Adios A Las Formulas Magicas PDF
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Adiós a las
fórmulas mágicas
Dueño de un universal “embrujo”, el Estado
se ha ganado, con causa, la doble fama de
noble salvador o eterno culpable.
En síntesis s por lo menos audaz que un joven e ignoto investigador prediga “el fin de la historia” en
Usted afirmó que suelen ignorarse o subestimarse los ciclos de retroalimentación “correctivos”
inherentes a los sistemas sociales. ¿Son una característica de todos los sistemas o sólo de los más
desarrollados?
Una de las ventajas de la democracia es que en este sistema los líderes son responsables.
O sea que, frente a una falla crítica en las decisiones o en las políticas aplicadas, la gente, las
use o no, dispone de herramientas para forzarlos a corregir el rumbo o desplazarlos. En los paí-
ses autoritarios no ocurre lo mismo. Si uno observa a Cuba, verá que está detenida en un nivel
de desarrollo que seguramente se mantendrá sin cambios hasta que Fidel Castro muera. La
posibilidad de aprender y corregir está neutralizada o anulada.
Por ser “susceptibles de formalización”, el diseño y la gestión de las organizaciones son más fá-
ciles de “transferir” entre culturas y sociedades que otras instituciones más abstractas.
En ningún caso es fácil cuando se cruzan fronteras nacionales. Todavía tenemos que inves-
tigar qué instituciones son más “lisa y llanamente transferibles”. La organización de un banco
central, por ejemplo, exige conocimiento técnico y un número de personas relativamente re-
ducido. La transferencia no es compleja.
En la vereda opuesta a este tipo de organización concreta está la vigencia y aplicación efec-
tiva de las leyes: cualquier modelo es muy difícil de transferir de un Estado a otro, porque es
un sistema de funcionamiento complejo y disperso, íntimamente ligado con intereses críticos
de los políticos y que demanda algo más que un experto “técnico”. La “transferibilidad” de mo-
delos e instituciones nunca está asegurada. Depende, en gran medida, del tipo de “agencia”
pública del que se trate y, casi siempre exige una buena dosis de contenido local para evitar el
“rechazo”.
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Entrevista a Francis Fukuyama
En la Argentina se hicieron grandes cambios institucionales sin el respaldo del cambio cultural
necesario para que la sociedad se adapte a ellos. Entonces, con el tiempo y el resultado de la ex-
periencia, se van aplicando “parches”. No parece serio. ¿Cómo debe ser el proceso de construc-
ción o reconstrucción del Estado?
En primer lugar tenemos que distinguir el punto de partida: un Estado fracasado o un Es-
tado débil. Una categoría completa de problemas, más severos que los que padece América la-
tina, se asocia a Estados que fracasaron como Afganistán, Somalia, Irak, Haití. En estos casos
hay que reconstruirlos desde la base: el ejército, la policía, las instituciones financieras, la edu-
cación, la salud. En la mayoría de los otros países, en los que el problema es la debilidad, la
agenda es de reforma: vigencia y cumplimiento de la ley, transparencia, responsabilidad de las
instituciones públicas y privadas, legitimidad. En toda América latina no creo que sea la demo-
cracia como sistema de gobierno la que atenta contra su desarrollo, sino la “eventualidad” de
la aplicación de la ley. O la falta de consistencia. Dos cuestiones que no soluciona un grupo de
“expertos”. Por ejemplo, si no se asegura y protege el derecho de propiedad, no habrá inversión
ni desarrollo en el largo plazo.
Alguna relación guarda esa necesidad de reforma con la caída en desgracia del consenso de
Washington de la que se habla, y con la emergencia de un nuevo (des)orden mundial.
A mi criterio, el consenso de Washington era una plataforma sensata que nació básicamen-
te en respuesta a la crisis de la deuda de los ’90 en los países latinoamericanos, cuyos ejes eran
el gasto público descontrolado y la emisión monetaria como recurso para cubrir el déficit, pro-
blemas críticos que había que resolver (ver Gestión, Volumen 8, Número 6, Noviembre-Diciem-
bre 2003). Creo que hoy mucha gente en Washington es más consciente de que aquello era só-
lo una solución parcial porque, sin el cambio de las instituciones políticas y sociales subyacen-
tes, las correcciones de política económica no pueden sino tener un impacto limitado o cau-
sar distorsiones. No es lo mismo firmar un tratado de comercio que fortalecer como institu-
ción a una empresa de telecomunicaciones privatizada.
¿Cómo se puede fomentar ese cambio institucional? ¿Cuál es la posible contribución de los indi-
viduos, las organizaciones informales, las ONG, los partidos políticos?
No creo que exista una receta única. En última instancia depende de cuán intenso y vigo-
roso sea el debate interno en cada sociedad. De hecho, si ponerse firme contra el Fondo Mone-
tario en el discurso político afecta la negociación de la deuda en detrimento de los tenedores
de bonos, éstos necesitarán agruparse para defender sus intereses. Estas organizaciones no
gubernamentales se han convertido en un signo de la época, que se incorpora a las discusio-
nes políticas. El mensaje que pretendo transmitir en State-Building —La construcción del Es-
tado, en su versión en español— es que no existe una fórmula mágica porque la mayoría de
las cuestiones bajo análisis son políticas y cada país tiene sus propias urgencias. El corazón de
esa reforma no está en seleccionar el diseño o el modelo más apropiado de institución, sino
en identificar las restricciones o limitaciones políticas que impiden su implementación y en-
contrar la forma de sortearlas para resolver los problemas reales y fortalecer al Estado en sus
dos dimensiones: alcance y capacidad; tamaño y fortaleza. Caso contrario, y aunque suene de-
salentador, el nivel inadecuado de desarrollo institucional seguirá bloqueando las posibilida-
des de desarrollo económico. Es importante reconocerlo para no volver a equivocarse. Porque,
tanto para las sociedades individuales como para la comunidad global, el debilitamiento del
Estado no es el preludio de la utopía sino del desastre. ●
© Gestión/Entrevista de
Graciela González Biondo
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