Poesia Oral - Anonimo PDF
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Anónimo
Poesía oral
ePub r1.0
Titivillus 29.04.17
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Anónimo, 1981
Traducción: Daniel Freidemberg
Diseño de cubierta: Víctor Brauner. «Composición»
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ESTUDIO PRELIMINAR
Hablar de literatura oral parece de por sí un contrasentido: la literatura —suele
entenderse— supone la transmisión y preservación de textos mediante signos
convencionales impresos, generalmente en libros. El propio término (littera significa
letra y también mensaje escrito) es cronológicamente posterior a la escritura, y sólo
en épocas relativamente recientes se pensó en ensancharlo hasta abarcar las
expresiones, ágrafas, transmitidas de boca en boca y cuyo único registro residen en la
memoria. Pero si el vocablo «literatura», tal como es usado actualmente en su
acepción más generalizada, designa a las manifestaciones verbales caracterizadas por
un grado particularmente alto de creatividad y expresividad (o, más sencillamente, a
aquella de las artes que tiene por único instrumento la palabra), no hay cómo negar
que su existencia es anterior a la escritura: tanto el poema como el cuento, la novela o
el drama contemporáneos tienen claros antecedentes o formas similares en los
pueblos sin cultura escrita y, de hecho, los registros más antiguos de expresiones
literarias no son sino transcripciones de textos que ya tenían una venerable trayectoria
oral. Nacida y durante un largo tiempo practicada sólo con fines inmediatamente
prácticos —asentar las operaciones comerciales, enviar mensajes, establecer códigos,
preceptos y leyes—, la escritura tuvo un primer encuentro con la expresión estética
cuando registró poemas y relatos orales para evitar su olvido o favorecer su difusión.
Incluso en una etapa posterior, y durante siglos, los poetas letrados no compusieron
para un público lector —escaso en ese entonces— sino para el circuito oral: los
poemas se escribían para ser memorizados y recitados, así como hoy se escriben las
obras teatrales para representarlas.
En grandes líneas, literatura oral es toda aquélla cuya transmisión se cumple sin la
intermediación del lenguaje escrito, y que no necesita de él. Contra lo que podría
suponerse, su supervivencia mediante canales aparentemente inestables es tan
efectiva como la de los clásicos de la novela o la poesía, pero también, ciertamente,
se realiza de un modo radicalmente diferente. El circuito de la comunicación oral —
dice Estela dos Santos— «se cumple, incluso, mejor que en la literatura escrita:
emisor-mensaje (lo comunicado)-receptor», con la significativa peculiaridad de que el
emisor y el receptor, miembros de una misma comunidad muy homogénea,
comparten estrechamente valores e intereses, se necesitan entre sí, mientras que «el
circuito escrito tiene un receptor hipotético que puede no existir, aunque por carácter
hipotético también ha de pensarse que un receptor podrá recibir lo comunicado, años,
tal vez siglos después». Nada asegura, sin embargo —también advierte Estela dos
Santos— que un texto escrito no quede convertido en «letra muerta», al cambiar el
lenguaje o caducar las necesidades espirituales que la obra satisface en una
determinada sociedad, en tanto la obra oral es siempre eficaz dado que responde a un
requerimiento inmediato: el permanente «comercio» entre el emisor y su público
mantiene activos los canales y hasta ejerce una permanente tarea de reactualización
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en los contenidos y decantación en las formas expresivas. Siempre cambiante en sus
aspectos secundarios, esa misma maleabilidad —dirigida por las exigencias concretas
del conjunto social— garantiza que en el texto oral perdure lo vivo y necesario, lo
aligera de todo lo accesorio y lo viejo, ahondando su contenido esencial y dándole
cierta intemporalidad (hasta los poemas orales de temática histórica terminan por ser
intemporales) en un proceso parecido al de un guijarro escrupulosamente pulido y
estilizado por la corriente: el que a esas piedras se las llame «cantos rodados» —
como lo hizo notar Atahualpa Yupanqui— es una metáfora perfecta. La consecuencia
de esa depuración suele ser una persistencia de varios siglos, hasta —en algunos
casos— superar el milenio. Claro que ello requiere ciertos rasgos formales que
faciliten la memorización: una característica de todas las expresiones literarias orales,
antiguas o contemporáneas, es que se apoyan en fórmulas verbales o estructurales,
situaciones narrativas o grupos de palabras preestablecidos y a los que se acude cada
vez que hace falta.
El agitado mundo actual, sin embargo, con sus medios de difusión masiva y el
avasallamiento de muchas culturas por otras técnica y económicamente más
poderosas, ejerce sobre las literaturas orales el mismo efecto que sobre los ambientes
culturales y ecológicos en que se asientan. Puede decirse sin exagerar demasiado que
sólo el trabajo de registro y publicación que vienen realizando los especialistas en
distintas partes del planeta evitará que se pierda el grueso de ese patrimonio literario.
El precio es, así y todo, demasiado oneroso: fijados los textos y separados de su
medio, roto el contacto directo entre emisor y receptor, desaparecidas las técnicas
semidramáticas de transmisión que completaban su sentido, muchas de las
condiciones para su eficacia desaparecen o se debilitan. Es paradójico pero, para
seguir existiendo, la literatura oral debe dejar de serlo: ese es, después de todo, el
modo en que muchas civilizaciones —actuales o desaparecidas— lograron preservar
los monumentos fundacionales de su patrimonio espiritual, aquellos grandes poemas
míticos o heroicos que, como señaló Jaime Rest, expresan a «una comunidad que
acaba de consolidarse a sí misma» y exhibe en la palabra sus ideales y aspiraciones:
desde los Vedas, el Mahbarata y el Ramayana en la India hasta las sagas
escandinavas, el Popol Vuh de los mayas, la célebre epopeya mesopotámica de
Gilgamesh y los himnos del imperio incásico recopilados por la conquista española,
fueron orales casi todas las literaturas primeras de los pueblos. Hoy, incluso, muchos
investigadores admiten el origen oral de La Ilíada y La Odisea, y se considera muy
posible que lo mismo ocurra con el Poema del Cid y el Canto de los Nibelungos
teutónico: todas esas obras, sin embargo, son apenas el extremo visible —y
probablemente más perfecto— de un vasto iceberg cuyo cuerpo principal, sumido en
la profundidad de los tiempos, definitivamente se ha perdido.
Fuera de toda duda, la gran reserva viva de la literatura oral, en la actualidad, está
en las sociedades llamadas «primitivas» o «sin historia» (aunque cada vez más, y no
sin dolorosos desgarrones, la acción de fuerzas externas va incorporándolas a la
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Historia), aquellas consideradas «no civilizadas» según la visión eurocéntrica y a las
que Claude Lévi-Strauss denomina «frías», ya que tienden a perpetuar estados de
desarrollo que ellas mismas estiman como «primeros» y, en consecuencia, sostienen
esa permanencia con una fuerte solidaridad entre sus miembros. Tales organizaciones
sociales, por lo general tribales y numéricamente pequeñas, no admiten otro modo de
comunicación que el de persona a persona: la escritura no existe pero tampoco hace
falta. Aunque toda literatura es comparativamente más funcional que la escrita, en las
literaturas primitivas la finalidad puramente estética es inconcebible: además de las
funciones previsibles (transmisión de normas, creencias y experiencias,
adiestramiento y, sobre todo, aglutinación social), el rol mágico de la palabra es
decisivo. Así como las danzas de cacería sirven para propiciar la captura (al igual que
las pinturas rupestres del paleolítico), de un canto de invitación amorosa se espera
que opere como hechizo, y el canto o el recitado son también instrumentos para curar
enfermedades, conjurar catástrofes, alejar a las bestias feroces o debilitar al enemigo.
Muchos poemas eróticos protagonizados por una mujer abandonada o ansiosa son en
realidad místicos: como en San Juan de la Cruz, el Amante convocado es un modo
indirecto de nombrar a la Divinidad. Ciertamente, sólo en las comunidades primitivas
puede encontrarse una literatura oral en su estado puro, que no presente influencia
alguna de la literatura escrita.
El ámbito folklórico, a su vez, muestra importantes —aunque no definitorios—
puntos de coincidencia con la comunidad primitiva: relativamente pequeña, aislada y
analfabeta, el ámbito «folk» tiene —según la extendida caracterización de Robert
Redfield— un «gran sentido de la solidaridad de grupo», basado en la comunicación
directa y la conservación del patrimonio heredado de los antepasados. Pero el
analfabetismo difícilmente puede considerarse ya un rasgo valedero, dado que hoy
virtualmente no existen comunidades rurales totalmente iletradas: la vitalidad del
folklore literario, precisamente, se ve confirmada en su coexistencia con las
expresiones escritas y también —inevitablemente— con los mensajes de los
modernos medios de difusión. Tampoco el aislamiento, por lo tanto, es tan grande en
la cultura «folk» actual, pero nunca lo fue del todo, y ello se advierte particularmente
en su literatura. Puede decirse, hasta cierto punto, que la literatura oral de las
comunidades campesinas es producto de una decantada síntesis de elementos
diversos: en América Latina y algunas áreas norteamericanas, por ejemplo, tiene su
origen en la mezcla de residuos «primitivos» (indígenas o africanos) con tradiciones
europeas y una visible contaminación de la literatura escrita. Es que, a diferencia de
las primitivas, las comunidades campesinas o aldeanas se mantienen al modo de
«islotes» dentro de una cultura nacional que desde hace siglos, domina la escritura y
con la que mantienen un cierto intercambio: en el Noroeste argentino, por ejemplo, es
común hallar coplas transmitidas oralmente que incluyen versos o fragmentos enteros
del Martín Fierro, sin que quienes las cantan sepan su procedencia. Es un riquísimo
proceso de ida y vuelta, ya que el poema de Hernández tomó abundantes elementos
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de la cultura anónima y popular del gauchaje (aunque en un ámbito geográfico y
cultural distinto: el pampeano). A menudo, inclusive, los compiladores encuentran
circulando en calidad de anónimos textos compuestos por autores letrados, sin
descontar la nada excepcional posibilidad de que una obra de circulación oral y autor
desconocido provenga de textos escritos que se perdieron mientras el poema
perduraba en la memoria colectiva, en un proceso inverso al de las grandes obras
fundacionales.
Si una de las características de lo folklórico, según la definición más difundida, es
la oralidad, el folklore literario siempre es, por ende, literatura oral, pero no todas las
composiciones orales participan de las condiciones asignadas a los fenómenos «folk».
Éstos, por ejemplo, deben ser anónimos, en tanto que una sustancial parte de la poesía
oral que se conoce ha sido recopilada consignando los nombres de sus autores, ya
sean éstos contemporáneos o antiquísimos vates al modo de Hornero: así, los textos
marroquíes que se incluyen en esta antología, la tradición los atribuye a un tal Sidi
Hammu, mientras que muchos poemas araucanos pertenecen a poetas iletrados
actuales. El componer nuevos relatos o poemas, por otra parte —para diversas
circunstancias y a veces improvisándolos en el momento—, es una actividad
corriente de toda la población en varias de las nacionalidades pieles rojas, entre los
esquimales, los tuaregs del Sahara y los nativos de Andamán, entre otros «pueblos sin
historia». Es que, aun cuando sus creadores sean individuales y conocidos, tales
expresiones están sometidas a leyes retóricas que han sido fijadas por una añeja
tradición; todas las características de la literatura oral persisten, ya que las nuevas
creaciones se mueven, con muy escaso margen, dentro de moldes y fórmulas muy
decantados.
Un caso muy particular lo constituyen, en algunas áreas relativamente
«periféricas» de Europa, ciertas composiciones muy antiguas, probablemente
contemporáneas en su nacimiento al Poema del Cid, las sagas nórdicas o incluso el
Nibelunglied, que han conservado con escasas variantes sus formas y temas arcaicos
hasta hoy, o hasta el momento de su recopilación en épocas bastantes recientes. Se
trata, por ejemplo, de las bylinas rusas (cantos más bien fantásticos sobre héroes y
caballeros), el tipo de poesía denominada regivarsid (lírica, animista y muy
primitiva) que persistió en Estonia, las composiciones orales de Islandia y, sobre
todo, la literatura oral servocroata de la actual Yugoslavia, esquemáticamente
dividida en poemas épico-realistas que cantan los hombres y cantos líricos de gran
musicalidad entonados por las mujeres: en su conjunto, en las últimas décadas, tales
obras han aportado una veta hasta entonces desconocida y de inestimable valor para
la investigación sobre el origen de las literaturas.
En esos textos, particularmente, se vuelve muy notorio un rasgo común a casi
toda la literatura oral: los hechos históricos se transforman en arquetipos
intemporales, en tanto los conceptos abstractos se animizan, ya que la oralidad
literaria nunca emplea abstracciones sino imágenes concretas (de ahí una de las
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razones de su eficacia y el encanto que suele tener para el lector actual): el esfuerzo
de las comunidades ágrafas por retener y transmitir el conocimiento genera estos
procedimientos, por lo que todo el conocimiento, en esas culturas, termina por ser
literatura, o, en otras palabras, la persistencia de constantes formales es la que
asegura permanencia al contenido. Y si es cierto que el emisor cambia continuamente
y con él el mensaje, también ocurre que —como advierte Estela dos Santos— «lo
esencial perdura, se recrea en cada emisor por la manera especial que tiene la oralidad
de retener el conocimiento, literaturizándolo mediante fórmulas repetidas, personajes
arquetípicos y situaciones categorizadas». Es particularmente interesante advertir
cuáles son precisamente las fórmulas que permiten perdurar a un poema y un relato
orales. Si, entonces, lo que se busca es lo que con el tiempo persiste en cada texto y lo
singulariza, aquellos elementos de más fácil retención que —a modo de esqueleto
estructural— posibilitan recrear infinitamente lo esencial del mensaje estos, en una
narración, están —puede decirse— en «lo argumental» (rol de los personajes, núcleo
anecdótico, situaciones básicas, «moraleja», desenlace, conflicto central, etc.); en
cambio, un poema oral tiene sus constantes en los recursos expresivos (ciertas
palabras e imágenes, esquemas rítmicos o métricos, símbolos fijados y figuras
retóricas, modo de espaciar los acentos, intervalos, paralelismos, repeticiones,
aliteraciones, onomatopeyas y rimas). Tales diferencias hacen a las distintas
funciones que cumplen la narrativa y la poesía, incluso en sus expresiones escritas: a
partir de ahí, no cuesta advertir qué es lo singular de cada género aun desde sus
orígenes más remotos.
Sobre esta base, dentro de la poesía oral pueden incluirse formas idénticas a
algunas usadas por la poesía escrita (coplas, romances, décimas, epopeyas, cantares)
y también canciones (baladas, milongas, blues, soleares, tonadas, vidalas, corridos,
fados), canciones infantiles y de cuna, cantos ceremoniales), así como refranes,
proverbios y sentencias, dichos, invocaciones, rezos y conjuros. Ese vasto y
multiforme conjunto ofrece al lector actual atractivos no escasos, secundarios ni
leves, y en muchos casos de ningún modo inferiores a los que brindan las más sutiles
y elaboradas expresiones escritas, incluso desde un punto de vista urbano y
contemporáneo: la decantación del tiempo y la funcionalidad han operado, en estos
casos, como el riguroso criterio de un autor aflatado y seguro tanto de su estilo como
de aquello que quiere y necesita decir. La selección efectuada para este libro ha
debido, por razones de eficacia y espacio, producir un recorte que permita alguna
homogeneidad: se han descartado, en principio, aquellos poemas que han dejado de
«funcionar» oralmente hace largo tiempo y, de hecho, hoy pertenecen a la literatura
escrita. En segundo lugar, se ha preferido incluir composiciones en las que no se
advierte una significativa influencia de la poesía escrita o directamente no la tienen:
por esa razón son escasos los ejemplos europeos y los americanos están limitados a
las comunidades indígenas. Así y todo, los problemas que se presentan son
virtualmente irresolubles, como lo señaló Estela dos Santos en su prólogo a Antología
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de la literatura oral: «ofrecer textos de las literaturas orales implica, aparentemente,
una traición a la condición esencial de esas literaturas. Sin embargo, sólo
traicionándolas se puede llegar a su conocimiento. Aunque también la utilización de
esta palabra es traición. ¿Qué conocimientos podemos atisbar en textos recogidos, no
siempre fielmente, y vertidos a un sistema, el gráfico visual, totalmente diferente del
auditivo, para el cual fueron compuestos?». Y además, ¿qué conocimientos habremos
de adquirir de textos traducidos a lenguas diferentes, radicalmente diferentes, de
aquéllas en que fueron compuestas? Ciertamente, la ausencia de los matices de
entonación, gestos corporales e incluso situaciones comunitarias en las que
«funcionan» los textos orales disminuye en mucho su eficacia, como también lo hace
el desconocimiento —por parte del lector— de las tradiciones y convenciones que
dan completa inteligibilidad a palabras e imágenes en su contexto originario. Se ha
procurado escoger, por lo tanto, versiones que resisten, hasta cierto punto, el pasaje a
la traducción y a un contexto diferente; aquellas que, como dice Ernesto Cardenal en
su magnífica Antología de poesía primitiva conservan el «espíritu» poético que
animó los originales. De todos modos, alguien podrá cuestionar también la
autenticidad de los materiales y su representatividad respecto al conjunto al que
aluden: ante la escasez de fuentes y el hecho de que no siempre puede confiarse en
los informantes nativos o los recopiladores, bastaría con esgrimir esos argumentos,
pero lo cierto es que aquí no se ha pretendido un trabajo documental o informativo: al
igual que Cardenal en el trabajo ya citado, «hemos preferido que esta antología vaya
sin una sola nota y sin bibliografía. Éste no es un libro científico: es un libro de
poesía».
Daniel Freidemberg
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NOTA
En lo fundamental, esta recopilación está basada en dos libros preparados por
Estela dos Santos y publicados por el Centro Editor de América Latina: Poesía y
prosa del África Negra (1970) y Antología de la literatura oral (1972); de ambos se
han utilizado todos los poemas orales que incluyó la autora de la selección. Del resto
de los materiales, el grueso ha sido extraído de Antología de poesía primitiva
(selección y prólogo de Ernesto Cardenal, Alianza Editorial, Madrid, 1979). Algunos
poemas de indígenas norteamericanos pertenecen a la Antología de la poesía
norteamericana (selección y traducción de Agustín Bartra, UNAM, México, 1971).
Los poemas quechuas son de Poesía quechua (traducción y notas de Sebastián
Salazar Bondy, Galerna, Buenos Aires, 1978). Finalmente, varios de los poemas
araucanos pertenecen a la Antología de la poesía argentina (selección e introducción
de Raúl Gustavo Aguirre, Ediciones Librerías Fausto, Buenos Aires, 1979).
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I. POESÍA BANTÚ
(África)
Fuego, fuego, fuego del hogar de abajo, fuego del hogar de arriba;
luz que brillas en la luna, luz que brillas en el sol,
estrella que abrillantas la noche, estrella que hiendes la luz, estrella fugaz,
espíritu del trueno, ojo brillante de la tempestad,
fuego del sol que nos da la luz,
yo te llamo, fuego, para la expiación, ¡fuego, fuego!
Fuego que pasas y todo muere detrás de tus huellas,
fuego que pasas y todo vive detrás de ti.
Los árboles quemados, cenizas y cenizas,
las hierbas crecidas, las hierbas fecundadas.
Fuego amigo de los hombres, yo te llamo, fuego, para la expiación.
Fuego, yo te llamo, fuego protector del hogar.
Tú pasas, ellos son vencidos, nadie te supera.
Fuego del hogar, yo te llamo para la expiación.
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II. POESÍA EWE
(África occidental)
* * *
* * *
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recibió el don de la inmortalidad?
Sea así, pues, ¡oh madre de un hijo único!
y cesa en tu gemir, y cesa en tu gemir.
* * *
En el día de mi muerte
que llueva a torrentes;
conozca cada cual
que un hombre se ha ido.
* * *
Canto funerario
(Los cantores)
(Aparece el difunto)
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dentro de Awute ha muerto la palabra.
¿Quién es el que la destruyó en mi cuerpo?
La muerte fue quien se la llevó;
un guerrero la arrancó de mi cuerpo.
(Aparece la muerte)
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III. INVOCACIONES DE LOS ASHANTI
(África occidental)
* * *
* * *
Tierra, compadeceos,
tierra, compadeceos,
tierra y polvo,
en quien se puede confiar,
me inclino ante vos.
Tierra, cuando estoy a punto de morir,
me inclino ante vos.
* * *
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de dondequiera que haya salido,
él se levantó así mismo,
él se levantó a sí mismo.
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IV. POESÍA DE LOS PIGMEOS
(África central)
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El elefante
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V. OTROS POEMAS DEL ÁFRICA NEGRA
El niño muerto
(Ba-ilas)
Canto fúnebre
(Congo)
Oración
(Dualas)
Añoranza
¡Magoboreni!
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Voy a hacer un ramillete de jazmines
para sentir el olor de la tierra de Magoboreni.
(Swahilis)
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VI. POESÍA TRADICIONAL DE MADAGASCAR
Kabary
* * *
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VII. CANTOS MARROQUÍES ANTIGUOS
¡Oh, mi Yamma!
¡Te suplico, no me dejes nunca!
¡Oh, mi Yamna!
Delgada como una serpiente,
¡Oh, mi Yamna!
Que se arrastra contra el muro.
¡Oh, mi Yamna!
Sin dejar ningún rastro.
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VIII. POESÍA ÉPICA YUGOSLAVA
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Pero la madre fuerte el corazón contuvo,
no echó una lágrima del corazón.
En la noche, sobre la medianoche,
relinchó el caballo blanco de Damián.
A la nuera preguntó la madre entonces:
«Oh, mi nuera, esposa de Damián,
de Damián, ¿por qué gime el caballo blanco?
¿Tiene hambre de gran limpio
o tiene sed de agua de Sveciano?».
De Damián contestó la esposa:
«No de limpio grano tiene hambre,
ni tiene sed de agua de Sveciano;
es que Damián lo había acostumbrado
a pacer su avena a medianoche,
a golpear la calle después de medianoche,
y el caballo blanco Hora a su señor,
llora, no sabe que él no vuelve».
Entonces la madre fuerte el corazón contuvo,
no echó una lágrima del corazón.
A la mañana cuando surge el día,
vienen dos negros cuervos volando,
sangrientas las dos alas junto al cuello,
blanca espuma de sus picos goteando;
de un guerrero traen la mano
(un anillo de oro en el dedo brilla)
y la arrojan al regazo de la madre.
La infeliz madre levanta la mano,
y la mira, la vuelve y le da vueltas,
después a la esposa de Damián reclama:
«Oh, nuera mía, esposa de Damián,
¿sabes quizá de quién es esta mano?».
De Damián habló la esposa:
«Oh, madre mía, madre de Damián,
¡es la mano de nuestro Damián!
La conozco, madre, por este anillo;
¡el anillo de nuestras bodas!».
Y de su Damián la mano vuelve
la infeliz madre y le da vueltas,
y humilde habla con aquella mano:
«Oh, mano mía, duro acerbo mío,
¿quién te cortó, adónde te soltaron?
Desde mi entraña en la que has crecido,
¡te arrancaron de Kósovo en las tierras!».
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Y se llenó de la madre el corazón,
se llenó de lágrimas y estalló.
(La batalla)
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IX. POESÍA LÍRICA YUGOSLAVA
La joven desventurada
* * *
Deseo de amor
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X. POESÍA PRIMITIVA DE ISLANDIA
Lamento (fragmentos)
Muy difícil es
mover la lengua,
en el aire
la balanza del canto.
Fácil no es
la presa de Vidurr[2]
echar afuera,
desde el escondrijo del alma.
Fácil no es arrancarla
porque provoca dolor,
grave,
la tardanza del pensamiento,
el feliz secreto
del pariente de Frigg
del alba de los tiempos robados
al mundo de los gigantes.
La tempestad (fragmento)
Tryggoamal
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(Las leyes se decían en estrofas aliteradas en la primitiva Islandia.
El siguiente es un ejemplo de poesía jurídica en donde se especifica a
quien quiebre la ley que será castigado, prácticamente por la eternidad)
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XI. POEMA POPULAR ESTONIO
Regivársid[5]
(Traducción)
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XII. POEMA LAPÓN
(norte de Escandinavia)
La manada de renos
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XIII. POESÍA PRIMITIVA DE INDIA
Blanca flor
no hay nadie como tú;
de entre una multitud
te escogí.
(Bhattras)
(Gondas)
En la maleza
¿quiénes dos se están peleando?
La muchacha le está agarrando el pecho,
el muchacho le está agarrando los senos;
muchacho y muchacha se mecen juntos.
(Santales)
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XIV. POEMA DE LOS AINUS
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XV. POEMA DE LAS ISLAS PALAU
(Filipinas)
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XVI. POESÍA DE LOS BATAK
(Sumatra)
* * *
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¡Oh, mi dulce retoño!
Oh, no me dejes
como cascara de arroz.
Que seas tú quien me dé sepultura en la tierra.
Mi padre debe seguir viviendo,
viviendo en medio del mundo.
Y si tú fueras a morir,
¡ah! yo sería como una gallina a quien se dejó huir,
como un caballo desatado.
Mi pequeño retoño desea abandonarme,
abandonarme, a destiempo nacida;
a mí, que soy como una olla de barro requemada,
como un utensilio de hierro.
¡Oh, sí, es verdad! me tiran desde arriba
y me arrojan en todas direcciones, como una tapa,
cuando me vienen a la mente tus labios
aún incapaces de formar respuestas
a las palabras de tu madre,
que ahora está sola.
Iría a ahogarme si tú murieras,
a ahogarme en el río Si Tumállan,
si fueras arrojado a las profundidades,
al abismo profundo
de donde no podemos ascender.
Intentaré
trenzar una cuerda retorcida,
camino de la muerte.
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XVII. POESÍA DE LOS CANACOS
(Nueva Guinea)
Invocación
Escapan desmenuzados.
Huyen en derrota.
Huyen y se quiebran en pedazos.
Huyen. Uno va solo,
otros se escapan a dos,
otros en grupos de tres,
en pareja de esposos, en grupo de padre e hijo.
Se dispersan dominados por el estupor,
cada uno por su lado, ignorantes de lo que piensan los otros.
Huyen, tienen miedo de ellos mismos.
Están enloquecidos.
Huyen, golpeando el vacío en las tinieblas.
Huyen y piensan en las frases de antaño,
en las primeras palabras,
al principio del asunto.
Eran palabras que se decían,
comienzos,
estimaciones,
palabras fuertes,
dominadoras,
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discursos fáciles
que se elevaban hasta el cielo.
El orador que se escucha
habla para enorgullecerse,
se eleva a sí mismo,
se insinúa,
interrumpe, deshace lo que está hecho,
deshace al que habla tímidamente,
al que se mantiene calmo,
al contemporizador…
Huyen, se disputan, buscan golpearse.
Huyen y se hacen preguntas.
Van y observan.
Huyen y se avisan,
Huyen e interrogan, agitados.
Huyen, prestos a la disputa,
huyen y buscan de dónde viene la cólera,
huyen y sus palabras se apresuran amargas.
Huyen, tristes y malos.
Piensan con tristeza en su país.
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XVIII. POESÍA DE DOBU
(Nueva Guinea)
* * *
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XIX. POESÍA PRIMITIVA DE AUSTRALIA
La gaviota
* * *
Las águilas
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XX. POESÍA DE LOS MAORI
(Nueva Zelanda)
* * *
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Tu cuerpo está en Waitemata
pero tu espíritu vino hasta aquí
y me arrancó del sueño.
¡Oh, compañeras!, detened mi huia
para que la cuerda de mi palpitante
corazón vuelva a ser mía.
Ve, pues, oh agua de mis párpados,
sé mensajera para el huia
que se nutre en mi vida.
Tawera es la estrella fulgurante
de la mañana;
no menos bella es la
joya de mi corazón.
Ya en su caverna, el sol se pone
y al descender toca la tierra
donde habita mi amigo,
él es llevado por los torbellinos
a las ondas del sur.
Ve hacia Tuhua, hacia el yermo,
en Waretawa, a llevar
en la cesta de hierbas
únicamente el remo;
es todo lo que has ganado por tus penas.
* * *
* * *
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Vino sobre mí como ese fuego
que, a veces, arde furioso en Hakanui.
Si está cerca de mí el amado mío,
no pienses, Kiri, que mi sueño es dulce.
Despierta yazgo todo a lo largo de la noche
para que amor haga en secreto presa de mí.
Nunca será confesado, no sea que todos lleguen a saberlo.
Su única señal estará en mis mejillas.
El llano que se extiende hasta Tauware,
ese camino hollé para poder entrar
en la casa de Rauhirawi.
No te enojes conmigo, señora; soy sólo una extranjera.
Para ti, ahí está el cuerpo de tu esposo;
para mí, sólo queda la sombra del deseo.
* * *
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la impotencia que mostró Ka-hae,
la ignorancia que ahora se manifiesta en todo el mundo.
Adiós, adiós para siempre; adiós.
* * *
* * *
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¡Fuera contigo, ariki!
Que estos mis dientes roan tu cráneo,
trituren tus parásitos
mientras me harto con los sesos de Wahaka-piko.
¡Oh, mi alimento! Un parásito soy devorador de sesos:
devorador también de ti, ¡oh, Horu!
Los fragmentos mojados, triturados, vuelan.
* * *
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XXI. POESÍA DE LOS MANGAIA
(Polinesia)
* * *
¿Adónde se fue?
(Coro)
Se fue de prisa hacia Avaiki,
desapareció al borde del horizonte,
por donde cae el sol.
¡Lloramos por ti!
* * *
(Coro)
(Coro)
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Detente; regresa al mundo.
Vuelve a mis abrazos;
eres como una rama arrancada por el vendaval.
Arrancada y ahora en Avaiki,
esa tierra lejana a donde has huido.
* * *
(Introducción)
(Raíz)
(Primera rama)
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la larga cadena de montañas del terruño!
(Segunda rama)
(Tercera rama)
(Cuarta rama)
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XXII. CANTOS POLINESIOS
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XXIII. POEMAS DE LA ISLA DE PASCUA
* * *
Canción de amor
La espera es larga,
entristece y fastidia…
* * *
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te rodean, oh Tau-mahani,
mujer de alto rango.
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XXIV. POESÍA ESQUIMAL
* * *
* * *
Fiord en primavera
Yo iba en mi canoa
iba en el mar
iba remando
suavemente en el fiord Ammassivik.
Había hielo en el agua
y en el agua un petrel,
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movía la cabeza a un lado y al otro
no me vio remando.
De pronto sólo se vio la cola
después nada.
Se hundió pero no por mí:
una gran cabeza sobre el agua
la gran foca peluda
cabeza enorme con enormes ojos, y bigotes,
toda reluciente, chorreando agua
y la foca se me acercó despacio.
¿Por qué no la arponeé?
¿Me dio lástima?
¿Sería por el día, el día de primavera, y la foca
jugando en el sol
como yo?
* * *
Me acuerdo ahora
de la llegada de los primeros días de la primavera
cuando yo era joven.
¡Yo era tan buen cazador!
¿No es verdad que lo era?
Veo ahora en el recuerdo
un hombre en una canoa;
va remando despacio hacia la costa del lago,
remolcando muchos caribús arponeados.
Qué feliz que soy
en mi recuerdo cazando en una canoa.
En tierra no tuve tanto éxito
con los rebaños de caribús.
Y cuando uno está viejo y piensa en su juventud
prefiere recordar las cosas
en las que tuvo éxito.
El verano
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Ni un soplo de viento,
ni una nube,
y en los montes pacen los renos.
¡Ah, los queridos renos en la lejanía azul!
¡Ah, el arrobamiento!
¡Ah, qué alegría!
Me tiendo sobre la tierra, sollozando.
* * *
Canción de cuna
Es mi niño gordito:
lo siento dentro de mi capucha
¡y qué pesado está!
Ya, ya! ¡Ya, ya!
Cuando volteo mi cabeza
me sonríe mi niño,
escondido en mi capucha,
¡y qué pesado está!
Ya, ya! ¡Ya, ya!
¡Qué lindo cuando sonríe
con sus dos dientes como una morsa!
¡Me alegra el que esté pesado,
con tal de tener la capucha llena!
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XXV. POESÍA OJIBWA
* * *
Vamos,
voy a irme.
Te ruego,
déjame ir.
Volveré.
No llores por mí.
Mira
estaremos muy contentos
al encontrarnos cuando yo vuelva.
No llores por mí.
* * *
Está colgado
al borde de la luz del sol.
Es un cerdo, lo veo,
de pezuña hundida;
un puerco muy gordo.
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La gente que vive en un árbol hueco
está luchando
en lucha sangrienta.
Él es rico.
Llevará un gran hato hacia el agua grande.
* * *
(Habla el conejo)
* * *
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XXVI. CANTOS DE LOS NAVAJOS
Ritual de la lluvia
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viene la lluvia conmigo.
Atravesando el polen,
el polen bendito,
de polen vestida,
viene la lluvia
viene la lluvia conmigo.
Desde tiempos antiguos,
viene la lluvia,
viene la lluvia conmigo.
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XXVII. CANTOS Y POEMAS DE LOS PAPAGOS
(Estados Unidos)
Me levanté temprano
era azul la mañana,
pero mi amor había salido antes:
ya había atravesado los umbrales del Alba.
En la montaña Pápago,
la presa, en su agonía,
me miró con los ojos
de la amada mía…
* * *
* * *
Hilos de telégrafo
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XXVIII. POESÍA DE LOS PAIUTES
(Estados Unidos)
La hierba en la montaña
La tempestad
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las piedras están sonando.
Están sonando en las montañas,
están sonando en las montañas,
están sonando en las montañas.
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XXIX. POESÍA INDÍGENA DE MÉXICO
(Nahuas)
* * *
(Nahuas)
* * *
(Otomíes)
* * *
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viendo brillar las cuatro estrellas.
Ellas siempre saldrán, yo me estoy yendo.
No volveré jamás, yo me estoy yendo.
(Tarascos)
* * *
Canción
(Yaquis)
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XXX. POESÍA DE LOS MISKITOS
(Nicaragua)
* * *
Pensé
que un pez
saltaba, pero era
su remo que chapoteaba.
Pensé
que mi amor
pescaba,
pero mi amor
pescaba,
pero mi amor
partía. Ya nunca más
la veré. Por su mirada
lo sé.
¡Ya nunca más la veré!
Muchacha, estoy triste por ti.
Recuerdo el olor de tu piel.
Quisiera recostar mi cabeza en tu regazo,
pero estoy solo, recostado bajo un árbol,
oyendo únicamente el ruido del mar.
El okaje revienta mar afuera:
pero no oigo tu voz.
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XXXI. POESÍA GUARANÍ
* * *
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XXXII. POESÍA QUECHUA
Pastoril
* * *
Despedida
* * *
Malagüero cóndor
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Por la puerta de mi casa el cóndor revolotea,
por encima de mi pueblo da la vuelta,
demasiado, demasiado carnívoro es
aquel cóndor;
demasiado, demasiado carnívoro es
el cóndor malagüero.
Luego, él está sabiendo
mi solitario destino
y mi pobre estrella.
Por esto, por la puerta de mi casa
revolotea y revolotea
el cóndor malagüero,
da la vuelta y da la vuelta,
el cóndor malagüero.
* * *
Mariposa mensajera
* * *
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Yo crío una mosca
* * *
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La paloma agreste
* * *
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con sus lágrimas de sangre;
la lluvia en sus ojos,
lágrimas de sangre.
Y aun el pato real ha de irse
cuando las olas del río
embravezcan,
cuando las ondas del río
se precipiten.
Pero entonces yo iré a rondarte
cantando:
«Le arrebataré su joven corazón, en la isla,
su joven corazón,
en la tormenta».
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XXXIII. POESÍA ARAUCANA
¿Quién es el que,
como el tigre,
cabalga en el viento
con su cuerpo de fantasma?
Cuando lo ven los robles,
cuando lo ven las personas
se dicen en voz baja
unos a otros:
«Mira, hermano, ahí está
el espectro de Caupolicán».
* * *
* * *
* * *
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Causa tristeza profetizar:
dos veces se oscurecerá el sol.
Y después vamos a ser maltratados.
Indefensos estamos.
Como árboles estamos arraigados en el suelo,
y como pájaros nos lleva el viento.
Presas de la tierra y del aire somos.
Ay, ¿cómo no va a dolemos el corazón?
* * *
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Introducción a rezar
* * *
Bueno mi querida
usted se quiere separar de mí
porque estoy borracho.
Bueno vamos a ir al pueblo
vamos a comprar el mejor pañuelo de seda
y lo vamos a partir por la mitad.
Nadie lo podrá volver a unir
lo mismo nos pasará
si usted se quiere separar de mí.
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Notas
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[1] Para preservar mejor el sentido del poema en la traducción, y dado que se trata de
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[2] Vidurr y Frigg (más adelante): nombres diversos para un mismo dios poético. <<
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[3] Hielo de los sauces: el viento. <<
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[4] Cisne de Gestil: la nave. <<
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[5] Se incluye el texto original, en lengua estonia, para apreciar la musicalidad que
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