Foreign Affairs Samuel Huntington

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F L AT I N OA M É R I CA
volumen 9 • número 4
octubre-diciembre de 2009

Samuel P. Huntington
(1927-2008)

Jane S. Jaquette y Abraham F. Lowenthal


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Samuel P. Huntington
(1927-2008)
Jane S. Jaquette y Abraham F. Lowenthal
n
Samuel Phillips Huntington, fallecido el 24 de diciembre de 2008, fue el
politólogo estadounidense más influyente y uno de los intelectuales más promi-
nentes del mundo de los últimos 50 años.
A diferencia de dos de sus contemporáneos de la facultad de la Harvard Uni-
versity, Henry Kissinger y Zbigniew Brzezinski, Huntington no dejó el mundo
académico por la política. A excepción de 2 años ( de 1977 a 1978) en los que tra-
bajó en el Consejo de Seguridad Nacional del gobierno de Carter (por invitación
de Brzezinski), Huntington siguió siendo, en esencia, un académico universitario.
Ocasionalmente, asesoró de manera directa a funcionarios públicos, que incluyó al
gobierno estadounidense en la década de los sesenta para promover el respaldo
civil en Vietnam y al gobierno militar brasileño en la década de los setenta sobre
la forma de liberalizar y preparar gradualmente el camino para un gobierno civil.
Sin embargo, la principal aportación de Samuel Huntington fue como analista,
escritor y profesor, no como formulador de políticas ni como asesor político.
Durante cada una de las últimas seis décadas, comenzando con su clásico The
Soldier and the State (1957) [El soldado y el Estado: teoría y política de las relaciones
cívico-militares, Grupo Editor Latinoamericano, 1995], Huntington inició con
frecuencia y configuró repetidamente el debate académico y en ocasiones, incluso,
el debate más general sobre una asombrosa variedad de temas: las relaciones entre
civiles y militares, la cultura y las instituciones políticas de Estados Unidos, las de-
ficiencias de la teoría de la modernización, las fuentes y la dinámica de la “tercera
ola” de democratización; la posibilidad de un “choque de civilizaciones” tras la

Jane S. Jaquette es profesora emérita de Política del Occidental College


y ex presidenta de la Latin American Studies Association. Abraham
F. Lowenthal es profesor de Relaciones Internacionales de la University
of Southern California, director fundador de Inter-American Dialogue y
presidente emérito del Pacific Council on International Policy.

material preparado por invitación de Política Externa, são paulo, brasil [ 97 ]


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Guerra Fría, el efecto de la migración hispana sobre la identidad y la influencia


estadounidense, la importancia fundamental de las instituciones políticas, y la
relevancia de una profunda cultura y del liderazgo personal.
En cada uno de estos variados temas, los argumentos de Huntington siguen en
el centro del discurso académico, del político y de la política pública. Algunas de sus
agudas perspectivas y marcos teóricos siguen aclarando cuestiones complejas; otros
han sido impugnados e incluso desacreditados. Pero nadie puede negar la sobresa-
liente presencia de Samuel Huntington: capaz de definir y atraer la atención hacia
cuestiones importantes, de extraer evidencias de un conocimiento más amplio de
teorías relevantes y datos comparativos, de expresar sus argumentos en una prosa
clara y a menudo deslumbrante, de retar a la opinión convencional, y de formar a
numerosos académicos y profesionales destacados. Huntington pasaba de un tema
a otro sin repeticiones tediosas o sin recurrir a la jerga excluyente ante la que sucum-
ben muchos sociólogos. Su interés por los temas importantes, su capacidad para rea-
lizar análisis comparativos y su lúcida prosa hicieron de Samuel Huntington una
lectura obligada para tres generaciones de estudiantes y académicos y para una cada
vez más amplia variedad de personas, tanto en Estados Unidos como en el mundo.
Huntington escribió, coescribió, editó o coeditó diecinueve volúmenes y nume-
rosos artículos académicos. En agosto de 2008, se publicó una nueva edición (la
decimoquinta) de The Soldier and the State. Su obra más ampliamente discutida, The
Clash of Civilizations and the Remaking of World Order (1996) [El choque de civili-
zaciones y la reconfiguración del orden mundial, Paidós, 1997], se convirtió en uno de los
libros más vendidos en el mundo y apareció en muchas ediciones e idiomas. El artícu-
lo “The Clash of Civilizations?”, publicado en 1993 en Foreign Affairs [“¿Choque de
civilizaciones?”, Foreign Affairs en Español, vol. 1, núm. 2] en el que introducía la pre-
dicción de que el mundo de la Posguerra Fría se trataría menos de conflictos ideo-
lógicos o económicos y más sobre una rivalidad de civilizaciones, ha sido traducido
y debatido en todos los continentes, excepto en la Antártica.

cinco obras seminales


Por cuestiones de tiempo y de espacio nos vemos obligados a concentrarnos en
sólo cinco de los volúmenes de Huntington: Political Order in Changing Societies
(1968) [El orden político en las sociedades en cambio, Paidós, 1990]; American Politics:
The Promise of Disharmony (1981); The Third Wave: Democratization in the Late
Twentieth Century (1991) [La tercera ola: la democratización a finales del siglo XX,
Paidós, 1994]; The Clash of Civilizations and the Remaking of the World Order, y
Who Are We? The Challenge to America’s National Identity (2004) [¿Quiénes somos?
Los desafíos a la identidad nacional estadounidense, Paidós, 2004], el último, y en
muchos sentidos, el menos satisfactorio de sus libros.
Political Order in Changing Societies fue el trabajo más poderoso, original y teóri-
co de Huntington, y el más influyente en la literatura académica. Adentrándose en

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la fuerte corriente de los recuentos optimistas de la modernización y del cambio


económico y político en las antiguas colonias recién independizadas, Huntington
desafió las suposiciones y argumentos imperantes. Sus párrafos iniciales, que pre-
sentan claramente su postura fundamental, merecen ser citados:

La diferencia política más importante entre los países no tiene que ver con su forma
de gobierno, sino con su grado de gobierno. Las diferencias entre la democracia y la dic-
tadura son menos agudas que las diferencias entre aquellos países cuya política encarna
el consenso, la comunidad, la legitimidad, la organización, la efectividad y la estabilidad
y aquellos otros cuya política es deficiente en dichos elementos. Los Estados totalita-
rios comunistas y los Estados occidentales liberales pertenecen, en general, más a la cate-
goría de los sistemas políticos efectivos que a los débiles. Estados Unidos, el Reino Unido
y la Unión Soviética tienen diferentes formas de gobierno, pero el Gobierno gobierna
en estos tres sistemas […]. Estos gobiernos controlan la lealtad de sus ciudadanos y
por ende tienen la capacidad de gravar los recursos, de reclutar mano de obra y de in-
novar y ejecutar políticas. En todas estas características, los sistemas políticos de Estados
Unidos, el Reino Unido y la Unión Soviética difieren significativamente del tipo de go-
bierno que existe en muchos, sino es que en la mayoría, de los países en vías de moder-
nización de África, Asia y Latinoamérica.

Habiendo descrito osadamente la violenta e inestable política que dominaba


a gran parte del mundo en desarrollo, Huntington se dio a la tarea de analizar y
explicar dicho deterioro político y los requisitos de orden político, de explorar la
razón por la que fue tan difícil reconocer y abordar estos temas para los sociólo-
gos occidentales, y proponer ideas prácticas sobre lo que podía y debía hacerse al
respecto.
Una variedad asombrosamente amplia y ecléctica de fuentes, métodos y datos
forma parte de Political Order. Tan solo en el primer capítulo, Huntington utiliza
referencias bibliográficas de la antropología, la economía, la historia, el derecho, las
ciencias políticas, la administración pública y la sociología, así como de la novela con-
temporánea. Cita autores clásicos como Aristóteles, Platón, Plutarco, Maquiavelo,
Hobbes, Gibbons, Burke, Tocqueville y Sarmiento, pero también se basa en cuatro
tesis doctorales y una tesis de maestría no publicadas, en numerosos especialistas
de estudios nacionales y regionales provenientes de todo el mundo, y en más de
cuarenta importantes politólogos contemporáneos.
La tesis fundamental de Huntington —desarrollada y presentada con una efecti-
va combinación de lógica analítica, evidencias históricas y conocimiento compara-
tivo— preconisa un rápido cambio social y la subsiguiente movilización de nuevos
grupos hacia la política, con frecuencia aventajados por el desarrollo de institu-
ciones políticas capaces de procesar su participación y sus demandas. Cuando los
índices de movilización social y la expansión de la participación política son altos y
los niveles de organización e institucionalización políticas son bajos, el resultado es
la inestabilidad política y el desorden.

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Debido a la historia de Estados Unidos, los politólogos y formuladores estado-


unidenses de políticas públicas tienden a pensar no en la creación de autoridad y en
la acumulación de poder, sino en la limitación de la autoridad y en la división del
poder. Se concentran, por ende, en garantizar elecciones libres y justas, sin darse
cuenta de que “para que las elecciones sean significativas, se requiere cierto nivel de
organización política […]. El problema no es celebrar elecciones, sino crear organi-
zaciones […]. La autoridad tiene que existir antes de que se le pueda limitar”.
A partir de estas convincentes observaciones, Huntington analizó los requisitos
previos de la autoridad y el gobierno efectivo en diferentes niveles de movilización,
participación y desarrollo institucional. Refutó sistemáticamente varias suposi-
ciones e hipótesis optimistas de la literatura de la modernización sobre el proceso
que, hasta ser criticado por Huntington, había sido generalmente concebido en
términos teleológicos como “desarrollo político”. Sustituyó una teoría basada en la
cambiante relación entre la participación política y la institucionalización política,
y aplicó su teoría a las sociedades tradicionales, en vías de modernización y mo-
dernas de muchas regiones del mundo. Desarrolló principios generales que acla-
raron y explicaron muchos casos que con anterioridad se habían considerado
idiosincrásicos o incluso inexplicables, puso en entredicho la dirección del cam-
bio y se centró en las fuentes de la autoridad y el orden.
De particular utilidad fue su discusión original sobre la intervención militar en
política, argumentando que sus causas principales no eran las características socia-
les y organizacionales de las fuerzas armadas, sino la estructura política e institu-
cional de la sociedad. La razón por la que las explicaciones militares no justifican
las intervenciones militares, argumentaba Huntington, es que las intervenciones
militares son solamente una manifestación específica de un fenómeno más amplio:
la politización de las fuerzas e instituciones sociales. “Los países que cuentan con
ejércitos políticos también tienen cleros políticos, universidades políticas, buro-
cracias políticas, sindicatos políticos y empresas políticas […]. Lo que crea esos
grupos tan politizados es la ausencia de instituciones políticas efectivas, capaces
de mediar, refinar y moderar la acción política.”
En tales circunstancias, que Huntington denomina “pretorianas”, las fuerzas so-
ciales se confrontan entre sí de forma evidente. “Ninguna institución política,
ningún grupo de líderes políticos profesionales es reconocido y aceptado como
legítimo intermediario para mediar el conflicto del grupo. De manera igualmen-
te importante, no existe acuerdo entre los grupos con respecto a los métodos legí-
timos y fiables para resolver los conflictos.” En las democracias constitucionales
occidentales y en las dictaduras comunes, hay un consenso general sobre la ma-
nera de asignar puestos, distribuir el poder y resolver las disputas, pero no sucede
lo mismo en una sociedad pretoriana donde “cada grupo emplea los medios que
reflejan su naturaleza y sus capacidades distintivas”.
Political Order in Changing Societies presenta un análisis cuidadosamente razo-
nado y muy variado para 461 páginas, e incluye demasiadas ideas importantes como

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para resumirlas en este artículo. De especial interés, por ejemplo, es su discusión


sobre la posibilidad de la revolución en una sociedad profundamente pretoriana:

En el sistema político normal, los conservadores están dedicados a la estabilidad y con-


servación del orden, mientras que los radicales las amenazan con un cambio abrupto y
violento. Pero, ¿qué significan conceptos como conservadurismo y radicalismo en una
sociedad totalmente caótica en la que el orden se debe crear mediante un acto positivo
de voluntad política? En una sociedad como ésa, ¿quién es el radical? ¿Quién es el
conservador? ¿Acaso no es el revolucionario el único conservador verdadero?

Sin embargo, la revolución verdadera es difícil y rara, y sus resultados no son


siempre positivos o permanentes, Huntington continúa. En la introducción del
Capítulo 6, “Reforma y cambio político” —una brillante discusión comparativa,
constructiva y práctica del reformismo y de la importancia fundamental de crear
instituciones civiles y partidos políticos—, afirma que la verdadera reforma, sin
embargo, es aún más rara, y en cierta forma más difícil. El Capítulo 10 se centra
claramente en los partidos políticos, y desde entonces no ha sido superado como
una declaración de la necesidad indispensable de la organización política como fun-
damento para la estabilidad política y como condición previa para la libertad po-
lítica: “El vacío de poder y de autoridad reinante en tantos países en vías de
modernización puede ser llenado temporalmente con liderazgo carismático o
mediante la fuerza militar, pero sólo la organización política lo puede llenar de
manera permanente […]. En el mundo modernizante, quien controla el futuro
es quien organiza su política”. Éstas siguen siendo verdades importantes.
American Politics and the Promise of Disharmony (1981) fue, de hecho, la respues-
ta de Huntington a los turbulentos acontecimientos que se dieron en Estados
Unidos a finales de los sesenta. Por naturaleza, trataba de rebatir los argumentos
polarizados sobre este período, analizándolo desde una perspectiva histórica.
Refutó a la izquierda, que esperaba que los derechos civiles y los movimientos
antibelicistas y los cambios en las costumbres y actitudes condujeran al cambio re-
volucionario. Pero también le respondió a la derecha, que temía que las demandas
de los radicales y las tácticas, en ocasiones, violentas de los estudiantes rebeldes mar-
caran una ruptura grave en la cultura política estadounidense. Huntington, en
cambio, encontró importantes similitudes entre la década de los sesenta y los
arranques anteriores de “pasión credal”. El motor de estas erupciones recurrentes
no era el impulso revolucionario, sostenía Huntington, sino una renovada con-
ciencia pública de la diferencia que había entre los ideales estadounidenses y las
realidades políticas de Estados Unidos. Los enfrentamientos de los años sesenta no
implicaban conflicto entre “partidarios de diferentes principios, sino una reafir-
mación de los ideales y valores tradicionales estadounidenses; fue un tiempo en el
que se comparó la teoría con la práctica, los ideales con la realidad, las convicciones
con el comportamiento”. Ocupaciones, boicots y marchas se centraban en la segre-

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gación y la privación de los derechos de los negros, “esa zona de la vida estadouni-
dense en la que la diferencia entre el ideal y la realidad era más obvia y flagrante”.
Huntington etiquetó al ideal como el “credo estadounidense” y lo definió como
un amplio consenso de valores que son “liberales, individualistas, democráticos [e]
igualitarios”, y esencialmente “de naturaleza antigubernamental y antiautoritaria”.
La conciencia popular de las diferencias entre las instituciones y los ideales general-
mente permanece latente en la política estadounidense. Pero en cierto momento
puede salir a la superficie, desafiando a las instituciones establecidas y a las prác-
ticas existentes, argumenta Huntington, como sucedió en la era revolucionaria de
las décadas de 1760 y 1770, en la era jacksoniana de las décadas de 1820 y 1830, y
en los años populista-progresistas de la década de 1890 y 1900.
Huntington contrastó su argumento con tres paradigmas que se han utiliza-
do para interpretar la política estadounidense. El enfoque “progresista” destaca
las relaciones y el conflicto de clases, y descubre que Estados Unidos es similar a
Europa, más que algo excepcional. El modelo del “consenso”, ejemplificado por
Tocqueville y, en especial, por Louis Hartz, argumenta que la abundancia de tierra
y oportunidades de movilidad social explica por qué Estados Unidos carecía “tan-
to de feudalismo como de socialismo”. La interpretación “pluralista” describe la
política estadounidense como una competencia entre grupos de interés. Cada para-
digma utiliza las estructuras sociales y los intereses económicos para explicar la
política estadounidense, indica Huntington; los teóricos del pluralismo y del con-
flicto de masas perciben una competencia perpetua por “sórdidos intereses materia-
listas”, mientras que la teoría del consenso “la reduce a una armonía y un embo-
tamiento plácidos”. Sin embargo, Huntington pensaba que estos tres marcos
eran demasiado estáticos y pasaban por alto la importancia de las ideas políticas de
la política estadounidense. “Estados Unidos se libró de los conflictos de masa para
enfrentarse con conflictos morales”, escribió, porque sus desigualdades sociales y
políticas contrastan con un ambiente moral comprometido con la igualdad.
Para Huntington, el credo estadounidense fue el pilar de su identidad nacional.
Algunos países, como China, tienen un “monismo” tanto ideológico como de na-
cionalidad, y otros, como Francia e Italia, tienen una competencia ideológica pero
una nacionalidad única. “Estados Unidos, por otro lado, está conformado, a excep-
ción de las tribus indias, no de nacionalidades sino de grupos étnicos.” Éstos no han
sido totalmente asimilados “en la cultura y en la comunidad de los protestantes blan-
cos anglosajones” ni han formado matrimonios mixtos para crear una nueva “raza”
estadounidense, pero se volvieron estadounidenses precisamente al aceptar “valores
políticos, ideales y símbolos estadounidenses”. Si esto cambiara, “Estados Unidos”
dejaría de existir.
Sin embargo, periódicamente, la diferencia entre los ideales estadounidenses y
la práctica pasa de ser negada, ignorada o cínicamente aceptada, a convertirse en el
tema central. La complacencia se torna en autocrítica. La diferencia entre los idea-
les y la realidad también puede producir una política propensa a las distorsiones

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políticas: creer en teorías de conspiración, un exceso de secretos gubernamenta-


les o una tendencia a confiar demasiado en políticos individuales sólo porque pa-
recían “sinceros”. Además del movimiento de los derechos civiles, los disturbios
internos por la Guerra de Vietnam coinciden con el marco teórico de Huntington.
El contraste entre los períodos de pasividad y pasión credal hace que los períodos
de despertar moral parezcan apócrifos y violentos, argumentaba Huntington, con
ataques a la autoridad y llamamientos para el cambio institucional. Conforme
Estados Unidos se convertía en un actor global más poderoso, su política exte-
rior (que es realista y, por lo tanto, está limitada en muchas de sus metas y prác-
ticas) era cada vez más vulnerable a la acusación de que no era coherente con los
ideales estadounidenses.
Huntington les advirtió a quienes pensaban que la política estadounidense de-
bía tratar de abordar este asunto reduciendo “la brecha entre otras instituciones
populares y los valores estadounidenses” que esto no era nada fácil por cuatro ra-
zones. Primero, “el intervencionismo se considera una actitud imperialista o colo-
nialista”. Segundo, la tarea “sencillamente supera el conocimiento, la habilidad y
los recursos de Estados Unidos”. Tercero, tales intervenciones “antagonizan inne-
cesariamente” con otros gobiernos. Cuarto, “representa un peligro para el funcio-
namiento de un gobierno democrático dentro de Estados Unidos”. En retrospecti-
va, cuando se reflexiona en una serie de desafortunadas intervenciones de Estados
Unidos en el extranjero, estas inquietudes parecen extraordinariamente proféticas
y sabias. Presagian la oposición de Huntington a la invasión de Iraq en 2003.
Sin embargo, Huntington reconoció que se podrían presentar argumentos sóli-
dos a favor del activismo internacional estadounidense: la intervención podría
estar justificada si las instituciones de otro país “representan una amenaza directa”
para Estados Unidos o si dicha intervención es apoyada por la población de otro país
o si se produce para promover valores universales. También, se podría argumentar
que el mundo se está volviendo tan interdependiente que no puede contener siste-
mas rivales sin poner en peligro la supervivencia de los valores liberales. Elegir entre
estos argumentos en contra y a favor de la intervención de Estados Unidos en el ex-
tranjero no era cuestión de principios para Huntington, sino de sopesar cuidado-
samente los costos y los beneficios, las ganancias y los riesgos potenciales, con un
sesgo hacia la prudencia.
La acusación proveniente de la década de los sesenta que más exasperaba a Hun-
tington era que Estados Unidos, y su política exterior en particular, era culpable de
hipocresía. Sin embargo, argumentaba, los que apoyan los movimientos izquier-
distas no apoyan necesariamente los derechos y las libertades individuales ya que
“la supresión de la libertad en las dictaduras derechistas es casi siempre menos
generalizada que en las dictaduras totalitarias de izquierda”. A diferencia de los
“realistas” y de los “moralistas”, Huntington declaró que la contradicción que surge
del papel de Estados Unidos en el mundo “no es, en primera instancia, una de poder
e interés personal versus libertad y moralidad […], sino entre incrementar la li-

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bertad en el país reprimiendo el poder del gobierno estadounidense e incrementar


la libertad en el extranjero ampliando ese poder”. Manejar esta tensión no es fácil,
pero es importante.
Huntington concluye que la década de los sesenta dejó a Estados Unidos “con
una sociedad más justa” y “una mayor apertura política”, pero también con un “pue-
blo más cínico y un gobierno menos confiable y eficaz”; en otras palabras, la parti-
cipación ha aumentado, pero la institucionalización se ha debilitado. Sin embar-
go, Huntington puso, finalmente, su fe en el credo estadounidense: “Los críticos
dicen que Estados Unidos es una mentira, porque su realidad está muy lejos de sus
ideales. Se equivocan. Estados Unidos no es una falacia; es una decepción, pero
puede ser una decepción sólo porque también es una esperanza”.
En 1991, 10 años después, Huntington publicó The Third Wave: Democratization
in the Late Twentieth Century. Impresionado por el avance hacia la gobernanza
democrática que se dio en treinta países en menos de 20 años, Huntington expli-
có que estaba escribiendo The Third Wave porque pensaba que la democracia era
“buena en sí”, pero que también tenía “consecuencias positivas para la libertad
individual, para la estabilidad interna, para la paz internacional y para Estados
Unidos de América”.
The Third Wave comienza con el relato de un golpe militar —el derrocamiento
del dictador portugués Marcello Caetano, en 1974— que “de manera inverosímil y
fortuita” inició una tendencia hacia la democratización, primero en el sur de Euro-
pa, luego en Latinoamérica, en Europa del Este y, finalmente, en varios países de
África y Asia. Los acontecimientos que llevaron a la democracia en Portugal des-
encadenaron una serie de transiciones del autoritarismo que Huntington llamó
la “tercera ola”, una denominación que perduró, como tantas de las expresivas fra-
ses de Huntington. Ofreciendo un análisis retrospectivo de los acontecimientos y
de las acciones que podrían explicar el sorprendente giro, Huntington concluyó
que “ningún factor es suficiente” para explicar por qué se desarrolló la democracia
“en todos los países o en un solo país” y que “ningún factor” es necesario para que
se desarrolle en todos los países. El crecimiento económico es fundamental para
producir un pueblo mucho más educado y una clase media más amplia, lo que po-
dría facilitar una cultura ciudadana de confianza y una exigencia de competencia
institucional, pero esto no produce automáticamente transiciones democráticas.
Los factores externos fueron importantes para reforzar la tercera ola. El aumen-
to del apoyo estadounidense a los gobiernos democráticos bajo el gobierno de Carter
y, con el tiempo, de Reagan, y el efecto del Concilio Vaticano ii (1962-1965) marca-
ron la diferencia en el sur de Europa y en Latinoamérica, mientras que el Proceso
de Helsinki y el papel de la Comunidad Europea ayudaron a promover las transi-
ciones del autoritarismo en Europa Central y en Europa del Este. Sin embargo,
Huntington insistió, las fuerzas externas sólo pueden ayudar a impulsar o a retrasar
los procesos de democratización que están ocurriendo dentro de los países. El lide-
razgo local es esencial. La tercera ola no hubiera tenido tanto éxito si el entorno

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internacional hubiera sido menos favorable; no obstante, “un régimen democráti-


co no lo establecen las tendencias, sino las personas […]. Los líderes políticos y el
pueblo tienen que actuar”.
La perspectiva histórica de Huntington lo llevó a advertir que la tercera ola po-
dría ser reversible, ya que períodos anteriores de democratización (de 1828 a 1926 y
de 1943 a 1962) fueron seguidos por “olas inversas” de dominio autoritario o incluso
totalitario. La democratización podría revertirse en varias condiciones: si las demo-
cracias mostraran una “incapacidad sostenida para proporcionar bienestar, prospe-
ridad, igualdad, justicia, orden interno o seguridad interna”, o si había un colapso
económico general de la magnitud de la Gran Depresión. Si un gobierno autori-
tario demostrara ser más capaz para atender los problemas de seguridad o de cre-
cimiento económico o “aumentaba considerablemente su poder”, se podría generar
un “efecto de bola de nieve”, que incentivaría el surgimiento del “nacionalismo
autoritario”.
Los países que habían adoptado la democracia, pero que carecían de los requisi-
tos económicos necesarios para sostenerla, fueron especialmente vulnerables. Anti-
cipando un “desencanto” democrático, Huntington predijo que “a medida que los
fracasos autoritarios se olvidan, es probable que el descontento por los fracasos
democráticos aumente”. Varios tipos de autoritarismo podrían surgir en una ola
inversa como ésa, desde un autoritarismo oligárquico tradicional para conservar
la riqueza y el poder de las élites, a dictaduras populistas y hasta regímenes auto-
ritarios basados en el fundamentalismo religioso o el comunalismo étnico. La
consolidación dependería de si los nuevos regímenes mantienen su legitimidad,
lo que sugiere una serie de problemas que los regímenes recién establecidos ten-
drían que reconocer y afrontar. Éstos iban de cómo se llevaron a cabo las transicio-
nes, a si los funcionarios y líderes antidemocráticos pueden ser “expurgados” o
marginados, a manejar el papel del ejército y hasta la tendencia, una vez que la go-
bernanza democrática se convierte en la “norma”, hacia una dependencia excesi-
va en los indicadores de desempeño. Huntington se dedicó, entonces, al problema
de cómo lidiar con los que fueron torturadores bajo los regímenes autoritarios,
concluyendo que “la línea de acción menos inadecuada podría ser no llevarlos a
juicio, no castigarlos, no perdonarlos y, sobre todo, no olvidar lo sucedido”, consejo
que coincide con la combinación de amnistías y comisiones de la verdad que fueron
ampliamente adoptadas en varios países durante la década de los noventa.
En el prólogo de The Third Wave, Huntington dice que en sus libros anteriores
trató de “desarrollar generalizaciones o teorías sobre la relación que había entre
variables esenciales, como el poder político y el profesionalismo militar, la parti-
cipación política y la institucionalización política, y los ideales políticos y el com-
portamiento político”. En The Third Wave, sin embargo, limitaría este análisis a
“una clase distinta de acontecimientos”. Reflexionó sobre el papel del liderazgo y
de las instituciones, pero también introdujo la cultura como variable importante.
Citando la opinión de George Kennan de que las democracias modernas surgieron

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en el entorno cultural del norte de Europa y podrían no ser “la forma natural de
gobierno para los pueblos que se encuentran fuera de este limitado perímetro”,
Huntington propone que la “tesis de la cultura occidental” tiene “implicaciones
inmediatas para la democratización en los Balcanes y en la Unión Soviética”,
donde la Iglesia ortodoxa y el islam aún son dominantes. A falta de las “experien-
cias occidentales con el feudalismo, el Renacimiento, la Reforma, la Ilustración, la
Revolución francesa y el liberalismo”, Huntington predice que estos países tendrán
grandes dificultades para adoptar instituciones democráticas y que será menos
probable que la democratización tenga éxito en países cuyas tradiciones culturales
son hostiles a la democracia —en especial el confucianismo y el islam—.
La cultura es el centro mismo del siguiente libro de Huntington, The Clash of
Civilizations and the Remaking of World Order (1996). Presentada inicialmente en
Foreign Affairs en 1993, la tesis central de Huntington es que el mundo, que ya no
estaba dividido por una confrontación bipolar entre dos ideologías y dos sistemas
económicos, se está convirtiendo en un mundo multipolar de bloques. Sin em-
bargo, no serían bloques económicos, como muchos predecían, sino “civilizaciones”
enfrentadas. La tesis de Huntington fue recibida originalmente con considera-
ble escepticismo por los académicos, pero después del 11-s, su libro y su artículo
recibieron una atención renovada, y Huntington fue aclamado como profeta, en
especial por los medios y los expertos.
Para demostrar su teoría, Huntington tomó como punto de partida dos afirma-
ciones presentadas por muchos críticos del realismo: que el Estado-nación estaba
en decadencia y que el sistema internacional estaba al borde de un cambio históri-
co. Pero, a diferencia de ellos, Huntington no consideraba que este cambio fuera el
precursor de una nueva era de paz ni que las organizaciones trasnacionales o las ins-
tituciones internacionales tuvieran un papel decisivo. Los Estados podrían estar
en decadencia, pero el conflicto en el sistema internacional continuaría, impulsa-
do por choques de “civilizaciones”. La noción realista de la política internacional
seguiría siendo relevante, por ende, como una guía necesaria para la predicción y
la política pública.
The Clash of Civilizations inicia con una descripción de las 2 000 personas que
protestaron en Sarajevo en 1994, “ondeando banderas de Arabia Saudita y Tur-
quía”, lo que demostraba, dice Huntington, que se identificaban con sus “verdade-
ros amigos”, sus correligionarios musulmanes. Ese mismo año, 70 000 personas
se manifestaron en las calles de Los Angeles, “bajo un mar de banderas mexica-
nas”. Huntington consideró que estas evidencias respaldaban su tesis de que la
identidad cultural es, en el mundo de la Posguerra Fría, lo “más importante para
la gente”. Sin embargo, este desarrollo está lejos de ser benigno, ya que los pueblos
“que buscan una identidad y que tratan de reinventar su origen étnico” necesitan
“enemigos”. Por lo tanto, el mundo multicultural y multipolar emergente no será un
mundo de paz, como predecían los idealistas “eufóricos”, sino un mundo en el
que una creciente conciencia de las identidades culturales y de las nuevas fuentes

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de poder económico y militar se mezclará con los antiguos resentimientos anti-


coloniales y antiimperialistas para producir rivalidad y conflicto. El relativo dete-
rioro del poder de Estados Unidos y la hostilidad cultural hacia la democracia de las
civilizaciones de más rápido ascenso representan una amenaza para los intereses
de Estados Unidos que debe ser reconocida y controlada.
Adaptando la predicción que hiciera Henry Kissinger acerca de que el siglo xxi
“tendría al menos seis potencias importantes: China, Estados Unidos, Europa, Ja-
pón, Rusia y probablemente la India”, Huntington observó que estos países re-
presentaban cinco civilizaciones diferentes. Los que piensan en la Posguerra Fría
en términos de ricos y pobres, Este y Oeste o Norte y Sur, están pasando por alto la
tendencia más importante, afirmó: la aparición de un mundo de civilizaciones ri-
vales. Huntington las identificó, además del Occidente, como “africanas, budistas,
hinduistas, islámicas, japonesas, latinoamericanas, ortodoxas y siníticas”, agre-
gando al islam porque los países de este grupo cultural experimentaban un rápido
crecimiento demográfico y varios de ellos controlaban importantes fuentes de
petróleo.
Las civilizaciones son “totalidades”, afirma Huntington, diferenciadas por “san-
gre, religión, estilo de vida e idioma”, valores por los que la gente está dispuesta
a luchar y a morir. Los conflictos étnicos y los Estados fallidos no demuestran
que el mundo esté dirigiéndose al caos, afirma Huntington. El mundo no carece
de orden porque la “aserción cultural” es una fuerza integradora. Los Estados-
nación seguirán siendo actores muy importantes, pero sus “intereses, asociaciones
y conflictos” serán condicionados, cada vez más, por “factores culturales y civili-
zatorios”. Sin embargo, Huntington argumenta, el “equilibrio de poder” entre las
civilizaciones está cambiando. A medida que Occidente pierde su influencia relati-
va, “las civilizaciones asiáticas amplían sus fortalezas económicas, militares y po-
líticas; el islam explota demográficamente […] y las civilizaciones no occidentales,
en general, reafirman el valor de su propia cultura”. El mundo se encuentra cada
vez más dividido entre “un mundo occidental” y “muchos no occidentales”, entre
“Occidente y el resto del mundo”.
Para respaldar su idea, Huntington presenta varios argumentos diferentes. No
hemos llegado al “fin de la historia” porque no avanzamos hacia la “convergencia”
sobre un conjunto de valores o instituciones universales. Los que piensan así con-
funden modernización con occidentalización. Algunas culturas más “instrumen-
tales”, como la de Japón y la India, “avanzaron más rápida y fácilmente hacia la
modernización”, mientras que las sociedades islámicas y confucianas, con valores
más “consumatorios”, se han quedado a la zaga. Esto no significa que las socie-
dades confucianas e islámicas no podrán modernizarse, sino que es probable que se
modernicen de formas que son hostiles a Occidente.
Debido a que la política de identidad se compara con aquello que excluye, y de-
bido a que es mucho más difícil comprometerse con las diferencias culturales, que
alguna vez estuvieron claramente definidas y por las que se luchaba abiertamen-

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te, que con las diferencias económicas, es probable que los conflictos futuros sean
violentos. Los países con poblaciones divididas entre dos o más civilizaciones son
países “desgarrados”, que probablemente experimentarán profundas divisiones in-
ternas. Rusia es un ejemplo: a pesar de su larga relación con Europa, “siete de las
ocho características distintivas de la civilización occidental —religión, idioma,
separación de la Iglesia y el Estado, Estado de derecho, pluralismo social, organi-
zaciones representativas, individualismo— [están] prácticamente ausentes de la
experiencia rusa”. Si Rusia se tornara occidental, la civilización ortodoxa “dejaría
de existir”. Turquía y México también son ejemplos de países “desgarrados”, que si-
guen siendo culturalmente esquizofrénicos y, por ende, potencialmente inestables.
En lo que Huntington denomina un giro irónico, la modernización ha dado pie
al resurgimiento de la religión. “La gente no sólo vive de la razón. No puede calcu-
lar y actuar racionalmente para ir en pos de su interés propio hasta que defina su
yo. La política de interés presupone la identidad […]. La religión ofrece respuestas
convincentes para la gente que debe contestar preguntas como ¿quién soy? o ¿a qué
lugar pertenezco?”. Pero esta tendencia también es preocupante, ya que “el rena-
cimiento de las religiones no occidentales es la manifestación más poderosa de
antioccidentalismo en las sociedades no occidentales”.
Huntington analiza las diferentes maneras en que la política civilizatoria se
hace evidente en el sistema internacional. Muchos de sus ejemplos respaldan su
predicción de que es probable que se forme una alianza islámico-confuciana para
enfrentarse a Occidente. Los países asiáticos y musulmanes son los que han estado
más decididos a desarrollar armas nucleares y la “hebilla” de la relación armamen-
tista vincula a “China y Corea del Norte, por un lado, y a Pakistán e Irán, por el
otro”. Como argumentó en The Third Wave, Huntington temía que los factores
culturales debilitaran la democracia en Rusia y en las repúblicas ortodoxas, y pen-
saba que las posibilidades de la democracia en las repúblicas musulmanas eran
“débiles”. De forma irónica, observa que Occidente está enfrentándose a una nue-
va “paradoja democrática”. En el pasado, Estados Unidos pensaba que debía apoyar
a los dictadores autoritarios para defender al capitalismo y la democracia ante el em-
bate soviético. Ahora, Occidente debe decidir si apoyar a un “tirano” laico, aliado
de Occidente, o seguir presionando para lograr la democracia, sabiendo que es
probable que las elecciones democráticas en los países musulmanes produzcan
líderes islámicos hostiles a Occidente. La respuesta a esta situación ha sido un
desafortunado debilitamiento del apoyo occidental a la democracia a medida que la
tercera ola decrece.
Para evitar la guerra, es necesario que los “líderes mundiales acepten la natura-
leza de la política global, cuyas raíces se encuentran en múltiples civilizaciones, y
cooperen para mantenerla”, dice Huntington, aunque también urge a los occiden-
tales a aceptar su civilización como “única” y “no universal” y a unirse “para renovar-
la y protegerla contra los ataques procedentes de las sociedades no occidentales”.
Huntington predice que las poblaciones diaspóricas dificultarán esto aún más.

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Advierte que el futuro de Estados Unidos y de Occidente depende de “rechazar el


canto de la sirena del multiculturalismo” a nivel nacional e internacional, de resis-
tir los “esquivos e ilusorios llamamientos a identificar a Estados Unidos con Asia”.
Los Estados núcleo deberán “abstenerse de intervenir en los conflictos de otras ci-
vilizaciones” y estar listos para negociar entre sí, de manera que las guerras en las
“líneas de fractura” no se intensifiquen. Las principales instituciones internacionales
creadas después de la Segunda Guerra Mundial reflejan los “intereses, valores y
prácticas” occidentales, y Occidente debe aceptar reformas que reconozcan los in-
tereses de otros Estados núcleo, ampliando, por ejemplo, la membresía en el Con-
sejo de Seguridad.
La conclusión de Huntington se basa tanto en su realismo como en su análisis
cultural. Propone que es posible encontrar formas para mitigar los conflictos futu-
ros porque, en un mundo de civilizaciones, todos los que tienen interés en la civi-
lización se opondrán a la violencia. Huntington sugiere un paralelismo a partir
de la observación de James Kurth de que el “choque verdadero” que se dio en Es-
tados Unidos en la década de los sesenta fue entre “los multiculturalistas” y los “de-
fensores de la civilización occidental”. Argumenta que el “choque verdadero” que
se dará en el mundo futuro será “entre la civilización y la barbarie”. Por lo tanto,
los líderes de las “grandes civilizaciones del mundo, con sus ricas realizaciones en
el ámbito de la religión, el arte, la literatura, la filosofía, la ciencia, la tecnología, la
moralidad y la compasión” deben buscar un denominador común: deben “asociarse
o seguir separadas”. El choque de las civilizaciones es ahora la mayor amenaza para
la paz mundial, pero “un orden internacional basado en las civilizaciones es la pro-
tección más segura contra la guerra mundial”.
En su último libro, Who Are We? The Challenges to America’s National Identity
(2004), Huntington identificó, una vez más, cuestiones importantes, preparó da-
tos y argumentos provocadores y motivó una discusión amplia, aunque poco satis-
factoria.
Who Are We? explora las cualidades que hacen que Estados Unidos sea dife-
rente y atractivo, y por lo tanto abarca la identidad de Estados Unidos, pregun-
ta si estas cualidades se pueden conservar en nuevas circunstancias históricas
muy distintas a aquéllas en las que se forjó originalmente la identidad estadouni-
dense, y cómo se puede lograr. Durante tres siglos, argumenta Huntington,
Estados Unidos demostró una capacidad extraordinaria para incorporar personas
de diferentes procedencias y para ganarse su lealtad hacia una serie de prácti-
cas, instituciones, valores políticos básicos que han sido fundamentales para la
unidad, el poder, la prosperidad y el liderazgo internacional estadounidenses.
Huntington analizó de manera sucinta cuándo y cómo surgieron los valores
básicos y la identidad cultural de Estados Unidos, y cómo fueron reforzados a
lo largo de su historia. Sin embargo, todas las sociedades han afrontado amena-
zas a sus cualidades características, nos recuerda Huntington. Se pregunta si la
identidad estadounidense actual es aún lo suficientemente fuerte como para

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resistir la pérdida de importantes desafíos externos, el surgimiento del multicul-


turalismo, la erosión de la lealtad nacional por parte de las élites intelectuales,
políticas y comerciales que participan cada vez más en las comunidades trasna-
cionales y subnacionales, y el aumento de una muy extensa población de migrantes
provenientes de México, con características especiales que podrían provocar una
mayor resistencia a la asimilación e incorporación de la que mostraron previas
olas de migrantes.
Huntington sugirió que la magnitud y las otras características especiales de la
migración mexicana planteaban problemas potenciales para la asimilación de las
personas de este origen étnico en la sociedad estadounidense. Estos problemas
podrían verse exacerbados por el nivel educativo comparativamente bajo de los
migrantes mexicanos, los índices relativamente lentos de naturalización política y
progreso socioeconómico, y el comprensible resentimiento de la población huésped
debido al costo de incorporar a una gran cantidad de migrantes mexicanos po-
bres y sin educación a los sistemas educativos y de bienestar social ya sobrecar-
gados. Estas inquietudes no pueden descartarse justamente como racistas, como
algunos detractores de Huntington aseguran; deben abordarse como temas prio-
ritarios de la política pública estadounidense.
No obstante, Huntington no contribuyó de forma positiva a esta especulación.
Por el contrario, saltó de una discusión convincente de la incuestionable naturale-
za especial de la migración mexicana a una serie de escenarios inquietantes, pasan-
do, en varias ocasiones, de suponer la remota posibilidad de la bifurcación social
a describir lo que él parecía considerar una amenaza inminente. Las correctas afir-
maciones de Huntington de que gran parte de Estados Unidos perteneció alguna
vez a México, y de que algunos mexicanoestadounidenses sostienen que ha lle-
gado el momento de la reconquista, dan pie a una proyección injustificada de que
podría haber una “consolidación de las áreas en las que predominan los mexica-
nos en un bloque autónomo, cultural y lingüísticamente diferenciado, y econó-
micamente autosuficiente dentro de Estados Unidos”, e incluso un “movimiento
para reunificar estos territorios con México”.
De forma similar, Huntington destacó datos preocupantes sobre el rezago edu-
cativo y económico de los migrantes mexicanos, mientras ignoraba importantes
datos que mostraban avances en ambos frentes. Citando fragmentos de evidencia
anecdótica que muestran que los migrantes mexicanos rechazan la identidad es-
tadounidense, Huntington aseguró que “a medida que su población aumenta, los
mexicanoestadounidenses se sienten cada vez más cómodos con su propia cultu-
ra, y con frecuencia menosprecian la cultura estadounidense”. Sin embargo, hace
caso omiso de la información de extensas encuestas que muestran que los mi-
grantes mexicanos en realidad admiran el Estado de derecho y el reconocimiento
del trabajo arduo que con tanta frecuencia faltan en México. Lejos de rechazar
los valores de Estados Unidos, es más probable, de hecho, que los mexicanoestado-
unidenses adopten los principios estadounidenses fundamentales de individua-

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Jane S. Jaquette y Abraham F. Lowenthal

lismo y patriotismo que otros blancos de origen no hispano. A Huntington le


preocupaba la forma como los migrantes mexicanos podían ser movilizados fácil-
mente para apoyar las políticas mexicanas contra los intereses estadounidenses.
Pero los datos disponibles muestran que en la modesta medida en que las comuni-
dades latinas de Estados Unidos afectan la política exterior de este país, su principal
efecto ha sido apoyar y promover los objetivos dominantes de la política exterior es-
tadounidense: fortalecer la democracia, y promover el comercio y la inversión
internacionales.
La conclusión que Huntington analiza más ampliamente en Who Are We? fue
que “la continuación de los altos niveles de migración de mexicanos e hispanos,
aunada a los bajos índices de asimilación a la sociedad y cultura estadouniden-
ses, podrían hacer de Estados Unidos un país de dos idiomas, dos culturas y dos
pueblos, a la larga”. Sólo una gran exageración de las probabilidades en diversos
puntos del argumento y el constante rechazo de las evidencias en contra pudieron
llevar a Huntington a esta preocupante conclusión. En última instancia, por lo tan-
to, el volumen final de Huntington dio pie a una polémica distractora, más que
al diálogo constructivo sobre los desafíos reales a las políticas públicas que debe
afrontar Estados Unidos.
¿Qué ocasionó que Huntington, a los 70 años, cambiara su cuidadoso y desapa-
sionado análisis por tal exageración y polémica? Como si tratara de prevenir esta
pregunta, Huntington escribe en el prólogo que su libro ha sido moldeado por
su propia identidad dual “como patriota y académico”, y admite que los “motivos
del patriotismo y la academia pueden entrar en conflicto”. Advierte a los lectores
que su “selección y presentación de la evidencia bien podría estar influida por un
deseo patriótico de encontrar significado y virtud en el pasado de Estados Unidos
y en su futuro potencial”. Obviamente, Huntington sabía que había tensión entre
estos imperativos opuestos, y luchaba contra ella, pero no logró resolverla de forma
convincente. Curiosamente, en The Politics of Disharmony había reconocido que
“el efecto más amplio y de más largo plazo de la migración latina de las décadas de
los cincuenta, sesenta y setenta podría fortalecer el papel fundamental del credo
estadounidense, no sólo como una manera de legitimar sus demandas de igualdad
política, económica y social sino también como un elemento indispensable para
definir la identidad nacional”. Especuló que “en cierto punto, los ideales tradi-
cionales estadounidenses [podrían] perder su atractivo”, pero dudaba de que esto
sucediera en el siglo xx. Si lo que hizo que Huntington se preocupara más por
esta posibilidad en el siglo xxi surgió de cambios sufridos por la sociedad esta-
dounidense o de cambios en la psiquis de Huntington, es una conjetura.

evaluación de las aportaciones de samuel huntington


Desde el principio hasta el fin de su carrera, el trabajo de Huntington fue con-
trovertido. Huntington fue denunciado con frecuencia, en ocasiones por posturas

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Samuel P. Huntington (1927-2008)

políticas reales o atribuidas, y en otras por las posturas políticas que otros tomaban
al referirse a sus argumentos, pero casi siempre por cuestiones ideológicas.
Gran parte de la controversia se centraba en su supuesta parcialidad hacia el auto-
ritarismo. Ése fue el ataque inicial que sus colegas de Harvard y otras personas
lanzaron contra The Soldier and the State, en el que Huntington contrastó la aca-
demia militar de West Point con una comunidad civil vecina, Highland Falls,
describiendo a la academia como una “tranquilidad ordenada” y “un trozo de Es-
parta en el corazón de Babilonia”. También fue la crítica básica que algunos lan-
zaron contra Political Order in Changing Societies, con sus provocadores párrafos
iniciales y su constante preocupación por la autoridad y el orden. Que Huntington
pudiera ver y defender las virtudes, en los países en desarrollo, de los sistemas de
un partido único dominante, de los regímenes militares modernizantes e incluso de
las aproximaciones leninistas hizo que su obra fuera anatematizada por muchos,
mientras que su fuerte énfasis en el orden como requisito previo para la libertad
provocó comparaciones con Hobbes, sin ánimo de elogio. Su opinión de que, de
hecho, es más fácil ser revolucionario que reformador, pero que la reforma es ne-
cesaria, tampoco le dio popularidad o influencia entre aquellos que pensaban, en
Latinoamérica y en otros lugares, que el cambio revolucionario era necesario.
Sin embargo, en honor a la verdad, en The Soldier and the State, Huntington no
pedía el militarismo o el gobierno militar; su argumento, por el contrario, era a fa-
vor de una institución militar profesional con valores conservadores y realistas para
proteger a una sociedad liberal, que requeriría institucionalizar el control civil
“objetivo” y “subjetivo” de las fuerzas armadas. Y su argumento en Political Order
ciertamente no favorecía los regímenes dictatoriales, sino la importancia de cons-
truir autoridad y establecer un orden cívico como primer paso necesario que per-
mitiera crear las condiciones para la libertad. Los que han vivido o trabajado en
sociedades “pretorianas”, donde la movilización social y la creciente demanda de par-
ticipación superan en gran medida la capacidad de las instituciones políticas para
procesar estas demandas, aprecian el argumento central de Huntington, el cual no
ha perdido su fuerza a pesar de los drásticos cambios que han ocurrido en los 40 años
desde que lo escribió. En muchos países, incluidos Afganistán, Haití e Iraq, pero
también en diferentes Estados (o regiones dentro de éstos) de Latinoamérica y de
África, es claro que un nivel mínimo de capacidad de Estado no se puede dar por
sentado ni se puede alcanzar fácilmente, y que construir esta capacidad es la prio-
ridad principal.
The Third Wave demuestra la preferencia normativa de Huntington por la gober-
nanza democrática efectiva, que incluye los límites al poder necesarios una vez que
se ha construido la autoridad. Sin embargo, coincide con Political Order al identifi-
car al desarrollo económico y a las instituciones políticas efectivas como esenciales
para el éxito democrático. También introduce un nuevo tema —que no destaca en
Political Order—, que se haría cada vez más dominante en los escritos de Hunting-
ton: la importancia de la cultura y la necesidad de defender los valores occidentales.

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Jane S. Jaquette y Abraham F. Lowenthal

Incluso antes de publicar su artículo sobre el choque de las civilizaciones en 1993,


Huntington había comenzado a diferenciar la “institucionalización” que ocurre en
los países de Occidente de los patrones potencialmente opuestos de modernización
e institucionalización que se dan en otras tradiciones culturales, tales como el éxito
económico de China y el orden político prometido por los islamistas.
Volver a leer la obra de Huntington es sumergirse una vez más en los difíciles,
y con frecuencia polarizantes, debates de los últimos 40 años sobre las políticas
internas de Estados Unidos y su papel internacional. Sobre éstos, Huntington
aportó un dominio de la política comparativa incomparable en cuanto a su alcance
global y su agudeza para dar ejemplos. A la tarea de clarificar los temas importan-
tes y extraer sus implicaciones sobre la política pública le aportó sus soberbias técni-
cas analíticas y de redacción. Huntington arremetió contra las novedades académicas
de la época, trastocando la teoría de la modernización en Political Order in Chang-
ing Societies y cuestionando las interpretaciones polarizadas de los años sesenta
en The Promise of Disharmony. Clash of Civilizations ofrecía una alternativa para el
optimismo de “The End of History?” de Francis Fukuyama, y para el pesimis-
mo de “The Coming Anarchy” de Robert Kaplan, y es un indicador de su presti-
gio que ambos académicos, y muchos otros, se cuenten entre sus admiradores. En
todos los casos, su estilo consistía en rodear los argumentos de su oponente con los
propios, asfixiándolos, más que en entablar ataques frontales o ad hominem. Era un
brillante defensor de sus puntos de vista, mas no un polemista ostentoso.
Hay ciertos temas que nos hubiera gustado que Huntington explorara más
profundamente y contradicciones que hubiéramos querido que abordara. Hunting-
ton reconoció la importancia fundamental del crecimiento económico y de la igual-
dad social, pero no analizó con profundidad las instituciones y las políticas nece-
sarias para alcanzar estos puntos ni el efecto de la insistencia estadounidense
(desde principios de los años ochenta hasta la fecha) en las políticas en favor del
mercado que supuestamente incrementaron la desigualdad de los ingresos y debi-
litaron la capacidad del Estado. El desarrollo y el bienestar son elementos del
desempeño democrático, a los que les dio menos importancia que a los hábitos
culturales o a las preferencias políticas para predecir la resistencia de las democra-
cias. La inquietud de Huntington por que Occidente se uniera para conservar los
valores del liberalismo no abordaba el conflicto entre los elementos libertarios del
credo estadounidense y los valores democráticos sociales compartidos por gran
parte “del resto de Occidente”. Al hacer que los “países núcleo” fueran los prin-
cipales actores en el mundo que imagina en Clash of Civilizations, Huntington
reiteró, demasiado incondicionalmente, el paradigma realista de la política de las
grandes potencias, sin darle suficiente peso a la globalización, a las organizaciones
internacionales o al auge de la sociedad civil y su relación con la sustentabilidad de
la democracia.
Sin embargo, a diferencia de muchos teóricos contemporáneos de las relaciones
internacionales (y de muchos formuladores de políticas públicas decididos a utilizar

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Samuel P. Huntington (1927-2008)

el poder “unipolar” estadounidense para promover la democracia), Huntington fue


un realista coherente, conocedor del argumento de Maquiavelo de que las acciones
humanas tienen consecuencias no intencionales y sabedor de que las acciones que
se toman por razones morales pueden tener altos costos morales. No preveía el fin
de los dilemas éticos y prácticos ni de los peligros o promesas de la política. Echa-
remos mucho de menos su compromiso con un pensamiento claro y equilibrado y
con una actuación prudente, además de su disposición para cuestionar los estereo-
tipos de la izquierda y de la derecha.

comentario personal final de abe lowenthal


Fui uno de los estudiantes de doctorado de Huntington, fui su asistente en su
curso de licenciatura, trabajé estrechamente con él en la Comisión sobre Relaciones
entre Estados Unidos y Latinoamérica; además, viajé con Sam en lo que para am-
bos fue un memorable primer viaje a Cuba en 1975.
Sam Huntington era modesto e incluso apocado, excepto cuando sus ideas eran
cuestionadas directamente. Aunque era un artífice de la prosa expositiva, Hunting-
ton no era un orador excepcional, y no era intimidante ni en el aula ni durante los
exámenes. La gente que lo conocía primero a través de sus poderosos y vigorosos
escritos se quedaba generalmente sorprendida ante su actitud personal. Lo que re-
cuerdo con más claridad de Sam fue la expresión de alerta y el aire de escepticismo
de su rostro cuando escuchaba a sus colegas o estudiantes, y la tímida sonrisa de
asentimiento cuando reconocía un buen argumento.
Era evidente que Huntington amaba la docencia y deseaba que sus estudiantes
tuvieran éxito; ofrecía gustosamente buenos consejos, se le pidieran o no. Recono-
cía rápidamente a los nuevos talentos y los estimulaba. Dedicó su más extensa
nota a pie de página en Political Order in Changing Societies al artículo no publicado
de uno de mis estudiantes de posgrado y utilizó mi primer ensayo publicado en
el programa de sus cursos de licenciatura, vívidos ejemplos de cómo estimulaba a
los que iniciaban su carrera.
Dos momentos de nuestro viaje a Cuba ilustran la agudeza de Huntington.
Cuando conocimos a Blas Roca, redactor de la nueva constitución cubana aproba-
da bajo el mandato de Fidel Castro, Huntington se dirigió a Roca, reconoció que
nunca antes había estado en Cuba ni habría viajado mucho por Latinoamérica,
pero comentó que había leído muchas constituciones. Luego dijo que la nueva cons-
titución contenía varias limitaciones para el poder del gobierno, pero no para el del
Partido Comunista, “que probablemente es donde reside el poder verdadero”.
¡Roca, tomado por sorpresa, estuvo de acuerdo!
Al día siguiente, algunos funcionarios cubanos de Prensa Latina (una mezcla de
agencia noticiosa y servicio de inteligencia) nos hablaron con entusiasmo del enfoque
novedoso y progresista del “gobierno revolucionario de las fuerzas armadas” de Perú al
mando del general Juan Velasco Alvarado y de su objetivo de establecer una “demo-

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Jane S. Jaquette y Abraham F. Lowenthal

cracia social de participación total”. Huntington hizo notar que lo que los cubanos nos
estaban contando con tanta convicción no podía ser cierto en la práctica, porque con-
tradecía los principios organizacionales básicos de una institución militar. Se escribie-
ron numerosos artículos y libros sobre “el experimento peruano”; el sarcasmo de
Huntington detectó uno de sus puntos más importantes en un instante.
Enfermo de diabetes desde que tenía 20 años, Sam Huntington vivió con nu-
merosos y constantes recordatorios de su frágil salud. En ocasiones experimentó
episodios aterradores, uno de ellos en mi presencia. Superó estos graves problemas
aplicando a su vida diaria la silenciosa pero eficaz disciplina que caracterizó su vida
académica. Comprendía profundamente las promesas de la vida y sus límites. Re-
conoció la capacidad del hombre para vivir en comunidad y para el egoísmo, cua-
lidades humanas que, según afirma Reinhold Niebuhr, hacen que la democracia
sea posible y necesaria. Una profunda conciencia de estas dos cualidades moldeó
la vida académica de Samuel P. Huntington y refuerza su perdurable contribu-
ción. 4

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