Identidad Personal y Memoria

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IDENTIDAD PERSONAL Y MEMORIA

Antonio Gutiérrez Vara

El problema de la identidad personal es, en general, el problema central del pensamiento


moderno. En el presente texto, nos centraremos en la concepción de la identidad
personal, un caso especial del problema de la identidad de la sustancia, sostenida por
Hume: la identidad personal, como veremos en líneas siguientes, es una ficción, una
reconstrucción, una conexión en el tiempo de las diferentes impresiones operada por la
memoria y la imaginación.

Hume critica la idea de sustancia, tanto material, referida a los objetos corpóreos, como
inmaterial, referida al sujeto espiritual o yo. Sostiene que no hay razón alguna que
asegure de manera convincente la existencia de ninguno de estos dos tipos de sustancia.
Para Hume sólo hay percepciones que, según la fuerza o vivencia con las que son
recibidas por los sentidos, pueden clasificarse en impresiones o ideas, que, a su vez,
pueden ser simples o complejas [1]. Las ideas simples corresponden y representan
exactamente las impresiones simples, y no hay circunstancia alguna en las unas que no
se encuentre en las otras. Así pues, no habiendo en la idea de sustancia, material o
inmaterial, correspondencia alguna con ninguna impresión previa de la que se derive,
Hume se resiste a afirmar su existencia.

En la sección dedicada a la inmaterialidad del alma, Hume, consecuentemente, se


posiciona en contra de la afirmación que sostiene que las sustancias materiales e
inmateriales son supuestos sujetos de inhesión de nuestras percepciones y pensamientos.
Critica igualmente a los espiritualistas, que relacionan todo pensamiento a una sustancia
simple e indivisible, y a los materialistas que, de manera contraria, relacionan todo
pensamiento a la extensión.
Hume, sosteniendo que no se tiene idea de cosa alguna que no sea una percepción y que,
como se afirma, la sustancia es algo diferente a ella, concluye que no es posible tener
idea alguna de sustancia. Asimismo, sosteniendo que es absurdo intentar localizar
nuestros pensamientos, es decir, considerar que éstos forman parte de la extensión, y
que, por tanto, pensamiento y extensión son cualidades totalmente incompatibles y
separadas, y, por otra parte, que no hay objeto corpóreo que pueda ser conocido en la
mente sin mediar una percepción, concluye que la idea de extensión no es sino una
copia de su impresión correspondiente [2].
Por tanto, en criterio de Hume, nuestras percepciones no son inherentes a ninguna
sustancia material ni inmaterial, como quieren los materialistas y los espiritualistas,
respectivamente.

Entrando en materia, Hume, como se ha dicho, parte de la premisa de que toda idea
encuentra su origen en una impresión, y siendo el yo considerado como constante e
invariable, por ser la referencia de todas las distintas impresiones e ideas, debe
necesariamente corresponder a una impresión igualmente constante e invariable. Debido
a que, según Hume, no hay impresión alguna de este tipo, concluye que el yo, la idea de
la identidad personal, no existe. No se puede concebir el yo sin una percepción, y no se
puede observar sino la percepción misma. Añade que, como toda percepción es

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diferente, cada una de ellas no necesita sostén alguno para su existencia, distinta y
separada. Consecuentemente, Hume afirma y prueba que, no habiendo simplicidad ni
identidad, el yo no es sino un haz de percepciones diferentes que, en constante
movimiento, se suceden entre sí de manera discontinua. Sin embargo, advierte que,
según una cierta inclinación natural [Ver artículos <Por qué representar> y <El impulso
poético>], rechazamos esta variación y discontinuidad presentada en nuestros sentidos,
y fingimos una simplicidad en un tiempo y una identidad a lo largo de momentos
diferentes, es decir, imaginamos la existencia de un principio fundador de la cohesión
de las diferentes percepciones. De este fingimiento surge la idea de la sustancia y, por
inclusión, la idea de la sustancia espiritual. Hume afirma y prueba, por tanto, que el yo,
la identidad personal, no es más que una invención, algo fingido, una dotación de
existencia ideal a algo que no la tiene.
Así pues, partiendo de la premisa de que el entendimiento no tiene constancia de
ninguna relación real entre impresiones, y que "la unión de causa y efecto se reduce a
una asociación de ideas producida por la costumbre", concluye que "la identidad no
pertenece a las diferentes percepciones, ni las une entre sí, sino que es simplemente una
cualidad que les atribuimos en virtud de la unión de sus ideas en la imaginación, cuando
reflexionamos sobre ellas" [3]. Lo supuestamente idéntico, aquello impuesto a lo
variable y discontinuo, no es sino una sucesión de ideas mutuamente conectadas por las
relaciones de semejanza y de causalidad. La memoria es, según Hume, la facultad que,
siendo capaz de hacer revivir como ideas impresiones pasadas, produce esta relación de
semejanza entre ellas, así como la continuidad y extensión de su sucesión mediante la
relación de causalidad. "Si no tuviéramos memoria no tendríamos nunca noción alguna
de causalidad y, por consiguiente, tampoco de esa cadena de causas y efectos
constitutiva de nuestro yo o persona" [4].
Ahora bien, debido a la posibilidad del olvido y a que la identidad personal se puede
extender más allá de nuestra memoria, Hume afirma que ésta no produce propiamente la
identidad personal, sino que la descubre, es decir, pone de manifiesto la relación causal
existente entre nuestras diferentes percepciones. Así pues, la memoria, aunque siendo
considerada su fuente, necesita de la imaginación para producir íntegramente la
identidad personal.

Hume sostiene, por tanto, que el objeto corpóreo y el sujeto espiritual no son sino una
serie de impresiones. Así pues, confundida la tradicional distinción entre objeto y
sujeto, Hume concluye que, debido a que el conocimiento se funda en percepciones
variables y diferentes de las que no cabe inferir la existencia de un objeto o sujeto que
sea su causa, tanto la identidad material, esto es, la existencia de los objetos que se
encuentran supuestamente fuera de nosotros, como la identidad personal, el yo, no son
objetos de conocimiento, sino de creencia.

Utilizaremos a continuación un ejemplo para aclarar, si fuera necesario, el modo cómo


opera la memoria y la imaginación en la producción de la identidad personal, es decir,
un ejemplo de cómo se finge cierta semejanza y continuidad en nuestras impresiones y,
por consiguiente, de cómo se llega a suponer la existencia de algo coherente - la
sustancia material o espiritual - que sirva de causa a las diferentes impresiones:
En una situación cualquiera, un día lluvioso sentado en la butaca del salón, por ejemplo,
se puede tener una serie de impresiones sobre, por una parte, la extensión de aquello que
a uno rodea y, por otra, la pasión que se experimenta. Al dejar la situación, es decir, al
salir del salón y entrar, por ejemplo, en la cocina, se deja de tener la serie de
impresiones de cuando se estaba sentado en la butaca y se pasa a tener una nueva serie.

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Ahora, no sólo varía la extensión de la materia sino la pasión, porque al beber, por
ejemplo, un refresco de la nevera uno puede sentir malestar.
Ahora bien, al volver al salón, las impresiones actualmente recibidas son, en mayor o
menor grado, similares a las recibidas anteriormente. Puede pasar que el cielo se haya
despejado o que el libro se haya cerrado; y puede pasar, también, que se sientan
molestias en la garganta y que la preocupación haya agriado el humor. Siendo, pues, la
situación diferente, la memoria, que, como se ha dicho, hace revivir de manera intensa
las impresiones pasadas en forma de idea, facilita la similitud en una misma situación,
aunque las impresiones recibidas de ésta hayan sido fragmentadas, debido al intervalo
pasado en la cocina. La memoria, pues, proporciona, entre la vez anterior y la posterior
a la estancia en la cocina, la creencia de un conjunto de objetos externos convenientes,
los situados en el salón, y de una sustancia espiritual correspondiente, la que padece los
cambios de humor. La memoria, por tanto, nos permite identificar, aunque el momento
y las impresiones hayan variado, un mismo objeto y un mismo sujeto, haciendo que las
impresiones presentes y las pasadas parezcan uniformes.

Llegados a este punto, surge inevitablemente la problemática sobre la negación, por


parte de Hume, de la distinción tradicional entre sustancia y accidente, y sus
implicaciones. Entre otras, la negación de la existencia del yo. Recapitulemos.
Hume, sostiene, por una parte, que no se tiene idea de cosa alguna que no sea una
impresión, y que, además, esta idea corresponde y representa exactamente la impresión
que la origina. Así pues, debido a que no es posible conocer la impresión productora de
la idea de sustancia, y a que las percepciones cumplen las características de la definición
racionalista de sustancia como "algo que puede existir por sí mismo", no es posible
afirmar la idea de sustancia.

Ahora bien, Hume olvida que, si se toma como referencia de algo, una otra cosa, al ser
ésta considerada no puede incluirse dentro de lo referido. Es decir, si tomamos como
punto de partida las impresiones y derivamos de ellas las ideas, como sostiene Hume,
aquello que se supone que se encuentra como productor de las impresiones, aunque
según Hume sea una idea y, por tanto, su existencia deba estar legitimada por una
percepción correspondiente, no se puede considerar una impresión. Así pues, aquello a
que se refieren todas las impresiones no puede ser situado en la misma categoría que las
impresiones, porque, de esta manera, referente y referido se encontrarían en un mismo
nivel, sino que debe ser considerado como algo distinto que posee la posibilidad de
abarcar a lo demás referido. Por tanto, el referente no podrá ser referido, pero estará
presente en toda referencia.
Nos vemos obligados a creer, en términos de Hume, que, anteriormente a la identidad
personal, a la ficción del yo operada en el entendimiento, hay una condición de
posibilidad de las impresiones que posibilitan, a su vez, las ideas; es decir, un yo que,
no siendo ficción de la memoria y la imaginación, no siendo un principio de unión
imaginado de lo variable y discontinuo, está presente en todo fingimiento.

NOTAS

[1] David Hume, Tratado de la naturaleza humana (Madrid: Tecnos, 1998), p. 43 y 44.
[2] Op. Cit., p. 339.

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[3] Op. Cit., p. 365.
[4] Op. Cit., p. 368.

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