Malas Palabras
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«No es que sean más que las buenas, sino que se usan más. De ahí que sean ma-
las. Por su abuso. Corren como la falsa moneda, en este caso, de boca en boca.
Abundan, se repiten, se hacen universales y amplias, y sólo consiguen que nadie
sepa qué quieren decir. Lo que no impide, antes bien estimula, que se las siga em-
pleando generosamente».
Juan Nudo, escritor venezolano.
En todas las lenguas conocidas existen insultos y términos soeces (que no siempre son insul-
tos). Sus orígenes acompañan la génesis misma de las lenguas y la propia naturaleza de los ha-
blantes, quienes encuentran en ellos una de las formas más primitivas de referirse a ciertas reali-
dades del mundo que los rodea. Este tipo de expresiones son una manifestación explícita de una
carga agresiva y se presentan generalmente como una forma de respuesta inmediata a algo que
resulta doloroso desde el punto de vista físico o emocional o como resultado de una situación
frustrante. Desde el punto de vista psicológico proferir una mala palabra o un insulto, más allá de
los sentimientos de culpa que pueda generar, produce un sentimiento de alivio.
La lingüística toda se basa en la postulación del valor simbólico de la palabra, el nombrar
las cosas sin ser la cosa misma sumado al poder de evocar las cosas en ausencia de las mismas.
Así, mucho tiempo antes que Saussure1, San Agustín, hablando con su hijo y discípulo Adeoda-
to, decía que la palabra ciénaga es preferible a la ciénaga2. Lacan notó esta imagen y la tradu-
jo, en ocasión de su primer Seminario, en una frase más contundente: «la palabra basura no tie-
ne mal olor».
El valor simbólico de la palabra por un lado nos priva de la presencia de una cosa (o la echa de
menos) y por otro lega el referente al discurso y a la realidad con valencias diferentes a la de la
experiencia sensible. Existe un poder taumatúrgico de la palabra reconocido no sólo en térmi-
nos bíblicos, religiosos o mágicos, sino simplemente en las frases que utilizamos todos los días,
del tipo «por favor, no me lo nombres». Para decirlo de otra manera «algunas palabras tienen más
olor que otras»; en la vida de todos los días resulta evidente que no es lo mismo decir mierda que
excremento o nombrar los órganos sexuales por su nombre médico o por su denominación vul-
gar. Parece que algunas palabras nos acercasen más a la cosa nombrada o que convocaran algo
que excede la palabra rozando lo real: unas son buenas palabras, bendicen - y están también las
palabras mágicas- y otras son malas palabras y maldicen. Las malas palabras están atravesadas
por lo que los antropólogos denominan tabú.
Existen muchas maneras de nombrar; modos que dependen de la situación3 en la cual se pro-
duce el acto comunicativo. En cierto contexto se utilizará un lenguaje culto y en otros no porque
dicho registro podría resultar totalmente impropiado cuando las circunstancias sociales exigen
1
Seaussure, Ferdinand: Curso de lingüística general. Buenos Aires, Losada, 1962.
2
San Agustín «Del maestro» en: Obras filosóficas, volumen ni. México, ed. Católica, 1945.
3
En la época en que Ángel Rosenblat publicó su gran obra, Buenas y malas palabras (Caracas, ed. Universitaria, 1960), se percibía con
toda claridad una linea divisoria entre el habla popular -totalmente espontánea, la que se usa en los espacios privados, para aludir a eventos
Íntimos o familiares, desprovistos de significación más allá de los involucrados en ese acto de habla- y el habla culta, destinada a un
entorno público, pronunciada con un ideal de unidad hispánica, de corrección. Esta línea de división de los registros, estudiada por el autor
en Venezuela, pero -creo- válida para los otros países hispanohablantes ha sufrido grandes cambios en los últimos años como tendemos
ocasión de explicar cuando hablaremos del índice de frecuencia de las malas palabras.
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un lenguaje vulgar. Se ha observado4 que dos ámbitos son fuente de malas palabras e insultos: las
funciones corporales (partes anatómicas y problemas de alcoba) y las enfermedades, sobre todo
si graves. Queda claro que en tema de palabrotas lo malo proviene del cuerpo tanto en su versión
patológica como en la fisiológica. El lenguaje vulgar parece más cercano al cuerpo, en el extre-
mo opuesto las palabras cultas, sobre todo si son palabras de uso científico, parecen más alejadas.
Pero en el caso del lenguaje científico o médico en ciertas ocasiones se da la relación inversa, el
nombre médico de una enfermedad grave es eludido por una referencia alusiva.
Muchas veces se ha dicho que las verdaderas injurias son la guerra, el odio, etc; pero éstas son
afirmaciones impropias, porque en realidad nuestro lenguaje concibe que lo malo venga de la
carne y no del espíritu, y la fuerza de la intencionalidad cuando insultamos no está decidida por
nuestras convicciones ideológicas sino por el contexto cultural. Esta unión entre cuerpo y mala
palabra, con todas las conclusiones que quieran asociársele (la condición burguesa, puritana, vic-
toriana, etc.), es prioritaria, aunque no queremos decir que sea exclusiva, lo demuestran algunos
casos judiciales, por ejemplo:
Dentro de la descripción de los aspectos inherentes al uso y frecuencia de las palabrotas, dire-
mos finalmente que dichas palabras son más frecuentes en el lenguaje coloquial que en el escri-
to y que según los últimos estudios el hablante prefiere utilizarlas en la comunicación directa y
evita su uso en otros canales:
4
Foulkes, Eduardo. Palabra anatómica y orden libidinal. Buenos Aires, Homo sapiens, 1978.
5
Extraído del artículo periodístico de Ornar Estado «Chávez: una mala palabra» en Opinión, Caracas, 24 julio 2002.
6
Un estudio del cambio histórico de las palabrotas en Espinosa Meneses, M. (2001) «Algo sobre la historia de las palabrotas» en Razón
y palabra n° 23, oct.
7
Rivero, C. «Diferencias lingüísticas entre hombres y mujeres» en Pluralidad lingüística española (revista electrónica).
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Bueno, hasta aquí hemos dicho unas cosas muy simples: que la definición de las malas pala-
bras depende del hecho que tienen un poder taumatúrgico diferente, que prefieren los contex-
tos vulgares o cotidianos y que su intencionalidad es diferente a la de otras palabras referencial-
mente más neutras. Queremos subrayar que el elemento de la intencionalidad es fundamental en
el insulto y que la mala palabra es su manifestación más directa aunque existan formas de agre-
sión más sofisticada.
Ahora todos los que escuchan me dirán que muchas veces se dicen malas palabras sin insul-
tar: que los argentinos dicen boludo continuamente e que incluso las chicas -obviamente en la
versión femenina boluda- se lo dicen entre ellas demostrando una completa ignorancia anatómi-
ca o un corolario inesperado a la famosa envidia freudiana. A un amigo se le dirá además que es
un hijo de su madre cuando en realidad se le quiere decir que ha hecho algo muy bien. Todo esto
porque las malas palabras con la repetición permanente pierden su fuerza ilocutoria y se transfor-
man en una muletilla que caracteriza el discurso como signo de pertenencia a un grupo. La mis-
ma argentina del ejemplo anterior dice boluda a su hermana o a su amiga porque remarca un do-
minio común de convivencia y distancia social, pero no apela del mismo modo a su madre, a su
jefa, a su profesora; o mejor dicho, si lo hace, el contexto social devuelve a la palabra su potencia
emocional. Las malas palabras discriminan ámbitos de uso y por esta razón son útiles en la len-
gua oral cuanto en la expresión escrita cuando se genera un cambio, por ejemplo un giro hacia un
mayor grado de intimidad o para subrayar el enojo. Por esa razón el abuso de las palabrotas las
hace impotentes sea como forma de exteriorizar la rabia que como manifestación erótica.
Además de las características lingüísticas de las palabrotas y de sus posibilidades estilísticas
existe una valencia política de las malas palabras. Austin (1990) precisaba que las palabras sir-
ven para hacer cosas y no sólo para nombrar. Cuando hablamos preguntamos, ordenamos, pro-
metemos, informamos, y también insultamos. El insulto cumple una función dentro de la comu-
nicación y por eso usamos formas sutiles, disfrazadas, apoyándonos exclusivamente en el tono
de nuestra voz o usamos palabras especializadas para herir, rebajar o lastimar a las personas, es
decir, hacemos uso de las llamadas malas palabras o groserías.
Esa es la verdadera degradación del idioma: la pérdida de los matices, de los múltiples senti-
dos, el empobrecimiento del sistema de diferencias, de acentos, de giros y posibilidades expre-
sivas. Incluso el empobrecimiento de la posibilidad de insultar, de decir malas palabras. Es bas-
tante simple realizar una correlación entre formas más o menos solapadas de represión, desde el
victorianismo al franquismo10 o al fascismo por ejemplo, y la censura de las obras literarias o ci-
nematográficas que hacen recurso a las malas palabras. En algunos casos el uso corriente de ma-
las palabras en lugares públicos, aún sin que medie la voluntad de insultar, pueden ser sanciona-
dos por la ley11. La tendencia represiva termina por restar expresividad no sólo a lo que verdade-
ramente llamamos palabrotas sino a todo aquello que pueda sugerir relaciones sospechosas o la
identificación de las acciones animales y humanas hasta alcanzar un nivel de perversión opuesta
a lo que busca y dando frecuentemente como resultado formas grotescas.
1
Extraído de la página web www.noticiasdot.com/03julio2003
»Foulkes, E. (1978), op.cit., p. 23.
10
De la entrevista con el escritor islandés Gudbergur Bergsson (2002,Cuademos Cervantes, ed. electrónica):
«Vd. viene habitualmente a España, ¿Cómo percibe la evolución de nuestro idioma?»
«En la calle se notan mucho menos las palabrotas, antes se usaban muchísimo, se oían por todas partes. Ahora se está dando una especie
de escandinavización o protestantismo y se oyen menos. Esto significa que la gente goza de cierta libertad y no necesita esa vía de escape.
Creo que las palabrotas eran una vía de escape frente a la opresión del franquismo...También se hacía más el amor (risas)».
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Por todas las razones que hemos presentado hasta aquí las palabrotas se presentan como un
problema no sólo en la enseñanza de la lengua materna o de la segunda lengua sino en el ám-
bito de la traducción. En su libro A Textbook ofTranslation, Newmark señala dos tipos de pa-
labras, las universales y las culturales, las primeras con una referencia clara que proporcio-
na una equivalencia relativa entre dos lenguas y las segundas que, como no poseen un vínculo
directo, contribuyen generalmente a la inexactitud de las traducciones. El problema de la tra-
ducción se genera gracias al vacío o distancia cultural que existe entre las lenguas de partida
y de llegada. La posibilidad o el alcance de la traducción se relaciona con la ausencia de equi-
valentes culturales y no con la ausencia de equivalentes semánticos o morfosintácticos. Este
problema resulta claro cuando elegimos en qué modo traducir las malas palabras dado que nos
da la sensación de que estamos perdiendo expresividad y carga emotiva, cuando no precisión
dialectal o sociológica. Éste es uno de los argumentos utilizados cuando se habla de la impo-
sibilidad de alcanzar la equivalencia dinámica en la traducción de textos literarios, porque un
texto traducido nunca puede producir el mismo efecto sobre sus lectores que aquel que causó
el original sobre los suyos.
¿Cómo entran las malas palabras en el mundo de la educación? Ingresan por la puerta de ser-
vicio: las madres y las maestras no enseñan las malas palabras, en los mejores casos se limitan a
indicar -con modos más o menos contundentes- que eso no se dice o que eso no se le dice a su
madre o a una persona mayor. En la infancia aprendemos el tabú que acompaña la palabrota, su
intencionalidad, pero casi nunca su significado.
Esta ponencia nace de una experiencia personal, y pido disculpas por traerla a cuenta, pero
es que creo que explica mejor que muchas palabras el problema. Cuando era pequeña, siendo la
pata de Judas, tendía frecuentemente a abusar de la paciencia de mi madre que, renunciando a
poner en acto sus intenciones represivas, me amenazaba con una «patada en el occipucio». Mi
madre se tomaba venganza sobre mi ignorancia lingüística (y anatómica) y yo me sorprendía de
que mi madre dijese malas palabras en mi presencia. Acuciada por la curiosidad iba a buscar oc-
cipucio en el diccionario pero la definición era tal que yo quedaba igualmente convencida de que
el occipucio se situase unos cuantos centímetros más abajo.
Por muchos años a los profesores de ELE nos han dicho que la técnica de «deducción del sig-
nificado a partir del contexto», (meaning-inferred) era más eficaz en términos de aprendizaje que
la suministración directa por parte del profesor o del uso del diccionario (meaning-given). En
la actualidad los estudios de lingüística aplicada nos indican que -ya sea porque la cantidad de
ejercicios mnemónicos es inferior o porque el análisis del contexto desvía la calidad de la asoci-
ación de la palabra al contexto- si buscamos la eficacia en la retención del léxico, dar el signifi-
cado resulta la opción más válida13.
11
El foro del idioma español Unidad en la diversidad se hace eco de una noticia publicada en el diario El Comercio, de Lima, Perú según
la cual una ordenanza municipal de la localidad peruana de Chiclayo prohibe pronunciar palabrotas e insultos, previendo una sanción de
280 soles (casi ochenta dólares). Las sanciones a los que dicen palabrotas están contempladas en el mismo nivel que delitos calificados
como muy graves por esas normas: la prostitución callejera, la venta y consumo de drogas y el comercio de disolventes, tabaco y alcohol
a menores. La disposición busca «cautelar la moral y las buenas costumbres» y que para hacerla efectiva se contará con la intervención
del Ministerio Público y la Policía.
12
Socorro, M., «Gracias y Desgracias del idioma», en Diario El Nacional, Caracas, domingo 6 de octubre de 2002.
13
Ver Mondria (2003), Laufer (2003), Frantzen (2003).
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Uno de los problemas que presenta el uso de las malas palabras en los nativos es que, aún cu-
ando se sepan utilizar en el contexto adecuado, el significado final puede resultar desconocido.
Una de las preguntas que surgen para los nativos y con más razón para los alumnos de ELE es si
el diccionario puede funcionar como estrategia de suministración del significado.
No es necesario hacer un análisis detallado del problema de los diccionarios de la lengua espa-
ñola porque basta abrir el menos polémico de los estudios de lexicología para encontrar la lamén-
tela más común en ámbito español que es «que falta material», que falta un diccionario históri-
co completo, que los diccionarios para los alumnos extranjeros son incompletos, que la lema-
tización no favorece el uso directo para un extranjero, etc.
Se diría, pedagógicamente hablando, que si sabemos que el alumno usa en casa o usará en el
futuro los diccionarios (ya sean bilingües o monolingües) habría que enseñarle a usarlos con pr-
ovecho. Pero salvo en algunas presentaciones de experimentación didáctica no nos encontramos
de estos ejemplos; en el caso especifico de los manuales de lengua, por ejemplo, también es muy
difícil encontrar actividades que supongan «luso del diccionario.
Y de las malas palabras ¿qué? En los diccionarios pequeños, que son los que normalmente
usan los alumnos, las malas palabras desaparecen. Consultados los cinco diccionarios español-
italiano más vendidos en Italia (Zanichelli, Hoepli, Holls Capítol, Grijalbo, Herder)14 y toman-
do como conjunto de malas palabras usadas en España propuesto por el glosario Avizora, sólo el
1% de las palabras aparece y frecuentemente en su significado no de palabrota. Tampoco encon-
tramos ilustradas las variedades no peninsulares que directamente desaparecen de los dicciona-
rios bilingües y también de otros diccionarios de uso más abiertos a los americanismos, así tam-
bién como los giros léxicos.
Si el contexto no nos ayuda y el diccionario nonos proporciona la información requerida ¿en
qué modo podremos enseñar este tipo particular de léxico? En los manuales más vendidos tam-
poco encontramos ejercitación que incluya las malas palabras15. Examinemos entonces los crite-
rios con los cuales se elige el léxico en la enseñanza ELE.
En primer lugar se sostiene generalmente que existe un vocabulario de base formado con pa-
labras comunes que no deberían ser típicas de una región, de un determinado contexto social o
de épocas pasadas. Esto considerando, claro, que el alumno no posea necesidades comunicativas
particulares, sugiere que la frecuencia o la alta disponibilidad de una palabra sea una condición
necesaria para que la incluyamos en el elenco de las palabras que hay que enseñar. No será fácil
identificar cuál o cuáles palabrotas entran entre las 500 que se consideran de vocabulario bási-
co, pero sin duda la frecuencia es una de las razones que debería considerarse fundamental en la
inclusión de las malas palabras en el léxico de base. Por otra parte las malas palabras no suelen
presentar los problemas de registro de la frecuencia que presentan las formas sometidas a fuerte
flexión como el caso de formas poco habituales de verbos de uso común o los significados se-
cundarios de muchas palabras.
La frecuencia se acompaña además con la diversidad de contextos de uso, lo que se llama dis-
persión del léxico. Si bien la inclusión de este tipo particular de léxico no parece tocar niveles aca-
démicos y cultos queda bastante claro que no se umita a las formas coloquiales y que se encuentra
en modo frecuente en los textos periodísticos y literarios (a veces en versión siglada). El uso de las
malas palabras parece tener una colocación transversal respecto a los varios registros.
Además de las condiciones de frecuencia con sus consabidos corolarios de rentabilidad, orien-
tación al registro coloquial, etc, la enseñanza del léxico involucra dos aspectos diferentes: el re-
ceptivo y el productivo. Parece claro que enseñar las malas palabras tiene que ver fundamental-
mente con la comprensión de las intenciones comunicativas, del registro y de los demás aspectos
pragmáticos, aún antes que con el significado de la palabra.
Como habíamos dicho ya, en el aula de lenguas extranjeras se reproduce una situación que to-
dos hemos vivido en la vida real y en nuestra propia lengua: el profesor que reacciona molesto al
tema (o todo lo contrario), el alumno que evita las malas palabras o que, al revés, cree que es gra-
cioso exhibirlas y repetirlas sin ton ni son, etc. Esto porque el tejido social del aula está formado
14
Las fuentes para la selección de los diccionarios son los volúmenes de venta de las librerías Feltrinelli (las más extendidas territorialmente
en el sector lenguas extranjeras) y el distribuidor exclusivo de las editoriales españolas Logos srl.
15
Existen en cambio buenos ejemplos de análisis del lenguaje juvenil de España, incluso con aislados ejemplos de didactización como el
de López Cordero (2003).
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por las relaciones entre unas personas que encarnan un determinado rol y que, por vivir en una
determinada sociedad y cultura, sufren las determinaciones propias del prejuicio, el tabú, etc.
Para los extranjeros que aprenden nuestro idioma las palabrotas son un capítulo importante,
nos guste o no. La falta de un capítulo dedicado en los libros de texto reproduce la actitud de la
pedagogía de la lengua materna: el alumno aprenderá las malas palabras «fuera de clase», se le
dirá que no debe usarlas y difícilmente se le explicará el significado.
Sin embargo la relación que un pueblo tiene con las malas palabras y con el modo de insultar
forma parte de un aspecto cultural que puede resultar importante en algunas lenguas. Veamos por
ejemplo qué dice una academia para el estudio de las lenguas extranjeras del italiano:
Dos aspectos son importantes en el ejemplo citado - y dejo los errores del italiano y la traduc-
ción fuertemente peninsular para otro momento- por una parte, se aconseja firmemente no utili-
zar las palabrotas y por otra se subraya la necesidad de comprensión de las unidades léxicas.
Por otra parte notamos que las malas palabras pronunciadas por un extranjero pierden toda su
fuerza ilocutiva y el hecho que rayen el ridículo es de fácil constatación. Esta es la experiencia
de un alumno que encontramos navegando en Internet:
Hola tod@s,
Es lógico q escribes, ¿no? Los hablantes nativos —en nuestro caso
los hispanohablantes- se divierten en cuanto un extranjero -en
nuestro caso un guiri- habla su lengua con su extraño acento etc.
Así-sobre todo los adolescentes-proponen al "estudiante"pala-
bras q debe repetir.
Así yo aprendí las palabrotas en Argentina. No sabía ni comunicar
con mi familia (vale, ellos sabían alemán), y en el colegio los cha-
vales me propusieron palabras como boludo, pelotudo, forro o paje-
ro y seguramente algunas más. Como era un colegio alemán lo úni-
co del castellano que aprendí era sobrevivir (en restaurantes y su-
permercados) y palabrotas.
Hoy -creo- sé el español bastante bien.
Os saludo
Ibn Khaldun17
Queda claro entonces que se propone la enseñanza de este tipo de léxico como un recurso pro-
pio de la comprensión y no de la producción, aún cuando siempre nos han dicho que una perso-
na sabe verdaderamente un idioma cuando sueña e insulta en la nueva lengua. En el caso del es-
" www. Mailxmailcom/Curso de italiano Conversación los insultos - Cursos gratis de.htm
17
Foro: www. Andalusienforum Thema anzeigen -¿Merece la pena mantener Tertulia en este Foro7.htm
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pañol las palabrotas esconden otra insidia: la de la dialectalización, que ya hemos analizado pero
que adquiere un diferente cariz cuando de un extranjero se trata.
Le ocurrió a miss Josephine Thompson, amiga nuestra, en un tour
por el Caribe. Josephine, había aprendido el castellano en Venezue-
la y quiso aprovechar el viaje para practicar su segunda lengua:
- Perdón, míster, tiene un bicho en el pantalón.
Pero el señor con quien intentó trabar conversación Josephine, se
daba un paseo por el viejo San Juan. No queremos ni imaginar
el mal rato de la respetable señora al enterarse, que esa expre-
sión anodina en Venezuela, tiene una connotación distinta en Puer-
to Rico, por lo que el aludido, nada más de oiría, le hizo a nuestra
apreciada amiga una proposición indecente™.
Austin, J. (1991): Cómo hacer cosas con las palabras. Barcelona, Paidós.
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18
Extraído del articulo periodístico de Milagros Socorro «Gracias y desgracias del habla» en: El Nacional, Caracas, 6 octubre 2002.
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MATERIAL EN LA R E D
Título Descripción Dirección en Internet (URL)
Chilenismos Glosario con términos http://sussana.homepage.com/chilenismos.html
y expresiones de Chile
Diccionario con
Diccionario de términos propios de
Regionalismos de la distintos países de http7/www hisDanicus com/drle/üortada htm
Lengua Española América Latina y
España
Traduciendo
palabrotas y Diccionario bilingüe http7/www lleida netZ—ecarrera/traslate htm
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Diccionario de
Zona términos vulgares http7/www geocities com/SoHo/Cafe/1213/a htm
latinoamericanos
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