Soboul Albert Conclusion en La Revolucion Francesa
Soboul Albert Conclusion en La Revolucion Francesa
Soboul Albert Conclusion en La Revolucion Francesa
Albert Soboul
La Revolución Francesa
Conclusión
La Revolución Francesa
en la historia del mundo contemporáneo
EL RESULTADO DE LA REVOLUCION
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acabó garantizándose la autonomía del modo de producción capitalista tanto en el
campo de la agricultura como en el de la industria, y se abrió sin compromiso la vía
de las relaciones burguesas de producción y de circulación: transformación
revolucionaria por excelencia.(1)
Desde este doble punto de vista, la Revolución Francesa estuvo lejos de constituir
un mito como se ha pretendido.(2) Sin duda, la feudalidad, en el sentido medieval de
la palabra, ya no respondía a nada en 1789: pero para los contemporáneos, tanto
campesinos como burgueses, ese término abstracto encerraba una realidad que
conocían muy bien (derechos feudales, autoridad señorial) y que finalmente había
sido barrida. Porque aunque las Asambleas revolucionarias hayan estado pobladas
en su mayor parte por hombres de profesión liberal y funcionarios públicos y no por
jefes de empresa, financieros o manufactureros, no se puede argumentar en contra
de la importancia de la Revolución Francesa en la implantación del orden capitalista:
al margen de que estos últimos estuvieran representados por una pequeña minoría
muy activa, al margen de la importancia de los grupos de presión (diputados del
comercio, el club Massiac defensor de los intereses coloniales), el hecho esencial es
que el viejo sistema económico y social fue destruido y que la Revolución Francesa
proclamó sin ninguna restricción la libertad de empresa y de beneficios, despejando
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así el camino hacia el capitalismo. La historia del siglo XIX demuestra que esto no
fue un mito.
REVOLUCION FRANCESA
Y REVOLUCIONES BURGUESAS
Estos caracteres han sido negados. La Revolución Francesa no sería más que "un
aspecto de una revolución occidental, o más exactamente atlántica, que empezó en
las colonias inglesas de América poco después de 1763, siguió con las revoluciones
de Suiza, los Países Bajos, Irlanda, antes de alcanzar a Francia entre 1787 y 1789.
De Francia pasó nuevamente a los Países Bajos, alcanzó a la Alemania renana,
Suiza, Italia..."(3). Sin duda no se puede subestimar la importancia del Océano en la
renovación de la economía y en la explotación de los países coloniales por parte de
Occidente. Pero no es ese el propósito de nuestros autores, ni tampoco el demostrar
que la Revolución Francesa no es más que un episodio del movimiento general de la
historia que, después de las revoluciones holandesa, inglesa y norteamericana, llevó
a la burguesía al poder. La Revolución Francesa no señala por otra parte el término
geográfico de esta transformación, como los ambiguos calificativos de "atlántico" u
"occidental" dan a entender: en el siglo XIX, en todas partes donde se instaló la
economía capitalista, el ascenso de la burguesía fue a la par; la revolución burguesa
tuvo un alcance universal. Por otro lado, poniendo al mismo nivel la Revolución
Francesa y "las revoluciones de Suiza, los Países Bajos e Irlanda...", se minimiza de
un modo extraño la profundidad, las dimensiones de la primera y la brusca mutación
que representó. Esta concepción, al vaciar a la Revolución Francesa de todo
contenido específico, económico, social y nacional, daría por nulo medio siglo de
historiografía revolucionaria desde Jean Jaurés hasta Georges Lefebvre.
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condiciones y los aspectos de la mutación en los Países Bajos, en Inglaterra, en
Estados Unidos, permite subrayar que la Revolución Francesa ha cambiado sus
perspectivas, y devolverle así su carácter irreductible.
"Había que derribar al Antiguo Régimen -escribe Ch. Hill- para que Inglaterra
pudiera conocer ese desarrollo económico más libre, necesario para elevar al
máximo la riqueza nacional y conseguirle una posición dirigente en el mundo
para que la política, incluida la política exterior, pasara al control de aquellos
que tenían importancia en la nación."
La revolución inglesa fue, sin embargo, mucho menos radical que la francesa:
tomando la expresión de Jaurés en su Histoire socialiste, se mantuvo
"estrechamente burguesa y conservadora", al contrario de la francesa, "ampliamente
burguesa y democrática". Si bien la revolución inglesa tuvo sus niveladores, no
aseguró a los campesinos ninguna adquisición de tierras; mucho más, el
campesinado inglés desapareció al siglo siguiente. La razón de ese
conservadurismo habría que buscarla en el carácter rural del capitalismo inglés, que
hizo de la gentry una clase dividida, estando muchos gentilhombres antes de 1640
dedicados a la cría del cordero, la industria textil o la explotación minera. Si, por otra
parte, la revolución inglesa vio con los niveladores la aparición de teorías políticas
basadas en los derechos del hombre, las cuales, a través de Locke, llegaron a los
revolucionarios de Norteamérica y de Francia, se guardó sin embargo de proclamar
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la universalidad y la igualdad de esos derechos, como lo haría, y con qué estrépito,
la Revolución Francesa.
Muy distinta fue la Revolución Francesa. Si fue la más ruidosa de las revoluciones
burguesas, eclipsando por el carácter dramático de sus luchas de clases a las
revoluciones que la habían precedido, ello se debió sin duda a la obstinación de la
aristocracia aferrada a sus privilegios feudales, negándose a toda concesión, y al
encarnizamiento contrario de las masas populares. La contrarrevolución aristocrática
obligó a la burguesía revolucionaria a perseguir con no menos obstinación la
destrucción total del viejo orden. Pero únicamente lo logró aliándose con las masas
rurales y urbanas a las que hubo de dar satisfacción: se destruyó la feudalidad, se
instauró la democracia. El instrumento político del cambio fue la dictadura jacobina
de la pequeña y mediana burguesía, apoyada en las masas populares: categorías
sociales cuyo ideal era una democracia de pequeños productores autónomos,
campesinos y artesanos independientes, que trabajaran e intercambiaran
libremente. La Revolución Francesa se asignó así un lugar singular en la historia
moderna y contemporánea: la revolución campesina y popular estaba en el centro
de la revolución burguesa y la empujaba hacia adelante.
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aún, es por la propia expansión del capitalismo, conquistador por naturaleza, como
los nuevos principios y el orden burgués se apoderaron del mundo, imponiendo por
todas partes las mismas transformaciones.
Los movimientos de unificación nacional que conoció Europa en el siglo XIX deben,
por más de un motivo, ser considerados como revoluciones burguesas. Sea cual sea
en realidad la importancia del factor nacional en el Renacimiento o en la unidad
alemana, las fuerzas nacionales no hubieran podido llegar a la creación de una
sociedad moderna y de un estado unitario si la evolución económica interna no
hubiera tendido hacia el mismo objetivo. Todas las dificultades halladas en el
análisis histórico, y que han provocado muchas de las confusiones, se deben a que
esos movimientos constituyen, a diferencia de la Revolución Francesa, revoluciones
de tipo mixto a la vez nacional y social.
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pero de distinta naturaleza según las regiones, precedieron a la unidad italiana, se
abolió el régimen feudal, pero no obstante subsistió en la sociedad italiana moderna
una gran propiedad terrateniente aristocrática. Mientras, como consecuencia de la
Revolución, el campesinado francés se desunía irremediablemente, la masa
campesina italiana seguía en la condición de trabajador agrícola apegado a la tierra
o de colono tradicional: los antiguos vínculos de dependencia persistieron. En
Francia la burguesía revolucionaria había apoyado finalmente la lucha del
campesinado contra la feudalidad y había mantenido esta alianza hasta su
liquidación; en Italia, ante las masas campesinas se unió el bloque de la aristocracia
terrateniente y de la burguesía capitalista. La unidad italiana mantuvo la
subordinación de la masa campesina al sistema oligárquico de los grandes
propietarios y de la alta burguesía, sobre la base de una propiedad sobre la tierra de
tipo aristocrático. Los liberales moderados que fueron artífices de esa unidad, y
Cavour el primero, cuyo nombre simboliza esa comunidad de intereses, no podían
pensar en seguir la vía revolucionaria francesa: el levantamiento de las masas
campesinas hubiera puesto en peligro su dominio político.
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afirmaba cada vez con más fuerza la oposición del campesinado, sobre todo de los
campesinos medianos, y de los pequeños y medianos comerciantes contra el
sistema monopolista de los grandes negociantes y financieros aliados con los
poderes señoriales y con los grandes propietarios rurales (jinushi) no explotadores
que recibían la renta en especie. La "apertura" del país por la presión de Estados
Unidos y Europa precipitó la evolución, pero sin que hubieran tenido tiempo de
madurar de manera autónoma y suficiente las condiciones internas, económicas y
sociales, necesarias para la revolución burguesa.
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monarquía absolutista y oligárquica: a diferencia de la Revolución Francesa que
destruyó el estado absolutista y permitió la instauración de una sociedad
democrática burguesa. Pese al desarrollo del capitalismo moderno, esos vestigios
persistieron hasta la reforma agraria de 1945 (nochi kaikaku) que asumió
precisamente como misión la liberación "de los campesinos japoneses oprimidos
varios siglos por las cargas feudales": lo que demuestra -escribe K. Takahashi- que
"la revolución Meiji y sus reformas agrarias no habían realizado la misión histórica de
la revolución burguesa consistente en suprimir las relaciones económicas y sociales
feudales".
(1) Sobre estos problemas ver Dobb. M., Studies to the Development of Capitalism,
Londres, 1946, trad. castellana Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, Siglo
XXI, Madrid, 1976. Takahashi, H. K., Shin.. Kakumenn Kozo (Estructura de la
revolución burguesa), Tokio, 1951. Informe de Haguenhauer, ??? Revue historique,
núm. 434, pág. 345, abril-junio de 1955.
(2) Cobban, A., The Myth of the French Revolution, Londres, 1955. Del mismo autor
y con el mismo punto de vista, The social interpretation of the French Revolution,
Cambridge, 1964. Ver Lefebvre G., "Le mythe de la Révolution française". Annales
historiques de la Révolution française, pág. 337, 1956.
(3) Godechot J., La Grande Nation. L'expansion révolutionnaire de la France dans le
monde, 1789-99. 2 vols., tomo I, pág. 11, París, 1956. Original de Palmer, R. R.,
"The World Revolution of the West", Political Science Quarterly, 1954, la idea de una
revolución "occidental" o "atlántica" fue adoptada por Godechot, J. y Palmer, R.R.,
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"Le probléme de l'Atlantique du XVIII au XX siècles, X Congresso Internazionale di
Scienze storiche Relazione, tomo V, págs, 175-239., Florencia, 1955. Palmer, R.R.
The Age of the Democratic Revolution. A political History of Europe and America
1750-1800, tomo I, The Challenge, Princeton, 1959. Godechot, J., Les Révolutions
(1770-99), 2a ed., col. "Nouvelle Clio", PUF, París, 1965, trad. castellana Las
revoluciones, Labor, Barcelona, 1977.
(4) Hill, Ch., "La Révolution anglaise du XVIII e siècle (Essai d'interprétation)". Revue
historique, núm. 449, págs. 5-32, 1959. Ver sobre todo los trabajos del mismo autor,
auténtica figura de primera fila: con James, M. y Rickword, E., The English
Revolution, 1640, Londres, 1940, reed. parcial en 1949; con Deli, E., The Good Old
Cause, Londres, 1949: The Century of Revolution, 1603-1714, Londres, 1961: por
último, Society and Puritanism in pre-revolutionary England, Londres, 1964.
(5) Ver las páginas relativas al Renacimiento en Gramsci, A., Œuvres choisies, París,
1959. Zangheri, R., "La mancata rivoluzione agraria nel Risorgimiento e i problemi
economici dell'unitá", en Studi Gramsciani, Roma, 1958. Soboul, A., "Risorgimento e
rivoluzione borghese: schema di una direttiva di ricerca" en Problemi dell'Unitá
d'Italia Atti del II convegno di studi gramsciani, Roma, 1962. A título comparativo,
Kula, W., "L'origine de l'alliance entre la bourgeoisie et les propriétaires fonciers dans
la premiére moitié du XIXe siècle" en La Pologne au Xe Congrés International des
Sciences Historiques á Rome, Varsovia, 1955; del mismo autor "Secteurs et régions
arriérés dans l'économie du capitalisme naissant", en Problemi dell'Unitá d'Italia obra
citada antes.
(6) Seguimos aquí fundamentalmente las interpretaciones de Takahashi, H. K, "La
place de la Révolution Meiji dans l'histoire agraire du Japon", Revue historique, págs.
229-70, octubre-diciembre de 1953. Ver también Toyama, S., Meiji ishin
(Restauración Meiji), Tokio, 1951.
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