Foreign Affairs Samuel Huntington
Foreign Affairs Samuel Huntington
Foreign Affairs Samuel Huntington
F L AT I N OA M É R I CA
volumen 9 • número 4
octubre-diciembre de 2009
Samuel P. Huntington
(1927-2008)
Samuel P. Huntington
(1927-2008)
Jane S. Jaquette y Abraham F. Lowenthal
n
Samuel Phillips Huntington, fallecido el 24 de diciembre de 2008, fue el
politólogo estadounidense más influyente y uno de los intelectuales más promi-
nentes del mundo de los últimos 50 años.
A diferencia de dos de sus contemporáneos de la facultad de la Harvard Uni-
versity, Henry Kissinger y Zbigniew Brzezinski, Huntington no dejó el mundo
académico por la política. A excepción de 2 años ( de 1977 a 1978) en los que tra-
bajó en el Consejo de Seguridad Nacional del gobierno de Carter (por invitación
de Brzezinski), Huntington siguió siendo, en esencia, un académico universitario.
Ocasionalmente, asesoró de manera directa a funcionarios públicos, que incluyó al
gobierno estadounidense en la década de los sesenta para promover el respaldo
civil en Vietnam y al gobierno militar brasileño en la década de los setenta sobre
la forma de liberalizar y preparar gradualmente el camino para un gobierno civil.
Sin embargo, la principal aportación de Samuel Huntington fue como analista,
escritor y profesor, no como formulador de políticas ni como asesor político.
Durante cada una de las últimas seis décadas, comenzando con su clásico The
Soldier and the State (1957) [El soldado y el Estado: teoría y política de las relaciones
cívico-militares, Grupo Editor Latinoamericano, 1995], Huntington inició con
frecuencia y configuró repetidamente el debate académico y en ocasiones, incluso,
el debate más general sobre una asombrosa variedad de temas: las relaciones entre
civiles y militares, la cultura y las instituciones políticas de Estados Unidos, las de-
ficiencias de la teoría de la modernización, las fuentes y la dinámica de la “tercera
ola” de democratización; la posibilidad de un “choque de civilizaciones” tras la
La diferencia política más importante entre los países no tiene que ver con su forma
de gobierno, sino con su grado de gobierno. Las diferencias entre la democracia y la dic-
tadura son menos agudas que las diferencias entre aquellos países cuya política encarna
el consenso, la comunidad, la legitimidad, la organización, la efectividad y la estabilidad
y aquellos otros cuya política es deficiente en dichos elementos. Los Estados totalita-
rios comunistas y los Estados occidentales liberales pertenecen, en general, más a la cate-
goría de los sistemas políticos efectivos que a los débiles. Estados Unidos, el Reino Unido
y la Unión Soviética tienen diferentes formas de gobierno, pero el Gobierno gobierna
en estos tres sistemas […]. Estos gobiernos controlan la lealtad de sus ciudadanos y
por ende tienen la capacidad de gravar los recursos, de reclutar mano de obra y de in-
novar y ejecutar políticas. En todas estas características, los sistemas políticos de Estados
Unidos, el Reino Unido y la Unión Soviética difieren significativamente del tipo de go-
bierno que existe en muchos, sino es que en la mayoría, de los países en vías de moder-
nización de África, Asia y Latinoamérica.
gación y la privación de los derechos de los negros, “esa zona de la vida estadouni-
dense en la que la diferencia entre el ideal y la realidad era más obvia y flagrante”.
Huntington etiquetó al ideal como el “credo estadounidense” y lo definió como
un amplio consenso de valores que son “liberales, individualistas, democráticos [e]
igualitarios”, y esencialmente “de naturaleza antigubernamental y antiautoritaria”.
La conciencia popular de las diferencias entre las instituciones y los ideales general-
mente permanece latente en la política estadounidense. Pero en cierto momento
puede salir a la superficie, desafiando a las instituciones establecidas y a las prác-
ticas existentes, argumenta Huntington, como sucedió en la era revolucionaria de
las décadas de 1760 y 1770, en la era jacksoniana de las décadas de 1820 y 1830, y
en los años populista-progresistas de la década de 1890 y 1900.
Huntington contrastó su argumento con tres paradigmas que se han utiliza-
do para interpretar la política estadounidense. El enfoque “progresista” destaca
las relaciones y el conflicto de clases, y descubre que Estados Unidos es similar a
Europa, más que algo excepcional. El modelo del “consenso”, ejemplificado por
Tocqueville y, en especial, por Louis Hartz, argumenta que la abundancia de tierra
y oportunidades de movilidad social explica por qué Estados Unidos carecía “tan-
to de feudalismo como de socialismo”. La interpretación “pluralista” describe la
política estadounidense como una competencia entre grupos de interés. Cada para-
digma utiliza las estructuras sociales y los intereses económicos para explicar la
política estadounidense, indica Huntington; los teóricos del pluralismo y del con-
flicto de masas perciben una competencia perpetua por “sórdidos intereses materia-
listas”, mientras que la teoría del consenso “la reduce a una armonía y un embo-
tamiento plácidos”. Sin embargo, Huntington pensaba que estos tres marcos
eran demasiado estáticos y pasaban por alto la importancia de las ideas políticas de
la política estadounidense. “Estados Unidos se libró de los conflictos de masa para
enfrentarse con conflictos morales”, escribió, porque sus desigualdades sociales y
políticas contrastan con un ambiente moral comprometido con la igualdad.
Para Huntington, el credo estadounidense fue el pilar de su identidad nacional.
Algunos países, como China, tienen un “monismo” tanto ideológico como de na-
cionalidad, y otros, como Francia e Italia, tienen una competencia ideológica pero
una nacionalidad única. “Estados Unidos, por otro lado, está conformado, a excep-
ción de las tribus indias, no de nacionalidades sino de grupos étnicos.” Éstos no han
sido totalmente asimilados “en la cultura y en la comunidad de los protestantes blan-
cos anglosajones” ni han formado matrimonios mixtos para crear una nueva “raza”
estadounidense, pero se volvieron estadounidenses precisamente al aceptar “valores
políticos, ideales y símbolos estadounidenses”. Si esto cambiara, “Estados Unidos”
dejaría de existir.
Sin embargo, periódicamente, la diferencia entre los ideales estadounidenses y
la práctica pasa de ser negada, ignorada o cínicamente aceptada, a convertirse en el
tema central. La complacencia se torna en autocrítica. La diferencia entre los idea-
les y la realidad también puede producir una política propensa a las distorsiones
en el entorno cultural del norte de Europa y podrían no ser “la forma natural de
gobierno para los pueblos que se encuentran fuera de este limitado perímetro”,
Huntington propone que la “tesis de la cultura occidental” tiene “implicaciones
inmediatas para la democratización en los Balcanes y en la Unión Soviética”,
donde la Iglesia ortodoxa y el islam aún son dominantes. A falta de las “experien-
cias occidentales con el feudalismo, el Renacimiento, la Reforma, la Ilustración, la
Revolución francesa y el liberalismo”, Huntington predice que estos países tendrán
grandes dificultades para adoptar instituciones democráticas y que será menos
probable que la democratización tenga éxito en países cuyas tradiciones culturales
son hostiles a la democracia —en especial el confucianismo y el islam—.
La cultura es el centro mismo del siguiente libro de Huntington, The Clash of
Civilizations and the Remaking of World Order (1996). Presentada inicialmente en
Foreign Affairs en 1993, la tesis central de Huntington es que el mundo, que ya no
estaba dividido por una confrontación bipolar entre dos ideologías y dos sistemas
económicos, se está convirtiendo en un mundo multipolar de bloques. Sin em-
bargo, no serían bloques económicos, como muchos predecían, sino “civilizaciones”
enfrentadas. La tesis de Huntington fue recibida originalmente con considera-
ble escepticismo por los académicos, pero después del 11-s, su libro y su artículo
recibieron una atención renovada, y Huntington fue aclamado como profeta, en
especial por los medios y los expertos.
Para demostrar su teoría, Huntington tomó como punto de partida dos afirma-
ciones presentadas por muchos críticos del realismo: que el Estado-nación estaba
en decadencia y que el sistema internacional estaba al borde de un cambio históri-
co. Pero, a diferencia de ellos, Huntington no consideraba que este cambio fuera el
precursor de una nueva era de paz ni que las organizaciones trasnacionales o las ins-
tituciones internacionales tuvieran un papel decisivo. Los Estados podrían estar
en decadencia, pero el conflicto en el sistema internacional continuaría, impulsa-
do por choques de “civilizaciones”. La noción realista de la política internacional
seguiría siendo relevante, por ende, como una guía necesaria para la predicción y
la política pública.
The Clash of Civilizations inicia con una descripción de las 2 000 personas que
protestaron en Sarajevo en 1994, “ondeando banderas de Arabia Saudita y Tur-
quía”, lo que demostraba, dice Huntington, que se identificaban con sus “verdade-
ros amigos”, sus correligionarios musulmanes. Ese mismo año, 70 000 personas
se manifestaron en las calles de Los Angeles, “bajo un mar de banderas mexica-
nas”. Huntington consideró que estas evidencias respaldaban su tesis de que la
identidad cultural es, en el mundo de la Posguerra Fría, lo “más importante para
la gente”. Sin embargo, este desarrollo está lejos de ser benigno, ya que los pueblos
“que buscan una identidad y que tratan de reinventar su origen étnico” necesitan
“enemigos”. Por lo tanto, el mundo multicultural y multipolar emergente no será un
mundo de paz, como predecían los idealistas “eufóricos”, sino un mundo en el
que una creciente conciencia de las identidades culturales y de las nuevas fuentes
te, que con las diferencias económicas, es probable que los conflictos futuros sean
violentos. Los países con poblaciones divididas entre dos o más civilizaciones son
países “desgarrados”, que probablemente experimentarán profundas divisiones in-
ternas. Rusia es un ejemplo: a pesar de su larga relación con Europa, “siete de las
ocho características distintivas de la civilización occidental —religión, idioma,
separación de la Iglesia y el Estado, Estado de derecho, pluralismo social, organi-
zaciones representativas, individualismo— [están] prácticamente ausentes de la
experiencia rusa”. Si Rusia se tornara occidental, la civilización ortodoxa “dejaría
de existir”. Turquía y México también son ejemplos de países “desgarrados”, que si-
guen siendo culturalmente esquizofrénicos y, por ende, potencialmente inestables.
En lo que Huntington denomina un giro irónico, la modernización ha dado pie
al resurgimiento de la religión. “La gente no sólo vive de la razón. No puede calcu-
lar y actuar racionalmente para ir en pos de su interés propio hasta que defina su
yo. La política de interés presupone la identidad […]. La religión ofrece respuestas
convincentes para la gente que debe contestar preguntas como ¿quién soy? o ¿a qué
lugar pertenezco?”. Pero esta tendencia también es preocupante, ya que “el rena-
cimiento de las religiones no occidentales es la manifestación más poderosa de
antioccidentalismo en las sociedades no occidentales”.
Huntington analiza las diferentes maneras en que la política civilizatoria se
hace evidente en el sistema internacional. Muchos de sus ejemplos respaldan su
predicción de que es probable que se forme una alianza islámico-confuciana para
enfrentarse a Occidente. Los países asiáticos y musulmanes son los que han estado
más decididos a desarrollar armas nucleares y la “hebilla” de la relación armamen-
tista vincula a “China y Corea del Norte, por un lado, y a Pakistán e Irán, por el
otro”. Como argumentó en The Third Wave, Huntington temía que los factores
culturales debilitaran la democracia en Rusia y en las repúblicas ortodoxas, y pen-
saba que las posibilidades de la democracia en las repúblicas musulmanas eran
“débiles”. De forma irónica, observa que Occidente está enfrentándose a una nue-
va “paradoja democrática”. En el pasado, Estados Unidos pensaba que debía apoyar
a los dictadores autoritarios para defender al capitalismo y la democracia ante el em-
bate soviético. Ahora, Occidente debe decidir si apoyar a un “tirano” laico, aliado
de Occidente, o seguir presionando para lograr la democracia, sabiendo que es
probable que las elecciones democráticas en los países musulmanes produzcan
líderes islámicos hostiles a Occidente. La respuesta a esta situación ha sido un
desafortunado debilitamiento del apoyo occidental a la democracia a medida que la
tercera ola decrece.
Para evitar la guerra, es necesario que los “líderes mundiales acepten la natura-
leza de la política global, cuyas raíces se encuentran en múltiples civilizaciones, y
cooperen para mantenerla”, dice Huntington, aunque también urge a los occiden-
tales a aceptar su civilización como “única” y “no universal” y a unirse “para renovar-
la y protegerla contra los ataques procedentes de las sociedades no occidentales”.
Huntington predice que las poblaciones diaspóricas dificultarán esto aún más.
políticas reales o atribuidas, y en otras por las posturas políticas que otros tomaban
al referirse a sus argumentos, pero casi siempre por cuestiones ideológicas.
Gran parte de la controversia se centraba en su supuesta parcialidad hacia el auto-
ritarismo. Ése fue el ataque inicial que sus colegas de Harvard y otras personas
lanzaron contra The Soldier and the State, en el que Huntington contrastó la aca-
demia militar de West Point con una comunidad civil vecina, Highland Falls,
describiendo a la academia como una “tranquilidad ordenada” y “un trozo de Es-
parta en el corazón de Babilonia”. También fue la crítica básica que algunos lan-
zaron contra Political Order in Changing Societies, con sus provocadores párrafos
iniciales y su constante preocupación por la autoridad y el orden. Que Huntington
pudiera ver y defender las virtudes, en los países en desarrollo, de los sistemas de
un partido único dominante, de los regímenes militares modernizantes e incluso de
las aproximaciones leninistas hizo que su obra fuera anatematizada por muchos,
mientras que su fuerte énfasis en el orden como requisito previo para la libertad
provocó comparaciones con Hobbes, sin ánimo de elogio. Su opinión de que, de
hecho, es más fácil ser revolucionario que reformador, pero que la reforma es ne-
cesaria, tampoco le dio popularidad o influencia entre aquellos que pensaban, en
Latinoamérica y en otros lugares, que el cambio revolucionario era necesario.
Sin embargo, en honor a la verdad, en The Soldier and the State, Huntington no
pedía el militarismo o el gobierno militar; su argumento, por el contrario, era a fa-
vor de una institución militar profesional con valores conservadores y realistas para
proteger a una sociedad liberal, que requeriría institucionalizar el control civil
“objetivo” y “subjetivo” de las fuerzas armadas. Y su argumento en Political Order
ciertamente no favorecía los regímenes dictatoriales, sino la importancia de cons-
truir autoridad y establecer un orden cívico como primer paso necesario que per-
mitiera crear las condiciones para la libertad. Los que han vivido o trabajado en
sociedades “pretorianas”, donde la movilización social y la creciente demanda de par-
ticipación superan en gran medida la capacidad de las instituciones políticas para
procesar estas demandas, aprecian el argumento central de Huntington, el cual no
ha perdido su fuerza a pesar de los drásticos cambios que han ocurrido en los 40 años
desde que lo escribió. En muchos países, incluidos Afganistán, Haití e Iraq, pero
también en diferentes Estados (o regiones dentro de éstos) de Latinoamérica y de
África, es claro que un nivel mínimo de capacidad de Estado no se puede dar por
sentado ni se puede alcanzar fácilmente, y que construir esta capacidad es la prio-
ridad principal.
The Third Wave demuestra la preferencia normativa de Huntington por la gober-
nanza democrática efectiva, que incluye los límites al poder necesarios una vez que
se ha construido la autoridad. Sin embargo, coincide con Political Order al identifi-
car al desarrollo económico y a las instituciones políticas efectivas como esenciales
para el éxito democrático. También introduce un nuevo tema —que no destaca en
Political Order—, que se haría cada vez más dominante en los escritos de Hunting-
ton: la importancia de la cultura y la necesidad de defender los valores occidentales.
cracia social de participación total”. Huntington hizo notar que lo que los cubanos nos
estaban contando con tanta convicción no podía ser cierto en la práctica, porque con-
tradecía los principios organizacionales básicos de una institución militar. Se escribie-
ron numerosos artículos y libros sobre “el experimento peruano”; el sarcasmo de
Huntington detectó uno de sus puntos más importantes en un instante.
Enfermo de diabetes desde que tenía 20 años, Sam Huntington vivió con nu-
merosos y constantes recordatorios de su frágil salud. En ocasiones experimentó
episodios aterradores, uno de ellos en mi presencia. Superó estos graves problemas
aplicando a su vida diaria la silenciosa pero eficaz disciplina que caracterizó su vida
académica. Comprendía profundamente las promesas de la vida y sus límites. Re-
conoció la capacidad del hombre para vivir en comunidad y para el egoísmo, cua-
lidades humanas que, según afirma Reinhold Niebuhr, hacen que la democracia
sea posible y necesaria. Una profunda conciencia de estas dos cualidades moldeó
la vida académica de Samuel P. Huntington y refuerza su perdurable contribu-
ción. 4