Crítica A La Iniciativa Probatoria Judicial PDF
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ABSTRACT: This paper criticizes the judicial probatory initiative introduced in the labor jurisdiction
on the occasion of the process reform of Law N° 20.087. The author begins by describing how the ex-
clusion of contributing the proof in the dispositive principle obeyed not to a technical but to a political
rationality. He claims that even the reduced conception of such principle defended by the publicism
ban the judge from any probatory intiative. He questions that the judicial probatory initiative can be
justified in a self-interest of the State and especially doubts whether the process fullfills an epistemic
function. Argues for the thesis under which the proof suministred by the judge himself automatically
destroys the impartiality of the judge. He concludes by sustaining the idea of the illegitimacy of a model
of civil process that attempts to overcome public purposes to the interests of the parties.
* Abogado. Profesor de Derecho del Trabajo y Seguridad Social y Derecho Procesal del Trabajo en la Facultad de Derecho
de la Universidad de Chile. Contacto: [email protected]
1 Por “procesos civiles” entiendo los de naturaleza no criminal, denominación que incluye al proceso civil en sentido estricto
así como al de familia, laboral, etc.
2 SCHMITT, Carl, Teoría de la Constitución. Madrid: Alianza Editorial, 2003, p. 184.
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dispositividad. Así, las partes pueden libremente disponer del inicio y objeto del proceso; del
material probatorio y del impulso procesal.
Tal comprensión del principio dispositivo imperó hasta el fin de la Segunda Guerra
Mundial. Es cierto que ya a fines del siglo XIX el proceso civil había comenzado a dar un
giro en ciento ochenta grados con la Ordenanza Procesal austríaca de 1895, la cual, inspi-
rada en las ideas del jurista Franz Klein, fortaleció las potestades formales y materiales del
juez con miras al cumplimiento, ahora también en sede civil, de los fines del Estado. Pero
en aquel entonces se comprendió con toda claridad que estos cambios revolucionarios eran
incompatibles con el principio dispositivo3.
En un contexto histórico de innegable autoritarismo, como el del Imperio Austro-
Húngaro, la superación del principio dispositivo no planteaba ningún conflicto, ninguna
incongruencia, ninguna disonancia, ni con el régimen político ni con la ideología que lo
sustentaba. Por la misma razón, tampoco llegó a plantearse conflicto, incongruencia o di-
sonancia alguna en los países totalitarios que, unas décadas más tarde, las primeras del siglo
XX, adoptaron la concepción social del proceso de Klein, al plasmar sus leyes procesales civi-
les. Muy por el contrario, resultaba totalmente funcional a estos regímenes el desplazamien-
to del sentido y fin del proceso, desde mecanismo para satisfacer el interés individual de las
partes a instrumento para la realización de los fines del Estado.
El Código de Procedimiento Civil italiano de 1940, acaso la más trascendente con-
creción del ideal de proceso social, fue considerado en su tiempo como la expresión histórica
del Estado fascista y corporativo. Pero, muy pronto, sus ideólogos se verían compelidos a
cambiar completamente de idea. Tras la caída del fascismo, la dogmática procesal italiana
se vio en la amarga disyuntiva de derogar su bienamado Codice o conciliarlo de algún modo
con el sistema democrático y con el respeto a las libertades fundamentales que le es inheren-
te. La proverbial sutileza del ingenio latino fue capaz de lograr la segunda proeza.
Como advierte, agudamente, Rorty, la coherencia apunta a la evitación de contradic-
ciones y esta es bastante fácil de conseguir si se sigue el viejo consejo de Santo Tomás: “Si
encuentras una contradicción, debes hacer una diferenciación”. La solución estaba entonces
en establecer tantas diferenciaciones como hicieren falta para salir del apuro. Dicho de otro
modo, para sortear la contradicción había que describir el terreno intelectual circundante de
una forma nueva y de tal modo que los conceptos empleados por el contrincante parecieran
irrelevantes, erróneos o sin interés4. Pues bien, no solo los filósofos distinguen cuando están
en aprietos, sino también los juristas. Y esta fue, precisamente, la estratagema de los pro-
3 En un trabajo de 1914 (Grundfragen und Reform des Zivilprozess), Adolf Wach señaló sin ambages que el Reglamento de
Klein contradecía la naturaleza dispositiva del proceso civil. Asimismo, en los años treinta del siglo veinte, Schönke enseñaba
que la vigencia del principio dispositivo ya no era absoluta, llegando a afirmar que tal principio quedaba más quebrantado
incluso que en el Derecho austriaco, en la legislación procesal civil húngara de 1911, en que la prueba de testigos podía
practicarse de oficio aunque ambas partes se hubieran manifestado en contra u ordenarse la exhibición de un documento por
una parte, sin que fuera preciso que ninguna de ellas lo hubiese invocado. SCHÖNKE, Adolf, Derecho procesal civil. Barcelona:
Bosch, 1950, pp. 31-38. Pero incluso más recientemente, a propósito de la iniciativa probatoria del juez que introducía la
Ordenanza austriaca de 1895, Fasching señala sin problemas que esta rompe definitivamente con los grilletes político-jurídicos
del principio dispositivo. FASCHING, Hans Walter, “Liberalización y socialización del proceso civil”, en: Quinto Congreso Inter-
nacional de Derecho Procesal, México, 1972 (disponible online en: http://www.juridicas.unam.mx/publica/librev/rev/boletin/
cont/13/art/art2.pdf ) p. 29.
4 RORTY, Richard, “Orquídeas silvestres y Trotski”. En su: Filosofía y Futuro. Barcelona: Gedisa, 2008, p. 144.
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“Es evidente que Grandi y Calamandrei no tuvieron duda en considerar como ‘factor
político’ el reforzamiento de la autoridad del juez […] pero inmediatamente después
Calamandrei negaba su propia base de partida cuando, refiriéndose a la atenuación
del principio dispositivo en el Codice, pretendió que el atribuir al juez poderes de
iniciativa probatoria para declarar la verdad dentro del ámbito de las peticiones de las
partes era ‘una necesidad de orden técnico’ que no tenía nada que ver con el respeto
a la voluntad de las partes. Abierto ese camino, Carnacini sostuvo luego la necesidad
de distinguir entre lo que se refiere al monopolio de las partes sobre el objeto del
proceso, que afecta a la disposición de su interés, y lo atinente a la determinación de
los materiales de hecho y de los medios para probarlo, entendiendo que este segundo
aspecto afecta únicamente a la conformación del instrumento que la ley predispone
para la tutela jurisdiccional. Por fin Capelletti, desde lo anterior, pasó a subdistinguir
entre la introducción del material de hecho y la introducción de los medios para pro-
barlo, afirmando también el carácter técnico de la iniciativa probatoria del juez”5.
5 MONTERO, Juan, “Sobre el mito autoritario de la buena fe procesal”. En: MONTERO, Juan (coord.), Proceso Civil e Ideolo-
gía. Valencia: Tirant lo Blanch, 2006, pp. 330-331.
6 TARUFFO, Michele, “Poderes probatorios de las partes y del juez en Europa”, en: Ius et Praxis, vol. 12 Nº 2, 2006, p. 105.
Talca: Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, Universidad de Talca.
7 ibid.
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Dominados por el mismo pathos, los procesalistas publicistas hablan hoy con desdén
de la “errónea comprensión del principio dispositivo”8 y proclaman con arrogancia su “ver-
dadera naturaleza”9.
Pero una vez aclarada su genealogía, estas sutiles distinciones quedan desenmascara-
das como lo que son: nada más que autoengañosa sofistería. La impresión final que queda es
la siguiente: si algo se salvó del naufragio del principio dispositivo –principio de demanda o
justicia rogada e intangibilidad del objeto procesal por el poder público– no se debió tanto a
razones técnicas como a la decisión política del fascismo de dejarlos subsistentes. Me pregunto
si el ingenio latino no hubiera igualmente buscado a posteriori razones técnicas para legi-
timar la incoación oficiosa y la aportación de hechos por el juez, si Calamandrei y Grandi
hubieran decidido incorporarlas al Codice, del mismo modo que la iniciativa probatoria ju-
dicial, como fiel reflejo del fortalecimiento del principio de autoridad del Estado.
8 ETXEBERRÍA, José, Las facultades judiciales en materia probatoria en la LEC. Valencia: Tirant lo Blanch, 2003, p. 36.
9 HUNTER, Iván, “El principio dispositivo y los poderes del juez”, en: Revista de Derecho de la Pontificia Universidad Cató-
lica de Valparaíso, vol. XXXV, Nº 2, 2010, p. 156. Valparaíso: Facultad de Derecho, Pontificia Universidad Católica de Valpa-
raíso. En este interesante trabajo, el profesor Hunter ocupa, con innegable destreza, la táctica escolástica de las distinciones: es-
cinde los actos procesales en dos clases: “declaraciones de voluntad” y “actos de información” y diferencia también entre hechos
que integran el “acto alegatorio” y hechos que quedan fuera del mismo, sosteniendo que estos últimos pueden ser introducidos
por el juez sin afectar el principio dispositivo. De este modo, da un paso más en la reducción del alcance del principio disposi-
tivo en el proceso civil.
10 WACH, Adolf, “El juez y las partes”. En: Conferencias sobre la Ordenanza Procesal Civil Alemana. Buenos Aires: Ediciones
Jurídicas Europa-América, 1958, p. 67.
11 MONTELEONE, Girolamo, “El actual debate sobre las ‘orientaciones publicísticas’ del proceso civil”. En: MONTERO, Juan
(coord.), Proceso civil e ideología. Un prefacio, una sentencia, dos cartas, quince ensayos y moción de Valencia. Santiago, Chile:
Editorial Metropolitana, 2008, p. 182.
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a) las controversias particulares son “males sociales (soziale Übel) relacionados con la
pérdida de tiempo, dispendio de dinero, indisponibilidad infructuosa de bienes pa-
trimoniales, fomento del odio y de ira entre las partes litigantes y de otras pasiones
fatales para la convivencia de la sociedad”13, y
b) el proceso, en la medida que bloquea los bienes en espera de la decisión, incide en la
economía nacional en cuanto toda “causa turba la pacífica colaboración, rompe orde-
nados nexos económicos, bloquea valores y los distrae de la ordinaria circulación”14.
Aceptar estas premisas –se dice– implica reconocer que el Estado tiene un interés
propio y legítimo en lograr una economía de tiempos y recursos en el proceso civil. Un in-
terés en que esos “males sociales” que son los procesos tengan una “definición rápida, poco
costosa y simple”15. Un interés de esta naturaleza podría legitimar la atribución al juez de la
dirección formal del proceso, vale decir, del control de la regularidad formal o técnica de los
actos procesales y de impulsar el procedimiento para que este se desarrolle pasando de una
fase a otra16, pero en ningún caso el interés público en la economía y celeridad procesales
podría legitimar facultades destinadas a determinar el contenido de la sentencia, el resulta-
do, la meta. Y es que, como decía Chiovenda, el Estado, en sede civil, no tiene interés “en el
objeto del litigio”, sino “en el modo en que este se desarrolla”17.
Si la prueba constituye un capítulo más en el desarrollo de la actividad de las partes
en pos del juicio jurisdiccional, en cuanto se dirige a provocar el convencimiento del juz-
gador18 y, según este lo alcance o no, la actividad probatoria terminará por definir, en la
mayor parte de los juicios, el éxito o fracaso de la pretensión, no parece que se pueda reco-
nocer una iniciativa probatoria al propio juzgador sin admitir que se le confiriere también,
precisamente a través de ella, una posibilidad de intervención sobre dicho resultado distinta
y anterior al acto decisorio mismo (obviamente siempre el juez favorecerá a una u otra parte
al fallar la causa, la cuestión es si, además, puede realizar actuaciones distintas de la adjudi-
cación –como decretar pruebas– que contribuyan, deliberadamente o no, a que una parte
pierda y la otra gane el pleito).
Así las cosas, no me parece tan evidente que la disponibilidad de las pruebas perte-
nezca a la técnica del proceso y no al principio dispositivo en sentido estricto19. Antes, al
12 Para una crítica de estos postulados vid. CIPRIANI, Franco, “En el centenario del reglamento de Klein (El proceso civil en-
tre libertad y autoridad)”. En su: Batallas por la justicia civil. Lima, Perú: Editorial Cultural Cuzco. 2003, pp. 41 y ss.
13 Sprung, citado por ibid., p. 40.
14 ibid., pp. 40-41.
15 Sprung, citado por ibid., pp. 41.
16 MONTERO, Juan, Los principios políticos de la nueva Ley de Enjuiciamiento Civil. Los poderes del juez y la oralidad. Valencia:
Tirant lo Blanch, 2001, p. 94.
17 Citado por CIPRIANI, Franco, op. cit. (n. 12), p. 41.
18 CAROCCA, Alex, Manual de Derecho Procesal. Tomo II. Los procesos declarativos. Santiago: LexisNexis, 2003, pp. 141-151.
19 Cfr. TARUFFO, Michele, Simplemente la verdad. El juez y la construcción de los hechos. Madrid: Marcial Pons, 2010, p. 200.
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contrario, sostengo que el objeto del proceso como límite indiscutido a la intromisión es-
tatal no solo veda al juez la introducción de hechos al proceso, sino también la aportación
de la prueba sobre esos hechos. Y no estoy diciendo nada nuevo porque lo advirtió hace un
siglo Adolf Wach: “En el proceso civil, la naturaleza jurídico-privada de ese objeto elimina
la ‘máxima de libre investigación’ […] La sentencia es, y solo puede ser, la apreciación del
material de afirmaciones y de pruebas suministrado por las partes. La prueba en el proceso
civil es prueba de parte”20.
20 WACH, Adolf, “El sistema de prueba”. En: Conferencias sobre la Ordenanza Procesal Civil Alemana. Buenos Aires: Edicio-
nes Jurídicas Europa-América, 1958, pp. 225-226. En Chile, en un trabajo reciente, el profesor Nicolás Luco ha planteado la
misma idea, esto es, que “otorgarle iniciativa probatoria al juez contradice el principio dispositivo”, pero limitando la vigencia
de este principio y su consecuencia al proceso civil en sentido estricto y descartándola “cuando existe un interés público que
prevalece sobre el interés particular, como por ejemplo, en muchas áreas del derecho de familia o el derecho laboral, en que
[…] la cuestión no puede quedar entregada exclusivamente al parecer de los litigantes” (LUCO, Nicolás: “¿De vuelta al sistema
inquisitivo?”, En: LETURIA, Francisco (ed.) Justicia civil y comercial: Una reforma ¿cercana?, Santiago de Chile: Ediciones LYD,
2011, p. 217). Debe tenerse presente que, en materia laboral, si bien el art. 5º inciso 2º CT establece la irrenunciabilidad de
los derechos establecidos en las leyes laborales, la misma norma restringe el alcance de esta indisponibilidad a la subsistencia
del contrato de trabajo, de manera que extinguido este, los derechos se tornan perfectamente disponibles por las partes. Si aña-
dimos a esta consideración la circunstancia que, en la práctica, la abrumadora mayoría de los litigios laborales se producen con
ocasión del despido, vale decir, cuando los derechos son tan disponibles como en los juicios civiles en sentido estricto, tenemos
que no se puede desconocer la vigencia del principio dispositivo en el proceso laboral.
21 Según lo explica Núñez, “este discurso se refiere a la corrección de la decisión jurídica, en la cual hay que establecer si la
norma prima facie aplicable es adecuada a una situación determinada, para lo que es necesario tener en cuenta todos los datos
que caracterizan a esa situación, es decir, la situación de aplicación […] el discurso de aplicación está centrado en la adecuación
de las normas a la circunstancias relevantes del caso concreto (aspectos o circunstancias de hecho)”. NÚÑEZ, Raúl, “El sistema
de recursos procesales en el ámbito civil en un Estado democrático deliberativo”, en: Ius et Praxis, Talca, año 14, Nº 1, p. 202.
Talca: Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, Universidad de Talca.
22 Así TARUFFO, Michele, Simplemente la verdad… (n. 19).
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Sobre el proceso civil como instrumento de realización del Derecho objetivo, Prieto-
Castro y Ferrandis afirmó, hace ya muchos años, que “se carece de razones para sostener que
el derecho objetivo privado sea preferente al subjetivo y que el Estado tenga que velar por la
satisfacción de este, suplantando la voluntad de los sujetos en las relaciones jurídicas”25. Sin-
ceramente no creo que pueda decirse nada más sensato al respecto. Tan solo observaré que
si se permite siempre a las partes la posibilidad de desistirse, allanarse o transar, que viene a
ser la máxima disposición, aunque ello signifique que el Derecho objetivo quede irrealiza-
do o triunfe la injusticia, no se comprende que, cuando cualquiera de las partes (o ambas)
ejercitan un grado de disposición menor, esto es, si no prueban o prueban deficitariamente,
deban ser en tal caso suplidas por el juez para que, entonces sí y solo entonces, se cumpla el
Derecho objetivo y prime la justicia.
Si el proceso no mira tanto por el interés privado de las partes como por la eficacia
del Derecho objetivo o, para decirlo con la misma vehemencia con que lo ha dicho en Chile
Andrés Bordalí, si:
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Entonces, no se comprende por qué el Estado deba autorizar a las partes ya embar-
cadas en la nave del proceso para hundirla antes de arribar al “terminal de la publicidad”,
ahogando en las aguas de su egoísmo particular el interés público prevalente en la realización
de la “legalidad constitucional”.
En el mismo sentido, Monteleone ha resaltado la incongruencia que subsiste en reco-
nocer un interés público y social superior a las partes y mantenerles, sin embargo, el mono-
polio de la incoación del proceso:
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probatorio es el drama del trabajador litigante” quien, “debe arrancar la prueba de este am-
biente hostil sujeto a la presión del patrono”31. No se me escapa, ni pretendo obviar –como
se me ha imputado en alguna ocasión–32, que el desequilibrio entre las partes de la relación
de trabajo, se proyecta también en el proceso. Hago mías las palabras de Alvarado Velloso,
en el sentido que:
“esa notable desigualdad real debe ser paliada. Pero no por el juez, encargado final de
asegurar la igualdad jurídica de las partes procesales. Antes bien, podrá ser cuidada
por defensores ad hoc, por asesores en el litigio que procedan promiscuamente con
los representantes […] de los trabajadores, por muchos y variados funcionarios […]
quienes se dediquen con exclusividad a ello. Pero insisto: nunca por el juez pues, al
desnivelar la igualdad jurídica para lograr una supuesta y nunca alcanzada igualdad
real, logra solo desequilibrar el fiel de la balanza de la Justicia y hacer ilegítima su
sentencia”33.
31 Sarthou, citado por GOLDSTEIN, Eduardo y MARIEZCURRENA, Patricia, “Algunas reflexiones sobre los poderes de instruc-
ción en el proceso laboral”. En: Derecho Procesal del Trabajo. Treinta estudios. Montevideo: Fundación de Cultura Universitaria,
2005, p. 269.
32 CAAMAÑO, Eduardo, “El procedimiento de tutela: una innovación en el sentido correcto”, en: La Semana Jurídica, Nº
335, 9-15 de abril. Santiago, Chile: LexisNexis, 2007, p. 2.
33 ALVARADO, Adolfo, Garantismo procesal contra actuación judicial de oficio. Valencia: Tirant lo Blanch, 2005, p. 261.
34 BORDALÍ, Andrés, op. cit. (n. 26), p. 197.
35 TARUFFO, Michele, Simplemente la verdad… (n. 19), p. 88.
36 TARUFFO, Michele, Simplemente la verdad… (n. 19), p. 89.
37 Juan, XVIII, 37.
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Curiosamente, Michele Taruffo, uno de los pocos procesalistas que se ha ocupado del
tema con profundidad y uno de los principales defensores de la verdad en el proceso, seña-
la que la verdad es indefinible38. Con todo, de sus trabajos se puede inferir que adscribe al
concepto de verdad-correspondencia, a la vieja adaequatio rei et intellectus, conforme al cual
la verdad vendría a ser una correspondencia, equivalencia o concordancia (adaequatio) entre
un objeto del mundo exterior (rei) y su representación mental por el sujeto cognoscente (in-
tellectus). Este concepto de verdad parte de dos premisas: 1ª) que hay un conjunto objetos
exteriores al sujeto cognoscente que existen con total independencia de su representación
actual; en palabras simples, la realidad, y 2ª) que la realidad es, de algún modo, cognoscible,
por el ser humano.
Tanto el concepto de verdad-correspondencia como las premisas que lo sostienen han
sido objeto de demoledoras críticas en las últimas décadas39, que Taruffo desprecia como
mero síntoma de la “embriaguez posmoderna” de una “variopinta pandilla” de “new cynics”
que descreen de la verdad, de la objetividad y del conocimiento40. Pero lo interesante es que
admite, sin embargo, que la verdad:
Taruffo llega a afirmar que la idea de verdad estaba de algún modo presente incluso
en tiempos o culturas que indagaban sobre lo desconocido mediante métodos inadecuados
como la observación del vuelo de las aves o las ordalías y en tal sentido no descarta que los
antiguos arúspices y los jueces medievales, entre otros, tuvieran alguna buena razón para
pensar que de ese modo lograban obtener conclusiones verdaderas42 (en el sentido de repro-
ducir correctamente objetos extramentales). Taruffo traslada esta concepción al proceso. El
juez moderno cuenta con métodos e instrumentos de averiguación mucho más sofisticados
que el arúspice y los jueces medievales que, sin embargo, no resultan infalibles, pero de
acuerdo a este enfoque su falibilidad deviene irrelevante, porque basta con que sirvan para
que el juez alcance un conocimiento relativo de la verdad. Pese a esa falibilidad se obtiene de
todos modos, según Taruffo, una verdad objetiva “en la medida que no es fruto de las pre-
ferencias subjetivas e individuales del juez, o de otros sujetos, sino que se funda en razones
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objetivas que justifican el convencimiento del juez y que se derivan de datos cognoscitivos
que resultan de las pruebas”43.
En igual sentido, Núñez enseña que “la prueba debe ser considerada como medio a
través del cual el Derecho pretende determinar la verdad de las proposiciones en el marco del
proceso judicial. Por otro lado, dadas las limitaciones de ese medio, la presencia del mismo no
garantiza la obtención del fin (la verdad)”44. Tampoco a Núñez le inquieta esta última constata-
ción, pues le basta con que el juez considere que los específicos medios de prueba incorporados
en el proceso aportan elementos de juicio suficientes a favor de la verdad de la proposición (vale
decir, de su correspondencia con los hechos del caso) y, siendo consecuente con esa estimación,
la tenga por verdadera, sin importar que luego de la decisión la proposición se descubra falsa,
porque a posteriori, tras la cosa juzgada, lo que importará será aquello que el juez ha tenido por
verdadero y perderá relevancia aquello que es verdadero (en el supuesto de que difieran)45.
Y es que incluso los más fervorosos partidarios de la función epistémica del proceso,
reconocen un conjunto de límites legales y prácticos (celeridad, economía de recursos mate-
riales y humanos, proscripción de la prueba ilícita, preclusiones, presunciones, la falibilidad
de los medios de prueba, etc.) que conspiran contra la posibilidad de hallar la verdad. Los
mismos autores, sin advertir ninguna contradicción, sostienen que, aunque muchas veces
en el contexto del proceso no se alcance la verdad absoluta, eso nada dice contra la verdad,
porque siempre la decisión será justificada por el juez mediante la afirmación (o negación)
de una correspondencia entre ciertos hechos referidos por las partes y los hechos del mundo
exterior que muestran las pruebas.
Pero si el proceso solo puede ofrecer un conocimiento relativo de la verdad, lo que es
tenido por verdadero dadas las circunstancias, vale decir, si nunca es seguro ni necesario que
la verdad se alcance, la verdad como fin del proceso se devalúa notoriamente. Lo que queda
de ella no es más que un residuo evanescente, un ideal inspirador, un espejismo que el juez
nunca estará obligado a alcanzar46. Bastará con su recta conciencia de obrar conforme a ese
ideal, la misma convicción con que, tal vez, el adivino etrusco creía extraer la verdad de las
tripas de los pájaros.
Y entonces, la afirmación (o negación) de una correspondencia entre cierto enunciado
fáctico de parte y los hechos del mundo no está muy lejos de ser, también, un recurso retóri-
co del juez para justificar su decisión ante la comunidad. Un piropo al acto de adjudicación
o, como diría Humberto Maturana, un reclamo autoritario de obediencia47. Al fin y al cabo,
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la apelación a la verdad por los jueces, termina desempeñando un papel no muy distinto que
en boca de las partes y muy a tono con lo que afirman los new cynics, tan despreciados por
Taruffo.
Me pregunto, cómo es que puede insistirse, una y otra vez y sin sonrojo, en la fun-
ción epistémica del proceso.
El nuevo juez laboral viene dotado de una amplia y discrecional iniciativa probatoria.
En efecto, según lo prescribe el artículo 429 del Código del Trabajo, el tribunal“[d]ecretará
las pruebas que estime necesarias, aun cuando no las hayan ofrecido las partes”.
Como acabamos de ver, la dogmática procesal dominante ha insistido en que a partir
del principio dispositivo no se sigue inevitablemente un monopolio de las partes en relación
con la aportación de prueba excluyente de la actividad probatoria judicial, porque la cues-
tión de la aportación quedaría fuera del contenido del principio dispositivo. La alternativa
entre aportación de parte e investigación de oficiosa sería, pues, simplemente una opción
técnica sobre la “que deberá discernir el legislador en base a un criterio de oportunidad o
conveniencia, opción que en caso alguno significa trastrocar la fisonomía de los derechos
subjetivos objeto de la tutela jurisdiccional”48. Bajo estas premisas se ha planteado que el
debate en torno a la actividad probatoria del juez no debe considerar si se viola o no el
principio dispositivo, sino que, la “discusión habrá de ser centrada en si esa actividad pueda
violar alguno de los componentes del derecho al debido proceso de los justiciables”49. En la
primera parte de este trabajo ofrecí las razones de por qué creo que el principio dispositivo
no solo veda al juez la introducción de hechos al proceso, sino también la aportación de la
prueba sobre esos hechos, por lo que ahora resta examinar la iniciativa probatoria judicial
desde la óptica del debido proceso.
La crítica principal contra la actividad probatoria del juez dice relación con la afecta-
ción de la igualdad de las partes y la imparcialidad. Parece imposible pasar por alto que cada
vez que el juez actúa para suplir las omisiones probatorias de una de las partes en conflicto,
la favorece en perjuicio de la contraria, lo que conspira contra la igualdad de las partes –viga
maestra del debido proceso50– y su corolario, la imparcialidad del juzgador.
En Chile, la igualdad de las partes en el proceso tiene sólido fundamento constitu-
cional en el art. 19 Nº 3 que asegura a todas las personas la igual protección de la ley en el
ejercicio de sus derechos. “En lo fundamental, es una consecuencia de la igualdad ante la ley y
con ella se pretende que todos quienes deban recurrir ante cualquier autoridad, incluyendo
48 HUNTER, Iván, “Potestades oficiosas del juez: ¿un síntoma de autoritarismo?”, en: La Semana Jurídica, Nº 347, 2-8 de
julio, 2007, p. 3.
49 BORDALÍ, Andrés, op. cit. (n. 26), 190.
50 Alvarado Velloso define el debido proceso como “aquel que se adecua plenamente a la idea lógica de proceso: dos sujetos que
actúan como antagonistas en pie de perfecta igualdad en el instar ante una autoridad que es un tercero en la relación litigiosa (y,
como tal, imparcial, imparcial e independiente).” ALVARADO, Adolfo. La garantía constitucional del proceso y el activismo judi-
cial. ¡Qué es el garantismo procesal?. Colombia: Ediciones Nueva Jurídica, 2011, p. 64.
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51 EVANS, Enrique: Los derechos consitucionales, tomo II, 3ª edición, Santiago de Chile: Editorial Jurídica de Chile, 2004, p. 140.
52 Citado por FERNÁNDEZ, Raúl, Las facultades y deberes del juez en materia probatoria en el proceso laboral. Análisis crítico.
Santiago, Chile: PuntoLex-Thomson Reuters, 2011, p. 159.
53 Carocca, A.: “Las garantías constitucionales del sistema procesal chileno”, cit., p. 191.
54 Ibid., pp. 15-16.
55 CAROCCA, Alex, op. cit. (n. 18), p. 191.
56 O más propiamente, la “Convención Americana sobre Derechos Humanos”, suscrita en San José de Costa Rica el 22 de
noviembre de 1969 y que entró en vigencia el 18 de julio de 1978. Chile depositó su ratificación el 21 de agosto de 1990 y fue
promulgada por el Decreto N° 873 de 23 de agosto de 1990 y se publicó en el Diario Oficial el 5 de enero de 1991.
57 FERNÁNDEZ, Raúl, Las facultades y deberes del juez en materia probatoria en el proceso laboral. Análisis crítico. Santiago,
Chile: PuntoLex-Thomson Reuters, 2011, p. 150; FUCHS, Andrés: Proceso, prueba y verdad, Santiago de Chile: Editorial Me-
tropolitana, 2011, p. 174. Este argumento ya lo había planteado HUNTER, Iván: Las potestades probatorias del juez de familia.
Santiago, Chile: LegalPublishing, 2008, p. 71.
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58 FERNÁNDEZ, Raúl, Las facultades y deberes del juez en materia probatoria en el proceso laboral. Análisis crítico. Santiago,
Chile: PuntoLex-Thomson Reuters, 2011, p. 150.
59 En el mismo sentido, el profesor Nicolás Luco: “Aceptemos que el juez que decide emprender esta actividad probatoria en
un caso determinado y no en otro lo hace porque tiene una inclinación, una presunción más o menos fundada de que el hecho
es efectivo o que la justicia no se vería satisfecha si se limitara a aplicar la carga de la prueba y dar por no probado el hecho”.
(LUCO, Nicolás: “¿De vuelta al sistema inquisitivo?”, En: LETURIA, Francisco (ed.) Justicia civil y comercial: Una reforma ¿cerca-
na?, Santiago de Chile: Ediciones LYD, 2011, p. 220).
60 “Es difícil sostener que el juez está en mejor posición que las partes para determinar las pruebas que pudieren dar por
comprobados los hechos alegados por ellas […] Son esas mismas partes las que mejor conocen y más cercanía tienen con los
lugares, personas y actividades en que pueden ser encontradas y obtenidas dichas pruebas”. (LUCO, Nicolás: “¿De vuelta al sis-
tema inquisitivo?”, En: LETURIA, Francisco (ed.) Justicia civil y comercial: Una reforma ¿cercana?, Santiago de Chile: Ediciones
LYD, 2011, p. 217).
61 FERNÁNDEZ, Raúl, Las facultades y deberes del juez en materia probatoria en el proceso laboral. Análisis crítico. Santiago,
Chile: PuntoLex-Thomson Reuters, 2011, p. 126.
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yo en su lugar”. Como quiera que se mire, esto es exactamente lo que ocurre cada vez que
el juez llamado a dirimir un conflicto entre privados desarrolla actividad probatoria. Pero,
como suele decirse, el sentido común es el menos común de los sentidos62.
En Chile se dio una larga batalla para sepultar al juez inquisidor en el proceso penal,
y hubo finalmente consenso general en que el juez que acusa, investiga y juzga era una abe-
rración intolerable63. Resulta asaz curioso que todos los argumentos que se esgrimieron en-
tonces para transformar el proceso penal de inquisitivo en acusatorio y privar al juez penal
de iniciativa probatoria, pierdan automáticamente validez, ahora, al responder la cuestión
sobre la iniciativa probatoria del juez en los procesos de naturaleza no criminal.
62 Este ejemplo (que ya formulé en mi “El retorno del inquisidor. Las potestades judiciales en materia probatoria en el pro-
cedimiento laboral chileno”, Revista Laboral Chilena, N° 173, enero, 2009, p. 79) según un joven autor chileno “…es burdo
respecto de la realidad, pues no se trata y nunca se ha pretendido que el juez dotado de estas facultades reemplace a la parte, ni
mucho menos a su abogado, sino que el juez dudoso de la ocurrencia de cierto hecho o no, pueda hacer todo cuanto esté den-
tro de sus posibilidades para conocer la verdad de lo ocurrido” (FUCHS, Andrés: Proceso, prueba y verdad, Santiago de Chile:
Editorial Metropolitana, 2011, p. 174). Si no lo malentiendo, mi contradictor parte de la base que los jueces jamás desarrollan
un comportamiento estratégico en el ejercicio de la iniciativa probatoria, vale decir que, en la negra noche de los egoísmos par-
ticulares, los jueces navegan guiados únicamente por la luminosa estrella de la verdad, y nunca por otros motivos externos tales
como proteger a quien consideran la parte débil del conflicto, lo cual me parece –cuando menos en el contexto del proceso
laboral– un postulado ingenuo y “burdo respecto de la realidad”. Además de incongruente con la afirmación del propio autor
en el sentido que “el proceso no es el mercado, y que por tanto no debe actuar sin intervención alguna, pues aquí no existe
ninguna mano invisible que vaya a igualar el poder del imputado frente al ius puniendi del Estado, o del trabajador frente al
empleador, o bien del consumidor frente al proveedor” (p. 42). Hay que insistir en que no es con la mano del juez como debe
resolverse tales asimetrías.
63 Ya, Carnelutti había observado, con ocasión del proceso penal, que “la investigación es un trabajo psíquico, y a menudo
físico, que puede alterar el juicio en el sentido de que el investigador puede ser arrastrado a una supervaloración de los resul-
tados de la investigación, delineándose en él un interés por el éxito de aquella; pero tal disposición de ánimo, si bien favorece
a la investigación, perjudica la valoración…”. CARNELUTTI, Francesco, Lecciones de Proceso Penal. Volumen II. Roma, 1949.
En el mismo sentido –según informa Montero-, ha razonado el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, con sus sentencias
en los casos Piersack de 1982 y De Cubber de 1984, estimando contraria al derecho a un tribunal imparcial, tal y como aparece
recogido en el art. 6.1. del Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales
de 1950, la acumulación de la competencia por un mismo juez de las funciones instructora y juzgadora en el proceso penal,
y, después, el Tribunal Constitucional español, en su sentencia 145/1998, de 12 de julio, que entendió incluido ese derecho a
un tribunal imparcial, al que no alude la Constitución española, en el derecho a un proceso con todas las garantías, al que sí se
refiere de modo expreso el artículo 24.2 de la misma, y también respecto de la regla de que quien instruye no puede juzgar. El
Tribunal Constitucional español, en la sentencia citada, siguiendo los lineamientos de los fallos del Tribunal Europeo de De-
rechos Humanos, razona que “la actividad instructora, en cuanto para el que la lleva a cabo supone entrar en contacto directo
con el acusado y con los hechos y datos que deben servir para averiguar el delito y sus posibles responsables, puede provocar en
el ánimo del instructor prejuicios e impresiones a favor o en contra del acusado que influyan a la hora de sentenciar. Y aunque
aquello no suceda es difícil evitar la impresión de que el juez no acomete la función de juzgar sin la plena imparcialidad que
le es exigible”. El profesor Nicolás Luco ha advertido cómo “la aceptación de esta realidad es lo que ha llevado a aplicar en
materia procesal penal uno de los principios básicos de la reforma efectuada en Chile: aislar completamente al juez que dictará
sentencia de la actividad probatoria destinada a investigar los hechos de la causa y reunir las pruebas necesarias. No se ha que-
rido siquiera que el juez penal intervenga en la autorización de diligencias probatorias ya que ello podría comprometer su inde-
pendencia, razón por la cual se ha entregado dicha función a un juez distinto, el juez de garantía”. Concluye que “este celo del
legislador de la reforma procesal penal debe ser aplicado igualmente en materia civil”. (LUCO, Nicolás: “¿De vuelta al sistema
inquisitivo?”, En: LETURIA, Francisco (ed.) Justicia civil y comercial: Una reforma ¿cercana?, Santiago de Chile: Ediciones LYD,
2011, pp. 220-221).
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Y bajo esta misma óptica, como dice otro autor, “el individuo ha de ser libre en la
medida del interés que deba moverle a luchar por su derecho o a dejarlo ignorado o insatis-
fecho. Se carece de razones para sostener que el derecho objetivo privado sea preferente al
subjetivo y que el Estado tenga que velar por la satisfacción de este, suplantando la voluntad
de los sujetos en las relaciones jurídicas”65.
La primera posición defiende el proceso civil publificado o mixto. La segunda, el pro-
ceso civil dispositivo. ¿Puede todavía sostenerse que estas dos posiciones son una alternativa
ideológicamente neutral, técnica, sujeta simplemente a un criterio de oportunidad o conve-
niencia del legislador o sería conveniente admitir que no da precisamente lo mismo uno y
otro sistema?
Partiendo de la premisa que una modalidad eficiente para la solución de los conflictos
debe construirse a partir de las bases mismas del sistema socio político democrático66, la
alternativa legítima parece ser una sola. En efecto, en un sistema socio político que se funda
en el reconocimiento y respeto de las libertades individuales, no hay disyuntiva admisible,
porque mientras el sistema dispositivo se basa en la primacía de la persona sobre el Estado,
el sistema inquisitivo obedece al principio inverso.
“No se trata solo de establecer quién es que puede –o debe– llevar el impulso procesal
[sino de optar por] un proceso que sirva y pueda ser utilizado como medio de control
social o de opresión, cual lo han pensado y puesto en práctica los regímenes totalita-
64 MONTERO, Juan, “Prueba y verdad en el proceso civil. Un intento de aclaración de la base ideológica de determinadas po-
siciones pretendidamente técnicas”. En: VV.AA., Estudios de Derecho Procesal Civil. Bases para un nuevo Código Procesal Civil.
Santiago, Chile: Librotecnia, 2010, pp. 26-27.
65 PRIETO-CASTRO Y FERRANDIS, Leonardo, op. cit. (n. 25), p. 655.
66 MATURANA, Cristián, “La debida, pronta y eficiente solución de los conflictos laborales”, en: La Semana Jurídica, Nº 343,
4 al 10 junio, 2007, p. 3.
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rios […] o, por el contrario, un proceso que sirve como último bastión de la libertad
en la tutela de los derechos y garantías constitucionales”67.
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Claudio Palavecino Cáceres / Crítica a la iniciativa probatoria judicial, a propósito del procedimiento laboral chileno
72 GARAPON, Antoine, “El poder inédito de los jueces”, en: VV.AA., Jueces y Derecho. México: Editorial Porrúa, 2008, p. 370.
73 BRAVO, Pablo, “Confiar en los jueces”, en: La semana jurídica, 11-24 de junio de 2008, año VIII. Nº 375, p. 2.
74 GARAPON, Antoine, op. cit., (n.62), p. 369.
75 Vid. HUNTER, Iván, “Vistos: se confirma la sentencia apelada” ¿existe el deber de motivar las sentencias en segunda instan-
cia? (Corte de Apelaciones de Valdivia), en: Revista de Derecho, vol. 20, Nº 2, 2007, pp. 239-247. Valdivia, Chile: Facultad de
Ciencias Jurídicas y Sociales, Universidad Austral.
76 KENNEDY, Duncan, “El comportamiento estratégico en la interpretación jurídica”. En: Izquierda y Derecho. Buenos Aires:
Siglo XXI, 2010, p. 32.
77 Ibid.
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78 ATRIA, Fernando, “Jurisdicción e independencia Judicial: el poder judicial como poder nulo”, en: Revista de Estudios de la
Justicia Nº 5, 2004, p. 140. Santiago, Chile: Facultad de Derecho, Universidad de Chile.
79 GARAPON, Antoine, op. cit., (n. 62), p. 385.
80 Ibid.
81 Leía yo recientemente en la prensa que el ministro de justicia declaró que nuestro procedimiento civil “surgió [en] el siglo
XIX, se promulgó a principios del siglo XX y no está a la altura del siglo XXI”. Se me vino de inmediato a la mente aquella
historia según la cual, Juan Hus, ya quemándose en la hoguera y advirtiendo cómo una viejecilla, movida por su celo religioso,
arrojaba más leña a las llamas, exclamó al Cielo: O sancta simplicitas! El eslogan del ministro se dice fácil y se repite a menudo.
Es la leña que alimenta el fuego en que hoy se quema, poco a poco, la libertad. Pues, como muy bien saben sus enemigos,
una mentira repetida mil veces, tarde o temprano, termina por convertirse en verdad. Entrevista al ministro de Justicia Felipe
Bulnes: “Gobierno ajustará institucionalidad jurídica a estándares del siglo XXI”, en: Diario Estrategia, lunes 25 de octubre de
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