Derrida Jacques La Diseminacion

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FUERA DE LIBRO

(P refa cio s)
NOTA: El equivalente castellano de la diferencia gráfica
que Derrida introduce en las palabras différence y différent
escribiendo «différance» y «différant», lo hemos señalado
por «diferenzia» y «diferemte».
Este (pues) no habrá sido un libro.
Aún menos, a pesar de su apariencia, la recopi-
lación de tres «ensayos», cuyo momento habría lle-
gado ya, después del hecho, de reconocer su trayec-
to, de recordar su continuidad o de inducir su ley,
e incluso de exhibir, con la insistencia que tal oca-
sión requiere, su concepto o sentido. No se va a fin-
gir, según el código, la premeditación o la improvi-
sación. La disposición de estos textos es otra, mi in-
tención no es ahora la de presentarlos.
Se discute en él, precisamente, la cuestión de !a
presentación.
Si la forma del libro está en la actualidad, como
es sabido, sometida a una turbulencia general, si pa-
rece menos natural, y su historia menos transpa-
rente que nunca, si no se puede tocarla sin tocar
todo, no podría regular —aquí, por ejemplo— tales
procesos de escritura que, al interrogarla práctica-
mente, deben también desmontarla.
•J^ De donde la necesidad de elaborar por doquier,
hoy' en día, nuevamente, la cuestión del nombre
-guardado: de la palecmimia. ¿Por qué conservar, du-
dante un tiempo determinado, un nombre antiguo?
¿Por qué amortiguar con la memoria los efectos de
jaü ; séntido, de un concepto o de un objeto nuevos?
Planteada en estos términos, la cuestión ya esta-
ría comprometida en todo un sistema de presuposi-
ciones ahora elucidadas: por ejemplo, aquí, la exte-
rioridad simple del significante respecto a «su» con-
cepto. Hay, pues, que proceder de distinto modo.
Volvamos al principio. Ejemplos: ¿por qué «li-
teratura» nombraría aún lo que ya se sustrae a la
literatura —a lo que siempre se ha concebido y sig-
nificado bajo ese nombre— o, no ocultándose úni-
camente en ello, la destruye implacablemente? (Plan-
teada en estos términos, la cuestión ya estaría com-
prometida en la seguridad de un pre-saber: «lo que
siempre se Jha concebido y significado b a j o ese nom-
bre», ¿es fundamentalmente homogéneo, unívoco,
no conflictual?) Otros ejemplos: ¿qué función histó-
rica y estratégica asignar por lo tanto a las comi-
llas, visibles o invisibles, que transforman esto en
«libro» o hacen de la desconstrucción de la filosofía
un «discurso filosófico»?
Esta estructura de la doble señal (cogido —to-
mado y encerrado— en una pareja de oposición, un
término conserva su antiguo nombre para destruir
la oposición a la que ya no pertenece en absoluto,
a la que además no habrá cedido nunca, siendo la
historia de esta oposición la de una lucha incesante
y jerarquizante) trabaja todo el campo en que se
desplazan estos textos. Y también ella resulta traba-
jada en él: la regla según la cual cada concepto reci-
be necesariamente dos señales semejantes —repeti-
ción sin identidad—, una en el interior, la otra en el
exterior del sistema desconslruido, debe dar lugar a
una doble lectura y a una doble escritura. Aparece^
rá en su momento: a una doble ciencia.
Ningún concepto, ningún hombre, ningún signi-
ficante escapa a ello. Intentaremos determinar la ley
que obliga (por ejemplo y teniendo en cuenta una
refundición teórica general que rearticula desde ha-
ce poco los campos de la filosofía, de la ciencia, de
la literatura, etc.) a denominar «escritura» a lo que i
critica, desconstruye, fuerza la oposición tradicio-
nal y jerarquizada de la escritura y la palabra, de
la escritura y el sistema (idealista, espiritualista,
fonocentrista: en primer lugar, Iogocéntrica) de to-
dos sus otros; a denominar «trabajo» o «práctica» a
lo que desorganiza la oposición filosófica praxis/
theoria y no se deja ya rehacer según el procedi-
miento de la negatividad hegeliana; a denominar
«inconsciente» a lo que jamás habrá sido el negati-
vo simétrico o el depósito potencial de la «concien-
cia»; a denominar «materia» a ese exterior de las
oposiciones clásicas que, con tal que se tengan en
cuenta una adquisición teórica y una desconstruc-
ción filosófica de hace apenas nada, ya no debería
de tener forma tranquilizadora: ni la de un referen-
te (al menos concebido como cosa o causa reales,
anteriores y exteriores al sistema de la textualidad
general), ni la de la presencia bajo ninguno de sus
modos (sentido, esencia, existencia —objetiva o sub-
jetiva—, forma, es decir, aparecer, contenido, sus-
tancia, etc., presencia sensible o presencia inteligi-
ble), ni la de un principio, fundamental o totalizan-
te, incluso de una instancia última: en una palabra,
todo ese fuera de texto, que detendría la concatena-
ción de la escritura (de ese movimiento que coloca
a todo significado en situación de huella diferencial)
y para el cual yo había propuesto el concepto de
«significado transcendental». «Diferenzia» designa-
ba también, en el mismo campo problemático, a esa
economía —de guerra— que pone en relación a la
alteridad radical o a la exterioridad absoluta de lo
(¡exterior con el campo cerrado, agonístico y jerarqui-
zante de las oposiciones filosóficas, de los «diferen-
tes» o de la «diferencia» 0). Movimiento económico
de la huella que implica a la vez su señal y su des-
aparición —el margen de su imposibilidad— según
una relación que ninguna dialéctica especulativa del
mismo y del otro podría denominar por lo mismo
que es una operación de dominio (2).
Existirá siempre un riesgo, ciertamente, al hacer
trabajar, e incluso al dejar circular los antiguos
nombres: el de una instalación, incluso de una re-
gresión a, en el sistema desconstruido o en curso de
desconstrucción. Y negar ese riesgo sería ya confir-
marlo: tener al significante —en este caso al nom-
bre— por una circunstancia convencional del con-
cepto y por una concesión sin efecto específico. Se-
ría afirmar la autonomía del sentido, la pureza ideal
de una historia teórica y abstracta del concepto. Y, a
la inversa, pretender desembarazarse inmediatamen-
te de las señales anteriores y pasar, por decreto, con
un simple gesto, al exterior de las oposiciones clá-
sicas, es, aparte del riesgo de una interminable «teo-
logía negativa», olvidar que tales oposiciones no
constituían un sistema dado, una especie de índice
anhistórico y radicalmente homogéneo, sino un es-
pacio disimétrico y jerarquizante, atravesado por
fuerzas y trabajado en su cerca por el exterior que
rechaza: expulsa y, lo que viene a ser lo mismo, in-
terioriza como uno de sus momentos. Por eso la des-
construcción implica una fase indispensable de de-
rribo. Quedarse en el derribo es operar, ciertamente,
dentro de la inmanencia del sistema a destruir. Pero
1
Cf. «La differance», en Théorie d'ensemble, colec-
ción «Tel Quel», Du Seuil, París, 1968, págs. 58 y ss. Hay
trad. esp., Seix Barral.
2
Cf. «De l'économie restreinte á l'économie généra-
le», en L'ecriture et la différence, col. «Tel Quel», 1967.
a t e n e r s e , para ir más lejos, ser más radical o más
audaz, a una actitud de indiferencia neutralizante
r e s p e c t o a las oposiciones clásicas, sería dar curso
libre a las fuerzas que dominan efectiva e histórica-
mente el campo. Sería, a falta de haberse apoderado
de los medios para intervenir en él (a), confirmar el
equilibrio establecido.,.
Estas dos operaciones deben, pues, ser conduci-
das en una especie de simul desconcertante, en un
movimiento de conjunto, movimiento coherente,
cierto, pero dividido, diferenciado y estratificado.
La separación entre las dos operaciones debe per-
manecer abierta, dejarse señalar y reseñalar sin tre-
gua. Basta decir la heterogeneidad necesaria de cada
texto que participa en esta operación y la imposibi-
lidad de resumir la separación en un solo punto, ni
bajo un solo nombre. Los valores de responsabili-
dad o de individualidad ya no pueden dominar aquí:
es el primer efecto de la diseminación.
No hay «concepto-metafísico». No hay «nombre-
métafísico». Lo metafísico es cierta determinación,
un movimiento orientado de la cadena. No se le pue-
de oponer un concepto, sino un trabajo textual y
otro encadenamiento. Habiendo recordado esto, el
desarrollo de esta problemática implicará, pues, el
movimiento de la diferencia tal como fue ya despe-
jado en otro lugar: movimiento «productivo» y con-
,fíictual (4) al que ninguna identidad, ninguna unidad,
ninguna simplicidad originaria podría preceder, que

•ggrQ Sobre los conceptos de intervención y de paleoni-


wm, sobre la operación conceptual de ese vuelco-desplaza-
miento (extracción de un predicado, adherencia nominal,
^mjerto, extensión y reorganización), cf. «Positions», en Pro-
imesse núms. 30-31, pág. 37.
* «La différance», op. cit., págs. 46 ss.
ninguna dialéctica filosófica podría rehacer (*), re-
solver o apaciguar, y que desorganiza «prácticamen-
te», «históricamente», textualmente, la oposición o
la diferencia (la distinción estática) de los diferentes.
Un prefacio recordaría, anunciaría aquí una teo-
ría y una práctica generales de la desconstrucción,
esa estrategia sin la cual no habría más que velei-
dad empirista y fragmentaria de crítica, confirma-
ción no equívoca de la metafísica. Enunciaría en el
futuro («van a leer esto») el sentido o el contenido
conceptuales (aquí esa extraña estrategia sin finali-
dad, ese desfallecimiento organizador del telos o del
escaton que reinscribe la economía restringida en la
economía general) de lo que ya habría sido escrito.
Y por lo tanto lo bastante leído como para poder ser
reunido en su tenor semántico y por adelantado pro-
puesto. Para el prólogo, que vuelve a formar un
querer-decir a cosa hecha, el texto es un escrito

5
Aufheben (sobre esta traducción, cf. «Le puits et
la pyramide», en Hegel et la pensée moderne, P. U. F., 1970).
El movimiento por el que Hegel determina la diferencia
en contradicción («Der Unterschied überhaupt ist schon
der Widerspruch an sich», Ciencia de la lógica II, I, capí-
tulo 2, C) está justamente destinado a hacer posible el es-
tablecimiento último (onto-teo-teleo-lógico) de la diferencia.
La diferenzia —que no es, pues, la contradicción dialéctica
en ese sentido hegeliano— señala el límite crítico de los po-
deres idealizantes del establecimiento por doquiera pue-
den, directa o indirectamente, operar. Inscribe la contra-
dicción más bien, resultando irreductiblemente diferencián-
te y diseminante, la diferencia, las contradicciones. Seña-
lando el movimiento «productor» (en el sentido de la eco-
nomía general y teniendo en cuenta la pérdida de presen-
cia) y diferenciante; el «concepto» económico de la dife-
rencia no reduce, pues, las contradicciones a la homoge-
neidad de un solo modelo. Es lo contrario lo que siempre
puede ocurrir cuando Hegel hace de la diferencia un mo-
mento de la contradicción general. Esta es siempre en su
fondo onto-teológica. Igual que la reducción a la diferencia
de la economía compleja y general de la diferenzia. (Nota
residual y retrasada para un post-facio.)
un pasado— que, en una falsa apariencia de pre-
s e n t e , " un autor oculto y todopoderoso, con pleno
dominio de su producto, presenta al lector como fu-
turo suyo. Esto es lo que he escrito, después leído
y que escribo que van ustedes a leer. Después de lo
cual podrán ustedes tomar posesión de este prefa-
cio, que en suma ahora no leen, aunque, habiéndolo
leído, ya se hayan anticipado a todo lo que le sigue
y pueden casi dispensarse de leerlo. El pre del pre-
facio hace presente el porvenir, lo representa, lo
aproxima, lo aspira y adelantándolo lo pone delan-
te. Lo reduce a la forma de presencia manifiesta.
Operación esencial e irrisoria: no sólo porque la
escritura no se mantiene en ninguno de esos tiem-
pos (presente, pasado o futuro en tanto que presen-
tes modificados); no sólo porque se limitaría a efec-
tos discursivos de querer-decir, sino porque anula-
ría, al extraer un solo núcleo temático o una sola
tesis directriz, el desplazamiento textual que se ope-
ra «aquí». (¿Aquí? ¿Dónde? La cuestión del aquí se
halla explícitamente escenificada en la disemina-
ción.) Si se estuviese, en efecto, justificado para ha-
cerlo, habría, desde ahora, que adelantar que una de
las tesis —hay más de una— inscritas en la disemi-
nación es justamente la imposibilidad de reducir un
texto como tal a sus efectos de sentido, de contenido,
de tesis o de tema. No la imposibilidad, quizá, ya que
ser hace normalmente, sino la resistencia —diremos
fa restancia— de una escritura que no se hace más
de lo que se deja hacer.
•SvEsto no es, pues, un prefacio, si al menos se en-
ticehde por ello un índice, un código o un sumario
razonado de significados eminentes, ni un índice de
Fas^ palabras claves o de los nombres propios.
¿Pero qué hacen los prefacios? ¿Su lógica no es
más sorprendente? ¿No habrá que reconstruir un
día su historia y su tipología? ¿Forman un género?
¿Se reagrupan según la necesidad de determinado
predicado común o son de otro modo y en sí mis-
mos compartidos?
No se contestará a estas preguntas, al menos se-
gún el modo finalmente de la declaración. Pero, por
el camino, un protocolo habrá —destruyendo ese
futuro anterior— ocupado el lugar preocupante del
prefacio (6). Si se insiste para que ese protocolo esté
ya fijado en una representación, digamos por ade-
lantado que tendría, con algunas complicaciones su-
plementarias, la estructura de un bloque mágico.
Siempre se han escrito los prefacios, al parecer,

8
El prefacio no expone la fachada frontal o pream-
bular de un espacio. No exhibe la primera cara o la super-
ficie de un desarrollo que se dejaría pre-ver y presentar.
Es el adelanto de un habla (praefatio, prae-fari). A tal anti-
cipación discursiva, el protocolo sustituye el monumento
de un texto: primera página pegada por encima de la aper-
tura —la primera página— de un registro o de un conjunto
de actos. En todos los contextos en que interviene, el pro-
tocolo reúne las significaciones de la fórmula (o del formu-
lario), de la precedencia y de la escritura: de la prescrip-
ción. Y mediante su «collage», el protocolon divide y des-
hace la pretensión inaugural de la primera página, como
de todo incipit. Todo comienza entonces —ley de la disemi-
nación— por una doblez. Ciertamente, si el protocolo se
resumiese en el collage de una hoja sencilla (por ejemplo,
el anverso/reverso del signo), se volvería a convertir en
prefacio, según un orden en el que se reconoce la gran ló-
gica. No escapa a ello más que para formar bloque, y má-
gicamente, es decir, según la «gráfica» de una muy distinta
estructura: ni profundidad ni superficie, ni sustancia ni
fenómeno, ni en sí ni para sí.
(Fuera del libro entonces estaría —por ejemplo— el es-
bozo protocolar de una introducción oblicua a los dos tra-
tados (tratamientos, más bien, y tan extrañamente contem-
poráneos: de su propia práctica, en primer lugar) más no-
tables, indefinidamente notables, de lo pre-escrito: esas dos
máquinas musicales que son, tan diferentemente como re-
sulta posible, el Pré o la Fábrica del pré, de Francis Ponge;
Fugue, de Roger Laporte.)
pero también los prólogos, introducciones, prelimi-
nares, preámbulos y prolegómenos, con vistas a su
propia desaparición. Llegado al límite del pre- (que
presenta y precede o más bien adelanta la produc-
ción presentativa y, para poner ante la vista lo que
aún no es visible, debe hablar, predecir y predicar),
el trayecto debe a su término anularse. Pero esta
sustracción deja una señal de la desaparición, un
resto que se añade al texto subsiguiente y no se deja
resumir por completo. Tal operación parece, pues,
contradictoria, y lo mismo ocurre con el interés que
en ella se pone. ¿Pero existe un prefacio?
Por una parte —es de pura lógica—, ese resto de
escritura resulta anterior y exterior al desarrollo del
contenido que anuncia. Precediendo a lo que debe
poder presentarse a sí mismo, cae como una corteza
hueca y un desperdicio formal, momento de la se-
quedad o de la charlatanería, a veces una y otra
cosa al mismo tiempo. Desde un punto de vista que
nó puede ser, en último recurso, más que el de la
ciencia de la lógica, Hegel descalifica así al prefa-
cio. La exposición filosófica tiene como esencia po-
der y deber prescindir del prefacio. Es lo que la dis-
tingue de los recursos empíricos (ensayos, conversa-
ciones, polémicas), de las ciencias filosóficas par-
ticulares y de las ciencias determinadas, sean mate-
máticas o empíricas. Hegel insiste en ello incansa-
blemente en los «prefacios» que abren sus tratados
4prefacios de cada edición, introducciones, etc.). An-
tresnncluso que la Introducción (Einleitung) a la Fe-
nomenología del espíritu, anticipación circular de la
critica de la certeza sensible y del origen de la fe-
itomenalidad, anuncie «la presentación del saber
que aparece» (die Darstellung des erscheinenden
Wissens), un Prefacio (Vorrede) nos habrá preveni-
do contra su propio estatuto de prólogo:

«En el prefacio (Vorrede) que precede a su


obra (Schrift), un autor explica habitualmente
la finalidad que se ha propuesto, la ocasión que
le ha llevado a escribir y las relaciones que en su
opinión tiene su obra con los tratados preceden-
tes o contemporáneos sobre el mismo tema. En
el caso de una obra (Schrift) filosófica semejante
aclaración parece no sólo superfina sino además
impropia e inadaptada a la naturaleza de la in-
vestigación filosófica (sondern um der Natur der
Sache willen sogar unpassend und zweckwidrig
zu sein). En efecto, todo lo que habría que decir
de la filosofía en un prefacio, una ojeada histó-
rica de la orientación y del punto de vista, del
contenido general y de los resultados, una cas-
cada de proposiciones dispersas y de afirmacio-
nes gratuitas sobre la verdad, todo eso no podría
tener nigún valor como modo de exposición fi-
losófico. Además, como la filosofía está esencial-
mente en el elemento de la universalidad que in-
cluye en sí a lo particular, puede parecer que en
ella más que en las otras ciencias, en la finalidad
y en los últimos resultados se halle expresada la
cosa misma (die Sache selbst) en su esencia per-
fecta; en contraste con esta esencia, la exposi-
ción (Aufsführung) debería constituir propiamen-
te lo inesencial (eigentlich das Unwesentliche
sei)•».

El prefacio de un escrito filosófico se agota,


pues, en el umbral de la ciencia. Es el lugar de una
conversación exterior a lo mismo de que pretende
hablar. Esa charla de la pequeña historia reduce la
cosa misma (aquí el concepto, el sentido del pensa-
miento pensándose y produciéndose a sí mismo en
el elemento de la universalidad) a la forma del ob-
ló j
jeto particular, acabado, el que los saberes determi-
nados, descripciones empíricas o ciencias matemá-
ticas, son incapaces de producir espontáneamente
en su propio proceso y deben, pues, esta vez, intro-
ducir desde el exterior, definir como un pre-dato:

«Por el contrario, en la idea general de la ana-


tomía por ejemplo —el conocimiento de las par-
tes del cuerpo consideradas aparte de sus rela-
ciones vitales— se está persuadido de que no se
posee aún la cosa misma, el contenido de esa
ciencia, y que hay que tomar además en conside-
ración atenta a lo particular. Además, en seme-
jante agregado de conocimientos, que, con toda
razón, no lleva el nombre de ciencia, una charla
(Konversation) sobre la finalidad y sobre gene-
ralidades de este tipo no es de ordinario dife-
rente al modo puramente histórico y no concep-
tual (begrifflosen) según el cual se habla igual-
mente de'i contenido mismo, de los nervios, de
los músculos, etc. La filosofía, por el contrario,
se hallaría en una situación muy diferente si hi-
ciera uso de una forma tal de proceder, pues ella
misma la declararía incapaz de aprehender la
verdad.»

-<r Este prefacio a un texto filosófico nos explica,


pues, que a un texto filosófico en tanto que tal un
prefacio no le resulta útil y ni siquiera posible. ¿Tie-
ne, pues, lugar? ¿Lónde tendría lugar? ¿Cómo des-
aparece este prefacb (negativo de la filosofía)? ¿Se-
gún qué modo predica? ¿Negación de la negación?
¿Denegación? ¿Queda anclado en el proceso filosó-
fico que es en sí mismo su propia presentación, la
domesticidad misma de su exposición (Darstellung)?
|«La necesidad interior de que el saber sea ciencia
%-das Wissen Wissenscbaft sei— reside en su natura-
leza, y la explicación satisfactoria de ese punto for-
ma un todo con la presentación —Darstellung— de
la propia filosofía», ibid.) ¿O bien el prólogo, más
allá de sí mismo, es ya arrastrado en el movimiento
que tiene lugar ante él y que no parece seguirle más
que por haberle en realidad precedido? ¿No es el
prefacio a la vez negado e interiorizado en la presen-
tación de la filosofía por sí misma, en la auto-pro-
ducción y la auto-determinación del concepto?
Pero si del prolegómeno, una vez inscrito y teji-
do, algo no se dejase ya establecer en el curso de la
presentación filosófica, ¿sería necesariamente para
adoptar la forma de la caída? ¿Y qué hay de la caí-
da? ¿No podría leerse de otro modo que como la de-
yección de la esencialidad filosófica, no ciertamen-
te para rehacerla, sino para aprender a contar de
otro modo con ella?
Sí — Hegel escribe, más allá de lo que quiere de-
cir, cada página del prefacio se despega de sí misma
y se divide inmediatamente: híbrida o bifaz. (La di-
seminación generaliza la teoría y la práctica del in-
jerto sin cuerpo propio y del sesgo sin frente.) AI
prefacio que Hegel debe escribir para denunciar en
él a un prefacio a la vez imposible e ineludible, de-
bemos asignarle dos lugares y dos alcances. Perte-
nece a la vez al interior y al exterior del concepto.
Pero según un proceso de mediación y de reapro-
piación dialéctica, el interior de la filosofía especu-
lativa establece su propio exterior como un momen-
to de su negatividad. El momento del prefacio re-
sulta necesariamente abierto por la separación crí-
tica entre el desarrollo científico o lógico de la filo-
sofía y su retraso empirista o formalista. Lección
de Hegel que hay que mantener, si es posible, más
allá del hegelianismo: la complicidad esencial del
empirismo y del formalismo. Si el prefacio es indis-
pensable, es porque la cultura dominante impone
aún uno y otro; hay, pues, que combatirla o más
bien cultivarla, «formarla» (bilden) más. La necesi-
dad del prefacio pertenece a la Bildung. Esta lucha
parece exterior a la filosofía, puesto que su campo
es el de una didáctica que se sirve de artificios y no
de una auto-presentación del concepto. Pero es inte-
rior a la filosofía en la medida en que, como lo dice
también el Prefacio, la exterioridad de lo negativo
(lo falso, el mal, la muerte) pertenecen aún al pro-
ceso de la verdad y deben dejar en él su huella (7)
Igualmente, después de haber definido la necesi-
dad interior de la auto-presentación del concepto,
Hegel le identifica la necesidad exí6rzor, la_gue_toma
en cuenta al tiempo como existencia (Dasein) de]
concepto. Pero 110 se trata en primer lugar más que
de la necesidad del tiempo como forma universal de
la sensibilidad. Habrá a continuación que recono-
cer la separación entre ese tiempo formal, elemento
general para la presencia del concepto, y su deter-
minación empírica o histórica, la de nuestro tiempo>
por ejemplo:

«Para la necesidad exterior, en tanto que es


concebida de forma universal, hecha abstracción
de la contigencia de la persona y de las circuns-
tancias individuales, es la misma que la necesi-
7
Se debe afirmar, por el contrario, que la verdad no
íes una moneda acuñada que, tal cual, está lista para ser
¿astada y cobrada.» [...] «... esta igualdad llegada a ser es
la verdad. Pero no es la verdad en un sentido que implica-
ría la eliminación de la desigualdad, como las escorias, por
ejemplo, son expulsadas del metal puro; o tampoco es la
verdad como el producto en el que no se encuentra ya nin-
guna huella del instrumento; sino que la desigualdad está
ajún inmediatamente presente en lo verdadero como tal,
está presente (vorhanden) como lo negativo, como el Se
l$élbst).»
dad interior, y consiste en la figura (Gestalt) en
que el tiempo presenta el estar-allí de sus mo-
mentos (wie die Zeit das Dasein ihrer Móntente
vorstellt). Si se pudiese mostrar que nuestro
tiempo es propicio (an der Zeit) a la elevación de
la filosofía a la ciencia, eso constituiría la única
verdadera justificación de las tentativas que se
proponen esa finalidad, a la vez poniendo en evi-
dencia la necesidad de esa finalidad, y realizán-
dola por completo.»

Pero como nuestro tiempo no es por entero, sim-


plemente propicio a esa elevación (Erhebung), como
no es aún por entero el momento (an der Zeit), co-
mo el momento, al menos, es inigual a sí mismo, aún
es preciso prepararlo y hacerle alcanzarse a sí mis-
mo mediante una didáctica; y si se considera que
ha llegado el momento, hay que hacer tomar con-
ciencia de ello, presentar a lo que ya está allí; me-
jor aún, reconducir el estar-allí al concepto cuya pre-
sencia (Dasein) temporal e histórica es o, circular-
mente, introducir el concepto en su estar-allí. Cierto
espaciamiento entre el concepto y el estar-alli, entre
el concepto y la existencia, el pensamiento y el tiem-
po, tal sería el alojamiento bastante incalificable del
prefacio.
El tiempo es el tiempo del prefacio, el espacio
—cuyo tiempo habrá sido la verdad— es el espacio
del prefacio. Este ocuparía, pues, por completo el
lugar y la duración del libro.
Cuando la doble necesidad, interior y exterior,
haya sido cumplida, el. prefacio, que se habrá de al-
guna forma presentado, como se presenta al comien-
zo (de lo) verdadero, se habrá sin duda elevado a la
filosofía, habrá sido interiorizado y establecido. Si-
multáneamente habrá caído de sí mismo y habrá po-
dido ser dejado «en el lugar que le conviene en la
conversación» ( 8 ). Doble tópico, doble rostro, des-
aparición sobrecargada. ¿Cuál es el estatuto de un
texto cuando se arrebata y se des-marca él mismo?
¿Contradicción dialéctica? ¿Negación de la nega-
ción? ¿Labor de lo negativo y t r a b a j o al servicio del
sentido? ¿Del ser junto a sí del concepto?
Aún no sabéis si lo que se escribe aquí, ya lo ha-
béis leído, no es más que un momento del prefacio
hegeliano.
Este critica la formalidad del prefacio como cri-
tica el matematicismo y el formalismo en general.
Es una sola y la misma crítica. Discurso exterior al
concepto y a la cosa misma, máquina privada de sen-
tido y de vida, estructura anatómica, el prefacio tie-
ne siempre alguna afinidad con el procedimiento
matemático. («En el conocimiento matemático, la
reflexión es una operación exterior a la cosa.» [...]
«La finalidad o el concepto de la matemática» es
«la relación inesencial y privada de concepto».) Lan-
zada en el Prefacio a la Fenomenología del espíritu,
la condena del prólogo se repite en la Introducción
a la Ciencia de la lógica. Repetida: ¿se dirá que vie-
ne a repetir la de la Fenomenología o que la prece-
día condicionándola desde siempre? ¿Se dirá —pro-
blema tradicional— que la Fenomenología del espí-
ritu es en su totalidad el prefacio de introducción a

.. 3 «Pero este principio de la cultura (Bildung) dará


enseguida lugar a la seriedad de la vida en su plenitud, se-
riedad que introduce en la experiencia de la cosa misma
(der in die Erfahrung der Sache selbst hineinführt); y
cuanto más descienda el rigor del concepto a la profundi-
dad de la cosa, ese tipo de conocimiento y de apreciación
•i>Beurteilung) entonces sabrán quedar en el sitio que les
[corresponde a la conversación (Konversation).»
la Lógica? ( 9 ). Pero como todo prefacio, éste, en pu-
ridad, no habrá podido escribirse más que a poste-
riori. Es en realidad un posfacio; y continuamente,
y es algo que se lee sobre todo en los preliminares,
ya desde el fin del trayecto, desde el saber absoluto
los dos libros están abiertos y se envuelven recípro-
camente en un solo volumen. El prefacio de la feno-
9
Habría que leer aquí muy rigurosamente, en la gran
Lógica, el Prefacio, la Introducción y, en el primer Libro,
ese desarrollo sin estatuto que precede a la Primera Sec-
ción y que lleva por título «¿Cómo debe ser practicado el
principio de la ciencia?». A través de los conceptos especu-
lativos de método, de comienzo (abstracto o concreto), de
fundamento, de resultado y de presuposición, etc., las rela-
ciones de la fenomenología del espíritu y de la lógica son
vueltas a colocar en su círculo sin fin. Cada una de ambas
desarrolla y presupone a la otra: el ejemplo determinado
del todo envuelve al todo, etc. Por ejemplo: a) «Ese movi-
miento espiritual, que en su sencillez se da su determinei-
dad y en ésta su igualdad en sí, que es, pues, el movimiento
inmanente del concepto, constituye el método absoluto del
conocer y, al mismo tiempo, el alma inmanente del propio
contenido. Sólo sobre ese camino, que se construye a sí
mismo (Auf diesem sich selbst konstruirenden Wege), se-
gún mi opinión, es capaz la filosofía de ser una ciencia ob-
jetiva, demostrada. Es de esa manera como he intentado
presentar (darzusteñen) a la conciencia en la Fenomenolo-
gía del espíritu. La conciencia es el espíritu en tanto que
saber concreto, pero circunscrito en la exterioridad; pero
la procesión de este objeto se funda únicamente, como el
desarrollo de toda vida natural y espiritual, en la natura-
leza de las esencialidádes puras que constituyen el conteni-
do de la lógica. La conciencia, en tanto que espíritu que
aparece, que se libera sobre la marcha de su inmediatez
y:de-su- concreción exterior, se convierte en saber puro que
tiene como objeto esas esencialidades puras, tales como
son en sí y para sí. [...] Son los puros pensamientos, el es-
píritu que piensa su esencia. Su auto-movimiento es su
vida espiritual y es por lo que la ciencia se constituye y es
su presentación (Darstellung).
Así es indicada la relación de la ciencia que yo llamo Fe-
nomenología del espíritu con la lógica. En lo que se refiere
a la relación exterior, la' primera parte del Sistema de la
ciencia, que contiene .la fenomenología, debería ir seguida
de una segunda parte que. contendría la lógica y las dos
ciencias reales (realen) dela filosofía, la filosofía de la na-
turaleza y la filosofía deL espíritu, y habría acabado así el
menología está escrito desde el final de la lógica.
La autopresentación del concepto es el verdadero
prefacio de todos los prefacios. Los prefacios escri-
tos son fenómenos exteriores al concepto, el concep-
to (el ser cerca de sí del logos absoluto) es el verda-

sistema de la ciencia. Pero la extensión necesaria que ten-


dría que recibir la lógica me ha empeñado a concederle
una elucidación particular; constituye, pues, en un plano
ampliado, la primera continuación de la Fenomenología del
espíritu (Prefacio a la primera edición).
b) «En la Fenomenología del espíritu he presentado
(Darsgestellt) a la conciencia en su procesión, desde la pri-
mera oposición inmediata entre ella y el objeto hasta el
saber absoluto. Este camino (Weg) atraviesa todas las for-
mas de la relación de la conciencia con el objeto y tiene
por resultado (Resultate) el concepto de la ciencia. Por con-
siguiente, ese concepto (hecha abstracción de que surge
(,hervorgeht) en el interior de la lógica misma) no tiene ne-
cesidad aquí de ninguna justificación, puesto que la com-
porta en sí mismo; y es incapaz de otra justificación que
la de esta producción (hervorbringung) de sí a través de
la conciencia, en la que todas sus figuras propias (eigenen
Gestalten) se resuelven en una sola como en la verdad. Una
justificación o una explicación raciocinante [rásonierende:
es con esa palabra como Hegel define regularmente el
modo discursivo de los prefacios] del concepto de la cien-
cia puede todo lo más tener como efecto que se convierta
en un objeto de representación (vor die Vorstellung) y
que un conocimiento histórico (historische Kenntnis) sea
operado; pero una definición de la ciencia o más precisa-
mente de la lógica no tiene su prueba más que en esa ne-
cesidad de su surgir (Hervor gangs)» (Introducción).
c) «Hasta aquí la filosofía no había encontrado aún su
método; consideraba con envidia al edificio sistemático de
la matemática y le tomaba, como hemos dicho, su método
o se servía del método de las ciencias que no son más
que mezclas de material ( S t o f f e ) dado, de pensamientos y
de proposiciones empíricas, cuando no rechazaba torpe-
mente todo método. Pero la exposición de lo que única-
mente puede constituir el verdadero método de la ciencia
filosófica compete al discurso de la lógica misma; pues
el método es la conciencia de la forma (Form) del auto-
movimiento interior de su contenido. En la Fenomenolo-
gía del espíritu he propuesto un ejemplo de ese método
sobre un objeto más concreto, la conciencia» (Introduc-
ción).
dero prefacio, el pre-dicado esencial de todas las es-
crituras.
La forma de este movimiento está dictada por el
concepto hegeliano de método. Igual que la Intro-
ducción (que sigue al Prefacio) a la Fenomenología
del espíritu critica la crítica del conocimiento que
trata a ésta como a un instrumento o como a un
medio, del mismo modo la Introducción a la Ciencia
de la lógica rechaza el concepto clásico de método:
definición inicial de reglas exteriores a las operacio-
nes, preliminares huecos, itinerario de antemano
asignado al recorrido efectivo del saber. Crítica aná-
loga a la que Spinoza dirigía al concepto cartesiano
de método. Si el camino de la ciencia es ya la cien-
cia, el método ya no es una reflexión preliminar y
exterior; es la producción y la estructura del todo
de la ciencia tal como se expone a sí mismo en la
lógica. A partir de ahí, o bien el prefacio pertenece
ya a esa exposición del todo, lo empeña y se empe-
ña en él, y no tiene ninguna especificidad, ningún
lugar textual propio, forma parte del discurso filo-
sófico; o bien escapa a ello de alguna manera y no
es nada: forma textual de vacancia, conjunto de
signos vacíos y muertos, caídos, como la relación
matemática,, fuera del concepto vivo. Ya no es más
que un ensayo maquinal y hueco, sin vinculación in-
terna con el contenido que pretende anunciar (10).

• . .-10" Repetición- formal y. sin vinculación con el conte-


nido,; adorno. puramente «retórico», es lo que condena la
«buena retórica» mucho antes que Hegel. Esta condena
era; ya un topos. Pero había sido preciso que la regla del
juego hubiese liegado^a una especie de perfección técnica
y a. cierto absurdo modo de proceder. Los escritores ro-
manos;' confeccionabanJ prefacios cada uno de los cuales
podía, presentar -libros diferentes.. Cicerón confía a Atti-
cus que tiene :.en¡ reservé, para cualquier necesidad, una
colección de preámbulos.
¿Pero por qué se explica eso en prefacios? ¿Cuál
es el estatuto de ese tercer término que no está sim-
plemente, como texto, ni en lo filosófico, ni fuera
de ello, ni en las señales ni en la marcha ni en los
márgenes del libro? ¿Que no es detectado nunca sin
huella por el método dialéctico? ¿Que no es ni una
forma pura, absolutamente vacía, püesto que anun-
cia el camino y la producción semántica del concep-
to, ni un contenido, un momento del sentido, pues-
to que resulta exterior al logos y alimenta indefini-
damente su crítica, aunque no fuese más que por la
separación entre la raciocinación y la racionalidad,
la historia empírica y la historia conceptual? A par-
tir de las oposiciones forma/contenido, significan-
te/significado, sensible/inteligible, no resulta posi-
ble comprender la escritura de un prefacio, Pero
para permanecer, ¿existe un prefacio? Su espacia-
miento (prefacio a una relectura) se separa en el lu-
gar de la x^pa.
Limen notable del texto: lo que se lee de la di-
seminación: Limes: marca, marcha, margen. Demar-
cación. Puesta en marcha: cita: «Ahora bien — esta
cuestión se había anunciado también, explícitamen-
te como cuestión de lo liminar.»

Prefacio de la Fenomenología del espíritu:


«Podría parecer necesario indicar al comienzo
los puntos principales que conciernen al método
de este movimiento o de la ciencia. Pero su con-
cepto se halla en lo que ya ha sido dicho, y su
presentación auténtica (eigentliche Darstellung)
no pertenece más que a la Lógica, o más bien es
la Lógica misma. El método, en efecto, no es otra
... cosa que la estructura del todo expuesto en su

' ¿Cómo es posible esta repetición? ¿Qué (hay) de ese


resto? Tal (es) la cuestión (del) fuera-de-libro.
pura esencialidad. Sin embargo, en lo que res-
pecta a la opinión que hasta ahora ha regido so-
bre este punto, debemos de tener conciencia de
que al referirse el sistema de las representacio-
nes al método filosófico pertenece a una cultura
ya sobrepasada. Esto podría parecer jactancio-
so o revolucionario (renommistich oder revolu-
tioriár), aunque ese sea un tono del que yo siem-
pre me he alejado lo más posible [yo firmo pues
este prefacio]; pero se debe considerar que el
aparato científico que nos ofrece la matemática
—explicaciones, divisiones, axiomas, series de
teoremas y sus demostraciones, principios con
sus consecuencias y conclusiones—, todo eso ha,
al menos, envejecido ya en la opinión.»

La fascinación por el modelo formal de la mate-


mática habría, pues, guiado a los filósofos clásicos
en su concepto de método, en su metodología, en
sus discursos del método o sus reglas para la direc-
ción del espíritu O1). Ese formalismo mal ordenado
consistiría en suma en imponer a la presentación de
la verdad exergos que no tolera o que debería produ-
cir por sí misma; ciega al camino de la verdad y a
la historicidad viva del método tal como se expone

11
Esta vez no se trata sólo del camino de Descartes.
La crítica apunta también a Spinoza. La Introducción a la
Lógica lo precisa remitiendo al Prefacio a la Fenomenolo-
gía del espíritu: «ha. matemática pura tiene también su
método que conviene a sus objetos abstractos y a la deter-
minación cuantitativa bajo, la cual los. considera exclusi-
vamente. Sobre este método, y eri general sobre el papel
subordinado de la cientificidad que puede encontrar sitio
en la matemática, he dicho lo esencial en el Prefacio a la
Fenomenología del, espíritu;.: pera se, les considerará aún
con .más detenimiento, en í:el interior de la Lógica, SPINOZA,
WOLFF y otros se h ^ .dejado extraviar aplicándolos a la
filosofía y tomando 5 eF; camino exterior de la cantidad sin
concepto (den átisserlichen Gang der begrifflosen Quan-
titat) portel cáirimoi'delconcepto^lo que es en sí y para
sí contradictorio.»!
y se engendra a sí misma en la Lógica. Allí es, en la
Lógica, donde el prólogo debe y puede desaparecer.
Hegel lo había dicho en el Prefacio de la Fenomeno-
logía del espíritu. ¿Por qué lo repite, no obstante,
en la Introducción a la Ciencia de la lógica? ¿Qué
hay aquí del «acontecimiento» textual? ¿De este dí-
grafo?

«No hay ciencia en la que la necesidad de co-


menzar sin reflexiones previas (ohne vorange-
hende Reflexionen), por la cosa misma (von der
Sache selbst), se haga sentir de manera tan im-
periosa como en la ciencia lógica. En todas las
demás ciencias, el objeto tratado y el método
científico son distintos; igualmente, su conteni-
do no constituye un comienzo absoluto, sino que
depende de otros conceptos y se mantiene en
conexión con otras materias (Stoffe). Así, les
está permitido a esas ciencias no hablar más que
de una manera lemática de su propio terreno, de
sus conexiones, como del método...»

La Introducción a la Lógica lleva como subtítulo


«Concepto general de la lógica». Hay que distinguir
el prefacio de la introducción. No tienen la misma
función ni la misma dignidad a los ojos de Hegel,
aunque planteen un problema análogo en su rela-
ción con el corpus filosófico de la exposición. La In-
troducción (Einleitung) tiene una vinculación más
sistemática, menos histórica, menos circunstancial
con la lógica del libro. Es única, trata de problemas
arquitectónicos generales y esenciales, presenta el
concepto general en su división y su auto-diferencia-
ción. Los prefacios, por el contrario, se multiplican
de edición en edición y tienen en cuenta una histo-
ricidad más empírica; responden a una necesidad de
circunstancias que Hegel definió, claro está, en un
prefacio: el Prefacio a la segunda edición de la gran
Lógica (12). Y, sin embargo —es por lo que los pro-
blemas son, decíamos, análogos—, la Introducción
debería también (habría) debido, también, desapa-
recer en la Lógica. No permanece en ella más que
en la medida en que esta ciencia filosófica absolu-
tamente universal debe provisionalmente, teniendo
en cuenta la incultura ambiental, presentarse pri-
mero como una ciencia filosófica particular. Pues el
único lugar legítimo de la Introducción, en el siste-
ma, es la apertura de una ciencia filosófica particu-
lar, por ejemplo la Estética o la Historia de la Filo-
sofía. La Introducción articula la generalidad deter-
minada de ese discurso derivado y dependiente so-
bre la generalidad absoluta e incondicionada de la
lógica. Hegel no se contradice, pues, lo más mínimo
cuando plantea, en las Lecciones sobre la estética o
sobre la historia de la filosofía, la necesidad de una
introducción (13).
12
1831: recuerda que si Platón, como se ha dicho,
había tenido que corregir siete veces su República, un filó-
sofo moderno, tratando de un objeto más difícil, de un
principio más "profundo, de un material más rico, debería
corregir su exposición setenta y siete veces. Lo que supone
mucho tiempo libre. «Pero el autor debería también, res-
pecto a la grandeza de la tarea, contentarse cpn lo que
habrá podido hacer bajo la presión circunstancial de las
necesidades exteriores, a pesar de la dispersión inevitable
por la importancia y la complejidad de los intereses de
su época.» Hegel hace también alusión al «charloteo ensor-
decedor» que oscurece el trabajo del conocimiento. No es-
tuvo lo bastante distraído como para desconocer determi-
nados efectos, por ejemplo éste: «Han encontrado así la
categoría gracias a la cual pueden dejar a un lado a una
filosofía que gana en importancia y acabar con ella de in-
mediato. La llaman una filosofía de moda» (Lecciones so-
bre la historia de la filosofía).
13
Tratamiento de la paleoniimia por explicitación y
toma de conciencia: «Se deduce que no es para ninguna
ciencia tan necesario como para la historia, de la filosofía
el hacerla preceder de una Introducción y el definir bien
El espacio liminar resulta, pues, abierto por una
inadecuación entre la forma y el contenido del dis-
curso o por una inconmensurabilidad del significan-
te respecto al significado. Desde el momento en que
se redujese su bloque a una sola superficie, el pro-
tocolo resultaría siempre una instancia formal. Los
jefes de protocolo son en todas las sociedades los
funcionarios del formalismo. La inadecuación entre
la forma y el contenido habría debido desaparecer
en la lógica especulativa que, a diferencia de las
matemáticas, es a la vez la producción y la presen-
tación de su contenido: «La lógica, por el contrario,
no puede presuponer ninguna de esas formas de la

el objeto cuya historia debe ser expuesta. Pues, se puede


decir, ¿cómo empezar a tratar un objeto cuyo nombre es
corriente, cierto, pero del que no se sabe aún qué es? [...].
Pero cuando la noción de filosofía ha sido definida no
de una forma arbitraria, sino científicamente, un tratado
de ese tipo constituye la propia ciencia de la filosofía;
pues esa ciencia tiene como carácter particular que su
noción (Begriff) no forma más que aparentemente su prin-
cipio y que sólo el tratado completo de esa ciencia es la
prueba e incluso, se puede decir, el descubrimiento de la
noción (Begriff) de ésta y que esta noción es esencial-
mente el resultado del tratado. Por consiguiente, también
en esta Introducción hay que comenzar por la noción de
la ciencia de la filosofía, del objeto de su historia. No obs-
tante, ocurre, en conjunto, con esta Introducción que no
debe referirse más que a la historia de la filosofía como
lo que acaba de decirse de la misma filosofía. Lo que pue-
de ser dicho en esta Introducción no tiene que ser estipu-
lado por adelantado, pues no puede ser justificado y "pro-
bado más que por la exposición de la historia. Esas expli-
caciones previas no pueden por esa razón ser incluidas en
la. categoría de las suposiciones arbitrarias. Ahora, situar-
ías al principio, a ellas que, según su justificación, son
"esencialmente resultados, no puede tener otro interés que
él que puede tener una indicación previa de la materia
tñás general de una ciencia. Es preciso al mismo tiempo
que sirva para dejar a un lado muchas preguntas y con-
•diciones que se podrían plantear a una historia de ese tipo
¡Como consecuencia de prejuicios habituales» (Lecciones
sobre la historia de la filosofía). Consideraciones análogas
en las Lecciones sobre la estética. Introducción.
reflexión o de esas reglas o leyes del pensamiento,
porque forman parte de su contenido y deben ba-
sarse en él. Forman parte de ese contenido no sólo
el enunciado del método científico, sino también el
concepto mismo de la ciencia en general, que consti-
tuye además su último resultado.»
Su contenido es su último resultado: la lógica
no tiene como objeto más que la cientificidad en ge-
neral, el concepto de la ciencia, el pensamiento mis-
mo en tanto que concibe, conoce y se piensa. Si no
tiene necesidad del lema es porque, comenzando por
el pensamiento conceptual, debe también acabar por
él y porque no sabe en principio todo de la cienti-
ficidad cuyo concepto será también su última ad-
quisición. Pero es preciso que sea ya su premisa, y
que se anuncie al principio, abstractamente, lo que
no sabrá más que al final, para que en su exordio
esté ya en el elemento de su contenido y no tenga
necesidad de pedir prestadas reglas formales a otra
ciencia. De donde la necesidad de poner en movi»
miento la proposición siguiente que se contradice
inmediatamente si se entiende según una linearidad
no circular:

«Así, no puede [la Lógica] decir por adelan-


tado (voraussagen) lo que es, sino que es sólo su
tratamiento total (ikre ganze Abhandlung) quien
produce ese saber de sí mismo como su término
(ihr Letztes) y como su realización (Vollendung).
Igualmente, su objeto, el pensamiento o con más
precisión el pensamiento que concibe (das begrei-
fende Denken) es esencialmente tratado en el in-
terior de la lógica; su concepto se produce en su
recorrido (Verlauf) y no puede pues ser antici-
pado (vorausgeschickt)».
Hegel debe pues anular inmediatamente el ca-
rácter lógico y científico de una Introducción a la
Lógica en el mismo momento en que, proponién-
dola (¿pero cuál es la operación textual de seme-
jante proposición?), adelanta que la lógica no se
deja preceder por ningún lema o prolema. Niega
el carácter lógico de esta Introducción concedien-
do que no es más que una concesión y que perma-
nece, como en la filosofía clásica, exterior a su con-
tenido, formalidad destinada a retirarse de sí mis-
ma:

«Lo que es pues anticipado en esta Introduc-


ción no apunta a basar de algún modo el con-
cepto de la Lógica o a legitimar por adelantado,
de manera científica, el contenido y su método,
sino, mediante algunas explicaciones y reflexio-
nes, en el orden de la raciocinación (rasonieren-
dem) y de la historia, hacer que se represente
con más precisión el punto de vista a partir del
cual hay que considerar a esta ciencia.»

La exigencia a que cede la Introducción resulta,


ciertamente, accidental: se debe corregir el error
histórico a que los filósofos de ayer y de la actua-
lidad se han dejado arrastrar. Entrando en conflic-
to con ellos, Hegel se adelanta sobre su terreno, que
es también el del lematismo, del matematicismo,
del formalismo. Pero siendo este error una negati-
vidad incontorneable (como la «conversación» filo-
sófica que prescribe), aparece pensado, interioriza-
do, establecido por el movimiento del concepto,
negado a su vez y reconvertido en parte integrante
del texto lógico. La necesidad de este movimiento
no tiene el porte de la paradoja o de la contradic-
ción más que si se la observa desde la exterioridad
de una instancia formalista. Esta contradicción es
más bien el movimiento mismo de la dialéctica es-
peculativa y de su progreso discursivo. Construye
el concepto de prefacio según los valores hegelia-
nos de negatividad, de establecimiento, de presu-
posición, de resultado, de fundamento, de circula-
ridad, etc., o según la oposición de la certeza a la
verdad. La precipitación significativa, que empuja
al prefacio hacia adelante, le hace semejarse a una
forma vacía privada aún de su querer-decir; pero
como va delante de sí mismo, se halla predetermi-
nado, en su texto, por el a posteriori semántico. Aho-
ra, tal es la esencia de la producción especulativa:
la precipitación significativa y el a posteriori se-
mántico son aquí homogéneos y continuos. El sa-
ber absoluto está presente en el punto cero de la
exposición filosófica. Su teleología ha determinado
el prefacio en postfacio, el último capítulo de la
Fenomenología del espíritu en prólogo, la Lógica en
Introducción a la Fenomenología del espíritu. Este
punto de fusión onto-teológica reduce la precipita-
ción y el después-del-hecho a apariencias o a nega-
tividades detectables.
Hegel se halla pues tan cercano y tan alejado
como es posible de una concepción «moderna» del
texto o de la escritura: nada precede absolutamente
a la generalidad textual. No hay prefacio, no hay
programa o al menos todo programa es ya progra-
ma, momento del texto, readopción por el texto de
sus propia exterioridad. Pero Hegel opera esta ge-
neralización saturando el texto de sentido, igua-
lándo teleológicamente a su tenor conceptual, re-
duciendo todo dehiscencia absoluta entre la escri-
tura y el querer-decir, haciendo desaparecer deter-
minado acontecimiento del corte entre la anticipa-
ción y la recapitulación: movimiento de cabeza.
Si el prefacio parece hoy día inadmisible es, por
el contrario, porque ningún encabezamiento con-
siente ya la unión de la anticipación y de la reca-
pitulación ni que una pase a otra. Perder la cabeza,
no saber ya dónde dar con ella, tal es quizá el efec-
to de la diseminación. Si hoy en día resulta irriso-
rio intentar un prefacio que lo sea, es porque sabe-
mos que es imposible la saturación semántica, y
porque la precipitación significante introduce un
desborde («parte del forro que sobresale del paño»,
diccionario Littré) ingobernable, porque el después
del hecho semántico ya no se vuelve una anticipa-
ción teleológica ni en el orden apaciguador del fu-
turo anterior, porque la separación entre la «forma»
vacía y la plenitud del «sentido» se halla estructu-
ralmente sin recursos y porque, en fin, un forma-
lismo, así como un tematismo resultan impotentes
para dominar esa estructura. No la alcanzan que-
riendo dominarla. La generalización de lo gramáti-
co o de lo textual está unida a la desaparición, o
más bien a la reinscripción del horizonte semánti-
co, incluso y, sobre todo, cuando comprende la dife-
rencia o la pluralidad. Al apartarse de la polisemia,
más y menos que ella, la diseminación interrumpe
la circulación que transforma en origen un a poste-
riori del sentido.
Pero la cuestión del sentido no hace más que
abrirse y aún no hemos terminado con Hegel. Sa-
bemos, decíamos antes. Ahora, sabemos aquí algo
que ya no es nada, y de un saber cuya forma ya no
ge deja reconocer bajo ese viejo título. El trata-
miento de la paleonimia ya no resulta aquí una to-
ma de conciencia, una vuelta a tomar conocimiento
Sin duda Hegel hace valer, él también, su insis-
tencia en cierta separación entre la forma y el con-
tenido. Es decir, entre lo que él llama certeza y
verdad. ¿No es la fenomenología del espíritu la his-
toria de esos desplazamientos?, ¿el relato de un pre-
facio infinito? Criticando el formalismo, el mate-
maticismo, el cientifismo —que son siempre faltas
de filosofía— Hegel se guarda de recusar la necesi-
dad de los momentos formal, matemático, científi-
co (en el sentido regional de la palabra). Se guarda
bien de caer en el error simétrico: el empirismo,
el intuicionismo, el profetismo. Pero esta complici-
dad de los desfallecimientos contrarios encuentra
alojamiento en los prefacios como lugar de su elec-
ción. Pero es también a un prefacio a quien compe-
te desenmascararla, a esta complicidad, según el
exceso de una re-señalización (prefacio sobre el pre-
facio, prefacio en el prefacio) cuya diseminación
debe problematizar la regla formal y el movimiento
abismal; se trata de una muy distinta reinscripción
de «el espacio muerto y del uno muerto», muy dis-
tinta y por lo tanto muy parecida, doblando el Pre-
facio a la Fenomenología del espíritu:

«La verdad es el movimiento de sí misma en


sí misma, en tanto que este método [de tipo ma-
temático] es el conocimiento que es exterior a
la materia (Stoffe). Por eso es peculiar de la ma-
temática, y se le debe dejar a la matemática que,
como se ha observado, tiene como principio pro-
pio la relación privadá del concepto, la relación
de tamaño (begrifflose Verhaltnis der Grdsze) y
tiene por materia. (Stoffe) al espacio muerto y a!
Uno igualmente muerto. Este método puede tam-
bién en un estilo más libre, es decir, mezclado
con más arbitrariedad y contingencia, subsistir
en la vida corriente, en una charla (Konversa-
tion) o en una información histórica que satisfa-
cen más la curiosidad (Neugierde) que el cono-
cimiento (Erkenntnis), como es igualmente poco
más o menos el caso del prefacio (Vorrede) [...]
Pero si la necesidad del concepto prohibe la suel-
ta marcha de la conversación raciocinante (den
losen Gang der r'dsonierenden Konversation), tan-
to como el proceder de la pedantería científica,
no por eso deben suplantar al concepto el anti-
método (Unmethode) del presentimiento (des
Ahnens) y del entusiasmo (Begeisterung), y lo ar-
bitrario de esos discursos proféticos que despre-
cian no sólo esta cientificidad sino toda cientifi-
cidad en general.»

La dialéctica especulativa debe superar la opo-


sición de la forma y del contenido como debe supe-
rar todo dualismo, y aún toda duplicidad sin renun-
ciar a lo científico. Debe concebir científicamente
la oposición de la ciencia a su contrario.
No basta, sin embargo, con alcanzar la triplici-
dad en general para ganar el elemento especulativo
del concepto. El formalismo puede también acomo-
darse a la triplicidad, corromperla, fijarla en un
esquema o en ef -cuadro, arrancarla a la vida del
concepto. El blanco inmediato, es aquí la filosofía
de la naturaleza de Schelling:

«Cuando la Triplicidad (Triplizitat) que, en


Kant, aún estaba muerta, privada del concepto
(unbegriffene) y reencontrada por instinto,
hubo sido elevada a su significación absoluta,
estando allí expuesta en su contenido auténti-
co la forma (Form) auténtica (wahrhafte), sur-
gió el concepto de la ciencia; pero no se puede
atribuir aún un valor científico a la utilización
actual de semejante forma, utilización según
la cual la vemos reducida a un esquema sin
vida (leblosen Schema), a, hablando con propie-
dad, una sombra (zu einem, eigentlichen Sche-
men), igual que vemos a la organización cien-
tífica reducida a un cuadro (Tabelle). Este for-
malismo del que se ha hablado antes en gene-
ral, y cuya manera queremos señalar aquí con
más precisión, cree haber concebido y expre-
sado la naturaleza y la vida de una formación
(G¿'stalt) cuando le ha afirmado como predicado
una determinación del esquema —sea la subje-
tividad o la objetividad, sea el magnetismo o la
electricidad, etc., o la contracción o la expansión,
oriente u occidente, etc., semejante juego puede
ser multiplicado hasta el infinito ya que, en esta
manera de proceder, cada determinación o for-
mación puede ser reutilizada a su vez por las
otras como forma o momento del esquema, y
cada una por gratitud puede prestar el mismo
servicio a la otra—, un círculo de reciprocidades
por medio del cual no se experimenta lo que es
la cosa misma, ni lo que es la una ni la otra. Se
reciben de la intuición vulgar determinaciones
sensibles que, indudablemente, deben significar
algo distinto de lo que dicen; por otra parte, lo
que es en sí significativo (Bedeutende), las puras
determinaciones del pensamiento (sujeto, objeto
substancia, causa, universal, etc.), son aplicadas
con tanta irreflexión y ausencia de crítica como
en la vida cotidiana y utilizadas de la misma ma-
nera que se emplean los términos de fuerza y de
debilidad, de expansión y de contracción; en con-
secuencia, esta metafísica es igualmente tan poco
científica como esas representaciones sensibles.
En lugar de la vida interior y del auto-movi-
miento (Selbst-bewegung) de estar-allí, semejan-
te determinabilidad simple de la intuición, es
decir aquí del saber sensible, se expresa según
una analogía superficial, y esta aplicación exte-
rior y vacía de la fórmula (Formel) es denomi-
nada construcción (Konstruktion). Este forma-
lismo sufre la misma suerte que todo forma-
lismo».
La inscripción taxonómica, la clasificación está-
tica de las oposiciones duales y del tercer término,
el pensamiento anatómico —el del prefacio, ahora
se sabe— se contentan con etiquetar productos
acabados e inertes. La triplicidad dialéctica no es
más que aparente en la filosofía de la naturaleza
de Schelling. Aplica desde el exterior, en una «cons-
trucción» prefabricada, oposiciones simples, fórmu-
las prescritas de una vez por todas: un poco como
en una farmacia o en una tienda de comestibles
ift Una farmacia «china», quizá a la que se refiere
Mao-Tse-Tung, en una fase muy hegeliana de su argumen-
tación contra el formalismo, en especial contra «el quinto
crimen del estilo estereotipado del Partido»: «Tener la
manía de ordenar los puntos tratados según el orden de
los signos cíclicos como en una farmacia china. Echad un
vistado a cualquier farmacia china y veréis armarios con
innumerables cajones, cada uno provisto de una etiqueta:
aligustre, rehmania, ruibardo, dondiego y todo lo que que-
ráis. Este método ha sido adoptado también por nuestros
camaradas. En sus artículos y discursos, en sus libros e
informes, utilizan primero las cifras chinas en caracteres
mayúsculos;iuego las cifras chinas en caracteres minúscu-
los, luego los signos cíclicos y los doce signos del zodíaco
chino, luego también las letras mayúsculas A, B, C, D, las
letras minúsculas a, b, c, d, las cifras árabes ¡y qué sé yo
qué más! ¡Nuestros,.antepasados y los extranjeros crearon,
por suerte, tantos símbolos) para nuestro uso que podemos
abrir sin ningún esfuerzo una farmacia china! Un artículo
que,; atiborrado con tales símbolos, no plantea, no analiza,
no:,resuelve ningún problema y no se pronuncia ni a favor
ni eíi contra de algo se convierte, a fin de cuentas, en una
farmacia china y no tiene un contenido determinado. No
digo, que los signos cíclicos y otros símbolos no deban ser
utilizados, pero sí que esta manera de tratar los problemas
es equivocada. Muchos de nuestros camaradas se han en-
caprichado con el método de la farmacia china, que es en
realidad el más vulgar y el más infantil de los métodos.
Es el método formalista, que clasifica las cosas_según sus
signos extemos_y j i o según^sus ügazongs__Íj^rriRS. Si, ba-
s ando se únicamente en los signos "éxtérños de las cosas, se
construye un artículo, un discurso o un informe con un re-
voltijo de conceptos que no tienen ninguna ligazón interna
eiteersí, lo único que se hace es juegos de manos con los
conceptos, lo que puede llevar a otras personas a hacer
airo, tanto, a contentarse con enumerar fenómenos en el
bien surtidas, o como en un museo de historia na-
tural donde están recogidos, clasificados y expues-
tos los miembros muertos, la osamenta fría de los
organismos, las pieles secadas como pergaminos, las
láminas de anatomía y otros cuadros que muestran
lo vivo por lo muerto:

«Es justamente un cuadro que se asemeja a


un esqueleto con pedazos de cartón pegados, o a
una serie Je cajas cerradas, con sus etiquetas,
en una tienda de comestibles (in einer Gewürzkra-
merbude); semejante cuadro ha apartado u ocul-
tado profundamente la esencia viva de la cosa,
y no resulta más claro que el esqueleto en que
los huesos están sin la carne ni la sangre, ni que
las cajas (Büchsen) en que hay encerradas cosas
sin vida».
«Para presentar el imperio del pensamiento
de manera filosófica, es decir, en su propia ac-
tividad inmanente o, lo que viene a ser lo mismo,
en su desarrollo necesario, era precisa una nueva
empresa y empezar por el principio; en cuanto;
al material adquirido, las formas de pensamien-
to conocidas, en ellas se debe de ver una propo-
sición (Vorlage) de la mayor importancia, una
condición necesaria y una presuposición que me-
recen nuestro conocimiento, incluso si no nos
proporciona más que, entremezclado, un hilo des-
carnado o los huesos muertos de un esqueleto
que se nos presentase sin orden» (Ciencia de la
lógica, Prefacio a la 2.a edición).

A esta triplicidad de muerte, la dialéctica especu;


lativa prefiere la triplicidad viva del concepto, h

orden de los signos cíclicos, en lugar de hacer funcionar


su cerebro para examinar los problemas, de reflexionar
sobre la esencia misma de las cosas. ¿Qué es un problema;!
Es la contradicción inherente a una cosa. Donde quien
que no ha sido resuelta la contradicción hay un problema.)
que quedaría fuera del alcance de toda aritmética
o de toda numerología. «El número tres es conce-
bido con más profundidad en la religión como tri-
nidad y en la filosofía como concepto. En general,
la forma numérica, tomada como expresión, es muy
pobre e insuficiente para presentar la verdadera
unidad concreta. El Espíritu es ciertamente una
trinidad, pero no podría ser sumado o contado. Con-
tar es un mal procedimiento» (Lecciones sobre la
historia de la filosofía).
Otra práctica de los números, la diseminación
r e p o n e en escena una farmacia en la que ya no se
puede contar ni por uno, ni por dos, ni por tres,
aun empezando por la diada. La oposición dual (re-
medio/veneno, bien/mal, inteligible/sensible, alto/
bajo, espíritu/materia, yida/muerte; dentro/fuera,
habla/escritura, etc.), organiza un campo conflic-
tual y jerarquizado que no se deja ni reducir a la
unidad, ni derivar de una simplicidad primaria, ni
'establecer o interiorizar dialécticamente en un ter-
.cér término. El «tres» no dará ya la idealidad de la
solución especulativa sino el efecto de una re-seña-
lización estratégica que refiera, por fase y simula-
cro, el nombre de uno de los dos términos al exte-
rior absoluto de la oposición, a esa alteridad abso-
luta que fue señalada —una vez más— en la expo-
sición de la diferenzia. Dos/cuatro, y la «cerca de la
¿ m e t a f í s i c a n c r ü é n e ya, no ha tenido nunca la for-
ma- de una línea singular alrededor de un campo,
iina cultura acabada de oposiciones binarias, sino
la figura de una partición muy distinta. La disemi-
nación desplaza al tres de la onto-teología según el
ángulo de determinado re-pliegue. Crisis del versus:
| s a s señales no se dejan ya resumir o «decidir» en
feldos de la especulación binaria ni establecer en el
tres de la dialéctica especulativa (por ejemplo, «di-
ferenzia», «grama», «huella», «cala», «de-limitación»,
«fármacon», «suplemento», «himen», «marca-mar-
cha-margen», y algunas otras, ya que el movimien-
to de esas señales se transmite a toda la escritura
y no puede pues encerrarse en una taxonomía aca-
bada, y aún menos en un léxico en tanto que tal),
destruyen el horizonte trinitario. La-destruyen tex-
tualmente: son las señales de la diseminación (y no
de la polisemia) porque no se dejan en ningún pun-
to sujetar por el concepto o el tenor de un signifi-
cado. «Añaden» lo más o lo menos de un cuarto
término. «Aunque no sea más que un triángulo abier-
to en su cuarta cara, el cuadrado abierto afloja la
obsidionalidad del triángulo y del círculo que desde
su ritmo ternario (Edipo, Trinidad, Dialéctica) han
gobernado a la metafísica. La afloja, es decir, que
los delimita, los reinscribe, los relata». La escritura
de tal relato no pertence ni al interior ni al exterior
[ del triángulo, y las consecuencias de esto aún no
i han acabado de ser medidas.
La apertura del cuadrado, el suplemento del cua-
tro (ni la cruz ni el cuadrado cerrado), el más o el
menos que separa la diseminación de la polisemia,
helos aquí regular y explícitamente referidos a la
castración («castración —a puesta de siempre—»;
pero con ese exterior de la castración (caída sin re?-
greso y sin economía restringida) que ya no podía
ser comprendido y retomado en el campo logocén-
trico y sublimante de la verdad hablante, de la sig-
nificación, de lo simbólico, de la ley, del habla ple-^
na, de la dialéctica intersubjetiva, incluso de la tria
da intersubjetiva. Si la diseminación no es simple¿
mente la castración que entraña (que entrañamos aj
leer esta palabra), no es sólo en razón de su caráci
ter «afirmativo», sino también porque, hasta aquí al
menos, por una necesidad que no es nada acciden-
tal, el_concepto de castración ha sido interpretado
metafísicamente, fijado. El vacío, la falta, el cor-
te, etc., han recibido un valor de significado o, lo
que viene a ser lo mismo, de significante transcen-
dental: presentación por sí de la verdad (velo/no
velo) como Logos.
Aquí se juega la cuestión del psicoanálisis: se
mide prácticamente con un texto que, no pudiendo
«comenzar» más que en cuatro, ya no se deja, en
ninguna parte, a no ser por simulacro, cerrar, do-
minar, rodear.
La diseminación abre, sin fin, esta ruptura de la
escritura que ya no se deja recoser, el lugar en que
ni el sentido, aunque fuese plural, ni ninguna for-
ma de presencia sujeta ya la huella. La disemina-
ción trata el punto en que el movimiento de la sig-
nificación vendría regularmente a ligar el juego de
la- huella produciendo así la historia. Salta la segu-
ridad de este punto detenido en nombre de la ley.
Es —al menos— a riesgo de ese hacer saltar como
se entablaba la diseminación. Y el rodeo de una es-
critura de donde no se vuelve.
Ya no se disociará más, a esta cuestión, de una
vuelta a poner en escena del aritmos y del «contar»
como «mal procedimiento». Ni de una relectura de
ritmos democritiano, sea de determinada escritura
con la que la filosofía no habrá podido contar, de-
jándose más bien contar desde su vigilia y su exte-
rioridad sin descanso: un prefacio escrito de algún
.modo y que el discurso como tal ya no puede en-
solver en su circulación, en ese círculo en que se
"reúnen la imposibilidad v Ja necesidad especulativa
jarate ? r '
¿del. prolegómeno.
El prefacio escrito (el bloque del protocolo), el
fuera-de-libro, se convierte entonces en un texto
cuarto. Simulando el post-facio (15) la recapitulación
y la anticipación recurrente, el auto-movimiento del
concepto, es un texto muy distinto, pero al mismo
15
Según la lógica del relevo, el post-facio es la ver-
dad del prefacio (siempre enunciado «a posteriori») y del
discurso (producido desde el saber absoluto). El simulacro
del post-facio consistiría en fingir revelar a su término el
sentido o el funcionamiento de un lenguaje.
Esta operación puede arrastrarse en el trabajo y la im-
paciencia cuando el que ha escrito, dejando de escribir,
se esfuerza por alcanzar adecuadamente al hecho del texto
pasado para desvelar su procedimiento efectivo o su ver-
dad plena. Es el tedio de Jammes redactando todos sus
prefacios al final de su vida para presentar sus obras com-
pletas. Es la protesta de Gautier: «Desde hace mucho
tiempo andamos protestando de la inutilidad de los prefa-
cios y, sin embargo, se siguen haciendo prefacios.» Es la
irritación de Flaubert, que no veía en sus «tres prefacios»
más que el hueco improductivo de la crítica. Y es cierto
que en su concepto clásico, el prefacio representa la ins-
tancia crítica del texto, por doquier que opera («¡Cóm<J
espero con impaciencia a haber terminado la Bovary, Anu- •
bis y mis tres prefacios, para entrar en un período nuevo,
para entregarme a lo "Bello puro"!» A Louis Bouilhet,
23 agosto 1853. «¡Ah! ¡Qué impaciente estoy por desemba-
razarme de la Bovary, de Anubis y de mis tres prefacios
(es decir, de las tres únicas veces, que no serán más que
una, en que habré escrito críticas)! Qué prisa tengo por
acabar con todo eso y lanzarme a todo riesgo a un tema
vasto y propio.» A Louise Colet, 26 agosto 1853. (Préface á
la vie d'écrivain, selección de cartas presentadas por Ge-
neviéve Bólleme.)
Pero el simulacro puede también ser representado: si-
mulando mirar hacia atrás y regresar se vuelve a empezar}
se añade entonces un texto, se complica la escena, se pracj,
tica en el laberinto la abertura de una disgresión suple--
mentaría, de un falso espejo que hunda su infinitud en uná|
especulación mimada, es decir, sin fin. Restancia textual!
de una operación que no es ni extraña ni reductible al*
cuerpo denominado «principal» de un libro, al pretendido!
referente del postfacio ni incluso a su propio tenor semán-J
tico. La diseminación propondría cierta teoría —a seguin
también como una marcha de forma muy antigua— de lág
disgresión, escrita, por ejemplo, en los márgenes de A Taleí
of a Tub o, yendo más lejos, en la «trampa» del Segundo!
Prefacio a La Nueva Eloísa.
tiempo, como «discurso de asistencia», «el doble»
de lo que excede.
La filosofía especulativa proscribe pues el prefa-
cio en tanto que forma vacía y precipitación signi-
ficativa; lo prescribe en la medida en que el sentido
se anuncia en él, que está siempre ya empeñado en
(Fuera-de-libro estaría —por ejemplo— el esbozo his-
terocolar de un apéndice, muy diferenciado en su estruc-
tura (la diseminación describe, ilustra, para ser más preci-
sos, la suspensión de un extremo a otro) a todos los trata-
dos (tratamientos, más bien, y tan extrañamente contem-
poráneos de su propia práctica) del post-escrito: a «Cómo
he escrito algunos de mis libros», a Ecce Homo (Por qué
escribo tan buenos libros), que viene a cruzarse con el «pre-
facio tardío» de Aurora o con el prólogo a la Gaya Ciencia
(«Este libro no exige quizá únicamente un solo prefacio
(nicht nur eine Vorrede); y finalmente siempre quedará la
duda de que cualquiera pueda, sin haber vivido (erlebt)
algo parecido (etwas Ahnliches), ser aproximado (náher
gebracht) por prefacios a la experiencia vivida (Erlebnisse)
de este libro») al Post-scriptum final no científico a las
Migajas filosóficas, Composición mimico-patético-dialécti-
ca-, aportación existencia, por Johannes Climacus, a su Pró-
logo, luego a su Introducción («Quizá te acuerdas, querido
lector, de que al final de las Migajas filosóficas hay una
pequeña frase, algo que podría tener la apariencia de pro-
mesa de una continuación. Considerada como promesa
esa frase («Si alguna vez añado un nuevo capítulo a esta
obra»), era ciertamente tan imprecisa como resultaba po-
sible, tan alejada como era posible de ser un deseo» [...].
;:fPor eso es por lo que resulta dentro del orden que sea
¡mantenida en una obra subsiguiente, y el autor no puede
'de ningún modo ser acusado, si es que hay algo de impor-
tante en todo el asunto, de haber dicho, a la manera de las
mújeres, lo más importante en una postdata» [...]. «Pues
"réSiilta verdaderamente risible considerar todo como aca-
fbado y luego decir al final: falta el final. Si el final falta al
final, entonces falta también al principio. Se debería, pues,
'"decirlo al principio. Pero si el finafc;falta al principio, eso
^significa entonces que no hay; sistemad» [...] Tal es la in-
¡írepidez dialéctica. Pero el dialéctico no la ha adquirido
."aun.» [...] «La introducción trabajada distrae por su eru-
dición...» [...] «La exposición retórica distrae intimidando
¡dialéctico.») Y finalmente a su Anexo (donde se explica
:
que «El libro es, pues, superfluo», que «no contiene sólo
fíat fin, sino, además, una retractación. No se puede, sin
pnjbargo, ni por adelantado ni después, pedir más» y «que
fe$eribir un libro y retractarse de él significa otra cosa
el Libro (16). Este «contradicción» deja necesariamen-
te huellas protocolarias, bloques de escritura en el
texto hegeliano, por ejemplo, todo el instrumental
de escritura que abre el capítulo sobre la certeza
que dejarlo escrito») y a su «Primera y última explicación»
(que pone en relación el problema de la pseudonimia o
polinimia con el del «autor del prefacio del libro»), al
«Apéndice» del Jubilé de Jean-Paul [¿tiene aún sentido
identificarle como maestro del doble?] (Prodromus Galea-
tus: «Un prefacio no debe ser más que un título más
largo. Es preciso que éste, en mi opinión, se limite a acla-
rar la palabra Apéndice.» «...El primero y más antiguo
Apéndice que menciona la historia de las literaturas se en-
cuentra al final de mis «Divertimientos biográficos»; fue
escrito, como todos saben, por el propio creador de ese
género literario, es decir, por mi mismo. El segundo Apén-
dice de nuestra literatura se entrega al impresor bajo la
especie de la presente obra y aparecerá a continuación de
este prefacio. Ahora, como he dado si ejemplo de un Apén-
dice, y soy en esta materia como la academia y el modelo
vivo sobre la mesa, los estetas tienen fácil la tarea; pueden
sacar los Apéndices existentes y establecer la teoría, el mé-
todo saludable,'y los principios prácticos del género, mode-
lar sobre mi poder creador el suyo legislativo.» [...] «La
disgresión, en la novela, no es nunca esencial; en el Apén- ;
dice no se la puede tratar como accidental; allá es basuras
estancadas, aquí se trata de una incrustación en el suelo
un Asaroton poético; así, los Antiguos ponían en sus m o
saicos paja, huesos y otras cosas en trompe-l'oeil; o sea
que tenían la habitación donde poner sus basuras.») Y des-
pués de esta «rápida poética del Apéndice», que es tam-
bién un análisis del excremento, después de todas las «dis?
gresiones prometidas», en el Apéndice del apéndice o Mi
noche de Navidad («No creo que un autor escriba nada
más a gusto que su prefacio y su postprefacio: pues ahí-,
por fin, puede hablar de sí páginas enteras, lo que le com-:
place, y de su obra, lo que le deleita por encima de todo;;
—de la prisión, de la galera que es su libro, ha saltado aj
esos dos campos de placer, esos dos lugares de juego...» [...;$
«¿No es para eso para lo que los encuadernadores dejani
siempre dos hojas en blanco, una delante del prefacio j|
la otra después del epílogo, como, en una puerta, señales
de vacancia, que indican que la hoja vecina está igual;-
mene deshabitada y abierta a los primeros garabatos que:
lleguen? Sin embargo, esos espacios vacíos que rodean a |
jardín del libro son también los desiertos que deben sepál
rar a un libro de otro, como hay grandes espacios libre|¡
que separan los reinos de los germanos, o los de los a m i
ricanos del norte, o los sistemas solares. Así, nadie se enóH
sensible y cuyo extraño funcionamiento analizare-
mos en otro lugar. Pero se encoleriza cuando, al
final del prefacio, que es también el final de la his-
toria y el principio de la filosofía, el campo de la

jará si guardo mis preliminares y mis conclusiones —y ya


desde el título me preparo, me aguzo— para ciertos días,
días utópicos.» [...] Podría dar sólidos argumentos para
fortalecerme y defenderme por haber conservado, como
un fruto exquisito, el presente Apéndice del Apéndice para
el primer día de fiesta. En concreto, podrían decirme que
he esperado al día de Navidad para tener en él mi alegría
navideña, como si fuese yo mi propio hijo...)
i 6 Cf. Kojéve, Introduction á la lecture de Hegel;
J-M. Rey, «Kotjéve ou la fin de l'histoire», Critique nú-
mero 264, y E. Clemens, «L'histoire comme inachévement»,
R. M. M. núm. 2, 1971. Precisemos que Feuerbach había
interrogado ya en términos de escriura a la cuestión de la
presuposición hegeliana y del residuo textual. Habría que
releer aquí sistemáticamente y de forma muy diferenciada
toda su Contribución a la crítica de la filosofía de He-
gel (1839) («Hegel es el artista filosófico más perfecto, sus
exposiciones son, en parte al menos, modelos insuperados
del sentido artístico científico...» [...] «la exposición debía
no presuponer nada, es decir, no dejar en nosotros ningún
residuo, vaciarnos y agotarnos totalmente...». Como eso no
puede producirse, Feuerbach vuelve contra Hegel y, digá-
moslo, como revancha, la acusación de «empirismo especu-
lativo» y de formalismo, y aun de «artificio» y de «juego».
Más que en ninguno de sus términos, es en la necesidad de
• este intercambio y esta oposición en lo que aquí nos inte-
resamos. «Pero es justamente por esa razón por lo que
.también en Hegel (dejando aparte su rigor científico en el
.desarrollo) la prueba de lo absoluto no tiene por esencia
y por principio más que una significación formal. La filoso-
fía hegeliana nos presenta, desde su comienzo y su punto
de partida, una contradicción, contradicción entre la ver-
dad y la cientificidad, entre la esencialidad y la formalidad,
{entre el pensamiento y la escritura. Formalmente, la idea
absoluta no es, sin duda, presupuesta, pero en el fondo
loí es.» [...] «La alienación (Entausserung) de la idea no es,
Jpor así decirlo, más que un artificio; hace como si, pero
®b se toma en serio; juega. La prueba decisiva es el prin-
cipio de la Lógica, cuyo comienzo debe ser el comienzo de
filosofía en general. Comenzar, como lo hace, por el ser
no es más que un puro formalismo, pues el ser no es el
¡verdadero absoluto, pues antes de que escriba la Lógica, es
Meeir, antes de que dé a sus ideas lógicas una forma de
Comunicación científica, la idea absoluta era para Hegel
aprioridad conceptual no conoce va límite. Es al fi-
nal de un célebre prefacio donde Hegel describe
el extraño después del concepto y de la aprioridad
filosófica, el retraso que desaparece planteándose:

«Para decir aún algo más sobre la pretensión


de enseñar (das Belehren) cómo debe ser el mun-
do, observamos que en todo. La filosofía llega
siempre demasiado tarde. En tanto que pensa-
miento (Gedanke) del mundo, aparece primero
en el tiempo, después que la efectividad ha lleva-
do a cabo el proceso de su formación y se ha
terminado. Eso, que el concepto enseña, la histo-
ria lo muestra también necesariamente, a saber,
que es primero en la madurez de la efectividad
donde el ideal aparece frente a lo real y después
de haber recogido al mismo mundo en su subs-
tancia, se edifica en forma de un imperio inte-
lectual. Cuando la filosofía pinta gris sobre gris,
una forma de vida ha envejecido, y con el gris
sobre gris no se deja rejuvenecer, sino sólo reco-
nocer. El buho de Minerva no emprende su vuelo
más que a la caída del día.
Pero ya es hora de cerrar este prefacio (Vor-
una certidumbre, una verdad inmediata.» [...] «La idea
absoluta era una certidumbre absoluta para el pensador He-
gel, pero para el escritor Hegel era una incertidumbre for-
mal.» (Manifiestos filosóficos, subrayados de Feuerbach.)
¿Qué es lo que impediría —esa es la cuestión— leer el:
texto hegeliano como un inmenso juego de escritura, un.
poderoso y, por lo tanto, imperturbable simulacro que no"
da las señales indecidibles de su artificio a quien podría,
leerlas más que en el sub-texto, la fábula flotante de sus'
prefacios y de sus notas? Hegel en persona habría podido,:
a fin de cuentas, y sin que eso cambiase nada del texto,.;
dejarse atrapar ahí. Inversión y quiasmo, Feuerbach se le:
cruza y le llama intempestivamente a la seriedad de la
filosofía y de la historia: «Es preciso que el filósofo in,,
traduzca en el texto de la filosofía el papel del hombre :
que no filosofa, más aún, que está en contra de la filosofía^
que combate al pensamiento abstracto, o sea todo lo qué
Hegel rebaja al estado de nota.» (Tesis provisionales para
la reforma de la filosofía. Subrayados de Feuerbach.)
wort); en tanto que prefacio (ais Vorwort) no
tendía más que a hablar, de forma exterior y
subjetiva, del punto de vista del escrito que an-
ticipa. Si se debe de hablar de un contenido de
manera filosófica, no hay lugar más que para
un tratamiento científico, objetivo, aunque a los
ojos del autor, la objeción (Widerrede) que pre-
sentaría otra forma distinta de la de un trata-
miento científico de la cosa misma debe no tener
más que el valor de un postfacio (Nachwort)
subjetivo y de una afirmación cualquiera, y serle
indiferente» (Prefacio a los Principios de la filo-
sofía del derecho).

El fin del prefacio, si es posible, es el momento


a partir del cual el orden de la exposición (Darstcl-
lung) y la cadena del concepto, en su auüjrnovi-
miento, se recobran según una suerte de sml.esi.s
a priori: basta de separación entre la producción y
la exposición, sólo una presentación del concepl.o
por él mismo, en su propia habla, en su logos. Basta
de anterioridad o de retraso de la forma, basta de
exterioridad del contenido, la tautología y la hete-
rología se unen en la proposición especulativa. El
procedimiento analítico y el procedimiento sintéti-
co se envuelven mutuamente. El concepto se enri-
quece a priori con sus determinaciones sin salir de
sí mismo o regresando siempre junto a sí mismo,
al elemento de la presencia en sí. Determinación
efectiva de lo «real» y reflexión «ideal» se unen en
la ley inmanente del mismo desarrollo.
•7, Si Marx tuvo que defenderse de este apriorismo
g del idealismo hegeliano de que no dejaron de acu-
sarle desde bien temprano, es precisamente en ra-
zón de su método de exposición. Esta defensa tiene
uña relación esencial con su concepto y su práctica
sel prefacio.
Recordemos que él se explica a este respecto
en el Postfacio (Nachwort) a la segunda edición ale-
mana del Capital (enero 1873). No resulta irrelevan-
te que sea justamente antes de sus párrafos más
célebres sobre el derrocamiento de la dialéctica he-
geliana donde Marx propone la distinción a sus ojos
decisiva entre el procedimiento de exposición y el
procedimiento de investigación. Sólo esta distin-
ción interrumpiría la semejanza entre la forma de
su discurso y la de la presentación hegeliana. Esta
semejanza había extraviado a los «fabricantes de
explicaciones» que denunciaban entonces «la sofís-
tica hegeliana».
Pero no se puede deshacer este parecido más
que transformando, con las oposiciones forma/ma-
teria o contenido (Form/Stoff), idealidad/materiali-
dad (Ideelle/Materielle), los conceptos de reflexión
y de anticipación, es decir, la relación del comienzo
con el desarrollo y de la introducción con el pro-
ceso. Esta relación no es la misma en lo real y en
el discurso; no es la misma en el discurso de inves-
tigación y en el discurso que presenta a posteriori el
resultado. Es este valor de resultado (el «fundamen-
to» es el «resultado» para Hegel (17) lo que sostiene
todo el debate.

«El Mensajero europeo, revista rusa, publica-


da en San Petersburgo, en un artículo entera-
mente consagrado al método del Capital, declara
que mi procedimiento de investigación (Fors-
chungsmethode) es rigurosamente realista, pero
que mi método de exposición (Darstellungsme-
17
Cf. el principio de la «Teoría del ser» en la gran,
lógica. Sobre este problema y el «resalte» de este resulta-
do, cf. también Heidegger, Identidad, y Diferencia.
thode) se halla por desgracia dentro de la mane-
ra dialéctica alemana (deutsch-diálektisch).
«A primera vista, dice, se juzga por la forma
externa de la exposición (Form der Darstellung),
Marx es un idealista a machamartillo (der gros-
ste Idealphilosoph), y eso en el sentido de la pa-
labra. En realidad, es infinitamente más realis-
ta que ninguno de los que le han precedido en
el campo de la economía crítica... No se puede
de ningún modo llamarle idealista.»
[...] Definiendo así lo que denomina mi mé-
todo efectivo (wirkliche Methode) con tanta exac-
titud, y, en lo que concierne a la aplicación que
he hecho de él, con tanta benevolencia, ¿qué es.
lo que ha definido el autor sino el método dia-
léctico? Cierto que el procedimiento de exposi-
ción (Darstellungweise) debe distinguirse formal-
mente (formell) del procedimiento de investiga-
ción (Forschungsweise). A la investigación co-
rresponde hacer suya a la materia (Stoff) en to-
dos sus detalles, analizar sus diversas formas de
desarrollo, y descubrir su vinculación íntima.
Una vez llevada a cabo esta tarea, pero sólo en-
tonces, el movimiento efectivo (wirkliche Beweg-
ung) puede ser expuesto convenientemente. Si
se llega a ello, de suerte que la vida de la mate-
ria (Stoff) se refleje en su reproducción ideal
(spiegelt sich ideell wider), ese espejismo puede
hacer creer en una construcción (Konstruktion}
a priori.
Mi método dialéctico no sólo difiere en sui
base (der Grundlage nach) del método hegeliano,
sino que es incluso su contrario directo (direk-
tes Gegenteil). Para Hegel, el proceso de pensa-
miento (Denkprozesz) que él transforma bajo el
nombre de Idea en un sujeto independiente (in
ein selbst-stándiges Subjekt), es el demiurgo de
la efectividad, la cual no es más que el fenómeno'
exterior. Para mí, por el contrario, lo ideal
(ideelle) no es otra cosa, que lo material (Mate-
rielle) transpuesto y traducido (umgesetzte und
übersetzte) en la mente del hombre (1S).

Si en lugar de comprometernos aquí hacia el


debate fundamental en su forma clásica (¿qué pasa
aquí con los conceptos de método, de reflexión, de
presuposición, de fundamento, de resultado, de
efectividad, etc.?, desde el punto de vista hegeliano,
¿es la argumentación del Postfacio la Widerrede de
un realismo empírico, que, planteando la exterio-
ridad absoluta de lo real al concepto, de la deter-
minación efectiva al proceso de exposición, desem-
bocaría necesariamente en un formalismo, incluso
en un criticismo idealista indefinidamente reteni-
do en su prefacio?, etc.), nos limitamos en aparien-
cia a indicios «textuales», es porque nos encontra-
mos ahora en el punto en que se juega la relación
del «texto» —en el sentido clásico y estrecho de
esa palabra— y de lo «real», y porque se trata de
los conceptos de texto y de fuera-de-texto, de la
transformación. El nuevo texto que nos retiene y
parece limitarnos, es también el desborde infinito
•de su representación clásica. Ese desborde, esa deli-
mitación, da a reeler la forma de nuestra relación
con la lógica hegeliana y con todo lo que en ella se
resume. La efracción hacia al alteridad radical (la
mirada del concepto filosófico —del concepto) adop-
ta siempre, en la filosofía, la forma del a posteriori
y del empirismo (19). Pero se trata de un efecto de la

18
Se conoce mejor la continuación (El capital, L. I).
Cf. también la. Advertencia de Althusser a la edición Gar-
nier-Flammarion del Capital (1969), sobre todo las pági-
nas 18-23, y. Sollers:, «Lénine et le matérialisme philoso-
phique», en Tel Quel núm. 43.
19
Sobré el empirismo como forma o máscara filosófi-
cas del desbroce heterológico, cf., por ejemplo, l'Ecriture
£t la différence, pp.,224 ss.; De la grammatologie, «L'exor-
reflexión especular de la filosofía que no puede ins-
cribir (comprender) su exterior más que asimilán-
dose la imagen negativa, y la diseminación se escri-
be sobre el reverso —el azogue— de ese espejo. No
sobre su fantasma derrocado. Ni en el orden triá-
dico y simbólico de su sublimación. Se trata de sa-
, ber lo que, escribiéndose bajo la máscara del empi-
r i s m o , derrocando a la especulación, hace también
otra cosa y hace impracticable una detección hege-
Iiana del prefacio. Esta cuestión debe imponer Iec-
íturas prudentes, diferenciadas, lentas, estratifica-
das. Deberá referirse, por ejemplo, al motivo del
«comienzo» en el texto de Marx. Aunque reconozca,
como lo hace Hegel en la gran Lógica, que «en to-
das las ciencias el comienzo es arduo» (Prefacio dé-
la primera edición del Capital. 1867), Marx tiene
una relación muy distinta con la escritura de sus.
introducciones. Lo que ante todo pretende evitar es
la anticipación formal. Hegel también, desde luego.
Pero aquí, el «resuItado« que se espera, el que debe-
preceder y condicionar a la introducción, no es una.
determinación pura del concepto, y menos aún un
«fundamento».
¿Se debe únicamente a que se trata de lo que-
Hegel habría llamado una ciencia particular? ¿Y la
economía política es una ciencia regional? (20).
En cualquier caso, sigue ocurriendo que la for-
ma prefacial no se deja ya con facilidad interiorizar
en la aprioridad lógica del libro y en su Darstellung.

bitant», «question de méthode», pp. 232 ss. (hay ed. en es-


pañol, ed. Siglo XXI), y «La différance», en Théorie d'en-
sembíe, col. Tel Quel, p. 45.
20
Pero es todo el esquema de la subordinación de las-
ciencias, y luego de las ontologías regionales a una onto-
lógica general o fundamental, lo que se encuentra quizá,
aquí barajado. Cf. De la grammatologie, p. 35.
«Los dos primeros capítulos constituyen el
contenido del presente volumen. Tengo ante mis
ojos el conjunto de la documentación en forma
de monografías puestas sobre el papel con largos
intervalos para aclararme yo mismo, y no para
imprimirlas, y cuya elaboración sistemática, de
acuerdo con el plan indicado, dependerá de las
circunstancias.
Suprimo una introducción general (allgemei-
ne Einleitung) que había esbozado porque, des-
pués de reflexionar, me parece que anticipar re-
sultados que primero hay que demostrar sólo
puede resultar enojoso, y el lector que quiera se-
guirme deberá decidirse a pasar de lo singular a
lo general. Por el contrario, creo que algunas in-
dicaciones sobre el curso de mis propios estu-
dios de economía política tienen aquí su lugar
[...] Esos estudios me condujeron particular-
mente por sí mismos a disciplinas que parecían
alejarme de mi propósito y en las que me fue
preciso detenerme durante más o menos tiempo.
Pero lo que sobre todo abrevió el tiempo de que
disponía fue la imperiosa necesidad de hacer un
trabajo remunerador. Mi colaboración que ya
dura ocho años con el New York Tribune...»
(Prefacio a la Crítica de la economía política,
1859).

El desarrollo se halla tan poco regulado de


acuerdo a una ley de inmanencia conceptual, resul-
ta tan poco anticipable, que debe llevar las señales
visibles de sus revisiones, cambios, extensiones, re-
ducciones, anticipaciones parciales, conjunto de no-
tas, etc.- El Prefacio de la primera edición del Capi-
tal (1867), exhibe, precisamente, el trabajo de trans-
formación a que ha sido sometido el «primer plan
de exposición», la heterogeneidad cuantitativa y
cualitativa de los desarrollos, y todo el escenario
histórico en que se inscribe (21).
Así se dibuja el espacio disimétrico de un post-
scriptum a la gran Lógica. Espacio general e infini-
tamente diferenciado. Sin duda tan dependiente en
apariencia y derivado como puede serlo un post-
scriptum, pero fuerza de un no-regreso histórico,
resistente a toda recomprensión circular en la do-
mesticidad anamnésica (Erinnerung) del Logos, re-
cobrando y proclamando la verdad en su habla
plena.
Estamos en un quiasmo desigual. La razón por
la que Hegel descalifica al prefacio (su exterioridad
formal, su precipitación significativa, su textualidad
liberada de la autoridad del sentido o del concepto,
etcétera), ¿cómo no reconocer en ella la denuncia
misma de la escritura, tal como la leemos aquí? El
prefacio resulta entonces necesario y estructural-
mente interminable, ya no se le puede describir en
términos de la dialéctica especulativa: ya no es úni-
camente una forma vacía, un significado vacante,
la empiricidad pura del no-concepto sino una estruc-
21
«La obra cuyo primer volumen entrego al público
es la continuación de un escrito publicado en 1859 con el
título de Crítica de la economía política. Este largo inter-
valo entre las dos publicaciones me ha sido impuesto por
una enfermedad de varios años.
A fin de dar a este libro un complemento necesario he
hecho entrar, resumiéndolo, en el primer capítulo el es-
crito que le había precedido. Es cierto que he juzgado pre-
ciso modificar en este resumen mi primer plan de exposi-
ción (Die Darstellung ist verbessert). Gran número de
puntos, antes simplemente indicados, ahora se desarrollan
ampliamente, mientras que otros, completamente desarro-
llados antes, aquí sólo se indican. La historia de la teoría
del valor y de la moneda, por ejemplo, ha sido descartada,
pero, en cambio, el lector encontrará en las notas del pri-
mer capítulo nuevas fuentes para la historia de esa teoría.
En todas las ciencias el comienzo es arduo (Aller An-
fang ist schwer, gilt in jeder Wissenschaft).»
tura distinta, más poderosa, y que da cuenta de los
efectos de sentido, de concepto, de experiencia, de
realidad, reinscribiéndolos sin que esa operación sea
la inclusión de un «begreifen» ideal. A la inversa, lo
que siempre se le impone a Hegel, de hecho, como
forma de prefacio (ese movimiento por el que el
concepto se anuncia ya, siempre, se precede a sí
mismo de su telos, instala desde siempre al texto
en el elemento de su sentido), ¿no es lo que a nues-
tros ojos lo convierte hoy en arcaico, académico,
contrario a la necesidad del texto, retórica anticua-
da, sospechosa de reducir la cadena de la escritura
a sus efectos de tema o a la formalidad de sus or-
denaciones? Si la diseminación no tiene prefacio,
no es para abrir alguna producción inaugural, algu-
na presentación de sí; muy al contrario, es porque
marca los límites esenciales y comunes de la retó-
rica, del formalismo y del tematismo, así como del
sistema de su intercambio.
Por un lado, se excluye el prefacio, pero hay que
escribirlo: para integrarlo, para borrar de él el texto
en la lógica del concepto que no puede presuponer-
se. Por el otro lado (casi el mismo) se excluye el
prefacio pero se le escribe aún haciéndole funcionar
ya como momento del texto relanzado, como perte-
nencia a una economía textual que ningún concepto
podría anticipar o establecer. «Momento» y «perte-
nencia» no puede pues designar ya aquí a la simple
inclusión en alguna interioridad ideal de la escritu-
ra. Adelantar que no hay fuera-de-texto absoluto,
no es postular;una. inmanencia ideal, la reconstitu-
ción incesante de una relación propia de la escritu-
ra. Ya no se trata de Ja,operación idealista y teoló-
gica que, a la manera hegeliana, suspende y esta-
blece el exterior deí'discurso, del logos, del concep-
• to, de la idea. El texto afirma el exterior, marca el
límite de esa operación especulativa, desconstruye
y reduce a «efectos» todos los predicados mediante
los cuales se apodera la especulación del exterior.
Si no hay nada fuera del texto, eso implica, con la
transformación del concepto de texto en general,
que éste ya no sea el interior cerrado de una inte-
rioridad o de una identidad propia (aunque el mo-
tivo del «exterior a cualquier coste» pueda a veces
presentar un papel tranquilizador: un cierto inte-
rior puede resultar terrible) sino otra disposición
de los efectos de apertura y de cierre.
En los dos casos, el_prefacio es una ficción («He
aquí a Alcidamas cínico, componiendo este prefa-
cio para reir»), Pero en el primero, la ficción está
al servicio del sentido, la verdad es (la verdad) de
la ficción, lo ficticio se ordena en una jerarquía, se
arrastra y se niega a sí mismo como accesorio del
concepto. En el otro caso, fuera de todo mimetolo-
gismo, se afirma como simulacro, desorganiza, desde
el trabajo de ese artificio textual, todas las oposicio-
nes a las que la teleología del libro debía subordi-
narle violentamente.
Tal sería, por ejemplo, el juego del «prefacio
híbrido» o del «prefacio del renegado» en los Can-
tos de Maldoror. Mediante un suplemento de simu-
lacro, el Canto sexto se presenta como cuerpo del
texto efectivo, la operación real de la que los cinco
primeros Cantos no habrían sido más que el prefa-
cio didáctico, la exposición «sintética», el «frontis-
picio», la fachada que se ve desde delante, antes de
toda penetración, el grabado representado en la cu-
bierta del libro, el frontón representativo que entre-
ga por adelantado «la explicación previa de mi poé-
tica futura» y el «enunciado de la tesis».
¿Dónde situar, en el tópico del texto, esa extra-
ña declaración, ese resultado que ya no está en el
prefacio y aún no está en la parte «analítica» que
parece comenzar entonces?

«Los cinco primeros relatos no han sido inú-


tiles; eran el frontispicio de mi obra, el funda-
mento de la construcción, la explicación previa
de mi poética futura: y me debía a mí mismo,
antes de cerrar la maleta y ponerme en camino
para las comarcas de la imaginación, el advertir
a los amantes sinceros de la literatura, mediante
el esbozo rápido de una generalización clara y
precisa, de la finalidad que había resuelto prose-
guir. En consecuencia, mi opinión es que, aho-
ra, la parte sintética de mi obra está completa
y suficientemente parafraseada. Por ella habéis
tenido conocimiento de que me he propuesto ata-
car al hombre y a Aquel que lo creó. ¡Por el mo-
mento, y también después no tenéis necesidad
de saber más! Nuevas consideraciones me pare-
cen ¡superfluas, pues no harían más que repetir,
bajo otra forma más amplia, es verdad, pero
idéntica, el enunciado de la tesis cuyo primer
desarrollo verá el fin de este día. Resulta, por las
observaciones anteriores, que mi intención con-
siste en emprender, desde ahora, la parte analíti-
ca; eso es tan cierto que hace sólo unos minutos
yo expresaba el ardiente deseo de que os encon-
traseis aprisionado en las glándulas sudoríferas
de mi piel para verificar la veracidad de lo que
afirmo, con conocimiento de causa. Es preciso,
lo sé bien, apuntalar con gran número de prue-
bas la argumentación comprendida en mi teore-
ma; ¡pues bien, esas pruebas existen, y sabéis
que yo no ataco a nadie sin tener motivos serios!
Me río a mandíbula batiente...»

Todo eso tiene aún lugar al final de un prefacio,


en el crepúsculo, entre la vida y la muerte, y el
último Canto se elevará aún, al «fin de ese día». Y
será el «primer desarrollo» de una «tesis» enuncia-
da. Recurriendo, para burlarse de ella, a la oposi-
ción de los dos modos de demostración matemática,
el análisis y la síntesis, Lautréamont invierte paró-
dicamente sus lugares y reencuentra, debatiéndose
en él como Descartes las limitaciones y el topos
del «círculo vicioso». El prefacio, modo sintético de
la exposición, discurso de los temas, de las tesis y
de las conclusiones, precede aquí, como siempre, al
texto analítico de la invención que le habrá efectiva-
mente adelantado, pero que no puede, so pena de
resultar ilegible, presentarse o enseñarse a sí mis-
mo. Sin embargo, el prefacio que debe hacer inte-
ligible al texto no podrá a su vez darse a leer más
que después de la travesía efectiva e infinita del ca-
mino pantanoso («camino abrupto y agreste, a tra-
vés de los pantanos desolados de estas páginas
sombrías y llenas de veneno»). No se convertirá en
discurso del método, exposición de la poética, con-
junto de reglas formales, más que después del re-
corrido irruptivo de un método practicado esta vez
como una camino que se abre y se construye a sí
mismo, sin itinerario previo. De donde el artificio
de un prefacio que «no parecerá quizá bastante na-
22
Se pondrá este texto de Descartes en relación con el
Canto sexto, pero también con la distinción, recordada por
el postfacio del Capital, entre procedimiento de investiga-
ción y procedimiento de exposición: «La manera de demos-
trar es doble: una se hace mediante el análisis o resolu-
ción, y otra mediante la síntesis o composición. El aná-
lisis muestra la verdadera vía por la que una cosa ha sido
metódicamente inventada, y hace ver cómo los efectos
dependen de las causas; de suerte que si el lector le quiere
seguir y echar la vista cuidadosamente sobre todo lo que
contiene, no entenderá menos perfectamente la cosa así
demostrada y no la hará menos suya que si él mismo la
hubiese inventado. Pero esta clase de demostración no es
tural» y que en todo caso no será nunca simplemen-
te tachado ( a ). (Se) vuelve a lanzar por el contrario
(a) otro prefacio a una nueva novela:

«No me retractaré de mis palabras; pero con-


tando lo que habré visto, no me será difícil, sin
otra ambición que la verdad, el justificarlas. Hoy,
voy a fabricar una pequeña novela de treinta
apta para convencer a los lectores testarudos o poco aten-
tos: pues si se deja escapar, sin prestar atención, la más
mínima cosa de las que propone, la necesidad de sus con-
clusiones no aparecerá en absoluto. [...] La síntesis, por el
contrario, por una vía muy distinta, y como examinando
las causas por sus efectos (aunque la prueba que contiene
sea a menudo también efectos por sus causas), demuestra
en verdad claramente lo que está contenido en sus conclu-
siones y se sirve de una larga serie de definiciones, de pre-
guntas, de axiomas, de teoremas y de problemas, a fin de
que, si se le niegan algunas conclusiones, haga ver cómo
son conocidas en sus antecedentes y arranque el consen-
timiento al lector, por obstinado y testarudo que pueda
ser; pero no da, como la otra, entera satisfacción a las
mentes de quienes desean aprender, porque no enseña el
método por el que la cosa ha sido inventada.» (Segundas
Respuestas.)
La vía sintética, procedimiento didáctico y prefacio se-
gundo, no se impone, pues, más que para vencer los «pre-
juicios» «a que estamos acostumbrados desde nuestra in-
fancia» (ibid.), «lo cual ha sido la causa de que yo haya
escrito más bien unas Meditaciones que unas disputas o
cuestiones, como hacen los filósofos, o bien teoremas o
problemas, como los geómetras, a fin de testimoniar con
ello que no he escrito más que para quienes deseen hacer
el esfuerzo de meditar conmigo seriamente y considerar
las cosas con atención. [...,] Pero, no obstante [...] trataré
de imitar aquí la síntesis» (ibid.).
AL contrario que las Meditaciones, los Principios siguen,
como es, sabido,. el. orden sintético. Su Prefacio (Carta del
autor a quien ha: traducido el libro,, la cual puede servir de
prefacio) recomienda. q.ue se.lea el libro «primero todo se-
guido como una novela», pero en total tres veces.
23
«Alejandro.. Dumas hijo no hará nunca, nunca ja-
más, un discurso de-reparto de premios en un liceo. No
conoce lo que es la moraL. Esta no transige. Si lo hiciese,
debería previamente tachar de un plumazo todo lo que hasta
ahora ha escrito, empezando, por sus Prefacios absurdos»
(Poésiesj)
páginas; esta medida resultará a continuación
poco más o menos idéntica. Esperando ver pron-
tamente, uno u otro día, la consagración de mis
teorías aceptada por una u otra teoría literaria,
creo haber encontrado por fin, tras algunos tan-
teos, mi fórmula definitiva. Es la mejor: ¡puesto
que se trata de la novela! Este prefacio híbrido
ha sido expuesto de una manera que quizá no
parezca bastante natural, en el sentido de que
sorprende, por así decirlo, al lector, que no ve
con claridad al principio a dónde quiere llevar-
le; pero ese sentimiento de notable estupefacción,
al que deben generalmente buscar escaparse
quienes pasan su tiempo leyendo libros o folle-
tos, he hecho todo lo posible por producirlo. En
efecto, me era imposible no hacerlo, a pesar de
mi buena voluntad: sólo más tarde, cuando ha-
yan aparecido algunas novelas, comprenderéis
mejor el prefacio del renegado, de rostro rene-
grido.
Antes de entrar en materia, encuentro estúpi-
do que sea necesario (pienso que no todos serán
de mi opinión, si me equivoco) que ponga junto
a mí un tintero abierto y algunas hojas de papel.
De ese modo, me será posible empezar, con amor,
por ese sexto canto, la serie de poemas instruc-
tivos que estoy impaciente por producir. ¡Dra-
máticos episodios de una implacable utilidad!
Nuestro héroe advirtió que andando por las ca-
vernas y tomando por refugio a los lugares inac-
cesibles, transgredía las leyes de la lógica, y caía
en un círculo vicioso».

Seguirá la demostración: Maldoror escapa al


círculo saliendo de cierta caverna, del «fondo de mi
querida caverna» (Canto primero), no ya hacia la
luz de la verdad, sino según una topología muy dis-
tinta donde se entremezclan los límites del prefacio
y del texto «principal». Propagando los venenos, re-
construyendo los cuadrados, analizando las piedras
atravesando las columnas, y las rejas horcas y
alambradas de los Cantos de Maldoror, la disemi-
nación desplaza también toda una onto-espeleolo-
gía, otro nombre de la mimetología: no la mimesis,
enigma de un poder temible, sino una interpreta-
ción de la mimesis que desconoce la lógica del do-
ble y de todo lo que fue denominado en otro lugar
24
Las rejas: «En la muralla que servía de valladar al
patio, y situada del lado del oeste, habían sido practicadas
parsimoniosamente diversas aberturas, cerradas por una
ventanilla enrejada.» [...] «A veces, la reja de una ventani-
lla se alzaba rechinando, como gracias al ipipulso ascen-
dente de una mano que violentase la naturaleza del hie-
rro...» [...] «...mientras que él tenía aún la pierna engan-
chada en las torsiones de la reja...» «... al cabo de unos
instantes, llegué ante una ventanilla, cuya reja tenía sóli-
dos barrotes que se entrecruzaban estrechamente. Quise
mirar al interior a través de ese espeso tamiz. Al principio
no pude ver nada...» «...A veces lo intentaba, y mostraba
uno de sus extremos ante el enrejado de la ventanilla.,.»
«¡... Y mi vista se pegaba a la reja con más energía!» (siete
veces). «Ha dicho que había que atarme a una alambra-
da...». Etc.
Las columnas: «Mi palacio magnífico está construido
con murallas de plata, columnas de oro...» «Revolotean en
torno a las columnas, como las ondas espesas de una cabe-
llera negra.» « . . . N o habléis de mi columna vertebral,
pues es una espada.» «Compadeceré al hombre de la co-
lumna.» Etc.
Los cuadrados: «La baba de mi boca cuadrada.» «...Pe-
ro el orden que os rodea, representado sobre todo por la
regularidad perfecta del cuadrado, el amigo de Pitágoras,
es aún mayor.» «... Dos torres enormes se distinguían en el
valle; lo he dicho al principio. Multiplicándolas por dos el
producto era cuatro..., pero no comprendía muy bien la
necesidad de esa operación aritmética.» «... ¡Por eso no
vuelvo a pasar nunca por el valle en que se alzan las dos
unidades del multiplicando!» «...Me arranqué todo un
músculo del brazo izquierdo, porque ya no sabía lo que
me hacía, tan conmovido me hallaba ante ese cuádruple
infortunio. Y yo, que creía que eran materias de excre-
mento.» «...Ese lecho, atrayendo contra su seno a las fa-
cultades agonizantes, no es más que una tumba compuesta
de tablas de pino escuadrado... En fin, cuatro enormes
estacas clavan sobre él colchón a la totalidad de los miem-
suplemento de origen, ensayo indeducible, duplici-
dad sin víspera, etc. («Imaginad que los espejos
(sombras, reflejos, fantasmas, etc.) ya no estén com-
prendidos en la estructura de la ontologia y del
mito de la caverna —que sitúa igualmente a la pan-
talla y al espejo— sino que lo rodeen en totalidad,

bros.» «...Los cuadrados se forman y caen a continuación


para no volver a levantarse.» «... No es menos cierto que
las colgaduras en forma de luna creciente ya no reciben
la expresión de su simetría definitiva en el número cuater-
nario: id a mirar vosotros mismos si no queréis creerme.»
Etcétera.
Las piedras: «La piedra quisiera sustraerse a las leyes
de la gravedad.» «... Tú, coge una piedra y mátala.» «... Co-
gí una gruesa piedra... La piedra subió hasta la altura de
seis iglesias.» «...Cuando ruedo, aislado como una piedra
en medio del camino.» «...Cuando el pastor David dio en
la frente al gigante Goliat con una piedra lanzada por la
honda...» «...la piedra, no puaiendo ya dispersar sus prin-
cipios vivos, se arroja hasta lo alto de los aires, como por
efecto de la pólvora, y cae, clavándose sólidamente en el
suelo. A veces el campesino soñador ve fundirse vertical-
mente en el aire a un aerolito, dirigiéndose, allí abajo, hacia
un campo de maíz. No sabe de dónde viene la piedra. Aho-
ra tenéis, clara y sucinta, la explicación del fenómeno.»
«... Nb se resigna y va a buscar, en el suelo de la miserable
pagoda, un guijarro plano, de corte afilado. Lo lanza al
aire con fuerza... La cadena resulta cortada por el medio,
como la hierba por la hoz, y el instrumento del cuito cae
a tierra, derramando su aceite por las losas...» «... empu-
jando con el pie el granito que no retrocedió, desafié a la
muerte... y me precipité como un adoquín en la boca del
espacio.» «... llegada la noche, con su oscuridad propicia,
se arrojaban cráteres, con la cresta de pórfiro, corrientes
submarinas y dejaban, muy atrás de ellos, el orinal rocoso
en que forcejea el ano estreñido de las cacatúas humanas,
hasta que ya no pudieron distinguir la silueta colgada del
planeta inmundo.» «... Desnudo como una piedra, se arro-
jó sobre el cuerpo de la joven y le quitó el vestido...» «Los
niños la persiguieron a pedradas como si fuese un mirlo.»
«...Lo que me queda por hacer es romper este cristal en
mil pedazos con la ayuda de una piedra...» «...Me había
dormido en el acantilado...» « . . . a esa mujer... para arras-
trarla, con sus tarsos, por los valles y los caminos, sobre
las zarzas y las piedras...» «¿...Sabéis que cuando pienso
en el anillo de hierro escondido bajo la piedra por la mano
de un maníaco un invencible estremecimiento atraviesa
mis cabellos?» «...he ido a recobrar el anillo que habla
produciendo aquí o allá un efecto particular, muy
determinado. Toda la jerarquía que describe la Re
pública, en su caverna y en su línea, se hallaría otra
vez puesta en juego en el teatro de los Números. Sin
ocuparla por entero, el momento platónico habita
la cuarta superficie.»)
enterrado bajo la piedra...» «... Si la muerte detiene la del-
gadez fantástica de los dos brazos que penden de mis
hombros, empeñados en el aplastamiento lúgubre de mi
yeso literario, quiero al menos que el lector apenado pueda
decirse: "Hay que hacerle justicia. Me ha cretinizado mu-
cho".» «¡... la aparición matutina del rítmico amasar de un
saco icosaedro, contra su parapeto calcáreo!» Etc.
Los venenos: «Los pantanos desolados de esas páginas
sombrías y llenas de veneno...» «...mi aliento exhala un
soplo envenenado...» «¡...Con el arma envenenada que me
prestasteis hice bajarse del pedestal, construido por la co-
bardía del hombre, al propio Creador!» «... a falta de una
savia que cumpla las condiciones simultáneas de nutrición
y de ausencia de materias venenosas.» «...El agradecimien-
to había entrado, como un veneno, en el corazón del loco"
coronado.» Etc.
Y si se quisiera más tarde conocer esa red en la forma
de «esto es tal», se pierde prácticamente todo por esperar:
ni pre-facio ni pre-dicado. Piedra de espera, piedra angular,
piedra de tropiezo habrán, desde el pórtico de la Disemina-
ción, pero también antes, proporcionando el tropiezo, difi-
cultando el examen del lector asombrado. ¡Tantas piedras!
¿Pero qué es la piedra, lo pétreo de la piedra? Piedra es el
falo. ¿Es una respuesta? ¿Es decir algo si el falo es la ocul-
tación de la cosa? ¿Y si no ocupando ningún centro, no te-
niendo ningún lugar natural, no siguiendo ningún trayecto
propio, no tiene significación, se sustrae a toda detección
sublimante (Aufhebung), arranca incluso al movimiento de
la sublimación, la relación significan te/significado, a toda
Aufhebung, en un sentido o en otro, siendo finalmente am-
bos el mismo? Y si la «asunción» o la denegación de la cas-
tración se convierten igual de extrañamente en lo mismo,
¿cómo se puede afirmarlo? Entonces lo apotropaico reser-
va aún más de una sorpresa. Resolución par^ releer"en blo-
que, la de Freud y la escena de la escritura, la marcha que
lo abre y cierra, la significación del falo, el análisis breve
de Das Medusenhaupt («Decapitar: castrar). El terror ante
la Medusa es, pues, el terror a la castración en tanto que
está vinculada a la vista.» Freud explica entonces que lo
que en suma se convierte en piedra se convierte por y ante
la cabeza cortada de la medusa, por y ante la .madre en
tanto que ésta deja ver sus órganos genitales. «Si el arte
Pregunta de la diseminación: ¿qué «pasa», se»
ocurre con el «acontecimiento» cuando «yo escri-
•gún qué tiempo, qué espacio, qué estructura, que
bo» «yo pongo junto a mí un tintero abierto y al-
gunas hojas de papel», o «voy a escribir», «he escri-
to»: sobre la escritura, contra la escritura, en la es-
critura; o, también, yo prefacio, escribo a favor o
en contra del prefacio, esto es un prefacio, esto no
es un prefacio? ¿Qué ocurre con esta autografía de
pura ¿érdida y sin firma? ¿Y por qué esta realiza-
ción desplaza tanta fuerza para abstenerse de la
verdad?

da tan a menudo a la cabellera de la Medusa la forma de


serpientes, éstas derivan también del complejo de castra-
ción y es notable que, por mucho terror que ocasionen por
sí mismas, sirvan también para apaciguar el horror, puesto
que reemplazan al pene, cuya falta es la causa del horror
(dessen Fehlen die Ursache des Grauens ist). Una regla téc-
nica: la multiplicación de los símbolos del pene significa la
castración (Vervielfaltigung der Penissymbole bedeutet
Kastration) se halla confirmada aquí. La vista de la cabeza
de Medusa fija en el terror transforma al espectador en
piedra. ¡Mismo origen en el complejo de castración y mis-
ma transformación de afecto! Pues el quedarse fijo (das
Starrwerden) significa la erección y, por lo tanto, la com-
pensación del espectador en la situación original. Tiene aún
un pene, se asegura de su posibilidad de «pararse.» [ . . . ]
Si la cabeza de Medusa reemplaza a la presentación (Dars-
tellung) de los órganos genitales femeninos, o más bien si
aisla su efecto horrorificador de su efecto de goce, pode-
mos recordar que la muestra de los órganos genitales es,
por otra parte, bien conocida como operación apotropaica.
Lo mismo que suscita el horror producirá un efecto seme-
jante sobre el enemigo del que uno se quiere proteger. En
Rabelais también el diablo huye cuando la mujer le mues-
tra su vulva. El miembro erecto del macho funciona tam-
bién como apotropaeon, pero según otro mecanismo. La ex-
hibición del pene —y de todos sus sucedáneos— querrá de-
cir: «No tengo miedo de ti, te desafío, tengo un pene. Es,
pues, otra vía para intimidar al mal espíritu») y el resto.
Lapidariamente, para depositar aquí la cadena infinitamen-
te abierta y vuelta de estas equivalencias: piedra-tumba-
erecto-tiesura-muerte, etc. La diseminación amenazará siem-
pre la significación.
La estructura del artificio describe aquí, como
siempre, una vuelta más.
El Canto sexto rechazaría pues a los Cantos pre-
cedentes hacia el pasado de un prefacio discursivo
(arte poético, metodología, presentación didáctica),
listos no formarían pues parte del texto generador,
del texto a la vez práctico y «analítico». Pero cam-
biando totalmente también, según el mismo juego,
este esquema desplaza a la oposición del pre-texto
-al texto. Complica el límite que pasaría entre el
texto y lo que parece desbordable, bajo la especie
-de lo real. La diseminación inscribe, con una exten-
sión regulada del concepto de texto, otra ley de los
efectos de sentido o de referencia (anterioridad de
la «cosa», realidad, objetividad, esencialidad, exis-
tencia, presencia sensible o inteligible en general,
etcétera), otra relación entre la escritura en el sen-
tido metafísico y su «exterior» (histórico, político,
económico, sexual, etc.). El Canto sexto no es pre-
sentado únicamente como el texto por fin entablado
•del descubrimiento real y analítico, como la escri-
tura de la investigación real. Se da también como
la salida fuera de cierto texto a lo real. Al final del
•Canto quinto, esta efracción, salida arriesgada de
la cabeza fuera de su agujero, de su rincón, es pres-
crita por la secuencia de la araña: «Ya no estamos
en la narración... ¡Ay!, hemos llegado ahora a lo
real...». Instancia a la vez de la muerte y del des-
pertar. Lugar delimitado del prefacio. La salida fue-
ra de la narración se halla no obstante inscrita en el
relato y anuncia la próxima novela. El texto de la
irrupción fuera de lo escrito («Id a verlo vosotros
mismos...») repite uno tras otro, al fin del Canto
sexto, el instante de muerte y el instante de desper-
tar. Volvamos a la araña sin tela {que hilar):
«Cada noche, a la hora en que el sueño ha
llegado a su mayor grado de intensidad, una vie-
ja araña de gran tamaño saca lentamente su ~car
beza de un agujero que está en el suelo, en una
de las intersecciones de los ángulos de la habita-
ción [...] Espera que esta misma noche (¡espe-
rad con él!) verá la última representación de la
inmensa succión; porque su único deseo sería
que el verdugo acabe con su existencia: la muer-
te, y estará contento. Mirad esta araña de gran
tamaño, que saca lentamente su cabeza de un
agujero colocado en el suelo en una de las inter-
secciones de los ángulos de la habitación. No es-
tamos en la narración. Escucha lentamente por
si algún ruido remueve todavía sus mandíbulas
en la atmósfera. ¡Ay!, hemos llegado ahora a la
realidad, en lo que respecta a la tarántula, y,
¡aunque se podría poner una exclamación en ca-
da frase, no es quizá una razón para dejar de
hacerlo!»

Araña saliendo «de las profundidades de su


nido», punto testarudo que no transcribe ninguna
exclamación dictada sino que lleva a cabo intransiti-
vamente su propia escritura (leeréis en ella mucho
más tarde la figura invertida de la castración), el
texto sale de su agujero y deja al descubierto su
amenaza: pasa, de golpe, al texto «real» y a lo real
«fuera-de-texto». En el tejido general de los Cantos
(aquí leéis un escrito y todo eso (se) produce (en)
un texto), dos exterioridades heterogéneas una a
otra parecen sucederse, reemplazarse, pero acaban
por cubrir todo el campo con señales.
La puesta en escena de un título, de un incipit,
de un exergo, de un pretexto, de un «prefacio», de
un solo germen, no será nunca un comienzo. Estaba
indefinidamente dispersa.
Así se fractura el triángulo de los textos.

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