Posesion Lexica de Las Tradiciones de Palma
Posesion Lexica de Las Tradiciones de Palma
Posesion Lexica de Las Tradiciones de Palma
PROFESOR:
ALUMNO(A):
GRUPO:
G-17
CODIGO:
202012096
Al fin, Pachacutec perdió toda esperanza de ser correspondido, y tomando entre sus
manos las de la joven, la dijo, no sin ahogar antes un suspiro:
-Quédate en paz, paloma de este valle, y que nunca la niebla del dolor tienda su velo
sobre el cielo de tu alma. Pídeme alguna merced que a ti y a los tuyos haga recordar
siempre el amor que me inspiraste.
-Señor -le contestó la joven, poniéndose de rodillas y besando la orla del manto real-,
grande eres y para ti no hay imposible. Venciérasme con tu nobleza, a no tener ya el
alma esclava de otro dueño. Nada debo pedirte, que quien dones recibe obligada
queda; pero si te satisface la gratitud de mi pueblo, ruégote que des agua a esta
comarca. Siembra beneficios y tendrás cosecha de bendiciones. Reina, señor, sobre
corazones agradecidos más que sobre hombres que, tímidos, se inclinan ante ti,
deslumbrados por tu esplendor.
-Discreta ores, doncella de la negra crencha, y así me cautivas con tu palabra como con
el fuego de tu mirada. ¡Adiós, ilusorio ensueño de mi vida! Espera diez días, y verás
realizado lo que pides. ¡Adiós, y no te olvides de tu rey!
Y el caballeroso monarca, subiendo al anda de oro que llevaban en hombros los nobles
del reino, continuó su viaje triunfal.
Durante diez días los cuarenta mil hombres del ejército se ocuparon en abrir el cauce
que empieza en los terrenos del Molino y del Trapiche y termina en Tate, heredad o
pago donde habitaba la hermosa joven de quien se apasionara Pachacutec.
El agua de la achirana del Inca suministra abundante riego a las haciendas que hoy se
conocen con los nombres de Chabalina, Belén, San Jerónimo, Tacama, San liarán,
Mercedes, Santa Bárbara, Chanchajaya, Santa Elena, Vista-alegre, Sáenz, Parcona,
Tayamana, Pongo, Pueblo Nuevo, Sonumpe y, por fin, Tate
Tal, según la tradición, es el origen de la achirana, voz que significa lo que corre
limpiamente hacia lo que es hermoso.
POSESION LEXICA:
1. SAGAZ: Que tiene facilidad para comprender las cosas y de percibir con
claridad lo que conllevan.
2. ESPLENDIDAMENTE: Cualidad de espléndido (que no escatima).
3. TATE: Se utiliza para expresar que se ha recordado o entendido algo.
4. OMNIPOTENTE: Que lo puede todo.
5. INSPIRASTE: Causar alguien o algo un sentimiento o impresión en el ánimo
de una persona.
6. SATISFACE: Este verbo refiere a pagar lo que se debe, saciar un apetito,
sosegar las pasiones del ánimo, cumplir con ciertas exigencias, premiar un
mérito o deshacer un agravio.
7. INCLINAN: Influir cierta cosa a una persona para que diga o haga algo
determinado.
8. SUMINISTRA: Se hace referencia al acto y consecuencia de suministrar (es
decir, proveer a alguien de algo que requiere).
9. HACIENDA: Finca que está dedicada a la agricultura, generalmente de gran
extensión.
He aquí otra tradición ajena, sin la que tampoco puede pasarse mi libro, y que, en mi
pluma, no es sino rapidísimo extracto de la que, con mucha galanura de forma y
abundancia de pormenores, publicó en El Perú Ilustrado mi carísimo compinche
Perpetuo Antañón. Quiero sí añadir que la verdadera fuente de la historieta se
encuentra en los Viajes o Memorias de Stevenson, secretario de Lord Cochrane, obra a
la que remito, en consulta, a los que pretendan hacer más amplio conocimiento con
los dos protagonistas de la tradición. I Concluía el segundo tercio del pasado siglo, y
eran muy populares en Lima dos mercachifles o buhoneros ambulantes, mozos que
frisaban en los veinte eneros. Hijo de la verde Erín era el uno, rubio como unas
candelas, de ojos azules y vigoroso de formas, y bautizándolo había el pueblo con el
nombre de Ambrosio el Inglés. Era el otro un mancebo, natural de Santander, en
España, moreno de color y agraciado de figura, a quien los vecinos de esta noble
ciudad de los Reyes conocían por Juanito el Montañés. Los dos mercachifles habían
principiado por hacerse cruda guerra, arrebatándose uno a otro la marchantería, lo
que nos autoriza para asegurar que no podían alcanzar mucho medro. Por fin, después
de dos años de mutua enemiga, entraron en razón y convinieron en asociarse, lo que
fue acertadísimo; pues desde ese día empezaron a prosperar que era una maravilla.
Los dos eran mozos extremados en todo, y tanto como se habían odiado así se
intimaron en la amistad. Ambrosio el Inglés y Juanito el Montañés durmieron bajo el
mismo techo, partieron de un pan y comieron en un plato, sin que hubiese entre ellos
ni mío ni tuyo. ¡Beneficios de la paz! Mientras existió entre los dos mercachifles
rivalidad abierta, apenas si ganaban para mantenerse; pero al año de estar en armonía
dieron balance, y halláronse con que eran dueños de cien peluconas, de esas que hoy
no se ven ni en monetario. Al montañés se le despertó la codicia, y pensó ya en cosas
mayores: poner tienda y dejarse de andar corriendo calles. El inglés, más sesudo y
flemático, le combatió el pensamiento; pero aferrado Juan con su idea, tuvo Ambrosio
que ceder. Los mercachifles se habían jurado, al asociarse, estar en punto a negocios
siempre tan unidos como los dedos de la mano. Alquilaron en la esquina de judíos una
covachuela casi fronteriza al portal de Botoneros, la habilitaron con el pequeño
capitalito adquirido y con mil pesos más que en zarazas, bayeta de Castilla y otros
lienzos les fiaron unos comerciantes, y... ¡a la mar, madera! Pero fue el caso que con la
nueva posición brotaron ciertos humillos en nuestros ex mercachifles; cambiaron de
traje y método de vida y, digámoslo de una vez, hasta Cupido, para cuyas flechas el
gringo y el montañés habían tenido sobre el pericardio del corazón doce pulgadas de
blindaje, se adueñó de ellos. Dicho está con esto que tanto y tanto resbalaron, que
cayeron al fin de bruces, y se encontraron en quiebra y endrogados en dos mil duretes.
- ¿Y qué hacemos ahora? -preguntó Juanito a su socio. - ¿Qué hemos de hacer?
Entregar las llaves al Consulado -contestó el irlandés. - ¡Qué Consulado ni qué niño
muerto! -exclamó el santanderino. Cerremos la tienda, tiremos las llaves al río y
echémonos a volar, que ¡quién sabe la suerte que Dios nos tiene deparada! -Sí, cuando
menos la mitra de arzobispo para ti y el bastón de virrey para mí -replicó con aire de
zumba el flemático Ambrosio. - ¿Y por qué no? De menos hizo Dios a Cañete -concluyó
el compañero. Y desde ese día nadie volvió a ver en Lima ni a Ambrosio el Inglés ni a
Juanito el Montañés.
II
El 6 de junio de 1796 fue día de fiesta solemnísima en Lima, como que en él se realizó
la entrada del excelentísimo señor don Ambrosio O'Higgins, marqués de Osorno y
virrey del Perú, conocido en la historia patria con el mote de El virrey inglés. Quien
pormenores biográficos conocer quiera sobre este personaje y su rápido
encumbramiento, búsquelos en nuestra tradición titulada ¡A la cárcel todo Cristo! Dice
Perpetuo Antañón (y mucho de esto también cuenta en su libro el viajero Stevenson)
que tan luego como las campanas de la catedral anunciaron que el nuevo virrey
entraba en el palacio de Pizarro, salió del de Toribio de Mogrovejo una magnífica
carroza arrastrada por seis robustas mulas piuranas, negras retintas, conduciendo al
ilustrísimo señor don Juan Domingo González de la Reguera, caballero gran cruz de
Carlos III y decimosexto arzobispo de Lima, a hacer la visita de etiqueta al
representante del monarca. Cuando el venerable prelado se adelantaba a saludarle,
descendió el virrey del solio, avanzó a su encuentro y le tendió los brazos, en los que se
arrojó el arzobispo, quedándose largo rato tiernamente estrechados con gran asombro
de los circunstantes. Mientras así se tenían, un oidor que estaba cercano diz que oyó, a
fuer de buen oidor, que se cambiaron en voz bajísima estas palabras: - ¡Juanito! ¡Quién
nos dijera!... - ¡Ambrosio! Te lo dije... De menos hizo Dios a Cañete.
POSESION LEXICA:
Por los años de 1810 existía en el convento de los dominicos de Lima y también en el
de los agustinos una Academia de música, dirigida por fray Pascual Nieves, buen tenor
y mejor organista. El padre Nieves era, en su época, la gran reputación artística que los
peruleros nos sentíamos orgullosos de poseer. El primer pasante de la Academia era
un muchacho de doce años de edad, como que nació en Lima en 1798. Llamábase José
Bernardo Alcedo y vestía el hábito de donado, que lo humilde de su sangre le cerraba
las puertas para aspirar a ejercicio de sacerdotales funciones. A los diez y ocho años de
edad, los motetes compuestos por Alcedo, que era entusiasta apasionado de Haydn y
de Mozart, y una misa en re mayor, sirvieron de base a su reputación como músico.
Jurada en 1821 la independencia del Perú, el protector don José de San Martín expidió
decreto convocando concurso o certamen musical, del que resultaría premiada la
composición que se declarase digna de ser adoptada por himno nacional de la
República. Seis fueron los autores que entraron en el concurso, dice el galano escritor
a quien extractarnos para zurcir este artículo. El día prefijado fueron examinadas todas
las composiciones y ejecutadas en el orden siguiente:
5.ª La del padre fray Cipriano Aguilar, maestro de capilla de los agustinianos.
POSESION LEXICA:
Y comieron en un plato perro, pericote y gato. Con este pareado termina una relación
de virtudes y milagros que en hoja impresa circuló en Lima, allá por los años de 1840,
con motivo de celebrarse en nuestra culta y religiosa capital las solemnes fiestas de
beatificación de fray Martín de Porres.
Nació este santo varón en lima el 9 de diciembre de 1579, y fue hijo natural del
español don Juan de Porres, caballero de Alcántara, en una esclava panameña. Muy
niño Martincito, llevolo su padre a Guayaquil, donde en una escuela, cuyo dómine
hacía mucho uso de la cáscara de novillo, aprendió a leer y escribir. Dos o tres años
más tarde, su padre regresó con él a Lima y púsolo a aprender el socorrido oficio de
barbero y sangrador, en la tienda de un rapista de la calle de Malambo.
Mal se avino Martín con la navaja y la lanceta, si bien salió diestro en su manejo, y
optando por la carrera de santo, que en esos tiempos era una profesión como otra
cualquiera, vistió a los veintiún años de edad el hábito de lego o donado en el
convento de Santo Domingo, donde murió el 3 de noviembre de 1639 en olor de
santidad.
Nuestro paisano Martín de Porres, en vida y después de muerto, hizo milagros por
mayor. Hacía milagros con la facilidad con que otros hacen versos. Uno de sus
biógrafos (no recuerdo si es el padre Manrique o el médico Valdez) dice que el prior de
los dominicos tuvo que prohibirle que siguiera milagreando (dispénsenme el verbo).Y
para probar cuán arraigado estaba en el siervo de Dios el espíritu de obediencia,
refiere que en momentos de pasar fray Martín frente a un andamio, cayose un albañil
desde ocho o diez varas de altura, y que nuestro lego lo detuvo a medio camino
gritando: «Espere un rato, hermanito» Y el albañil se mantuvo en el aire, hasta que
regresó fray Martín con la superior licencia.
-No se incomode su paternidad -contestó con cachaza el enfermero. - Con lavar ahora
mismo el pan de azúcar se remedia todo.
Y sin dar tiempo a que el prior le arguyese, metió en el agua de la pila el pan de azúcar,
sacándolo blanco y seco.
Creer o reventar. Pero conste que yo no le pongo al lector puñal al pecho para que
crea. La libertad ha de ser libre, como dijo un periodista de mi tierra. Y aquí noto que
habiéndome propuesto sólo hablar de los ratones sujetos a la jurisdicción de fray
Martín, el santo se me estaba yendo al cielo. Punto con el introito y al grano, digo, a
los ratones.
Fray Martín de Porres tuvo especial predilección por los pericotes, incómodos
huéspedes que nos vinieron casi junto con la conquista, pues hasta el año de 1552 no
fueron esos animalejos conocidos en el Perú. Llegaron de España en uno de los buques
que con cargamento de bacalao envió a nuestros puertos un don Gutierre, obispo de
Palencia. Nuestros indios bautizaron a los ratones con el nombre de hucuchas, esto es,
salidos del mar.
En los tiempos barberiles de Martín, un pericote era todavía casi una curiosidad; pues
relativamente la familia ratonesca principiaba a multiplicar. Quizá desde entonces
encariñose por los roedores; y viendo en ellos una obra del Señor, es de presumir que
diría, estableciendo comparación entre su persona y la de esos chiquitines seres, lo
que dijo un poeta:
Aburridos los frailes con la invasión de roedores, inventaron diversas trampas para
cazarlos, lo que rarísima vez lograban. Fray Martín puso también en la enfermería una
ratonera, y un ratonzuelo bisoño, atraído por el tufillo del queso, se dejó atrapar en
ella. Libertolo el lego y colocándolo en la palma de la mano, le dijo:
-Váyase, hermanito, y diga a sus compañeros que no sean molestos ni nocivos en las
celdas; que se vayan a vivir en la huerta, y que yo cuidaré de llevarles alimento cada
día.
Mantenía en su celda nuestro buen lego un perro y un gato, y había logrado que
ambos animales viviesen en fraternal concordia. Y tanto que comían juntos en la
misma escudilla o plato.
Mirábalos una tarde comer en sana paz, cuando de pronto el perro gruñó y encrespose
el gato. Era que un ratón, atraído por el olorcillo de la vianda, había osado asomar el
hocico fuera de su agujero. Descubriolo fray Martín, y volviéndose hacia perro y gato,
les dijo:
-Salga sin cuidado, hermano pericote. Paréceme que tiene necesidad de comer;
apropíncuese, que no le harán daño.
-Vaya, hijos, denle siempre un lugarcito al convidado, que Dios da para los tres.
Y el ratón, sin hacerse de rogar, aceptó el convite, y desde ese día comió en amor y
compaña con perro y gato.
POSESION LEXICA:
1. PAREADO: Es una estrofa que tiene dos versos que riman entre sí, tiene que
ser constante.
2. BEATIFICACIÓN: Declaración oficial por parte del papa de la ejemplaridad
cristiana.
3. LEGO: Que no ha recibido ninguna de las órdenes religiosas y que por
consiguiente no pertenece al clero.
4. ARRAIGADO: El que posee bienes inmuebles.
5. PORTENTOSO: Que resulta sorprendente y causa admiración por tener
cualidades excepcionales.
6. INTROITO: Principio de un escrito o de una oración.
7. ESCUDILLA: Recipiente pequeño con forma de media esfera, parecido a un
tazón, que se usa para tomar la sopa y otros alimentos caldosos.
AL PIE DE LA LETRA
El capitán Paiva era un indio cuzqueño, de casi gigantesca estatura. Distinguíase por lo
hercúleo de su fuerza, por su bravura en el campo de batalla por su disciplina
cuartelera y sobre todo por la pobreza de su meollo. Para con él las metáforas
estuvieron siempre de más, y todo lo entendía ad pedem litteræ.
Era gran amigote de mi padre, y éste me contó que, cuando yo estaba en la edad del
destete, el capitán Paiva, desempeñó conmigo en ocasiones el cargo de niñera. El
robusto militar tenía pasión por acariciar mamones. Era hombre muy bueno. Tener
fama de tal, suele ser una desdicha. Cuando se dice de un hombre: Fulano es muy
bueno, todos traducen que ese Fulano es un posma, que no sirve para maldita de Dios
la cosa, y que no inventó la pólvora, ni el gatillo para sacar muelas, ni el cri-cri.
Mi abuela decía: «la oración del Padre nuestro es muy buena, no puede ser mejor;
pero no sirve para la consagración en la misa».
A varios de sus compañeros de armas he oído referir que el capitán Paiva, lanza en
ristre, era un verdadero centauro. Valía él solo por un escuadrón.
En Junín ascendió a capitán; pero, aunque concurrió después a otras muchas acciones
de guerra, realizando en ellas proezas, el ascenso a la inmediata clase no llegaba. Sin
embargo, de quererlo y estimarlo en mucho, sus generales se resistían a elevarlo a la
categoría de jefe.
¿Por qué no ascendía Paiva? Por bruto, y porque de serlo se había conquistado
reputación piramidal. Vamos a comprobarlo refiriendo, entre muchas historietas que
de él se cuentan, lo poco que en la memoria conservamos.
Cuando Salaverry ascendió a teniente, era ya Paiva capitán. Hablábanse tú por tú, y
elevado aquel al mando de la República no consintió en que el lancero le diese
ceremonioso tratamiento.
Paiva era su hombre de confianza para toda comisión de peligro. Salaverry estaba
convencido de que su camarada se dejaría matar mil veces, antes que hacerse reo de
una deslealtad o de una cobardía.
-Mira, en tal parte es casi seguro que encontrarás a don Fulano y me lo traes preso;
pero si por casualidad no lo encuentras allí, allana su casa. Tres horas más tarde
regresó el capitán y dijo al jefe supremo:
-La orden queda cumplida en toda regla. No encontré a ese sujeto donde me dijiste;
pero su casa la dejo tan llana como la palma de mi mano y se puede sembrar sal sobre
el terreno. No hay pared en pie.
- ¡Pedazo de bruto!
Tenía Salaverry por asistente un soldado conocido por el apodo de Cuculí, regular
rapista a cuya navaja fiaba su barba el general.
Cuculí era un mozo limeño, nacido en el mismo barrio y en el mismo año que don
Felipe Santiago. Juntos habían mataperreado en la infancia y el presidente abrigaba
por él fraternal cariño. Cuculí era un tuno completo. No sabía leer, pero sabía hacer
hablar a las cuerdas de una guitarra, bailar zamacueca, empinar el codo, acarretar los
dados y darse de puñaladas con cualquierita que le disputase los favores de una
pelandusca. Abusando del afecto de Salaverry, cometía barrabasada y media. Llegaban
las quejas al presidente, y éste unas veces enviaba a su barberillo arrestado a un
cuartel, o lo plantaba en cepo de ballesteros, o le arrimaba un pie de paliza.
-Mira, canalla -le dijo un día don Felipe, - de repente se me acaba la paciencia, se me
calienta la chicha y te fusilo sin misericordia.
El asistente levantaba los hombros, como quien dice: «¿Y a mí qué me cuenta usted?»,
sufría el castigo, y rebelde a toda enmienda volvía a las andadas.
Gorda, muy gorda debió ser la queja que contra Cuculí le dieron una noche a Salaverry;
porque dirigiéndose a Paiva, dijo:
-Llévate ahora mismo a este bribón al cuartel de Granaderos y fusílalo entre dos luces.
Media hora después regresaba el capitán, y decía a su general:
Para Salaverry, como para mis lectores, entre dos luces significaba al rayar el alba.
Metáfora usual y corriente. Pero... ¿venirle con metaforitas a Paiva?
- ¡Pedazo de bruto!
Desde este día quedó escarmentado Salaverry para no dar a Paiva encargo o comisión
alguna. El hombre no entendía de acepción figurada en la frase. Había que ponerle los
puntos sobre las íes.
-Dame unos cuantos lanceros -dijo el capitán Paiva- y te ofrezco traerte un boliviano a
la grupa de mi caballo.
-Pues, hombre, van a creer esos cangrejos que nos han metido el resuello y que les
tenemos miedo.
Y sobre este tema siguió Paiva majadeando, y majadereó tanto que, fastidiado
Salaverry, le dijo:
Paiva escogió diez lanceros de la escolta; cargó reciamente sobre la guerrilla, que
contestó con nutrido fuego de fusilería; la desconcertó y dispersó por completo, e
inclinándose el capitán sobre su costado derecho, cogió del cuello a un oficial enemigo,
lo desarmó y lo puso a la grupa de su caballo.
Y cayó del caballo para no levantarse jamás. Tenía dos balazos en el pecho y uno en el
vientre.
Salaverry le había dicho: «Anda, hazte matar»; y decir esto a quien todo lo entendía al
pie de la letra, era condenarlo a la muerte.
- ¡Valiente bruto!
POSESION LEXICA:
El liberal obispo de Arequipa Chávez de la Rosa, a quien debe esa ciudad, entre otros
beneficios, la fundación de la Casa de expósitos, tomó gran empeño en el progreso del
seminario, dándole un vasto y bien meditado plan de estudios, que aprobó el rey,
prohibiendo sólo que se enseñasen derecho natural y de gentes.
Rara era la semana por los años de 1796 en que su señoría ilustrísima no hiciera por lo
menos una visita al colegio, cuidando de que los catedráticos cumpliesen con su deber,
de la moralidad de los escolares y de los arreglos económicos.
El señor obispo se propuso remediar la falta, reemplazando por ese día al profesor
titular.
Los alumnos habían descuidado por completo aprender la lección. Nebrija y el Epítome
habían sido olvidados.
Empezó el nuevo catedrático por hacer declinar a uno musa, musæ. El muchacho se
equivocó en el acusativo del plural, y el Sr. Chávez le dijo:
En esos tiempos regía por doctrina aquello de que la letra con sangre entra, y todos los
colegios tenían un empleado o bedel, cuya tarea se reducía a aplicar tres, seis y hasta
doce azotes sobre las posaderas del estudiante condenado a ir al rincón.
Y ya había más de una docena arrinconados, cuando le llegó su turno al más chiquitín y
travieso de la clase, uno de esos tipos que llamamos revejidos, porque a lo sumo
representaba tener ocho años, cuando en realidad doblaba el número.
El niño o conato de hombre alzó los ojos al techo (acción que involuntariamente
practicamos para recordar algo, como si las vigas del techo fueran un tónico para la
memoria) y dejó pasar cinco segundos sin responder. El obispo atribuyó el silencio a
ignorancia, y lanzó el inapelable fallo:
El chicuelo obedeció, pero rezongando entre dientes algo que hubo de incomodar a su
ilustrísima.
Tomó a capricho el obispo saber lo que el escolar murmuraba, y tanto le hurgó que, al
fin, le dijo el niño:
-Lo que hablo entre dientes es que, si su señoría ilustrísima me permitiera, yo también
le haría una preguntita, y había de verse moro para contestármela de corrido.
El Sr. Chávez de la Rosa, sin darse cuenta de la acción, levantó los ojos.
-¡Ah! -murmuró el niño, pero no tan bajo que no lo oyese el obispo-. También él mira
al techo.
La verdad es que a su señoría ilustrísima no se le había ocurrido hasta ese instante
averiguar cuántos Dominus vobiscum tiene la misa.
Encantolo, y esto era natural, la agudeza de aquel arrapiezo, que desde ese día le
cortó, como se dice, el ombligo.
El obispo se constituyó en padre y protector del niño, que era de una familia pobrísima
de bienes, si bien rica en virtudes, y le confirió una de las becas del seminario.
Andando los tiempos, aquel niño fue uno de los prohombres de la independencia, uno
de los más prestigiosos oradores en nuestras Asambleas, escritor galano y robusto,
habilísimo político y orgullo del clero peruano.
¿Su nombre?
En la bóveda de la catedral hay una tumba que guarda los restos del que fue Francisco
Javier de Luna-Pizarro, vigésimo arzobispo de Lima, nacido en Arequipa en diciembre
de 1780 y muerto el 9 de febrero de 1855.
POSESION LEXICA: