La Leyenda de Licarayén
La Leyenda de Licarayén
La Leyenda de Licarayén
Cuenta la leyenda, que cuando aún no había llegado a estas tierras el hombre
blanco, vivía alrededor de los volcanes Osorno y Calbuco el pueblo williche. Pero
dicha civilización no estaba sola. En las profundidades del volcán Osorno habitaba
y estaba prisionero un antiguo pillán llamado Peripillán (en mapudungún pillán
significa: espíritu, alma de antepasado, que reside en volcanes, y que provoca
calamidades climáticas, epidemias y temblores).
Sin embargo, el desterrado Peripillán por autoría de Quitralpi, tuvo envidia de los
enamorados y decidió interrumpir la felicidad de Licarayén y el valiente toqui. Fue
así que Peripillán comenzó a vomitar humo, azufre y fuego, haciendo temblar la
tierra.
Fue tanta la furia de este pillán, que en las noches se presentaban grandes
llamaradas que salían de los cráteres que iluminaban el cielo con fulgores de
fuego. Las montañas vecinas parecían que ardían y las inmensas quebradas que
circundaban los volcanes Osorno y Calbuco parecían bocanadas del mismo
infierno.
Cuando Licarayén cerró sus ojos para siempre, Quitralpi acercó sus labios a su
frente, y haciendo un gran esfuerzo para no estallar en llanto y dolor, abrió su
pecho, extrajo su corazón, y acogiéndolo entre sus manos, como quien acuña a
una guagua, con fervorosa unción, llevó el corazón y la rama de canelo a la cima
del cerro Pichi-Juan, actual cerro Philippi.
En ese mismo instante comenzó a caer sobre la tierra, blanca nieve que fue
cubriendo el cráter, parecía que el alma pura de la joven volvía hacia la tierra en
busca de Quitralpi y en ese momento el toqui se arrojó sobre la punta de su lanza,
atravesando su pecho, se partió el corazón para así unirse con su amada
Licarayén.
Y llovió nieve. Días, semanas, años enteros. Fue una verdadera lucha entre el
fuego que subía del infierno y la nieve que caía del cielo. La nieve fundida corría
formando impetuosos torrentes por las faldas del volcán Osorno y del Calbuco, y
corriendo se despeñaba en los inmensos barrancos que servían de defensa a la
morada del Peripillán, hasta que llenando las hondonadas profundas, las aguas
quedaron al nivel de las tierras cultivadas.