Campos Pedrosa Ana TFG Psicologa
Campos Pedrosa Ana TFG Psicologa
Campos Pedrosa Ana TFG Psicologa
UNIVERSIDAD DE JAÉN
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Aplicación de la Terapia
de Aceptación y
Compromiso (ACT) al
duelo
Julio, 2017
ÍNDICE
1. INTRODUCCIÓN ....................................................................................................... 3
4. CONCLUSIONES ..................................................................................................... 23
1
RESUMEN
A lo largo de la vida todas las personas sufren la pérdida de algún ser querido y,
aunque en la mayoría de los casos el duelo se logra superar con el tiempo, en otras
ocasiones se vuelve complicado y es necesario la ayuda psicológica. El objetivo de este
trabajo se ha basado en la revisión de los distintos modelos y manifestaciones que se
producen durante el proceso de la pérdida, así como el análisis de la evolución que han
presentado las terapias de conducta. A pesar de que este proceso ha sido investigado desde
múltiples perspectivas psicológicas apenas se han realizado análisis desde las terapias de
tercera generación; por ello, en este estudio se ha llevado a cabo una revisión de la Terapia
de Aceptación y Compromiso (ACT), proponiendo además una intervención para el caso
del duelo.
ABSTRACT
Throughout the life all the people suffer the loss of some loved one and, although
in the majority of cases the mourning is managed to overcome with the time, in other
occasions becomes complicated and the psychological aid is necessary. The objective of
this study was based on the review of the different models and manifestations that occur
during the loss process, as well as the analysis of the evolution of behavioral therapies.
Although this process has been investigated from multiple psychological perspectives,
there has been scarcely any analysis since third generation therapies; Therefore, in this
study, a review of the Acceptance and Commitment Therapy (ACT) has been carried out,
also proposing an intervention for the case of mourning.
KEY WORDS: grief, Acceptance and Commitment Therapy (ACT), loss, experiential
avoidance.
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1. INTRODUCCIÓN
A lo largo de la vida, todos los humanos sufren el duelo por la pérdida de algún
ser querido y esta experiencia conlleva un sufrimiento casi inevitable. A pesar de la
dificultad emocional que conlleva una pérdida, en la mayoría de los casos las personas
afrontan un proceso de duelo “normal” en el que gradualmente se va aceptando la pérdida,
y que en algunos casos supone incluso una oportunidad de crecimiento personal (Gil-
Juliá, Bellver y Ballester, 2008 y Howarth, 2011).
La pérdida es un fenómeno universal pero la forma de responder ante ella puede
ser muy diferente, encontrándose distintos grados de manifestaciones de dolor y distintos
niveles de duración, además de diversos rangos de manifestaciones que pueden ir desde
la depresión a la rabia o la evitación (Howarth, 2011).
Desde siempre, para poder superar una pérdida se ha realizado la elaboración del
duelo, y para ello la gente se ha apoyado en los recursos y los medios de los que disponían
en cada momento, como la familia y los amigos. En la actualidad, aunque la mayoría de
las personas afrontan el duelo de manera saludable y sin ningún tipo de complicación,
existen una amplia gama de medios y terapias diferentes para poder afrontarlo cuando
este se complica; haciendo además que este tema suscite un gran interés por parte de los
profesionales que tratan temas relacionados con la muerte y, con ello, aumentando la
inquietud por el tema del duelo (Worden, 2016).
A lo largo de esta revisión bibliográfica, se analizará el duelo describiendo sus
principales manifestaciones y modelos explicativos, así como algunas de las
intervenciones más habituales que se han llevado a cabo para el trastorno por duelo. Por
último, se llevará a cabo una propuesta de intervención desde el enfoque de la Terapia de
Aceptación y Compromiso (ACT).
La palabra “duelo” proviene del término latino “dolus” que significa dolor (Gil-
Juliá, Bellver y Ballester, 2008). A pesar de ser un tema que ha sido estudiado de manera
extensa aún no hay acuerdo sobre una definición exacta de duelo.
Echeburúa (2005) define el duelo como:
“El conjunto de reacciones de tipo físico, emocional y social que se producen por el
fallecimiento de una persona próxima y que pueden oscilar desde un sentimiento
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transitorio de tristeza hasta una sensación de desgarro y desolación completa que, en los
casos más graves, puede durar años e incluso toda la vida. (p.340)”
Por otro lado, autores como Brown y Goodman (2005) definen el duelo como:
“La experiencia de haber perdido a un ser querido hasta la muerte. La expresión del duelo
se manifiesta a través del dolor en forma de reacciones emocionales, psicológicas,
cognitivas y conductuales y mostrando el luto como la práctica cultural a través de la cual
se expresan el duelo y la aflicción. (p.248)”
Según lo anterior, Bayés (2001) considera que los componentes que se presentan
ante duelo normal serían:
a) Una reacción universal ante la pérdida debido a que en todas las culturas se
manifiesta aunque se presente de forma diferente.
b) Sufrimiento expresado en forma de comportamientos activos o pasivos.
c) Posible afectación negativa a la salud de quien lo padece.
Otros autores como Worden (2016) proponen una lista de conductas normales que
se suelen dar en el duelo. Este autor los divide en cuatro categorías: sentimientos,
sensaciones físicas, cogniciones y conductas:
a) En sentimientos incluye aquellos como la tristeza, la ira, la culpa y el
remordimiento, la ansiedad, la soledad, la fatiga, el desamparo, el shock, la
añoranza, la emancipación, o incluso el alivio o la insensibilidad.
b) Con respecto a las sensaciones físicas que se producen destaca algunas tan
variadas como el vacío en el estómago, la opresión torácica o en la garganta,
la hipersensibilidad al ruido, la sensación de despersonalización, la falta de
aliento, la debilidad muscular, la apatía o la sequedad bucal.
c) Pasando a los pensamientos o cogniciones destaca la incredulidad, la
confusión, la preocupación, la sensación de presencia, o las alucinaciones.
d) Con respecto a las conductas más frecuentes que suelen darse, este autor
destaca los trastornos del sueño, de alimentación, conductas distraídas,
retraimiento, sueños con el fallecido, evitación de recuerdos del fallecido,
búsqueda y llamadas en voz alta, suspiros, hiperactividad y agitación, lloros,
visitas a lugares que frecuentaba el fallecido, o atesoramiento de objetos que
recuerden a la persona fallecida.
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Naturalmente una persona no manifestará todas estas reacciones, pero es necesario
que se conozca el amplio abanico de manifestaciones para así no patologizar conductas
que se pueden considerar normales durante el proceso de duelo (Worden, 2016).
Con respecto a las distintas fases o etapas que atraviesan las personas que se
encuentran en un proceso de duelo, existe una gran variedad de clasificaciones según el
autor que tomemos por referencia. Según Kübler-Ross (1989) (citado por Gala León et
al., 2002, p. 45) las reacciones que se producen durante el proceso de duelo serían:
a) Embotamiento mental. Esta fase se caracteriza por la presencia de conductas
que se realizan de forma automática y por la incapacidad de tomar conciencia
sobre la realidad.
b) Anhelo y búsqueda del referente perdido. Esta etapa se caracteriza por la
presencia de sentimientos de culpa, ansiedad, depresión y/o injusticia.
c) Desorganización y desesperación. Caracterizada por la ruptura de los
esquemas habituales que solía presentar el sujeto y por una tendencia a
abandonarse.
d) Reorganización. Esta fase aparece una vez que se superan las anteriores y se
caracteriza por la vuelta a llevar una rutina sobre la propia existencia.
Otro autor que ha investigado sobre el tema del duelo es Bowlby (1993). Las
etapas o fases que el autor diferencia serían:
a) Fase de aturdimiento o etapa de shock. Esta etapa destaca por el aturdimiento
o la incredulidad que se presenta ante la pérdida. Las reacciones de las
personas en esta fase pueden variar dependiendo de cada individuo
encontrándose actitudes de incredulidad o, por el contrario, parálisis o
inaccesibilidad. El shock es una respuesta adaptativa y un mecanismo
protector que permite dar a las personas tiempo para asimilar la información
recibida.
b) Fase de anhelo y búsqueda. Esta fase tiene lugar una vez se toma conciencia
de la pérdida y se caracteriza por la necesidad de encuentro con la persona
fallecida. Las reacciones de quienes lo sufren son irritabilidad o inquietud lo
que puede derivar en baja autoestima, pérdida de seguridad sobre uno mismo
o incluso autorreproches.
c) Fase de desorganización y desesperación. Esta etapa se caracteriza por los
sentimientos depresivos y la apatía. Lo más destacable en esta fase es la
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asimilación por parte de la persona que sufre el duelo del no retorno del
fallecido que se expresa en forma de llanto incontrolado debido al vacío que
siente.
d) Fase de reorganización. En esta fase el individuo va rehaciendo su vida y el
duelo va estableciendo nuevos vínculos.
Bowlby (1993) considera que estas etapas no siguen una secuencia fija, lo que
significa que no existe un corte claro entre cada una, pudiendo incluso existir
fluctuaciones entre ellas.
Otros autores como Worden (2016) consideran que en lugar de fases sería más
correcto hablar de tareas a la hora de explicar las etapas por las que atraviesa un sujeto
que presenta duelo. Así distingue entre: a) aceptar la pérdida, b) trabajar las emociones y
el dolor de la pérdida, c) adaptarse a un medio en el que el ser querido está ausente y d)
recolocar emocionalmente al fallecido para así volver a llevar la vida como antes del
fallecimiento.
Ante estas fases, que pueden desembocar en un duelo complicado, las terapias y
las ayudas que se necesitan deben adaptarse al momento presente (Worden, 2016). Como
se ha mencionado anteriormente, la elaboración del propio duelo comienza cuando se
toma conciencia de la pérdida. Según algunos autores, el trabajo debe comenzar incluso
antes de que se produzca el fallecimiento (Gil-Juliá, Bellver y Ballester, 2008) e irá
destinado a la prevención de un posterior duelo complicado. Estos autores proponen las
acciones principales sobre las que se debe trabajar:
a) Identificar las necesidades, dificultades, preocupaciones y temores de la
familia para aliviarlos o suprimirlos.
b) Evaluar y potenciar los recursos de la familia para que se pueda llevar a cabo
un adecuado control emocional.
c) Valorar los factores de riesgo y prevenir las posibles complicaciones
ofreciendo alternativas.
d) Proporcionar información a los familiares.
e) Ayudar a aceptar el futuro próximo del enfermo.
f) Mostrar una buena comunicación, tanto verbal como no vernal, con el fin de
facilitar las relaciones familiares y la despedida con el ser querido.
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aquellos familiares que presenten mayor riesgo de sufrir un duelo patológico (Gil-Juliá,
Bellver y Ballester, 2008). Para ello las principales medidas de prevención que se podrían
tomar después del fallecimiento son:
a) Utilizar técnicas que faciliten la interiorización de que la realidad de la
muerte.
b) Informar sobre el proceso del duelo.
c) Clarificar las circunstancias de la muerte.
d) Reforzar la expresión de sentimientos, pensamientos y emociones.
e) Reforzar el apoyo social mostrado por el entorno.
f) Ayudar en la búsqueda del sentido y de la muerte.
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factores de estrés y, en concreto, dentro del apartado otro trastorno relacionados con
traumas y factores de estrés especificado (APA, 2013). Esta última categoría se aplica a
aquellas situaciones en las que aparecen predominantemente los síntomas de un trastorno
relacionado con traumas y factores de estrés, que causan un malestar clínicamente
significativo o que provoca deterioro social, laboral o en otras áreas importantes del
funcionamiento; pero que no llega a cumplir con todos los criterios de los trastornos de
la categoría de los trastornos relacionados con traumas y factores de estrés, y se utiliza en
aquellas situaciones en las que se quiere comunicar el motivo específico por el que no se
cumplen todos los criterios de ningún trastorno relacionado con traumas y factores de
estrés específico (APA, 2013).
Otro tema importante a la hora de tratar el duelo son los factores de riesgo que
pueden desembocar en que el duelo se vuelva complicado. Según Lacasta y Soler (2004)
los principales factores de riesgo a la hora de sufrir el duelo patológico serían:
a) Factores personales tales como la juventud o ancianidad del doliente, ciertos
problemas tanto de salud física como mental, depresión, culpabilidad por la
muerte, o incluso duelos anteriores no resueltos.
b) Factores relacionales como la pérdida de un familiar querido, dependencia
hacia el fallecido, relaciones conflictivas u hostilidad.
c) Factores circunstanciales como la pérdida súbita, accidentes, suicidios o
recuerdos dolorosos, entre otros.
d) Factores sociales como un bajo nivel socioeconómico, falta de apoyo familiar,
responsabilidad del cuidado de hijos o posibles proyectos truncados.
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Kitamura, 2002). En los casos en los que esto no sucede puede que las reacciones que se
producen ante el duelo se cronifiquen y provoquen un deterioro significativo en las áreas
sociales del individuo que lo padece.
En la actualidad, las investigaciones que se han llevado a cabo sobre cuáles deben
ser los tratamientos más adecuados para este tipo de trastorno ha sido escasa, y los
resultados encontrados en las que se han realizado no clarifican cuáles son las terapias
más adecuadas (Jacobs y Prigerson, 2000).
La terapia más extendida es la de tipo cognitivo-conductual y, por supuesto,
también ha sido utilizada en el caso de tratamiento para abordar aspectos del dolor y la
pérdida (Mathews y Marwit, 2004). Se ha observado que este tipo de terapia ayuda a la
identificación y, al mismo tiempo, al cambio de los pensamientos y conductas que no son
adaptativos y es lo que algunos investigadores consideran que es el principal generador
del dolor (Jacobs y Prigerson, 2000).
Se trata de una terapia estructurada orientada hacia el problema, donde el elemento
central se basaría en la identificación de aquellos pensamientos o cogniciones
distorsionados que presentan los pacientes y que, haciendo uso de las técnicas apropiadas,
ayudarían al paciente a evaluar sus propios pensamientos, cuestionarlos y generar otros
nuevos más ajustados a la realidad (Caro, 2002). Según Beck (2006), el principal fin de
la terapia debe ir dirigido al control de los pensamientos y cogniciones automáticos
negativos, y al conocimiento de la relación existente entre las cogniciones, el afecto y la
conducta, de forma que se logre entender que el control de los pensamientos será el
responsable del control de la conducta. Algunas de las técnicas que se emplearían
incluirían procedimientos conductuales como relajación, exposición o manejo de
contingencias; así como procedimientos cognitivos tales como la reestructuración
cognitiva o la parada de pensamiento con el fin de modificar los pensamientos
automáticos negativos.
La forma en que se puede aplicar este tipo de terapia puede ser tanto individual,
como grupal y/o familiar o incluso usando la combinación de ambas técnicas (Echeburúa
y Herrán, 2007). Cada una de estas técnicas lleva unas ventajas asociadas. Así, por
ejemplo, la terapia individual ayuda a que la intervención sea más personalizada
pudiéndose adaptar a las necesidades de cada individuo (Barreto y Soler, 2004). Por otro
lado la terapia de tipo grupal o familiar posee la ventaja de poder trabajar a través del
apoyo social y, con ello, poder expresar los sentimientos y emociones que sufren las
personas por un proceso de duelo, así como ofrecer modelos entre personas que sienten
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el mismo sufrimiento (Barreto y Soler, 2004). La forma de aplicación del tratamiento
dependerá de las posibilidades que ofrezcan las personas que reciban la terapia.
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y la terapia cognitiva de la depresión de Beck. El éxito de estas terapias radicó en la
evaluación de sus resultados que venía demandando la terapia de conducta, y en el cambio
hacia un enfoque más cognitivo especialmente valorado en la época (Pérez Álvarez,
2006a).
La base científica sobre la que asentó la psicología de esta nueva generación fue
la metáfora del procesamiento de la información (además de la psicología del aprendizaje
que permanecería de la primera generación). El guión que se seguía en la psicología del
aprendizaje (Estimulo-Respuesta-Consecuencias) cambia en la segunda generación a
través de la metáfora del procesamiento de la información, en el que el esquema seguido
sería: Input-Output (I-O), tomado del cognitivismo (Pérez Álvarez, 2004).
La terapia cognitivo-conductual de la segunda generación entiende que los
pensamientos y cogniciones son los causantes de los problemas tanto emocionales como
conductuales y, además, cada trastorno tiene una condición ‘cognitiva específica’ que los
provoca (Pérez Álvarez, 2008).
Pero en la terapia cognitivo-conductual no todo son ventajas. Los principales
problemas que presenta la terapia cognitivo-conductual son la limitación debido a la
estandarización a los casos y la dudosa eficacia de la técnica por la parte cognitiva (como
se ha mostrado con la terapia de activación conductual) (González Pardo y Pérez Álvarez,
2007).
Como solución a los inconvenientes que presentan las terapias tanto de primera
como de segunda generación, surgen un nuevo grupo de terapias con el fin de solventar
estos problemas. Estas terapias son conocidas con el nombre de “terapias contextuales” o
“terapias de conducta de tercera generación”. Se trata de una serie de tratamientos que
surgen en la década de 1990. Las terapias más conocidas que se encuentran dentro de este
grupo serían: la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) propuesta por Steven C.
Hayes, Kirk D. Strosahl y Kelly Wilson, la Psicoterapia Analítica Funcional cuyos
autores de referencia son Robert Kohlenberg y Mavis Tsai (ambas con un origen
conductual), y la Terapia de Conducta Dialéctica cuya autora de referencia es Marsha
Linehan. Además de estas también destacan la Terapia Conductual Integrada de Pareja,
la Terapia de Activación Conductual, la Terapia Cognitiva basada en Mindfulness y la
Terapia Cognitiva con base en la persona para las Psicosis, entre otras (Pérez Álvarez,
2008).
Todas las terapias que se han mencionado tienen el elemento común de presentar
una perspectiva funcional y contextual de los trastornos psicológicos, lo que también se
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conoce con el nombre de contextualismo funcional. Este contextualismo funcional se basa
en el estudio de los sucesos psicológicos de manera que se centra en las relaciones que se
producen entre la persona y el contexto, y tomando como referencia su historia y las
circunstancias actuales (Pérez Álvarez, 2008).
Las terapias contextuales o de tercera generación presentan una serie de
características particulares entre ellas destacan (Pérez Álvarez, 2008):
a) El trastorno se explicaría en términos interactivos, funcionales y contextuales;
a diferencia de los demás tipos de terapias que lo explican como algo
“defectuoso” dentro del propio individuo, es decir, las terapias contextuales
explicarían el trastorno basándose en la historia y las circunstancias de quien
los sufre.
b) El modelo contextual de psicoterapia supone que el problema tiene que ver
con la persona en sus relaciones con la conducta de los demás y con su propia
conducta.
c) El modelo contextual de terapia se basa en dos grandes principios
terapéuticos: la aceptación y la activación. La aceptación se basa en el acto
de aceptar las experiencias que antes se intentaba eliminar. Por otro lado, la
activación consiste en reorientar y en actuar en dirección a las cosas que
importan para poder así cambiar las circunstancias que mantenían el
problema.
d) Por último, el modelo contextual de psicoterapia mide su eficacia a través de
los logros personales conseguidos siguiendo la dirección de los valores en los
distintos dominios en los que la persona presenta un problema, y no se tiene
tanto en cuenta la reducción de los síntomas negativos que la persona pueda
experimentar.
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Según Pérez Álvarez (2008), la ACT “propone a los clientes de la terapia aceptar
y experimentar los eventos privados sin someterlos a ‘juicios valorativos’, a la vez que
les propone perseguir los valores y objetivos relevantes para su vida (p.10)”. Según esta
definición, la ACT se centraría en la aceptación de los síntomas y en la orientación hacia
objetivos que valgan la pena, a pesar de las experiencias sufridas y los síntomas
experimentados. Esta característica es la clara diferencia que presenta frente a las terapias
cognitivo-conductuales tradicionales (Pérez Álvarez, 2008).
Según Luciano, Valdivia, Gutiérrez y Páez-Blarrina (2006), las principales
características de la ACT son:
a) Se parte de un marco que toma por referencia las ventajas y los inconvenientes
de la condición humana.
b) Se mantiene una idea contextual-funcional, es decir, asume el posible impacto
que pueden tener las contingencias.
c) Mantiene una coherencia con el modelo funcional sobre la cognición y el
lenguaje (Teoría del Marco Relacional).
d) El concepto funcional de la evitación experiencial toma un papel central en
esta nueva perspectiva psicopatológica.
e) Destaca la importancia entre la investigación, la psicopatología y los métodos
clínicos con el fin de buscar la prevención de los trastornos psicológicos.
Por su parte Pérez Álvarez (2008) resume en dos las principales aportaciones de
la ACT de la siguiente forma:
a) La identificación del “trastorno de evitación experiencial”, común en la
mayoría de los trastornos.
b) El principal objetivo terapéutico se basará en la aceptación y el compromiso
para actuar.
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es la falta de aceptación por parte del que lo sufre de ciertos contenidos psicológicos. Las
personas se comportan de distintas formas para alterar la frecuencia o la manera de
expresar estas experiencias (Wilson y Luciano, 2002). Este patrón de comportamiento
puede resultar eficaz a corto plazo, pero a largo plazo se convertiría en crónico, limitando
la vida de la persona que lo padece. Este tipo de patrón conductual se refuerza
negativamente cada vez que se elude el pensamiento o la cognición que le provoca el
malestar; y también positivamente, pues resulta un patrón de conducta coherente, es decir,
la persona está convencida de hacer lo correcto (Pérez Álvarez, 2008). Muchos de los
trastornos, a pesar de ser muy diferentes entre sí, presentan un foco común: la evitación
experiencial que se convierte en problema, más que en solución (Pérez Álvarez, 2008).
Como ya se ha mencionado, la ACT se puede aplicar en multitud de trastornos
sobre todo a aquellos que presentan una base evitativa disfuncional, es por ello que uno
de los principios fundamentales de esta terapia sea el auto-distanciamiento comprensivo,
es decir, la aceptación de las experiencias que se intentan evitar pero que no desaparecen.
Además, por otro lado, otro de los objetivos fundamentales debe ser el compromiso de
actuar conforme a los valores, aquello que es realmente importante para la vida de cada
persona. La aceptación se basa en estar abierto ante ciertas conductas que se preferirían
no tener, pero que no se pueden evitar. No se trata de un estado de resignación, ni
sumisión; sino en el compromiso o activación hacia una dirección positiva (Pérez
Álvarez, 2008).
La ACT se debe entender como la ruptura con los repertorios que el cliente tiene
preestablecidos, dando lugar a una ‘desesperanza creativa’, lo que sitúa al sujeto con otra
perspectiva diferente frente al problema, dando así oportunidad a nuevas soluciones y
oportunidades que hasta ahora no se habían considerado.
La ACT se considera una terapia compleja debido a que su comprensión se debe
traducir en el análisis funcional de todos los síntomas, quejas o problemas presentados
por los clientes. La dificultad radica en ser capaces de analizar los síntomas que se
producen en los trastornos psicológicos de manera diferente a como normalmente son
asumidos por la gente (Pérez Álvarez, 2008). A pesar de esto, si se siguen los principios
de aceptación y activación (ya mencionados), se podría llevar a cabo la terapia de forma
sencilla.
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La ACT y su aplicación al duelo
Aunque la ACT es una terapia, que como ya se ha mencionado, ofrece una gran
flexibilidad y se puede aplicar a múltiples problemas, al ser una terapia relativamente
novedosa no contamos con evidencia empírica acerca de su aplicación a todos los
trastornos psicológicos. En el caso del duelo la evidencia es escasa. Una de las pocas
aplicaciones de ACT en duelo fue la llevada a cabo por Luciano y Cabello (2001), en la
que se aplicó la ACT a un hombre de 55 años que presentaba trastorno por duelo con
evitación experiencial debido al fallecimiento de su hijo. Como la muerte de un ser
querido es un evento no controlable, la única forma posible de superación es la integración
de la realidad; la evitación solo supondría un elemento perjudicial, ya que los intentos por
modificar los pensamientos o recuerdos supondrían una limitación a largo plazo, lo que
llevaría a un sufrimiento mayor (Luciano y Cabello, 2001).
El trastorno por duelo podría considerarse como una forma de evitación
experiencial, debido a que si se quiere eludir la aceptación del fallecimiento de un ser
querido, podría suponer una condición psicológicamente perjudicial para el individuo que
lo sufre, ya que este tipo de eventos no son susceptibles a ningún tipo de cambio (Luciano
y Cabello, 2001). Es más, la evitación de los eventos privados ligados a este hecho llevaría
a una exacerbación de los síntomas y al alejamiento de los valores personales. En el caso
que se describe, aparece la aplicación de la ACT junto con la inclusión de ciertos
elementos de Psicoterapia Analítica Funcional (FAP). La ACT pretende la modificación
de las funciones aversivas de los eventos verbales y, por último, otorga una gran
importancia a los valores del cliente a la hora de marcar la dirección que se sigue en el
tratamiento (Luciano y Cabello, 2001).
La muerte de un ser querido supone que aparezcan numerosos eventos negativos
con funciones aversivas, tanto de forma directa como a través del lenguaje o las
cogniciones y pensamientos relativos al fallecido (Luciano y Cabello, 2001). La solución
a esto, desde la perspectiva del doliente, pasaría por conseguir un control de los mismos,
para acabar así con este sufrimiento (Hayes y Hayes, 1992, citado por Luciano y Cabello,
2001, p. 403).
Por todo lo anterior el sujeto pone en marcha estrategias para evitar y/o controlar
situaciones o pensamientos que le hacen sentir mal. Estos intentos de evitación acaban
convirtiéndose en el problema. Si a todo esto se suma la permisividad del ambiente del
individuo, el problema se volverá mayor y más incontrolable (Luciano y Cabello, 2001).
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Estos intentos de evitación se convierten en un problema a largo plazo por varias
razones (Hayes, Strosahl y Wilson, 1999):
a) Por la imposibilidad de variación de algunos eventos, en los que cualquier
intentos por hacerlo se consideraría inútil.
b) Cuando se intentar evitar estas cogniciones se ponen en marcha las funciones
aversivas, dando lugar a la activación de lo que se pretende evitar.
c) Todas las actuaciones que se encaminan a la evitación producen un descenso
de aspectos importantes en la vida del cliente como las relaciones familiares,
las relaciones sociales, el trabajo, la salud o el ocio.
Todo lo anterior se pudo llevar a cabo gracias a los valores personales que poseía
el cliente que hacían que su vida se orientara en una dirección capaz de superar el
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problema, a pesar de que en algunos momentos de la terapia se le expusiera a situaciones
que, en otras circunstancias, hubiera evitado. El objetivo de la exposición al propio
“dolor” tiene como principal fin el alivio del malestar (Hayes, Stosahl y Wilson, 1999).
Por otro lado, todos los elementos que se incluyeron dentro de la terapia deben
entenderse dentro de la dirección marcada por la vida del cliente, ya que este es el punto
de partida que toma la ACT (Luciano y Cabello, 2001). El uso de metáforas y paradojas
facilitó que se produjeran cambios en las respuestas de evitación ante situaciones difíciles,
y fue especialmente útil en este caso en el que los intentos previos de reducir o aliviar los
síntomas problemáticos no habían dado resultado (Luciano y Cabello, 2001).
3.1. Participantes
La intervención basada en ACT que se llevará a cabo irá dirigida a grupos de entre
5-6 personas. Los criterios de inclusión que deben cumplir estas personas para participar
en el grupo serán:
a) Haber sufrido la pérdida de algún ser querido entre los últimos 6 meses a 3
años.
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b) Persistencia de más de 6 meses de sintomatología depresiva (lloros, quejas,
anhedonia, desesperanza, evitación de relaciones sociales, etc.), así como
dificultades de funcionamiento personal y en las relaciones sociales.
c) Ser mayor de 18 años.
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estable. El instrumento está compuesto por 40 ítems, de los cuales 20 miden
la ansiedad como estado y los otros 20 la ansiedad como rasgo. El sistema de
respuesta que se emplea es una escala tipo Likert de 4 puntos según la
intensidad (0 corresponde a casi nunca/nada y 3 a mucho/casi siempre). La
puntuación en las subescalas oscila entre 0 a 60 puntos (Fonseca-Pedrero,
Paino, Sierra-Baigrie, Lemos-Giráldez y Muñiz, 2012).
d) Inventario de Experiencias de Duelo (IED) (Sanders, et al., 1977. Adaptación
española García-García, Landa Petralanda, Trigueros Manzano y Gaminde
Inda, 2001). El objetivo de este test es evaluar las áreas emocionales,
somáticas y relacionales del cliente. Está compuesto por 135 ítems que, a su
vez, se dividen en 18 subescalas: 3 de validez (Negación, Respuestas Atípicas
y Deseabilidad Social); 9 clínicas (Desesperanza, Enfado, Culpa, Aislamiento
Social, Pérdida de Control, Rumiación, Despersonalización, Somatización y
Ansiedad ante la Muerte), y 6 experimentales (Alteraciones del Sueño,
Pérdida de Apetito, Pérdida de Energía, Síntomas Físicos,
Optimismo/Desesperanza y Dependencia). El formato de respuesta es
dicotómico (verdadero/falso).
3.3. Recursos
Los recursos que se necesitarían para poder llevar a cabo la intervención son:
a) Un/a terapeuta profesional graduado/a en Psicología y con formación
específica en intervención psicológica que desarrollará las funciones de
terapeuta. El/la facultativo/a deberá de contar con formación y experiencia
previa en ACT. Se le formará en la aplicación específica del duelo.
b) Un espacio para poder llevar a cabo el tratamiento que contará con dos áreas
diferenciadas: una destinada a la aplicación de las sesiones grupales, y otra
distinta para la aplicación de las sesiones individuales.
c) Por último, los instrumentos de evaluación, ya mencionados, y material
fungible (lápiz, goma,…) que permitan a los sujetos que formarían parte de
la intervención rellenar los cuestionarios.
3.4. Procedimiento
Contactaremos con las asociaciones que trabajan con personas en duelo, así como
con los centros de salud y hospitales de Jaén para ofrecer el servicio. A las personas
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interesadas se les administrará un cuestionario con información sociodemográfica y de
síntomas para ver si cumplen con los criterios de inclusión, además de los cuestionarios
antes citados. A los participantes que cumplan con los criterios de inclusión se les
agrupara en grupos de no más de 6 personas, y se procederá a llevar a cabo la intervención.
Las sesiones, que tendrían una duración aproximada de 90 minutos, se realizarían
semanalmente durante 7 semanas. A continuación se presenta una breve descripción de
las sesiones de intervención:
Sesión 1: se realizará de manera individual e irá destinada al análisis de la
experiencia de cada paciente en relación a la pérdida y a realizar un análisis
funcional de cada caso particular desde el punto de vista de la ACT. Además,
se llevará a cabo una clarificación de las trayectorias para cada individuo.
Para terminar esta sesión se tratará de establecer un contexto adecuado para
la terapia, proponiendo el modelo terapéutico de ACT. Para poder llevarlo a
cabo de manera adecuada se presentará la metáfora del “vaso sucio”, con la
que se tratará de hacer ver al paciente que si se hace un buen trabajo habrá
malestar, pero debe entender que es parte del proceso de “limpiar el vaso”
(Wilson y Luciano, 2002).
Sesión 2: esta sesión se llevará a cabo en formato grupal. Al inicio de la sesión
se realizará la presentación de los integrantes del grupo con el fin de fomentar
la cohesión del mismo y poder destacar también el valor del grupo como un
contexto en el que intercambiar experiencias y dar y recibir apoyo. Por otro
lado, se retomarán algunos de los aspectos con los que se trabajaron en la
primera sesión y se introducirán las metáforas del “polígrafo” y “el elefante
rosa” para empezar a revisar la agenda del control personal. La metáfora del
“polígrafo” se utilizará para que el sujeto tome conciencia de que cuando
intenta controlar sus emociones y quiere dejar de experimentar cualquier
sentimiento (p.e, la ansiedad), éste se hace más presente (Wilson y Luciano,
2002). Por otro lado, con la metáfora del “elefante rosa” se pretende socavar
los intentos de control de los pensamientos (Wilson y Luciano, 2002).
Sesión 3: esta sesión se realizará en formato grupal y el objetivo de la misma
será clarificar los valores personales para que los sujetos puedan dirigir su
vida y así tratar de centrarse en los aspectos importantes. Para ello se hará uso
de la “metáfora del jardín”, que será el elemento central de la sesión. Esta
metáfora propone a los sujetos que imaginen que son jardineros y que están
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al cuidado de un jardín, el jardín de su vida. Se les preguntará por cómo están
cuidando su jardín, o lo que es lo mismo, cómo están llevando su vida.
Probablemente lleven un tiempo centrados en las malas hierbas, esto es
pensamientos y sentimientos dolorosos. Pero cuanto más se centran en estas
hierbas, paradójicamente más hierbas hay. Y además se está olvidando del
cuidado del resto de plantas del jardín (Wilson y Luciano, 2002). Se trabajará
la clarificación de valores en los diferentes ámbitos: familiar, social y laboral,
y se definirán trayectorias valiosas, objetivos y acciones al servicio de los
valores personales. Al final de la sesión se aclararán las posibles dudas.
Sesión 4: esta sesión también se realizaría de forma grupal, y se dedicará a
trabajar las habilidades necesarias para estar en el momento presente.
Consistirá en enseñar a los participantes a pasar del estado mental de
resolución de los problemas al estado mental de contemplación. Se utilizarán
técnicas de mindfulness, con el fin de ayudar a identificar sus sensaciones,
estados corporales, pensamientos y emociones de cada momento. Estas
técnicas deberán trabajarse también en casa.
Sesión 5: esta sesión se realizará de forma individual e irá destinada a realizar
una valoración de los progresos de cada paciente hasta el momento. Para ello,
se revisarán los contenidos de sesiones anteriores y se abordarán los posibles
problemas surgidos. Por último, se retomarán los contenidos trabajados en la
sesión anterior y se introducirán ejercicios de defusión o distanciamiento
desde el yo-contexto. Para esto se podrá utilizar la “metáfora del otoño y las
hojas” en la que el terapeuta utilizará un pensamiento del cliente y le pedirá
que cierre los ojos y se imagine un árbol con sus hojas cayendo y que deposite
el pensamiento en una de las hojas y vea como cae, mientras el sujeto es un
mero observador y no el pensamiento en sí (representado a través de la hoja
que cae) (Wilson y Luciano, 2002).
Sesión 6: esta sesión se realizará en formato grupal y se retomará el trabajo
en valores, y en especial se abordarán las barreras personales para actuar en
la dirección de los valores. Se trabajará con los pacientes para promover la
aceptación de los eventos privados y no queridos. Se les ayudará a adoptar un
enfoque abierto y curioso para emprender acciones personalmente valiosas en
presencia del dolor y del malestar. En esta sesión se utilizará la “metáfora del
vecino molesto”, con el fin de fomentar una mayor flexibilidad frente al dolor,
21
el malestar y otros eventos no queridos. Se pedirá a los participantes que se
imaginen dando una fiesta e invitando a todos sus vecinos. Algunos son muy
amables y considerados, pero entre ellos hay un vecino molesto, que no les
gusta nada. Deciden echarlo, pero al rato vuelve a aparecer. Entonces decides
quedarte en la puerta para que no vuelva a entrar. Si dedican toda la noche a
vigilar al vecino molesto, ¿podrán disfrutar de la fiesta? Deberán elegir entre
focalizarse en la eliminación de los eventos privados o en retomar su vida
(Hayes, Strosahl y Wilson, 1999).
Sesión 7: en esta sesión, que también presentará un formato grupal, se
revisarán brevemente los contenidos de las sesiones anteriores y se abordarán
los posibles problemas que hayan surgido. Por último, se trabajará en la
normalización del malestar y en la prevención de recaídas con la “metáfora
del jinete” en la que se pretende que los sujetos sean conscientes de que, a
pesar de las posibles caídas, ellos son los que llevan las riendas de su vida
(Wilson y Luciano, 2002). Al final de la sesión se volverán a aplicar los
cuestionarios utilizados para poder evaluar los cambios obtenidos durante las
sesiones de intervención.
Por último, se realizarán un seguimiento de los sujetos a los 15 días, al mes y a los
6 meses para valorar su evolución y la efectividad de la terapia.
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4. CONCLUSIONES
Tras desarrollar la presente revisión sobre duelo y ACT, se pueden destacar las
siguientes conclusiones:
La pérdida de un ser querido conlleva un sufrimiento inevitable. Este sentimiento
es universal aunque se pueda manifestar de diversas formas según los factores personales
del individuo que lo sufre, así como factores sociales, circunstanciales y/o culturales,
encontrando diferentes rangos de duración e intensidad. Todo el proceso de superación
de la pérdida se lleva a cabo a través del duelo y, según el autor que tomemos por
referencia, se diferencian distintas fases o etapas.
Por otro lado, a lo largo de la historia de la psicología clínica, las terapias de
conducta han ido evolucionando y adaptándose a las necesidades de cada época dando
lugar a distintas generaciones de tratamiento. En la primera generación el cambio más
destacable fue el fin del dominio del psicoanálisis, lo que dio lugar a una psicología con
base en principios científicos y dio paso a la psicología del aprendizaje. En la segunda
generación se incorporaron las cogniciones al trabajo terapéutico, dando paso a la
extendida terapia cognitivo-conductual. La última ola de terapias de conducta se
desarrolló a partir de las terapias de tercera generación o terapias contextuales. En
concreto, dentro de estas últimas terapias, hemos elegido focalizar este trabajo en ACT
por ser la que cuenta con un mayor apoyo empírico, tratando de promover la flexibilidad
psicológica y pudiéndose aplicar en un gran número de trastornos. Las principales
aportaciones de esta terapia han sido la identificación del trastorno de evitación
experiencial, así como la necesidad de aceptación, de elegir una dirección y
comprometerse para actuar.
A pesar de la versatilidad con la que cuenta la terapia, no ha habido apenas
aportaciones de la misma en el caso del duelo. Es por ello que en este trabajo se ha
planteado una propuesta de intervención principalmente grupal en duelo, usando para ello
los principios fundamentales que hay que tener en cuenta en ACT para, posteriormente
en las sesiones de intervención, ayudar a los clientes a aceptar la realidad de la pérdida,
trabajando las emociones y el dolor causado y proporcionando las habilidades necesarias
para poder recolocarse emocionalmente de la pérdida y poder volver a continuar con su
vida.
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5. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
24
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