Peje Chico

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PEJE CHICO

Crónica de la época del quinto virrey del Perú


I
Por los años de 1575 existió en Trujillo, ciudad amurallada que fundó Francisco Pizarro, un indio conocido entre
los conquistadores con el nombre de D. Antonio Chayhuac, y entre los naturales como el heredero de Chimu-
Chumamanchu, último gran cacique de Mansiche.

Por entonces, y ejerciendo el oficio de buhonero, hacía un joven español frecuentes viajes de Lima a Trujillo.
Garci-Gutiérrez de Toledo, que tal era su nombre, era huésped obligado del cacique, a quien siempre obsequiaba
con lo mejor de su pacotilla. El trato engendra cariño, y el indio llegó a experimentarlo muy cordial por el
buhonero español, Garci-Gutiérrez de Toledo, que alcanzó a ser padrino de dos de los hijos del cacique.
Mal pergeñado venía todas las tardes el vendedor de baratijas a casa de su compadre. El español era ambicioso,
y su comercio no prometía sacarlo nunca de pobre. D. Antonio le aconsejaba perseverancia y resignación; pero
su consejo era sermón perdido. Garci-Gutiérrez deseaba monedas y no palabras.
Una noche platicaban los dos compadres, al rayo de la luna, en la puerta de la choza del cacique. El español
estaba de un humor endiablado y maldecía de su fortuna. De pronto lo interrumpió D. Antonio diciéndole:
-Pues bien, compadre: ya que fundas tu felicidad en el oro, voy a hacerte el hombre más rico del Perú. Pero
júrame no enorgullecerte con tu cambio de fortuna, ejercer la caridad con los pobres y aplicar la cuarta parte del
tesoro con que voy a brindarte al culto de Dios y de su Santa Madre. Ten sobre todo en acuerdo, compadre, que
nadie hostiliza a la araña mientras ella se está quieta urdiendo su tela en la pared; pero cuando la araña se
aventura a pasear por las alfombras, todos se disputan la satisfacción de aplastarla con el pie.
Garci-Gutiérrez pensó, en el primer momento, que su compadre el cacique se burlaba; pero la codicia se
sobrepuso en su ánimo a todo recelo, y juró por Cristo señor nuestro y por la porción que le estuviera reservada
en el paraíso llenar las condiciones que D. Antonio le imponía.
El viajero que por el lado del mar se dirija hoy a Trujillo, verá a dos millas de distancia de la ciudad las ruinas de
una gran población de la época de los Incas. Esas ruinas fueron la capital del Gran Chimu.
D. Antonio condujo al español a una huaca, escondida en el laberinto de las ruinas, y después de separar grandes
piedras que obstruían la entrada, encendió un hachón, penetrando los compadres en un espacio donde se veían
hacinados ídolos y objetos de oro macizo.
Garci-Gutiérrez estuvo a punto de enloquecer. Iba de un sitio a otro, reía, lloraba y abrazaba al indio.
En el centro de la sala y sobre un andamio de plata había una figura que representaba un pez. El cuerpo era de
oro, y los ojos lo formaban dos esmeraldas preciosísimas. El español quedó extático contemplando el ídolo.
-Pues todo es tuyo -le dijo don Antonio-; hoy te obsequio la huaca del Peje chico. Sé feliz, y si cumples tu
juramento, algún día te llevaré a la huaca del Peje grande.

III
Desde que Garci-Gutiérrez se vio rico renegó de su origen plebeyo. ¡Debilidad humana!
Como hemos dicho, el virrey D. Francisco de Toledo gastó cinco años en recorrer el país, y regresó a Lima en
1575, precisamente cuando acababa el buhonero español de exhibirse como dueño de un tesoro.
El virrey, según pública fama, era extremadamente avaro, vicio que deslustra ante la historia sus grandes
cualidades como hombre de estado. Garci-Gutiérrez fue a visitarlo, y le obsequió por valor de veinte mil pesos
en curiosidades de oro.
-No mire vuecelencia en mi agasajo -le dijo- más que el cariño del deudo. Toledo es vuecencia, y yo soy Garci-
Gutiérrez de Toledo.
-Que sea por muchos años, pariente- le contestó D. Francisco con amabilidad.
Garci-Gutiérrez estaba satisfecho, pues el virrey lo había reconocido en público por su deudo. En cuanto a su
excelencia, pensaba que bien se podía reconocer por más que pariente a quien, en vez de pedir, se mostraba tan
largamente dadivoso. «Lluevan primos como éste -se dijo-, que yo no he de demandarles su árbol genealógico».
Por la plata baila el perro, y el gato sirve de guitarrero.
Corrían los años, y Garci-Gutiérrez, que se llenaba la boca hablando de su primo el virrey y que se trataba a
cuerpo de príncipe, veía rápidamente desaparecer su fortuna en banquetes espléndidos y en regalos a sus amigos
de la nobleza. En cuanto a hacer obras de caridad y dar limosnas para el culto divino, como lo había jurado, no
hay para qué empeñarse en probar que así pensó en ello como en inventar la brújula. «El que en gastos va muy
lejos, no hará casa con azulejos», dice el refrán, o lo que es lo mismo, «el que gasta a chorro, poco luce el morro».
Llegó a la postre un día en que se vio per istam, y entonces se acordó de su compadre el cacique de Mansiche.
Emprendió viaje a Trujillo, y avistándose con D. Antonio, le dijo:
-Compadre Antonio, estoy arruinado.
-No me extraña la nueva, compadre Garci-Gutiérrez. Lo barrunté, desde que al cabo de tantos años, es ahora
cuando se le ha venido a las mientes el santo de mi nombre. ¿Y en qué puedo servirlo, señor compadre?
-Dándome la huaca del Peje grande.
-No estoy loco todavía y no hablemos más de ello. Mi secreto irá conmigo a la tumba.
Garci-Gutiérrez suplicó, lloró y apeló a todo recurso; pero sus esfuerzos se estrellaron ante la estoica tenacidad
del indio. Después de tres meses de lucha, el ex buhonero perdió la esperanza de ablandar las entrañas de roca
de su compadre, y volvió a Lima confiado en la largueza de su primo el virrey. Pero la fortuna volvía la espalda a
Garci-Gutiérrez. Hacía una semana que su excelencia había partido para España.
Nuestro hombre no conocía el mundo. Ignoraba que en los días de prosperidad abundan los amigos y que en las
horas de la desgracia desaparecen. Al verlo pobre, sus antiguos compañeros de festines le huían
miserablemente; y como Garci-Gutiérrez había renegado de su origen, se encontró también justamente
despreciado por los plebeyos.
Hastiado por las decepciones, enfermo del alma y del cuerpo, viejo ya y sin fuerzas para el trabajo, Garci-
Gutiérrez obtuvo por caridad una celda y un pan en el convento de los buenos padres franciscanos.
IV
Los historiadores están uniformes en que Atahualpa ofreció a Pizarro pagarle en oro su rescate. Al efecto, el Inca
envió emisarios por todo el imperio; y ya existía depositada en Cajamarca gran parte del rescate, cuando Pizarro
se decidió a manchar su gloria dando muerte al soberano.
Tan luego como tuvieron noticia de este crimen muchos de los emisarios, que se hallaban en camino para
Cajarnarca, resolvieron enterrar los tesoros de que eran conductores.
Tal fue el origen de las huacas del Peje grande y del Peje chico.
En la primera se han emprendido, aun en nuestros días, serios trabajos para arrancarla el secreto del cacique de
Mansiche; pero siempre ha quedado burlada la codicia de los hombres. Y como si la Providencia tuviera empeño
en azuzarla, acontece que de vez en cuando, entre las ruinas del Chimú, se descubre algún objeto de oro.
Ricardo Palma

Ficha de trabajo N.° 1

a. Lee el texto “El Peje chico” de Ricardo Palma y luego completa el cuadro siguiente, según las acciones de los
personajes.

Motivaciones Padre Hijo Profesor


¿Qué es lo que
desean cada
uno de los
personajes?

¿Qué beneficios
les trae esta
actitud?

b. Comentario sobre los propósitos del autor del texto:


¿Para qué plantea el autor esta situación? ¿Qué elementos del cuento se ciñen a la realidad y qué elementos
consideran poco creíbles? ¿Por qué? Mencionen dos.
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