Wislawa - Recopilación de Escritos
Wislawa - Recopilación de Escritos
Wislawa - Recopilación de Escritos
cuando los hacía tenía la costumbre de llevarse un objeto insólito de cada lugar que visitaba.
Sentía debilidad por los objetos kitsch, los gadgets raros, o las cosas viejas que encontraba en
los mercadillos. Trastos, recuerdos (Pre-Textos, 2015) es el título de la cuidadosa biografía que
las periodistas polacas Anna Bikont y Joanna Szczęsna han escrito sobre esta poeta reservada,
irónica y singular.
Cuando Wisława Szymborska ganó el Premio Nobel en 1996 nos dimos cuenta que no se sabía
apenas nada de su vida. Creímos oportuno indagar, investigar. Sabíamos que no sería una
tarea fácil: hasta 1989 Szymborska solo había concedido dos entrevistas. No le gustaba que le
preguntaran demasiado, decía que todo lo que quería transmitir estaba en su poesía y no tenía
nada más que añadir. Nuestra primera idea fue hacer un retrato con la información que
extrajimos de las conversaciones con más de cien amigos y familiares. Leímos todo lo que
escribió, incluso textos como Lecturas no obligatorias que no han sido editados. Cuando
teníamos todo el material, Szymborska nos concedió una entrevista. “Habéis exprimido hasta
la última gota de mi vida”, dijo. Habíamos investigado tanto que podríamos decir que
sabíamos más de su vida que ella misma. A partir de ese primer encuentro, empezamos a
trabar una amistad.
Escribía sobre los temas más básicos, primitivos de la vida: los aspectos que preocupan al ser
humano. Evitaba el pathos y retrataba las inquietudes proponiendo ejemplos de pequeñas
situaciones cotidianas. Veía algo especial en los actos rutinarios que los demás no podemos
ver. Una vez le preguntamos a un periodista por qué Szymborska tenía tanta fama en Holanda.
Él nos respondió: “Porque es muy holandesa”. Nos quedamos sorprendidas, no sabíamos qué
significaba. Él, viendo nuestras expresiones, nos explicó: “Wisława, cuando mira, se comporta
como un pintor holandés: observa los objetos y los ilumina desde distintas perspectivas”.
Szymborska manifestó su admiración por Proust, Cavafis o Mann. ¿Qué autores fueron
importantes para ella?
Szymborska era samo-swoja, que en polaco significa única en su especie o ella misma. Así que
su gusto era también único: es cierto que leía a estos autores con mucha devoción, pero no
seguía el estilo de ninguno de ellos. También admiraba fervientemente a Montaigne. En una
ocasión le preguntaron cómo se deletreaba el nombre de este autor y ella contestó: “Se
pronuncia siempre de rodillas”. En general se fijó mucho en los autores del periodo clásico.
Szymborska apreciaba la razón, el sentido del humor, aunque sabía que hay puntos en los que
estos no sirven: se necesita la emoción, los sentimientos para transmitir.
Polonia tuvo un siglo XX lleno de tragedias y conflictos. Ella decía que no le gustaba escribir
sobre la guerra.
En su primer libro de poesía, escrito en 1952 y publicado hace poco, aparecen poemas en los
que habla de la guerra. Sin embargo, en su opinión, poetas como Herbert o Różewicz ya lo
habían dicho todo al respecto y ella sentía que no tenía nada más que aportar.
En su poesía, manifiesta su amor por los animales, por la naturaleza, pero en ningún
momento habla de la familia.
No fue una persona familiar. Nunca quiso tener hijos pero tampoco sintió la necesidad de
participar en los rituales familiares durante festivos. Solo respetaba este aspecto por su
hermana Nawoja. No le gustaba estar en grupos, ni sentirse parte de ningún colectivo. Más de
doce personas eran ya demasiada gente. De hecho, ni siquiera vivió con el amor de su vida,
Kornel Filipowicz. Se llamaban por la mañana y salían a hacer cosas. A pesar de su amor
incondicional hacia los gatos, nunca quiso tener ninguno y ni siquiera quiso adoptar el de
Filipowicz cuando murió. Hay un poema –“Un gato en un piso vacío”– en el que describe su
comportamiento ante la muerte de su amado: “Se va a enterar/ de que eso no se le puede
hacer a un gato./ Irá hacia él/ como si no quisiera,/ despacito,/ con las patas muy ofendidas.”
Szymborska tuvo la necesidad de pasar mucho tiempo con ella misma, pero nunca fue una
misántropa.
¿Qué popularidad tenía Szymborska en Polonia antes y después del Premio Nobel?
Antes de ganar el Premio Nobel, Szymborska ya había sido reconocida con otros premios
prestigiosos como el Ciudad de Cracovia de Literatura en 1954, el Premio Goethe en 1991 o el
Premio Herder en 1995. Sus libros se divulgaban dentro del país y se empezaron a traducir al
búlgaro, alemán, sueco… En 1996 ya era una persona conocida, pero el Nobel la puso bajo los
focos de la crítica y los lectores la paraban por la calle. De hecho, sus amigos más cercanos
construyeron irónicamente un término, “Tragedia Estocolmo”, para referirse al evento, a la
entrega del premio en Suecia. Se vio tan agobiada con llamadas, cartas, propuestas… que no
escribió ni un solo poema en dos años. Eso a ella no le había sucedido nunca. Contrató a un
secretario, Michał Głowiński, un joven estudiante, que la ayudó a gestionar las cartas. Como
ambos tenían un gran sentido del humor, intentaron convertir esta “tragedia” en una
“comedia”, inventando un tipo de respuesta en las cartas en forma de juego. Por ejemplo, a
veces Szymborska respondía cosas como: “Aceptaré tu propuesta cuando sea más joven”.
Más que nunca. Fue leída y sigue siendo leída y estudiada en los colegios. Por los temas que
ella trata –los de la experiencia humana–, se convierte en una poeta universal. Szymborska
entra por las venas. De hecho, sus versos se usan incluso en discursos políticos, sobre todo en
Italia. Hay una cita del poema “Vaca sagrada” que en Holanda han utilizado para abrir las
sesiones en el Parlamento. Su poesía sirve para distintas etapas y momentos vitales. En una
época me enamoré del verso “cuántas cosas debíamos a las personas que no amamos”. La
poesía de Szymborska llega al corazón tanto como a la mente y sus poemas son como un
guante: se ajustan a la perfección. Un poema que lamentablemente encaja en la situación
contemporánea de Polonia es “El odio”:
“Szymborska y Milosz se conocieron de la manera más natural del mundo; su encuentro fue
decidido y orquestado por Czeslaw Milosz porque Wislawa Szymborska jamás hubiera tenido
la audacia” -afirma la académica Teresa Walas, amiga de ambos poetas- Ignoro si hubieran
utilizado la palabra “amistad” para calificar lo que los une, pero su vínculo es para ellos,
indiscutiblemente, un hermoso guiño del destino”
Wislawa ve a Czeslaw Milosz por primera vez el 31 de enero de 1945, durante la velada poética
que inaugura el renacimiento de la vida literaria en la Cracovia liberada. Una densa multitud
plena la sala glacial del Teatr Stary. Hay gente en los pasillos, el foyer y en todos los escalones,
con mantas, cazadoras, pieles, gorras y bufandas. La gente se sopla las manos para calentarse.
Cada bocanada de aire se condensa en un vaho. Alguien en la escena evoca la vida literaria
durante la ocupación; después, los poetas leen sus versos y los poemas de los ausentes son
leídos por actores. Cada lectura es seguida por aplausos atronadores. Al final, ávidos de poesía,
los espectadores invaden el escenario para besar a los escritores en ambas mejillas, darles
macetas con flores y pedirles autógrafos en pequeños trozos de papel. Szymborska observa
desde lejos tal delirio.
“Czeslaw Milosz es el que más me impresionó -nos dice- En general los poetas leían muy mal
sus textos, no articulaban, se equivocaban, tartamudeaban, y como todo ocurría sin
micrófonos, no escuchábamos mayor cosa. Y entonces apareció Milosz. Con el aire de un
tierno querubín con la voz bien pausada. Recuerdo que pensé: he aquí un gran poeta y, desde
luego, no osé acercarme a él”.
Szymborska describe este encuentro inicial con Milosz y su poesía en una de sus crónicas que
intitula Mi timidez: “No me decían nada los nombres de los participantes. En cuanto respecta a
la prosa, era una lectora bastante conocedora, pero, en cambio, ignoraba mucho sobre la
poesía. Pero ese día yo miraba y escuchaba. No todos los autores alcanzaban a presentar sus
textos, algunos los recitaban con un énfasis insoportable, a otros se les quebraba la voz y
sostenían las cuartillas con manos temblorosas. En cierto momento fue anunciado alguien
llamado Czeslaw Milosz. Leyó sus versos sin nerviosismo y sin efectos declamatorios. Como si
pensase en alta voz, invitándonos a acompañarlo en sus reflexiones. “Y, sí, me dije, he aquí la
poesía y un verdadero poeta”. Desde luego, yo era injusta. Otros dos o tres poetas merecían,
igualmente, que se interesasen por ellos aquel día. Pero si hay escalones para alcanzar una
calidad excepcional, yo sentía que aquel donde Milosz se situaba era muy elevado”.
La laureada del Premio Nobel no se ha liberado jamás de esa timidez sentida frente a Czeslaw
Milosz, que testimonia con humor en un dístico de sus Retratos de poetas de Cracovia:
Además, cada vez que se dirige a él, lo trata siempre de “Maestro”. Nadie sabe lo que Milosz
piensa, se rehúsa a cualquier comentario y no nos dice si está divertido, emocionado o
molesto y por supuesto que se acuerda de aquella velada de 1945: “Estaba lejos de
preocuparme de la impresión que había producido- responde cuando se le pregunta si tenía
conciencia de haberse distinguido tanto de los demás autores- Todos éramos extrañas
criaturas que emergíamos de nuestras madrigueras, vestidos extrañamente”.
Milosz permanece brevemente en Cracovia. A partir de 1946 ocupa un puesto diplomático
polaco en los Estados Unidos. Szymborska recuerda, sin embargo, haberlo visto una vez antes
de su partida. Lo recuerda sobre todo porque su admiración fue puesta entonces a dura
prueba. Sin contar que fue en un restaurante, y que era la primera vez que Wislawa
Szymborska iba a un restaurante. Acababa de echar un vistazo en torno a la sala, ¿y qué vio?
“En una mesa próxima, el mesonero servía costillas de puerco con repollo a Milosz y las
personas que lo acompañaban. Milosz comía con apetito. Recuerdo cuánto me chocó la escena
del poeta etéreo, el querubín ante una costilla de puerco! Yo sabía que los poetas debían
comer algunas veces ¡Pero un alimento tan poco refinado! Me tomó largo tiempo reponerme.
Pronto me convertí en lectora asidua de sus textos poéticos. El día que leí en la prensa El
Saludo y otros poemas de Milosz, me sentí todavía más intimidada por él”.
Al interrogársele sobre la fecha en que tuvo conocimiento de la existencia de Wislawa
Szymborska, Milosz afirma que fue en la primavera de 1945, en la calle Krupnicza de Cracovia.
“Me describieron a una de las poetisas del Círculo de Jóvenes Escritores como la más
promisora. Debía ser Szymborska”.
¿Es eso exacto? Es cierto que Szymborska había publicado ya en el diario Dziennik Polski su
poema Busco la palabra. Adam Wlodek, un crítico literario que, sin embargo, fue siempre su
admirador (y también, en un tiempo, su marido) no duda en decir, años más tarde, que los
primeros poemas de Wislawa “no tenían nada de excepcional, eran todos simplemente
malos”.
Milosz leyó muy tarde los poemas de Szymborska y ya no recuerda cuál de sus folletos atrajo
su atención. La primera prueba de su interés data de 1965, cuando Milosz estaba en los
Estados Unidos y redactó su antología Postwar Polish Poetry, donde tradujo un poema de la
futura laureada del Nobel, tomado del folleto La Sal:
Milosz comenta: “No sin ironía, el poema de Szymborska nos remite a nuestra indiferencia
respecto de todas las bestezuelas que desaparecen a nuestro alrededor, que nos acompañan
en nuestra existencia sobre la tierra (…) Nos hemos acordado de una separación entre
nosotros los seres humanos y los otros seres, y todo para que tal arreglo nos proteja como un
escudo”.
“Szymborska y Milosz están atentos a las cuestiones metafísicas, afirma Ryszard Krynicki.
Milosz es el único en ser explícito, Szymborska hace como si ella no se preocupase tanto. Para
convencerse, basta ver como ella aborda la cuestión de la muerte en uno de sus últimos
poemas titulado El mañana, sin nosotros:
“La vejez, la muerte, la agonía, la vida en el más allá -continúa Krynicki- son así mismo los
temas contemplados por Milosz en sus volúmenes de poesía titulados Eso y El Más Allá”:
Se encontraron verdaderamente cuando Milosz vino a Polonia por segunda vez, en noviembre
de 1989, galardonado con un doctorado honoris causa de la Universidad Jagellónica. Entonces
pasó diez días en Cracovia y ofreció un ciclo de conferencias sobre la poesía polaca
contemporánea (Con la poesía polaca hacia el mundo), sostuvo encuentros literarios en los
cafés Jama Michalikowa y Piwnica pod Baranami y, para terminar, ofreció un banquete a los
escritores de Cracovia, y por supuesto a Szymborska, en el Wierzynek Krakowski. Ciertos
indicios señalan que Czeslaw Milosz y Wislawa Szymborska se tuteaban desde entonces.
Milosz acuerda entonces una entrevista a la revista Naglos en la que declara: “Actualmente, la
literatura polaca es una literatura mundial” y después, de un golpe, cita los nombres de Miron
Bialoszewski, Zbigniew Herbert, Tadeusz Rózewicz, Wislawa Szymborska, Alexander Wat y
Adam Zagajewski.
Desde entonces, la poetisa agrega el nombre de Milosz a la lista de personas a las que enviaba
sus collages literarios con imágenes recortadas. Así, él recibió una cajita en la que los votos de
fin de año le eran dirigidos por “mesoneros del café, italianos, Tom Jones, una hortensia, un
dragón de cobre, polacas adolescentes, Arcadius Dybala, un maniaco, Kruschev, un húsar,
Jacek Ziobro, guardametas, Dolores, George Sand, un pterodáctilo, el prelado, Marco
Mendoza, Fréderique, Jacek y Tomek y Bozenka, el rey Miesco I, el doctor Rochus Mummert,
Zeromski. Y Szymborska”.
Este tipo de montajes es de los más frecuentes, incluso clásico, aunque se decline de múltiples
maneras. Pero Szymborska escogió para Milosz un collage especial: un león en dos patas cuyo
cuerpo privado de cabeza reposaba sobre una gran inscripción: “la parte del león”.
El gusto inmoderado de Szymborska por los collages no dejó a Milosz indiferente. En 1966,
mientras redactábamos la biografía de la poetisa, nos dijo que él le enviaba después de
algunos años insectos de plástico y fotografías de animales y que no sabía si ella los había
utilizado para sus collages.
En 1993, convertido en ciudadano honorífico de Cracovia, Milosz pasa los meses de verano en
esta ciudad. Fue entonces convidado por Szymborska a sus “pequeñas cenas o pequeños
sorteos”. A veces, aportaba los premios (una cómoda en miniatura con gavetas) y en otras
ganó: un hisopo.
El redactor en jefe de la revista Znak, Jerzy Illg, que llama a Milosz “forjador de lo esencial”,
afirma que él sólo busca conversaciones serias porque le aburren las bromas y la ligereza de
tono: “El hecho de que nosotros invertimos nuestra energía en organizar un momento festivo
desprovisto de seriedad le sorprende en la medida que la ociosidad le parece una cosa
inconcebible. Es un hombre muy serio al que le gusta tratar temas esenciales. Componer
limericks y otras formas burlescas versificadas, un juego al que suele prestarse la sociedad de
Cracovia, no lo ha seducido. Se trató de interesarlo. La prueba de tal tentativa se conserva en
un librito, Liber Limericorum, que reúne los limericks compuestos y dedicados a ella por los
amigos de Teresa Walas. El nombre de Czeslaw Milosz figura en una página en blanco, con la
nota: “El limerick de Milosz no existe en la naturaleza sino bajo una forma oral (¿el Autor lo
recita personalmente ante su Alteza Real, quizás se trataba de una improvisación?) Nosotros
no queremos perturbar este estado de cosas e impulsar esta obra maestra oral, única en su
género desde los tiempos homéricos, en las trampas ontológicas vehiculadas por la literatura”.
“Con frecuencia, los versos humorísticos firmados por Szymborska son para mí motivo de
envidia- explica Milosz amablemente- Simplemente, yo no puedo escribir así, lo que no quiere
decir que carezca de humor” y explica que Szymborska ha siempre velado por el carácter
lúdico de su relación.
Cuando Milosz la visita, ella prepara siempre pulpetes de ternera al sarraceno. No tiene
habitualmente ambiciones culinarias, pero dada las circunstancias, como suele decir, “hace el
esfuerzo”. Esto comenzó como un toque polaco a la comida, en la época cuando Milosz
arrivaba de California, y la costumbre continuó a partir de su instalación definitiva en Polonia.
(En la lista de los cien habitantes más célebres de Cracovia, establecida recientemente, él
ocupa el quinto lugar, Szymborska el segundo, justo detrás de Juan Pablo II).
Szymborska no ha olvidado que Milosz fue una de las primeras personas (la segunda,
exactamente) que en octubre de 1996 le telefoneó para felicitarla. La laureada acababa de
bajar a comer en el restaurante de la residencia Astoria para escritores, en Zakopane, y se
servía un plato de sopa al eneldo, cuando le pasaron la llamada. “El reía –recuerda- diciendo
que la compadecía por la carga que tendría que soportar en lo sucesivo”.
Illg nos confía: “Milosz se siente como una suerte de responsable, de gestor de la poesía
polaca, y ha trabajado mucho para hacerla conocer en los Estados Unidos: “He tenido siempre
la impresión de participar en la gestión de la poesía polaca”, y como buen gestor, estaba alegre
de la atribución del premio a Szymborska” y envió al semanario Tygordnik Powszechny un
texto muy bello titulado ¿No os lo había dicho? : “El premio es un tanto un triunfo personal
para Szymborska como la confirmación del puesto que tiene la “escuela polaca”. Es una poesía
de toque ligero, con sonrisa escéptica, propensa al juego, continúa Milosz en dicho texto. La
poesía de Wislawa explora situaciones personales pero con la distancia suficiente para evitar la
confidencia. En su célebre poema sobre el gato que se halla en un apartamento bruscamente
vacío, en lugar del lamento provocado por la pérdida de una persona íntima, leemos: “Morir,
eso no se le hace a un gato”.
Mis oidos oyen menos y menos, mis ojos se debilitan, pero no están aún ahitos
Veo las piernas en minifaldas, pantalones o tejidos vaporosos.
Observo discretamente cada una de las jóvenes, sus nalgas y sus muslos, arrullado por
fantasías pornos (…)
No es culpa mía si somos hechos así, la mitad inclinados a la contemplación desinteresada y la
mitad presa del apetito.
Si después de mi muerte, arribo al Cielo, será allá arriba igual que aquí, salvo que me libere de
mis sentidos obtusos y mis pesados huesos.
A ellos les gusta hablar con una sola voz. “Milosz es una de las raras personas - nos confía
Michal Rusinek- que sabe ejercer influencia sobre Szymborska. Sus palabras tienen para ella
valor de argumento, si no decisivo, al menos importante. Durante las últimas elecciones
presidenciales, Milosz, como un gran número de intelectuales cracovianos, había apoyado la
candidatura de Andrzej Olechowski y Szymborska votó entonces por la Unión por la Libertad”.
Szymborska confiesa no poder rehusar nada a Milosz. Quería declinar la invitación que le
habían formulado a participar en un coloquio sobre la identidad en Lituania, pero cuando
Milosz la llamó y le dijo: “Wislawa, quiero mostrarte mi ciudad de Wilno”, aceptó
inmediatamente y no tomó parte en las discusiones pero leyó a los participantes del encuentro
su poema titulado El Odio.
“Los lituanos deseaban organizar una reunión con tres laureados del Premio Nobel de
literatura: Günter Grass, Wislawa Szymborska y yo - dice Milosz- y me tocó la tarea de
convencer a Wislawa de que participase. En Wilno nos alojamos en el mismo hotel y,
verdaderamente, yo le enseñé la casa donde había vivido durante la Segunda Guerra
Mundial”.
“En Wilno, cuenta Rusinek, Szymborska y Milosz salían a pasearse en tête a tête y ninguno de
nosotros tuvo la temeridad de acompañarlos. Ni siquiera Adam Bujak, que fotografiaba el
encuentro lituano. Milosz habló mucho de lugares mágicos de su infancia y cuando en un
momento dado alguien evocó los barcos que conectaban a Wilno con Werki dos veces por día,
recordó sus nombres: el Kurier y el Smigly.
Szymborska posee una memoria muy diferente, no lineal, sin fechas ni horas, centrada en la
anécdota.
En una cena donde Szymborska a la que tuvimos el honor de ser invitados y a la que asistían
igualmente Czeslaw Milosz y su esposa Carol, ahora difunta, se llegó a hablar del poema de la
poetisa recientemente publicado en Zeszyty Literackie, titulado Una jovencita tira el mantel.
Milosz declaró que ese poema abordaba diversas cuestiones esenciales, que habían estado en
la mira del filósofo Lev Chestov o el escritor Fedor Dostoievski en Los Hermanos Karamazov, y
Szymborska intentó desmentirlo, obstinándose en decir que no era más que la historia de una
niña que descubre la ley de la gravedad y recurrió al testimonio de su secretaria para que
confirmase que se trataba de su nieta, que había realmente tirado el mantel.
Milosz desechó todo con un gesto de la mano (lo vimos con nuestros ojos) y, de seguidas,
desarrolló su argumentación en un texto intitulado Szymborska y el Gran Inquisidor, publicado
por Dekada Literacka en ocasión de un cumpleaños de Szymborska, un ensayo que, traducido
al inglés, devino el tema del coloquio polaco-estadounidense organizado en Cracovia por la
Universidad de Houston con participación de poetas y estudiantes estadounidenses.
En ese artículo, Milosz explica que más allá de la experiencia de la pequeña heroína del poema,
se plantean asuntos esenciales, relacionados con las obligaciones y los límites de la voluntad
divina, que presiden nuestra existencia. “Ese poema inocente disimula un abismo en el que es
posible aventurarse casi sin fin, un laberinto sombrío, que visitamos en el curso de nuestras
vidas, lo queramos o no”.
De los años de relaciones continuadas con Czeslaw Milosz, Szymborska dice que “(en el curso
de ellos) muchas cosas han cambiado, pero desde un cierto punto de vista nada ha cambiado.
He tenido más de una ocasión de hablarle, de encontrarlo en nuestro círculo de amigos, de
aparecer públicamente en su compañía en diversas manifestaciones o de sufrir con él
celebraciones oficiales. Y, no obstante, no he sabido jamás cómo acercarme a un poeta tan
grande. Frente a él, mi timidez es aún mayor que en el pasado, si bien que hoy día nos ocurre
bromear o brindar con vodka bien helada. Una vez, en un restaurante, llegamos incluso a
ordenar juntos unas costillas de puerco con choucroute…”
Últimamente, ellos discuten con mayor frecuencia por teléfono.
“Qué lástima, suspira uno de nuestros interlocutores, que Polonia sea ahora un país libre, y, al
ver nuestra sorpresa, continúa: “¡Imagínense qué maravilloso sería si la policía grabase todas
sus conversaciones y pudiéramos leerlas dentro de medio siglo!”
Szymborska afirma, como Milosz, que entre ellos no hablan de poesía, pero a veces se sabe de
lo que se han dicho y que, un día, Milosz confió a Szymborska que él comenzaba por escribir el
primer verso y que, de seguidas, “todo se encadenaba”, y ella le respondió que, por su parte,
el último verso le venía a veces al espíritu y que “ella remontaba entonces con pena hasta el
primero”.
“En cuanto a nuestra relación personal - responde Milosz- ella es amistosa pero nuestras
conversaciones no conciernen prácticamente jamás nuestras opiniones. En eso somos
discretos y, aunque a veces hablamos del valor de ciertas obras poéticas, eso es algo que sigue
siendo raro”.
Cuando, en un auto alquilado viajaban a Varsovia a los funerales del poeta Zbigniew Herbert,
Szymborska y Milosz se detuvieron a tomar un café en un bosque vecino a Kielce. Szymborska
quedó fascinada con los pinos, de siluetas tan atormentadas, que se afincaban en el suelo con
terquedad, y Milosz declaró que “un roble es un árbol, y también lo es una haya, pero un pino
no es un árbol”.
“El viaje de ida y vuelta duró unas diez horas –nos relata Rusinek- y Szymborska se esforzó por
hablar de cosas divertidas y ligeras mientras Milosz, por el contrario, suscitó temas como “las
relaciones entre Polonia y Bielorrusia” o “Bielorrusia es la Irlanda polaca”, y narra también
haber entrado en una librería y haber comprado muchos libros y que, después de haberlos
leído, se convenció de algo evidente: “Wislawa para nosotros no tiene remedio”.
Alberto Valero
Traducido en Varsovia el 290710
Muere la poeta polaca Wislawa Szymborska
Un cáncer de pulmón acaba a los 88 años con la escritora, galardonada con el
premio Nobel de Literatura en 1996
La poeta y crítica literaria Wislawa Szymborska, en cuya creación son temas recurrentes la
memoria, la belleza y la condición humana, nació en Kornik, en la región de Poznan, el 2
de julio de 1923.
Szymborska, que a los ocho años se trasladó a Cracovia, se incorporó muy pronto al
mundo literario de esta ciudad del sur de Polonia, para dedicarse por entero a la poesía.
Licenciada en Filosofía Polaca y en Sociología por la Universidad Jagelloniana de
Cracovia, trabajó desde 1953 hasta 1981 como crítica en la revista Zycie
Literackie (Vida Literaria), con la columna "Lectura no obligatoria", en la que comentaba
libros de los más diversos temas, y también publicó en el influyente semanario Tygodnik
Powszechne y en la sección de libros del periódico Gazeta.
En cuanto a su propia obra, Szymborska debutó en 1945 con el libro Busco las
palabras; en 1952 editó el poemario "Por eso vivimos" y posteriormente publicaría
"Preguntas planteadas a una misma", en 1954, una obra en la que revela el carácter
introspectivo de su obra.
Obras suyas son: Llamada al Yeti (1957), que los críticos consideran el momento clave de
su poética pues a partir de entonces se aleja del realismo socialista; Poemas
escogidos (1964), Cien consuelos (1967), Poemas (1970), Por si acaso (1972), Poemas
escogidos (1973), Tarsius y otros poemas (1976), Un gran número (1977) y Poemas
escogidos II (1983).
Sus obras representan las cumbres más altas de la poesía polaca contemporánea,
junto a la de Czeslaw Milosz (que fue premio Nobel en 1980), Tadeusz Rozewicz y
Zbigniew Herbert. Se llegó a describir a Szymborska como la "Mozart de la poesía", dada
su abundante inspiración y la maestría con que usaba las palabras.
Wislava Szymborska estaba en posesión del premio de Literatura de Cracovia (1954) y del
Premio del Ministerio de Cultura de Polonia (1963). También ganó el premio Z. Kalenbach
de la Fundación Koscielskich de Suiza, el Premio Goethe en 1991, el Premio Herder en
1995 y el del PEN Club polaco el 30 de septiembre de 1996.
El 3 de octubre de 1996 fue galardonada con el Nobel de Literatura por "la precisión
irónica con la que ha iluminado fragmentos de la realidad humana en su contexto
histórico e ideológico". El premio le fue entregado en Estocolmo el 10 de diciembre de
1996 por el rey Gustavo de Suecia. Szymborska era una escritora discreta, tímida,
retraída, que vivió alejada de los organismos institucionales y de los congresos de
escritores de Polonia.
Polonia mía
Sobrevivió al nazismo, al stalinismo y al escepticismo. Su obra y su vida están atravesadas
por algunos de los hechos más dolorosos del siglo XX. Sus poemas acompasan con
naturalidad la política y la intimidad. Y el Premio Nobel que le dieron en 1996 –el segundo
a Polonia tras la guerra, luego del de Czeslaw Milosz en 1980– fue un reconocimiento no
sólo a su trabajo, sino que parece honrar también a un país que se vale de la poesía para
expresar sus tragedias, sus dolores y sus escasas alegrías. La edición de una Poesía no
completa con introducción de Elena Poniatowska permite volver sobre la sobria y
deslumbrante Wislawa Szymborska.
La mujer debe andar por los ochenta y siete. Escribo la mujer y no la anciana. No escribo
anciana por diplomacia políticamente correcta hacia la edad “avanzada”. Tampoco con la
intención de reivindicar “la eterna juventud”. La mujer no lo disculparía. Tiene la edad que tiene.
Ha vivido lo que ha vivido y en sus poemas siempre deja clara una conciencia de su
historicidad. Ha vivido acontecimientos sociales dolorosos. De lo personal, como lo amoroso,
prefiere no hablar: que se lean sus poemas si se quiere saber de ella. En “Amor feliz” escribe:
“Un amor feliz. ¿Es normal,/ serio, útil?/ ¿Qué saca el mundo de dos personas/ que no ven el
mundo?// Un amor feliz. ¿Es necesario?// El tacto y el sentido común nos obligan a callar al
respecto/ como si de un escándalo en las altas esferas de la vida se tratara.// Que la gente que
no conoce un amor feliz/ afirme que no existe un amor feliz en ningún sitio.// Con esta creencia
les será más llevadero vivir y también morir”. En sus últimas fotos tiene una mirada dulce y
penetrante, una sonrisa suave. Es la expresión de alguien que pregunta, busca respuestas que
a veces no encuentra y, no obstante, no pierde una capacidad de comprensión. Si la existencia
fuera una materia posible de aprender, con seguridad uno la elegiría como la maestra más
sabia. La mujer se llama Wislawa Szymborska, la Szymborska, como la llaman muchos, y en
1996 fue galardonada con el Premio Nobel. “Una catástrofe”, reflexionó ella. “Más llamados que
atender, más cartas que escribir, la invasión de desconocidos”. Porque la Szymborska no le
teme a la soledad: la elige.
Y si se observa de nuevo su mirada, uno comprobará que no finge ni miente. Cuando los
periodistas irrumpieron en su departamento en Cracovia, el departamento en que ha vivido casi
toda su vida en la ciudad donde también pasó toda su vida, los recibió con galletitas, café y
coñac. También con coñac, pero a solas, contó, brindó cuando supo de la caída del Muro que
fue, al comienzo una alegría y más tarde una decepción: el capitalismo tampoco la convencía.
Los periodistas buscaban arrinconarla con preguntas, pero la Szymborska se las ingeniaba
para responderlas con un filo delicado y, como contragolpe sutil, les devolvía sus preguntas.
Quería saber si el reportero, por ejemplo, había hecho el servicio militar, si estaba casado,
cómo era su vida. Y de esta forma, como en un judo invisible, aprovechaba la fuerza del
contrario, lo daba vuelta, pero no era su intención ni zafar ni burlarse del otro: a ella siempre le
preocuparon más los otros, el otro, y este gesto es típico de su poesía. Se dice que la poesía,
especialmente desde el romanticismo hasta acá, constituye una de las expresiones máximas
del individualismo, el despliegue de las plumas de pavo real. Sin embargo ella, la Szymborska,
nada que ver. Más bien, la suya es una poética de mujer realista. La Szymborska ha escrito:
“Morir lo necesario, sin exagerar. / Crecer lo necesario, de lo que se ha salvado. Sabemos
dividirnos, es verdad, también nosotros./ Pero sólo en cuerpo y susurro interrumpido./ En
cuerpo y poesía.// El precipicio no nos corta en dos. El precipicio nos rodea”.
Hace semanas que entro y salgo de su Poesía no completa, la hermosa y cuidada compilación
de siete de sus libros de poemas más algunos posteriores a fines de los ’90. Lo he leído
ichineando. Y también cronológicamente. Después, en sentido contrario. Subrayo, anoto. Y no
paro de sentirme redundante en los apuntes que tomo. Cuando uno se encuentra con una
poesía mayor es retórica toda anotación. Nada se puede agregar a lo que el poema ya dice. Y
éste es el rasgo que define una poesía como única. Es sabido también que no se puede leer
poesía como se lee narrativa. Lejos del vértigo de un rally, un buen poema obliga a detenerse,
meditar las palabras, pensar en su significado, pensar, por ejemplo, por qué el poeta eligió una
palabra y no otra, qué nos quiso decir. Podría pensarse que ensalzar la poesía en lugar de la
narrativa implica una distinción de categorías. La poesía no es superior ni inferior, mejor ni
peor. Es otra cosa. Está más cerca del pensamiento que del velocímetro. Y no es necesario ser
Paul Virilio para ratificar que la velocidad implica el aniquilamiento, la destrucción masiva y allá
vamos. En su discurso de recepción del Nobel la Szymborska leyó: “El poeta contemporáneo
es escéptico y desconfía incluso de sí mismo. Con desgano confiesa públicamente que es
poeta como si se tratara de algo vergonzoso. En estos tiempos bulliciosos es más fácil que
admitamos los vicios propios, con tal de causar efectos fuertes; mucho más difícil es reconocer
las virtudes, ya que están escondidas más profundamente, y hasta uno mismo no cree tanto en
ellas. En las encuestas o en los encuentros con amigos ocasionales, cuando el poeta se ve
forzado a definir su profesión, acude al término genérico ‘escritor’ o al de alguna otra profesión
que adicionalmente ejerza. El empleado público o los eventuales compañeros de viaje reciben
con cierta perplejidad e inquietud la noticia de que están tratando con un poeta. Sospecho que
los filósofos también producen semejante inquietud. No obstante, ellos se encuentran en mejor
situación, ya que generalmente pueden adornar su profesión con algún grado académico.
Profesor de Filosofía –ya suena mucho más serio–. No existen profesores de poesía, lo que
haría suponer que esta actividad requiere de estudios especializados, exámenes presentados
en fechas precisas, disertaciones teóricas rematadas con bibliografía y notas y, finalmente, los
diplomas recibidos con solemnidad. Todo esto, a su vez, significaría que para graduarse de
poeta no bastarían las hojas de papel, aun cuando estuvieran llenas de excelentes versos, sino
que se necesitaría, sobre todo, un papel con sello y firma. Recordemos que justamente ésta
fue la razón por la que condenaron al destierro a Josef Brodsky, orgullo de la poesía rusa,
quien más tarde fue galardonado con el Premio Nobel. A Brodsky se le clasificó como
‘parásito’, por no contar con un certificado oficial que le permitiera ser poeta... Hace un par de
años tuve el honor y la alegría de conocerlo en persona. Me di cuenta de que solamente a él,
entre todos los poetas que he conocido, le gustaba llamarse a sí mismo ‘poeta’; pronunciaba
esta palabra sin conflictos internos y hasta con cierta desafiante desenvoltura. Pienso que se
debía al recuerdo de las violentas humillaciones que sufrió en su juventud. En países más
dichosos, donde la dignidad humana no es transgredida tan fácilmente, los poetas, obviamente,
quieren ser publicados, leídos y entendidos, pero ya no hacen nada o casi nada en su vida
cotidiana para destacar entre la gente. Sin embargo, hace poco, en las primeras décadas de
nuestro siglo, a los poetas les gustaba escandalizar con su ropa extravagante y con un
comportamiento excéntrico. Aquellos no eran más que espectáculos para el público, ya que
siempre tenía que llegar el momento en que el poeta cerraba la puerta, se quitaba toda esa
parafernalia: capas y oropeles, y se detenía en el silencio, en espera de sí mismo frente a una
hoja de papel en blanco, que en el fondo es lo único que importa”. Traducido en términos
poéticos, en “Miedo escénico”, escribió: “Poetas y escritores. Porque así es como se dice: Los
poetas entonces no son escritores sino qué. // Al poeta la poesía, al escritor la prosa. // En la
prosa puede haber de todo, hasta poesía, // en la poesía tiene que haber sólo poesía”. Esta
declaración, que suena un tanto a grito de guerra y que puede ser rebatida por prosas de
Virginia Woolf o William Faulkner, tiene no obstante un sentido y es la cuestión nacional. La
poesía polaca dispone de una historia que la justifica, una historia que no presentan otros
países europeos.
El crítico Jaroslav Klejnocki desarrolla una explicación: “La poesía es un componente muy
importante de la literatura polaca desde hace, al menos, doscientos años. Desde la pérdida de
la independencia en 1795, cuando la nación polaca perdió su Estado y sus instituciones, fue la
poesía durante más de un siglo, hasta la recuperación de la independencia en 1918, el
vehículo más importante de la identidad nacional. Fue la poesía el instrumento que mantuvo la
conciencia cívica de los polacos, dándoles apoyo en los momentos más dramáticos de su
historia. El poeta goza en Polonia de una estima muy especial, esperándose de él un escrito
“serio”. No es arriesgado afirmar que aun cuando el poeta bromea, lo hace sobre temas
importantes: cívicos, sociales o existenciales. La lírica de pura diversión es tratada en ese país
con cierta reserva. Se puede decir que los polacos respetan a sus prosistas, pero aman a sus
poetas, y esperan de ellos un mensaje importante. El destacado puesto de la poesía en la
cultura es un rasgo muy polaco, atribuible a los condicionamientos históricos. Alguien ha dicho
que la diferencia entre la literatura francesa y la polaca se ve en el hecho de que en Francia se
editan anualmente 300 novelas y 30 tomos de poesía, mientras que en Polonia esto es a la
inversa. Los polacos desde siempre han recurrido a la poesía para expresar sus emociones.
Jan Blonski, decano de los críticos literarios polacos, dice que “la literatura contemporánea
polaca se debe a la poesía”.
En los últimos veinte años tuvieron lugar dos acontecimientos de gran significación para las
letras polacas. El primero fue la concesión del Premio Nobel a Czeslaw Milosz en 1980, el
segundo la misma distinción a Wislawa Szymborska en 1996. Los dos premios concedidos a
poetas parecen confirmar la importancia de la lírica a orillas del Vístula. Sobre todo el hecho de
que los laureados no hayan dejado la pluma y sigan estando presentes en las letras
nacionales. Así, al menos se puede interpretar el significado del premio para Szymborska (sin
olvidar que el laurel expresa admiración a la creación personal de la escritora). El premio de
Milosz ha tenido una dimensión adicional, ya que coincidió con trascendentales
acontecimientos políticos. Después de la Segunda Guerra Mundial Polonia se encontró dentro
de la órbita soviética; todo el quehacer cultural estaba sometido al dictado comunista. La
oposición, tanto política como literaria, funcionaba en la emigración, sobre todo en Estados
Unidos, Gran Bretaña y Francia desde 1945, es decir desde el comienzo mismo de la división
de Europa y la Guerra Fría. La oposición en el país tardó más en organizarse y se hizo
presente a mediados de los ’70, encontrándose con una dura represión por parte del régimen
comunista. En agosto de 1980, coincidiendo con una ola de protestas sociales con favorables
circunstancias políticas (el pontificado de Juan Pablo II, el deshielo Este-Oeste y la intervención
soviética en Afganistán), tuvo lugar la creación del sindicato independiente Solidaridad y un
relajamiento general del control del Estado sobre la vida cultural del país. El Premio Nobel para
Milosz, quien desde 1951 vivía en la inmigración y estaba terminantemente prohibido en
Polonia, vino a reforzar las aspiraciones de libertad de los escritores polacos. Es cierto que en
diciembre de 1981 el poder comunista puso coto a este festival de libertad implantando la ley
marcial, pero la simiente de la libertad ya estaba echada. El conflicto político entre la sociedad
y el poder se solucionó vía negociaciones y en 1989 Polonia pudo retornar a la familia de los
países democráticos. Todos estos acontecimientos, año y medio de relativa libertad después
de la noche de la ley marcial y, finalmente, la gran transición de finales de los ochenta, con la
caída de todo el bloque comunista, marcaron claramente la poesía contemporánea polaca.
Esta tiene la posibilidad de reaccionar con mayor rapidez a los acontecimientos corrientes,
aunque su naturaleza misma conlleva silencio, sutileza y subjetividad. Y éstos son los polos de
la poesía contemporánea polaca en la última veintena del siglo XX.
Las tragedias sociales, los males que se suponía serían desterrados en el siglo XX (el hambre,
la guerra), son sus preocupaciones solitarias y a la vez solidarias. Una poesía suya puede tanto
evocar Kosovo como captar un terrorista que espera el estallido del artefacto explosivo que
termina de instalar.
Después de un período inicial influido por el realismo socialista (la Szymborska relega su
poesía anterior a 1945 y rescata de entonces unos pocos versos), su poesía adquirió un vuelo
más libre, una independencia que le ha permitido jugar a su antojo con personajes bíblicos,
homéricos y la mitología. En cada oportunidad, el juego no es nunca inocente ni ignorante de
sus efectos. En este punto, conviene detenerse: la Szymborska suele repetir el “no sé”
socrático tal como lo ha formulado al recibir el Nobel. Lo ha repetido en Estocolmo, en
entrevistas y en su poesía. Ese “no sé” en el que subyace una interrogación punzante se lee en
su mirada desde sus fotos juveniles en las que se la ve espigada, pícara, asumiendo alguna
pose intelectual que, con su cigarrillo humeante y esos anteojos redondos tiene bastante de
parodia de sí, de no tomarse demasiado en serio. Vuelvo a fijarme una y otra vez en la foto de
tapa de la edición azul de Obra incompleta. Me está mirando. Y me gusta que lo haga porque
en esa mirada contagia la interrogación que, para ella, es condición de ser de su escritura. Me
descoloca, me cuestiona, me enfrenta, como a todo lector, conmigo mismo.
Uno podría etiquetarla cómodamente como poeta “comprometida”, pero sería un facilismo.
Existencialista, en todo caso. “Cuatro mil millones de seres en esta tierra/ y mi imaginación
sigue siendo la misma. // A una llamada atronadora, respondo con un susurro./ Cuando callo,
no lo diré nunca. Ratón a los pies de la montaña madre./ La vida dura unos cuantos rasguños
en la arena.”
Su actividad en el periodismo cultural fue, a lo largo de años, uno de sus trabajos principales.
Fue editora de poesía y también crítica de libros. Sus reseñas fueron reunidas bajo el título
Lecturas optativas. Este dato indica una relación experta con el lenguaje. Si su primer poema
publicado se tituló “Busco la palabra”, uno de sus últimos es “Las tres palabras más extrañas”:
“Cuando pronuncio la palabra Futuro/ la primera sílaba pertenece ya al pasado.// Cuando
pronuncio la palabra Silencio,/ lo destruyo.// Cuando pronuncio la palabra Nada,/ creo algo que
no cabe en ninguna no-existencia”
Wislawa Szymborska fue una poetisa polaca, considerada una de las más singulares de
su país, que recibió el premio Nobel de Literatura en 1996. Hija de un funcionario, en 1931
se trasladó con su familia a Cracovia, ciudad en la que se asentó de forma definitiva.
Ahí aparecieron desde 1968 sus "folletines literarios", a modo de poco convencionales
críticas, que serían publicados en forma de libro en dos volúmenes, Lecturas
facultativas (1973 y 1981). Su primer poema publicado, "Busco la palabra", apareció en
1945 en el Diario Polaco, y fue a partir del poemario Por eso vivimos (1952) cuando obtuvo
reconocimiento público.
El inicio de su itinerario creativo se produjo bajo las normas estilísticas del realismo socialista
imperante y denota tanto el estremecimiento por los crímenes de la guerra reciente como su
identificación con los sufrimientos del pueblo polaco y su esfuerzo por superarlos. En esa
estela, aunque ya anunciando algunas de las características de su obra posterior, en
particular la ironía para abordar poéticamente los dilemas filosóficos que la inquietan,
escribió Preguntas hechas a una misma (1954).
Pero será con Llamada al Yeti (1957) cuando romperá definitivamente con los preceptos
del régimen, en un ajuste de cuentas con su actitud anterior y también con la de la sociedad
oficial. A partir de aquel año, en Polonia como en otros países, se inició un fuerte movimiento
de rechazo de la imposición soviética y del doctrinarismo comunista, en forma de rebeldía
nacionalista. Szymborska optó por la reflexión filosófica y ética, tomando distancia de los
debates concretos, y siempre tiñendo de su peculiar humor sus indagaciones poéticas sobre
el espíritu humano individual.
Sucesiva y discretamente fueron apareciendo sus obras de madurez: La sal (1962), Cien
alegrías (1967), Todo caso (1972), Gran número (1976) y Gente en el puente (1986),
hasta llegar a Fin y principio (1993). Pese a abordar de forma continua lo que considera los
más hondos recovecos del ser humano, Wislawa Szymborska tiende a despojar su poesía
de gravedad retórica, para lo cual recurre al distanciamiento intelectual y emocional por
medio del aludido humorismo presente en casi todos sus libros, junto con el frecuente
recurso del lenguaje coloquial, la sencillez, los versos breves y la estructura de estrofas
clásica.
Otro de los rasgos de su obra es su facultad para desvelar lo insólito a través de los hechos
y los fenómenos aparentemente más insignificantes y cotidianos. En realidad, su visión de
la sociedad es pesimista y amarga, de modo que los individuos disponen tan sólo de la
lucidez y la ironía para afrontar sus dolorosas relaciones con el medio que les determina.
De niña, a Wislawa la llamaban Ichna, (de Marychna). Tenía imaginación, pero más
curiosidad y una penetrante mirada sobre el mundo. Decía que "la imaginación crece con la
persona; sólo ciertas experiencias, el dolor o el sufrimiento, nos abren a otras dimensiones".
Su padre le leía mucho, tenía tiempo para responder sus preguntas. A ella, de aquellas
lecturas infantiles siempre le gustaron mucho los enanitos, por su capacidad de provocar tan
pronto miedo como risa. Pero a quien admiraba de veras era al cuentista Andersen porque
"se atrevió a tomar a los niños en serio, cerrando sus cuentos con finales tristes".
Del holocausto nada supo entonces. "Veía a los judíos limpiando las calles de nieve con la
estrella de David en las mangas". Su madre ayudó a algunos. Pero no pudo sobreponerse
al desconocimiento, como demuestra en el poema "Aún": "En vagones sellados viajan los
nombres.../ Trac trac trac. Por el bosque va un transporte de alaridos".
La guerra devora sus sueños: un joven del que se enamoró murió en el campo de Prokicim.
En el alzamiento de Varsovia matan a su primo Roman. Y llegó el comunismo, cubriéndolo
todo como la nieve invernal. La vida, la política, la guerra y la poesía, todo debía ser realista
y proletario, y Szymborska debuta, sin remordimientos de clase, sirve al partido con loas a
Stalin y los obreros. Se casa y publica en revistas. Viven en la casa de artistas (un koljós
literario) de Krupnizca.
Poco después llegó el deshielo de la ideología, amargo y sucio. La poeta abjura de sus dos
primeros libros, llegará a expresar su asombro por las "acrobacias mentales" de las que ella
y otros fueron capaces para "no saber lo que no queríamos saber". Había descubierto el
mundo y la literatura en medio de una generación que creía. Y el camino de aquella fe que
parecía salvífica a la verdad estragó la idea juvenil de la realidad. De esa época es el único
poema de la Nobel que no tiene ni una gota de humor: "Pienso el mundo" (1958).
A finales de enero de 1945, mientras las tropas soviéticas liberan Auschwitz, los comunistas
han organizado un recital de poesía para celebrar el fin de la ocupación en Cracovia. La
joven poeta asiste, desde un rincón. Escuchará a Milosz, de quien aún será amiga medio
siglo después. Y también al que fue su primer marido, Adam Wlodek.
Su poesía es aparentemente sencilla, con una mirada filosófica profunda, que suele incluir
un humor algo irónico. No pontifica ni advierte, simplemente mira y ve, y su mirada individual
se hace universal.
Fue una maestra indiscutible en un tipo de poesía sistemáticamente alejada de las Grandes
Verdades. Una poesía engañosamente simple, modesta, irónica, de cotidiana y frágil
levedad. Prefirió siempre decantarse por la interrogación y el asombro antes que por la
afirmación o los arrebatos retóricos.
La aparente humildad de sus temas, la supuesta sencillez que el lector percibe cuando lee
los versos de Szymborska, podría hacer pensar que se trata de una poesía sin artificio,
desprovista de esqueleto. Es sólo una falsa impresión. Las cosas sencillas son tratadas con
un lenguaje sencillo también, pero alcanzar desde la sencillez la conmoción poética es la
más difícil de las tareas para un poeta. Los versos de Szymborska son accesibles a todos
los que tengan un mínimo de sensibilidad ante el acto de la palabra.
Wisława Szymborska: "Más que por los grandes temas, la poesía se salva por los pequeños
detalles"
No. En mi casa había sólo dos libros de poemas del siglo XIX. Y tampoco los leía. Siempre quise
escribir novelas gordas. Al principio creía que si alguien aspiraba al título de escritor tenía que
ser autor de novelas de varios tomos y cientos de páginas. No pasé de relatos mediocres. Un
día escribí un poema, horroroso, y se lo pasé a la gente que trabajaba conmigo en el periódico.
Me preguntaron: "¿pero tú qué lees?". Resultó que no conocía los poetas contemporáneos.
Había leído mucha narrativa, a Thomas Mann, a Proust, a Dostoyevski, pero de poesía, ni idea.
Me tuve que formar un poco.
Lo mejor que puedo decir es que sobreviví. Recuerdo el hambre, el frío. Tuve que trabajar
haciendo zanjas en la calle. Mi padre fue inteligente: mucha gente huyó de Cracovia y se fue a
Lvov, en la actual Ucrania, y pasaron a formar parte de la ocupación soviética. Sobreviví, sí.
Pero hubo gente que murió. Mi primó cayó en el levantamiento de Varsovia.
El mundo es cruel, pero merece también otros calificativos más compasivos. Si únicamente
fuera cruel, la gente hace mucho tiempo que no estaría aquí. Habría aquí y allá algunos
escombros y crecerían algunas plantas. Plantas anónimas, porque no habría nadie que les
diera nombre.
¿Qué piensa de la idea de Adorno de que no se puede escribir poesía después de Auschwitz?
Supongo que para una escritora polaca que vive a 70 kilómetros de ese campo de
concentración la frase tiene un significado especial.
Adorno no tenía razón, y eso lo pudo comprobar personalmente porque vivió todavía más de
veinte años después de terminar la guerra. En ese tiempo hubo poetas nada desdeñables que
escribieron poemas nada desdeñables. Si ese trabajo hubiera carecido de sentido, ¿para qué
habría servido?
Aunque su deseo de no escribir sobre ella fuera muy grande, es imposible evitarlo. Hay poetas
para los que la historia es una fuente directa de inspiración. Para mí los mejores en ese
aspecto son Cavafis y Zbigniew Herbert. Pero incluso la poesía que carece de cualquier
referente histórico se inscribe para siempre en la historia, ya que utiliza un lenguaje que
determina de forma exacta dónde y cuándo nace. La poesía supratemporal es una ilusión
idiota.
¿Tiene alguna fórmula mágica para escribir?
Sé lo que quiero escribir, pero no siempre me sale. Trabajo constantemente en los poemas.
Hay algunos poemas que surgen de forma espontánea... Es mi secreto: no voy a decir nunca
cuáles salen con facilidad y cuáles salen con esfuerzo, pero no siempre salen de forma
espontánea.
Creo que cada poema lo escriben dos personas. Hay una persona que es la que siente las
cosas, la que las experimenta, la que piensa. Y otra persona, que está detrás de mí y dice: "¿No
estarás exagerando? ¿Qué va a entender el lector de lo que estás escribiendo? y, además,
¿para qué le sirve?". Ese yo irónico está siempre, pero si desaparece escribiré muy malos
poemas... ¡Y si desaparezco yo, también serán malos!
Mi lengua es una lengua viva. Utilizo frases hechas, lengua coloquial, juegos de palabras, que
no necesariamente funcionan en otras lenguas... La suerte de los poetas en el exterior
depende de los traductores.
Todos mis poemas nacen del amor. Diría incluso que todos los poemas nacen del amor; incluso
aquéllos que transmiten el mal tienen en el fondo una forma de amor hacia el mundo. Estoy
totalmente convencida... Y si no es así, lo siento por esos poetas.
¿Y el odio?
Tengo un poema sobre el odio, que es verdaderamente un sentimiento del siglo XX, el más
fuerte, el que encuentra más seguidores. Y eso es algo horrible. Quizá en algún momento fue
necesario pero ahora el odio es un sentimiento horrible. Aunque parece más fácil que un loco
propague sus ideas con los nuevos medios. Antes, alguien llegaba y se subía a un cajón en una
plaza y se ponía a hablar con un megáfono... Todo era más pequeño.
No imagino la poesía sin los seres que nos acompañan en la vida: los animales, las plantas... e
incluso las piedras. Mi animal preferido es el mono. Me encantó un libro de Jane Goodall, "A
través de la ventana. Treinta años estudiando a los chimpancés", en el que cuenta su
investigación en Tanzania con los primates y con los chimpancés. No los estudió como un
grupo sino como individuos. Estuvo años siguiéndolos de uno en uno, investigando cada
animal en concreto y descubrió que uno era individualista, otra era una mala madre, otra era
muy cariñosa, otro era muy travieso... Se trataba de una forma de estudiar a los animales
desde una perspectiva totalmente diferente. No me imagino otro enfoque distinto al del
análisis individual. Todos somos un poco diferentes. El hombre se somete a diversas ideas de
grupo y no siempre es bueno.
También aparecen muchos sueños en sus poemas.
Para mí la vida es una aventura con fecha de caducidad. Cuando estaba en la escuela murió
una profesora y tuve conciencia de la muerte como algo natural. Con ochenta y seis años
pienso igual que con ocho.
Yo no escribo sobre la muerte. Es una de las cosas más fáciles de hacer en poesía. Y no es
verdad que tenga un poder ilimitado. No consigue todo lo que quiere y cuando quiere. Es
cierto que hay poemas buenísimos sobre la muerte, pero en general es fácil porque despierta
sentimientos y emociones fáciles, la ternura y todo eso.
Ah, ése ya no es tan fácil. Y lo más difícil es el erotismo, que de hecho se ha tocado muy poco
en poesía. Nunca he leído un poema que sea capaz de trasladar lo que sucede entre dos
personas. Hablo del erotismo puro, no del amor como sentimiento, que sí es más fácil de
expresar.
Tal vez, pero yo he tenido la gran suerte de vivir algunos amores, y mis recuerdos son muy
felices. Pero no hablemos de mí, que todo eso ya está en los poemas.
Las arcaicas y las grandilocuentes. Pero hay palabras que utilizo raramente y con ciertas dudas.
Cuando intento describir algo como "bello", por ejemplo. La belleza es una idea relativa, que
depende de la tradición y de las costumbres, y sobre todo de los gustos personales, que el
lector puede no compartir. Para mí, las catedrales románicas son más bonitas que las góticas,
la cerámica más bonita que la más refinada de las porcelanas y la muñeca de trapo con la que
en mi infancia podía hablar de cualquier cosa, mil veces más bonita que esa horrorosa Barbie.
Porque, a ver, ¿sobre qué se puede hablar con una de esas Barbies? Bueno, a lo mejor de
trapitos y esmalte para las uñas.
Sus poemas hablan de los grandes temas, pero parecen huir de las abstracciones.
Cualquier poema bueno se convierte de alguna manera en algo abstracto. Pero siempre tiene
que ver con la realidad, con la vida del poeta o con la vida de otros. Las cosas bellas tienen
también algo de metafísicas...
Me refería a que en el poema "Metafísica" habla usted de los fideos con tocino.
Es que todo termina siendo metafísico. Pero más que por los grandes temas, la poesía se salva
por los pequeños detalles. Hay poemas antiguos que han pervivido gracias a un solo detalle.
Pero me temo que estoy generalizando... sobre los detalles.
¿El humor le sirve para escribir sin vergüenza sobre temas más serios?
Es mi forma de ser. Desde niña he tenido tendencia a darle vueltas a un asunto y a buscarle la
parte cómica. Hay cuestiones, sin embargo, que ni me hacen gracia, ni me han hecho nunca
gracia, ni me la harán: el odio, la violencia, la estupidez agresiva.
Siempre he leído poca poesía. Nunca he sido capaz de leer un libro de poesía desde el principio
hasta el final. Y hablo de los buenos. Lo que hago es leer un poema y dejarlo. Luego retomo el
libro, y así. Como se puede imaginar, a veces quedo fatal con gente que me ha mandado sus
libros porque tardo un año en contestarles con mi opinión, pero ésa es mi forma de leer. Leo
todo el tiempo. Muchos libros de divulgación científica y de antropología, de zoología. Leo a
Brodsky, con el que tenía mucha afinidad. Pero como no quiero olvidarme de nadie sólo voy a
decir que leo a Rilke. Con él comenzó mi fascinación por la poesía.
¿Y escribe?
Aún estoy viva, para extrañeza de algunos y también para la mía. Y soy escéptica ante la
poesía, incluso ante la mía. Como tengo poco talento, necesito un silencio de varios días: sin
llamadas, sin visitas. Conozco pintores que pueden trabajar mientras llevan una conversación.
En poesía eso es absolutamente imposible. Pensé que cuando pasara el Nobel el trajín se
reduciría, pero no.
¿Que si el premio me cambió la vida? Y tanto. Para bien y para mal. Para bien porque
multiplicó el número de cartas que me envían, de paquetes con libros, de invitaciones, de
propuestas y de preguntas a las que hay que responder en las entrevistas. Para mal porque
multiplicó el número de cartas que me envían, de paquetes con libros, de invitaciones, de
propuestas y de preguntas a las que hay que responder en las entrevistas. A las invitaciones
para viajar a otros países siempre respondo lo mismo: cuando sea más joven.
Yo me niego a tener ninguna etiqueta, pero en Polonia las feministas tienen muchísima razón y
muchas cosas por las que luchar: por los sueldos, por derechos que tienen que ver con su
cuerpo, porque todavía hay resortes reaccionarios en la Iglesia... Sueño con el momento en
que las feministas no sean necesarias.
Una vez recibí una carta de varias páginas en la que una mujer me pedía que dejara de fumar.
Me hubiera gustado responderle: "he ido a tantos entierros de gente que nunca había fumado
y que era más joven que yo...". Me limité a decirle que le agradecía que se preocupara por mí.
Mi poesía, como la vida, es una moneda: tiene una parte trágica y una parte cómica.
Recuerdo una anécdota de Filipovich, un fabuloso escritor que supera la prueba del tiempo:
cuando el hombre llegó a la Luna mucha gente en Cracovia estaba asombrada. Filipovich
estaba pescando y trataba de ver el acontecimiento con prismáticos. Una vez, caminando por
los alrededores de Cracovia con Filipovich, nos paramos a identificar estrellas, y cuando nos
dimos vuelta, había un enorme grupo de gente a nuestro alrededor; tanta, que al día siguiente
la prensa publicó que se había producido el avistamiento de un ovni. Una información que
nunca fue desmentida. Espero que eso hiciera feliz a alguien. Escribí un poema en el que decía
que no hay que mandar bromistas al cosmos.
No sé si es por mi signo zodiacal -cáncer-, pero no me gusta viajar. Nací un día después (y
muchos años después) que Proust, que escribió doscientas páginas para decir cómo se
preparaba para ir a la playa. No me gusta viajar, pero me gusta volver.
Szymborska en Gernika
Beatriz Monreal
No sé qué tiene la poesía que atrae tanto a los políticos, pero algo bueno debe de ser cuando
se refugian en ella. Prácticamente todos, alguna vez, han presumido de gustar de sus delicias,
como de un vicio solitario. Por citar algunos, recuerdo a Alfonso Guerra y su pasión por
Machado. De no haber sido tan amantes de D. Antonio, hubiera podido lograr que acabásemos
hartos de él. Yo recuerdo un congreso de literatura que se celebró en Sevilla, en 1990, cuya
lección de cierre estuvo a cargo de Guerra. Allí se sacó una “primicia” machadiana de la
manga, de cuya autenticidad siempre me ha quedado la duda. Aznar tenía en su mesilla de
noche a José Hierro que debía de aliviarle en sus noches de insomnio y el recién elegido Pat xi
López se ha decantado en la ceremonia de su nombramiento por el vizcaíno Kirmen Uribe y la
polaca Szymborska. Con ello denota que él o sus asesores tienen mejor gusto poético que el
presidente Rodríguez Zapatero que bebe los vientos por Gamoneda, un poeta bastante menos
atractivo para mí que los citados. Y ¿quién esa tal Szymborska, se preguntarán algunos de
ustedes, que ha saltado a la fama después del discurso de Pat xi López? Pues es una excelente
poeta polaca. Cuando publicamos la antología poética “365 PÁJAROS TIENE EL CIELO”, en
enero de 2001, adjudicamos al día 1 de enero el siguiente poema de esta autora:
A algunos,
Es decir, no a todos.
Les gusta,
La poesía,
Wislawa Szymborska, es hoy una anciana sonriente de pelo blanco que vive como escribe, con
austeridad. A los 8 años, en 1931, fue a vivir con su familia a Cracovia, una de las ciudades con
más encanto de las que conozco. Vivió las consecuencias de la invasión nazi en Polonia que se
produjo el 1 de septiembre de 1939 con la que se inició la segunda guerra mundial. Polonia,
ese país borrado del mapa varias veces y castigado por la Alemania nazi y la Rusia comunista. A
muy pocos kilómetros de Cracovia se encontraba uno de los lugares más espantosos creados
por mano humana: Auschwit z. En la posguerra se creó la República Popular de Polonia, estado
socialista satélite de la Unión Soviética. Iba a ser en los años 80, cuando los polacos,
encabezados por el sindicato obrero Solidarnosc lograron poner en jaque al movimiento
estalinista, apoyados por las potencias occidentales y la iglesia católica. Wislawa no es
creyente pero tampoco una atea militante. Szymborska, como “La mujer silenciosa” de Moniká
Zgustova, vivió en medio de una “historia desbocada”. En la posguerra estudió filología y
sociología en la Universidad Jagellónica de Cracovia. Ya es bastante significativo el título de su
primer poema “Busco la palabra” que apareció en el Diario Polaco en 1945. Sin embargo, ella
no abraza el nacionalismo,
“ni siquiera el ecologismo. ¡Cero ‘ismos’! No deberíamos someternos jamás a las ideas del
grupo. No se puede ser ese insecto clavado en un corcho con una agujita y una etiqueta
debajo. Es mejor poder seguir volando”, —dice.
También se dedicó a la crítica literaria y no fue hasta 1952 con su poemario “Por eso vivimos”
cuando obtuvo reconocimiento público. Gran admiradora de Maiakovski, no hace falta insistir
en que acató las normas estilísticas que el régimen soviético imponía a los escritores.
“Al principio —son sus palabras— yo admiraba el sistema comunista y escribía poemas de
realismo social. Pensaba sinceramente que era una forma de liberar a la gente. Había vivido la
ocupación nazi, el odio en todo su esplendor, y sentía que era necesario todo lo contrario:
amar mucho a la gente, y el comunismo significaba eso, un gran amor hacia todos, sin
distinciones de ningún tipo. Después entendí que a la humanidad no había que amarla, en
absoluto, ¡no se lo merece! Hay que apreciar y sentir lo que le sucede a la gente, experimentar
empatía hacia ellos, y con eso basta. Por desgracia, de esos grandes amores a la humanidad
siempre surgen las peores cosas, auténticos infiernos”
Ella padece y expresa el horror por los crímenes de la guerra y se identifica con los
sufrimientos del pueblo polaco y sus esfuerzos por superarlos. Más arriba he hablado de
Auschwit z, pero no quiero olvidar el descubrimiento de las fosas de Katyn el 13 de abril de
1943, locura que relata de forma impresionante J. Czapski en “En tierra inhumana”. No sería
hasta 1957, con “Llamada al Yeti”, cuando rompería con el realismo socialista y toda la ristra
de “diktat s” del régimen, al tiempo que entonaba la autocrítica por su anterior seguidismo. En
cualquier caso le divierte pensar en las interpretaciones que se hacen de sus poemas.
“Por ejemplo —dice— cuando en mi poema sobre el yeti dicen que se trata de Stalin o cuando
intentan analizar qué simboliza una piedra. ¡Nada! (.../…) hay una costumbre excesiva de leer
entre líneas, de buscar mensajes secretos. Mi poesía no esconde nada”,
añade, sin renunciar, sino todo lo contrario, a su sentido del humor. Es de este libro,
precisamente, de donde está tomado el poema “Nada sucede dos veces…”
Muy amante de los animales, escribió “Un gato en un piso vacío” que los niños polacos
aprenden en las escuelas. Aunque a Wislawa Szymborska no le gusta hablar de su vida privada,
sí confiesa que tanto el gato como ella estaban tristes por la muerte de su gran amor, el poeta
Kornel Filipowicz, fallecido en 1990.
Hubo en su vida varios amores: “cada amor fue distinto. Sigo siendo amiga de aquellos que
todavía viven, porque ha habido algo en cada caso que vale la pena recordar”.
En cualquier caso, Szymborska, es una mujer con los pies muy bien anclados en el suelo, a
pesar de que los poetas tienen fama de vivir en el guindo: “La realidad exige —decía la premio
Nobel— que también mencionemos esto: la vida sigue. Continúa en Cannaery en Borodino, en
Kosovo Polje y en Guernica…” Y fue, precisamente en Gernika en donde el lehendakari López
tomó prestada su poesía
Ya no podrá demostrarlo,
titubeante el paso,
fatigada la respiración.
no ha pasado.
a suceder más:
Se iba a valorar
se encuentra ahora
La estupidez no es graciosa.
La sabiduría no es alegre.
La esperanza
etcétera.
bueno y fuerte,
lo mismo.
Es costumbre de alta estética o ética que los poetas, algunos poetas, regañen a la poesía,
como si esta existiera al margen de sus practicantes o como si hubiera una regla de oro y una
sola manera de escribir que, por lo general, coincide curiosamente con el tipo de poesía que
hace quien lanza el regaño. El estricto Milosz, en su antología Postwar Polish Poetry, plantea
incluso una división geográfica para el buen desempeño poético y declara que, debido a las
constantes invasiones que ha sufrido Polonia, “el poeta polaco emerge quizá con mas energía,
mejor preparado que su colega occidental para asumir las tareas que le asigna la condición
humana”. Pero aun en este contexto ideal Milosz matiza. En la breve nota a la selección que
ofrece de Szymborska nos explica que en la edición previa de su antología (de 1965) sólo había
elegido un poema de la autora, pues consideró que “jugaba con ideas tomadas de la
antropología y la filosofía”. Posteriormente recapacitó (en 1970), seducido por “su poesía
amarga, escéptica e ingeniosa”, por la honestidad a la hora de expresar su desesperanza.
Acabó incluyendo ocho poemas.
El juicio severo, esencialista o ideológico suele colocarse por encima de los meros poemas,
esos accidentes aristotélicos que difícilmente dan en el blanco, pues no alcanzan a trascender
su naturaleza: un puñado de palabras con múltiples sentidos. Y ni una sola sirve para atrapar la
esencia ni para asimilar la lección. El asunto, o el error, supongo, estriba en proponérselo.
Szymborska no da la impresión de hacerlo. Lo suyo es, valga la paradoja, extraordinariamente
circunstancial. Sus poemas siempre tratan de algo y, círculo perfecto, uno siempre sabe de qué
tratan, lo cual no deja de ser desconcertante. La lectura y el entendimiento son simultáneos,
se asemejan a una misma experiencia de entrega inmediata que excluye las tortuosas
interpretaciones y no crea aquella franja hechicera de silencio entre la página leída y la mente
cavilosa. ¿Cómo se logra algo así? ¿Cómo se consigue, además, que la claridad posea el
misterio de una revelación? ¿Será literatura o será el puro peso de la realidad? Habría que
admitir, para empezar, que aquí la diferencia es tenue y depende del orden de los factores: es
en la realidad donde se inscribe esta literatura y donde luego se escriben, casi orgánicamente,
por generación espontánea, estos poemas. El disparador no obedece a ninguna teoría, a
ninguna definición restrictiva de la poesía, sino a una especie de urgencia moral y política. Pero
esa, señalaría Perogrullo, existe en donde sea; a pesar de lo que afirma Milosz, no puede ser
exclusividad de la poesía polaca. Por lo tanto, es una elección que ha acabado ya por
convertirse en un rasgo distintivo y en una tradición, al menos en Milosz, en Zbigniew Herbert
y, sobre todo, en Szymborska, donde la Historia, con mayúscula, está incorporada como un
instinto y construye la teatralidad misma de los poemas, el escenario en el que se cuentan las
historias derivadas y más simples. Sin nunca perder de vista el panorama.
En Szymborska uno lee tramas que son destinos. Como si a cada anécdota la precediera una
hipótesis y el poema fuera su demostración. El efecto es contrario a la perplejidad. Hay
cuentos diminutos y hay parábolas; en casi todos los poemas existe un desenlace: textos
tan escritos como una narración. Por algo es tan certero aquel poema “Miedo escénico”, en el
que Szymborska se burla de la denominación “poetas y escritores./ Porque así es como se
dice./ Los poetas entonces no son escritores, sino qué”. La solución se halla en la ironía misma,
lo cual ocurre una y otra vez en la obra de Szymborska. En “Los dos monos de Brueghel”, a la
pregunta por la “historia de la gente”, uno de los monos encadenados a una ventana “sopla la
respuesta/ con un discreto sonido de cadenas”; en “Noticias del hospital”, junto a la cama del
enfermo, alguien se interroga “¿quién se le muere a quién?”, luego contempla tres lilas en un
vaso y baja corriendo por las escaleras del hospital; en “Elogio de mi hermana”, la poeta
cuenta “mi hermana no escribe versos/[...] En muchas familias nadie escribe versos”, pero su
hermana cultiva “una buena prosa hablada” y le manda postales de sus viajes donde le dice
“que cuando vuelva,/ me contará todo,/ todo,/ todo”; en “El ocaso del siglo”, luego de
lamentar que el XX no fue mejor que los otros concluye: “Cómo vivir, me preguntó en una
carta alguien/ a quien yo tenía la intención de preguntarle/ lo mismo/[...] no hay preguntas
más urgentes/ que las preguntas ingenuas”; en “Puede ser sin título”, empieza “Ocurre que
estoy sentada bajo un árbol”, admite que tal acontecimiento nimio no pasará a la historia,
pero sigue ahí, bajo el árbol, “el instante más fugaz también tiene su pasado”, vuela una
mariposa blanca junto a su cabeza: “ante una visión así, siempre me abandona la certeza/ de
que lo importante/ es más importante que lo insignificante”. A fin de cuentas suceden tantas
cosas, dice Szymborska en “La realidad exige”, que seguro tienen que suceder en todas partes.
Retomo el principio potencial de la ignorancia, el “yo no sé” que adquiere toda su fuerza por
predicarse en primera persona, pero que al transmitirse, comunicarse, termina siendo aquello
que todos sabemos. La conciencia no tolera el vacío, salvo si se postula como una pregunta
que es una respuesta. Yo soy tú, dice Szymborska, ¿y tú quién eres? Yo, en un mundo perfecto,
respondería yo; en el imperfecto me bastaría con el solaz de tú. En esa cuerda floja andan
estos poemas y las ocasiones rarísimas en que caen lo hacen del lado de la astucia, por pasarse
de listos: siempre se nota cuando un poeta ya aprendió a hacer poemas. Y esto a veces le
ocurre hasta a Szymborska. Minutos apenas y luego vuelve a desaprender, escribiendo hacia
fuera, nunca hacia dentro. Sus poemas no hablan consigo mismos, no son alegorías de la
intimidad; no susurran, no se ocultan, no postergan el sentido por etapas, en circunloquios.
Pura y sencillamente, están escritos para leerse: pues si no qué.
En Poesía no completa se hallan las porciones asombrosas del todo. Uno quisiera, claro,
escuchar su música no celestial, pero por lo menos sí original. Según los admirables
traductores de este libro que reúne lo principal de los siete libros de Szymborska, Gerardo
Beltrán y Abel A. Murcia, se ha perdido algo de su esplendor sonoro en el traslado. Sin duda lo
que se pierde siempre, pero repone hasta cierto punto la nostalgia que suele acompañar a la
lectura de una traducción. En esta instancia, uno se queda con la certidumbre de que los
poemas en español embonan impecablemente. De que uno de veras leyó a fondo a Wislawa
Szymborska. Y eso sin saber.
SZYMBORSKA Y LA GUERRA
15/09/2013
Después de cada guerra / alguien tiene que hacer limpieza. / Un mínimo orden / no se hará
solo. / Alguien tiene que apartar los escombros / de los caminos / para que puedan pasar /
carros llenos de cadáveres. / Alguien tiene que hundirse / en el fango y en la ceniza, / en los
muelles de los sofás, / en las esquirlas de vidrio / y en los trapos ensangrentados. / (…) Es una
labor nada fotogénica / y requiere años. / Las cámaras ya se han ido / a otra guerra”.
Este poema, titulado Fin y Principio, ha circulado profusamente por las redes sociales en los
prolegómenos de la hipotética intervención americana en el conflicto sirio. Su primer efecto,
por supuesto, es de adhesión, de conformidad incondicional, de consentimiento. ¿Quien, que
no fuera un canalla, se sentiría complacido con la inminencia de una guerra, por más que
Heráclito declarara que es ella el principio de todas las cosas? ¿Quién no se sentiría abatido en
su sentido moral más íntimo ante la terrible desolación de un paisaje lleno de escombreras y
carros con cadáveres? Hasta el Papa Francisco, que tan irrepetibles momentos promete en la
historia universal de la extravagancia, había convocado un rezo mundial contra la guerra.
Muchas personas se han sentido conmovidas por el sentido del poema, por sus vívidas
imágenes, por su diáfana sencillez y su sombría belleza.
Ahora bien, ¿van los versos de Szymborska dirigidos a las potencialidades críticas del
pensamiento o apelan más bien a esos dominios oscuros en donde dormitan inadvertidos
nuestros más circunspectos prejuicios ideológicos? Su propio título parece un desafío contra la
sentencia de Heráclito. El principio que dibuja la poetisa, tras el fin de una guerra, es la
perpetuación de un paisaje desolado del que el resto del mundo, entretenido con otros
conflictos bélicos, se desentiende por completo. La guerra, por tanto, es tan sólo fin; nunca
principio. Es preciso preguntarse, sin embargo, ¿es la realidad tal y como nos la pinta
Szymborska? En mi opinión una de las virtulidades más interesantes de este poema
excepcional consiste en que, no sólo pone una vez más en evidencia las contradicciones
morales en las que desemboca finalmente el dogmatismo pacifista, sino las insuperables
limitaciones que a efectos especulativos lastran a toda forma de poesía.
Cuando el poema de Szymborska trepó a las redes sociales hacía ya mucho tiempo que Siria
estaba en guerra: un sátrapa siniestro, pertrechado tras un tupido velo de intereses
económicos y geoestratégicos, masacraba sin escrúpulos de ningún tipo a su propio pueblo. La
gota que colmó el vaso fue el uso de armas químicas. Pocas veces he visto imágenes más
terribles que la de esos niños que se debatían en la antesala de la muerte con los pulmones
destrozados por el efecto de los gases tóxicos. Durante todo ese tiempo en el que
Siria ya estaba siendo arrasada por la guerra ¿en dónde estaban todas esas almas bellas que se
escandalizaban de pronto por su innmiencia? Y más aún: en una masacre de estas
características, ¿tiene el poema de Szymborska algún otro sentido que el de una mera
proposición de hecho que, de hecho, no dice nada? La mayor vergüenza en Siria ahora no es la
guerra, sino, precisamente, la inmoral renuencia de Occidente a intervenir en ella. Los que
ponían, hipócritamente, el grito en el cielo por la posibilidad de un ataque americano,
deberían ponerlo más bien por lo que ellos llaman “el triunfo de la diplomacia”, porque ese
triunfo no significa otra cosa que la consagración de la masacre, aunque sea por otros medios.
Finalmente, ha ganado el poema de Szymborka. O dicho de una forma más perentoria: ha
ganado Hitler de nuevo.