Ira
Ira
Ira
Elogio de la ira
Como todas las pasiones, la ira est muy presente en la literatura: es un tema,
un objeto de la representacin literaria y, sobre todo, un modo de vivir y
describir el mundo por parte de los escritores. Es imposible hacer un catlogo
de las descripciones poticas de la clera: el furor de Aquiles, la explosin
salvaje de dolor y de disgusto en el rey Lear, el estallido incontenible del
apacible Pierre Bezuchov o tantas otras pginas inmortales que constituyen la
radiografa y el electrocardiograma de todas las afecciones de la condicin
mortal del hombre.
La vida implica tambin el juicio universal sobre ella misma, que requiere una
justa composicin de piedad amorosa y clera sangunea. Nadie lo revel mejor
que Dante, el poeta que vea la clera como inseparable de la tensin moral,
del sentimiento fuerte de la vida y de la historia, de la grandeza del alma.
Dante parece demostrar que la capacidad de encolerizarse es una cualidad
necesaria para la plena humanidad de un individuo, como la capacidad de
amar. Pero Dante saba bien que el valor de la clera subsiste slo mientras
ella permanezca dentro de los justos lmites y trascienda la mera subjetividad
del impulso y del sentimiento individual. El saba cun fcilmente la ira poda
traspasar ese lmite y degenerar en el exceso y en el desencadenamiento de
una furiosa libido personal. En ese caso, la ira es pecado mortal, vicio capital: a
los iracundos les est reservado el quinto crculo del Infierno.
Los iracundos, por otra parte, estn cercanos, en el castigo, a los perezosos,
culpables de un pecado pasivo que no tendra nada en comn con la furia
descontrolada, pero que, en cambio, mantiene con sta ltima lazos estrechos
y ambiguos. Ya Aristteles haba comprendido que exista un nexo entre ira y
tristeza. La clera es triste porque saca al yo de s mismo, le enturbia la mirada
y le ofusca la visin gozosa de las cosas, la capacidad de gozarlas con ese libre
abandono a la seduccin de vivir que es posible slo en alegra, en fraterna
comunin con los otros. La clera impide tal fraterna igualdad, porque
convierte en juez (fatalmente por encima de los otros) a quien la siente, y
juzgar, de por s, es siempre triste. Brecht lo saba muy bien cuando deca que
la ira -la ira poltica en su caso- altera el rostro, que se salvaba de esa
alteracin gracias a la conciencia que tena de sta.