A Cien Años de Juana Lucero
A Cien Años de Juana Lucero
A Cien Años de Juana Lucero
Rodrigo Cánovas
Pontificia Universidad Católica de Chile
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Este trabajo forma parte del Proyecto Fondecyt Nº1990536 “Heterotopías. El prostíbulo
en la novela hispanoamericana contemporánea”, del Consejo Nacional de Investigación, Chile.
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1
Nos guiamos aquí por la noción usada por Doris Sommer en su imprescindible trabajo
sobre las novelas fundacionales de América Latina: “By romance here I mean a cross between
our contemporary use of the word as a love story and a nineteenth-century use that distinguished
the genre as more boldly allegorical than the novel. The classic examples in Latin America are
almost inevitable stories of star-crossed lovers who represent particular regions, races, parties,
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tienen que pasar el modesto Martín y la orgullosa Leonor y las disensiones entre sí
tienen relación con intereses económicos (las relaciones entre el capital minero y el
financiero), políticos (la insurrecciones liberales de 1851 y 1859 en Santiago y re-
giones) y morales (el deseo de renovar el espíritu de la clase dirigente, infundiéndole
valores burgueses de trabajo, rectitud y moderación) 2.
Martín y Leonor se instalarán a vivir en una mansión en el centro de Santiago,
a mediados del siglo XIX, para formar una familia ejemplar. Como abogado, Martín
se ocupará de los asuntos de gobierno y la bella y talentosa Leonor le dará hijos, que
gozarán del nuevo orden. En esta minihistoria literaria nacional, hacia 1880 nace
Juana Lucero, hija de Catalina Lucero, concebida en amores ilícitos (la muchacha
costurera fue seducida por el señorito de la casa). No resulta verosímil plantear que
Juana fue concebida en el seno de la casa de los Rivas Encina, pues esta pareja
pretende abolir las groserías del salón burgués o solo las concibe en otros espacios,
como el del picholeo (donde Rafael San Luis, amigo de Martín, encuentra su perdi-
ción). Sí es posible concebir que la joven Catalina hubiera servido en el hogar del
señorito Agustín (hermano de Leonor, niño irresponsable, un ‘cabeza hueca’ que
intercala palabras francesas en su insulsa conversación), casado con su prima Matilde
(rubia, cómoda y de carácter pasivo), pudiendo Juana ser nieta de éste (la rama espu-
ria, que la ficción fundacional pretendió abolir, pues avergüenza al salón) y sobrina-
nieta de Martín (nuevo tronco, por lo visto, débil aún, porque los Agustines siguen
haciendo estragos).
Esta versión singular de una genealogía fundada en la literatura merecería
algunas precisiones de carácter histórico. En sus desplazamientos de un espacio a
otro, Juana lleva consigo un retrato de un caballero buen mozo (el supuesto hijo de
aquel Agustín de la novela de Blest Gana) y una oleografía del presidente Balmaceda,
derrocado en 1891. La caída (y suicidio) de éste conlleva la enfermedad de la madre,
su muerte y la caída, perdición y locura de la hija. La rama de los Agustines tendría
que ser antibalmacedista, siendo la purisimita hija de una traición nacional.
La Lucero (como también se la llamó en una de sus reediciones) es un relato
que sobreescribe un romance nacional, generando su eclipse. Es un relato de la resta,
economic interests, and the like. Their passion for conjugal and sexual unions spills over to a
sentimental readership in a move that hopes to win partisan minds along with hearts” (5).
2
Para una provechosa lectura crítica de Martín Rivas, remitimos a los textos de Jaime
Concha y de Román Soto, de los cuales nos hemos servido aquí indirectamente. También es
de provecho el ensayo que le dedicara Doris Sommer en su libro ya citado sobre las ficciones
fundacionales y el de Cedomil Goic incluido en su Novela chilena, donde se enfatiza el grotesco
criollo decimonónico.
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que avanza en el eje de los número negativos hasta dejar el romance en cero. Letal,
regresivo, es un texto concebido íntegramente desde la carencia. Sin familia (la
purisimita es guacha), sin rostro (es puta, es loca), sin patria (es lucero sin luz) e,
incluso, sin Dios (un alma abandonada, proyectada hacia el firmamento), Juana pa-
rece haber nacido muerta. Así, antes de que comience, la historia ya ha terminado: la
cámara fetal fue su nicho. Paradójicamente, el efecto de lectura es la empatía con la
situación existencial de esa desamparada y la posibilidad de que el lector imagine
una nueva historia fundacional, que incluya como actores decisivos a esa ralea de
gentes modestas, pertenecientes a las nacientes capas medias 3.
En la trama de esta novela distinguimos un haz y un envés, que se correspon-
de con un centro y su respectivo margen excluido. Sin linaje sancionado social y
simbólicamente (es guachita), no puede insertarse en la red de parentescos que vali-
da la convivencia familiar 4. Muerta su madre, Juana saldrá de su casa materna (que
funciona como cámara fetal) a la vida, por primera vez, e irá ocupando en cada lugar
los roles que la sociedad le asigna. No siendo por parte de padre ‘hija de’, en casa de
su tía Loreto (una beata alcahueta), no será sobrina, sino sirvienta; y en el hogar de la
familia Caracuel, situada en el barrio Yungay, pasará a ser costurera del ajuar de
Mónica, la hija mayor (y no la novia). Luego de la violación que sufre por parte del
jefe de familia en plena celebración de la batalla de Yungay (la patria mancillada),
pasa a convivir con el pretendiente de Mónica (transformándose en su querida y no
en su esposa). Estando embarazada (de un hijo que ella nombra emblemáticamente
Héctor), es depositada en un burdel elegante en calidad de asilada, ejerciendo allí la
prostitución (opuesta a la maternidad). Perdido su nombre (ahora ha sido bautizada
Naná), sin descendencia, rebasa el margen y se ampara en la locura.
En resumen, en vez de insertarse en la serie central del hogar nacional como
hija, sobrina, novia, esposa y madre, Juana ilumina la serie excluida en calidad de
guacha, sirvienta, costurera, querida y prostituta, hasta borrarse como loca5. Como
3
La definición de los grupos medios chilenos, sus actores, actividades y valores, ha resultado
problemática para los estudiosos. Un suscinto comentario de las diversas posiciones, en el
texto de Gabriel Salazar y Julio Pinto dedicado a la historia chilena contemporánea.
4
Para una mirada antropológica y de género sobre el guacharaje, remitimos al ensayo
Madres y huachos, de Sonia Montecino, de gran pertinencia para la lectura de La Lucero.
5
En relación con los trabajos ejercidos u oficios, notemos que en las primeras décadas del
siglo XX, según las estadísticas de la época, las ocupaciones de sirvienta y de costurera eran la
antesala de la prostitución. Según un estudio de 1916, al preguntársele a las prostitutas por su
ocupación anterior, un 22,84% indicó sirvienta, un 12,89%, costurera y un 5,16 modista
(Góngora Escobedo 138-139). Recordemos que Catalina Lucero era costurera, su hija Juana
fue primero sirvienta, luego costurera, siendo finalmente depositada en el burdel elegante de
Madame Adelguise, cuya tarjetita lila indica Modes.
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romance nacional virtual, aparece la posibilidad de unión del ahijado (de doña Loreto)
con la sobrina; pero ésta no tiene padre; solo apenas su “compadrito castaño” (40),
vecino a la casa de la Garrido. Ocupando un sitio vacío en el árbol genealógico, no
es extraño que siempre habite en una pieza con características de nicho, convirtién-
dose en feto o cadáver. En efecto, su casa, la madre en vida, es concebida como
limbo; mientras que las paredes blancas de la pieza donde la tía beata semejan una
tumba adornada con santitos. A su vez, el acto de violación en el cuarto de Yungay
la convierte en un cadáver profanado en su cripta (Caracuel siente “que era algo así
como violar un cadáver”; p.103). El nidito de amor que le ofrece el calavera Velázquez
(en la siguiente parada de esta desdichada) es descrito como un cuarto redondo y
delicado estuche, cual cámara fetal, la cual no podrá sostener una nueva vida. A su
vez, la pieza del burdel tiene su envés en aquella del Instituto Ginecológico donde se
le practica un raspaje, donde la cavidad de su cuerpo queda en blanco. En fin, la
matriz parece haber estado desde el inicio en el barrio blanco del cementerio, donde
existe un nicho con el nombre de Juana Lucero (estando ella aún viva) y hacia el
final, en la huesera, “potrero de los pobres de solemnidad” (236), depósito de su
madre. Más allá de estos espacios letales y de no-concepción, aparecen como únicos
espacios alternativos el espiritismo y la locura.
6
Acudimos aquí a la noción de heterotopía propuesta por Michel Foucault en una conferencia
sobre el espacio, definido éste como un conjunto de relaciones que genera configuraciones
específicas: “Il y a également, et ceci probablement dans toute culture, dans toute civilisation,
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burdel es una casa de citas, en la cual aparecen replicadas otras situaciones de otras
casas y lugares. En este singular espacio se eclipsa la casa chilena, por cuanto apare-
ce descompuesta en sus elementos viciosos que la sustentan, que permiten la exclu-
sión de la Lucero, quien representa un grupo social en formación y una sensibilidad
singular, ajenas a la élite.
Así, la casa de misiá Loreto Garrido, con aspecto de claustro, cuenta con un
saloncito donde esta “comadre vieja” (22) recibe a sus amistades, de comportamiento
equívoco: un clérigo (con prontuario policial) y un calavera (Arturito, que procurará
el nidito de amor), asedian sexualmente a la purisimita con mínimo disimulo; mien-
tras que las mujeres (doña Pepa López de Caracuel, sus hijas, más una beata chismo-
sa) se revelan alcahuetas, si son entradas en años, y casquivanas, si son jóvenes.
La casa de los Caracuel es una cita levemente alterada de lo que presenciamos
más adelante en el burdel. Don Absalón, padre de familia ejemplar, se revela aún
más terrible que el comedido don Napoleón, aquel “caballero chico y gordo” (158),
segundo alcalde y primer cliente de Juana. A su vez, desde el boquete del prostíbulo
vemos que doña Pepa es tan deshumanizada como doña Adalguisa, pues está al tanto
de atropellos, embarazos y demás. Es como si cada personaje tuviese su doble, pu-
diéndose superponer sus imágenes: la novia Marta Caracuel y la prostituta Cristina
Sandoval son ambas bellas, arrogantes y se parecen físicamente; la niña Mariquita
es tan cotorra y peleadora como las seis niñas de la casa alegre cuando se sientan a la
mesa, y parece una muñequita como Bibelot. Incluso, en el comedor, el protocolo es
más estricto en el burdel –un crítico lo ha asociado, incluso, al de un internado de
señoritas– que en la casa de Yungay, donde los modales y la conversación son más
bien groseros: las maneras de comer del dueño de casa, las obscenidades de Danielito,
las miradas furtivas de padre e hijo, vigilándose en la disputa de la presa 7.
El burdel es presentado irónicamente como una Casa de Modas, cuyos ocu-
pantes conforman una familia. Arturo Velázquez, en un día de mayo, en vez de
des lieux réels, des lieux effectifs, des lieux qui sont dessinés dans l’institution même de la
societé, et que sont des sortes de contre-emplacements, sortes d’utopies effectivement réalisées
dans lesquelles les emplacements réels, tous les autres emplacements réels que l’on peut trouver
à l’intérieur de la culture sont à la fois représéntes, contestés et inversés, des sortes de lieux que
sont hors de tous les lieux, bien que pourtant ils soient effectivement localisables” (47).
7
En un comentario sutilmente picaresco, Vicente Urbistondo señala la convergencia de
actitudes entre un colegio exclusivo y un burdel elegante, ambos con reglas estrictas: “En
general, las rameras de D’Halmar se portan como chicas de algún internado para señoritas
venido a menos; y Juana más que las otras, porque jamás deja de ser la adolescente soñadora y
pasiva que aparece al iniciarse el libro” (34).
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peor de los casos, aparecen sus rostros maquillados con el abolengo (los apellidos
vinosos, de los cuales se ríe incluso Arturo Velázquez), el arribismo (doña Adalguisa
educando a su hija en un colegio pío), la vil oportunidad (Caracuel, empleado coimero
antibalmacedista) e, incluso, el poquito de dicha (Catalina pidiendo lo mínimo para
su purisimita).
VICIOS Y VIRTUDES
Como se sabe, la primera edición de la novela llevaba como título Los vicios
de Chile. Juana Lucero. La sociedad chilena se degenera, es decir, no produce vida
y si lo hace, aparece torcida. El amor casto, el matrimonio y la maternidad son dege-
nerados por el sexo, la infidelidad y el aborto: en vez del alma, la cosa; en vez de la
lactancia, el anticonceptivo de la esponjita para las damas de la aristocracia criolla o
si no, el raspaje. Hijo bastardo, D’Halmar (o esa alma gemela que interrumpe cons-
tantemente el relato para opinar sobre los vicios de la sociedad) pareciera aquí respi-
rar por la herida, demostrando asco y aversión por el sexo 8. Así, durante un paseo
nocturno por la Alameda, esta voz adolescente observa repulsivamente el frote de
los cuerpos en los bancos de descanso: “Más allá hay una mujer y un hombre que se
acarician furiosamente. El tiene la mano encima de la falda, ella en su rodilla. De ahí
marcharán a un café asiático... ¿Puede ser esto el alimento del alma?” (125).
En un gesto inédito en las letras chilenas del 900, D’Halmar propone no solo
el prostíbulo como una máquina depravada de placer (letal), al servicio de los hom-
bres viciosos, sino que también alude a su contraparte, la casa de raspaje, para las
damas de la sociedad santiaguina (que vende también esponjitas, negocio menos
rentable). El Instituto Ginecológico de Mme. Rigault (“con las persianas hermética-
mente cerradas, como la de los cafetines de mala ley”; 205) y el prostíbulo elegante
de Mme. Adalguise (bajo la fachada Modes; todo en clave francesa, fuente de la
disipación y decadencia hedonista) se integran conformando un hogar chileno de
mujeres adúlteras y hombres putañeros, hogar estéril que aparece alojado en el seno
de la aristocracia criolla. La clínica y el burdel son manejadas por mujeres terribles
–la doctora y la alcahueta, según rótulo del narrador– que suprimen cualquier ro-
mance nacional, bajo el beneplácito de la autoridad masculina (impunidad para la
actividad clandestina de la Rigault y ley de amparo para las casas de tolerancia). Así,
Vicente Urbistondo nos otorga la siguiente ficha de nacimiento del autor: “Fue hijo del
8
las prostitutas tienen su doble en las damiselas de la sociedad, ante lo cual el argu-
mento legal esgrimido en esa época de la necesidad de los lenocinios para guardar la
honra de las novias es puesto aquí entre paréntesis: “El laboratorio de Mme. Rugault
prepararía las esposas del porvenir; el gimnasio de Adalguisa educaba a los futuros
maridos. No era poca, pues, la importancia de estas dos mujeres que tenían en sus
manos caprichosas nada menos que la suerte de la especie venidera, pudiendo tor-
cerla a su antojo” (206).
D’Halmar, cual columnista de un periódico (ya escribía a comienzos de siglo
para La Tarde, La Ley y El Turista), otorga su opinión sobre usos y costumbres, y
sobre la dictación de leyes de la República, de un modo polémico. Es el caso del
Reglamento de las Casas de Tolerancia, promulgado en 1896, tras una sorda resis-
tencia a su promulgación durante todo el siglo. Este dictamen autoriza el ejercicio de
la prostitución, aduciendo razones higiénicas (prevención de enfermedades vené-
reas), policiales (mantenimiento del orden público) y morales (el resguardo de la
honra familiar). Por su parte, las prostitutas, debidamente empadronadas y asiladas
en burdeles, tenían la obligación de someterse a inspección sanitaria todas las sema-
nas. En su libro dedicado a la visión de las élites chilenas sobre la prostitución entre
los años 1813 y 1936, Góngora Escobedo incluye declaraciones de congresistas,
médicos, sacerdotes, abogados, periodistas y hombres de bien, extractadas de cróni-
cas, artículos, documentos de la Iglesia, Actas del Congreso y partes policiales que
dan cuenta de las bases de esta Reglamentación de 1896, que sufrió modificaciones
menores durante los siguientes años hasta completarse su normativa en 1920 9.
En abierta polémica con los defensores de este cuerpo normativo, D’Halmar
reitera los argumentos ya esgrimidos en su contra durante todo el siglo XIX, princi-
palmente por el catolicismo, señalando que los legisladores privilegian la concupis-
cencia: “ ‘La tolerancia es salvaguardia de la virtud’. Este es el hermoso pretexto en
que se fundan los gobiernos moralistas, al reglamentarla, señalándole su sitio entre
las imprescindibles instituciones sociales, tal si fuese el vicio algo incontrastable,
fuera del dominio de la razón” (216). Los juicios de la autoría sobre las bases éticas
de la Reglamentación se diagraman en la anécdota, aportándose allí las contrapruebas
9
Góngora Escobedo resume así el espíritu inicial de la Reglamentación: “Organizar
administrativamente el oficio permitiría ‘abastecer’ a la población masculina de las mujeres
necesarias para su satisfacción sexual –mujeres, entendámoslo, debidamente ‘higienizadas’–,
con la finalidad de cuidar la salud de los eventuales consumidores, y de sus esposas e hijos. De
este modo, las ‘mujeres públicas de mala vida’ cumplían una función social nada despreciable:
resguardar con su deshonra y riesgosa actividad los hogares honrados, la virtud de las ‘mujeres
privadas’, estimadas de ‘buena vida’ ” (189).
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BIBLIOGRAFÍA CITADA
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RESUMEN / ABSTRACT
En este trabajo se reflexiona sobre la posible actualidad de esta novela chilena, escrita en 1902, hace
justo cien años. Proponemos su vigencia, en cuanto exhibe la identidad chilena (del sujeto, de la
familia, de la ciudad y del país), desde un severo marco de exclusiones, señalando sus vicios. Concre-
tamente, un burdel elegante santiaguino (donde es depositada Juana, ícono de las nacientes capas
medias, sin visibilidad social) se configura como una sinécdoque de la casa chilena, identificada con
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la violencia y el erotismo letal. En este relato, los rostros chilenos aparecen deformados por el abolen-
go, el arribismo y un desaforado apetito sexual, marcando a la nación con el signo de la traición hacia
las nacientes capas medias.
ONE HUNDRED YEARS AWAY FROM AUGUSTO D’HALMAR’S JUANA LUCERO: MORE BASTARD
THAN EVER
This work reflects upon the possible present-day relevance of a Chilean novel written one hundred
years ago, in 1902. We postulate its validity on the grounds that it provides a formulation of Chilean
identity (in terms of the individual, the family, the city and the country) within a framework of exclusions,
depicting its vices. In fact, an elegant brothel in Santiago (where Juana, an icon of the emerging
middle class with no social visibility, is placed) is seen as a synecdoche of a Chilean home identifiable
with violence and lethal sexuality. In this tale, Chilean faces appear deformed by class distinctions,
snobbery and a voracious sexual appetite, thus scarring the nation with the signs of treachery towards
the emerging middle class.