Visiones Inadecuadas y Complexivas
Visiones Inadecuadas y Complexivas
Visiones Inadecuadas y Complexivas
1.1. Introducción
En el misterio de Cristo, Dios baja hasta el abismo del ser humano para restaurar desde
dentro su dignidad. La fe en Cristo nos ofrece, así, los criterios fundamentales para obtener
una visión integral del hombre que, a su vez, ilumina y completa la imagen concebida por la
filosofía y los aportes de las demás ciencias humanas, respecto al ser del hombre y a su
realización histórica.
Por su parte, la Iglesia tiene el derecho y el deber de anunciar a todos los pueblos la visión
cristiana de la persona humana, pues sabe que la necesita para iluminar su propia
identidad y el sentido de la vida y porque profesa que todo atropello a la dignidad del
hombre es atropello al mismo Dios, de quien es imagen. Por lo tanto, la Evangelización en
el presente y en el futuro de América Latina exige de la Iglesia una palabra clara sobre la
dignidad del hombre. Con ella se quiere rectificar o integrar tantas visiones inadecuadas
que se propagan en nuestro continente, de las cuales, unas atentan contra la identidad y la
genuina libertad; otras impiden la comunión; otras no promueven la participación con Dios
y con los hombres.
No se puede desconocer en América Latina la erupción del alma religiosa primitiva a la que
se liga una visión de la persona como prisionera de las formas mágicas de ver el mundo y
actuar sobre él. El hombre no es dueño de sí mismo, sino víctima de fuerzas ocultas. En
esta visión determinista, no le cabe otra actitud sino colaborar con esas fuerzas o
anonadarse ante ellas. Se agrega a veces la creencia en la reencarnación por parte Se
agrega a veces la creencia en la reencarnación por parte de los adeptos de varias formas
de espiritismo y de religiones orientales. No pocos cristianos, al ignorar la autonomía propia
de la naturaleza y de la historia, continúan creyendo que todo lo que acontece es
determinado e impuesto por Dios.
Una variante de esta visión determinista, pero más de tipo fatalista y social, se apoya en la
idea errónea de que los hombres no son fundamentalmente iguales. Semejante diferencia
articula en las relaciones humanas muchas discriminaciones y marginaciones incompatibles
con la dignidad del hombre. Más que en teoría, esa falta de respeto a la persona se
manifiesta en expresiones y actitudes de quienes se juzgan superiores a otros. De aquí, con
frecuencia, la situación de desigualdad en que viven obreros, campesinos, indígenas,
empleadas domésticas y tantos otros sectores.
Restringida hasta ahora a ciertos sectores de la sociedad latinoamericana, cobra cada vez
más importancia la idea de que la persona humana se reduce en última instancia a su
psiquismo. En la visión psicologista del hombre, según su expresión más radical, se nos
presenta la persona como víctima del instinto fundamental erótico o como un simple
mecanismo de respuesta a estímulos, carente de libertad. Cerrada a Dios y a los hombres,
ya que la religión, como la cultura y la propia historia serían apenas sublimaciones del
instinto sensual, la negación de la propia responsabilidad conduce no pocas veces al
pansexualismo y justifica el machismo latinoamericano.
Bajo el signo de lo económico, se pueden señalar en América Latina tres visiones del
hombre que, aunque distintas, tienen una raíz común. De las tres, quizás la menos
consciente y, con todo, la más generalizada es la visión consumista. La persona humana
está como lanzada en el engranaje de la máquina de la producción industrial; se la ve
apenas como instrumento de producción y objeto de consumo. Todo se fabrica y se vende
en nombre de los valores del tener, del poder y del placer como si fueran sinónimos de la
felicidad humana. Impidiendo así el acceso a los valores espirituales, se promueve, en razón
del lucro, una aparente y muy onerosa «participación» en el bien común.
La organización técnico -científica de ciertos países está engendrando una visión cientista
del hombre, cuya vocación es la conquista del universo. En esta visión, sólo se reconoce
como verdad lo que la ciencia puede demostrar; el mismo hombre se reduce a su definición
científica. En nombre de la ciencia todo se justifica, incluso lo que constituye una afrenta a
la dignidad humana. Al mismo tiempo se someten las comunidades nacionales a decisiones
de un nuevo poder, la tecnocracia. Una especie de ingeniería social puede controlar los
espacios de libertad de individuos e instituciones, con el riesgo de reducirlos a meros
elementos de cálculo.