Derrida Jacques La Diseminacion
Derrida Jacques La Diseminacion
Derrida Jacques La Diseminacion
(P refa cio s)
NOTA: El equivalente castellano de la diferencia gráfica
que Derrida introduce en las palabras différence y différent
escribiendo «différance» y «différant», lo hemos señalado
por «diferenzia» y «diferemte».
Este (pues) no habrá sido un libro.
Aún menos, a pesar de su apariencia, la recopi-
lación de tres «ensayos», cuyo momento habría lle-
gado ya, después del hecho, de reconocer su trayec-
to, de recordar su continuidad o de inducir su ley,
e incluso de exhibir, con la insistencia que tal oca-
sión requiere, su concepto o sentido. No se va a fin-
gir, según el código, la premeditación o la improvi-
sación. La disposición de estos textos es otra, mi in-
tención no es ahora la de presentarlos.
Se discute en él, precisamente, la cuestión de !a
presentación.
Si la forma del libro está en la actualidad, como
es sabido, sometida a una turbulencia general, si pa-
rece menos natural, y su historia menos transpa-
rente que nunca, si no se puede tocarla sin tocar
todo, no podría regular —aquí, por ejemplo— tales
procesos de escritura que, al interrogarla práctica-
mente, deben también desmontarla.
•J^ De donde la necesidad de elaborar por doquier,
hoy' en día, nuevamente, la cuestión del nombre
-guardado: de la palecmimia. ¿Por qué conservar, du-
dante un tiempo determinado, un nombre antiguo?
¿Por qué amortiguar con la memoria los efectos de
jaü ; séntido, de un concepto o de un objeto nuevos?
Planteada en estos términos, la cuestión ya esta-
ría comprometida en todo un sistema de presuposi-
ciones ahora elucidadas: por ejemplo, aquí, la exte-
rioridad simple del significante respecto a «su» con-
cepto. Hay, pues, que proceder de distinto modo.
Volvamos al principio. Ejemplos: ¿por qué «li-
teratura» nombraría aún lo que ya se sustrae a la
literatura —a lo que siempre se ha concebido y sig-
nificado bajo ese nombre— o, no ocultándose úni-
camente en ello, la destruye implacablemente? (Plan-
teada en estos términos, la cuestión ya estaría com-
prometida en la seguridad de un pre-saber: «lo que
siempre se Jha concebido y significado b a j o ese nom-
bre», ¿es fundamentalmente homogéneo, unívoco,
no conflictual?) Otros ejemplos: ¿qué función histó-
rica y estratégica asignar por lo tanto a las comi-
llas, visibles o invisibles, que transforman esto en
«libro» o hacen de la desconstrucción de la filosofía
un «discurso filosófico»?
Esta estructura de la doble señal (cogido —to-
mado y encerrado— en una pareja de oposición, un
término conserva su antiguo nombre para destruir
la oposición a la que ya no pertenece en absoluto,
a la que además no habrá cedido nunca, siendo la
historia de esta oposición la de una lucha incesante
y jerarquizante) trabaja todo el campo en que se
desplazan estos textos. Y también ella resulta traba-
jada en él: la regla según la cual cada concepto reci-
be necesariamente dos señales semejantes —repeti-
ción sin identidad—, una en el interior, la otra en el
exterior del sistema desconslruido, debe dar lugar a
una doble lectura y a una doble escritura. Aparece^
rá en su momento: a una doble ciencia.
Ningún concepto, ningún hombre, ningún signi-
ficante escapa a ello. Intentaremos determinar la ley
que obliga (por ejemplo y teniendo en cuenta una
refundición teórica general que rearticula desde ha-
ce poco los campos de la filosofía, de la ciencia, de
la literatura, etc.) a denominar «escritura» a lo que i
critica, desconstruye, fuerza la oposición tradicio-
nal y jerarquizada de la escritura y la palabra, de
la escritura y el sistema (idealista, espiritualista,
fonocentrista: en primer lugar, Iogocéntrica) de to-
dos sus otros; a denominar «trabajo» o «práctica» a
lo que desorganiza la oposición filosófica praxis/
theoria y no se deja ya rehacer según el procedi-
miento de la negatividad hegeliana; a denominar
«inconsciente» a lo que jamás habrá sido el negati-
vo simétrico o el depósito potencial de la «concien-
cia»; a denominar «materia» a ese exterior de las
oposiciones clásicas que, con tal que se tengan en
cuenta una adquisición teórica y una desconstruc-
ción filosófica de hace apenas nada, ya no debería
de tener forma tranquilizadora: ni la de un referen-
te (al menos concebido como cosa o causa reales,
anteriores y exteriores al sistema de la textualidad
general), ni la de la presencia bajo ninguno de sus
modos (sentido, esencia, existencia —objetiva o sub-
jetiva—, forma, es decir, aparecer, contenido, sus-
tancia, etc., presencia sensible o presencia inteligi-
ble), ni la de un principio, fundamental o totalizan-
te, incluso de una instancia última: en una palabra,
todo ese fuera de texto, que detendría la concatena-
ción de la escritura (de ese movimiento que coloca
a todo significado en situación de huella diferencial)
y para el cual yo había propuesto el concepto de
«significado transcendental». «Diferenzia» designa-
ba también, en el mismo campo problemático, a esa
economía —de guerra— que pone en relación a la
alteridad radical o a la exterioridad absoluta de lo
(¡exterior con el campo cerrado, agonístico y jerarqui-
zante de las oposiciones filosóficas, de los «diferen-
tes» o de la «diferencia» 0). Movimiento económico
de la huella que implica a la vez su señal y su des-
aparición —el margen de su imposibilidad— según
una relación que ninguna dialéctica especulativa del
mismo y del otro podría denominar por lo mismo
que es una operación de dominio (2).
Existirá siempre un riesgo, ciertamente, al hacer
trabajar, e incluso al dejar circular los antiguos
nombres: el de una instalación, incluso de una re-
gresión a, en el sistema desconstruido o en curso de
desconstrucción. Y negar ese riesgo sería ya confir-
marlo: tener al significante —en este caso al nom-
bre— por una circunstancia convencional del con-
cepto y por una concesión sin efecto específico. Se-
ría afirmar la autonomía del sentido, la pureza ideal
de una historia teórica y abstracta del concepto. Y, a
la inversa, pretender desembarazarse inmediatamen-
te de las señales anteriores y pasar, por decreto, con
un simple gesto, al exterior de las oposiciones clá-
sicas, es, aparte del riesgo de una interminable «teo-
logía negativa», olvidar que tales oposiciones no
constituían un sistema dado, una especie de índice
anhistórico y radicalmente homogéneo, sino un es-
pacio disimétrico y jerarquizante, atravesado por
fuerzas y trabajado en su cerca por el exterior que
rechaza: expulsa y, lo que viene a ser lo mismo, in-
terioriza como uno de sus momentos. Por eso la des-
construcción implica una fase indispensable de de-
rribo. Quedarse en el derribo es operar, ciertamente,
dentro de la inmanencia del sistema a destruir. Pero
1
Cf. «La differance», en Théorie d'ensemble, colec-
ción «Tel Quel», Du Seuil, París, 1968, págs. 58 y ss. Hay
trad. esp., Seix Barral.
2
Cf. «De l'économie restreinte á l'économie généra-
le», en L'ecriture et la différence, col. «Tel Quel», 1967.
a t e n e r s e , para ir más lejos, ser más radical o más
audaz, a una actitud de indiferencia neutralizante
r e s p e c t o a las oposiciones clásicas, sería dar curso
libre a las fuerzas que dominan efectiva e histórica-
mente el campo. Sería, a falta de haberse apoderado
de los medios para intervenir en él (a), confirmar el
equilibrio establecido.,.
Estas dos operaciones deben, pues, ser conduci-
das en una especie de simul desconcertante, en un
movimiento de conjunto, movimiento coherente,
cierto, pero dividido, diferenciado y estratificado.
La separación entre las dos operaciones debe per-
manecer abierta, dejarse señalar y reseñalar sin tre-
gua. Basta decir la heterogeneidad necesaria de cada
texto que participa en esta operación y la imposibi-
lidad de resumir la separación en un solo punto, ni
bajo un solo nombre. Los valores de responsabili-
dad o de individualidad ya no pueden dominar aquí:
es el primer efecto de la diseminación.
No hay «concepto-metafísico». No hay «nombre-
métafísico». Lo metafísico es cierta determinación,
un movimiento orientado de la cadena. No se le pue-
de oponer un concepto, sino un trabajo textual y
otro encadenamiento. Habiendo recordado esto, el
desarrollo de esta problemática implicará, pues, el
movimiento de la diferencia tal como fue ya despe-
jado en otro lugar: movimiento «productivo» y con-
,fíictual (4) al que ninguna identidad, ninguna unidad,
ninguna simplicidad originaria podría preceder, que
5
Aufheben (sobre esta traducción, cf. «Le puits et
la pyramide», en Hegel et la pensée moderne, P. U. F., 1970).
El movimiento por el que Hegel determina la diferencia
en contradicción («Der Unterschied überhaupt ist schon
der Widerspruch an sich», Ciencia de la lógica II, I, capí-
tulo 2, C) está justamente destinado a hacer posible el es-
tablecimiento último (onto-teo-teleo-lógico) de la diferencia.
La diferenzia —que no es, pues, la contradicción dialéctica
en ese sentido hegeliano— señala el límite crítico de los po-
deres idealizantes del establecimiento por doquiera pue-
den, directa o indirectamente, operar. Inscribe la contra-
dicción más bien, resultando irreductiblemente diferencián-
te y diseminante, la diferencia, las contradicciones. Seña-
lando el movimiento «productor» (en el sentido de la eco-
nomía general y teniendo en cuenta la pérdida de presen-
cia) y diferenciante; el «concepto» económico de la dife-
rencia no reduce, pues, las contradicciones a la homoge-
neidad de un solo modelo. Es lo contrario lo que siempre
puede ocurrir cuando Hegel hace de la diferencia un mo-
mento de la contradicción general. Esta es siempre en su
fondo onto-teológica. Igual que la reducción a la diferencia
de la economía compleja y general de la diferenzia. (Nota
residual y retrasada para un post-facio.)
un pasado— que, en una falsa apariencia de pre-
s e n t e , " un autor oculto y todopoderoso, con pleno
dominio de su producto, presenta al lector como fu-
turo suyo. Esto es lo que he escrito, después leído
y que escribo que van ustedes a leer. Después de lo
cual podrán ustedes tomar posesión de este prefa-
cio, que en suma ahora no leen, aunque, habiéndolo
leído, ya se hayan anticipado a todo lo que le sigue
y pueden casi dispensarse de leerlo. El pre del pre-
facio hace presente el porvenir, lo representa, lo
aproxima, lo aspira y adelantándolo lo pone delan-
te. Lo reduce a la forma de presencia manifiesta.
Operación esencial e irrisoria: no sólo porque la
escritura no se mantiene en ninguno de esos tiem-
pos (presente, pasado o futuro en tanto que presen-
tes modificados); no sólo porque se limitaría a efec-
tos discursivos de querer-decir, sino porque anula-
ría, al extraer un solo núcleo temático o una sola
tesis directriz, el desplazamiento textual que se ope-
ra «aquí». (¿Aquí? ¿Dónde? La cuestión del aquí se
halla explícitamente escenificada en la disemina-
ción.) Si se estuviese, en efecto, justificado para ha-
cerlo, habría, desde ahora, que adelantar que una de
las tesis —hay más de una— inscritas en la disemi-
nación es justamente la imposibilidad de reducir un
texto como tal a sus efectos de sentido, de contenido,
de tesis o de tema. No la imposibilidad, quizá, ya que
ser hace normalmente, sino la resistencia —diremos
fa restancia— de una escritura que no se hace más
de lo que se deja hacer.
•SvEsto no es, pues, un prefacio, si al menos se en-
ticehde por ello un índice, un código o un sumario
razonado de significados eminentes, ni un índice de
Fas^ palabras claves o de los nombres propios.
¿Pero qué hacen los prefacios? ¿Su lógica no es
más sorprendente? ¿No habrá que reconstruir un
día su historia y su tipología? ¿Forman un género?
¿Se reagrupan según la necesidad de determinado
predicado común o son de otro modo y en sí mis-
mos compartidos?
No se contestará a estas preguntas, al menos se-
gún el modo finalmente de la declaración. Pero, por
el camino, un protocolo habrá —destruyendo ese
futuro anterior— ocupado el lugar preocupante del
prefacio (6). Si se insiste para que ese protocolo esté
ya fijado en una representación, digamos por ade-
lantado que tendría, con algunas complicaciones su-
plementarias, la estructura de un bloque mágico.
Siempre se han escrito los prefacios, al parecer,
8
El prefacio no expone la fachada frontal o pream-
bular de un espacio. No exhibe la primera cara o la super-
ficie de un desarrollo que se dejaría pre-ver y presentar.
Es el adelanto de un habla (praefatio, prae-fari). A tal anti-
cipación discursiva, el protocolo sustituye el monumento
de un texto: primera página pegada por encima de la aper-
tura —la primera página— de un registro o de un conjunto
de actos. En todos los contextos en que interviene, el pro-
tocolo reúne las significaciones de la fórmula (o del formu-
lario), de la precedencia y de la escritura: de la prescrip-
ción. Y mediante su «collage», el protocolon divide y des-
hace la pretensión inaugural de la primera página, como
de todo incipit. Todo comienza entonces —ley de la disemi-
nación— por una doblez. Ciertamente, si el protocolo se
resumiese en el collage de una hoja sencilla (por ejemplo,
el anverso/reverso del signo), se volvería a convertir en
prefacio, según un orden en el que se reconoce la gran ló-
gica. No escapa a ello más que para formar bloque, y má-
gicamente, es decir, según la «gráfica» de una muy distinta
estructura: ni profundidad ni superficie, ni sustancia ni
fenómeno, ni en sí ni para sí.
(Fuera del libro entonces estaría —por ejemplo— el es-
bozo protocolar de una introducción oblicua a los dos tra-
tados (tratamientos, más bien, y tan extrañamente contem-
poráneos: de su propia práctica, en primer lugar) más no-
tables, indefinidamente notables, de lo pre-escrito: esas dos
máquinas musicales que son, tan diferentemente como re-
sulta posible, el Pré o la Fábrica del pré, de Francis Ponge;
Fugue, de Roger Laporte.)
pero también los prólogos, introducciones, prelimi-
nares, preámbulos y prolegómenos, con vistas a su
propia desaparición. Llegado al límite del pre- (que
presenta y precede o más bien adelanta la produc-
ción presentativa y, para poner ante la vista lo que
aún no es visible, debe hablar, predecir y predicar),
el trayecto debe a su término anularse. Pero esta
sustracción deja una señal de la desaparición, un
resto que se añade al texto subsiguiente y no se deja
resumir por completo. Tal operación parece, pues,
contradictoria, y lo mismo ocurre con el interés que
en ella se pone. ¿Pero existe un prefacio?
Por una parte —es de pura lógica—, ese resto de
escritura resulta anterior y exterior al desarrollo del
contenido que anuncia. Precediendo a lo que debe
poder presentarse a sí mismo, cae como una corteza
hueca y un desperdicio formal, momento de la se-
quedad o de la charlatanería, a veces una y otra
cosa al mismo tiempo. Desde un punto de vista que
nó puede ser, en último recurso, más que el de la
ciencia de la lógica, Hegel descalifica así al prefa-
cio. La exposición filosófica tiene como esencia po-
der y deber prescindir del prefacio. Es lo que la dis-
tingue de los recursos empíricos (ensayos, conversa-
ciones, polémicas), de las ciencias filosóficas par-
ticulares y de las ciencias determinadas, sean mate-
máticas o empíricas. Hegel insiste en ello incansa-
blemente en los «prefacios» que abren sus tratados
4prefacios de cada edición, introducciones, etc.). An-
tresnncluso que la Introducción (Einleitung) a la Fe-
nomenología del espíritu, anticipación circular de la
critica de la certeza sensible y del origen de la fe-
itomenalidad, anuncie «la presentación del saber
que aparece» (die Darstellung des erscheinenden
Wissens), un Prefacio (Vorrede) nos habrá preveni-
do contra su propio estatuto de prólogo:
11
Esta vez no se trata sólo del camino de Descartes.
La crítica apunta también a Spinoza. La Introducción a la
Lógica lo precisa remitiendo al Prefacio a la Fenomenolo-
gía del espíritu: «ha. matemática pura tiene también su
método que conviene a sus objetos abstractos y a la deter-
minación cuantitativa bajo, la cual los. considera exclusi-
vamente. Sobre este método, y eri general sobre el papel
subordinado de la cientificidad que puede encontrar sitio
en la matemática, he dicho lo esencial en el Prefacio a la
Fenomenología del, espíritu;.: pera se, les considerará aún
con .más detenimiento, en í:el interior de la Lógica, SPINOZA,
WOLFF y otros se h ^ .dejado extraviar aplicándolos a la
filosofía y tomando 5 eF; camino exterior de la cantidad sin
concepto (den átisserlichen Gang der begrifflosen Quan-
titat) portel cáirimoi'delconcepto^lo que es en sí y para
sí contradictorio.»!
y se engendra a sí misma en la Lógica. Allí es, en la
Lógica, donde el prólogo debe y puede desaparecer.
Hegel lo había dicho en el Prefacio de la Fenomeno-
logía del espíritu. ¿Por qué lo repite, no obstante,
en la Introducción a la Ciencia de la lógica? ¿Qué
hay aquí del «acontecimiento» textual? ¿De este dí-
grafo?
18
Se conoce mejor la continuación (El capital, L. I).
Cf. también la. Advertencia de Althusser a la edición Gar-
nier-Flammarion del Capital (1969), sobre todo las pági-
nas 18-23, y. Sollers:, «Lénine et le matérialisme philoso-
phique», en Tel Quel núm. 43.
19
Sobré el empirismo como forma o máscara filosófi-
cas del desbroce heterológico, cf., por ejemplo, l'Ecriture
£t la différence, pp.,224 ss.; De la grammatologie, «L'exor-
reflexión especular de la filosofía que no puede ins-
cribir (comprender) su exterior más que asimilán-
dose la imagen negativa, y la diseminación se escri-
be sobre el reverso —el azogue— de ese espejo. No
sobre su fantasma derrocado. Ni en el orden triá-
dico y simbólico de su sublimación. Se trata de sa-
, ber lo que, escribiéndose bajo la máscara del empi-
r i s m o , derrocando a la especulación, hace también
otra cosa y hace impracticable una detección hege-
Iiana del prefacio. Esta cuestión debe imponer Iec-
íturas prudentes, diferenciadas, lentas, estratifica-
das. Deberá referirse, por ejemplo, al motivo del
«comienzo» en el texto de Marx. Aunque reconozca,
como lo hace Hegel en la gran Lógica, que «en to-
das las ciencias el comienzo es arduo» (Prefacio dé-
la primera edición del Capital. 1867), Marx tiene
una relación muy distinta con la escritura de sus.
introducciones. Lo que ante todo pretende evitar es
la anticipación formal. Hegel también, desde luego.
Pero aquí, el «resuItado« que se espera, el que debe-
preceder y condicionar a la introducción, no es una.
determinación pura del concepto, y menos aún un
«fundamento».
¿Se debe únicamente a que se trata de lo que-
Hegel habría llamado una ciencia particular? ¿Y la
economía política es una ciencia regional? (20).
En cualquier caso, sigue ocurriendo que la for-
ma prefacial no se deja ya con facilidad interiorizar
en la aprioridad lógica del libro y en su Darstellung.