Creacionporamor
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La providencia hoy:
autonomía humana
ESTUDIOS y creación por amor
Andrés Torres Queiruga. Universidad de Santiago de Compostela.
SUMARIO
La experiencia bíblica en el cambio cultural
La providencia en la tradición: dificultades y respuestas
La providencia tras la ruptura cultural de la Modernidad
La acción divina más allá del “deísmo intervencionista”
La providencia desde la creación-por-amor
El sentido último y radical de la providencia
La espiritualidad de la providencia
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2 Me he extendido sobre esto en tantas ocasiones, que no quiero repetirme. Para el problema
general, remito a mi libro Fin del cristianismo premoderno. Retos hacia un nuevo horizonte, Sal
Terrae, Santander 2000 (traducido recientemente al italiano como Quale futuro per la fede? Le
sfide del nuovo orizzonte culturale, Elledici, Torino 2013); para el problema del mal, estrechamente
relacionado con el de la providencia: Repensar el mal. De la ponerología a la teodicea, Trotta,
Madrid 2011 (original gallego, Ed. Galaxia, Vigo 2010).
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selva de las opiniones3. Por eso conviene reducirse a una visión esquemática
que ponga en relieve la estructura honda del problema.
3 Para la visión tradicional, pueden verse los extensos y nutridísimos artículos del Dictionnaire de
Théologie Catholique: Providence (13, 1936, 935-1023) y Predestination (12, 1935, 2809-3022).
Para la visión actual, cf. Vorsehung: Theologische Realenzyklopädie 35 (2003) 302-327, desde el
punto de vista teológico, y Vorsehung: Historisches Wörterbuch der Philosophie 11, 1206-1216, de
los artículos.
4 Sobre la religión en el estoicismo, cf. la clara y precisa exposición de G. Reale, Storia della filosofia
antica, vol III, Milano 1976, 362-381; más en concreto, 369-372.
5 Cf. G. Reale, Ibid., 264-267, que cita a E. Bignone, Epicuro, Bari 1920 y D. Pesce, Saggio su Epicuro,
Bari 1974.
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6 Cito el artículo Providence, de J. M. Dillon en: Anchor Bible Dictionary, que hace una excelente
síntesis del pensamiento griego en este problema. Los textos de Platón pueden verse en las Obras
Completas, ed. Aguilar, Madrid 21969, 1466-1472.
7 Sin entrar en juicios concretos, sino tomando ambas posturas como “tipos ideales” (Idealtypen, de
Weber) que orienten la reflexión, ambas posturas implican intuiciones y valores que, de algún modo
y de forma más madura, reaparecerán en la modernidad. El deísmo, con su visión de un dios que,
hecha la creación, se retira al cielo, recuerda al epicureismo; Espinoza, con su deus sive natura, y
Hegel, con su razón que todo lo dirige e impulsa, recuerdan al estoicismo.
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8 Dogmatik II: Die christliche Lehre von Schöpfung und Erlösung. 1950 (3. Aufl. 1972); uso la
traducción portuguesa: Dogmática. Vol 2: Doutrina cristã da criação e redencção, São Paulo 1998,
235; remite a De providentia, cap. 2.
9 Ibid., 235-236.; cf. 234-240: “La Providencia Divina y la Libertad Humana”.
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que es, hace no sólo anacrónico, sino incluso culturalmente imposible inter-
pretar la providencia como actuando mediante un continuo “intervencionis-
mo” divino. Eso convertiría a Dios y a su acción en una causa más entre las
causas mundanas (por grande y sublime que se la piense). De hecho, hoy no
se puede pensar que es Dios quien “manda” la lluvia, “descarga” el rayo o
“provoca” el tsunami. Esto ha revolucionado a fondo el problema del mal, tan
estrechamente ligado al de la providencia, y ha obligado a ser muy cautos
contra toda deriva ontoteológica, que convertiría a Dios mismo en “ente”
entre los entes del mundo.
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investigación metódica en todos los campos del saber, si está realizada de una forma auténticamente
científica y conforme a las normas morales, nunca será en realidad contraria a la fe, porque las
realidades profanas y las de la fe tienen su origen en un mismo Dios. Más aún, quien con
perseverancia y humildad se esfuerza por penetrar en los secretos de la realidad, está llevado, aun
sin saberlo, como por la mano de Dios, quien, sosteniendo todas las cosas, da a todas ellas el ser.
Son, a este respecto, de deplorar ciertas actitudes que, por no comprender bien el sentido de la
legítima autonomía de la ciencia, se han dado algunas veces entre los propios cristianos; actitudes
que, seguidas de agrias polémicas, indujeron a muchos a establecer una oposición entre la ciencia
y la fe. Pero si autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de
Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se
le oculte la falsedad envuelta en tales palabras. La criatura sin el Creador desaparece. Por lo demás,
cuantos creen en Dios, sea cual fuere su religión, escucharon siempre la manifestación de la voz de
Dios en el lenguaje de la creación”.
14 Para quien se interese por este problema fundamental, remito al capítulo III de Repensar el mal,cit,
dedicado a la “ponerología”, p. 57-109.
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rencia empírica en los procesos naturales, por otro. Lo que se estableció fue
una solución híbrida y ecléctica: una especie de deísmo intervencionista, que,
de manera no siempre confesada pero muy eficaz, imagina un dios en el cielo
e incluso presente en el mundo, pero del que se espera que de vez en cuan-
do, sobre todo en ocasiones de especial necesidad, intervenga supliendo o
completando lo que no puede lograr la acción humana: se va al médico, pero
se ruega a Dios por la curación; se examinan las isobaras, pero se habla de
hacer rogativas si aprieta la sequía; en casos extremos, se pide un milagro e
incluso se puede exigir como prueba empírica para una canonización. El resul-
tado para la comprensión de la providencia en una conciencia medianamente
crítica dentro de la cultura actual son devastadores: las enfermedades siguen
sin curar y las catástrofes siguen matando, sin que la “providencia” aparezca.
Y es todavía peor, cuando se habla de que aparece, afirmando que se ha pro-
ducido un auxilio llamativo o un caso milagroso, porque entonces llueven las
preguntas: ¿por qué a unos sí y a otros no; por qué tan pocos, siendo tantas
las necesidades; por qué siguen muriendo de hambre millones de niños ino-
centes, si el milagro es posible y el poder infinito y sin esfuerzo?
Profundizando más todavía, Paul Althaus indica con toda razón que, sin
pretenderlo, ese modo que parece garantizar y hacer casi palpable la activi-
dad de la providencia divina, en realidad la reduce y parcializa al extremo:
“Tal acentuación de los huecos o excepciones tendría como consecuencia,
algo que la fe nunca puede conceder: que todo el acontecer conforme a las leyes
[naturales] dejaría de ser acción viva e inmediata de Dios en el sentido como lo
son los milagros. Entonces ya no estaríamos en condiciones de sentirnos en las
manos de Dios en cada punto de la realidad”16.
Lo sorprendente es que la verdadera respuesta está en la misma Biblia,
cuando a través de su accidentada letra logramos leer el auténtico sentido de la
creación, vista no sólo en su hondo sentido ontológico, sino en su contextuali-
zación por la presencia de un Dios siempre amorosa e incansablemente preocu-
pado por ayudarnos, protegernos y asegurar nuestra salvación definitiva. En
una palabra y sintetizando, la respuesta buscada está en la creación-por-amor.
16 Die Christliche Wahrheit, Güttersloh 7 1966, 321; cf. toda la interesante reflexión, p. 318-324.
17 Estudio con cierto detenimiento este tema tan decisivo en Recuperar la creación. Por una religión
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veces pueda parecer que todo indica lo contrario— sé que jamás me abandona
y que, sea cual sea la oscuridad, vivo envuelto y amparado en su providencia.
Este modo de hablar —que, lo confieso, adopto no sin cierto pudor—
puede resultar artificioso y aun excesivamente antropomófico. Es la inevitable
limitación de la palabra humana en cuestión tan honda y difícil. Me atrevo a
esperar del lector o la lectora que no se limiten a una reacción simplemente
crítica o distanciada, sino que intenten “realizar” e incluso mejorar por sí mis-
mos lo que intento insinuar. Y como en estos asuntos el lenguaje simbólico
resulta casi siempre más eficaz y sugerente, me gusta citar dos afirmaciones
de Whitehead, pues su aura poética apunta luminosamente hacia lo esencial.
La primera se refiere a la realidad en general y dice así: “Dios es el poeta
del mundo, que con amorosa paciencia lo guía mediante su visión de la ver-
dad, la belleza y la bondad”. Cabría incluso explicitar que lo guía y lo impulsa.
Pero lo fundamental está claro: en la medida en que los materiales del mundo
dan de sí a pesar de sus fallos, limitaciones y resistencias, la providencia divina
trata de sacar lo mejor de él y llevarlo a su máxima plenitud posible. La segun-
da atiende a la vida humana, con su inevitable carga de angustia y sufrimiento:
Dios es "el gran compañero: el camarada en el sufrimiento que comprende"20.
Es importante este final de la segunda cita.
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de la historia universal.
Pero, ciertamente, hablar con plena consecuencia pide encuadrar el
acontecimiento particular en el entero decurso vital, lo individual en lo univer-
sal, lo temporal en lo eterno. Es lo que está implícito en el destino de Jesús,
sobre todo en la acentuación extrema de su muerte y resurrección (pues sin
esta aquella denunciaría el fracaso definitivo de la providencia). Y es lo que
permitió a san Pablo sus osadas y magníficas observaciones. No ignora la mor-
dedura del mal, pero lo desabolutiza, colocándolo en la perspectiva integral:
“Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables
con la gloria que se ha de manifestar en nosotros” (Rm 8,18). Está convencido
de que, en última instancia, incluso del mal puede salir el bien, porque “sabe-
mos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que lo aman” (Rm
8,28). Y puede hablar así, porque se apoya en la intuición radical: la fidelidad
incansable e incondicional del Dios que nos crea con un amor más fuerte que
todo posible fracaso y más poderoso que toda posible oposición:
“Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los
principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profun-
didad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado
en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rm 8,38-39).
La vida de Pablo, que no habla desde una existencia pacata ni reflexiona
desde una especulación idealista, prueba la solidez de sus afirmaciones y la
seriedad de su convicción. Y está bien traer sus palabras después de las re-
flexiones anteriores, acaso un tanto prolijas. Sin ellas estas consideraciones no
podrán abrir las profundas perspectivas que desde ellas se abren.
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conciencia creyente sabe las dos cosas: a) es verdad que la providencia divina
trata, incansable, de sacar bien del mismo mal; pero b) en la historia humana
esa verdad sólo puede realizarse a través del compromiso de la libertad. E
incluso así, hay que contar con que la realización de la providencia permanece
sometida a la dialéctica del “ya-todavía no”: es ya efectiva en el trabajo del
tiempo, pero la seguridad del éxito definitivo queda todavía reservada a “la
gloria que se ha de manifestar en nosotros”.
Paul Tillich expresó esto en un sermón universitario, breve pero de gran
intensidad religiosa, comentando justamente Romanos 8,38-39 e insistiendo
tanto en su importancia decisiva para la vida real como en los graves equívo-
cos a que está expuesta. Habla en el duro contesto de los terribles episodios
de la guerra mundial, con sus crímenes y catástrofes, con la destrucción de
cuerpos y almas, de individuos y pueblos enteros, para afirmar que es “en
este tiempo, y justamente en este tiempo, cuando podemos presumir (boast),
que incluso nada de esto puede separarnos del amor de Dios”. Y aclara:
“La fe en la providencia divina es la fe en que nada puede
impedirnos de cumplir el sentido último de nuestra existencia. La providencia
no significa una planificación divina por la que todo está predeterminado, como
en una máquina eficaz. Más bien, la providencia significa que en toda situación
está implicada una posibilidad creativa y salvadora, que no puede ser destruida
por ningún acontecimiento”23.
23 The Shaking of the Foundations, New York 1953, 106; un sermón que merece ser meditado: “The
Meaning of providence” (p. 104-107). Existe una traducción castellana, algo antigua y ya agotada.
Es pena que no podamos disponer de una traducción de sus tres magníficos libros de sermones.
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que creer de verdad en un Dios providente, que está haciendo todo lo po-
sible por ayudarnos a llevar adelante la vida y la historia, solo tiene sentido
incluyéndose en su dinamismo, acogiéndolo en el discernimiento honesto y en
la acogida activa. Lo contrario equivaldría a una fe muerta, a una adoración
de los labios (en este número Javier Vitoria lo aclara con su habitual y aguda
elocuencia). Existe incluso un dicho tradicional que apunta al centro de la ac-
titud correcta: “ora como si todo dependiera de Dios y actúa como si todo
dependiera de ti”, que va de Agustín de Hipona a Ignacio de Loyola. Dicho
que, debidamente insertado y contextualizado en la cultura actual, apunta a
una certera interiorización de la providencia, que actuando desde el fondo
más radical del ser, hace ver que nuestra acción es ya siempre respuesta a la
iniciativa divina. Algo que, por otra parte, no hace más que tomar en serio la
doctrina tradicional de la prioridad absoluta de la gracia.
Por eso aquí voy a limitarme a insistir en un acento, cuya importan-
cia la radicalización de conciencia de la autonomía ha traído a primer plano
en nuestra cultura secular. La visión premoderna —que no la desconocía del
todo, como lo muestra el realismo de las “causas segundas”— podía toda-
vía conjuntar la autonomía con la creencia en intervenciones puntuales divi-
nas en el decurso natural. Pero la situación ha cambiado. Se nos ha hecho
evidente que todo lo que sucede empíricamente en el mundo, es decir, en
el ámbito de las leyes de su funcionamiento, sea físico, social o sicológico,
tiene su causa dentro del mundo. De suerte que lo que nosotros no hagamos,
quedará irremediablemente sin hacer. Dicho con simbolismo evangélico, si el
Samaritano no pasase por aquel camino, el herido moriría desangrado; igual
que hoy, si no logramos cambiar las políticas alimentarias, millones de niños
seguirán muriendo de hambre. Todo nos dice que “encargárselo” a Dios con
peticiones o rogativas, aparte de ser objetivamente injusto y intolerablemen-
te ofensivo para su amor, acaba convirtiéndose en un escapismo religioso,
deformador de su imagen y —acaso subliminalmente— excusador de nuestra
responsabilidad.
Lo cual no implica —ahora podemos comprenderlo mejor— restar un
ápice a la actividad de la providencia, sino todo lo contrario: reconocerla en
su entrega absoluta y sin reserva, a la que, ciertamente, no somos nosotros
los encargados de motivar para que actúe. El núcleo de la confesión cristia-
na nos enseña que, si algo falta en la realización del proyecto salvador, no
es jamás por parte de la iniciativa y de la acción divina, sino por parte de la
respuesta humana. Porque, repitamos, solo en nuestra respuesta, en cuanto
constitutivamente necesaria, puede la acción trascendente de Dios convertir-
se “samaritanamente” en efectividad histórica. Muchas veces el fallo sucede
por impotencia humana —cuando realmente no nos resulta posible—, otras
por culpa libre—cuando pudiendo, no queremos—; pero nunca tiene sentido
hacer responsable a Dios, aunque sea en la forma (inconscientemente) disimu-
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