvencia
en cuanto tal, como un estado general y complejo, es de suyo difícil, no lo es tanto acreditar
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algunos hechos singulares a través de los cuales normalmente suele revelarse o manifestarse el
“mal estado de los negocios”, a saber, los que en doctrina se conocen como “hechos
reveladores”. En efecto, si la insolvencia o cesación de pagos es la enfermedad, los “hechos
reveladores” son los síntomas de ella, de modo tal que constatando uno o más de estos síntomas
es de presumir que ellos obedecen a una situación de insolvencia.
Esto que venimos diciendo no es más que aplicar la “teoría de las presunciones”, a la
formulación de hipótesis legales, que una vez acreditadas permiten tener por establecida la
existencia de la “cesación de pagos”, habilitando a abrir concurso. De ahí que, la “cesación de
pagos”, es el presupuesto causal de la ejecución colectiva y, procesalmente, vine a ser la causa a
pedir de la acción respectiva.
Esta causa a pedir de la acción de liquidación concursal es lo que determina que aun para
el acreedor que solicita y obtiene la resolución de liquidación, sea necesario demandar
intraconcursalmente, mediante la correspondiente demanda de verificación de créditos (V. Ley
Art. 170 y sgtes.), por que la acción de liquidación concursal es una verdadera denuncia del
estado de insolvencia del deudor y, por ello, la acción por antonomasia en interés general de los
acreedores, desde que con ella no se ejercita una acción de cobro, sino una denuncia del estado
de insolvencia del deudor en interés general de los acreedores, precisamente para evitar los
cobros individuales extraconsurso y forzar los cobros colectivos intraconcurso.
La Ley N° 20.720, sin embargo, fija un “número taxativo de hechos reveladores”, pese a
que la causa de la quiebra y de los concursos en general es la insolvencia, a saber, (i) no pago de la
obligación mercantil aparejada de título ejecutivo, (ii) la propia petición del deudor; (iii) el
alzamiento (desaparecimiento) del deudor; (iv) el rechazo del acuerdo de reorganización; (v)
rechazo por impugnación; (vi) nulidad o incumplimiento del acuerdo. (V. Ley Art. 117 N° 1 y 2; 115;
117 N° 3; 96; 88, inciso final, y 100). Ello, sumado al hecho de que se ha eliminado el “recurso
especial de reposición” (lo que no permite desvirtuar la causal) y ha limitado la defensa del deudor
a sólo las excepciones del Art. 464 del Código de Procedimiento Civil, a la postre, a resultado que
las causales de liquidación han dejado de ser un medio de prueba de la causa del concurso que
sería la insolvencia y pasa a ser la causa misma de la acción.
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sus créditos en la misma proporción (prorrata) según lo permita el patrimonio del deudor,
salvas las causas de preferencia que se contengan en las normas de prelación de créditos.
Es contrario a la igualdad de los acreedores cualquier trato de favor que uno de ellos
pueda recibir en desmedro de los otros, como podría ser recibir un pago anticipado de su
crédito o ser favorecido con mejores garantías luego de abierto el concurso, etc.
Para dar cauce a esta multiplicidad de intereses y hacer posible que ellos confluyan en una
sola voluntad colectiva, la ley consagra la existencia y funcionamiento de la “junta de
acreedores” (V. Ley Art. 2, N° 15, y 180 y sgtes.), órgano deliberativo y decisorio encargado
de fiscalizar las labores desarrolladas por el liquidador, resolver sobre la presentación de
propuestas de Acuerdos, etc.
Como lo expresa Puga Vial, podría decirse que “la colectividad de acreedores,
representada en la junta respectiva, representa los intereses generales de los acreedores
que buscan el respeto de la par condictio y que cada acreedor singular representa sólo su
interés egoísta de obtener la mayor satisfacción de su crédito”.
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acreedores del fallido, destinada a mantener la igualdad entre todos los interesados
(salvo las legítimas causas de preferencia) y a facilitar la realización del patrimonio del
deudor y la repartición proporcional del producto entre todos ellos, bajo la dirección de
los funcionarios judiciales y la justicia” (SANDOVAL LÓPEZ).
Ahora bien, desde el punto de vista de los ACREEDORES que tienen derecho a ser
considerados dentro de la colectividad, es posible distinguir entre acreedores concursales
y acreedores concurrentes.
a) Acreedores concursales:
Son todos aquellos acreedores que, teniendo créditos en contra del deudor, tienen,
en consecuencia, derecho a participar en el concurso.
b) Acreedores concurrentes:
Son aquellos acreedores concursales que además se apersonan en el concurso
haciendo peticiones concretas (mediante demanda o verificación de créditos). Estos,
intervienen activamente en los procedimientos concursales.
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