Mujer y Realismo
Mujer y Realismo
Mujer y Realismo
ISABEL VELOSO
Universidad Autónoma de Madrid
En el seno de la corriente realista del siglo XIX, hubo una tendencia muy
definida que recorrió las artes, especialmente la literatura y la pintura: los artistas de
estos campos se sintieron llamados a reproducir la sociedad contemporánea de
manera universal, trazando un vasto panorama en el que se recogieran todos los
elementos que conformaban el tejido social de la época. En sus lienzos como en
sus textos, novelistas y pintores, transformados en demiurgos, pretendían crear un
cosmos donde todos los estratos sociales tuvieran cabida. Es lo que encontramos,
con mayor o menor complejidad, en La Comédie Humaine de Balzac1, en Les Rougon-
Macquart de Zola2, en L’Atelier du peintre de Courbet3, o el proyecto de Manet para
decorar la Sala de Reuniones del Ayuntamiento de París con unos frescos que iban
a representar la totalidad de la vida social Parísina, como metonimia de la de todo el
país.
En el ámbito francés, realismo y naturalismo, movidos por esta idea de
globalidad, recuperaron parte de la tradición del Siglo de Oro español y su interés
por la sociedad contemporánea desprovista de referencias mitológicas, bíblicas,
históricas o aristocráticas. Más de doscientos años después del barroco español, y
en aras de esa reproducción integral del conjunto social, lo banal y lo ordinario se
1 «[…] il [Balzac] a porté toute une société dans sa tête». («[Balzac][…] tuvo toda una sociedad en su cabeza», Zola
BNF, Ms. NAF 10303, fos 74 y 76, cfr., Becker 2002: 74).(«Encarnar la sociedad contemporánea en tipologías, los
malvados y los héroes. Pintar así toda una edad social»).
3 «C’est la société dans son haut, dans son bas, dans son milieu. En un mot, c’est ma manière de voir la société dans
ses intérêts et ses passions. C’est le monde qui vient se faire peindre chez moi» (Carta de Courbet a Champfleury en
1854, <http://www.musee-orsay.fr/fr/collections/dossier-courbet/courbet-sexprime.html> 14 mayo 2009. («Se
trata de toda la sociedad en sus clases altas, bajas y medias. Es, en una palabra, mi manera de ver la sociedad a través
de sus intereses y pasiones. Es el mundo el que viene a mía ser retratado»).
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EL AMA DE CASA
«[…] la femme est faite spécialement pour plaire à l’homme»4 (Rousseau
1853 : 632).
El siglo XIX fue sin duda el siglo de la burguesía. En relativamente poco
tiempo –si lo comparamos con los siglos gobernados por la nobleza– las clases
medias se hicieron con una sociedad dominada en adelante por los valores
burgueses fundamentales: la propiedad, la familia y la moral. En ninguno de ellos
tenía poder de decisión la mujer.
Durante todo el siglo, la mujer estuvo al margen de cualquier responsabilidad
civil que trascendiera el estricto ámbito doméstico. El único papel que socialmente
se le atribuía era el de servir de cohesión a la familia, en la que, por otra parte,
permanecía siempre y en todo momento bajo la autoridad del marido. Y esto era
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5 El texto del alegato del fiscal no tiene desperdicio y podría servir como base inmejorable para un estudio
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6 «¡Con gusto me haría revolucionaría de la Comuna, aunque sólo fuera para hacer saltar por los aires todas las casas,
todos los hogares familiares! […] Deberíamos amar la vida del hogar; nada hay más agradable para el descanso […]
pero para el descanso eterno».
7 Ver bibliografía.
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resulta cuanto menos incómoda para la sociedad porque está en una situación
dominante respecto a su marido, invirtiendo así el orden tradicional de las cosas;
para el statu quo de mediados del XIX esto es algo absolutamente inmoral y
pecaminoso:
a) Inmoral, porque invierte los papeles: es ella la que dirige la relación sexual
y sentimental porque el marido es presentado siempre como un buen
hombre, pero mediocre, pusilánime y torpe. Esta inversión de los papeles es
considerada como un atentado contra la familia y contra el honor del
marido. «… el conflicto de Charles es de otra índole. Su problema es la
mujer; su incapacidad para situarse frente a ella y a asumirla desde su
conciencia masculina de hombre» (Del Prado 1982: 77).
b) Pecaminoso, porque las relaciones de Emma con otros hombres van
contra el sacramento del matrimonio8. Pero lo «terrible» en el caso de Emma
es que no cae en el adulterio, no es víctima de las artimañas de uno u otro
galán (situación en última instancia disculpable por la «infantil volubilidad y
fragilidad de las mujeres»), sino que es un adulterio querido, deseado y
buscado.
El ansia de Emma por deshacerse del tedio y la mediocridad de su vida de
provincias le hace anhelar una vida de aventura y pasión como las de las heroínas
de las novelas románticas, donde todo fuera exagerado, extraordinario, desmedido
y arrebatador9. Pero, muy a pesar suyo, no lo encontrará ni en su marido ni en sus
sucesivos amantes, o, parafraseando la que quizás sea la expresión más subversiva
del texto: «[…] les souillures du mariage et la désillusion de l’adultère
[…]» (Flaubert 1877 : 249) 10.
8 En aquella época el adulterio del hombre no tenía ningún tipo de consecuencia, pero el de la mujer era considerado
delito punible con dos años de cárcel, excepto si el marido ejercía el derecho de gracia (de nuevo, el esquema
romántico del hombre redentor).
9 La actitud de Emma Bovary ha terminado por trascender los límites de la ficción literaria para pasar a definir un
estado psicológico conocido como «bovarysme» que, en su acepción más común significa «Évasión dans l’imaginaire
par insatisfaction» («Huida hacia lo imaginario por insatisfacción». Cfr., Rey-Debove y Rey 1993: 255).
10 «[…] las impurezas del matrimonio y la decepción del adulterio […].»
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fracaso, a ser engullidas por una sociedad que no tolera a quienes no pueden seguir
el ritmo de la modernidad.
Resulta especialmente interesante el personaje de Gervaise, protagonista de
La Taberna11, porque el proceso de degradación física y moral al que se ve abocada
no sólo refleja fielmente la situación de este grupo social, sino que es objeto de
unas de las más impresionantes imágenes de la literatura del siglo XIX.
Siendo el espacio doméstico, como vimos más arriba, el ámbito
esencialmente femenino, muchas de estas mujeres proletarias viven con la obsesión
de encontrar un espacio propio, un refugio confortable y acogedor, como base
indiscutible para su vida en familia. Sin embargo, en plena época imperial asistimos
a la más extraordinaria remodelación urbanística que hubiera conocido la capital
francesa. De la mano del barón Haussmann, París inició la modernización de su
trazado urbano, sentando las bases de la ciudad que hoy conocemos. Pero esta
modernización, que haría de París la capital del progreso y de la belleza, se llevó a
cabo a costa de las clases más desfavorecidas a las que una política de sistemática
expropiación y aumento de los alquileres obligó a abandonar el centro de la ciudad
que pasaría a estar ocupado entonces por la media y alta burguesía. Encontrar una
casa decente en París se hizo cada vez más difícil. Al faltar ese espacio faltaba la
estabilidad, y sin ella llegaba indefectiblemente el derrumbe. De ahí que en algunos
casos, como en la mencionada novela, toda la dinámica del personaje pueda leerse
en términos de simbología espacial.
Contrariamente a sus preceptos teóricos, las novelas de Zola desarrollan un
extraordinario nivel simbólico que las lleva mucho más allá de la simple
transcripción de la realidad. Los espacios, por ejemplo, son altamente significativos,
porque, en lugar de presentarlos como mero decorado donde transcurre la acción,
Zola los reelabora, los poetiza muy sutilmente para transformarlos en metáfora o
metonimia de los personajes y de su evolución. La vida de Gervaise y su lucha por
11 Respecto a esta novela, son llamativas las conexiones entre pintura y literatura. Algunas de las escenas recreadas
por Zola beben directamente de los cuadros de Degas, El ajenjo (1876) (L’absinthe) y especialmente, Dos lavanderas
(1876-1878) (Deux blanchisseuses), y viceversa: cuadros como Planchadoras (1884) (Repasseuses) y Planchadora a contraluz
(1882) (Repasseuse à contre-jour) parecen inspirados directamente en escenas de la novela.
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12 Como bien se nos cuenta en el libro de Jean-Paul Aron, hasta el último cuarto de siglo aproximadamente, se
consideraba, por ejemplo, que los abortos espontáneos eran monstruos creados por las mujeres; que el gran apetito
de las embarazadas estaba en el origen de un mito que tuvo inexplicablemente cierta repercusión científica en el
incipiente psicoanálisis, el de la mujer-ogro; o que determinados desarreglos mentales como la histeria eran
exclusivos de las mujeres puesto que tenían un origen neurogenital, tal y como sostenía el eminente neurólogo
francés Jean-Baptiste Charcot.
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On allait là, chaque soir, vers onze heures, comme au café, simplement. Ils s’y
retrouvaient à six ou huit, toujours les mêmes, non pas des noceurs, mais des
hommes honorables, des commerçants, des jeunes gens de la ville ; et l’on prenait
sa chartreuse en lutinant quelque peu les filles, ou bien on causait sérieusement
avec Madame, que tout le monde respectait (Maupassant 1891: 3)13.
13 «Iban allí cada noche, hacia las once, como quien va al café, con toda normalidad. Se reunían seis u ocho, siempre
los mismos, nada de juerguistas, sino hombres honorables, comerciantes y jóvenes de la ciudad; se tomaban su
chartreuse mientras bromeaban un poco con las chicas, o charlaban seriamente con Madame a quien todos respetaban».
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en el tratamiento moralizante que utilizó Zola, como buen burgués que era.
Presentaba a una mujer dominada por la ambición y la ferocidad de sus instintos
que utilizaba, a su vez, para someter y degradar al hombre. Pero sus armas se
volverían contra ella en una moraleja que no puede ser más evidente: Naná, que
vivió de su sexo, morirá también por su causa. La última imagen nos la muestra
tendida en su cama devorada por la sífilis que parecía complacerse en roer su
cuerpo, descrito en el último párrafo como una lenta degradación de carne
putrefacta y purulenta que el autor resume magistralmente en tres palabras: «Vénus
se décomposait»16 (Zola 1968: 439). Sin embargo, generaciones posteriores de
críticos y lectores sacaron a la luz nuevos valores textuales que transformaron al
personaje en un auténtico mito de la literatura naturalista, una criatura fabulosa y
terrible, mitad mujer, mitad animal –insecto carroñero o leona feroz– símbolo de la
decadencia inminente de toda una sociedad consumida por la corrupción, el vicio y
la codicia.
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TRABAJOS CITADOS
Aron, Jean-Paul. Misérable et glorieuse la femme du XIXe siècle. París : Éditions
Complexe, 1984.
Becker, Colette. Zola. Le saut dans les étoiles. París : Presses Universitaires de la
Sorbonne Nouvelle, 2002.
Flaubert Gustave. Madame Bovary. París: Charpentier, 1877 (1ª ed. 1856).
<http://gallica.bnf.fr>. 14 mayo 2009.
Maupassant, Guy. La maison Tellier. París : Ollendorf, 1891 (1ªed : 1881)
<http://gallica.bnf.fr>. 14 mayo 2009.
Prado, Javier del. Introducción. Madame Bovary, de Gustave Flaubert. Madrid:
Sociedad General Española de Librerías, 1982.
Quemada, Bernard (ed.). Trésor de la langue française, t. XI. París : Gallimard, 1985.
Rey, Alain: Dictionnaire historique de la langue française, t. II. París : Le Robert, 1992.
---. y Rey-Debove, Josette. Le Nouveau Petit Robert. París : Le Robert, 1993.
Rousseau, Jean-Jacques. Émile. Livre V, «Sophie ou la femme». París : Alexandre
Houssiaux, 1853 (1ª ed. 1762).
Zola, Émile. Nana. París : Garnier-Flammarion, 1968 (1ª ed. 1880).
---. «Balzac». Les romanciers naturalistes. París : Charpentier, 1881.
<http://gallica.bnf.fr>. 14 mayo 2009.
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que se identifique adecuadamente su fuente, consignando la referencia bibliográfica completa:
VELOSO, Isabel. «Tipos femeninos en las novelas del realismo y del naturalismo francés». Rapsoda. Revista de
Literatura nº 1, 2009, pp. 91-104. <http://www.ucm.es/info/rapsoda/num1/studia/veloso.pdf>. Día, mes y
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