Pecado de Omisión y Actividades
Pecado de Omisión y Actividades
Pecado de Omisión y Actividades
Hablar de secuencia narrativa implica hablar de narracin. Como ya sabemos, narrar significa relatar un hecho,
es decir, algo que sucede o sucedi. Tal hecho puede ser real o imaginario.
Ahora bien: la narracin puede resumirse en un hecho o acontecimiento general (aquel que responde a la pregunta Qu ocurri?), pero
se desarrolla cuando descompone tal hecho en una serie de acciones principales o ncleos.
El cautivo
Jorge Luis Borges
En Junn o en Tapalqu refieren la historia. Un chico desapareci despus de un maln; se dijo que lo haban
robado los indios. Sus padres lo buscaron intilmente; al cabo de los aos, un soldado que vena de tierra
adentro les habl de un indio de ojos celestes que bien poda ser su hijo. Dieron al fin con l (la crnica ha
perdido las circunstancias y no quiero inventar lo que no s) y creyeron reconocerlo. El hombre, trabajado
por el desierto y por la vida brbara, ya no saba or las palabras de la lengua natal, pero se dej conducir,
indiferente y dcil, hasta la casa. Ah se detuvo, tal vez porque los otros se detuvieron. Mir la puerta, como
sin entenderla. De pronto baj la cabeza, grit, atraves corriendo el zagun y los dos largos patios y se
meti en la cocina. Sin vacilar, hundi el brazo en la ennegrecida campana y sac el cuchillito de mango de
asta que haba escondido ah, cuando chico. Los ojos le brillaron de alegra y los padres lloraron porque
haban encontrado al hijo.
Acaso a este recuerdo siguieron otros, pero el indio no poda vivir entre paredes y un da fue a buscar su
desierto. Yo querra saber qu sinti en aquel instante de vrtigo en que el pasado y el presente se
confundieron; yo querra saber si el hijo perdido renaci y muri en aquel xtasis o si alcanz a reconocer,
siquiera como una criatura o un perro, los padres y la casa.
Identificar los ncleos permite reconocer el esquema bsico de una secuencia narrativa. Este reconocimiento es til tanto
para la comprensin como para la produccin de narraciones.
Adems de ncleos, una narracin est compuesta por acciones menores. Por ejemplo en BSQUEDA Un soldado les
habl de ..., en RECONOCIMIENTO DE LA CASA se detuvo, mir la puerta, baj la cabeza, grit, atraves, se meti en
la cocina, hundi el brazo, sac el cuchillo...
ACTIVIDADES:
-Le el siguiente cuento:
Pecado de omisin
Ana Mara Matute
A los trece aos se le muri la madre, que era lo ltimo que le quedaba. Al quedar hurfano ya haca lo
menos tres aos que no acuda a la escuela, pues tena que buscarse el jornal de un lado para otro. Su
nico pariente era un primo de su madre, llamado Emeterio Ruiz Heredia. Emeterio era el alcalde y tena
una casa de dos pisos asomada a la plaza del pueblo, redonda y rojiza bajo el sol de agosto. Emeterio tena
doscientas cabezas de ganado paciendo por las laderas de Sagrado, y una hija moza, bordeando los veinte,
morena, robusta, riente y algo necia. Su mujer, flaca y dura como un chopo, no era de buena lengua y
saba mandar. Emeterio Ruiz no se llevaba bien con aquel primo lejano, y a su viuda, por cumplir, la ayud
buscndole jornales extraordinarios. Luego, al chico, aunque le recogi una vez hurfano, sin herencia ni
oficio, no le mir a derechas, y como l los de su casa.
La primera noche que Lope durmi en casa de Emeterio, lo hizo debajo del granero. Se le dio cena y un
vaso de vino. Al otro da, mientras Emeterio se meta la camisa dentro del pantaln, apenas apuntando el
sol en el canto de los gallos, le llam por el hueco de la escalera, espantando a las gallinas que dorman
entre los huecos:
-Lope!
Lope baj descalzo, con los ojos pegados de legaas. Estaba poco crecido para sus trece aos y tena la
cabeza grande, rapada.
-Te vas de pastor a Sagrado.
Lope busc las botas y se las calz. En la cocina, Francisca, la hija, haba calentado patatas con pimentn.
Lope las engull deprisa, con la cuchara de aluminio goteando a cada bocado.
-T ya conoces el oficio. Creo que anduviste una primavera por las lomas de Santa urea, con las cabras de
Aurelio Bernal.
-S, seor.
-No irs solo. Por all anda Roque el Mediano. Iris juntos.
-S, seor.
Francisca le meti una hogaza en el zurrn, un cuartillo de aluminio, sebo de cabra y cecina.
-Andando -dijo Emeterio Ruiz Heredia.
Lope le mir. Lope tena los ojos negros y redondos, brillantes.
-Qu miras? Arreando!
Lope sali, zurrn al hombro. Antes, recogi el cayado, grueso y brillante por el uso, que guardaba, como
un perro,apoyado en la pared.
Cuando iba ya trepando por la loma de Sagrado, lo vio don Lorenzo, el maestro. A la tarde, en la taberna,
don Lorenzo fum un cigarrillo junto a Emeterio, que fue a echarse una copa de ans.
-He visto a Lope -dijo-. Suba para Sagrado. Lstima de chico.
-S -dijo Emeterio, limpindose los labios con el dorso de la mano-. Va de pastor. Ya sabe: hay que ganarse
el currusco. La vida est mala. El esgraciado del Pericote no le dej ni una tapia en que apoyarse y
reventar.
-Lo malo -dijo don Lorenzo, rascndose la oreja con su ua larga y amarillenta- es que el chico vale. Si
tuviera medios podra sacarse partido de l. Es listo. Muy listo. En la escuela
Emeterio le cort, con la mano frente a los ojos:
-Bueno, bueno! Yo no digo que no. Pero hay que ganarse el currusco. La vida est peor cada da que pasa.
Pidi otra de ans. El maestro dijo que s, con la cabeza. Lope lleg a Sagrado, y voceando encontr a
Roque el Mediano. Roque era algo retrasado y haca unos quince aos que pastoreaba para Emeterio.
Tendra cerca de cincuenta aos y no hablaba casi nunca. Durmieron en el mismo chozo de barro, bajo los
robles, aprovechando el abrazo de las races. En el chozo slo caban echados y tena que entrar a gatas,
medio arrastrndose. Pero se estaba fresco en el verano y bastante abrigado en el invierno.
El verano pas. Luego el otoo y el invierno. Los pastores no bajaban al pueblo, excepto el da de la fiesta.
Cada quince das un zagal les suba la collera: pan, cecina, sebo, ajos. A veces, una bota de vino. Las
cumbres de Sagrado eran hermosas, de un azul profundo, terrible, ciego. El sol, alto y redondo, como una
pupila impertrrita, reinaba all. En la neblina del amanecer, cuando an no se oa el zumbar de las moscas
ni crujido alguno, Lope sola despertar, con la techumbre de barro encima de los ojos. Se quedaba quieto
un rato, sintiendo en el costado el cuerpo de Roque el Mediano, como un bulto alentante. Luego,
arrastrndose, sala para el cerradero. En el cielo, cruzados, como estrellas fugitivas, los gritos se perdan,
intiles y grandes. Saba Dios hacia qu parte caeran. Como las piedras. Como los aos. Un ao, dos,
cinco.
Cinco aos ms tarde, una vez, Emeterio le mand llamar, por el zagal. Hizo reconocer a Lope por el
mdico, y vio que estaba sano y fuerte, crecido como un rbol.
-Vaya roble! -dijo el mdico, que era nuevo. Lope enrojeci y no supo qu contestar.
Francisca se haba casado y tena tres hijos pequeos, que jugaban en el portal de la plaza. Un perro se le
acerc, con la lengua colgando. Tal vez le recordaba. Entonces vio a Manuel Enrquez, el compaero de la
escuela que siempre le iba a la zaga. Manuel vesta un traje gris y llevaba corbata. Pas a su lado y les
salud con la mano.
Francisca coment:
-Buena carrera, se. Su padre lo mand estudiar y ya va para abogado.
Al llegar a la fuente volvi a encontrarlo. De pronto, quiso llamarle. Pero se le qued el grito detenido, como
una bola, en la garganta.
-Eh! -dijo solamente. O algo parecido.
Manuel se volvi a mirarle, y le conoci. Pareca mentira: le conoci. Sonrea.
-Lope! Hombre, Lope!
Quin poda entender lo que deca? Qu acento tan extrao tienen los hombres, qu raras palabras salen
por los oscuros agujeros de sus bocas! Una sangre espesa iba llenndole las venas, mientras oa a Manuel
Enrquez.
Manuel abri una cajita plana, de color de plata, con los cigarrillos ms blancos, ms perfectos que vio en
su vida. Manuel se la tendi, sonriendo.
Lope avanz su mano. Entonces se dio cuenta de que era spera, gruesa. Como un trozo de cecina. Los
dedos no tenan flexibilidad, no hacan el juego. Qu rara mano la de aquel otro: una mano fina, con dedos
como gusanos grandes, giles, blancos, flexibles. Qu mano aqulla, de color de cera, con las uas
brillantes, pulidas. Qu mano extraa: ni las mujeres la tenan igual. La mano de Lope rebusc, torpe. Al fin,
cogi el cigarrillo, blanco y frgil, extrao, en sus dedos amazacotados: intil, absurdo, en sus dedos. La
sangre de Lope se le detuvo entre las cejas. Tenan una bola de sangre agolpada, quieta, fermentando
entre las cejas. Aplast el cigarrillo con los dedos y se dio media vuelta. No poda detenerse, ni ante la
sorpresa de Manuelito, que segua llamndole:
-Lope! Lope!
Emeterio estaba sentado en el porche, en mangas de camisa, mirando a sus nietos. Sonrea viendo a su
nieto mayor, y descansando de la labor, con la bota de vino al alcance de la mano. Lope fue directo a
Emeterio y vio sus ojos interrogantes y grises.
-Anda, muchacho, vuelve a Sagrado, que ya es hora
En la plaza haba una piedra cuadrada, rojiza. Una de esas piedras grandes como melones que los
muchachos transportan desde alguna pared derruida. Lentamente, Lope la cogi entre sus manos.
Emeterio le miraba, reposado, con una leve curiosidad. Tena la mano derecha metida entre la faja y el
estmago. Ni siquiera le dio tiempo de sacarla: el golpe sordo, el salpicar de su propia sangre en el pecho,
la muerte y la sorpresa, como dos hermanas, subieron hasta l as, sin ms.
Cuando se lo llevaron esposado, Lope lloraba. Y cuando las mujeres, aullando como lobas, le queran pegar
e iban tras l con los mantos alzados sobre las cabezas, en seal de indignacin, Dios mo, l, que le haba
recogido. Dios mo, l, que le hizo hombre. Dios mo, se habra muerto de hambre si l no lo recoge,
Lope solo lloraba y deca:
-S, s, s
FIN